La Fin d'une Vie [Flashback]

por **Friðþjófr Yngvarr** Vie Mayo 25, 2018 11:37 am

Camino por las calles con las manos en los bolsillos, mostrando abiertamente mi indiferencia hacia los demás. El Centro de París siempre me ha parecido excesivamente ruidoso, quizá precisamente por eso tiendo a evitarlo a toda costa. Pero qué remedio tengo, ella está aquí, y ya va siendo hora de que le preste una visita.

Las personas caminan nerviosas, charlando animadamente unas con otras, como si la noche convirtiese las plazas en auténticos salones de baile al aire libre. Son insoportables. Esquivo sus cuerpos casi sin esforzarme, como si nos repeliésemos tal que imanes de la misma polaridad. En realidad lo que ocurre es que el contacto con ellos me repugna tanto, que hago acopio de toda mi concentración a fin de pasar por entre los huecos que se abren entre ellos de vez en cuando, sin rozarlos siquiera. Es cierto que eso provoca que me observen de manera extraña, como si fuese un movimiento antinatural. Pero ignorarlos siempre me ha resultado sencillo. Me dan tanto asco, con su absurda forma de ser, con sus risas escandalosas, que si un meteorito cayera sobre ellos en aquel preciso momento, sólo me voltearía para escupir sobre sus cadáveres. No tengo tanta suerte, sin embargo, así que me contento con imaginar cómo sería vivir en un mundo sin reglas, donde pudiese despedazarlos a placer. Un dolor punzante me asciende por la garganta, recordándome que llevaba demasiado tiempo sin beber, y que pensar en esas cosas no ayudaba precisamente a que me contuviera. Suspiro y busco el pañuelo de seda que tomé "prestado" de casa de Ophelia en el interior de la gabardina. Su sangre, aún fresca, lo colorea. Su olor me abruma, tanto, que casi me parece sentir su presencia. ¿Cómo puedo extrañarla y aborrecerla al mismo tiempo? Sacudo la cabeza echando a un lado esos pensamientos. La sed no mejoraría si pensaba en ella. Más bien al contrario.

A medida que me alejo del centro de la ciudad, el ruido se ve sustituido por una calma tensa y artificial, forzada. La atmósfera se hace pesada y cargada de sustancias que a nadie convendría respirar por mucho tiempo. Los pobres parecen haber entendido que en un mundo así no tienen ni derecho a hablar en voz alta. Y tal vez tengan razón. Pobres infelices... degradados por miembros de su propia especie, tratados como animales. Una sonrisa se dibuja en mi semblante, irónica. ¿Cómo pueden tener tanto poder unos sobre otros, estando hechos todos por los mismos elementos? Yo los veo tal y como son: miserables e insustanciales. Fugaces. Y yo, que soy mejor que ellos, no voy por ahí pregonándolo. Estúpidos. No se dan cuenta de lo instrascendente de sus vidas y se empeñan en que éstas sean mejor de lo que se merecen. Al final, todos acabarían bajo tierra, y cubiertos de gusanos. No habría dignidad para ellos. Tuerzo la esquina y avanzo por un callejón bastante más estrecho que las calles anteriores, desierto salvo por una pequeña silueta que avanza demasiado despacio. La anciana gira la cabeza para verme y sonríe con una boca llena de huecos. Devuelvo la sonrisa, aunque algo forzada, y la ayudo con la gruesa bolsa que cuelga de uno de sus brazos. Su sangre no me interesa, pero quizá en su hogar esconda algo valioso. Después de todo, acabo de llenar a París y dudo mucho que mi vástago quiera tenerme en su casa tras lo ocurrido.

Bah. Sigo mi camino al comprobar que la señora apenas si vive en un trastero. Pobre infeliz. Se moriría sola y en la miseria. ¿Podía haber algo peor? Continúo con mi paseo con la mente en blanco. Una melodía es lo único que la ocupa de momento, y casi prefiero que siga así. Es casi noche cerrada y la soledad es mi única compañía. Mi sed parece darme una tregua, en respuesta a mi tranquilidad. Sonrío al pasar frente a una pequeña Iglesia, tan pobre como el callejón en que se ubica, desde donde me llegan los ruegos de los feligreses. Sería la última misa del día. ¿Armar un escándalo, o dejarlos acabar? Esa era ahora la cuestión.

