AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
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All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
«Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas.»
--- Hodding Carter
--- Hodding Carter
1 año (aproximadamente) atrás.
Era una tarde normal en la casa Plaschg, esa residencia de soberbia arquitectónica y que tenía un aura algo aterradora, quizá era por quién la habitaba, el patriarca de la familia era un hombre respetado, pero siempre temido, Lorcan Plaschg tenía fama de hombre justo pero severo, de brillante militar y confiable hombre de negocios, pero también se decía que podía hablar con la muerte, se decía incluso que, como había nacido con un gemelo, era un hombre que traía consigo el mal augurio. Lorcan descartaba a esa gente, eran ignorantes de la verdadera naturaleza de su poder y no le interesaba aclarar nada a nadie. Contrario a lo que se pudiera pensar al verlo, Lorcan era capaz de un profundo y sincero amor, ahí estaba Anja y ahí estaba Reinhard, y en realidad eran los únicos, pero con ellos bastaba y sobraba.
Estaba entonces aquel hombre de gallarda figura recorriendo los pasillos de su casa vienesa, no tenía intenciones de dejar ese sitio, pero vaya… uno nunca sabe. Rara vez se tomaba el tiempo de dar esos recorridos, casi siempre estaba encerrado en su estudio investigando nuevas y mejores formas de abrir portales al más allá, pero hoy su consulta con su difunto hermano Lysander había terminado pronto y sin nada relevante. Se preguntó dónde estaría Anja y quiso buscarla sin ayuda de sus habilidades, tal como alguna vez hizo las cosas estando en el ejército del Imperio. Así pues uno a uno comenzó a revisar los rincones de la casa que no era pequeña. De vez en cuando pronunciaba aquel nombre, pero no recibía respuesta; esa era Anja, si se le había ocurrido que quería jugo de naranja, seguramente habría ido directo a algún sembradío por naranjas frescas.
Comenzaba a darse por vencido cuando alcanzó una de las habitaciones más grandes de la construcción: la biblioteca y pensó que hace mucho no entraba ahí, todos los libros que consultaba los tenía aparatados en su estudio y tardaba mucho antes de querer ver otro, normalmente porque los analizaba hasta encontrarle significado a los espacios en blanco incluso. Creyó que al entrar estaría solo, pero ahí en un escritorio, embebido en una lectura estaba Reinhard, su hijo.
-¿No deberías estar alistándote? –Se acercó con paso resuelto hasta quedar frente a su primogénito –mañana regresas a la academia –militar, quería decir, pues como él, Reinhard se había decidido por un camino en la milicia, cosa que lo llenaba de orgullo. Aunque su irrupción había sido brusca, cuando hablaba con él (o su mujer) su tono de bajo barítono se suavizaba, sonaba amistosa o no tan tenebrosa al menos. Se le quedó mirando con un semblante de dios supremo que ha de castigarte, pero se tenía que conocer mejor al viejo para ver ese destello diferente en su mirada, un brillo que sólo aparecía con su familia.
Tomó asiento en el mismo escritorio en el que estaba su hijo y miró de reojo lo que leía.
-Eres igual a tu madre, enterados de todo, a veces demasiado soñadores –dijo y aunque sonaba a reproche, en realidad era un halago, eso era lo que más le gustaba de Anja, y que Reinhard lo hubiese heredado le parecía una preciosa metáfora de la vida.
Estaba entonces aquel hombre de gallarda figura recorriendo los pasillos de su casa vienesa, no tenía intenciones de dejar ese sitio, pero vaya… uno nunca sabe. Rara vez se tomaba el tiempo de dar esos recorridos, casi siempre estaba encerrado en su estudio investigando nuevas y mejores formas de abrir portales al más allá, pero hoy su consulta con su difunto hermano Lysander había terminado pronto y sin nada relevante. Se preguntó dónde estaría Anja y quiso buscarla sin ayuda de sus habilidades, tal como alguna vez hizo las cosas estando en el ejército del Imperio. Así pues uno a uno comenzó a revisar los rincones de la casa que no era pequeña. De vez en cuando pronunciaba aquel nombre, pero no recibía respuesta; esa era Anja, si se le había ocurrido que quería jugo de naranja, seguramente habría ido directo a algún sembradío por naranjas frescas.
Comenzaba a darse por vencido cuando alcanzó una de las habitaciones más grandes de la construcción: la biblioteca y pensó que hace mucho no entraba ahí, todos los libros que consultaba los tenía aparatados en su estudio y tardaba mucho antes de querer ver otro, normalmente porque los analizaba hasta encontrarle significado a los espacios en blanco incluso. Creyó que al entrar estaría solo, pero ahí en un escritorio, embebido en una lectura estaba Reinhard, su hijo.
