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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jared Stroganoff Dom Jul 18, 2010 12:34 pm

¿Cuántas veces se le ha pasado por esa perfecta cabeza el echarse atrás y olvidar lo que está haciendo? La respuesta es más que obvia: Muchas, tantas que incluso se ha llegado a marchar, volviendo a los pocos minutos, como si algo le impidiese hacerlo y otra parte quisiese todo lo contrario, presa de esa constante lucha que durante estos días se ha convertido en algo más cruento y, a la vez, más fácil de controlar.

Los días posteriores a lo que hizo aún los recuerda, demasiado vívidos, dolorosos y angustiosos como para olvidarlos así, sin más. Las primeras noches se las pasó vigilando a Arabelle, observándola dormir en su inconscincia, entrecerrando los ojos ante cada espasmo que recorría ese femenino cuerpo. Salía lo justo y necesario para alimentarse de Gwendoline, nada más... Y en esas ocasiones en las que salía, en las que eran otras muñecas u otras personas quienes estaban con él, en su cinismo, daba rienda suelta a la bestia, a la falta de escrúpulos y de emociones que generalmente le caracterizaba. Su pensamiento era bien simple, si la acallaba antes de toparse con Arabelle sus instintos homicidas o sus ganas de despertarla y hacerla sufrir de nuevo desaparecían o, en el peor de los casos, disminuía sustancialmente.

Y cuando ella ya pudo caminar, cuando ya se reinsertó en el trabajo, la evitaba. Así es, zona en la que estuviese la joven de cabellos ígneos zona que Sigmund, o Jared, no pisaba en absoluto. La tenía vigilada como es obvio, incluso a sus oídos había llegado cierto accidente con un cliente... Y no la había castigado. Tenía que haberlo hecho, haberle enseñado otra lección, pero en lugar de ello lo ignoró, le quitó importancia justificándose con que aún estaba recuperándose y lo dejó pasar. Comportamientos inexpicables en el anciano vampiro que comenzan a convertirse en costumbre.

Pero, por encima de todo, lo que más le costó fue verla. Un encuentro casual del que no pudo huir ni esconderse, tuviendo que aguantar esa mirada gris y la compasión que de ellos emanaba. Jamás en su eterna vida un mercado le había resultado un lugar tan agobiante como aquella vez. La cosa no quedó demasiado clara, siendo incapaz de disculparse con palabras aún sabiendo que, con la mirada, ya lo había hecho..Y pensando que ya estaba, que ella lo había entendido, buscando una forma de recompensar ese sacrificio, ese esfuerzo, se encontraba allí, en las puertas del teatro con dos entradas para "El Mercader de Venecia", una de las obras más famosas que Shakespeare.

Obviamente Violine no sabía nada, únicamente le había dado las instrucciones pertinentes a sus subordinados, y, mirando la hora, debía estar de camino... Algo que, más que relajarle, le altera más, comenzando a andar, embutido en un elegante traje blanco (sí, blanco, tiene buen gusto), de un lado a otro, como si así fuese capaz de ordenar sus ideas, lo que tiene que hacer, decir o enseñar...

Como si así le resultase más fácil ser él mismo, esa persona detrás del monstruo, ese hombre que, poco a poco, va despertando.

Como si así, pudiese ser Sigmund en estado puro.


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Mensaje por Violine Dom Jul 18, 2010 4:04 pm

Confudida, totalmente confundida. Así es como se sentía ella, mientras escuchaba los cascos de los caballos resonar sobre el asfalto, con su gris mirada clavada en la ventana del carruaje, observando las calles de París y a los paseantes nocturnos, algunos camino a cenar o al teatro, y otros a las tabernas y burdeles de la ciudad. Cada cual debía de tener una historia que contar, aunque la muchacha de cabellos ígneos las ignoraba todas y cada una... Pero las imaginaba, mientras se preguntaba mentalmente a dónde se dirigiría el cochero, puesto que no había obtenido más respuesta que el silencio al formularle esa misma cuestión en voz alta.

