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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Heloise Chénier Vie Jul 16, 2010 11:28 pm

Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa. Y una escritora frustrada necesita de un hombre soltero al que desposar para lograr huir de casa.

En la casa de los Chénier andaba todo trastocado. Nigel Quartermane había propuesto que la pequeña recepción para celebrar el compromiso se hiciese en su mansión; los Barones jamás imaginaron semejante situación y aunque al principio se negaron nada más que por política y orgullo, terminaron aceptando al final. La Baronesa convenció a su marido de no armar disputas que estropeasen un arreglo tan magnífico como el que tenían e incluso se ofreció a realizar ella misma los preparativos para la fiesta. Aunque ellos consideraban que el matrimonio de su hija era un acontecimiento de gran trascendencia decidieron invitar únicamente a los Robillard, los amigos íntimos de la familia, que los habían acompañado por varios años. Y así, se aseguraban que de si algo llegase a salir mal —¡Que Dios no lo quisiera! — la vergüenza no llegase a ser tanta. Sólo faltaba ver a quienes invitaba el joven prometido.

Hasta aquel día, Heloise Chénier no había salido de sus aposentos en largo tiempo. La Baronesa le concedió un inocente paseo por los jardines de la mansión para que los rayos del Sol le dieran algo de color y un aspecto más sano. La Baronesa era sin dudas, una mujer con un instinto maternal bastante despierto, porque no dejó que su hija paseara sola, sino con unos guardias bastante cerca y bien atentos. Aunque también podría adjuntársele otros motivos a tan buena obra.

Por la tarde, las mucamas ayudaron a Heloise a vestirse; le ajustaron con sanguinaria precisión el corsé, le acomodaron las medias y otro montón de prendas encima. La Baronesa había elegido un vestido de fino satén rojo carmesí, de hombros descubiertos y un escote profundo, con elegantes detalles drapeados y un par de largos guantes blancos. No la llenó de joyas y únicamente aprobó un sencillo collar de oro con una perla incrustada, así como un sencillo par de pendientes. Confiaba en que la belleza de su hija obrase bien por ella, si es que no se le ocurría hablar más de lo debido.

Unas horas después la familia se encontraba frente a la mansión Quartermane; desfilaron hasta el espléndido portal y uno de los criados, elegantemente uniformado, llamó a la puerta. El Barón llevaba del brazo a sus dos mujeres y esperaba impaciente, sin dejar de intentar convencerse de que aquella informal modernidad de Nigel Quartermane no fuese un augurio de sorpresas. La Baronesa usaba su tiempo para lanzarle miradas a su hija, que en vez de tranquilizadoras eran más bien, amenazantes. Se la vio por un momento fugaz mover los labios como si articulase “Pórtate bien”. Heloise puso su mejor cara. No defraudaría a su madre, y mucho menos a ella misma.
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Mensaje por Nigel Quartermane Sáb Jul 17, 2010 5:32 pm

Todo debía ser como el indicara, así era como había crecido, así como estaba acostumbrado, a siempre obtener un si con respuesta, las negativas no tenían cavidad en su vida. No era de extrañarse el que la baronesa y el barón Chénier hubieran considerado poco prudente el llevar a cabo la fiesta de compromiso en la casa de la novia en cuestión, así era como se acostumbraba, así era como era bien visto. ¡Tonterías! Que mas prueba necesitan para ver que siempre será lo que Nigel proponga, justo ahora el timbre de la mansión sonaba, debían ser sus próximos suegros y su próxima esposa. ¡Que ridículo sonaba aquello! Casi tenia que cubrirse la boca para no explotar en carcajadas ante tan descabellada idea a la que el mismo se había prestado. El dinero, el bendito dinero, esa era la única y real razón por la que Nigel había decidido hacerlo. No le hacia falta, tenia fortuna por montones, podría haberse echado a dormir entre su riqueza de haber querido, pero para el nunca nada era suficiente, nunca jamás lo seria, unir riqueza con los barones seria sin duda la mejor de sus hazañas.

