Candente Herencia [Privado Eyra, + 18]

Cuando se estaba tan aburrido como yo ese día, cualquier cosa servía de entretenimiento. Jackson estaba ocupado en asuntos diplomáticos, así que me las tenía que arreglar solo, por ahora. Me acomodé la almohada en la cabeza y me quedé pensando por largo rato en diversas cosas, vagando por mis recuerdos hasta que una conversación que tuve con mi padre unas semanas antes de venir me quedó dando vueltas en la mente. Me contó sobre las amistades que había hecho aquí; eran varios nombres, cada uno con una historia particular, pero una de ellas me quedó en la retina: la de una joven cortesana que deseaba ser artista...Roxanne era su nombre. Mi padre le consiguió una reunión con uno de los artistas más famosos de la época y supuestamente todo había quedado en un final feliz. ¿Y si iba a comprobarlo? ¡Un panorama!

Me había dicho que estaba en el burdel, así que allí fueron mis pasos. Iba con mi clásica tenida formal: pantalón y chaqueta negra, una camisa y una corbata que mi padre me regaló para la buena suerte. Hice sonar la campanilla con mi presencia y varias (y varios, ugh) cortesanos se me acercaron ofreciendo servicios, pero yo sólo buscaba a una sola persona, a la cual fueron a buscar adentro. Sólo esperaba encontrarla y por ello estaba un poco nervioso, y a la vez ansioso. Mi padre estaría feliz de saber de ella, sin embargo, las noticias no fueron buenas. ¡Se había ido de allí!

Suspiré y agradecí la atención que me dieron, para luego pedir un trago y sentarme en un sofá para distraerme, lamentando mi mala suerte.

Siempre culpaba a otros de mis fracasos y aquella ocasión no fue distinta, aunque bien sabía que si mi matrimonio había hecho aguas, la única verdugo había sido yo. ¡Claro que él no se libraba de su parte! Quizás era cierto, probablemente, que nuestro amor se fuera desvaneciendo como el humo con el viento era una resolución a voces desde hacía ya meses.

Nos habíamos conocido como jóvenes humanos, deseosos de ver mundo y conocer los límites de la locura que se escondían tras cada recovenco de la piel ajena que con nuestros besos descubríamos y que eran aquellos los que soñábamos conquistar. Tras todos los obstáculos del tiempo y el cruel destino empeñado en separarnos una y otra vez, conseguimos reunirnos casi ocho siglos después, vinculándonos más si aun cabía gracias a la existencia de nuestro primogénito. ¿Quién iba a decirno que lo nuestro estuviera sentenciado? Las duras situaciones que atravesamos, el recelo, las mentiras, la desconfianza y el orgullo terminaron por disolver aquél fuego que antaño nos había deborado por completo en el más puro sentimiento amoroso. ¿Dónde quedaban ya aquellas cenizas? Quizás la misma brisa nocturna que ahora acariciaba mis achocolatados cabellos rizados se había llevado los recuerdos de un amor sin igual, de aquél que a uno le queda tatuado en lo más profundo del alma y que una eternidad no es suficiente para poder olvidar...

Me relamí los labios, recogiendo al instante una lágrima que se había liberado del firme cerrojo de mis ojos, alzando entonces mi mentón como si aquél gesto que había traicionado mi máscara de fortaleza nunca me hubiera delatado y sólo entonces, salté del tejado de aquella casa para colarme de nuevo, como otras tantas noches, en la casa-manzana dónde había residido Roxanne hasta su transformación y posterior fallecimiento.

Solía pasearme por allí en busca de respuestas que el silencio y el vacío de la residencia solía brindarme, como cuando hallé unas cartas de ella en un cajón, todas ellas, dedicadas a mi marido. Debo admitir que sus palabras llegaron a conmoverme, comprendiendo ahora mejor que nunca, el dolor de una pérdida sin respuesta. Alguna vez había osado entrar en su dormitorio, sentándome en la misma cama en la que unas semanas antes, probablemente ella se había rebolcado con Jerarld... y entonces me ponía enferma y rompía todo cuanto encontraba allí: dibujos, retratos, jarrones, joyas, espejos. Y aunque me prometía no volver para ahorrarme la tortura que era para mí saber que ella podría haberle ofrecido más de lo que yo jamás podría darle, siempre terminaba regresando, como si me sintiera reconfortada al saber que Roxanne había sufrido tanto o más que yo misma. Algo casi impensable.

