Amanecer en el bosque (Calypso)

El bosque...¿acaso no era uno de los lugares más hermosos de París? Sí, lo era lo era y lo era. Adoraba el bosque de París casi tanto como el de Escocia. Aquí no llovía tanto como en Escocia, no había tan mal tiempo, pero también me gustaba la lluvia. Más de una vez había salido bajo la lluvia y todo, antes de que nadie más se levantase, o en plena noche también, por supuesto. Me gustaba la ciudad, el ajetreo, pero también me gustaba estar en plena naturaleza. Era algo que disipaba mi mal humor, aunque claro, yo es que no solía estar muy a menudo de mal humor que digamos, a no ser que mi tío me diera la tabarra o que tratara de buscarme un marido o que las cosas se me pusieran terriblemente feas, pero eso era algo que casi nunca sucedía. Había muchas cosas que me hacían feliz. Poder ser una bruja, no esconderlo, centrarme en los hechizos y en mis habilidades también me hacía feliz, esos pequeños momentos en los que trabajaba en mis pociones o en algunos hechizos que me servían para cumplir algunas cosas que quería. O aquel proyecto en el que me embarcaba de vez en cuando. Siempre andaba embarcada en algún pequeño proyecto, lo supiera alguien o no, aunque casi siempre se daba lo segundo, por supuesto.
Era muy temprano por la mañana, tanto que apenas había terminado de amanecer todavía, tampoco había casi nadie por la calle siquiera y faltaban tres días para que volviera a Escocia. Y andaba recogiendo hierbas...algunas para guardarlas como posible recuerdo, y otras para algunas pociones que tenía que hacer, que quería hacer, algunas de mis pociones más peligrosas. Cuando era pequeña y no sabía prepararlas bien hacían explotar cosas. Yo es que no sabía por qué, pero todas las pociones que me salían (o me salen, aunque eso ya casi no ocurre) mal siempre terminan explotando.
Me adentré en el bosque con un vestido de color lila clarito, que me permitía moverme de forma maravillosa por el bosque. Estaba precioso por la mañana, sentía cómo me caía el rocío por la cara y los hombros, como los pájaros comenzaban a cantar por la mañana, y las flores. Y las hierbas, por supuesto.
Tenía que ir a un claro cercano que conocía para recoger las hierbas que me hacían falta, y las que quería. Y allí estaban, creciendo cerca de algunos árboles y de un pequeño lago cercano. Me agaché y recogí las hierbas, guardándolas en un pequeño ridículo que me había traído, esa maldita bolsa medio gastada que nunca me acordaba de cambiar, en el que siempre llevaba hierbas o alguna que otra poción. Siempre llevaba alguna poción, siempre, eso era algo que jamás se me olvidaba, era muy previsora con esas cosas, siempre podría necesitar alguna poción para algo, para lo que fuera. De vez en cuando me remojaba la cara en el lago. Estaba fresca, muy fresca y era muy agradable. Incluso bebí un poco de esa agua, de tan agradable que era. Sí...a aquellas horas el agua estaba deliciosa.
Luego, en vez de agacharme, me senté mientras seguía recogiendo hierbas, cantando algo en mi idioma natal. No me molesté en bajar la voz, no sabía si habría alguien más por el bosque, pero al menos los bandidos se habrían retirado ya. Ni aunque lo hubieran hecho, sabía defenderme bien si me atacaban.

El aspecto de Calypso era todo un cuadro: con sus ropajes que no pegaban para nada con la exuberancia del lugar y su cuervo en el hombro, no parecía tener pintas para que nadie se le acercara. Pero tampoco había nadie en la inmensidad del bosque que le pudiera interrumpir o sentirse intimidado por el cuervo de solo un ojo que tenía en el hombro. De tanto en tanto, Calypso iba dando a Hermes trocitos de carne que tenía en su bolsa, de la cual nunca se separaba. El cuervo no parecía negar ningún trozo de carene fresca; hacia muchos días que no se veían y seguramente se habría estado alimentando de sobras o carroña, ya que la falta de un ojo le dificultaba la visión demasiado para poder cazar, y por lo tanto haberse encontrado con Calypso le había salvado la vida.

-Si no fuera por mi estarías jodido, así que come despacio que la carne no es infinita – le dijo al cuervo. El la miro con resignación y siguió comiendo de su mano. Calypso, se fijo en los arboles y las hierbas que la rodeaban, pero no se fijaba mucho en cómo usarlas para sus pócimas; no estaba por la labor. Había venido a dar un paseo con su macabra mascota y alimentarla un poco, ya que en plena ciudad no creía que fuera recomendable.

De repente se fijo en que los pájaros no cantaban por donde estaban pasando ella y su mascota. Le pareció normal que los pájaros se callaran para protegerse de una bestia tal, que se apoyaba en su hombro; solo si las personas callasen para protegerse… de pronto oyó una voz lejana. Primero le parecieron imaginaciones suyas, pero después oyó un nítido canto de una mujer, cantaba en ingles; siendo ella de origen jamaicano lo entendía perfectamente. Quien podía estar cantando en el bosque, y en esas horas de la mañana. A Calypso le pudo la curiosidad y empezó a acercarse lentamente por detrás aún con Hermes en su hombro.

