AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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En la sala de descanso { Giàccomo Di Brunni }
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En la sala de descanso { Giàccomo Di Brunni }
Después de que Katherine llegara al hotel hará unas horas después de haber convencido aquél estúpido humano gitano, se duchó y se cambió de vestido, luciendo un color rosa pastel demasiado atrevido, dejando sus hombros al descubierto, su corsé le apretujaba bien haciéndole un bonito escote. Lucía su collar de la reliquia familiar de los Rowle, perfecto. Su pelo caía en cascada por la espalda, luciendo unos grandes rizos rebeldes, para ella su pelo era lo que mas le gustaba. Algunos mechones rebeldes caían en su pálido rostro en forma de corazón, haciendo que todo aquel que se cruzara con ella se voltease para mirarla. Ella disfrutaba de las miradas de los hombres, estaba mas que acostumada desde que había sido humana, sabía que aunque ella fuera una hija de la noche, podría cautivar fuera o no vampira, porque desde que era humana todos se quedaban prendados de ella. Katheryn tenía un fuego interior que muy pocas mujeres tenían, ella lograba destacar sin hacer nada, vistiese lo que vistiese, era especial. Katheryn salió de su lujosa habitación pensando que debería de empezar a mirar las casas mas grandes por esta zona, donde viviría los 50 años. Bajo las escaleras silenciosamente, sus criados estaban arreglando su equipaje por lo tanto iba sola, cuando bajo al hall saludo educadamente a los humanos, hasta pasearse por los pasillos encontró una salita vacía donde podría estar a gusto. Se sentó en uno de los sillones mirando a su alrededor, saco de su bolso el periódico de Paris que le había comprad Mara, la bruja gitana y criada de ella, leyéndolo, esperando que encontrase algo interesante.
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Re: En la sala de descanso { Giàccomo Di Brunni }
Durante esta especial noche de luna llena, escoltaba a su majestad Di Alessandro a su residencia privada en el Palazzo de Aquitania, no acostumbraba a viajar junto al resto de los guardias principales de la reina en el carruaje, por lo general siempre montaba mi caballo negro y me aventuraba frente a ellos con mis sentidos hiper agudizados en el camino y en todas las situaciones que pudieran presentarse en nuestro rumbo, sin embargo, todo había transcurrido sin novedad alguno. Afortunado para unos, aburrido para mí.
No era un hombre de pelea, ni mucho menos de un carácter bélico, pero la tensión comenzaba a concentrarse en mi cabeza como una maldita sombra que no acallaba las voces rabiosas de mi mente, haciendo avivar el galope de mi corcel mucho más allá del camino para encontrarme de frente al puño del verdugo –Líder de los guardias personales de la Emperatriz- que me derrumbó del caballo, impactándome de espaldas con fuerza al suelo, haciéndome retorcer del dolor al intentar levantarme. Alquimista… ¿Qué sucede? Estas siendo imprudente… Y no tolero esa clase de conductas entre los nuestros... Escupí mi propia sangre mientras colocaba mi sombrero de vuelta hacia mi cabeza y encontraba los ojos sombríos del temible verdugo Necesito un poco de espacio… Es todo… Conteste mal humorado (para variar) y con el entrecejo fruncido, agradeciendo mi sentido masoquista que me permitía pensar que el dolor me devolvía nuevamente a la realidad. Pido permiso para retirarme a la ciudad de Paris, si a su majestad no le molesta, me gustaría pasar un tiempo allí. Sorpresivamente, obtuve la concesión que requería, marchándome lejos de ellos sin titubear hacia un lugar que escogí al azar o tal vez por mero fastidio de seguir vagando solo.
Cuenta hasta tres e intenta parecer un humano común y corriente… Baje la cabeza al entrar a lo que parecía un hotel, ocultando mi rostro bajo mi sombrero y con los ojos fijos en el suelo, sintiendo como las miradas filosas me seguían a donde quiera que caminara, escuchando los murmullos de algunas damas con las que no pude ni interactuar con mis pasos irrefrenables. Tal vez solo fue por osmosis que entre a una pequeña sala de estar aparentemente desolada, cerrando las puertas tras de mí y alzando mi cabeza para encontrarme con la figura de una hermosa dama enfocada en su lectura. ¿Cómo interactuar? Muy poco lo había hecho desde que pertenecía al clan de asesinos, y aunque me dedicaba a filosofar con algunos miembros de su corte, jamás había estado en una reunión casual con una mujer. Giàccomo, los libros no te enseñan a socializar, me dije mentalmente, tragando con dificultad. ¿A quien mentía? Era un asocial sin remedio. ¿Y eso qué? ¿Ahora qué? Buenas noches, signorina… Espero que mi presencia no sea inoportuna para usted.
No era un hombre de pelea, ni mucho menos de un carácter bélico, pero la tensión comenzaba a concentrarse en mi cabeza como una maldita sombra que no acallaba las voces rabiosas de mi mente, haciendo avivar el galope de mi corcel mucho más allá del camino para encontrarme de frente al puño del verdugo –Líder de los guardias personales de la Emperatriz- que me derrumbó del caballo, impactándome de espaldas con fuerza al suelo, haciéndome retorcer del dolor al intentar levantarme. Alquimista… ¿Qué sucede? Estas siendo imprudente… Y no tolero esa clase de conductas entre los nuestros... Escupí mi propia sangre mientras colocaba mi sombrero de vuelta hacia mi cabeza y encontraba los ojos sombríos del temible verdugo Necesito un poco de espacio… Es todo… Conteste mal humorado (para variar) y con el entrecejo fruncido, agradeciendo mi sentido masoquista que me permitía pensar que el dolor me devolvía nuevamente a la realidad. Pido permiso para retirarme a la ciudad de Paris, si a su majestad no le molesta, me gustaría pasar un tiempo allí. Sorpresivamente, obtuve la concesión que requería, marchándome lejos de ellos sin titubear hacia un lugar que escogí al azar o tal vez por mero fastidio de seguir vagando solo.