por **Kaethe** Vie Jun 01, 2018 5:22 pm

Su madre, como buena creyente, siempre había considerado que la familia debía ir toda junta a la Iglesia. A Kaethe no era algo que le emocionara especialmente, pero el respeto que sentía por sus padres siempre la hizo aceptar compartir sus ideales tanto como le fuera posible. Después de todo, algunos de los mensajes que los sacerdotes daban a sus feligreses no eran tan malos realmente. El mensaje más propagado, de hecho, era el de la necesidad de brindar ayuda a aquellos más desfavorecidos, especialmente aquellos que por tener más suerte que otros tenían la bendición de contar con medios más que suficientes para subsistir. La adolescente no estaba del todo segura si a ojos ajenos su familia era considerada "noble", o "rica", pero no podía negar que llevaban una vida holgada, acomodada. A ella jamás le había faltado de nada, e incluso obtenía más de uno (y de dos) de los caprichos que pedía a sus progenitores. Por eso le parecía tan digno de admiración el hecho de que el primer paso de su madre al instalarse su familia en París, fuese ir a buscar las iglesias más humildes de la ciudad, a las que ofrecía su ayuda, tanto en apoyo como en medios, cuando la oportunidad se le ofrecía.

En aquella ocasión la parroquia elegida parecía caerse a pedazos. En uno de los paseos que compartía con sus padres, con el propósito de conocer un poco mejor aquella ciudad que era nueva para todos, se habían topado con una buena cantidad de feligreses a punto de entrar a misa en un callejón que despedía un olor de lo más molesto. No sólo el aspecto del lugar dejaba bien claro lo necesitado que estaba de ayuda, sino también las gentes, y la oscuridad que desprendía aquella callejuela que parecía gritar a los cuatro vientos pidiendo auxilio. Escenas como aquella hacían que la joven, en su inocencia, se sintiera mal por tener aquello con lo que otros ni siquiera podían soñar. De hecho, al principio no quiso entrar a la Iglesia, pensando que sus buenos ropajes pudieran parecer un insulto a la muchedumbre hambrienta que pululaba por el lugar, pero al contrario de lo que pensaba, fueron recibidos con los brazos abiertos, e incluso las monjas se emocionaron al escuchar que querían contribuir con su pequeña congregación. Estaba claro que no les ofrecían ayuda demasiado a menudo, y eso, también, le hizo un nudo en la garganta. EL mundo era un lugar terrible, lleno de personas egoístas, así que se alegraba desde el fondo de su corazón que los valores que querían transmitirle a ella fueran del todo diferentes.

Una vez terminada la misa, la joven se levantó, y tras pedir permiso para salir, dejó a sus padres hablando con el sacerdote mientras ella se dirigía al exterior. Necesitaba un poco de aire. El sermón de aquel servidor de Dios le había resultado inspirador, pero también demasiado triste. Hablaba de las muchas brechas que se habían abierto entre las relaciones entre las personas, entre sus corazones. No podía negar la razón que tenía, pero se sentía impotente, incapaz de hacer nada al respecto. Al menos de momento. Sumida en aquel pensamiento se le pasaron los minutos, y cuando quiso darse cuenta, se había alejado unos cuantos metros de la puerta de la Iglesia, y asimismo, de la única luz que alumbraba la calle que ahora parecía desierta. Desierta, a excepción de una figura alta y oscura que se le había quedado observando. Se acercó despacio al hombre, pensando que tal vez necesitara ayuda. - ¿Se encuentra usted bien?

por **Friðþjófr Yngvarr** Dom Jul 22, 2018 11:01 am

Finalmente me decido por dejarles terminar misa, autoconvenciéndome de que armar un escándalo de tal magnitud no es lo que realmente quiero... Aunque es mentira. Sí que quiero, sí que me apetece hacer alarde de esa manera tan cruel de mi superioridad frente a ellos. Pero no sería lo más inteligente, especialmente teniendo en cuenta que quiero mantener un perfil bajo por el momento. Atraer la atención ajena puede provocar que Ella se percate de mi presencia, y ponga medios de por medio para impedir que me acerque. Y eso no puedo permitírmelo. Claro que no estoy dispuesto a pasar hambre tampoco. Un creyente rezagado echa a correr frente a mi en dirección a la Iglesia. Sonrío y me relamo de forma instintiva, acercándome a la silueta sigilosamente. Le pongo una excusa poco creíble pero que no le hace sospechar. Noto el agitado latido de su corazón. La sangre palpita bajo la fina piel de su cuello. La sed despierta con una fuerza inusitada. Un vampiro no está hecho para controlar sus ansias por beber, siempre lo he pensado, y no voy a empezar a cambiar ahora. Activo la habilidad ilusoria cuando he conseguido que me siga hasta un callejón cercano, y me alejo un par de pasos. La peor de sus pesadillas lo envuelve, y mi diversión, por tanto, comienza.

