Compromiso por interés {Privado} - BSTE

Arley llegó a Cádiz primero que Hilary, al menos un día antes por lo que calculaba que su hermana llegaría mañana pero no se presentaría hasta pasado mañana ante los Montero. Pero en ese tiempo Arley, no solamente haría un recorrido por el puerto de Cádiz y las tierras que tendría al volver Conde de esas tierras que por lo que veía seguían estando en buenas condiciones pese a los hechos que acontecían y la corrupción manifiesta entre el mercado de Cádiz con la nueva España y luego, la corrupción de Cádiz con el reinado de España. Los Montero no se enteraron de la llegada de Arley hasta que éste mismo se anunció en un pueblo cercano al condado. Lo que tenía que ver, saber y tramar ya se había efectuado, incluso los planes para la llegada de Hilary a la que apostaba había cumplido satisfactoriamente lo que se le había pedido. Chelsea no era una mujer tonta, podía ser incluso más audaz que Hilary; pero nunca que Arley, ni siquiera los dos incestuosos juntos. Mientras pensaba en esa palabra cuando llegaba a las puertas de lo que era algo más similar a un castillo, si no es que un castillo; Arley emitió un sonido parecido a una burla o al menos así intentó que se escuchara y es que por más que deseara ver en la relación de los mellizos algo escandaloso, lo más grande para la cotilla, la desvergüenza para la familia. Él simplemente no entendía porque lo sería, la sociedad era lo suficiente hipócrita, al evidenciar y satanizar una relación descargarían la atención de sus pecados a otros; por supuesto, eso lo entendía, lo que para Arley era desconocido eran los sentimientos que se desbordaban, en la mayoría de los casos de liberación al saber que sus crímenes no podían ser peores. Así, entre cavilaciones la puerta del carruaje de los Montero fue abierta.

El prometido y por ahora representante de los Yorkshires, que además ya era la gran amenaza de toda la familia, tocó unas tierras que serían y no, suyas. Después de la boda se llevaría a Dayanara y dejaría a su hermana a cargo del condado. —Eso será suficiente para ti, no eres capaz de una administración mayor. Cuando te deshagas de la corrupción puedes volver a la mansión. No antes, porque será en esa época cuando caigan los Nottinghams y los Londinenses —le dirá—, y no te gustará estar ahí cuando suceda, créemelo, no te convendrá —concluirá besando la mejilla de su hermana y viajando al puerto con su esposa. Pero eso claro, será un par de días después de la boda, cuando los Nottinghams se hayan ido, e inclusive el Londinense olvidado por Camile. Sonrió cuando pensó en Camile y el destino que preparó para ella en Aragón, una misión que sería su perdición. Entonces, al estar a punto de iniciar su camino sintió, sí, sintió malicia. Por primera vez en su vida, experimentó un sentir y éste más que gustarle se preguntó sí volvería a sentirlo o si podría percibir más sentimientos. Volvió a pensar en el plan de Camile pero ya no pasó nada, sonrió con malicia pero era una sonrisa falsa, interpretada como lo hizo en la casa Yorkshires tiempo atrás, cuando hizo su rebelión hacía su hermana y asumió el control.

Lo recibió el mismísimo conde Montero, o al menos, aún conde, porque una vez se concretara el matrimonio el título y las tierras serían ahora de Arley; así se había pactado, esos habían sido los términos y los Montero no objetaron nada. Arley sabía que había existido una negociación con los Nottinghams, pero las exigencias de éstos eran más de lo que el condado podía darles, no con tanta corrupción; los Nottinghams literalmente despojarían las tierras y el título a los Montero volviéndolos unos acaudalados en la Nueva España, según las fuentes de Arley. Pero no era que Arley tuviera precisamente un espía, simplemente se relacionaba o escuchaba con su extraordinario y agudo sentido auditivo, las fuentes, los cotilleos y por palabras de los Montero, en una conversación apartada de los Yorkshires alcanzó a escuchar como discutían sobre la propuesta de los Yorkshires, evidentemente más generosa que la de los Nottinghams. Lo importante para ellos era obtener un tratado y si podían formar parte de la familia era mucho mejor.