Cuando había llegado tras la puesta de sol a la La Fée Verte, poco antes de que el cielo parisino se volviera un moteado manto negro, se había encontrado en su reservado, justo sobre la cama, un vestido. No era suyo, ni tampoco se asemejaba a los que le entregaban para vestir en el local, sino que se trataba de una prenda mucho más elegante, exquisita podría decirse... De un curioso gris perla, era encorsetado y con vuelo en la larga falda, y llevaba unos preciosos guantes a juego. No había tardado demasiado en aparecer una de las vampiresas que trabajaban en la segunda planta indicándole en tono autoritario y prepotente que debía ponérselo y bajar en cuestión de minutos a la entrada, donde se había encontrado con el carruaje, al que había subido sin entender absolutamente nada.

Interiormente sopesaba la posibilidad de que se tratase de algún tipo de fetiche de Jared, que la vestía de esa forma para llevarla a algún macabro lugar del que alimentarse de ella, como no había hecho desde aquella cruenta noche que intentaba no recordar... Sin embargo, una parte de ella, la correspondiente a esa Arabelle que se resistía a dejarse vencer y a rendirse, tenía la esperanza de que se tratase de una nueva oportunidad de que el destino que había leído estuviera más cerca. Fuera como fuera, la respuesta parecía habérsele puesto en bandeja, porque el carruaje se detenió, frenando así el fluir de pensamientos a los que la joven daba vueltas.

Sus felinos ojos se abrieron, al igual que sus rojizos labios, al ver el lugar de destino: el Teatro. No pudo evitar pensar que aquello podría tener un doble sentido... ¿Estaría referido a aquella ocasión en la que ella mencionó que le apasionaba pero llevaba años sin pisar uno? La otra alternativa es que fuera una indirecta de cuando le hizo creer que aquel momento en el que ambos habían desnudado parte de sus almas, habia sido parte de una obra de teatro montada por él... Ella, en su mar de confusión, esperaba que fuese la primera opción.

Sin atreverse aún a bajar del carruaje, en parte porque no había terminado de asimilar que estaba allí, Arabelle buscó con la mirada la figura de Jared o, como esperaba que fuera aquella noche, Sigmund. El recogido le molestaba, el vestido tenía demasiada tela para estarlo llevando ella, y los zapatos se le antojaban extraños cuando ante él siempre iba descalza... Pero nada de eso era la causa del nudo que comenzaba a formarse en su estómago, un nudo atado con unos hilos muy concretos:

Los hilos de los sentimientos...
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Mensaje por Jared Stroganoff Dom Jul 18, 2010 4:57 pm

Los minutos pasan, la gente va y viene y a él solo le importa una cosa, el sonido de las ruedas de su carruaje, acercándose cada vez más, más... Él, obviamente, no lo escucha desde tan lejos, pero eso no impide que no se lo imagine y que, irónicamente, se ponga más nervioso. Son unos nervios gélidos e impasibles, puesto que al margen del andar de un ldo a otro no hay más señal del mismo, pero son nervios al fin y al cabo.

Es en una de esas idas y vueltas cuando el olor de Arabelle penetra en sus fosas nasales conforme el carruaje va parando, y él se detiene. No alza sus azules ojos, similares al mismísimo hielo del Norte, del suelo, ni tampoco esboza sonrisa alguna o da muestras de acercarse. Se queda petrificado, totalmente, ante la perspectiva que se le acerca, una que, aún con todos los paseos, no ha logrado controlar, manejar y darle un final acorde y planificado respecto a todas sus acciones.

Y así, sin idea alguna de qué hacer, la mente de Sigmund reacciona con suma rapidez, tomando el control de una forma curiosa y extraña: Esta vez no busca la comodidad, si no la felicidad, el sentirse lleno, esa sensación que logró sentir aquella noche en el circo. Eso busca y, por ello mismo, sus pies terminan por deslizarse, majestuosos como siempre, hasta la puerta trasera del carruaje. Saluda al cochero con un gesto antes de abrrir la puerta, ignorando todo el tiempo que puede la mirada de Arabelle, la incógnita en esos ojos, ese rostro femenino y aristocrático que le causaba tanto bienestar como miedo.

