La primavera, la sangre altera... -Heráclito-

La hermosa Meztli como le llaman a la Luna en la Nueva España, se había ocultado tras un par de grandes y negros nubarrones, el viento olía a lluvia trayendo consigo la humedad de esta, anunciándola junto con los rayos y truenos que parecían partir el cielo. Los arboles se mecían con fuerza mientras la gente noble y trabajadora se encerraba en sus casas, aquella gente que temía al escrutinio social, aquellos quienes preferían la vida en familia, o quienes en definitiva no tenían un par de monedas para salir y beberse unos tragos con sus amigos. Sin embargo, en realidad era una ciudad qué estaba llena de gente de doble moral, de muchos qué se dejaban enloquecer por la noche y gastaban su poco o mucho dinero en alcohol, drogas y mujeres de la vida galante, había muchos tugurios, tabernas, bares, prostíbulos y casas de citas que normalmente llamaban “Puteros”, claro hasta los hombres de alta sociedad podían decir algún improperio de vez en cuando. La tormenta que se había desatado justo después de la media noche, no los detendría, se podían escuchar los cascos de algunos caballos qué golpeaban en el empedrado junto con el sonido de las gotas de lluvia que se estrellaban violentamente en las paredes, techos y ventanas.

Había un lugar en especial, un burdel qué siempre tenia la farola roja encendida en su puerta, un lugar donde solo se encontraban las más hermosas mujeres, las doncellas que vendían su virginidad por el mismo precio que una familia de clase baja usaría para comer un mes, mujeres que vendiendo besos y caricias ganaban lo suficiente para vivir cómodamente por el resto de sus vidas y comprarse lujos además, tenía un detalle, la mayoría de las chicas usaban antifaces, velos o máscaras para ocultar sus rostros, unas por comodidad, por pena, por necesidad, obligación o simplemente para evitar ser reconocidas por miedo al qué dirán. El local estaba bellamente decorado, todas las piezas de arte eran originales, costosos muebles de madera y pieles, todo a media luz, las telas de las cortinas eran de finas sedas, lo mismo que las sabanas de las acolchonadas camas, colchones rellenos de plumas, cojines y almohadones de satín, el aroma a alcohol, buen vino, tabaco, achís, opio, perfume e incienso embriagaba el ambiente, así como la música tocada por un magnifico pianista, un violinista, que eran acompañados por un flautista, de vez en cuando una cantante se unía al grupo.
-AHHHHHHHHHHHHHHHHHH ESTÁ MUERTAAAAAAAAAAA.- se escuchó un grito desgarrador que venía directo de una de las habitaciones de arriba, la música se detuvo, el caos y el miedo empezó a apoderarse de los presentes, era obvio que esos malditos rumores, que esas leyendas eran reales y los había alcanzado. Todo era caos, la madame pidió encarecidamente que la calma se guardase, de inmediato el cuerpo fue sacado hacía el patio donde se harían cargo de él, el ambiente que antes gozaba solo de sensualidad y lujuria, ahora estaba aderezado por el delicioso aroma a miedo, por la adrenalina y el sonido de los corazones latiendo con fuerza. En uno de los sillones se encontraba una joven recostada, su cuerpo era curvilíneo, adornado con un bello corsé carmesí sumamente entallado, dejando entre ver por el escote sus atributos, una falda de satín entallada abierta por las piernas.

Sin embargo su rostro estaba cubierto por una máscara, ocultaba bajo esta un oscuro secreto, una sonrisa maliciosa llena de diversión y satisfacción, era feliz, gozaba viendo aquel derroche de inseguridad y miedo del qué los mortales hacían gala, eran simples o al menos eso pensaba, le divertía jugar con ellos y sus débiles mentes, pese a tener más de cuatrocientos años, jugaba como si fuera una adolescente. Sus felinos ojos verde esmeralda lo veían todo, analizándolo. Se levantó y avanzó hacia una mesa donde un descuidado hombre había dejado una botella de champagne sin abrir, la tomó y caminó hacia las habitaciones, sin quitarse la máscara, cantaba y bailaba mientras avanzaba, tocaba a las puertas como si de un chiquillo jugando en las calles se trataba. Destapó la botella y sin más a medio pasillo solo por mera diversión la vertió sobre su cuerpo, sonriendo bajo aquella máscara mientras todos se reunían en el salón principal, sin saber si llamar a la policía aún qué en aquel escandalo muchos renombrados caballeros de ata alcurnia saldrían mal parados, el negocio podría ser clausurado, y aquellas chicas terminarían vendiendo sus besos por unos cuantos centavos en las calles, el caos, el miedo, aquella jovencita se alimentaba de él, aun qué el olor a sangre en sus ropas, el sabor metalico en sus labios, ella había sido, había devorado la sangre de la jovencita que encontraron muerta, pero eso, eso solo lo sabría alguien muy especial, cuyas cualidades fueran al menos cercanas a las suyas -Las perlas no son para los cerdos, y estas chicas con manjares, estos malditos cerdos no merecen disfrutarlas, la sangre de una joven y virginal doncella, no merece mal gastarse en ellos.- expresó sonriendo maliciosamente de forma cínica…