-¿No deberías estar alistándote? –Se acercó con paso resuelto hasta quedar frente a su primogénito –mañana regresas a la academia –militar, quería decir, pues como él, Reinhard se había decidido por un camino en la milicia, cosa que lo llenaba de orgullo. Aunque su irrupción había sido brusca, cuando hablaba con él (o su mujer) su tono de bajo barítono se suavizaba, sonaba amistosa o no tan tenebrosa al menos. Se le quedó mirando con un semblante de dios supremo que ha de castigarte, pero se tenía que conocer mejor al viejo para ver ese destello diferente en su mirada, un brillo que sólo aparecía con su familia.
Tomó asiento en el mismo escritorio en el que estaba su hijo y miró de reojo lo que leía.
-Eres igual a tu madre, enterados de todo, a veces demasiado soñadores –dijo y aunque sonaba a reproche, en realidad era un halago, eso era lo que más le gustaba de Anja, y que Reinhard lo hubiese heredado le parecía una preciosa metáfora de la vida.
Invitado- Invitado
Re: All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
"Deje caminar a su hijo por donde la estrella le llama."
Miguel de Cervantes Saavedra
Nunca se hubiera imaginado que leer sería una de las cosas que más le calmarían en una situación así. Pero lo era.
Algunos de los comportamientos más curiosos que se comprobaban día a día en alguien como Reinhard se debían a motivos que a nadie se le pasaría por la cabeza relacionar. Sus padres ya aprendieron a convertirse en la eterna excepción a través de los años, los únicos que podían ver en una arruga del muchacho el reflejo de su estado de ánimo. Todo ese tiempo meciendo la cuna de sus emociones les había servido para identificar esos pequeños detalles que, excéntricos o no, dotaban a su hijo de una intimidad ante la que pocos encontraban la puerta abierta. Como cuando no decía nada a nadie y se ponía a cocinar él solo; claro síntoma de que ese día estaba nervioso. Y las veces en las que el chico no podía dejar de hablar acerca del stumped, ambos sabían que no debía de haber conseguido dormir en toda la noche (las ojeras y el tema de conversación sobre críquet nunca fallaban con él). O lo más revelador hasta el momento: las mañanas en las que tomaba un desayuno especialmente fuerte solía ser porque desaparecía de casa hasta regresar con el sol caído y manchas de tierra colgando de su ropa. 'Entrenamiento en el bosque más cercano' lo llamaban cuando aún no había entrado en la milicia, y ahora… ¿'Devoción de soldado que honra a su cometido'? ¿'Inconsciencia de un joven que sólo admira a su padre'? Ahí Lorcan y Anja ya no podían ponerse de acuerdo sobre lo que Reinhard hacía.
En aquellos precisos instantes, aunque inicialmente no tuviera a ninguno de sus padres cerca para que dedujeran lo que hervía al otro lado de su rostro, leer le ayudaba a dejar de recordar. No podía decirse que alguna vez hubiera padecido de crisis nerviosas, pero sí que era un muchacho acostumbrado a sentir demasiado en su interior. A veces, eso le hacía sumamente fuerte y otras, podía derrumbarse en cuestión de segundos por cosas que no tuvieran la más mínima importancia en las demás personas. Reinhard aún no había aprendido a estar dedicándose a algo que su madre oficialmente desaprobaba, le trastocaba bastante lo que hasta entonces había sido el orden de su vida y aunque estaba seguro de que no tardaría en hacerse a la idea (tanto Anja como él mismo), seguía reviviendo dentro de su mente el día en que transmitió a sus progenitores el deseo de convertirse en militar. Fue también el momento en que se intensificó todavía más el carácter tan disperso que tenía, al notar cómo el lugar de su padre y el de su madre pasaban a diferenciarse demasiado. No en cuanto a amor se refería, pues aquello no podía medirse ni pesarse, pero sí le parecía estar brillando menos para uno que para el otro… Y sabía que si transmitía ese malestar a cualquiera de los dos, le recriminarían estar achacándose una mayor responsabilidad de la que debía, que eso era una tontería porque su madre le iba a querer siempre, escogiera lo que escogiera. Pero Reinhard no sería un muchacho acostumbrado a sentir demasiado en su interior, si no se reprimiera.
Había logrado ya alejar los nubarrones de sus pensamientos y el manojo encuadernado de hojas que leía en la biblioteca le estaba ayudando a destensar sus músculos y dejarse embargar por la enciclopedia de plantas y flores que había escogido de entre todos los ejemplares que guardaban allí. Necesitaba acudir a la imagen de su madre sin culpabilidades o pesares de por medio, y la primera memoria ajena a su contenido que ese libro podía transmitirle era la cálida tarde en el mercadillo anual de Viena donde su madre le llevó con trece años. El pequeño encontró la enciclopedia abierta por la página dedicada a la Edelweiss y lo interpretó como una señal para llevárselo. Ahora, con veinte años de edad, sus uñas rasqueteaban distraídamente el borde de esa misma página mientras releía el origen de dicha flor, y escuchar la intromisión brusca de su padre casi lo puso igual de firme que en un día en la academia.
