AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
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The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
[...] Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraodrinario: me enteré de que había gente que me quería. Que le quieran a uno de ese modo lo cambia todo. No disminuye el terror de la caída, pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió en el aire. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar las leyes de la gravedad.” [El palacio de la luna]
Estación en estación los días se iban convirtiendo en un recuerdo, en el pasado, parecían ser enterrados, parando a un nuevo comienzo, desde hace algunos años Leena había aprendido a disfrutar los días como el ultimo, puesto que en un momento las criaturas de los cuentos de terror existían, de el ser más indefenso debía desconfiar, además no había mucho en quien confiar con la sociedad viviendo ratas entre ratas.
Esa misma noche, como muchas anteriores su pesadilla se hacia vivida, de esas que por más que lo intentaras parecía no querer irse, haciéndote creer que eran reales. El dolor, las heridas, el olor… se ve asi misma con Ayres en brazos, cuando apenas era un bebé, los labios partidos a causa del frio y del hambre, sus mejillas rojas a causa de la fiebre tan alta, no faltara mucho para perder el conocimiento, usa su propio calor corporal para proteger al niño ¿hasta que punto es mentira? Sabe que paso, recuerda ese dia, pero como toda pesadilla, va en aumento, se deforma trayendo consigo una risa que recuerda, una escalofriante risa, una cabellera roja, a su amado lleno de heridas en la espalda, recuerda el olor y la brutalidad, recuerda su propio casi fin… por más que se remueve, parece no poder despertarse, “¡Abre los ojos Leena!”, se grita internamente.
Un grito ahogado que se quedo atrapado en su garganta, al sentir el pequeño cuerpo de su hijo a un lado suyo, lo atrajo asi misma un par de segundos, lo justo para sentir su calor, el sudor cubría su rostro y la luz tenue del amanecer entraba por sus ventanas indicándole que era momento de comenzar con sus labores diarias, lo cual agradecía infinitamente, tener su mente ocupada siempre era un gran alivio, prefería el dia por sobre todas las cosas, los malos recuerdos se iban con el primer rayo de sol, de un momento a otro había puesto en pie, se había puesto un sencillo vestido, y había recogido su cabello, cosa que odiaba, pero no le gustaba tener que estar quitándose el cabello de la cara, cada dos segundos, no salió de la habitación hasta que se aseguro de que su pequeño se encontraba plácidamente descansando.
El dia siguió su curso, como todos los días, los pisos de las habitaciones, estaban limpios, los muebles habían sido sacudidos y las cortinas habían sido abiertas de par en par, para alegrar aquellas paredes, no había dia que leena no abriera las cortinas, la soledad reinaba en aquel lugar desde hace años, no sabia ella con exactitud cuántos, tal vez desde la muerte de la esposa del dueño, nunca había entendido como era posible que aquel hombre fuera tan solitario y peor aun por voluntad propia, Leena aunque no lo gritara a los cuatro vientos lo había llegado a querer y respetar como parte de su familia, el hombre que había la había salvado de muchas cosas, hambre, frio, la había protegido, cuando no tenia porque, eran dos desconocidos que se encontraron por casualidad, se dio cuenta que a esas alturas estaba ahí porque se sentía en su hogar, un hogar con su familia, era su persona favorita por mucho, le gusto desde el principio y todavía no la había decepcionado.
La hora del té había llegado, un viejo reloj que se encontraba en la parte más alta de una pared en la sala le avisaba, lavo sus manos, llevando la bandeja con galletas, una taza y a vieja tetera de porcelana, se dirigió hasta el estudio dando un par de golpes, pero aun así después de todos esos años, no sabia comportarse como una empleada, abrió la puerta sin esperar la contestación, dejando la bandeja en el escritorio – Espero que haya descansado bien – hablo mientras llenaba el contenido del té en una taza, dejando las galletas también cerca de su alcance - El almuerzo no tardara mucho en estar listo – Leena hablaba con rapidez y sin esperar la contestación, es que asi era ella, aunque la mona vista de seda…
Estación en estación los días se iban convirtiendo en un recuerdo, en el pasado, parecían ser enterrados, parando a un nuevo comienzo, desde hace algunos años Leena había aprendido a disfrutar los días como el ultimo, puesto que en un momento las criaturas de los cuentos de terror existían, de el ser más indefenso debía desconfiar, además no había mucho en quien confiar con la sociedad viviendo ratas entre ratas.
Esa misma noche, como muchas anteriores su pesadilla se hacia vivida, de esas que por más que lo intentaras parecía no querer irse, haciéndote creer que eran reales. El dolor, las heridas, el olor… se ve asi misma con Ayres en brazos, cuando apenas era un bebé, los labios partidos a causa del frio y del hambre, sus mejillas rojas a causa de la fiebre tan alta, no faltara mucho para perder el conocimiento, usa su propio calor corporal para proteger al niño ¿hasta que punto es mentira? Sabe que paso, recuerda ese dia, pero como toda pesadilla, va en aumento, se deforma trayendo consigo una risa que recuerda, una escalofriante risa, una cabellera roja, a su amado lleno de heridas en la espalda, recuerda el olor y la brutalidad, recuerda su propio casi fin… por más que se remueve, parece no poder despertarse, “¡Abre los ojos Leena!”, se grita internamente.