Pero las miradas no pueden evitarse eternamente, y cuando se aparta a un lado y le tiende una mano, instándola a bajar de forma delicada, cielo y nubes de tormenta se encuentran... Y en ese mismo momento es Sigmund quien queda hipnotizado, obligándose, por mera voluntad, a reaccionar... Sin éxito alguno. Se queda mirándola fijamente, leyendo en sus ojos cosas que quizá otros no lean, dejando que Arabelle haga lo propio sin ser consciente, dejando ver que esta vez es él, esa persona que conoció en el circo, el que tiene el control de la situación, el que lleva las riendas...

Dejando ver una atracción más que evidente hacia la joven, una atracción que le ha llevado a estar donde está ahora, con la mano tendida, dispuesto a invitarla a una excelentísima sesión de teatro y pasar una buena noche en agradable compañía.


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Mensaje por Violine Dom Jul 18, 2010 5:45 pm

Cerró los ojos unos instantes, intentando adaptarse a la situación... En su día estuvo hecha para ello, para desenvolverse como mariposa social en situaciones así, y quizá por eso tardó solo unos segundos en mentalizarse y en lograr sentirse cómoda con un peinado, maquillaje y vestido similares a aquellos que en su adolescencia llevó y que creyó que jamás repetiría, así como en un lugar al que nunca pensó que lograría volver... El teatro.

Y justo al abrir los ojos, cogidas ya las fuerzas suficientes para aquello, se dio cuenta de que la puerta del carruaje se había abierto y una figura que reconocería a kilómetros estaba plantada frente a ella... Sus irises grisáceos chocaron con ese mar azul, perdiéndose aún con el riesgo a naufragar si la tormenta se desataba. En su mirada, Arabelle mostró una inicial confusión ante la situación y miedo a que se tratase de alguna curiosa forma de torturarla... Pero, en cuanto leyó más a fondo en él, y le reconoció como Sigmund, el hombre y no el monstruo, todo aquello desapareció. En su lugar ilusión, esperanza y perplejidad fueron las emociones que transmitieron los ojos de la joven, repentinamente brillantes.

Con una elegancia y exquisitez propias de la dama que en su día fue, la muchacha aceptó la mano que él le tendía, apoyando en ella una de las suyas, enguantada y fina. Con la otra, se agarró delicadamente la falda del vestido, desviando su mirada unos instantes del vampiro para fijarla en el suelo. Descendió con su ayuda los pequeños escalones del carruaje y los tacones resonaron armoniosamente al pisar el asfalto. Se mordió el labio inferior, con nerviosismo, y alzó de nuevo la vista hacia él...

Y ya no pudo despegarla, como si sus ojos se resintieran de no estar fijos en los suyos. Intentaba descifrar que era aquello que estos le transmitían, sin darse cuenta de que era lo mismo que ella expresaba de forma totalmente inconsciente: atracción. Una atracción que, si no sabía descifrar, era porque jamás la había experimentado, hacia ningún hombre, hasta ahora. Era sumamente irónico que, mientras una parte de ella, Violine, temía y se resentía hacia una parte de él, Jared, por el otro lado Arabelle sufriese ese imparable sentimiento hacia Sigmund... Paradójico e incomprensible para la mayoría, pero no para ella... Y es que si bien la muñeca se atemorizaba ante la presencia de su amo, la mujer oculta tras esta se veía hechizada por el alma del hombre que se escondía bajo el susodicho.