Padre -pronunció lo menos fuerte que pudo en su sorpresa.
Mientras Lorcan se aproximaba con aquel porte airoso que Reinhard tanto admiraba y le transmitía el imponente afecto de sus pupilas, Reinhard no supo si levantarse, realizar un sencillo gesto de respeto con la cabeza o quedarse donde estaba. Acabó haciendo una mezcla de las tres, y su mano se apoyó sobre el respaldo del asiento para incorporarse cuando Lorcan se sentaba también en el escritorio, de manera que no tardó en corregir su torpe postura antes de carraspear un poco para recomponerse y mirarle al cabo de unos segundos.
Tengo permiso hasta mañana. Como no encontraba a madre, sólo mataba las horas.
Y no era del todo cierto, aquella tarde tan próxima a seguir oliendo la milicia necesitaba cualquier cosa menos toparse con Anja, al menos no hasta haberse estabilizado de nuevo. Puede que la figura de Lorcan no fuera precisamente un bálsamo en esos momentos, pero lo reafirmaba en el coraje de su decisión. Y eso sí le hacía falta.
No pudo evitar sonreír de lado con alivio cuando le escuchó hacer ese comentario sobre su esposa y él, y le lanzó una última ojeada de nostalgia a la enciclopedia antes de acabar suspirando. No con un notorio pesar, pero sí con cierto deje de languidez.
No sé si me permitirían ser demasiado soñador en la academia –comentó, más en broma que en serio y volvió a mirar a su padre directamente a la cara antes de enderezarse completamente.
Invitado- Invitado
Re: All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
Cada vez que veía a Reinhard, cualquiera que fuese el contexto, Lorcan se daba cuenta del excelente trabajo que Anja y él habían hecho, o quizá, era Reinhard por sí solo el que forjaba su grandeza, ellos dos sólo habían echado al mundo al chico, y era la naturaleza misma del joven lo que lo hacía tan excepcional. En sus momentos de más rotunda fe creía la primera y en su realidad sincera, la del día a día, creía la segunda, mucho más a menudo, con mucha más convicción. Como fuera, estaba seguro que su hijo era un gran hombre en ciernes, un próximo gran militar que continuaría con la tradición que su tío muerto y él mismo habían comenzado, no había nada que lo llenara de más orgullo que eso. Eso y sus grandes dones mágicos, claro estaba.
Sonrió ante la actitud de su hijo, o tal vez sólo era ante su presencia, entrelazó las manos sobre la mesa, atento a sus palabras, leyendo unas pocas líneas del libro que consultaba, las que podía desde su perspectiva, y luego dirigió de nuevo su mirada a la mirada ajena en donde se veía reflejado más allá del efecto de la más básica Física, algo más profundo le hablaba sobre sí mismo, y sobre Anja, que al final resultaban sinónimos. Asintió y acentuó la sonrisa.
-Tu madre suele desaparecer, ¿verdad? –suspiró y se recargó con algo más de desfachatez en el respaldo de la silla, permitiéndose ese pequeño gusto sólo porque se trataba de Reinhard con el que conversaba, una de las dos personas en el mundo con las que podía ser más flexible, que lo relajaban con sólo mirarlo o dirigirle una palabra, aunque siempre conservaba ese porte impasible y que infunde temor, era inherente a él, a su educación, la mágica y la militar, no podía hacer nada al respecto –también la buscaba pero… -hizo un ademán con la mano, algo que completaba aquella frase, porque la sobrentendían los dos, o no hacía falta entenderla si quiera.
Luego guardó silencio, un silencio meditabundo, las palabras de su hijo llegaron y se instalaron en algún sitio en su mente, uno que sabía se encargaría de nunca olvidarlas, la frase pudo ser mundana, el contexto no ayudaba a exaltarla a un grado mayor, sin embargo, Lorcan encontró un significado mayor en esas palabras, pero no supo cual. Estiró un brazo y tomó a su hijo del antebrazo, apretó un poco y luego retiró la mano para dejarla en su posición original.
-Siempre hay momentos para soñar, hay que saberlos encontrar –se calló y sopesó si seguir hablando o no, suspiró-, no sé yo –rio –nunca he sido demasiado… romántico, pero tu tío Lysander sí que lo era, la academia no pudo arrancar nunca eso de él, estoy seguro que tampoco podrá hacerlo contigo, eres más fuerte que eso –rara vez hablaba de Lysander, con Reinhard, con Anja, con quien fuera, y la gente lo sabía, por lo que no hacían demasiadas preguntas, el hecho de haber nacido con un gemelo ya era un estigma demasiado duro con el cual lidiar.
