Complice de mis sueños y amores prohibidos [Libre]

La Luna, madre de la mayoría de las criaturas que habitaban este maravilloso lugar iluminaba ahora el callejón usualmente obscuro que se encontraba cerca de la taberna. Habia muchas personas en las calles: barones, duques e incluso duquesas cometiendo libertinaje sin piedad. París se había vuelto un lugar salvaje en donde la pasión y la experimentación entre personas tomó las riendas del lugar, convirtiéndose en un zoológico; donde liberaban a su bestia oculta bajo la atracción. Pero, ¿dónde había quedado el amor eterno y fiel? Me considero la única persona creyente de que el amor verdadero es más importante que una noche de pasión desenfrenada en un burdel, o un beso fugaz que ni siquiera tiene un mensaje oculto como el que yo sueño darme desde niña.
Pasé entre algunos ebrios camuflada en un bello Saluki solitario, sin llamar la atención de ningun hombre fuera de su sano camino (en mi ficha están las imágenes de mi forma perruna) más solo algunas parejas me llamaban entre chiflidos, otros -aburridos idiotas- optaron por tirarme alguna pierda o gritarme para que me alejara de allí tal perro vagabundo buscando comida. Pero no, yo solo quería paz y estaba comenzando a creer que allí no la encontraría.

Ya en mi forma humana, mientras me ajustaba mi vestido de corset que había quedado un tanto flojo, me recosté en la pared de ladrillo desparejo admirando con asco como aquellas personas encontraban algo de diversión en aquello que yo aún no había experimentado, y aunque quisiera con todas mis ansias probar otro cuerpo, creía que no era correcto. Tan solo quería encontrar a alguien que me entendiera, alguien con quien hablar sin preocupación...

Iba caminando lentamente por la ciudad metida totalmente en sus observaciones, aunque intentaba mirar un lado bueno a la nocturna ciudad no le veía ninguno, bueno gracias a uno de esos bancos y aceras conoció o se reencontró con alguien muy especial así que tampoco se podía quejar demasiado. De lo que se quejaba era el nivel de hipocresía que los habitantes de dicha ciudad tenían, no creía posible que una persona de alta categoría por la mañana cuando el sol reinaba fuera la persona más refinada, con mejores modales y ropas, tratando a las mujeres como se debían, se pudiera convertir en la noche en un completo salvaje. Era un cambio radical, pero claro todo quedaba en la noche, en los burdeles. Esas noches de pasión y borracheras que eran rutinas escondidas a sus familias y esposas, en definitiva escondidos a la sociedad aunque si todos hacían lo mismo no entendía bien el punto de que se quisieran esconder.

Mientras seguía renegando en su cabeza atravesó un callejón y justo al salir encontró a una joven que no se percató de su presencia de momento. Tenía en su rostro una mueca se podría decir de asco, le sorprendió un poco que se apoyara a admirar semejante estampa que tenía enfrente. Justo lo que llevaba pensando toda la noche se hacia imagen justo delante de ella y entonces comprendió la mueca de la joven, la cual imitó en su rostro.

-Por mucho que los mires seguirás sin encontrarle sentido-susurró dejando que la luz que ilumina la calle la iluminara también a ella saliendo de su escondite improvisado. Imitó su postura apoyandose también en el muro de piedra a su lado mientras seguía observando la imagen que surgía ante las dos.

Estaba tan fundida en mis pensamientos que había olvidado donde estaba, quien era y solo mi mente trabajaba en analizar el comportamiento de aquellas personas en tal situación. Intenté descifrar cada comportamiento, cada gesto para saber que pensaban y como “cortejaban” a su amante de turno.
Mi gran amor siempre fue analizar y entender la mente humana, su hipocresía y todos sus ideales, como reaccionaba frente a distintas situaciones y como se sentía viéndose en otras. La reacción y los gestos, como predecir la reacción de una persona teniendo como base su comportamiento anterior.
Mi madre siempre decía que eso era ridículo, que era “oponerse a los ideales del pueblo e intentar entender algo que debía fluir, que así es París y que eso hace conocido a París en estas épocas”, pero yo no creía eso. París tiene lugares hermosos, paisajes maravillosos dignos de compartir con otra persona, bibliotecas enormes llenas de relatos y anécdotas dignas de ser leídas que permanecen en el olvido, y a pesar de que algunos sigan la tradición de la cultura filosófica de los grandes pensadores de éstos tiempos, otros se ven inclinados a mantener una personalidad libertina cuando la Luna iluminaba las calles y luego... fingir una vida decente frente a la sociedad, pero todos sabemos quién es quién en este juego.

Sentí pasos y aunque intenté refugiarme para que nadie viera mi “análisis” ya era tarde y a mi lado, imitando mi posición pensadora, se encontraba una mujer de belleza sin igual, la piel como un ángel... o el mismísimo diablo. Una mueca preocupada muy parecida a la que ahora ocupaba en mi rostro me demostró que al fin alguien había llegado con las mismas ideas que flotaban en mi mente confusa. Tras su observación respondí con cierta calma y cierto asombro.