Era ya bien entrada la noche cuando me disponía a salir de allí, cerrando tras de mí la puerta que daba acceso a la vivienda de Roxanne. Metí mis manos dentro de los bolsillos de una gabardina que pretendía ocultar mi identidad con la ayuda de un sombrero de hombre de color azabache como la misma noche. Pero entonces, por una ventana del burdel, vi a un joven que tomaba una copa. No me hubiera detenido si no fuera porque sus gestos y su rostro quizás apesadumbrado, me cautivaron lo suficiente como para que mis pasos me guiaran hacia él, en busca de un calor que más que nunca necesitaba aquella noche, pues mi alma en deshielo empezaba a hacer añicos mi perfecto rostro sereno.

Entré con la mirada gacha y me senté junto a él, mirando al camarero que alzó una ceja, probablemente, identificándome como una mujer vestida de hombre sin motivo aparente para ello. No intenté disimular, ya no deseaba jugar aquella noche, sólo olvidar y sosegar mis inquietudes.

- Un vodka.- susurré.

No sabía si ese suceso era una señal para quedarme en casa todo el día, para hacer otra cosa, o simplemente la señora suerte me estaba sacando la lengua para luego ponerse de espaldas a mí. El siguiente sorbo no me respondió mi interrogante, así que bebí otra vez. Lo bueno era que mi padre no se enojaría conmigo, porque el hecho de que estuviera o no Roxanne allí no pasaba por mis acciones. Seguro se había ido a un mejor lugar para desarrollar su carrera artística, si se que la había desarrollado, aunque con semejante oportunidad dudo que la hubiera dejado pasar. Yo no lo hubiera hecho, de estar en su lugar.

Una voz femenina reventó mi burbuja reflexiva y me hizo reaccionar a tiempo ante el camarero, a quien le hice un gesto antes que sirviera el pedido. – Que sean dos, yo invito – Me terminé mi vaso en un trago corto y lo dejé a disposición del que ahora cogía la botella de vodka para cumplir con lo que queríamos. En tanto, vi a la dueña de esa voz que no engañaba en nada comparada con su vestimenta mirarme con intriga y sorpresa, y yo no hice más que sonreír. Un simple mal día no podía suprimir mis costumbres conquistadoras de Gentleman. Eso nunca.

Ladeé mi cabeza en busca de aquél que deseaba invitarme a una copa, tomando el vaso y alzándolo al aire con un guiño de mis ojos para mostrarle mi gratitud por semejante gesto caballeroso. Justo después, cerré mis ojos y me llevé la copa a mis labios, terminando el alcohol de un solo trago, sintiendo el ardor recorrer mi garganta hasta hacerme jadear por un momento, disimulando frente a mi compañero de copas.

- ¿Una mala noche?- le pedí con una sonrisa traviesa en mis labios, haciendo un gesto al camarero para que me sirviera otra copa igual.- Qué descortesía dejar plantado a un hombre como vos, monsieur.- reí, volviendo a beber sedienta de aquél vaso cristalino, buscando la locura de la mano de la embriaguez.- ¿Qué pueden hacer un par de seres solitarios frente a una larga noche como ésta?- inquirí, haciendo halago de mis armas seductoras, infalibles.

Aquella noche deseaba cometer una gran locura y el destino me había sugerido aquél que ahora me miraba con una chispa de diversión en sus ojos, por lo que no pensé desaprovechar aquella oportunidad que prometía sacarme del más oscuro pozo en el que me ahogaba desde mi última ruptura.

Degusté largamente el vodka que había llegado con rapidez entre mis manos y observé con una sonrisa a aquella fémina escondida entre ropajes que buscaba conversación, y aparentemente algo más, aunque no podía dar fe de lo último. Me encogí de hombros haciendo presente mi resignación y sonreí un tanto avergonzado, aunque no sabía por qué exactamente estaba así – Mal día, en efecto…pero me siento mejor con sólo verle. – Ahí iba de nuevo, benditas costumbres…- No es que me hayan dejado plantado...sino que he tenido mala suerte –expliqué con inesperada sinceridad, ¿Acaso era por el vodka? - Sinceramente creo que la descortesía aquí es que una dama tan bella como usted esté en soledad, así que en ese sentido me alegra haber tenido un mal día – Sonreí más amplio, jugando con los dedos alrededor del vaso sin dejar de mirarle - ¿Qué pueden hacer?...No lo sé…-me hice el inocente, aunque mi mirada fuera completamente distinta a lo que quería expresar; y sentía que esa dama también pensaba lo que yo - ¿Tiene alguna sugerencia, My Lady?