Un grito ahogado que se quedo atrapado en su garganta, al sentir el pequeño cuerpo de su hijo a un lado suyo, lo atrajo asi misma un par de segundos, lo justo para sentir su calor, el sudor cubría su rostro y la luz tenue del amanecer entraba por sus ventanas indicándole que era momento de comenzar con sus labores diarias, lo cual agradecía infinitamente, tener su mente ocupada siempre era un gran alivio, prefería el dia por sobre todas las cosas, los malos recuerdos se iban con el primer rayo de sol, de un momento a otro había puesto en pie, se había puesto un sencillo vestido, y había recogido su cabello, cosa que odiaba, pero no le gustaba tener que estar quitándose el cabello de la cara, cada dos segundos, no salió de la habitación hasta que se aseguro de que su pequeño se encontraba plácidamente descansando.
El dia siguió su curso, como todos los días, los pisos de las habitaciones, estaban limpios, los muebles habían sido sacudidos y las cortinas habían sido abiertas de par en par, para alegrar aquellas paredes, no había dia que leena no abriera las cortinas, la soledad reinaba en aquel lugar desde hace años, no sabia ella con exactitud cuántos, tal vez desde la muerte de la esposa del dueño, nunca había entendido como era posible que aquel hombre fuera tan solitario y peor aun por voluntad propia, Leena aunque no lo gritara a los cuatro vientos lo había llegado a querer y respetar como parte de su familia, el hombre que había la había salvado de muchas cosas, hambre, frio, la había protegido, cuando no tenia porque, eran dos desconocidos que se encontraron por casualidad, se dio cuenta que a esas alturas estaba ahí porque se sentía en su hogar, un hogar con su familia, era su persona favorita por mucho, le gusto desde el principio y todavía no la había decepcionado.
La hora del té había llegado, un viejo reloj que se encontraba en la parte más alta de una pared en la sala le avisaba, lavo sus manos, llevando la bandeja con galletas, una taza y a vieja tetera de porcelana, se dirigió hasta el estudio dando un par de golpes, pero aun así después de todos esos años, no sabia comportarse como una empleada, abrió la puerta sin esperar la contestación, dejando la bandeja en el escritorio – Espero que haya descansado bien – hablo mientras llenaba el contenido del té en una taza, dejando las galletas también cerca de su alcance - El almuerzo no tardara mucho en estar listo – Leena hablaba con rapidez y sin esperar la contestación, es que asi era ella, aunque la mona vista de seda…
Invitado- Invitado
Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
Ranald era un hombre adaptable, que fácilmente se acostumbraba a las nuevas dinámicas que la vida le iba presentando, si bien perder a su hija y luego a su esposa no fue sencillo y seguía calando hondo, se había aclimatado con el paso de los años, acostumbrándose así a una zozobra que hiere poco y no mata, a una melancolía exánime que no le arrancaba de tajo las ganas de levantarse por las mañanas, que simplemente se presentaba a veces con más fuerza, pero luego regresaba a ese estado de levedad permanente. Fuera de la pérdida, los cambios que había experimentado no eran demasiados y ninguno requería gran esfuerzo de su parte para ajustarse, quizá el más grande que había cometido desde que Joan había muerto era precisamente ese, asentarse en París, decidiendo que Londres estaba demasiado lleno de recuerdos y que se había convertido en una zona de confort que no le venía bien a él y su labor de escritor.
Una vez en la capital francesa se movió con bajo perfil, algunos libros suyos habían sido traducidos al idioma de Rousseau pero jamás era eso su carta de presentación, durante los primeros meses se había tomado la libertad de no hacer nada, de subsistir con los ahorros de su vida y dedicarse a la labor de plasmar palabras en el lienzo blanco, después de un tiempo fue en búsqueda de un empleo en un periódico local (la tarde de su entrevista había conocido a Samantha, una heterodoxa y encantadora joven), su temor fue no ser contratado por su manejo limitado del francés, pero por sus credenciales fue contratado y ahora tenía un suministro monetario asegurado. Su casa era un piso humilde en el centro, nada ostentoso, no tenía para adquirir algo de otra naturaleza, además de que eso le servía y vivió ahí solo por un largo tiempo hasta que conoció a la chica con la que ahora compartía el lugar.
Su nombre era Leena, en realidad Ranald no le preguntó demasiado, si bien el viejo escritor era curioso por naturaleza, esta vez con la gitana –ese era su origen- hizo una ponderada excepción, no hizo preguntas sobre el padre del bebé que la acompañaba, o si huía o no, o si tenía familia o no, simplemente la acogió y le dio un trabajo que le sirviera para ganarse algo de dinero –si bien él no era rico, tampoco carecía de éste- y que le diera tiempo de cuidar a su hijo, le pareció un trato justo, a cambio él recibía ciertas comodidades como una cocinera y mucama que mantenía todo en orden, y un obsesivo del orden como él vaya que lo agradecía. Desde que estaba ella, se levantaba un poco más tarde y ya no escribía en el rincón de la sala de estar, sino en un pequeño estudio con una ventana a un callejón, aunque era suficiente fuente de luz por las tardes además que a él le gustaba medir imaginariamente los ángulos que ésta formaba, ahí pasaba horas y tenía la ventaja que el trabajo en el periódico lo podía hacer desde casa, sólo iba una o dos veces por semana a dejar su trabajo y a recibir su pago.