Entreabrió los labios, buscando decir algo, preguntar a qué se debía aquello o, simplemente, saludarle... Pero fue incapaz de encontrar las palabras adecuadas, presa de ese sentimiento cuya semilla fue plantada la noche del circo y ahora comenzaba a florecer en su interior, turbándola. No se molestó en ocultarlo, sin saber si quiera qué era aquello, e ignorando que se trataba de lo mismo que en él había visto hacia ella y no había entendido. Por eso, en lugar de decir nada, simplemene sonrió, radiante de felicidad... Era la forma de decirle que le había reconocido y que, por encima de todas las cosas, al margen de todo y sin que pudiera importar nada...

...Arabelle se alegraba de volver a verle.
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Mensaje por Jared Stroganoff Dom Jul 18, 2010 6:19 pm

De forma totalmente inconsciente, Sigmund agarra con algo más de firmeza, sin borrar la suavidad, la pequeña mano de Arabelle cuando la ayuda a bajar, como sosteniéndola y, al mismo tiempo, sosteniéndose él en un intento de mantener la calma. A su mente acuden los recuerdos del circo, vivaces e intensos, y una sensación ciertamente agradable le recorre por entero. Se sorprende de ver la soltura y la elegancia con la que luce el traje Arabelle, una con la cual no se nace, se enseña... Pero esa posible pregunta se la guarda, dedicándose a no despegar la mirada tampoco, a encontrarse con esos dos ojos grises y observarlos fijamente. Lee sorpresa ante lo que está viendo, eso y esa innegbale atracción que ambos habían visto cuando estuvieron a punto de yacer juntos.

Una punzada de dolor recorre su cuerpo al recordar como terminó esa noche, y a punto está de desviar la mirada, si bien solo se queda en un leve fruncimiento de ceño al ver la sonrisa de Arabelle. Parpadea un par de veces, sintiéndose estúpido, agradablemente estúpido podría decirse, soltando finalmente su mano y dándole el brazo, como generalmente entraba todo el mundo que venía acompañado. Irónico, mucho, porque sigue siendo su muñeca, puede encontrarse con cualquier cliente y ver como trata a una de sus siervas, por llamarlas de alguna forma...

Pero, sorrpendentemente, no le importa lo más mínimo. La ausencia de palabras se hace agradable y tortuosa a la vez, porque mientras que una parte de él parece estar cómodo así, sintiendo su cercanía, cerciorándose de que, en efecto, Arabelle sigue ahi, dispuesta a luchar, la otra quiere escucharla hablar, quiere sumirse en una conversación y afianzar lazos y posiciones. Y así, tras varios segundos en los que el carruaje parte y él inicia la marcha hacia la entrada, termina por ladear el rostro hacia ella, carraspeando de forma varonil y ciertamente nerviosa:

-Estáis hermosa, Arabelle.. -
Podría sonar a tópico, sí, pero la verdad es que lo estaba, era de necios ignorarlo o eufemificarlo... Y Sigmund de necio no tenía nada.- ¿Os gusta el vestido? Me costó decidirme por uno, aunque viéndolo creo que he acertado... Sin embargo, me sorprende que sepáis llevarlo con tanta soltura. -No pregunta, no, pero lo deja caer con tranquilidad, sin presión real de por medio, únicamente haciéndole ver que se percata de los detalles, y de que ese preciso detalle resultaría interesante de conocer... Cualquier cosa de su pasado resultaría interesante, a decir verdad.

Posteriormente se lleva la mano libre al bolsillo de su chaqueta, sacando el par de entradas y depositándolas en la mano libre de ella, mirándola ahora fijamente, parados justos en la entrada, manteniendo ese amago de sonrisa que borda la idiotez si no fuese por la exquisita elegancia y atractivo que posee:

-Espero que os guste... Me ha costado conseguir dos entradas... Y ya era hora de que pudieseis volver a un teatro, ¿no creéis?
-No parece decir nada, pero el leve matiz de su voz, su profundidad, parecen indicarle que, en efecto, no fue teatro lo de aquella noche en el circo...

Disipando así cualquier duda sobre lo que está empezando a sentir por la joven muchacha de cabellos como el fuego.