Dejo escapar un resoplo bastante exagerado y lleno de fastidio al ver que nadie se apresuraba a recibir a sus tan importantes invitados. - ¡¿Qué nadie piensa abrir la maldita puerta?! – Vocifero a los cuatro vientos sin pudor alguno, una de las mucamas apareció finalmente y corrió hacia la puerta temerosa, haciendo caso a la mención de su exigente amo. – Bola de ineptos… - Murmuro para si mismo, avanzando hasta la pequeña cantina que tenia justamente enfrente del comedor donde se llevaría a cabo la tan esperada ceremonia pre-nupcial. Nada como un buen vaso de whisky para relajarse, aun cuando los nervios no fuera algo que Nigel tuviera presente, los pretextos sobraban.

Cuando el líquido ardiente paso por su garganta pensó en Claire, odiaba hacerlo, pero también lo amaba, eso era justamente la relación que lo unía a ella: amor y odio. Amor por que sin duda era por mucho la única mujer que lo hacia enloquecer, por la que podría haber incluso perdido su entera fortuna, tan solo por saberse su total y único dueño de su cuerpo y alma; odio, por que ella jamás había aceptado lo que el ofrecía siendo algo todavía mas allá de un simple cliente, maldita su suerte, maldita Claire. Bebió de golpe el ultimo contenido de su vaso y lo golpeo con fuerza sobre la mesa para llenarlo una vez mas, beber y un matrimonio falso eran sus únicas esperanzas, beber le ayudaba a olvidar y en su retorcida y estupida mente aun cabía la idea de que pudiese lograr algo de celos en Claire cuando viera esta lo que el estaba por hacer. Tomo el vaso en su mano de manera firme, se dio media vuelta y anduvo hasta la entrada para darle la más amable y por ende falsa bienvenida a sus futuros parientes.
- ¡Un placer el tenerles en mi humilde morada! – Exclamo al ver finalmente los rostros de sus futuros suegros, tan elegantes, tan dignos de el y su vida llena de lujos. Se apresuro a tomar la mano de la baronesa, alzándola con delicadeza y besándola en el dorso como una muestra de aprecio. – Que elegante luce madame, siempre tuvo tan buen gusto. – Le dedico una sonrisa, irguiéndose, esperando por al fin conocer el rostro de la que prácticamente ya era su prometida.
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Mensaje por Heloise Chénier Mar Jul 20, 2010 12:40 am

El eco en medio de un silencio sepulcral fue lo que siguió a los tres firmes golpes que el criado perpetuó contra la gran puerta de madera con el aldabón de hierro; pasaron apenas unos segundos y fueron suficientes para hacer levantar una leve sospecha en quienes esperaban ahí. El criado logró mirar de soslayo los rostros de sus amos; el Barón parecía ser el único perturbado por la demora. De repente, las majestuosas hojas de madera se abrieron y dejaron a la vista a una apenada muchacha que les ofreció una reverencia al verlos; los invitó a pasar y les indicó el camino al lugar en el que los esperaban.

Los muebles, las paredes, los techos, los brocados, las pinturas; todo el lugar proclamaba a gritos su inefable riqueza. Cualquier otra mujer hubiese sentido una gran emoción al saber que pronto podría llamarse ama y señora de aquella mansión, pero Heloise Chénier ni se molestó en reparar en aquellos detalles. En su mente tenía en claro que vivir ahí no figuraba en sus planes y en realidad se sentía bastante orgullosa… Orgullosa y segura porque pronto podría acariciar la libertad.

La doncella los condujo hasta una estancia en la que dos sirvientes los recibieron golpeando el suelo con unos pesados bastones; al otro lado de la puerta se encontraban Nigel Quartermane y otro sirviente, quien se apresuró a abrirla y a saludar con una leve reverencia. Los Barones fueron los primeros en pasar y tras la sombra de sus padres, Heloise escuchaba como su próximo marido elogiaba a la Baronesa. Había dicho lo adecuado y con la precisa falsedad con la que todos alababan a los Barones de Cavilnet, de quienes los oídos ya debían estar que acostumbrados a escuchar aquello, pues ya no podían reconocer la verdad de la mentira.