Fue extraño que dijera tanto sobre aquel tema, que diera un dato tan concreto. Lysander y su relación con él, fuera de que era su hermano, era uno de sus secretos mejor guardados. Se sabía que era el espíritu al que Lorcan acudía como oráculo, pero lo que entre ellos conversaban en esas sesiones era un completo misterio para el resto de la gente. Para sus allegados era complicado construir una personalidad a ese hermano fallecido del ex militar, pues hablaba muy poco al respecto, datos tan aislados que podían pertenecer a personas completamente distintas.
-Eres lo que eres, eres Reinhard Plaschg, que nunca se te olvide –era porque estaban en ese momento, a solas en ese lugar que se atrevía a decir aquello tan abiertamente. El amor que profesaba a su familia no era un secreto, como no lo era el hecho de que las muestras públicas de afecto no eran su fuerte-. No te voy a mentir, tratarán de arrancar lo bueno que hay en ti, pero eres mejor que eso; no hay nada que me llene de más orgullo que el camino que has decidido tomar, pese a lo que diga tu madre, ella también te apoya –dijo eso con cierto aire cándido -¿sabes por qué? Porque sé que harás un gran papel sin perder la esencia de lo que eres –no es que Lorcan jamás hubiese tenido una conversación de aquella índole con su hijo, pero eran tan raras que debían ser apreciadas por su particularidad. Él, al menos, lo hacía, las atesoraba.
Sonrió ante la actitud de su hijo, o tal vez sólo era ante su presencia, entrelazó las manos sobre la mesa, atento a sus palabras, leyendo unas pocas líneas del libro que consultaba, las que podía desde su perspectiva, y luego dirigió de nuevo su mirada a la mirada ajena en donde se veía reflejado más allá del efecto de la más básica Física, algo más profundo le hablaba sobre sí mismo, y sobre Anja, que al final resultaban sinónimos. Asintió y acentuó la sonrisa.
-Tu madre suele desaparecer, ¿verdad? –suspiró y se recargó con algo más de desfachatez en el respaldo de la silla, permitiéndose ese pequeño gusto sólo porque se trataba de Reinhard con el que conversaba, una de las dos personas en el mundo con las que podía ser más flexible, que lo relajaban con sólo mirarlo o dirigirle una palabra, aunque siempre conservaba ese porte impasible y que infunde temor, era inherente a él, a su educación, la mágica y la militar, no podía hacer nada al respecto –también la buscaba pero… -hizo un ademán con la mano, algo que completaba aquella frase, porque la sobrentendían los dos, o no hacía falta entenderla si quiera.
Luego guardó silencio, un silencio meditabundo, las palabras de su hijo llegaron y se instalaron en algún sitio en su mente, uno que sabía se encargaría de nunca olvidarlas, la frase pudo ser mundana, el contexto no ayudaba a exaltarla a un grado mayor, sin embargo, Lorcan encontró un significado mayor en esas palabras, pero no supo cual. Estiró un brazo y tomó a su hijo del antebrazo, apretó un poco y luego retiró la mano para dejarla en su posición original.
-Siempre hay momentos para soñar, hay que saberlos encontrar –se calló y sopesó si seguir hablando o no, suspiró-, no sé yo –rio –nunca he sido demasiado… romántico, pero tu tío Lysander sí que lo era, la academia no pudo arrancar nunca eso de él, estoy seguro que tampoco podrá hacerlo contigo, eres más fuerte que eso –rara vez hablaba de Lysander, con Reinhard, con Anja, con quien fuera, y la gente lo sabía, por lo que no hacían demasiadas preguntas, el hecho de haber nacido con un gemelo ya era un estigma demasiado duro con el cual lidiar.
Fue extraño que dijera tanto sobre aquel tema, que diera un dato tan concreto. Lysander y su relación con él, fuera de que era su hermano, era uno de sus secretos mejor guardados. Se sabía que era el espíritu al que Lorcan acudía como oráculo, pero lo que entre ellos conversaban en esas sesiones era un completo misterio para el resto de la gente. Para sus allegados era complicado construir una personalidad a ese hermano fallecido del ex militar, pues hablaba muy poco al respecto, datos tan aislados que podían pertenecer a personas completamente distintas.
-Eres lo que eres, eres Reinhard Plaschg, que nunca se te olvide –era porque estaban en ese momento, a solas en ese lugar que se atrevía a decir aquello tan abiertamente. El amor que profesaba a su familia no era un secreto, como no lo era el hecho de que las muestras públicas de afecto no eran su fuerte-. No te voy a mentir, tratarán de arrancar lo bueno que hay en ti, pero eres mejor que eso; no hay nada que me llene de más orgullo que el camino que has decidido tomar, pese a lo que diga tu madre, ella también te apoya –dijo eso con cierto aire cándido -¿sabes por qué? Porque sé que harás un gran papel sin perder la esencia de lo que eres –no es que Lorcan jamás hubiese tenido una conversación de aquella índole con su hijo, pero eran tan raras que debían ser apreciadas por su particularidad. Él, al menos, lo hacía, las atesoraba.