Las sorpresa son, en cierto modo, como la inspiración. Como la inspiración y como el arte mismo, que puede llegar en cualquier momento, cuando menos te lo esperas y casi siempre en el momento más inesperado. A veces llegan como un relámpago en medio de una tormenta o como una especie de susto en mitad de la noche, cuando te encuentras algo que creías que no existía. Aunque esto último es algo que suele pasarles a la mayoría de los mortales que no conocen nada más allá de sus narices, por supuesto. Por suerte no era mi caso.
Aunque sí que fue una sorpresa eso de encontrarme allí a alguien, de oír aquellos pasos que delatarían la presencia de otro ser humano en el lugar. Alcé la cabeza, dando un pequeño respingo, y entonces vi a la persona que había provocado aquellos pasos, aquella mujer que había detectado mi presencia en el bosque y que llevaba en el hombro...entrecerré un poco los ojos mientras se acercaba. ¿Eso era un cuervo? Sí...al parecer lo era.
Y la mujer parecía salida de una historia de medianoche. O en cierto modo parecía...una bruja. Eso, una hechicera. Lo parecía totalmente, a pesar de no ser vieja ni fea que digamos. Con esos ropajes, ese pelo, pero sobre todo el cuervo de un sólo ojo que tenía entre sus manos y al que en aquellos momentos estaba dando de comer. De lo que sí que podía estar segura es de que no era parisina. Quizás fuera de alguno de los países del Nuevo Mundo.
Me quedé mirándola durante unos segundos con curiosidad antes de hablar, con un poco de eléboro negro en las manos, que se me había olvidado guardar en mi pequeña bolsita.
Y cuando finalmente se acercó a mí me levanté y la saludé con una leve reverencia. Me pregunté si conocería las hierbas que tenía yo en la mano. Si era así mejor.
-Una estupenda mañana para pasear por el bosque...¿no cree?-le dije alegremente. Era un cuadro curioso. Ahora faltaría que un montón de espíritus se arremolinaran a mi alrededor, para completar el cuadro. Ya me había pasado más de una vez, a veces los fantasmas me habían seguido y habían pululado a mi alrededor como aire, aunque eso pasaba sobre todo cuando era pequeña. Pero a veces pasaba... la hechicería no era el único terreno que manejaba. Y entonces ocurrió. Por mis pies pasó una criatura que reconocí como tal, una pequeña nube que se podía reconocer como un espíritu. No pude evitar rodar los ojos mientras esperaba la respuesta de la mujer. Luego la volví a mirar con curiosidad.

Lo era. Era otra bruja. No podría saber qué clase de bruja, o qué habilidades tendría ahora, a simple vista, pero con sólo decir aquello me quedó claro que era de los míos. Una persona que trata de ocultar su condición de hechicer@ no suele admitir que sabe lo que es una hierba como el eléboro negro. Sobre todo las hierbas cómo esa, aunque aquella mujer no parecía de ser de aquellas personas que se guardaban las cosas, o al menos eso era lo que parecía a simple vista. Aunque eso de ocultar tu condición a veces no era necesario, ni siquiera en Escocia, cuando se decía que parte de la familia reinante... Dejé escapar una sonrisa curiosa mientras guardaba el eléboro negro en mi bolsita.
-¿Yo? ¿Envenenar a alguien? ¡No, jamás lo haría! Uso esta planta para otras cosas.-dije negando con la cabeza, como si hubiera dicho algo escandaloso.-No me gusta hacer daño a la gente. Prefiero usar estas hierbas como complemento para otras pociones...aunque admito que a veces preparo algún que otro veneno por si acaso, pero hasta ahora nunca los he utilizado. Nunca-dije alegremente como si lo canturreara.-Pero es mejor prevenir que curar, por si acaso.-y también me gustaba experimentar. Nunca había envenenado ni hecho daño a nadie con mis pociones o mi magia. Mi hermana sí, yo como mucho la había usado para defenderme de los bandidos o de algún que otro asaltante. -Tampoco voy a invocar demonios con esta planta.-dije con una risotada. Decían que se usaba mucho esa planta para invocar demonios también. Pero de todos modos me parecía que no había más demonios que los fantasmas traviesos.
Luego contemplé como la mujer le daba al cuervo el último trozo de carne y le indicaba algo que probablemente podría interpretarse como de que alzase el vuelo, porque eso es lo que el animal hizo, para posarse en alguna parte.
-¿Es suyo el cuervo? Es un animal fascinante-comenté. Había estado a punto de decir bonito, pero admitámoslo, aquel animal no era lo que se decía bonito, aunque sí fascinante, como gran parte de los animales de la noche, que tenían cierto encanto secular. ¿Sería su mascota? Así parecía. No me extrañaría nada, ni siquiera cuando les había visto por primera vez.
-Por esta zona del bosque hay muchas plantas interesantes- Dije entonces recogiendo unas pocas más. -Pero ésta es muy común. Demasiado-dije mientras levantaba el acónito que acababa de recoger-¿Viene a menudo por aquí? Quizás conozca este lugar mejor que yo...-cuando no tenía que ocultar mi condición de bruja a veces me disparaba y me ponía de buen humor, a pesar de la presencia que pululaba a mis pies. Le ordené que se alejara. Y se alejó pero se puso por encima de nosotras, dispuesta a bajar en cualquier momento.
Y entonces recordé que se me había olvidado presentarme. Tal como lo dije:
-¡Ay, qué tonta! Se me olvidó presentarme. Mi nombre es Beatrice Denwonts, un placer conocerla. ¿Cómo se llama vos?