La Baronesa le agradeció con una elegante inclinación de cabeza y miró al Barón, quien había comenzó a hablar: — ¿Entonces sigue firme en su decisión de no invitar a nadie?—, preguntó refiriéndose a lo que el joven prometido le había dicho una vez. Al Barón le gustó aquella cualidad de reserva que parecía presentar Nigel Quartermane, pero es que para él no parecía existir el concepto de una arraigada soledad. —Pues muy bien, no lo posterguemos más y permítame presentarle a su futura esposa: Heloise Chénier.

El Barón pronunció aquellas palabras mientras se separaba de su consorte y buscaba la mano de su hija; Heloise dio unos pasos al frente, arrastrando el suave satén rojo de su vestido y sujetó a su padre. Miró directamente a los ojos del joven Quartermane por unos cortos momentos antes de bajar la mirada tal cómo le habían instruido que las buenas damas debían hacerlo; el Barón le tendió la mano de su hija al muchacho.

Monsieur Quartermane…—musitó con voz aterciopelada y haciendo una elegante reverencia. —Estoy verdaderamente halagada por su preferencia—, añadió. Volvió a mirarle, ahora con menos recato del que debía mostrar; ella sabía que lo conocía pero de mucho tiempo atrás. Era común que en su infancia compartiera tardes de juegos con varios niños de buena cuna como ella y Nigel había sido uno de ellos. Lo recordaba especialmente porque había sido un niño bastante amable y educado las veces que se habían visto. En algunas ocasiones pudo escuchar a las mucamas decir por lo bajo que era una tristeza que él hubiese cambiado tanto; Heloise temía que fuese cierto y sentía un poco de pena por él, más encima por lo que tenía planeado hacer. Pero nada, ni el más desgraciado de los hombres en la Tierra, podrían hacerla cambiar de opinión. Estaba decidida a alcanzar la libertad; después de tantos años de opresión, una simple muestra de egoísmo le parecía insignificante.

Sin dejar de sonreír de oreja a oreja, la Baronesa dijo:

—Nuestros invitados no deben tardar en llegar, Nigel, pero me parece que podemos comenzar con un pequeño brindis.
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Mensaje por Nigel Quartermane Mar Jul 20, 2010 1:37 am

No pudo dejar de sorprenderse al fin tener frente a sus ojos a la que próximamente seria su compañera, mas no la dueña de su corazón o algo parecido. La joven mujer emanaba belleza por donde le viesen, envuelta en un precioso y sin duda exquisito vestido color carmín que no hacia más que resaltar aun más la gracia que la naturaleza se había empeñado en brindarle a manos llenas. Nigel soltó la mano de la baronesa y fijo toda su atención en aquella diosa posada frente a el que su mismo padre le ofrecía, una sonrisa curvo sus mezquinos labios, dejando atrás toda seña de esos malos tratos que solía ejercer sobre sus empleados, todas esas malas palabras que acostumbraba a vociferar sin pudor alguno por doquier, toda seña del hombre tan vil en el que se había convertido.

Tomo con extrema delicadeza la mano que le ofrecía el barón, la coloco entre la suya la cual era visiblemente las grande que la de la frágil muchacha y la alzo con elegancia hasta su boca, dejando que sus labios besaran el borde de esta, nunca cortando el contacto visual con los ojos de la joven. – El placer es sin duda mío mademoiselle, me siento verdaderamente complacido por su aceptación de nuestra futura unión matrimonial, espero poder ser el esposo que siempre deseo. – Falsedad, infinita falsedad. En sus planes jamás había estado el formar una familia, Nigel era del tipo de hombres que disfrutaba de llevar una vida de libertino, haciendo suya a cuanta mujer se le pusiese enfrente y se lo permitiera. ¿De verdad es posible que alguien como el cambie su forma de vida de la noche a la mañana? Por supuesto que no, tan solo una persona sumamente ingenua podría llegar a pensar algo así. Y hablando de ingenuidad…

¿Qué tanto lo seria la joven Heloise? ¿De verdad esperaba que al unirse en matrimonio con Nigel tendría la vida de color rosa con la que sueña toda mujer? Lujos tendría, ¿pero de ahí a ser feliz? Por supuesto que era ingenua, tenía que serlo al haber aceptado casarse con semejante hombre del que poco tenia idea que tan lejos podía llegar. Pero el seguía en su actuación, la mejor de toda su carrera sin duda, siendo el joven perfecto a los ojos de los barones y su futura esposa, fingiendo tan solo hasta que se vieran solos, ahí es cuando de verdad saldría su verdadero yo. Desvío la mirada de la bella joven y se volvió para prestar atención a la mención de la baronesa.

