Sorpresas reales [Katherine]

Las calles estaban bañadas por el reflejo de la luna, una típica noche de verano. Una fiesta se realizaba en el palacio Royal, muchas personas de índole asistirían a el. Incluyéndole; desde luego. El carruaje tirado por dos caballos negros de gran porte, se abrió paso por la rocosa calle que cruzaba frente al Palacio. Sólo se escuchaban los cascos de los caballos al golpear el camino a la distancia.

-¡Alto! Bestias – el chofer tironeo de las riendas que llevaban y con unos suaves gemidos, estos cedieron el paso hasta detenerse frente a la imponente construcción.

Dos mujeres una rubia y otra morocha descendieron del carruaje, estas ayudaron a una tercera mujer de cabellos rubios como el oro, a descender de este. Con movimientos refinados cual gacela, esta posicionó sus pies de la forma perfecta, y levantó la mirada tras ser cubierta por el manto nocturno. Traía puesto un vestido de colores marfil y oro, con un corsé ajustado que resaltaba su busto, y remarcaba su fina cintura, su rostro tenía finos rasgos, su piel tersa, pálida y con un suave rubor que la hacía parecer de porcelana.
Una de las mujeres saco una mantilla del carruaje y la colocó sobre los desnudos hombros de la dama.

- Señorita, ¿querrá que la acompañemos hasta la entrada? – Esta miro a la mujer rubia.

- Si, y tú por favor asegúrate que este animal no lastime a mis preciosuras. – Y miró al joven chofer del carruaje.

- Si señora – Monserrat la joven morena, he hizo una sutil reverencia apartándose.

- Te lo advierto, quiero que mejores el trato con mis animales, o haré que lamentes el día en que naciste. – Y volviendo la mirada hacia la iluminada entrada comenzó a caminar con elegancia y pausadamente seguida por la rubia mortal quien era su sirvienta.

Al llegar varias personas le saludaron con amabilidad, y esta lo hizo también, pero sin dejar su toque de arrogancia en las palabras. No solo propio del título que ostentaba, si no además... De su raza. Su condición como animal de las tinieblas.

- Ya puedes irte Margarett – Dirigiéndose a su acompañante. La cual la reverenció con subida exageración y se retiró, no sin antes hablarle.
- Si señorita. Le vendremos a buscar por la antes del amanecer. -
- Esta bien, les esperaré para entonces - Sus ojos rodaron, dando una vuelta perfecta de 360º. A veces se sentía manipulada.

Dicho eso, la refinada vampiresa continuó su paso hacia adentro, dos enormes escaleras curvas adornaban el salón por los costados, frente a ella y al final del salón una orquesta tocaba en aquel momento “Claro de Luna” de Beethoven. Katherine sonrió maliciosamente. Fundiéndose entre las personas, casi como si les acechara. Disfrutaba de las fiestas, los eventos. Que los corazones palpitantes de los vivos aturdieran sus oído. Pero no. La Bathory bajó la vista. Ella no podía esta noche hacer lo que siempre hacía. Estaba en deuda con el destino o la suerte tal vez. Un humano había sido quien le había salvado la vida... Sería ahora ella quien no terminaría por matarlos, no a todos. A la minoría. Cuantos menos pudiesen ser, mejor. < Pero es difícil. Tan difícil > Pensó para si, caminando entre los humanos, siendo aturdida por sus corazones al paso. Por su sangre deslizándose por sus venas. Esta era una noche que prometía ser...

De todos los lugares que podría haber escogido asistir. Se fue abriendo paso a través de un salón repleto de personas, pero de todas formas igualmente de vacío. La fiesta se presentaba de un modo eventual. Mucha etiqueta. Muchas caretas. Era aquel tipo de baile que el disfraz constaba de la propia piel. De algún modo se enorgullecía de solo pensar que su disfraz podía llegar a ser el mejor de la noche. No tardo en dibujar una hipócrita sonrisa. Por ahora, ¿a quién le importaba saberlo?.

Su rostro se ensombreció tras tomar una copa que un camarero le ofrecía. Agradeció con fina educación, avanzando. Cruzando su mirada con otros de la calaña. Entre tantos lobos en piel de ovejas una joven pareja se acercó desde la barra hacia esta, ambos originarios de su país. Un típico saludo en Húngaro, y a lo convencional. Katherine les oyó con la vista vacía. Ellos pronto se casarían, ¿Debería importarle aquello?.

< Espero os honre con vuestra presencia, Alteza. > La melodía de la palabra timbró en su mente, despertandola de aquel lapso de aparente encanto. Los originarios no habían sido mal criados. Después de todo, ¿Quien desearía ser objeto de su desprecio?. Katherine sonrió, esto no era mas que un mangoneo barato, una trata de paz fácil y superflua. Ella quería soluciones, a cualquier costo. Quería las tierras que le pertenecían por derecho y ley; si el arreglo fuese tan simple, no habría sido necesaria su "desaparición".

< Desde luego que no. > Contestó a la sorpresa de los jóvenes, que mas parecían reflejar temor que desagrado. < Decidle a su cabecilla, que deseo lo mio. Hasta entonces, no aceptaré cartas por debajo de la mesa. > Un tropiezo ajeno hizo que la copa de vino desbordara, manchando el inmaculado vestido de la joven acompañante, pero no el propio. Los rostros de sorpresa y los ojos curiosos no se hicieron de esperar. Y como siempre, gozaba de una lengua ávida para las circunstancias. < Mas vale el vuestro, que el mio. >.

Sus ojos buscaron el rostro de la muchacha que acababa de "dar" con ella, escuchó su voz y no necesito mas detalle que el de sus signos vitales para saber de que se trataba... Una humana. Miró mas allá y haciendo oído gordo mentalizó, a grandes rasgos, lo acontecido. Una mujer regordeta reía burlesca tras el accidente. < Descuide. > Indicó apenas bajando la vista y acentuando su voz. < Las carretas, son difíciles de esquivar. ¿No lo cree así? > La condesa sonrió al observar el rostro de la mujer solo algunos pasos mas atrás. En aquel instante las risas se volvían lentamente en silencio, y la diversión de la gordita, ira.