—Mi hermana no tardará en llegar, en un par de horas estará aquí. Yo decidí adelantarme —fingía una sonrisa con un tono no sólo cordial, sino de un auténtico Lord, con clase y alta alcurnia; empero, ningún rastro de arrogancia y en perfecto español. Eso, dio una gran impresión y él lo supo al ver la mirada brillante y satisfecha del conde—. No sé como seáis vuestras costumbres, no quiero faltaros al respeto. Pero… —desvió sus ojos fingiendo no conocer todo el vocabulario español, o al menos el que ocuparía para su siguiente expresión—. me gustaría entrevistarme con vuestra hija a solas, no en una alcoba, ni otra habitación. En un jardín si tenéis, o en el campo con guardias para que no se mal interpreten mis intensiones; que, os juro son absolutamente castas y respetuosas —se expresó con claridad sin dejar de sonreír. El conde aceptó y lo llevó a unos jardines mientras hablaban de negocios, aunque Arley cortaba o desviaba la información. Cuando llegara Hilary se encargaría de esas aburridas charlas—. Sí—dijo Arley ante un acierto, al menos para él, del conde—, La boda la realizaremos el 27 de diciembre, confiaremos en que vosotros preparéis la celebración, que no sea fría como las inglesas, una cálida como la que hacéis vosotros. Con mi hermana, la líder de los Yorkshires podréis hablar más de los detalles y las aportaciones que os daremos. Pero ahora, quiero ver a mi prometida —no tenía ansiedad por verla, no existía una necesidad tal cual. Simplemente quería analizarla, saber que tan fácil sería manipularla y desde que punto lo haría. Encontrar su debilidad para trabajar a partir de ésta. Dayanara podría salvarle la vida, desde un principio que maquillo su plan sabía que al final podría morir, que el imperio caería con él; no vencido por los Nottinghams o por la Iglesia, sino por su hermana ¿por qué no la mataba y así se aseguraba de un plan perfecto?, aunque no lo sentía, era su hermana y respetaría esa importante norma social sobre la protección de tu pariente, pese a que ella buscara matarlo. Como sea, Dayanara tenía que ser su última carta.

El jardín de los Montero era tan distinto al de Hilary, no solamente podía verse, también podía sentir la tierra silvestre, natural, totalmente llena de vida. Quizás no podía oler como otros, pero algo le hacía comprender que cualquiera se enamoraría del olor que impregnaban cada una de las flores que Arley veía por primera vez. Pero aun teniendo la curiosidad de profundizar más en el análisis  del lugar, sólo se quedó allí, quieto a espaldas de las puertas del jardín; con sus manos en los bolsillos y totalmente recto. No midió el tiempo, no le interesaba, pero finalmente escuchó como se abría la puerta y tacones bajaban los escalones empedrados que llevaban al jardín. Podía carecer de otros sentidos pero el oído era tan fino que percibió su temor, su corazón acelerado y el titubeo de sus labios ahogados en palabras que se negaban a salir. Arley se dio media vuelta mostrándose tal cual, con sus ojos vacíos, con un rostro sin sentimientos y totalmente inexpresivo. No respondió al saludo de Dayanara, esperó, siguió estudiando sus reacciones, hizo que se llenara de incomodidad, que siguiera temiendo ese rostro que no le demostraba sentimiento alguno y cuando vio que los labios de Dayanara liberarían un grito prisionero dio dos pasos hacía adelante. —¡Buenos días!—hizo una caravana y teniendo el rostro mirando el suelo cerró su ojos, para después transformar su rostro por un cálido pero tímido y a la vez seductor. Era momento de conquistar a Dayanara.