- ¡Por supuesto madame! – Exclamo avanzando hacia ella de una manera quizás un poco teatral. – Por supuesto, espero no les incomode el que haya empezado a beber un poco antes, debo admitir que la ceremonia me tiene un poco…nervioso, nada como un buen whisky para calmarse, ¿no lo cree así monsieur? – Pregunto al barón que se limito a asentir con la cabeza. Tomo tres copas de la cantinita y procedió a llenarlas con uno de los vinos mas finos jamás conocidos, pocos eran los infelices que podían jactarse de haberlo probado alguna vez en su vida. – Por favor.. – Les paso las copas a cada uno de ellos. – Me gustan las cosas intimas, es por eso que de mi parte no hay invitado alguno, espero comprendan, familiares no tengo para mi desgracia, y pocas son las personas con las que podría compartir un evento de esta magnitud. – Nigel sabia la verdadera razón y esa era que en verdad no poseía amistades sinceras, nadie a quien el tuviese ganas de ver en verdad, a excepción de Claire, claro esta, pero habría sido el colmo de haberle tenido presente en tal ocasión. Avanzo con la copa en mano y se poso justo al lado de Heloise. – Brindo por que pocos son los hombres que pueden presumir de tener a una prometida tan hermosa como la mía, por un futuro juntos Heloise…
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Mensaje por Invitado Jue Jul 22, 2010 7:25 pm

Y había llegado el día en el cual se daría el primer paso para la gran ceremonia. ¡Y no podía evitar emocionarme con todo aquello! En verdad me sentía feliz y muy ansiosa por ver a Heloise casada. Luego de tantos años siendo apenas unas niñitas hablando de banalidades, llegar al punto de ser ama y señora del corazón de un hombre y de la casa de éste, era algo que debía quedar en el recuerdo.
Ahora bien: comprendía los puntos a favor y en contra a partir de una Heloise Chénier comprometida. Y más aún los puntos contrapuestos de una Heloise Chénier casada.
¡Sí me hacía feliz! ¡Lo admitía! Aunque pareciera que no, aunque tuviera que mirarla a los ojos con fastidio y enunciar cual oración religiosa que veía lo bueno de todo esto, aún no llegaba a verle todo lo bueno.
Pero para tí todo es fácil, Francine.
Reprochó la joven que se encontraba en el espejo, frente a mí.
Sí, seguramente lo era. Mis padres habían sido siempre dulces y comprensivos. No estaba en igualdad con Heloise en ese sentido, pero...
Yo puedo apoyarla, ¿por qué tú no?
Cuestionó nuevamente la Francine que se cepillaba el cabello.
¡Y es que la apoyaba! ¡Claro que lo hacía! Pero creía en otras maneras, estaba segura de que había otra forma. Y no me digan que no la apoyaba. Siempre lo hice y al final siempre acabaría haciéndolo. Tan sólo...
Se te hace tarde.
¡Oh! ¡Maldición!

Ya en el viaje, mi padre tuvo que pedirme varias veces que dejara de correr la delicada cortina azul que ocultaba la ventanilla del carruaje.
Me notaba bastante nerviosa, y él lo adjudicaba a que era por ver a mi amiga Heloise a punto de dar un gran paso y que seguramente yo, en el fondo, sentía un poco de envidia.
Que eso no se pusiera en tema de discusión.
En verdad, el matrimonio jamás había llamado mi atención, y lo veía bastante lejano. Mi padre era bastante comprensivo y rico como para necesitar que su niña tuviera que casarse por alguna razón. Pero es que no existían tales razones. Por mi lado, simplemente vivía. Disfrutaba día a día y cada una de las experiencias eran testeadas por mí con lentitud, suavidad y paciencia. No había razones para casarse ni siquiera por algún loco pensamiento.
-Hay otras maneras... -le dije al reflejo que se pintaba en el vidrio del carro.