Alcé el vaso y me terminé el vodka en el acto, mirando de reojo la tercera ronda que venía. Luego miré a la mujer, y asumí lo que iba a suceder. No podía estar más seguro de ello.

Tomé el vaso de vodka antes de que el camarero lo depositara sobre la barra, bebiendo de su contenido en un solo trago. Miré al muchacho y sin mediar palabra alguna, le tomé por la corbata, guiándolo hacia unas escaleras que ascendían hacia las habitaciones de las cortesanas, abriendo la puerta de una de ellas con una patada y contemplando cómo una ramera y su cliente mantenían relaciones sobre el alféizar de la ventana. Puse los ojos en blanco y resoplé, ignorando los gritos de la mujer que reclamaba intimidad. Dejé caer al joven sobre las sábanas del lecho y le guiñé el ojo antes de acercarme a aquellos que copulaban, controlando sus mentes para que, en silencio y desnudos, salieran de la alcoba y cerraran la puerta tras ellos, dándonos intimidad.

- Ésta es mi sugerencia. ¿Acepta el juego?

Di un salto y me coloqué sobre el colchón, sintiéndome observada cuando mis manos empezaron a deshacerse de la gabardina y dejaron ver que bajo ésta, lucía un ceñido, corto y escotado vestido carmesí. Agité mi cabellera y preferí sonidos un tanto salvajes mientras aquél vestido desaparecía de mi cuerpo, quedando completamente desnuda frente a los ojos de un extraño que parecía más que satisfecho por el giro de los acontecimientos.

¡Oops! Todo fue demasiado rápido a partir del momento en que me cogió de la corbata, casi vertiginoso. Su fuerza era tremenda para ser una dama, y por ello supuse que era algún tipo de sobrenatural: vampiro para ser más exacto. Mientras me llevaba hacia las habitaciones supuse con ello lo que querría, y con aquel radical cambio de actitud en la pareja que por los sonidos que hacían y se oían parecían estarla pasando bien tragué saliva, sostenido y cobijado por las sábanas ya revueltas y que se revolverían un buen rato más.

Le sonreí ampliamente y le contemplé gustoso mientras se desnudaba, dejándome ver su anatomía y confirmando mis suposiciones. Su desnudez era divina y encandilante, y no pude evitar relamerme al verla, moviendo la cola mentalmente como un cánido entusiasmado. – Jamás me niego ante un juego de este tipo…- le comenté y la moví para dejarla debajo de mí y besar sus labios mientras mi chaqueta volaba y sentía cómo sus manos de milagro no arrancaban mi camisa y masajeaban mi pecho con aquel exquisito contraste de mi calor con su frío. Aquello me provocaba más aún.

Arañé su camisa antes de desprenderla de su cuerpo para mantener el primer contacto de su piel contra mi piel, contorneando con la yema de mis dedos cada músculo de su pecho y abdomen, sonriendo divertida ante el calor que su cuerpo desprendía.

- Que empiece el juego.- anuncié, girando con él enredado en mi anatomía para tomar el control de la situación, depositando por su cuello pequeños besos y mordiscos que luego sané con algunas lamidas pícaras que pronto me condujeron hacia el lóbulo de su oreja, carne con la que jugué hasta erizarle la piel.

En aquél momento, mis manos descendieron hacia sus pantalones, buscando el cinturón para arrancarlo de allí, dejándole a mi merced por completo. Tras relamer mis labios, me deshice de la última tela que obstaculizaba con mis deseos carnales y sólo entonces, empezó la acción.

Por lo general, no tengo preferencias a la hora de escoger una mujer para llevarme a la cama, fuera cortesana o no. Las razas, pensamientos e incluso colores de piel quedan tirados a un costado de la cama igual que las ropas que desaparecen con la rapidez de unos cuantos pestañeos, porque lo que importa son el par (o más) cuerpos revolcándose y disfrutando para pasar el rato o conseguir algo más, lo que podía ser una infinidad de cosas dependiendo de la persona.