- Es cierto –dije manteniendo la mirada fija en un grupo de cortesanas y algunos hombres ebrios, que como si fuera su último día en sus vidas, disfrutaban de una pequeña celebración a su manera más... salvaje frente a casi toda la población, sin importarles que sus rostros eran reconocibles a distancia y que, según tenía entendido, varios de ellos estaban casados y sus esposas eran muy importantes en la política de Francia- Aunque los mire mil veces de todas las maneras posibles, aunque detenga el tiempo y observe cada gesto y emoción que presentan, nunca en mi vida comprenderé el motivo de éstas celebraciones... vulgares, madame. Es una duda que permanecerá en mi mente por los siglos de los siglos, si es que llego a vivirlos.

Acababa de razonar a quien me estaba enfrentando ahora mismo, pero no de manera hostil, jamás. Solo que un pequeño miedo nacía en mi pecho al darme cuenta que a mi lado se encontraba otra criatura de la noche, quizá mucho más peligrosa que ninguna y que en un movimiento podría despejarme de la vida observadora y solitaria que llevaba mi persona.

- Hasta ya pareciera alguien sin educación, sepa disculparme que no me he presentado. Mi nombre es Zura Bellisario, para servirle en lo que esté a mi alcance –me presenté con un leve movimiento de mi cabeza- No me agrada charlar con alguien del cual no se su nombre ni usted el mío, no sé si me comprende...

A veces mi mente cerrada y mi poca adaptación a las maneras de hablar de París hacían que una muchacha inglesa recién llegada a Francia pareciera anacronista a la época y un tanto antisocial, mal educada y miles de adjetivos más que muchas veces habían llegado a mis oídos.

Su repentina aparición parece que tomó desprevenida a la joven y la puso en un estado de alerta, bastante pendiente a la presencia de Santana pero sin quitar su observación hacia el grupo de personas que tenían delante. Escuchó sus palabras sin apartar la mirada, seguía intentando llegar a un razonamiento. Y pensar que por el día o en reuniones de negocios son muy aburridos… negaba con la cabeza mientras rodó los ojos cuando pensamientos como ese rondaban su cabeza. Las palabras de la joven la hicieron sonreír y soltar una risa irónica, ella llevaba cuatro siglos viendo cosas como esta aunque nunca con tal grado de hipocresía y seguía sin entenderlo.

Si se ponía en la piel de aquellos caballeros, quizás remotamente podría entenderlo, suponía que como cualquier persona de cierto rango social querían escapar de su aburrida rutina, eso podía llegar a comprenderlo pero lo que no conseguía entender era el por qué lo hacían de esa forma, podían hacerlo más discretamente sin tratar a las cortesanas o a quien estuviera en su camino por la noche de tan mala manera. Cierto era que no todo el mundo era igual, pero era un número escaso el que se salvaba y podía llamárseles gente noble.

Mientras Santana seguía en sus pensamientos desagradables hacia aquellos seres, porque no se merecían otro nombre la joven prosiguió hablando. No pudo evitar volver a sonreír poniendo esa típica mueca cínica en su cara de superioridad, era algo superior a ella, siempre que conocía a alguien nuevo su rostro se transformaba en un reflejo de su ego. Dejó de mirar y observar cuando dejó de escuchar la voz de la joven que esperaba saber su nombre, volvió el rostro mirándola fijamente.

-Bonito nombre, aunque extraño…-sonrió y cambió su mueca a una menos altiva, no quería parecer tan arrogante a primera vista- he de suponer que no sois de aquí-su acento no era el de un habitante parisino desde luego- mi nombre es Santana López, un placer conocerla-imitó su gesto de presentación haciendo una pequeña reverencia con su cabeza.

Volvió a poner su vista al frente y una pregunta se le pasó por la mente, ¿si tanto le disgusta que hace parada aquí mirando fijamente dichosa estampa pudiendo estar en sitios un tanto más agradables? Se encogió de hombros, tampoco es que fuera de su incumbencia pero le asaltaba la curiosidad. Tenía claro porque ella estaba allí, había necesitado alimentarse un poco y callejeando después de la comida había acabado allí sin darse ni cuenta.

Sentirse observada por aquella muchacha la hacia cuestionarse si tendría alguna teoría sobre su naturaleza, aunque no le parecía ni mucho menos incomodo pues ya estaba acostumbrada a ser centro de las miradas de la gente allí por donde iba. La experiencia en esta ciudad y en cualquier otra en la que había estado le había enseñado que a esta hora de la noche solo había en la calle criaturas de la noche como ella o de otras razas, aparte de los depravados que se escondían en las sombres y las pobres gentes que no tenían un techo y tenían que conformarse con ser la comida de alguien, por lo que descartando la idea de que Zura fuera la segunda o tercera opción le quedaba la primera. Podria ser una humana cualquier, pero el tiempo le había enseñado a no creer en las casualidad, todo ocurre por una razón.