Concentrado como estaba, ni siquiera escuchó cuando tocaron a la puerta, sólo alzó la mirada cuando ella ya estaba dentro. Le causaba cierta gracia notarla como no se comportaba como alguien en su posición, como una sirviente, no le molestaba, si acaso sólo hacía que ella le agradara más porque los nivelaba, no eran patrón y empleada, eran sólo dos personas haciéndose compañía porque estaban muy solas. Asintió a sus preguntas y sonrió, dejó la pluma fuente a un lado y la miró.
-Leena –aun no se acostumbraba a decir su nombre –dime una cosa, ¿tú sabes leer y escribir? –era una pregunta inusitada, sin un origen aparente, pero Ranald no era un ser predecible, si bien no dejaba de ser un hombre correcto y educado, instruido y conversador, era un hombre creativo, por sobre todas las cosas, creativo y perseguido por las matemáticas, ¡vaya combinación! Aguardó la respuesta de la chica, aunque se podía dilucidar hacía dónde quería dirigir esa conversación y sólo esperaba que ella no se asustara con sus intenciones.
Una vez en la capital francesa se movió con bajo perfil, algunos libros suyos habían sido traducidos al idioma de Rousseau pero jamás era eso su carta de presentación, durante los primeros meses se había tomado la libertad de no hacer nada, de subsistir con los ahorros de su vida y dedicarse a la labor de plasmar palabras en el lienzo blanco, después de un tiempo fue en búsqueda de un empleo en un periódico local (la tarde de su entrevista había conocido a Samantha, una heterodoxa y encantadora joven), su temor fue no ser contratado por su manejo limitado del francés, pero por sus credenciales fue contratado y ahora tenía un suministro monetario asegurado. Su casa era un piso humilde en el centro, nada ostentoso, no tenía para adquirir algo de otra naturaleza, además de que eso le servía y vivió ahí solo por un largo tiempo hasta que conoció a la chica con la que ahora compartía el lugar.
Su nombre era Leena, en realidad Ranald no le preguntó demasiado, si bien el viejo escritor era curioso por naturaleza, esta vez con la gitana –ese era su origen- hizo una ponderada excepción, no hizo preguntas sobre el padre del bebé que la acompañaba, o si huía o no, o si tenía familia o no, simplemente la acogió y le dio un trabajo que le sirviera para ganarse algo de dinero –si bien él no era rico, tampoco carecía de éste- y que le diera tiempo de cuidar a su hijo, le pareció un trato justo, a cambio él recibía ciertas comodidades como una cocinera y mucama que mantenía todo en orden, y un obsesivo del orden como él vaya que lo agradecía. Desde que estaba ella, se levantaba un poco más tarde y ya no escribía en el rincón de la sala de estar, sino en un pequeño estudio con una ventana a un callejón, aunque era suficiente fuente de luz por las tardes además que a él le gustaba medir imaginariamente los ángulos que ésta formaba, ahí pasaba horas y tenía la ventaja que el trabajo en el periódico lo podía hacer desde casa, sólo iba una o dos veces por semana a dejar su trabajo y a recibir su pago.
Concentrado como estaba, ni siquiera escuchó cuando tocaron a la puerta, sólo alzó la mirada cuando ella ya estaba dentro. Le causaba cierta gracia notarla como no se comportaba como alguien en su posición, como una sirviente, no le molestaba, si acaso sólo hacía que ella le agradara más porque los nivelaba, no eran patrón y empleada, eran sólo dos personas haciéndose compañía porque estaban muy solas. Asintió a sus preguntas y sonrió, dejó la pluma fuente a un lado y la miró.
-Leena –aun no se acostumbraba a decir su nombre –dime una cosa, ¿tú sabes leer y escribir? –era una pregunta inusitada, sin un origen aparente, pero Ranald no era un ser predecible, si bien no dejaba de ser un hombre correcto y educado, instruido y conversador, era un hombre creativo, por sobre todas las cosas, creativo y perseguido por las matemáticas, ¡vaya combinación! Aguardó la respuesta de la chica, aunque se podía dilucidar hacía dónde quería dirigir esa conversación y sólo esperaba que ella no se asustara con sus intenciones.
Invitado- Invitado
Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
La rutina del día seguía su curso, la escena que tan bien aprendida la tenían ambos, continuaba, las galletas del lado contrario a la fuente de tinta, un poco más arriba del plato la taza de té, la tetera sobre la charola descansando en una esquina del escritorio, Leena se acercaría a la ventana, abriría un poco para que el aire corriera en aquella habitación, después se retiraría, aquella habitación era la primera en su paso al hacer limpieza, puesto que después de tantos años de conocerlo sabia su perfeccionismo por el orden, nunca entendió el motivo, real, ni se atrevía a preguntar, no le gustaba cuestionar a la gente como a ella le gustaba que respetaran su privacidad.
Sí, todo seguía su curso, cuando estaba a punto de retirarse por la puerta para comenzar a preparar el almuerzo, despertar a Ayres, ir a comprar víveres para la comida de esa misma tarde, un par de hilos para arreglar los botones de una camisa, todo llevaba orden, pero aquel silencio entre ambos se vio roto, cuando este la llamaba por su nombre, la gitana giro en sus talones para mirarlo, moviendo la cabeza un poco para hacerle saber que lo oía.