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Mensaje por Violine Lun Jul 19, 2010 7:22 am

Tomó su brazo en cuanto él se le ofreció, agarrándolo con delicadeza y elegancia, sin apartar su felina mirada de esos dos ojos azules, como si fuese víctima de una especie de hipnosis creada por estos. Seguía sonriendo, mientras interiormente trataba de descifrar qué pensamiento podría haber sido el causante de su fruncimiento del ceño. No logró ninguna hipótesis, así como tampoco encontró algo con lo que romper el extraño silencio que se extendía entre ambos que, si bien no la incomodaba, sí que lamentaba por la ausencia de una conversación con la que ahondar en él ahora que tenía la oportunidad.

El carruaje se alejó, con el pertinente ruído de cascos de caballo golpeando sobre el asfalto. Arabelle ladeó el rostro unos segundos hacia este, observándole perderse al doblar la esquina, y seguidamente hacia Sigmund cuando él inició la marcha hacia la entrada del lujoso edificio. Siguió el ritmo de sus pasos con intachable soltura, resonando sus tacones con ligereza. De nuevo, daba sin quererlo detalles sobre si misma comportándose así, de forma tan natural como lo estaba siendo ahora ella. Las palabras de él, terminando así con el silencio reinante, lograron ruborizarla, con ese característico agolpamiento de la sangre en sus mejillas tiñéndolas de escarlata... Sonrió de nuevo, con cierto nerviosismo:

-Sois muy amable... -Respondió con educación, intentando así, en vano, ocultar que la había cohibido- Vos lucís espectacular con ese traje... Aunque eso no es novedad, siempre lo estáis -¿Era un halago? Sí, qué diantres, lo era...- ¡Oh, cielos...! -Se llevó la mano libre a los labios, al darse cuenta de algo- ¿Dónde tengo la cabeza? -Realmente preguntar eso era absurdo- Qué bochorno... Estoy tan sorprendida por la invitación que ni me he acordado de daros las gracias -Se refería al traje, obviamente- Disculpadme por ello... Y sí, ciertamente me encanta, aunque no sepa como agradeceros un detalle así... -Desvió unos segundos la mirada ante su último comentario, para finalmente encogerse levemente de hombros y volver a fijarla en él- Bueno, me educaron para ello... No tiene mérito alguno.

Sí, acababa de dar algo más que un detalle, y además de forma totalmente consciente... Pero le daba igual. No podía pretender ahondar en alguien sin dejarle ahondar en ella a su vez, ni ganarse la confianza de una persona sin confiar en ella. Llegaría el momento en que tendría que contarle la verdad, en el que tendría que dar una explicación al medallón que esa noche lucía su cuello, de oro blanco, engarzado en brillantes gemas y con una A y S engarzadas... Y por eso, cuanto más hubiese anticipado, mejor. Sin embargo dudaba que fuera ahora el momento de las confesiones y relatos, más allá de esos pequeños datos lanzados, teniendo en cuenta donde se encontraban... No pudo evitar ensanchar su sonrisa al ver la de él, mirando después lo que depositaba sobre su mano y entreabriendo los labios, perpleja:

-¡William Shakespeare! -Exclamó, volviendo a mirarle ahora con un brillo ilusionado en los ojos- Cielos... Hace años alguien me dijo que uno debía de leer toda la obra de Shakespeare y ver representado todo su teatro antes de morir... -Comentó con un suspiro- Nunca pude marcarme ese objetivo, por razones obvias, pero... -Su voz sonó ligeramente entristecida unos instantes, pero enseguida volvió a sonreír radiante, una vez más... Algo inusual porque ante el mundo no solía hacerlo si no era de forma amarga- Muchísimas gracias, Sigmund... De corazón -Dijo finalmente, habiendo captado el sentido de sus palabras...