Sin embargo, no puedo evitar sentir una atracción importante por las damas que no son completamente sumisas entre las sábanas, sino que al contrario, buscan tomar el control de la situación y mantenerlo, ver al hombre gemir bajo su cuerpo con mirada altiva y segura, con movimientos posesivos, bruscos y sensuales al mismo tiempo. No es que a mí me guste ser sumiso, oh no…pero me gusta la idea del desafío, de sentir que no todo es absolutamente seguro.

Así me sentía con esta mujer que me hacía estremecerme un tanto con las caricias al cuello y al oído, aunque yo no me quedaba atrás acariciando sus redondos y dóciles senos, que reaccionaban con gusto por las atenciones recibidas; y aunque no tuviera atenciones aún, mi entrepierna también se hizo presente, notándolo así la vampira. Retiró cinturón, pantalón y ropa interior en unos cuantos tirones, quedando por fin en igualdad de condiciones. Sonreí. – Me gusta este juego…-susurré y volvimos a girar para besar sus labios con pasión y deseo, abrazándola de la espalda para pegarla a mí y hacer todo más candente aún. Era deliciosa en todo sentido, y ya estaba ansioso por probar y poseer su interior. No era la susodicha Roxanne, pero al menos me iría de allí con un buen polvo.

Ese hombre hacía girar bien mi cabeza alrededor de su anatomía desnuda, bajando la vista hacia aquél miembro viril que reclamaba de lo cuidados de mi saliva, masajeado por mis labios y dientes juguetones que junto con mi lengua, harían gozar a mi compañero de lecho.
Había salido de casa para hundirme en la miseria y ahora, allí me hallaba, contoneándome sobre aquél macho, llevándole a los recovecos más lujuriosos de mi cuerpo, desinhibiendo el control, perdiendo la cabeza.
Nada de ropa, sólo algunas joyas adornaban aun mi piel, brindando una estampa digna de la mejor categoría en la que se mezclaba el sexo y el glamour. ¿Pero en qué pensaba? Sus caricias y besos nublaban mis pensamientos y me hacían delirar hasta el punto de exclamar:

- Guau...

Sabía que se avecina la tormenta, pues si continuábamos aquella fiesta carnal, sabía que mi interior e inundaría de su sabor, de su chaparrón blanquecino que impregnaría mis entrañas de su misma integridad. Porque esa noche, todo esto que ambos veíamos en el otro, sería nuestro.

Él disparaba y yo me desvanecía entre sus piernas, uniéndonos salvajemente mientras los muelles de la cama gruñían sin cesar y el cabezal quedó hecho trizas bajo mis dedos férreos contra la madera.

Y yo bebí de él, saciándome de la locura desatada bajo las sábanas de seda que destripamos y dejamos hechas jirones esparcidos sobre nuestros cuerpos ardientes. Y yo perdóa la cabeza... y mis manos bajaban por su anatomía una y otra vez, deslizándome por su barra erecta, gimiendo y jadeante hasta que nuestro sudor empañó los cristales de la estancia.

No hablábamo mucho, ¿qué ibamos a decirnos? Las palabras quedaban plasmadas en nuestros gestos sinceros y la curiosidad hacia el otro no existía, sólo los dos cuerpos desnudos y sudurosos, desatados a un juego carnal y ferviente que nos enloquecía entre espasmos de goce y pasión sin medida.

Él manoseaba mi par de grandes... sandías, mientras yo jugaba a veces con unas ligas elásticas, mordiéndolas y amenazándole como si fueran tirachinas. Sus aviones de papel bailaban hasta ensuciarme durante toda la noche, tal y como era el plan. Juntos construimos castillos que estaban hechos de arena que debíamos mojar para evitar que desfallecieran demasiado pronto.

Él era increíble, fuego ardiente, más caliente que un Cajún. Y siempre se acercaba más a mí y yo suspiraba de placer con solo mirarle, pensando que ese cuerpo merecía un monumento a la en sensualidad y delirio, in duda.

En algún momento, mis juegos le aturdían, lo que me agitaba profundamente como una maldición, lo sé, quería que desenfundara su arma una y otra vez. Entonces le exigía que me lo pidiese y sólo así yo volvía a ser su ardilla de tierra.