En mi cabeza comienzan a entremezclarse los recuerdos del individuo junto con todas las emociones que mi presencia va despertando en él. Es... extrañamente divertido jugar con sus débiles mentes, incluso cuando casi todos ellos reaccionan de la misma forma. Le observo retorcerse, encogerse sobre sí mismo. Le observo gritar de pánico, alertando a otros viandantes, que solamente lo ven a él. Se alejan de la escena como si se tratase de un loco. Sonrío para mí mismo. Su corazón palpita de forma más rápida, bombeando sangre a cada parte de su cuerpo. Una punzada de deseo me hace avanzar más hacia él. Me mira aterrado. Me he convertido en el diablo, aquello a lo que más teme. ¿Qué narices piensa, que quiero robarle su inexistente alma? ¿Puede haber algo más patético que un católico que tenga miedo al infierno? Será un festín más que decente. Miro en derredor buscando a alguien que pudiera delatarme. No percibo nada más que la respiración lejana de los que están en la Iglesia. Mis colmillos aparecen, ansiosos, dispuestos a disfrutar del más que merecido festín. Hago que la ilusión se intensifique. Su corazón late tan deprisa que me parece extraño que aún no se haya detenido. Lo tomo entre mis brazos y se queda rígido, al borde del colapso... Está muerto cuando comienzo a beber de él. Sacia mi sed, aunque no mi ego. Normalmente prefiero asesinar a ser causa de muerte natural. Cuestión de principios. Me sacudo la chaqueta y espero, acechante, desde las sombras, mirando en dirección a la Iglesia, siendo amparado por la oscuridad. Una sola víctima no es suficiente. Nunca ha sido suficiente para mi. Mis colmillos, blancos como la luna, relucen sutilmente dándome un aspecto aún más fiero. ¿A quién más podré engatusar? ¿Quién será el siguiente idiota en caer en mis garras?

Por suerte para mi, no se hace de rogar demasiado. Una chiquilla esta vez, joven, bonita, y probablemente demasiado inocente para su propio bien. Sería un desperdicio simplemente matarla, así que en mi mente hago otros planes que encajan bastante mejor, y también resultan más interesantes. Jugaré con ella por un tiempo, con su mente, con sus dudas, la moldearé, la haré cambiar, experimentar el miedo y la inseguridad, y luego, cuando su dulzura se haya convertido en dolor y angustia, entonces, y sólo entonces, se convertirá en mi plato principal, en un manjar que estoy seguro que recordaré por algún tiempo... Hasta que encuentre a la siguiente víctima con la que obsesionarme. Cuando se acerca hacia mi, me inclino sobre mi mismo como si sintiera un fuerte dolor. No sé cómo fingirlo, pero por suerte para mi incluso las emociones con las que no estoy experimentado resultan creíbles cuando soy yo quien las dibuja. No parece darse cuenta de qué soy, ni de lo que he hecho, y eso me hace sonreír de forma sádica en mi fuero interno. Sí, sin duda, es demasiado inocente para su propio bien. - La verdad es que creo que me pasa algo en el estómago, de pronto sentí un dolor muy fuerte en el abdomen, y me cuesta respirar... -Digo imitando el tono penoso que tantas veces he escuchado.

por **Kaethe** Mar Sep 11, 2018 7:14 pm

El pánico comenzó a abordarla en cuanto el desconocido le dijo que estaba, en efecto, dolorido. Sus conocimientos acerca de medicina, o simplemente de primeros auxilios, dejaban bastante que desear. Nunca había sido una niña especialmente enfermiza, así que lo único que realmente sabía era que era conveniente limpiar bien una herida antes de aplicar alcohol y cubrirla, o que tomar leche con miel y limón le aliviaba la garganta después de un resfriado. Y francamente, dudaba que esa clase de conocimientos le sirvieran de mucho para ayudar al caballero que realmente parecía estar sufriendo. O al menos eso era lo que podía deducir de su expresión y postura con la poca luz de la que disponía. Colocó una mano en el hombro ajeno, en un patético intento de mostrar empatía y apoyo. No pensaba que el contacto fuera a ayudarle en ninguna medida, pero siempre que ella estaba mala, estar sola era lo último que deseaba, y realmente creía que todo el mundo debía ser igual.