Y en su mirada color niebla quedó claro entonces que ella también disipaba cualquier duda respecto al sentimiento que, desconocido e imparable, crecía en su interior... Hacia él.
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Mensaje por Jared Stroganoff Lun Jul 19, 2010 1:27 pm

Agradece interiormente el haber sido previsor y haber cenado antes, porque si no ese sonrojo en las mejillas de Arabele podría resultarle algo demasiado perturbador como para ser ignorado. En lugar de ello mantiene el amago de educada sonrisa, viéndolo más como un detalle de personalidad que como una especie de inconsciente provocación a su naturaleza vampírica. Niega con la cabeza con suavidad, realizando un ademán a su vez, cuando le da las gracias de forma tan, en su opinión, exgerada. Para alguien como él, con sus recursos y posibilidades, acudir al teatro no suponía esfuerzo alguno, y si bien es cierto que la intención, al menos a nivel inconsciente, era una muestra pública y abierta de que seguía estando de ahi, de que no había habido farsa alguna y Sigmund existía, también era cierto que podría haberla sorprendido con algo más espectacular o bonito...

Pero, ¿para qué sorprenderla con algo así cuando ella quería justamente eso? Pregunta con respuesta clara, y por ello mismo no le da más vueltas al detalle, alzando una ceja ante lo de la educación recibida, fijándose durante unos instantes en el colgante con dos letras, A.S. Deduce que A proviene de Arabelle, ahora bien, ¿la S? Otra pregunta interesante que está a punto de formular, pero es en ese momento cuando piden las entradas. Se calla al instante y se las cede al hombre para que las valide y les de el visto bueno, dejándolos pasar sin más. La entrada tenía un cierto tinte más privado, y es que en los palcos reservados la cena venía incluida en el descanso, algo más sencillo y cómodo que tener que estar horas sin comer.

Una vez dentro va guíando a la joven Arabelle por la decorada y elegante antesala del teatro en sí, de forma lenta y pausada, dejando que se familiarice y que observe todo eso que por medios económicos o personaes no ha podido permitirse:

-No os mentía vuestro amigo, Arabelle, hay que haberse, como mínimo, leído todas sus obras antes de morir... Como comprenderéis para mí no ha sido un problema, más bien lo contrario. -
No va a decirle que ya ha visto la obra, aunque cree dejarlo bastante claro... Al fin y al cabo algún entretenimiento tenía que tener, y el teatro era uno de esos cultos y gratificantes.- No hay nada que agradecer, mademoiselle... El placer, y la gratitud, son mías, por acompañarme esta noche. -Tiene que camuflar con cortesía verdaderas intenciones, como que en su lucha la había echado de menos, como que tenerla cerca le revitalizaba y le daba fuerzas... Significados que se dejan entrever con cada una de sus palabras y comentarios, que se dejan ver de forma completa en su mirada azul.

Tras varios minutos alcanzan el palco, en una zona lateral pero bien centrada, con dos butacas de suave terciopelo rojo y una pequeña mesa donde depositar la bebida o la comida. A los pocos segundos ya ha aparecido un joven del servicio sirviendo dos copas de vino, y Sigmund le da el primer trago para después ladear el rostro hacia ella, mirándola, curioso y a la vez irremediablemente hechizado:

-¿Y quién os brindo esa educación..? Los gitanos no creo, Arabelle... Así como ese colgante, es magn... -
Y justo cuando parecía que iba a conocer más, que iba a descubrir esos detalles que conformaban a la mujer que tenía delante, la obra comienza. Sabe cuando tiene que callar, siendo perfectamente consciente de que, para Arabelle, esto es un sueño hecho realidad...

Y, en un alarde de elegancia, sí, pero mezclada con atracción y benévolos deseos, guarda silencio y comienza a ver la obra... Al menos durante los dos primeros minutos, los que tarda en preferir analizar a Arabelle, sus gestos, sus miradas, sus movimientos, todo... Observando cómo de bien se lo está pasando.