Invitado- Invitado
Re: All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
Había considerado fallidamente que la presencia de su padre no iba a ser un bálsamo en esos momentos, pero como bien indicaba la palabra ‘fallida’, no había estado en lo cierto. Muchas veces su vida se resumía a eso, se encargaba de construir lentamente sobre los demás algo para lo que ni siquiera él tenía un nombre. Creaba las piezas de un puzle sin respuesta posible y después se encargaba de desperdigarlas hasta que taparan lo que verdaderamente había al otro lado. Y así, lo único que provocaba con el tiempo era que aquellas murallas imaginarias lo acurrucaran en una falsa sensación de incertidumbre. Porque Reinhard conocía a sus padres más de lo que se pensaba, quizá también se conociera más a sí mismo de lo que aceptaba. Sin embargo, en algunas ocasiones se pasaba las horas contradiciendo sus propios pensamientos y sólo entonces le costaba creer que Lorcan y Anja supieran cómo era en realidad su hijo, con toda la cantidad de definiciones que podrían recolectar, si algún día les diera por ir preguntando persona por persona quién era Reinhard Plaschg en su fatídica o agradable experiencia. Tan equivocado y tan anclado en un error que había terminado por ser parte de él. Adorablemente auto-destructivo.
Lo que el hombre que más admiraba sobre la faz de la tierra le estaba diciendo empezó a realzar su día, con el regusto de modorra y provecho que tan indecisamente le solían transmitir las tardes. Todavía cerca de la enciclopedia que transportaba el olor a Edelweis, acababa de respaldarse en algo que era mucho más que un recuerdo de la infancia, ahora la firmeza en cuerpo y alma presentes de su padre competían con la unión nostálgica de su madre. Competían en esa realidad inconclusa que no respondía a nada lógico porque desde que Reinhard había discutido con Anja vivía allí, tristemente implícita, y el objeto de disputa no se trataba de su amor, enteramente por igual para sus dos progenitores, sino de la necesidad de mantenerse a flote cuando la culpa no le dejaba ver las manos que continuaban próximas a él, ofreciéndole su perpetua ayuda. Temiendo que su relación con Anja no fuera a ser nunca la misma, se aferraba al orgullo que sentía Lorcan hacia él y que siempre lo había llenado de vida. Si algún día tenía que separarse de sus dos padres, al menos lo haría con la certeza de que estaba preservando los pasos de uno. Aunque fuera a ser eternamente incapaz de elegir entre ambos. Únicamente las circunstancias parecían querer obligarle a hacer una de las cosas que más detestaba en el mundo: definirse.
Cada una de las palabras que su padre usó para afirmar cuánto valoraba la postura de su hijo sentaron tan bien a la dignidad de éste que incluso lograron que físicamente se irguiera más y algo de una sonrisa muy similar a la que usaba Lorcan en los mejores momentos pendió de sus labios, realmente firmes entonces. Y algo más se unió a esa sensación de poder cuando, no contento con decirle exactamente lo que necesitaba escuchar, le habló acerca de Lysander, su hermano gemelo, el tío que Reinhard nunca había podido conocer. Saber de tanto en tanto cosas sobre esa persona tan aparentemente crucial en el pasado de su padre equivalía a ir descifrando lentamente el significado de un pasaje escrito en lengua muerta. Era la ardua colección de los retales desperdigados de una figura mitológica que le fascinaba a través de lo que podía sustraer de su entorno y quienes sí habían tenido contacto con él. La idea de que hubiera existido alguien físicamente idéntico a su padre sin ser su padre le perseguía eventualmente y tal vez Lorcan no se diera cuenta, eso no lo sabía, pero Anja debía de ser mínimamente consciente de esa curiosidad insana que poseía hacia su tío. La mayoría de familiares con los que se había criado provenían del árbol genealógico de su madre, por lo que si admiraba de aquella manera tan desmedida a su figura paterna, no era de extrañar que le interesara todo lo relacionado con su vida antes de que naciera él. O incluso durante, pues que Lorcan seguía tratándose de un ser misterioso aunque se volcara de modo tan diferente con su gente querida no escapaba a nadie. Al menos, no a Reinhard.
Entonces, ¿creéis que Lysander… -empezó, pero decidió interrumpirse. Preguntar cosas sobre ese tema no era más raro en el muchacho que desear un contacto desmedidamente afectuoso con Lorcan o quedarse acurrucado contra los muebles del salón donde Anja se dormía a la luz del fuego- ¿Por qué decidisteis dedicaros a la milicia? En vuestro propio caso, ¿qué significaron todos esos primeros días? -Por tanto, de poco servía sacarlas a relucir, si no iban hacia él por sí solas-. No voy a defraudaros, padre. Y sólo quisiera que cuando no pueda estar por aquí, recordarais que todo lo hago pensando en vos y en madre.
