A contrarreloj. (Katherine)

Tap, tap, tap... ¿Se escuchaban realmente sus pisadas sobre el asfalto? Violine lo dudaba, a menos que se tratase, claro, de un oído desarrollado. Sus pequeños pies, enfundados en unas bailarinas planas, apenas resonaban pese a lo firme de esos pasos que no eran andados, sino corridos. Sí, corría incesantemente, pero a una velocidad lamentable incluso para una humana... Torpe, lenta, y teniendo que detenerse a cada poco para coger aire.

Era la cara oculta de la moneda, la manifestación de su silenciosa enfermedad, nunca exteriorizada salvo en situaciones como aquella en las que se resentía por fuera debido a lo defectuoso que era su organismo ahí dentro. Cada día que pasaba, un pétalo de la rosa caía, varios granos del reloj de arena alcanzaban el fondo, y la muchacha que ahora cruzaba las calles de París estaba más y más cerca de cruzar a la otra orilla del Aqueronte. Nadie podría adivinarlo a simple vista: tan joven, tan vivaz, tan virginal... Corriendo con su ígnea cabellera siguiéndola al viento, con su rostro de muñeca enrojecido por la aceleración de su pulso, y sus largas piernas moviéndose a un grácil compás, parecía estar rebosante de vida... Nada más lejos de la cruda realidad.

La realidad era que sí corría era para no restarle un día más a su acelerado calendario, porque no sabía a quién se encontraría esa noche mirándola desde esos dos ojos azules que tan bien empezaba a conocer... Si a la bestia, o al hombre que había oculto bajo esta. Y, en caso de tratarse del segundo, seguramente llegar tarde le supondría un nuevo castigo, una tortura más, otra humillación, que pudiera poner a prueba sus límites... Y Violine no estaba segura de si esta vez no los traspasaría, de si podría volver a luchar hasta el final y resistir.

Por eso, olvidándose de su siempre fiel sentido común, la joven dobló por uno de los callejones, con la intención de atajar y llegar más rápido a su destino... Era arriesgado, pero tenía que asumir la responsabilidad de sus actos y sus consecuencias, y esta era una de ellas. Había perdido la noción del tiempo, tras una de sus visitas al Circo Gitano, y no se había dado cuenta de que el sol se había puesto hasta que salió de una de las carpas y se encontró con el manto negro que cubría la Ciudad del Amor.

Tap, tap, tap... Giró metiéndose en otro callejón, algo más oscuro y estrecho. Su cuerpo le pedía a silencioso grito que por favor se detuviera a coger aire, y no tuvo más remedio que hacerlo, parándose jadeante unos segundos, en busca de oxígeno. No dejó tampoco que fuese mucho tiempo el que durase su pausa, y enseguida renaudó esa carrera a contrarreloj...

...Igual que a contrarreloj luchaba por exprimir su vida día tras día.