—Sé que sentís temor, una opresión en vuestro corazón; una sensación de que perderéis vuestra libertad para vivir condenada en una jaula—se fue acercando dejando surgir una sonrisa que generara en ella una confianza—, ¿quién no se sentiría así? Hasta este momento me habéis visto y sin embargo ya lleváis en vuestro dedo el anillo de compromiso que os envié. ¿Cómo es posible que un hombre que va a desposaos no tuvo la sutileza si quiera de pedir vuestra mano, colocar él mismo el anillo y pediros matrimonio?—cogió sus manos y las elevó hasta su pecho, luego, le quitó el anillo—, ¿qué sentís ahora?, ¿te sentís liberada?, ¿más tranquila al no llevar el anillo que os hace sentir prisionera?—ladeó un poco su cabeza e inyectó su sonrisa de calidez—. Puedo verlo en vuestros ojos, y saber que no tenéis corazón, ¿no es así?, se lo habéis entregado a alguien, por eso no late y por eso hay tristeza—eso era y en su reacción lo confirmó—. No pasa nada, el amor se presenta en momentos que no se esperan y realmente, ¿quién manda en su corazón?, el corazón es quién nos rige y aunque no  tenéis corazón para mí quiero que sepáis que el mío es vuestro—soltó sus manos llevándose el anillo al bolsillo de su saco.

El sol sofocaba el ambiente, era más ardiente que en Yorkshire y no sólo eso, el aire estaba impregnado de las brisas del mar volviendo el lugar un auténtico desafío para el cuerpo de Arley. Llevó una de sus manos a la cabeza y con la otra desabotonó el saco; luego, le dio la espalda y se alejó de ella por tres pasos. —No puedo mentir, no puedo evitar ser directo y objetivo cuando se me consulta, no puedo sentir algunas cosas, no tengo la capacidad para imaginar todo eso que no puedo experimentar, no siento ansiedad ni frustración por no ser como los demás; soy distinto, no me guía el corazón porque no late como lo hace el vuestro, me guía la racionalidad de la mente, metafóricamente me alimento de libros, tratados, ensayos o simplemente observándoles para poder comprenderlos, esa pasión que irradian los amantes, esa maldad del asesino, la lujuria, la avaricia, la gula, la pereza, la envidia, la soberbia, la ira…—hizo una pausa y suspiró—, No siento la belleza, no la admiró, pero la interpretó como lo haría la sociedad; una venda me ciega, me priva del calor de la vida. Mi cuerpo reacciona al bochorno que es para mí este clima y sin embargo yo no lo siento, no tengo desarrollado el gusto, el olfato ni el tacto, puedo escuchar muy bien y ver como pocas personas lo pueden hacer. Soy una persona que no puede sentir o eso siempre lo creí, nunca pensé que sería capaz de de adquirir un atributo, darme cuenta que tengo un corazón y éste puede regirme, objetar mis decisiones, latir acelerado y enseñarme lo que es sentir. Lo que trato de deciros Dayanara, es que ya puedo admirar la belleza, vuestra belleza—se dio la vuelta y desvió su mirada a la izquierda, con una extraordinaria interpretación de timidez.

—Estáis haciendo que lata mi corazón, tengo miedo pero también emoción, o conmoción; ¿cómo podría saberlo?; sólo me habéis dicho buenos días con una voz temerosa y eso ha despertado en mí lo que pienso es ansiedad, a penas siento que puedo respirar y el calor de Cadiz mortifica más la presencia de estas emociones que nunca tuve. Quiero que seáis mi esposa Dayanara, no por el compromiso embargado de intereses de ambas familias, quiero que lo seáis por esta atracción que hace que pierda la razón, una necesidad de volver a tocar vuestras manos y besar vuestros labios por primera vez, quiero saber lo que es el amor, pero contigo. Ahora sé que no quiero pasar el resto de mi vida sin ti—se acercó nuevamente a ella, la miró a los ojos y expresó una agitación denotada en un pequeño temblor de sus manos al acercarlas nuevamente a las de ella. Volvió a tomarlas como dijo que deseaba hacerlo, sacó el anillo y lo puso en una de sus manos—. Eres libre, siempre lo seréis conmigo; pero no mandaré en vuestro corazón. Será vuestra decisión y la de nadie más. Os libero del compromiso si así lo deseáis—volvió a soltar sus manos y retrocedió dos pasos cambiando su rostro a uno embriagado de temor—, lo único que tenéis que hacer es entregadme el anillo y decidme que no queréis comprometeros conmigo, que queréis seguir al hombre que tiene vuestro corazón; pero si me lo dais sin decirme nada, entonces yo lo colocaré en vuestro dedo con mi propuesta de matrimonio. Pero os pido sólo una cosa, dadme la oportunidad de enamoraros con este corazón que nació para ti, dadme esta tarde—.