Cuenta hasta tres e intenta parecer un humano común y corriente… Baje la cabeza al entrar a lo que parecía un hotel, ocultando mi rostro bajo mi sombrero y con los ojos fijos en el suelo, sintiendo como las miradas filosas me seguían a donde quiera que caminara, escuchando los murmullos de algunas damas con las que no pude ni interactuar con mis pasos irrefrenables. Tal vez solo fue por osmosis que entre a una pequeña sala de estar aparentemente desolada, cerrando las puertas tras de mí y alzando mi cabeza para encontrarme con la figura de una hermosa dama enfocada en su lectura. ¿Cómo interactuar? Muy poco lo había hecho desde que pertenecía al clan de asesinos, y aunque me dedicaba a filosofar con algunos miembros de su corte, jamás había estado en una reunión casual con una mujer. Giàccomo, los libros no te enseñan a socializar, me dije mentalmente, tragando con dificultad. ¿A quien mentía? Era un asocial sin remedio. ¿Y eso qué? ¿Ahora qué? Buenas noches, signorina… Espero que mi presencia no sea inoportuna para usted.
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Re: En la sala de descanso { Giàccomo Di Brunni }
Seguía leyendo el periódico sin interés, no decía nada importante, salvo unos cuantos asesinatos misteriosos sin encontrar el culpable. Después de leer el tiempo, de leer el cotilleo y ver las últimas novedades en funciones de las obras de teatro, deje el periódico a un lado mirando a mi alrededor y levantándome, colocando mis manos detrás de la espalda y paseando por esa pequeña sala, acercándome a la ventana y apartando la cortina para que la luz de la luna iluminara por completo, mirando las calles parisinas con aburrimiento, hasta que alguien entró en la sala, girándome despacio hasta encontrarme con un hombre, fijándome en sus rasgos y vestimenta. Por la manera de hablar deduje que era italiano, hice un gesto de que no pasa nada, caminando de nuevo por la sala a mis aires arrogantes.
-Buenas noches caballero, puedo saber que le trae por aquí? –dije mirándolo a los ojos con una pequeña sonrisa mientras que con mi mano jugueteaba con un rebelde mechón largo oscuro que me caía por la frente, mientras me volvía a colocar debajo de la ventana haciendo así que la luz de la luna iluminara mi rostro, y mis ojos brillasen de un tono violáceo oscuro.
-Buenas noches caballero, puedo saber que le trae por aquí? –dije mirándolo a los ojos con una pequeña sonrisa mientras que con mi mano jugueteaba con un rebelde mechón largo oscuro que me caía por la frente, mientras me volvía a colocar debajo de la ventana haciendo así que la luz de la luna iluminara mi rostro, y mis ojos brillasen de un tono violáceo oscuro.
Invitado- Invitado
Re: En la sala de descanso { Giàccomo Di Brunni }
Di un paso hacia tan radiante figura, llena de grandeza y superioridad que solo podía tratarse de una de tantas mascaras sociales de las que huía con recelo. ¡Yo también tenía mis mascaras! Pero ninguna podría compararse con una tan bella cono la que poseía la señorita. El azar… Conteste sin pensar demasiado, metiendo mis manos entre los bolsillos de mi abrigo mientras analizaba aquella aura difusa que se contoneaba como la manzana de la tentación frente a los ojos de Adán. ¡Já! ¿Desde cuándo era católico? Por mi bienestar mental, prefería no creer en nada ni en nadie, pero era divertido cuando hacia alusiones exageradas de ese tipo con una de tantas metáforas absurdas que cruzaban por mi mente.
…Quiero decir… El destino, la casualidad o la suerte es lo que me han traído hasta aquí… Usted deberá elegir el mejor término que se apegue a las circunstancias que ahora nos favorecen en común. Di un paso más hacia ella, conservando la cautela y el recato que le dedicaría incluso a mi propia reina, aunque con ella, al pasar del tiempo había ganado alguna cierta confianza que me daba mayores libertades de expresarme que como con un extraño. Mi nombre es Giàccomo Di Brunni… A sus servicios Mademoiselle… Tome su gélida mano entre la mía, y reverenciándome pronunciadamente, deposite un beso en el dorso de la misma. ¿Y su nombre es…? Extendí la pregunta mientras alzaba la mirada y la posaba en aquellos ojos acaramelados templados delicadamente, admirando sus facciones contradictorias, ahora relajando mi postura para quedar frente a ella, expectante por el momento efímero de escuchar su nombre.
…Quiero decir… El destino, la casualidad o la suerte es lo que me han traído hasta aquí… Usted deberá elegir el mejor término que se apegue a las circunstancias que ahora nos favorecen en común. Di un paso más hacia ella, conservando la cautela y el recato que le dedicaría incluso a mi propia reina, aunque con ella, al pasar del tiempo había ganado alguna cierta confianza que me daba mayores libertades de expresarme que como con un extraño. Mi nombre es Giàccomo Di Brunni… A sus servicios Mademoiselle… Tome su gélida mano entre la mía, y reverenciándome pronunciadamente, deposite un beso en el dorso de la misma. ¿Y su nombre es…? Extendí la pregunta mientras alzaba la mirada y la posaba en aquellos ojos acaramelados templados delicadamente, admirando sus facciones contradictorias, ahora relajando mi postura para quedar frente a ella, expectante por el momento efímero de escuchar su nombre.
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