“¿tú sabes leer y escribir?”, pregunta que simplemente la desconcertó, nunca espero una pregunta tan simple parte de parte suyo, y la confusión podía vislumbrarse en el rostro de Leena, jamás había aprendido a hacer ninguna de esas cosas, no porque no quisiera, siendo criada por su abuela, una mujer gitana ya bastante mayor y que era igual de analfabeta que ella imposible, pero cada vez que entraba a aquella habitación en particular, miraba los libros llenar los estantes que despertaban en ella una gran curiosidad, para ella solo eran un montón de garabatos, a veces hojeaba un par, para observar las ilustraciones que eran escasas, pero que le daban algo en que usar su imaginación mientras seguía haciendo sus deberes, creando historias en su mente para contar historias al rubio niño que descansaba entre los brazos de su madre.
Muchas veces también lo vio recitando en voz alta alguno de esos libros para el pequeño niño, contándole historias que ella jamás había oído, también le sorprendía la destreza que tenia con la pluma, pasaba horas, días, meses enteros llenando pedazos de papel, y le pagaban por hacerlo, moría de ganas por aprender a hacer ambas cosas, pero jamás se atrevería a pedirle que le mostrara, Leena tenía un gran defecto, odiaba sentirse inútil y sobretodo pedir ayuda – La verdad es que no se, nunca tuve la oportunidad de aprender – dijo apenas en un susurro bajando un poco la mirada cuando sintió el calor en sus mejillas las cuales sin dudar se habían encendido en un tono malva.
Tenía la oportunidad justa para pedirle que le mostrara, que le enseñara todo aquello que era extraño para ella, pero tampoco es que tuviera el valor para hacerlo, su labio inferior fue mordido con fuerza, mientras se decidía en hablar o no, era firme para ciertas cosas, pero le costaba ser firme para otras – Seria muy bueno aprender, me gustaría poder leer su trabajo en el periódico y no solo traerlo a su escritorio cuando llegue, seguramente es muy bueno..
Leena se acercó hasta el escritorio sentándose en una silla frente a este, posando sus manos en el escritorio, su curiosidad salía a flote, y aunque intentaba frenarse se sentía como una pequeña niña, buscando sentarse en las piernas de su padre para que este resolviera sus dudas, pero aunque ese hombre fuera la imagen paternal que nunca tuvo, no se atrevería tampoco a hacer eso, después de todo eran empleado y jefe. - ¿señor a usted quien le enseño a escribir y leer? sus ojos brillaban curiosos, después de tantos años juntos apenas sabían uno del otro, sabían lo básico, a veces pequeños detalles que por platicas asi se hacían presentes y nunca perdia la oportunidad para conocerlo más
Sí, todo seguía su curso, cuando estaba a punto de retirarse por la puerta para comenzar a preparar el almuerzo, despertar a Ayres, ir a comprar víveres para la comida de esa misma tarde, un par de hilos para arreglar los botones de una camisa, todo llevaba orden, pero aquel silencio entre ambos se vio roto, cuando este la llamaba por su nombre, la gitana giro en sus talones para mirarlo, moviendo la cabeza un poco para hacerle saber que lo oía.
“¿tú sabes leer y escribir?”, pregunta que simplemente la desconcertó, nunca espero una pregunta tan simple parte de parte suyo, y la confusión podía vislumbrarse en el rostro de Leena, jamás había aprendido a hacer ninguna de esas cosas, no porque no quisiera, siendo criada por su abuela, una mujer gitana ya bastante mayor y que era igual de analfabeta que ella imposible, pero cada vez que entraba a aquella habitación en particular, miraba los libros llenar los estantes que despertaban en ella una gran curiosidad, para ella solo eran un montón de garabatos, a veces hojeaba un par, para observar las ilustraciones que eran escasas, pero que le daban algo en que usar su imaginación mientras seguía haciendo sus deberes, creando historias en su mente para contar historias al rubio niño que descansaba entre los brazos de su madre.
Muchas veces también lo vio recitando en voz alta alguno de esos libros para el pequeño niño, contándole historias que ella jamás había oído, también le sorprendía la destreza que tenia con la pluma, pasaba horas, días, meses enteros llenando pedazos de papel, y le pagaban por hacerlo, moría de ganas por aprender a hacer ambas cosas, pero jamás se atrevería a pedirle que le mostrara, Leena tenía un gran defecto, odiaba sentirse inútil y sobretodo pedir ayuda – La verdad es que no se, nunca tuve la oportunidad de aprender – dijo apenas en un susurro bajando un poco la mirada cuando sintió el calor en sus mejillas las cuales sin dudar se habían encendido en un tono malva.
Tenía la oportunidad justa para pedirle que le mostrara, que le enseñara todo aquello que era extraño para ella, pero tampoco es que tuviera el valor para hacerlo, su labio inferior fue mordido con fuerza, mientras se decidía en hablar o no, era firme para ciertas cosas, pero le costaba ser firme para otras – Seria muy bueno aprender, me gustaría poder leer su trabajo en el periódico y no solo traerlo a su escritorio cuando llegue, seguramente es muy bueno..