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Mensaje por Violine Vie Oct 15, 2010 7:03 am

Se dejó guiar por él a través del interior del teatro. Tal como era de esperar, iba mirando a todos lados, anonadada, fijándose en cada detalle que hubiera alrededor suyo, sin querer perderse nada. Casi no recordaba que los teatros fueran así, tan mágicos y llenos de color. Agradeció silenciosamente que él caminase tan despacio porque, de lo contrario, seguro que habría perdido ya la cabeza de donde la tenía ante tanto giro.

No obstante, recordó en un determinado momento, justo cuando un matrimonio de aspecto estirado se la quedó mirando, que su comportamiento no era el adecuado para un lugar así. Se ruborizó por completo, sintiendo que le estaba haciendo pasar a él un bochorno innecesario, y relajó sus gestos, limitándose a mirar de refilón y no de forma tan directa.

-¿Habéis leído... todas? -Preguntó con perplejidad. Sabía que era absurdo que le sorprendiera tanto, pero era inevitable... Eran muchas obras- Oh, no, en absoluto... El placer es mío, por permitirme acompañaros -Insistió, ocultando la cabezonería bajo esa fórmula cortés-Si queréis agradecérmelo, de acuerdo, pero permitidme a mí hacerlo también...

Se topó de golpe de nuevo con su mirada, azul y electrizante. No pudo evitar quedarse parada, algo de lo que no se dio cuenta, como si estuviese completamente hipnotizada. Quería descifrar todos esos significados que parecían visibles, puesto que temía que, pasada esa noche, volviera a encontrarse con ese muro de hielo. Por suerte, logró reaccionar, sacudiendo la cabeza y recuperando sus andares, en dirección al palco. Al igual que con el resto del magnífico teatro, se quedó ensimismada con ese pequeño e íntimo lugar, tardando un par de segundos en tomar asiento.

El vino llegó pero, a diferencia de Sigmund, ella no empezó a beberlo de inmediato. Cierto que tomó con delicadeza la copa entre sus finos dedos, y, tras inspirar su aroma, se la llevó a los labios. Pero, en lugar de beber, únicamente mojó estos con aquel líquido, dejándolos humedecidos y brillantes. Aquello le bastaba para probar el sabor de algo que, con su salud, no le convenía beber. De forma poco disimulada, Arabelle se relamió, inconsciente, justo antes de ladear el rostro hacia él ante sus últimas palabras.

Entreabrió los labios, pero luego no emitió sonido alguno, dándose cuenta de que tenía que pensarse su respuesta. Meditó esta unos segundos, sabiendo que mentirle no era una opción, y tampoco deseaba hacerlo:

-La verdad es que... -Y justo cuando parecía que iba a hablar, las luces se apagaron y la función comenzó. Al igual que él, la joven guardó silencio, girándose de nuevo hacia el escenario... Y maravillándose nada más la primera escena tuvo lugar.

Un embelesamiento que fue en aumento conforme la obra seguía su curso, hasta que llegó el descanso entre los dos actos. Había tenido ya tiempo de reír, de emocionarse, de dejar que las lágrimas brillaran en sus ojos y, ahora mismo, de aplaudir. Y ahora, regresando momentáneamente a la realidad, Arabelle volvió a ladear su rostro hacia Sigmund. Sin embargo, por más que quiso, fue incapaz de encontrar palabras capaces de expresar todo lo que sus ojos grises querían decirle...

-...La cena, señores -Aquel íntimo momento, tan intenso como silencioso, se vio interrumpido sin embargo por la llegada de aquel joven del servicio que, servidos los platos, desapareció, inconsciente de que la atmósfera que había roto consigo.
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Mensaje por Jared Stroganoff Sáb Nov 13, 2010 9:00 am

Jared maldijo, en ese mismo momento, que la obra acabara de empezar. Se había atrevido a preguntar algo más personal e íntimo para Arabelle, su pasado, y justo cuando la joven parecía dispuesta a responderle se había anunciado el comienzo de la obra.