Una vez frente a la residencia Quartermane, mi padre me ayudó a llegar hasta la puerta de lo que sería la nueva prisión de Heloise.
-Francine: aminora la marcha, hija, caerás con ese vestido si corres.
Ahogué un chillido de pena.
¡Quería abrazar a la pobre que se encontraba allí cometiendo una locura! Quizás llegar y oponerme en el mismo compromiso, aunque dudaba que fuera lógico o legal poner el grito en el cielo en dicha ceremonia; acostumbraba a escuchar rumores de esos casos en las bodas.
-Quartermane... -susurré- ¿Comprendes, padre? ¿Qué clase de persona podría tener un apellido así? Ni siquiera eso podría combinar con tan bella joven como lo es Heloise -comenté en voz bastante alta, a lo que mi padre me respondió con un apretón en el brazo-.
-Calla, Francine -pidió con calma-. No seas cruel con tu amiga, seguro que está llena de dicha con esta unión -puse los ojos en blanco a modo de respuesta-. Además, sus padres saben lo que hacen -argumentó con una sonrisa divertida-.

Finalmente mi padre golpeó la superficie de la puerta de la residencia con su bastón.
-Algo me dice que tú y el muchacho no se llevarán bien... -murmuró en voz baja y cerró la boca como si se hubiese convertido en una gárgola de piedra como por arte de magia.
-Pero, de todas formas, apoyo a Heloise -finalicé nuestra conversación con un suspiro y una mueca de resignación. Sonreí y le pedí al cielo que todo fuera para bien-.
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Mensaje por Heloise Chénier Mar Jul 27, 2010 12:21 pm

La Baronesa se quedó sin aire por unos momentos al contemplar con profunda satisfacción como su hija parecía haber atrapado a Nigel con su belleza. Él besó el dorso de la mano de Heloise parsimoniosamente sin mostrarse en ningún momento intimidado porque una mujer se atreviese a mirarlo fijamente a los ojos. A ella la relajó un poco saber que tendría un recato menos por el que preocuparse por el resto de la noche y con esa misma confianza en mente logró sonreír para él cuando le informaba lo complacido que se encontraba y sus deseos por convertirse en el marido de sus sueños. Eso ensanchó su sonrisa, aunque sólo alguien que realmente la conociera podría sospechar de las intenciones que se ocultaban en aquel hermoso gesto. —Confío en que así será, monsieur. Y yo también daré lo mejor de mí… —mintió, siendo consciente del asco que su propio descaro le causaba. No le gustaban las mentiras pero últimamente había estado recurriendo mucho a ellas bajo la excusa de que eran necesarias.

Se creía lo bastante joven, o en todo caso lo suficientemente vanguardista, como para que el pensamiento de encomendar su vida de lleno a ser una esposa abnegada le hubiese cruzado la mente. Jamás había pensando en el matrimonio o en la maternidad más de lo estrictamente necesario o siendo ella sujeto protagonista de aquellos temas y en aquel instante, un escalofrío le rozó la espina. De lo que sí estaba segura es que el matrimonio era cosa seria: una cadena tan difícil de ser llevada por dos que a veces se recurría a un tercero. Incluso el Barón muy a menudo se veía inclinado a buscar dicha ayuda para hacer su vida más llevadera y su esposa, quien sí había sido bien entrenada para vivir el matrimonio sin que le rompieran el corazón, se hacía de la vista gorda. Heloise no dudaba que Nigel Quartermane no fuese diferente. “Pero ése ya será problema de su siguiente esposa…

Y dándose ese otro aliento escuchó a su madre proponer un brindis; el joven prometido en un gesto bastante independiente se adelantó para servir unas copas y luego ofrecérselas a los Barones y a Heloise, quien tomó un pequeño sorbo para disfrutar del intenso sabor del vino. Pero justo cuando quería expresar sus felicitaciones por tan excelente gusto escuchó a Nigel nombrar las razones porque las que no había nadie ahí haciéndole compañía en un día que debía ser tan especial para él; permaneció en silencio mirando al otro lado de la habitación, conforme con seguir al pie de la letra su decisión de no inmiscuirse demasiado con los asuntos que embargasen al muchacho, para así, no interferir en su plan de cortar de tajo todo recuerdo que la atase a aquella ciudad.