Leena se acercó hasta el escritorio sentándose en una silla frente a este, posando sus manos en el escritorio, su curiosidad salía a flote, y aunque intentaba frenarse se sentía como una pequeña niña, buscando sentarse en las piernas de su padre para que este resolviera sus dudas, pero aunque ese hombre fuera la imagen paternal que nunca tuvo, no se atrevería tampoco a hacer eso, después de todo eran empleado y jefe. - ¿señor a usted quien le enseño a escribir y leer? sus ojos brillaban curiosos, después de tantos años juntos apenas sabían uno del otro, sabían lo básico, a veces pequeños detalles que por platicas asi se hacían presentes y nunca perdia la oportunidad para conocerlo más
Invitado- Invitado
Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
Se quedó un momento callado, esperando aunque en realidad sabía la respuesta de antemano, no se necesitaba ser un genio, bastaba con saber su origen para adivinar que no, no sabía leer y escribir, los gitanos tenían sus propios códigos, incluso su propia lengua (el calé, de origen indoeuropeo), su propia sociedad apartada de esa maquinaria occidental que para alguien como Ranald, resultaba asfixiante a ratos, pero se sentía tan atado que le resultaba inconcebible salirse y volverse un ermitaño, su labor era una labor social, era comunicador de mensajes, sin un receptor todo se volvía fútil.
Estuvo tentado a ponerse de pie cuando la escuchó pero no lo hizo, en cambio guardó un silencio casi reverencial y esperó hasta que terminara, ella sola, por voluntad propia se había acercado hasta el escritorio y tomado un asiento, sonrió aunque ella no pudo verlo. Al menos demostró interés y eso ya era un gran avance, no tendría que convencerla, Ranald era demasiado blando como para obligar a las personas a hacer las cosas, si hubiese mostrado una reticencia inicial, simplemente hubiese dejado la empresa, de momento al menos, pero por fortuna el panorama fue diferente y eso le dio entusiasmo para seguir.
-Mi trabajo no es bueno –hizo un ademán con la mano y rio un poco –no al menos para iniciar a leer, hay muchos clásicos que seguro te gustarían –dijo y finalmente se puso de pie, rodeó el escritorio y quedó a su lado, mirando la silla que había dejado vacía como si de hecho alguien la ocupara, luego alzó la mirada, un enorme librero cubría esa pared, libros de todos colores, tamaños y densidades, de todos los temas. Ese era un librero nada más de todos los que había en la casa, era fácil andar por ahí y tropezar con un tomo del más extraño de los tópicos, se intuía así quién vivía en esa casa. Señaló una esquina del mueble –Shakespeare –dijo y luego señaló otro punto –Milton –y otro más –Esopo, Dante, Cervantes –cada que mencionaba un nombre señalaba un lugar en el librero –todos mejores que yo, a todos, estoy seguro –la miró –los disfrutarías.
Caminó después hasta la ventana, la única en esa habitación, miró lo poco que le dejaba ver la pésima vista que tenía desde ahí, las ventanas en la sala de estar eran más favorables en ese aspecto. Miró por un rato, quizá demasiado, con las manos entrelazadas en la espalda y luego se giró.
-Yo puedo enseñarte a leer y escribir, y a tu hijo, si quieres, llegado el momento –ofreció, se terminó de girar para poder verla bien, para ver su reacción-, ¿Qué dices? No es tan complicado como luce –por supuesto, tenía que pintarle un panorama sencillo, no decirle que aquello iba a ser un calvario, quizá sería difícil, pero por su cuenta corría hacérselo fácil. Leer y escribir le abriría un mundo de posibilidades, quizá ella ni quiera estaba consciente de ello, las desconocía, no las consideraba, pero una vez que lo consiguiera, Ranald se sentiría más seguro si algún día ella tuviera que marcharse (o él, según el caso).
Se acercó de nuevo y se recargó en el escritorio, la miró aunque no la estaba presionando, sólo la miró, esperando por una respuesta.
Estuvo tentado a ponerse de pie cuando la escuchó pero no lo hizo, en cambio guardó un silencio casi reverencial y esperó hasta que terminara, ella sola, por voluntad propia se había acercado hasta el escritorio y tomado un asiento, sonrió aunque ella no pudo verlo. Al menos demostró interés y eso ya era un gran avance, no tendría que convencerla, Ranald era demasiado blando como para obligar a las personas a hacer las cosas, si hubiese mostrado una reticencia inicial, simplemente hubiese dejado la empresa, de momento al menos, pero por fortuna el panorama fue diferente y eso le dio entusiasmo para seguir.
-Mi trabajo no es bueno –hizo un ademán con la mano y rio un poco –no al menos para iniciar a leer, hay muchos clásicos que seguro te gustarían –dijo y finalmente se puso de pie, rodeó el escritorio y quedó a su lado, mirando la silla que había dejado vacía como si de hecho alguien la ocupara, luego alzó la mirada, un enorme librero cubría esa pared, libros de todos colores, tamaños y densidades, de todos los temas. Ese era un librero nada más de todos los que había en la casa, era fácil andar por ahí y tropezar con un tomo del más extraño de los tópicos, se intuía así quién vivía en esa casa. Señaló una esquina del mueble –Shakespeare –dijo y luego señaló otro punto –Milton –y otro más –Esopo, Dante, Cervantes –cada que mencionaba un nombre señalaba un lugar en el librero –todos mejores que yo, a todos, estoy seguro –la miró –los disfrutarías.
Caminó después hasta la ventana, la única en esa habitación, miró lo poco que le dejaba ver la pésima vista que tenía desde ahí, las ventanas en la sala de estar eran más favorables en ese aspecto. Miró por un rato, quizá demasiado, con las manos entrelazadas en la espalda y luego se giró.