Lo que el hombre que más admiraba sobre la faz de la tierra le estaba diciendo empezó a realzar su día, con el regusto de modorra y provecho que tan indecisamente le solían transmitir las tardes. Todavía cerca de la enciclopedia que transportaba el olor a Edelweis, acababa de respaldarse en algo que era mucho más que un recuerdo de la infancia, ahora la firmeza en cuerpo y alma presentes de su padre competían con la unión nostálgica de su madre. Competían en esa realidad inconclusa que no respondía a nada lógico porque desde que Reinhard había discutido con Anja vivía allí, tristemente implícita, y el objeto de disputa no se trataba de su amor, enteramente por igual para sus dos progenitores, sino de la necesidad de mantenerse a flote cuando la culpa no le dejaba ver las manos que continuaban próximas a él, ofreciéndole su perpetua ayuda. Temiendo que su relación con Anja no fuera a ser nunca la misma, se aferraba al orgullo que sentía Lorcan hacia él y que siempre lo había llenado de vida. Si algún día tenía que separarse de sus dos padres, al menos lo haría con la certeza de que estaba preservando los pasos de uno. Aunque fuera a ser eternamente incapaz de elegir entre ambos. Únicamente las circunstancias parecían querer obligarle a hacer una de las cosas que más detestaba en el mundo: definirse.
Cada una de las palabras que su padre usó para afirmar cuánto valoraba la postura de su hijo sentaron tan bien a la dignidad de éste que incluso lograron que físicamente se irguiera más y algo de una sonrisa muy similar a la que usaba Lorcan en los mejores momentos pendió de sus labios, realmente firmes entonces. Y algo más se unió a esa sensación de poder cuando, no contento con decirle exactamente lo que necesitaba escuchar, le habló acerca de Lysander, su hermano gemelo, el tío que Reinhard nunca había podido conocer. Saber de tanto en tanto cosas sobre esa persona tan aparentemente crucial en el pasado de su padre equivalía a ir descifrando lentamente el significado de un pasaje escrito en lengua muerta. Era la ardua colección de los retales desperdigados de una figura mitológica que le fascinaba a través de lo que podía sustraer de su entorno y quienes sí habían tenido contacto con él. La idea de que hubiera existido alguien físicamente idéntico a su padre sin ser su padre le perseguía eventualmente y tal vez Lorcan no se diera cuenta, eso no lo sabía, pero Anja debía de ser mínimamente consciente de esa curiosidad insana que poseía hacia su tío. La mayoría de familiares con los que se había criado provenían del árbol genealógico de su madre, por lo que si admiraba de aquella manera tan desmedida a su figura paterna, no era de extrañar que le interesara todo lo relacionado con su vida antes de que naciera él. O incluso durante, pues que Lorcan seguía tratándose de un ser misterioso aunque se volcara de modo tan diferente con su gente querida no escapaba a nadie. Al menos, no a Reinhard.
Entonces, ¿creéis que Lysander… -empezó, pero decidió interrumpirse. Preguntar cosas sobre ese tema no era más raro en el muchacho que desear un contacto desmedidamente afectuoso con Lorcan o quedarse acurrucado contra los muebles del salón donde Anja se dormía a la luz del fuego- ¿Por qué decidisteis dedicaros a la milicia? En vuestro propio caso, ¿qué significaron todos esos primeros días? -Por tanto, de poco servía sacarlas a relucir, si no iban hacia él por sí solas-. No voy a defraudaros, padre. Y sólo quisiera que cuando no pueda estar por aquí, recordarais que todo lo hago pensando en vos y en madre.
Invitado- Invitado
Re: All Farewells Are Sudden [Reinhard Plaschg] (Flashback)
Lysander era un tema tabú, o así se sentía entre los suyos, entre su clan, su aquelarre de brujos, y respetuosos como eran, respetuosos del deseo de Lorcan, nadie nunca preguntaba, y lo que su familia nuclear alcanzaba a saber era por propia voz del gemelo Plaschg vivo. Percatándose de eso, se dio cuenta que quizá no lidiaba demasiado bien con la muerte, o con la pérdida de personas, que a pesar de ser un hombre entrenado para la batalla, para matar y para encarar el óbito, no estaba tan listo para esa tarea como se suponía debía estarlo, y si ahora Reinhard pronunciaba el nombre vedado era porque él mismo lo había traído a colación. Alzó el mentón y miró a su hijo, no molesto, más bien intrigado pero fue el propio joven que se censuró y no dijo nada más.