Sin embargo, no dio atisbo o muestra alguna de molestia. Habían venido a ver la obra, mejor dicho, la había traído para verla, aún con lo caras que habían resultado las entradas (caras, al menos, para alguien de clase media, no para alguien como él), obligándose a apartar sus ojos de la gris mirada de Arabelle y centrarse en la obra.

Y, sorprendentemente, ocurrió algo que no se había esperado por mucho que lo había pensado: Se relajó. La tensión del anciano vampiro pareció disminuir, quizá presa de la gran interpretación de la obra, o quizá por las naturales y espontáneas reacciones de Arabelle. Reía, se emocionaba y, en ocasiones, derramaba alguna que otra lágrima que resbalaba por sus mejillas con la delicadeza de una seda de primerísima calidad. Así, no resultó extraño que incluso se permitiera sonreír, la obra perdía importancia a cada segundo, y el delicado rostro de Arabelle la ganaba por momentos. pronto se olvidó de dónde estaba y de lo que estaba haciendo, centrándose únicamente en ella, su salvavidas, su peor miedo y su salvación al mismo tiempo...

¿Realmente conseguiría su propósito? Le resultaba difícil de creer, inimaginable cuando la conoció, pero allí estaba, viendo una obra de teatro con alguien que tenía que haber sido una muñeca más, observándola como a un igual, no, peor, como a alguien a quién necesitaba, alguien que no estaba dispuesto a perder. La atracción aumentó, y ese sentimiento que parecía a nacer comenzó a aflorar y a extender sus raíces por todo su ser como una especie de dulce y delicada enfermedad. Frunció el entrecejo y continuó observándola, pensando en cientos de cosas al mismo tiempo, y todas, absolutamente todas, relacionadas con ella.

El descanso llegó, y ambas miradas, como si desde hace largos minutos lo hubieran deseado, se volvieron a encontrar en el palco del teatro. No rehuyó la mirada de Arabelle, leyendo muchas palabras,preguntas y respuestas que sus carnosos y brillantes labios no llegaron nunca a pronunciar...

Tampoco hizo falta, porque fue él mismo quién estiró una de sus frías y delicadas manos, poniendo su dedo índice justo encima de los labios, una señal de que, en esta ocasión, no era necesario decir nada. Apartó el dedo y su rostro se acercó, centímetro a centímetro en una eterna espera, acortando las distancias, dejándose llevar, queriendo probar aquello que deseaba de una forma que solo había recordado sentir una única vez, con su amada esposa. El momento se acercaba y su deseo aumentaba, pero fue entonces, como capricho del destino, que entró el camarero con la cena.

Se apartó con suavidad, una suavidad propia de alguien acostumbrado a tratar con todo tipo de situaciones, y sin mediar palabra le sirvió la cena a su acompañante. Él no cenaría ahora, cenaría después, y por ello mismo dejó que Arabelle comiera todo lo que ella quisiera:

- Creo que la verdad puede esperar, Arabelle... Tengo todo el tiempo del mundo. Disfrutad de la obra, que ya vuelve a comenzar. -
La invitó. No había podido besarla, no había podido saborear esos labios que le inspiraban sensaciones tan gratificantes como dispares...

Pero sí que se permitió, en un alarde de atrevimiento, depositar un suave y único beso en el cuello de la joven. Volvió a separarse y siguió contemplándola durante el resto de la obra, hasta que ésta terminó. Aplaudió como todos y se lévantó del asiento:

-Espero que os haya gustado. De aquí en adelante os traeré a todas, Arabelle. No me lo agradezcáis, me... Gusta tu comapñía. -
Se atrevió a dos cosas antes de guiarla al exterior: A tutearla, algo que le costaba en muchas ocasiones ya que implicaba intimidad, y a confesar un sentimiento, una emoción que ella misma había creado, generado en él.

Arabelle había presenciado una excelente obra de teatro.

Él, por su parte, había contemplado la belleza en el estado más puro de la palabra, y no iba a olvidarlo en lo que le quedaba de eternidad.


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