-Yo puedo enseñarte a leer y escribir, y a tu hijo, si quieres, llegado el momento –ofreció, se terminó de girar para poder verla bien, para ver su reacción-, ¿Qué dices? No es tan complicado como luce –por supuesto, tenía que pintarle un panorama sencillo, no decirle que aquello iba a ser un calvario, quizá sería difícil, pero por su cuenta corría hacérselo fácil. Leer y escribir le abriría un mundo de posibilidades, quizá ella ni quiera estaba consciente de ello, las desconocía, no las consideraba, pero una vez que lo consiguiera, Ranald se sentiría más seguro si algún día ella tuviera que marcharse (o él, según el caso).
Se acercó de nuevo y se recargó en el escritorio, la miró aunque no la estaba presionando, sólo la miró, esperando por una respuesta.
Invitado- Invitado
Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
Giró su cabeza en dirección a cada libro que le fue señalado, de diferentes tamaños y colores, acomodados en el estante, para ella solo eran un montón de hojas agarradas a una cobertura, garabatos que no entendía, ahora tenían un nombre, por ahora solo el nombre de personas que los habían escrito, que según él le gustarían, sus ojos brillaban con la intensidad y emoción, no era para menos, eso podría ser una nueva aventura a los ojos de Leena, la joven gitana reapareció, tampoco es que fuera muy mayor, aunque últimamente se comportara de diferente modo comparado unos años atrás.
Callaba mientras él hablaba siguiéndolo con la mirada, cuando se paró en la ventana aquella que tantas veces había visto que no tenia ninguna buena vista, siempre fruncía el ceño cuando lo veía parado en aquel lugar, no lo comprendía del todo, siempre se le hacía muy extraño su comportamiento, pero no un extraño que le molestara, llegaba a tenerle hasta ternura a sus manías.
Tic, tac, el reloj seguía su paso, minutos perdidos, pero que no importaban que habían perdido sentido al romper la rutina, tenia la mente colmada y repleta de nombres que le había dicho, se imaginaba así misma leyendo, aprendiendo, era algo irónico que para poder hacer las cosas por ella misma tendría que depender de alguien más, ya dependía demasiado de ese buen hombre, a veces sentía que abusaba, pero ahora era como si le estuviera abriendo puertas que ella jamás pensó haber atravesado y lo mejor aun es que no iba a dejarla sola, lo confirmaban sus palabras, le ayudaría a aprender.
¿Qué decía? Tenia la garganta con un nudo, mariposas en su estomago, la vista nublada, volvía a lo mismo, volvía a sorprenderle y tenderle la mano cuando no tenia por que, no había un motivo real, después de todo era una simple sirvienta, ya había hecho muchísimo por ella, Leena no cabía en si misma, se mordía los labios, seguían pasando los segundos ¿Qué contestar? ¿Tan difícil era la respuesta?
Se miraban mutuamente, era un silencio nada incomodo, pero solamente hacían eso, mirarse, era una buena oportunidad no podía negarse ¿podría su orgullo más? “Seria por Ayres, poderle ofrecer algo mejor a Ayres” se decía mentalmente, siempre usaba a su hijo para aceptar ese tipo de cosas que en un pasado ella misma no aceptaría
– Acepto señor Hasrky – dijo al fin, pero no sin antes levantar una mano para callar al hombre antes de que comenzara a decir algo más – solo si me promete que no le estorbaré y si no tiene el tiempo me lo dirá, no quiero obligarle a hacer nada. esa era su condición y no aceptaría si él no aceptaba primero.
Callaba mientras él hablaba siguiéndolo con la mirada, cuando se paró en la ventana aquella que tantas veces había visto que no tenia ninguna buena vista, siempre fruncía el ceño cuando lo veía parado en aquel lugar, no lo comprendía del todo, siempre se le hacía muy extraño su comportamiento, pero no un extraño que le molestara, llegaba a tenerle hasta ternura a sus manías.
Tic, tac, el reloj seguía su paso, minutos perdidos, pero que no importaban que habían perdido sentido al romper la rutina, tenia la mente colmada y repleta de nombres que le había dicho, se imaginaba así misma leyendo, aprendiendo, era algo irónico que para poder hacer las cosas por ella misma tendría que depender de alguien más, ya dependía demasiado de ese buen hombre, a veces sentía que abusaba, pero ahora era como si le estuviera abriendo puertas que ella jamás pensó haber atravesado y lo mejor aun es que no iba a dejarla sola, lo confirmaban sus palabras, le ayudaría a aprender.
¿Qué decía? Tenia la garganta con un nudo, mariposas en su estomago, la vista nublada, volvía a lo mismo, volvía a sorprenderle y tenderle la mano cuando no tenia por que, no había un motivo real, después de todo era una simple sirvienta, ya había hecho muchísimo por ella, Leena no cabía en si misma, se mordía los labios, seguían pasando los segundos ¿Qué contestar? ¿Tan difícil era la respuesta?
Se miraban mutuamente, era un silencio nada incomodo, pero solamente hacían eso, mirarse, era una buena oportunidad no podía negarse ¿podría su orgullo más? “Seria por Ayres, poderle ofrecer algo mejor a Ayres” se decía mentalmente, siempre usaba a su hijo para aceptar ese tipo de cosas que en un pasado ella misma no aceptaría
– Acepto señor Hasrky – dijo al fin, pero no sin antes levantar una mano para callar al hombre antes de que comenzara a decir algo más – solo si me promete que no le estorbaré y si no tiene el tiempo me lo dirá, no quiero obligarle a hacer nada. esa era su condición y no aceptaría si él no aceptaba primero.