La imagen de Lysander para Lorcan era la de un fantasma poderoso y que a su vez, lo empoderaba, que alimentaba con morboso afán su obsesión con la muerte y los mundos más allá de la vida terrenal, tema que lo había intrigado incluso antes del deceso de su hermano, pero también, consultarlo casi a diario como lo hacía sellaba su destino de cierto modo, como la más común de las tragedias griegas, eso claro, el viejo brujo no lograba verlo y una y otra vez insistía en recurrir a su difunto hermano para conocer rasgos del futuro. Recién había descubierto esa conexión, llegó al punto de poder tomar decisiones por sí solo, y fue hasta que conoció, se enamoró y se casó con Anja que dejó la insana costumbre, aunque no del todo. Y observó a su hijo, ahí frente a él a punto de volver a ir, a punto de hacer que lo extrañaran de nuevo (no era su culpa, no lo estaba culpando). Aguardó entonces en silencio reverencial, atento porque su hijo siempre merecía toda su atención. Sonrió de lado por dos razones, por ese temor de preguntar sobre el veto familiar (Lysander, su vida, su muerte, su regreso como profeta del mundo de los muertos) y por lo que sí se decidió a preguntar. Bajó el rostro y no respondió de inmediato, creyó que aquello merecía una respuesta concienzuda, bien pensada y sobre todo, completamente verdadera. Hizo memoria y se dio cuenta que la interrogante que su hijo había lanzado era una excelente pregunta para sus adentros también, sobretodo porque, como entonces siendo joven, seguía sin tenerlo muy claro.
-Yo sé que nos harás sentir muy orgullosos –comenzó atacando por la tangente la interrogante –ya lo haces –completó acertadamente, su gran orgullo era simplemente él, saberlo su hijo, su hijo con la mujer que más amaba sobre la tierra que se había encargado de forjarlo duro y obscuro como el plomo, el saberse capaz de crear algo tan grandioso como Reinhard (siempre achacaba las virtudes de su hijo a la herencia materna), eso, ese simple y sencillo hecho ya lo hacía sentirse orgulloso y más cuando, tras años de intentarlo, había llegado ese hijo tan deseado. Le sonrió de nuevo, un gesto extraño viniendo de él, pero no tanto para su familia que eran más afortunados de ver tal fenómeno.
-Ah, ¿qué me hizo tomar las armas? –Miró al techo y se cruzó de brazos, sonó melancólico pero no triste, sólo recordaba y su voz lo delataba, añoraba pero parecía no arrepentirse de ninguna decisión pasada-, verás, tu tío y yo quedamos huérfanos siendo jóvenes, y heredamos la fortuna de nuestros padres, lo teníamos prácticamente todo, él se dedicó al arte, a apoyar artistas vamos, y yo a seguir estudiando magia, pero descubrimos que esa no era una vida muy satisfactoria, no para nosotros al menos y buscamos retos, creo que fue él quien un día llegó y me dijo que se enlistaría en el ejército imperial, y me preguntó si lo acompañaba –rio como en medio de una toz ronca y contrariada –así nada más, como si se tratara de ir de caza o a comprar libros al centro, sin embargo –su semblante cambió, de nuevo dibujó un rictus serio y solemne –me sentí obligado a decirle que sí, es decir, lo hice convencido, no me mal interpretes, pero fue como si él, sin saberlo, me jalara, me hiciera ver que eso era lo que quería yo también –observó su mano que descansaba sobre la mesa que los separaba, tamborileó los dedos –qué íbamos a saber que esa decisión a la larga marcaría nuestra separación –y esta vez sí, aunque Lorcan hubiese tratado, había sonado completamente desdichado. Sus ojos se clavaron en su propia mano como si quiera controlarla con la mirada, como si se tratara de una mano extraña que no le pertenece-. Fue duro –su voz bajó de volumen y los ojos no se movieron de lugar –esos primeros días, ambos acostumbrados a las comodidades de tenerlo todo, sentíamos que no íbamos a lograrlo, prometimos no usar magia para llegar a nuestra meta, pero cada vez parecíamos flaquear más, Lysander fue siempre más fuerte, me tuvo que controlar un par de veces para que no cometiera la estupidez de romper la promesa –sonrió de nuevo, pero su sonrisa era aciaga y nostálgica –pronto nos ganamos la confianza de un superior, el general Dvořák y a partir de ese momento todo fue más sencillo –alzó el rostro para mirarlo recordando a su mentor que más tarde lo pondría al frente de sus negocios ante el total desinterés de su único hijo-, advertido quedas, al principio querrás claudicar, pero cuando lo superes, te darás cuenta de lo verdaderamente fuerte que eres, yo lo sé, tu madre lo sabe y creo que tú también estás al tanto de tu potencial, pero es una prueba, y como tal… debe ser superada.
Pocas veces había hablado tanto sobre su pasado, y sobre su pasado al lado de su hermano sobre todo, pero creyó de verdad que ese momento era el indicado, que valía la pena dar pequeños vistazos a su pasado al lado de su hijo, porque éste cruzaría los mismos umbrales que él a su edad.