Calypso. Qué nombre más curioso. Traté de recordar si había leído ese nombre en alguna parte, pero no logré hacer memoria. Pero sí...había leído ese nombre en alguna parte, de eso estaba completamente segura. Quizás en algún relato sobre mitología. O en alguna leyenda antigua. En fin, que no lo recordaba, vamos, por mucho que traté de hacer memoria en unos treinta segundos, más o menos. Meneé levemente la cabeza y la escuché atentamente.
Dijo que el cuervo le debía una gorda, que le había salvado de una muerte segura. Sonreí pensativa. Quizás el cuervo incluso la obedeciese y todo por eso, ¿quién sabe? Los brujos a veces nos sentíamos más identificados con unos animales que con otros, y no precisamente porque las leyendas nos los achacasen. Había brujos que preferían otros animales, aunque yo personalmente prefería los gatos. Me chiflaban los gatos de todos los colores, hacía tiempo que había tenido uno, hacía unos diez años...pero el muy sinvergüenza se escapó. Un día de estos podría comportarme como una bruja bruja cómo lo decían y adoptar un gato negro para que me acompañara a todas partes. Sería divertido.
Sí...quizás un día lo hiciera.
-¡Entonces debe de tenerle mucho cariño!-dije refiriéndome al cuervo. Debía de ser una criatura agradecida. A veces algunos animales eran más agradecidos que los humanos. Mucho más agradecidos, por poco que entendiesen de todo lo demás.
Estuve a punto de preguntarle si el cuervo tenía nombre, pero eso me pareció algo tremendamente maleducado, no sé por qué.
Y luego habló de las pociones, que a veces eran muy útiles. Solté una risita divertida cuando insinuó que los cazadores no debían de perseguirme mucho. ¡Si ella supiera..! Los cazadores no sé, pero cazadores condenados sí que conocía algunos.
-No exactamente. Siempre hay alguien que se lo termina oliendo todo, tarde o temprano. Y otros que pueden intentar encontrar la certeza-dije en un tono que casi podría considerare misterioso, llevándose un dedo a los labios, como si quisiera guardar el secreto. Aquello se estaba poniendo bastante interesante. Estaba de muy buen humor aquella mañana, y por eso a veces...-y es divertido echarlo, ¿sabes vos?-dicho esto solté otra risita divertida, recordando algunas de las cosas que había hecho con esos pocos cazadores, cuando había dejado escapar mi lado más juguetón y descarado
-¿Y de dónde sois? Yo soy de Escocia-sí, cuando estaba de buen humor podía hacer varias cosas. O me ponía a charlar con una cotorra o podía hacer uso de mi magia hasta reventar, o las dos cosas-Allí hay mucha variedad, pero en los bosques más cercanos a la capital...en mi país hace mucho frío como para que crezcan más plantas de la cuenta-dije pensando en los veranos en Escocia. Muchas veces llovía, como en Inglaterra, por mucho que hiciera calor o que fuera verano. El tiempo era terriblemente caprichoso en las islas británicas.
E iba a comentarle una cosita más, pero entonces ocurrió algo. Esa presencia se había cansado de esperar y quería hacer algo por lo que volvió a bajar, hasta ponerse delante de nosotras, provocando casi tanto frío como si estuviéramos en pleno invierno. Tirité un poco y puse cara rara, como un gato enfurruñado. Y le hablé a la presencia de la misma forma. Sí, vale, iba a parecer un bicho raro después de aquello pero tenía que hacer algo:
-¡Mishiiiiiii, mishhhhi!-le siseé a la presencia, susurrando otras palabras que sabía que entendería. Y volvió a moverse, pero se colocó a mis pies, como si guera un gatito. Rodé los ojos y miré a Calypso. Tenía que avisarla, aunque luego pensara que era un bicho raro (que lo era, para qué negarlo ya) porque estaba segura de que esa presencia se manifestaría de un momento a otro. La veía muy capaz de hacerlo, lo veía venir:
-¿Notas algo raro? No te preocupes, es que tenemos aquí una fuente de energía un poco..inquieta-dije entonces.
-