Invitado- Invitado
Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
Ranald era de la idea de que en los jóvenes yacía el poder de cambiar las cosas, y como viejo era su deber proveerlos de armas y nada más, su época había pasado, su esplendor, su momento álgido y el triunfo absoluto resultaba sólo una cumbre perínclita, eso claro no se lo diría a aquellos que aún vivían a base de ideales, de la ilusión de que con la adultez todo iba a mejorar. Este pensamiento romántico probablemente era el resultado de haber perdido a su hija cuando ésta era todavía muy pequeña, por eso se interesaba –y le obsesionaba- tanto la juventud, porque siempre quiso ver a su pequeña como toda una hermosa señorita, tan bella como lo fuera su madre, de ojos verdes como los propios, pero cabello de fuego como el de Joan. Suspiró ante el ataque de recuerdos y el silencio no sólo estaba a su a rededor, sino en su mente también, sus cejas levantadas y su rostro cerca del de Leena esperando su respuesta.
Se alejó cuando ella comenzó a hablar y sonrió al escuchar la respuesta, estuvo a punto de decir lo feliz que estaba pero ella no lo dejó, su gesto no cambió, sólo se tranquilizó haciendo que su sonrisa se notara más melancólica y asintió.
-Es mi oferta para ti –se llevó una mano al pecho –lo hago porque quiero hacerlo, no me estás obligando y cuando haya mucho trabajo en el periódico pospondremos la lección y será todo, para mí va a ser un honor y un placer ser yo quien te de las herramientas para sobrevivir a este mundo –dijo con una voz tan serena que parecía más bien estar tranquilizando el llanto de un niño-, prometo también ser paciente, repetir las cosas todas las veces que sean necesarias cuando no las entiendas, mostrarte el mundo –calló y agregó –no es que yo sea un hombre que haya viajado mucho, pero he recorrido el mundo no en millas, en páginas en cambio, se puede viajar a donde quieras por medio de la lectura y eso ya lo verás –le guiñó un ojo y rodeó de nuevo el escritorio para sentarse en su lugar, extendió la mano –tenemos un trato entonces, ¿no? –esta vez sonó como si quisiera cerrar un negocio importante, para él de eso se trataba.
-Podemos comenzar cuando tu quieras –luego propuso, dejaría que ella fuese autora de todas las condiciones de esa nueva sociedad, sentía de algún modo que era la gitana la que estaba complaciendo un capricho suyo, uno que a la larga beneficiaría a ambos, pero quizá por ahora sólo pareciera que hacía su santa voluntad-. Lo que sí es verdad es que hay que ir gradualmente, no querrás correr antes de empezar a caminar, ¿verdad? –bromeó y rio de sus propias palabras –así que también debo pedirte a ti mucha paciencia, no vas a leer largos textos de inmediato, pero pronto… también dependerá de la voluntad y entusiasmo que le pongas-. Sabía cómo era eso, más tratándose de alguien tan joven, siempre queriendo avanzar rápido incluso cuando se trataba de algo imposible.
-Y debo de decirte exactamente lo mismo –entrelazó las manos encima de la superficie del escritorio –no quiero quitarte demasiado tu tiempo, también entenderé que esto requerirá horas de tu día, así que no me pondré tan exigente con la limpieza de la casa –lo dijo como si de hecho alguna vez hubiese sido exigente, era un obsesivo del orden, pero Leena hacía bien su trabajo así que en realidad se había hecho acreedora a un regaño o algo similar de su parte –y tampoco quiero que desatiendas a tu hijo –fue muy claro en ese punto.
Se alejó cuando ella comenzó a hablar y sonrió al escuchar la respuesta, estuvo a punto de decir lo feliz que estaba pero ella no lo dejó, su gesto no cambió, sólo se tranquilizó haciendo que su sonrisa se notara más melancólica y asintió.
-Es mi oferta para ti –se llevó una mano al pecho –lo hago porque quiero hacerlo, no me estás obligando y cuando haya mucho trabajo en el periódico pospondremos la lección y será todo, para mí va a ser un honor y un placer ser yo quien te de las herramientas para sobrevivir a este mundo –dijo con una voz tan serena que parecía más bien estar tranquilizando el llanto de un niño-, prometo también ser paciente, repetir las cosas todas las veces que sean necesarias cuando no las entiendas, mostrarte el mundo –calló y agregó –no es que yo sea un hombre que haya viajado mucho, pero he recorrido el mundo no en millas, en páginas en cambio, se puede viajar a donde quieras por medio de la lectura y eso ya lo verás –le guiñó un ojo y rodeó de nuevo el escritorio para sentarse en su lugar, extendió la mano –tenemos un trato entonces, ¿no? –esta vez sonó como si quisiera cerrar un negocio importante, para él de eso se trataba.
-Podemos comenzar cuando tu quieras –luego propuso, dejaría que ella fuese autora de todas las condiciones de esa nueva sociedad, sentía de algún modo que era la gitana la que estaba complaciendo un capricho suyo, uno que a la larga beneficiaría a ambos, pero quizá por ahora sólo pareciera que hacía su santa voluntad-. Lo que sí es verdad es que hay que ir gradualmente, no querrás correr antes de empezar a caminar, ¿verdad? –bromeó y rio de sus propias palabras –así que también debo pedirte a ti mucha paciencia, no vas a leer largos textos de inmediato, pero pronto… también dependerá de la voluntad y entusiasmo que le pongas-. Sabía cómo era eso, más tratándose de alguien tan joven, siempre queriendo avanzar rápido incluso cuando se trataba de algo imposible.