Una voz a su lado rompió su concentración y cuando se encontró con los ojos de Nigel mientras le escuchaba brindar por su futura felicidad se quedó un tanto perpleja por no encontrar en su ensayado repertorio algo apropiado que decir. Incluso deseó ser capaz de sonrojarse a voluntad para que su actuación fuese más creíble o poder leerle la mente a la Baronesa. Pero no, la suerte no parecía querer ayudarla. —Una vez más, me halaga, monsieur—improvisó y alzó un poco su copa. —Yo brindo porque tengamos suerte, porque sólo en ella dependerá la felicidad de nuestro matrimonio.

La Baronesa se rió notablemente nerviosa tras anticipar la primera metida de pata de la noche, y su marido se limitó a negar débilmente con la cabeza para luego tomar un gran sorbo de vino en el cual ahogó su pena. — ¡Qué ingenio! Por supuesto, todos los matrimonios necesitan de suerte. ¿A eso te referías, no es así, Heloise? —preguntó su madre, dándose a la tarea de arreglar aquella gran falta de discreción. —Claramente, mi señora—respondió solemnemente antes de imitar a su padre y tomar un gran sorbo de vino. Esto nuevamente le crispó los nervios a la Baronesa, pero viendo que no podía atender dos cosas al mismo tiempo, se contentó con sonreírle a Nigel, confiando en que ello apaciguara cualquier perturbación.

Y como caídos del cielo llegaron los Robillard. Tan pronto como Francine entró en la habitación contagió a su amiga con su tan acostumbrado ánimo. Sin duda, ese ánimo era natural después no haberse visto después de unas largas semanas, aunque Heloise ya estaba puesta en aviso sobre la emoción que también causaba en Francine la misma situación que a ella le abochornaba tanto. A decir verdad, en ocasiones parecía ser demasiado ánimo para su gusto. Por un momento, Heloise se olvidó de sus preocupaciones y luego de dejar la copa en una mesita cercana se acercó hasta ella con una radiante sonrisa en el rostro. La saludó con besos en las mejillas y un cálido apretón de manos, mientras que a Monsieur Robillard le obsequió una graciosa reverencia. El Barón no tardó en hacer las introducciones necesarias luego de saludarse y la Baronesa, que ya parecía sentirse como en casa, anunció que había llegado el momento que tanto habían estado esperando.

Y no, no era la cena. Esa vendría luego…

A Heloise se le revolvieron las entrañas y apretó la mano de Francine, a quien todavía sujetaba, como si le pidiese fuerzas. La realidad pareció golpearla de nuevo pero sus deseos de libertad la curaron momentáneamente.

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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Ago 05, 2010 2:16 am

Suerte. Palabra que la misma joven Heloise había pronunciado, sin duda una bastante atinada. Eso era justamente lo que ella necesitaría en su futura vida al lado de un hombre como Nigel quien de inmediato agudizo en aquel comentario poco prudente de su ahora joven prometida. Mantuvo sus ojos azules en la mirada de la chica, en total silencio y por ende analítico. Si algo tenia Nigel que bien podríamos adjudicarle la palabra “don” es que era muy perceptivo, el convivir con gente de alta clase le había dado esa habilidad, y no era para menos, rodeado de individuos que constantemente su único objetivo era el seguirlo por el dinero o lo mucho que significaba su apellido lo había obligado a identificar a tales personajes; si hoy en día se le veía rodeado de personas como estas en las que abunda la hipocresía seria por que el mismo estaba conciente y lo permitía, después de todo a el también le convenía: una especie de juego donde se servia lo que deseaba de cada persona sin involucrarse demasiado.

Eso era para Nigel su próximo matrimonio: un juego, un contrato que lo haría todavía más poderoso, más reconocido, más ambicioso. Por supuesto que en sus planes no estaba el amar a esa dulce joven con cara de porcelana y cuerpo de muñeca, tan solo la usaría y luego obtenido lo que deseaba la abandonaría como uno más de sus trofeos quizás, como uno más de esos bonitos adornos que abundaban en su residencia. Su vida de soltero continuaría sin duda, jamás pasaba por su mente el prohibirse seguir gozando de la vida, encadenándose a una sola mujer....aunque una vez teniéndola en casa también podría servirle en ese aspecto. Ladeo su rostro levemente para observar la belleza del cuerpo escultural de aquella joven mujer que pronto seria solo suya y sonrío en un intento de aminorar la mirada lasciva que había centelleado casi inconcientemente. Acerco su copa a su rostro y bebió de la manera mas despreocupada sin hacer comentario alguno sobre el reciente de la joven, tan solo se limito a asentir con la cabeza dándole la razón a la baronesa como todo un lambiscón.