Lo primero que notó era lo alarmantemente frío que se encontraba el hombre. Por suerte para ella, la hipotermia era un simple concepto del que había oído hablar y le habían descrito, pero que no había experimentado. Sin embargo aquel hombre claramente parecía mostrar claros síntomas de estar sufriendo precisamente eso. No creía que su dolor de estómago tuviera mucho que ver con el frío, pero dudaba que tener una temperatura tan baja fuera bueno para su salud. - Está usted helado... ¿No nota el frío? Porque creo que eso puede ser incluso más serio que su estómago. Necesita entrar en calor... Tenga. -Las buenas acciones por aquellos en necesidad, al igual que otros valores, también le había sido inculcado, y aunque el aspecto del caballero no era similar a aquellos feligreses que acababa de ver, que tuviera tanto frío lo hacía entrar en la categoría de "persona en necesidad", por lo que ayudarle era su deber. Se quitó uno de sus abrigos, el más superficial, además de tenderle su bufanda para que se pusiera ambas prendas. - Por favor, utilice eso y venga conmigo. Seguro que dentro de la Iglesia podrá entrar en calor y quizá haya alguien que pueda ayudarle más que yo. Siento no ser de más utilidad... -Con cuidado, tomó la mano ajena y tiró levemente, para intentar que se incorporara y la siguiera en dirección a la parroquia.

El hombre se tambaleó un poco, pero al estirarse finalmente y alzarse en toda su estatura, pudo apreciar mejor sus facciones. Era un hombre apuesto, con ojos bonitos y expresivos, pero había algo en su expresión que no encajaba con alguien que se encontraba tan enfermo. Quizá era porque parecía extranjero, o porque pertenecía a un mundo muy diferente al suyo -algo que era sugerido por la presencia de muchas marcas, tatuajes, no sólo en sus manos y brazos, sino también asomando por su cuello-, pero nada de eso era importante por el momento. Tenía que ayudarle, y lo único que se le ocurría para hacerlo era encontrar a algún adulto más confiable que ella misma.

por **Friðþjófr Yngvarr** Lun Oct 08, 2018 11:17 pm

No puedo decir que su actitud, o sus reacciones, sean precisamente predecibles, pero sin duda juegan a mi favor. Sonrío en mi fuero interno, dándome cuenta nuevamente de la suerte que he tenido precisamente por irme a topar con alguien claramente inclinado a obedecer. Y supongo que debería agradecerle a sus progenitores, pero estoy demasiado ocupado pensando en hacia dónde llevarme a mi recién adquirido aperitivo como para plantearme otros problemas. Eso, y que no soy tan diabólico ni tan cínico como para hablar de su hija a unos padres a los que estoy a punto de arrebatársela. Bueno, en realidad sí que lo soy, pero su sangre me llama, me incita. Tan pura. Tan dulce. Tan poco mancillada por el mundo que casi resulta increíble. Hace mucho que no me topo con una criatura tan merecedora de mi tiempo, tan digna de corromper hasta su mismísimo centro. La satisfacción que me producirá reducirla a una serie de súplicas por auxilio y clemencia tan sólo será comparable con la de beberme hasta la última gota de su sangre. ¡Ah! Sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Me dejo sujetar por ella, o más bien, dejo aparentar que lo hace (ni en broma podría sostenerme con ese ridículamente diminuto cuerpo suyo), y finjo una inestabilidad que ni siquiera he sentido cuando aún estaba con vida. Tan fácil de engañar, de manipular, y aún así tan entretenido. Los inocentes tienen ese tipo de influencia. Es desconcertante, como poco.