-Y debo de decirte exactamente lo mismo –entrelazó las manos encima de la superficie del escritorio –no quiero quitarte demasiado tu tiempo, también entenderé que esto requerirá horas de tu día, así que no me pondré tan exigente con la limpieza de la casa –lo dijo como si de hecho alguna vez hubiese sido exigente, era un obsesivo del orden, pero Leena hacía bien su trabajo así que en realidad se había hecho acreedora a un regaño o algo similar de su parte –y tampoco quiero que desatiendas a tu hijo –fue muy claro en ese punto.
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Re: The ones who made a difference By withstanding the indifference [Ranald]
Leena tomo aire un par de veces antes de asentir con un simple movimiento de cabeza, estaba emocionada aunque no lo aceptara o demostrara del todo, es que era algo nuevo para ella, algo que no conocía, también tenía miedo y era de entenderse, de ser unos simples garabatos que se acomodaban uno tras otro se habían convertido en palabras compuestas y hasta podrían llegar a convertirse en conversaciones escritas.
Eso era un libro conversaciones constantes escritas, algo nuevo para su mundo, se sentía como pequeña en un mundo que en vez de hacerse pequeño cada día se volvía en algo más grande y nuevo para ella.
Volvió a tomar aire antes de sonreír ampliamente, era algo bueno, no era un funeral, ni nada malo había pasado, estiro la mano para pescar la del escritor y estrecharla con ambas manos, tal vez el movimiento era algo brusco pero mostraba su felicidad, cuando se dio cuenta de esto soltó su mano.
- Perdone añadió al fin con las mejillas coloradas pero aquella sonrisa que no se desaparecía de su rostro seguía con toda su intensidad que podía decir del brillo de sus ojos, si Leena fuera más sentimental de un segundo a otro, de estos empezarían a brotar lagrimas pero no iba a llorar y menos cuando lo que quería hacer era gritar de emoción.
-¿Cuándo comenzaremos las clases? se balanceaba levemente sobre la silla como una pequeña niña ¿aparentaba en ese momento su edad real? ¿Ó parecía de tres años?, no estaba para nada segura de aquello.
El reloj que anunciaba que era medio día se hizo oír haciendo que Leena se levantara de golpe no se había dado cuenta que era bastante tarde, no tenía más de 15 minutos ahí, pero la prisa por iniciar sus clases particulares con él, ese hombre tan inteligente y bueno a los ojos de la gitana .
– Un trato es un trato y preparare el almuerzo antes de empezar la primera clase ¿le parece? nunca le daba tiempo de contestar, puesto que ella no tenía tiempo, siempre era muy desesperada, salió hacia el mercado casi corriendo, ¿Qué cocinar? Algo rápido que gustara, se decidió por un caldo con verduras, algo fácil y rápido de hacer.
Cuando se dio cuenta tenía todo preparado, hasta el caldo servido en un pequeño tazón y se preparaba para volver a aquel estudio, tocó la puerta dos veces y como era de esperarse no espero a que le permitieran el paso – Le he traído de comer anunció al fin, ¿en algún momento desapareció esa sonrisa? No, por lo menos no desde que había salido de ese lugar tiempo atrás
Eso era un libro conversaciones constantes escritas, algo nuevo para su mundo, se sentía como pequeña en un mundo que en vez de hacerse pequeño cada día se volvía en algo más grande y nuevo para ella.
Volvió a tomar aire antes de sonreír ampliamente, era algo bueno, no era un funeral, ni nada malo había pasado, estiro la mano para pescar la del escritor y estrecharla con ambas manos, tal vez el movimiento era algo brusco pero mostraba su felicidad, cuando se dio cuenta de esto soltó su mano.
- Perdone añadió al fin con las mejillas coloradas pero aquella sonrisa que no se desaparecía de su rostro seguía con toda su intensidad que podía decir del brillo de sus ojos, si Leena fuera más sentimental de un segundo a otro, de estos empezarían a brotar lagrimas pero no iba a llorar y menos cuando lo que quería hacer era gritar de emoción.
-¿Cuándo comenzaremos las clases? se balanceaba levemente sobre la silla como una pequeña niña ¿aparentaba en ese momento su edad real? ¿Ó parecía de tres años?, no estaba para nada segura de aquello.
El reloj que anunciaba que era medio día se hizo oír haciendo que Leena se levantara de golpe no se había dado cuenta que era bastante tarde, no tenía más de 15 minutos ahí, pero la prisa por iniciar sus clases particulares con él, ese hombre tan inteligente y bueno a los ojos de la gitana .
– Un trato es un trato y preparare el almuerzo antes de empezar la primera clase ¿le parece? nunca le daba tiempo de contestar, puesto que ella no tenía tiempo, siempre era muy desesperada, salió hacia el mercado casi corriendo, ¿Qué cocinar? Algo rápido que gustara, se decidió por un caldo con verduras, algo fácil y rápido de hacer.
Cuando se dio cuenta tenía todo preparado, hasta el caldo servido en un pequeño tazón y se preparaba para volver a aquel estudio, tocó la puerta dos veces y como era de esperarse no espero a que le permitieran el paso – Le he traído de comer anunció al fin, ¿en algún momento desapareció esa sonrisa? No, por lo menos no desde que había salido de ese lugar tiempo atrás
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