Nigel se giro y volvió a sonreír ante las nuevas visitas, le llenaba de regocijo tener a una mas de las importantes familias a las que Paris daba cobijo, los Robillard a quienes a pesar de todo tan solo había visto en un par de ocasiones. Se acerco de inmediato y rindió un amable y excesivo saludo a Lord Robillard y luego bajo un poco su mirada para posar su vista en una belleza más: la joven Francine. Una chica de indudable belleza, Paris estaba plagada de jóvenes diosas sin duda. —Un placer tenerles en mi morada.— Expreso de manera cortes al mismo tiempo que besaba con delicadeza la delicada mano de la joven invitada, tuvo deseos de dedicarle una mirada un tanto “especial” que le dejara claro su atracción hacia ella, pero no podía darse el lujo de tanto descaro ya que se trataba de la mejor amiga de su futura esposa, si, demasiado arriesgado. Desistiendo de sus viles pensamientos se giro para ver disimuladamente el gran reloj a sus espaldas el cual le indicaba que había llegado la hora que definiría todo de manera oficial.

Bebió el resto del vino que aun había en su copa y luego de dejarla sobre la mesa se apresuro hasta uno de los imponentes muebles que yacían en aquella lujosa habitación, abrió uno de los pequeños cajones en el y saco una pequeña cajita hecha en un exclusivo y fino material. Se tomo unos momentos antes de girarse nuevamente y pensó en lo que haría, pensó en ella, en Claire, su amada, la que en verdad hubiese deseado que estuviera ahí esa noche, a la que su corazón –aunque vil- amaba profundamente….pero también la que lo había rechazado y se había burlado de el sin piedad, sin detenerse siquiera a pensar en la humillación que le causaba. ¡Como era posible eso! Que una simple y mundana cortesana osara a despreciar a tan importante caballero. Tal cosa aun lograba indignarlo hasta el tuétano. El coraje y frustración volvió a apoderarse de el en ese instante, presionando los dedos de su mano contra la pequeña caja y girándose de una vez en un movimiento grácil y algo exagerado, avanzando hasta posarse frente a la mujer por la cual sentía absolutamente nada. —Ha llegado el momento…— Expreso mientras miraba por apenas breves instantes a los barones e invitados, finalmente a la joven Heloise. Se hinco frente a ella sumando menos importancia esa noche a sus finas ropas y alzo la misteriosa cajita frente a la chica, la abrió con delicadeza dejando poco a poco al descubierto el contenido de esta. Una joya de incalculable valor brillo ante los ojos de los presentes, una sortija por la que sin duda cualquier mujer mataría con tal de obtenerla, y ahora era de ella, de Heloise. —¿Quieres ser mi esposa Heloise? El compromiso ha sido previamente hecho, pero tú tienes la última palabra, luego de esto seremos prácticamente marido y mujer. ¿Aceptas?— Permaneció fingidamente expectante ante la respuesta que ya conocía, puesto que ninguna mujer podría resistirse a tan apuesto caballero y tan valiosa joya, un par difícil de rechazar sin duda.
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Mensaje por Heloise Chénier Mar Ago 10, 2010 11:54 am


Heloise miró con aprehensión a la Baronesa; si no fuese porque a ella también le convenía montar todo aquel teatro, estaría bastante avergonzada por la actitud tan jovial con la que su propia madre la entregaba a un hombre al que no conocía más que por su reputación de adinerado. Respiró hondamente. De pronto se le había formado un nudo en la garganta, pero no de llanto, sino de un montón de palabras que querían subir y estallar histéricamente en sus labios. Buscó en su interior por paciencia, de la que creía tener mucha aunque sus intentos de fuga pasados le hicieron dudar. No, no tenía mucha paciencia, así que terminó inclinándose por la perseverancia.