Antes de que me guía hacia la iglesia, y por tanto, hacia otra serie de testigos con los que tendría que acabar después, pongo en buen uso la más peligrosa (probablemente) de mis habilidades, especialmente ante presas como ella. No porque crea que mi labia no es suficiente como para persuadirla, sino porque percibo movimiento dentro del recinto y necesito sacarla de allí antes de que tengamos compañía. Rodeo sus hombros con uno de mis brazos, de forma laxa, pero dominante, aunque no le da tiempo a apreciar ese detalle antes de que mi mirada la capture por completo, y mi voz, dominante, sumerja sus sentidos. - Tengo una idea mejor. ¿Qué tal si me acompañas hasta mi casa? No está demasiado lejos de aquí, y estoy convencido de que tus padres se sentirían orgullosos de una acción tan noble por tu parte... -El primer intento, que generalmente me sirve para testar las aguas, no provoca una reacción demasiado llamativa. Así que me centro más en la parte de ordenar, y menos en la de sugerir. - Sígueme hasta mi casa, que está a la vuelta de la esquina, y allí te agradeceré como es debido la ayuda recibida. Además, si pasas demasiado tiempo sin tu abrigo serás tú quien acabe enfriándose.

La chica asiente de forma ausente y automática, su raciocinio totalmente mermado por la fortaleza de mi habilidad. Y ahora soy yo quien tira de ella, de su brazo, por el codo, haciendo que se aleje a un ritmo rápido pero silencioso, ambos cobijándonos de miradas acusadoras por las sombras circundantes. Pienso disfrutar de su compañía tanto como me sea posible.

por **Kaethe** Dom Nov 11, 2018 8:19 pm

En el momento en que el desconocido colocó su brazo alrededor de ella, de forma tan íntima, se le encendieron todas las alarmas. Esa no era la forma de reaccionar que tendría alguien que estaba falto de ayuda, no se estaba apoyando en ella en busca de equilibrio, o estabilidad, la estaba incomodando y tratando de guiar. Por qué, o hacia adónde, no lo tenía claro, pero se sentía extremadamente incómoda. Quiso mencionárselo, decirle que no le agradaba tanta cercanía, o que la hubiera tocado sin su permiso. Después de todo, su padre siempre le había hablado de lo que estaba bien y estaba mal, entre varones y señoritas, y tal grado de cercanía con un desconocido no era precisamente aceptable. Y sí, quería decírselo, hacer mención al respecto, pero estaba paralizada, en parte por la sorpresa, pero especialmente por el miedo. Ese hombre tenía mucha fuerza, mucha más de la que hubiera imaginado, y era lo bastante corpulento como para resultar amenazador simplemente con su presencia. Pero no era simplemente eso, la frialdad que desprendía su cuerpo era peligrosa. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba temblando, hasta que lo estaba haciendo con tal violencia que no podía mover las rodillas sin temor a caerse.

La voz del hombre, susurrando, a su oído, no mejoró las cosas, precisamente. Cuando habló de marcharse, de dirigirse a otro lugar que no era la Iglesia, donde su cerebro identificaba la presencia de sus padres, y por tanto, la vuelta a la seguridad. De su boca apenas si salió un gemido ahogado, dolorido y lastimoso, mientras las lágrimas comenzaban a fluir libremente desde sus ojos, bañando sus mejillas con insistencia. Negó con la cabeza, resistiéndose a sus insistencias para comenzar a andar. Quería salir corriendo en dirección contraria, gritar pidiendo auxilio, olvidarse de aquel hombre, que la noche empezara de nuevo. Tenía un mal presentimiento, uno terrible, y si a algo la habían enseñado, era a confiar en sus instintos cuando se trataba de según qué cosas. Especialmente en lo referente a confiar en desconocidos. El mundo era un lugar oscuro, aunque ella fuera positiva y sus padres le inculcaran la importancia de creer en el bien. Ese hombre que murmuraba en su oído que lo siguiera personificaba la maldad de la que le habían hablado, pero que nunca consideró que existía realmente.

Las siguientes palabras que le dedicó, sin embargo, lograron de algún modo que su sentido común se desconectase hasta el punto de considerar que realmente tenía razón, y que sin duda debía seguirle, a pesar de que hasta que hacía un minuto huir era todo cuanto tenía en la cabeza. Se dejó guiar por el desconocido, sin dejar de observarle atentamente, como si estuviera en trance, y juraría que sus ojos, esos ojos tan extraños, relucían en la oscuridad. - Claro, por supuesto... Tiene razón... Hace frío... -Aunque sabía que esa voz era la suya, y que esas palabras habían salido de entre sus labios, no se reconocía. Era como si se estuviera viendo desde fuera, sin saber bien qué estaba haciendo, ni por qué.

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