La imagen de Lysander para Lorcan era la de un fantasma poderoso y que a su vez, lo empoderaba, que alimentaba con morboso afán su obsesión con la muerte y los mundos más allá de la vida terrenal, tema que lo había intrigado incluso antes del deceso de su hermano, pero también, consultarlo casi a diario como lo hacía sellaba su destino de cierto modo, como la más común de las tragedias griegas, eso claro, el viejo brujo no lograba verlo y una y otra vez insistía en recurrir a su difunto hermano para conocer rasgos del futuro. Recién había descubierto esa conexión, llegó al punto de poder tomar decisiones por sí solo, y fue hasta que conoció, se enamoró y se casó con Anja que dejó la insana costumbre, aunque no del todo. Y observó a su hijo, ahí frente a él a punto de volver a ir, a punto de hacer que lo extrañaran de nuevo (no era su culpa, no lo estaba culpando). Aguardó entonces en silencio reverencial, atento porque su hijo siempre merecía toda su atención. Sonrió de lado por dos razones, por ese temor de preguntar sobre el veto familiar (Lysander, su vida, su muerte, su regreso como profeta del mundo de los muertos) y por lo que sí se decidió a preguntar. Bajó el rostro y no respondió de inmediato, creyó que aquello merecía una respuesta concienzuda, bien pensada y sobre todo, completamente verdadera. Hizo memoria y se dio cuenta que la interrogante que su hijo había lanzado era una excelente pregunta para sus adentros también, sobretodo porque, como entonces siendo joven, seguía sin tenerlo muy claro.
-Yo sé que nos harás sentir muy orgullosos –comenzó atacando por la tangente la interrogante –ya lo haces –completó acertadamente, su gran orgullo era simplemente él, saberlo su hijo, su hijo con la mujer que más amaba sobre la tierra que se había encargado de forjarlo duro y obscuro como el plomo, el saberse capaz de crear algo tan grandioso como Reinhard (siempre achacaba las virtudes de su hijo a la herencia materna), eso, ese simple y sencillo hecho ya lo hacía sentirse orgulloso y más cuando, tras años de intentarlo, había llegado ese hijo tan deseado. Le sonrió de nuevo, un gesto extraño viniendo de él, pero no tanto para su familia que eran más afortunados de ver tal fenómeno.
-Ah, ¿qué me hizo tomar las armas? –Miró al techo y se cruzó de brazos, sonó melancólico pero no triste, sólo recordaba y su voz lo delataba, añoraba pero parecía no arrepentirse de ninguna decisión pasada-, verás, tu tío y yo quedamos huérfanos siendo jóvenes, y heredamos la fortuna de nuestros padres, lo teníamos prácticamente todo, él se dedicó al arte, a apoyar artistas vamos, y yo a seguir estudiando magia, pero descubrimos que esa no era una vida muy satisfactoria, no para nosotros al menos y buscamos retos, creo que fue él quien un día llegó y me dijo que se enlistaría en el ejército imperial, y me preguntó si lo acompañaba –rio como en medio de una toz ronca y contrariada –así nada más, como si se tratara de ir de caza o a comprar libros al centro, sin embargo –su semblante cambió, de nuevo dibujó un rictus serio y solemne –me sentí obligado a decirle que sí, es decir, lo hice convencido, no me mal interpretes, pero fue como si él, sin saberlo, me jalara, me hiciera ver que eso era lo que quería yo también –observó su mano que descansaba sobre la mesa que los separaba, tamborileó los dedos –qué íbamos a saber que esa decisión a la larga marcaría nuestra separación –y esta vez sí, aunque Lorcan hubiese tratado, había sonado completamente desdichado. Sus ojos se clavaron en su propia mano como si quiera controlarla con la mirada, como si se tratara de una mano extraña que no le pertenece-. Fue duro –su voz bajó de volumen y los ojos no se movieron de lugar –esos primeros días, ambos acostumbrados a las comodidades de tenerlo todo, sentíamos que no íbamos a lograrlo, prometimos no usar magia para llegar a nuestra meta, pero cada vez parecíamos flaquear más, Lysander fue siempre más fuerte, me tuvo que controlar un par de veces para que no cometiera la estupidez de romper la promesa –sonrió de nuevo, pero su sonrisa era aciaga y nostálgica –pronto nos ganamos la confianza de un superior, el general Dvořák y a partir de ese momento todo fue más sencillo –alzó el rostro para mirarlo recordando a su mentor que más tarde lo pondría al frente de sus negocios ante el total desinterés de su único hijo-, advertido quedas, al principio querrás claudicar, pero cuando lo superes, te darás cuenta de lo verdaderamente fuerte que eres, yo lo sé, tu madre lo sabe y creo que tú también estás al tanto de tu potencial, pero es una prueba, y como tal… debe ser superada.
Pocas veces había hablado tanto sobre su pasado, y sobre su pasado al lado de su hermano sobre todo, pero creyó de verdad que ese momento era el indicado, que valía la pena dar pequeños vistazos a su pasado al lado de su hijo, porque éste cruzaría los mismos umbrales que él a su edad.
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