Sus enormes ojos verdes se clavaron en los de su futuro marido como los de un halcón. Varios pasajes de cuentos le cruzaron por la mente cuando vio al caballero hincarse a sus pies y ofrecerle una despampanante joya; recordó por qué siempre había defendido que los cuentos de hadas eran escritos para mujeres ingenuas y con el corazón de un pollo. ¡Todo era una farsa! Hasta las princesas de los reinos extranjeros se casaban en las mismas condiciones en las que ella lo haría y todas vivían una falsa prosperidad hasta el fin de sus días. “Inglaterra, Heloise; serás tan libre como cualquier otra mujer inglesa…” El llamado de su consciencia la hizo volver en sí y suspirar antes de asentir con la cabeza. —Nada me haría más feliz…—contestó dulcemente a aquella voz que la había alentado dentro de su cabeza pero sin despegar la mirada del rostro del hombre del que creía, muy dentro de sí, burlarse cruelmente —Acepto casarme con usted—, añadió con tono decidido. El guante de seda resbaló por su brazo hasta dejar a la vista la noble blancura de su piel; le ofreció su mano lentamente y sintió los cálidos dedos de Nigel ponerle la sortija, que aunque aparentemente inofensiva, parecía pesarle tanto como una cadena sobre los hombros.

Y tal como esperaba su madre que hiciera, sujetó ambas manos de su ahora prometido y esperó a que se pusiera de pie. Fue capaz de darse cuenta que era casi tan alta como él y que era fácil tenerlo cara a cara, pero aún así fue incapaz de continuar mirándolo a los ojos mientras protagonizaban aquella escena tan inusual, en la que todos parecían regodearse en felicidad menos ella. Decidió pecar de cobarde. —Creo que voy a presumirle más de cerca mi sortija a Francine… porque ella sigue siendo soltera—dijo con una sonrisa muy cercana a una genuina regresó a mirar a su amiga y se alejó de Nigel antes de que se le ocurriera ahondar en aquel torrente tan sentimental, temiendo más que nada que quisiese probar la efectividad de los nuevos derechos que había acabado de adquirir abrazándola, ¡o peor aún, besándola! Un escalofrío le recorrió el cuerpo de tan sólo pensarlo; si ya había tenido suficiente con haberle sujetado de las manos, no quería ni imaginarse cómo iba a reaccionar ante eso.

Estaba segura que para el día de la boda ya habría reunido suficiente voluntad como parar lograr besarlo frente a un montón de personas dentro de la iglesia. Nuevamente aquel frío horrendo… —No puedo dejar de pensar—murmuró con un brillo aterrado en los ojos a su amiga. Ya le había platicado de ese mismo temor y esperaba que ella le respondiese con una de esas frases tranquilizadoras que tan bien sabía darle. “Calma, calma, calma”. Decidió dejar de tejerse historias absurdas en la cabeza o terminaría huyendo despavorida de aquella casa, arruinando por completo su única esperanza de liberarse. Uno de los mozos apareció anunciando que la cena estaba servida y antes de que Heloise lograrse salir del salón con los Robillard la Baronesa la abordó para abrazarla, diciéndole al oído lo orgullosa que se encontraba. La soltó cuando atisbó que su maniobra había surtido efecto y había logrado retrasarla, al igual que a Nigel, al que no le había quedado, aparentemente, de otra sino esperarlas. A Heloise no la hacía tonta pero sí bastante desgraciada, por lo visto. Miró intensamente a la Baronesa mientras se alejaba, algo muy dentro de ella le recordaba que era pecado lo que se le pasaba por la cabeza, pero es que comenzaba a sentir algo muy alejado del amor hacia su madre. —Se acaba de ganar una suegra con bastantes trucos bajo la manga—se dirigió en tono mordaz a Nigel. Las intenciones de la Baronesa no pudieron ser más obvias así que Heloise no pretendió hacerse la desentendida; no quiso, tampoco, hacer tan notorio su rechazo así que pasó su brazo por el del joven prometido con el afán de conducirlo rápidamente fuera de aquel solitario salón y reunirse con la gente en el comedor. Confiaba en que, a diferencia de su madre, sus intenciones de salir huyendo no fuesen tan fáciles de leer.
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