Café solo o acompañado? (Valen)

Sólo podía aspirar a observar el café desde fuera. Suspiré mientras observaba las señoras reunidas allí adentro charlando sobre los trabajos durísimos de sus esposos y los niños. Me di la vuelta para pasearme por la clle a ver si por suerte caía alguna limosnilla o algún trabajo en el que no reparasen en mis pendientes y mi cabello negro rizado que me identificaba como gitano al instante. Quizás algún tipo que merecía que le robasen, como aquel idiota que les gritaba a los niños la semana pasada. Consideré hacer justicia robarle a él su bolsa de oro. No era nadie para amenazar a unos simples chiquillos.

Mis pasos me condujeron nuevamente a la puerta del café, quizás incosncienemente me ordenaban ir a un lugar donde pudiese estar cómodo y seguro. siempre había querido entrar al café para tomarme algo calentito con mis amigotes, pero nunca me habían permitid pasar. Y nunca lo harían.

Sin embargo, la razón por la que aquella vez no me alejé de nuevo fue porque vi una melena rojiza llamativa que captó mi atención casi al instante. Me quedé observándola largo rato. Se sentaba con un grupo de mujeres jóvenes y sus carabinas. La observé largo rato. Me parecía algo melancólica, no como las otras de rostros normales y arrogantes. La estuve observando hasta que el grupo se fue levantando y hasta que salieron a la calle.

La seguí observando incluso después, cuando salió del lugar sola. Y tras una pausa la seguí.

La mujer me condujo hasta unos callejones oscuros para nada recomendables. Hasta a mí, el mayor ladrón de todo París, me ponía los pelos de punta estar allí. Contuve el aliento escrutando todo cuanto había a mi alrededor, dispuesto a saltar sobre cualquiera que fuese a atacarme a mí...o a la dama. Me sorprendí por mi propio pensamiento, pero ser un rufián no me impedía necesariamente ser una persona noble y hacer algo bueno por los demás.

Oí unas risas lejanas y supe que nos aproximábamos a una taberna. Me envaré y me atreví a acercarme a la joven, pero sin llegar a tocarla. Carraspeé y con una verguenza horrible le dije:

-Madame, no vaya por ahí-cuando se giró me puse serio-. Le harán daño.

Creeyendo que había hecho el mayor ridículo de mi vida y decidiendo salir pitando de allí, me giré para echar a correr y esfumarme, que era mi especialidad. Sin emabrgo, las viejas bolsas de basura abandonadas a un lado de la calle frustraron mis planes de huida por autohumillación. Tropecé con la bolsa haciendo gala de una torpeza hasta ahora inexistente en mí y caí de bruces al suelo.

Al ponerme de rodillas, dolorido, y sintiendo como la sangre me resbalaba por la frente, me mareé y tuve que sentarme cerca de aquel montón de basura. ¿Cuántas horas llevaba sin comer y soñando con una taza de café? No lo recordaba ya, de hecho esa tarde no había conseguido ningún tipo de ganancia. Esta noche comería lo que hubiese en el campamento y no lo que yo hubiera elegido. Me toqué la frente y observé mi propia sangre en mis dedos. Me alegraba de que no hubiesen vampiros cerca, porque no hubieran tardado en dejarme sin una sola goto de líquido rojo en el cuerpo.

Me sorprendí cuando vi a la dama a la que había estado siguiendo acercarse hasta a mí. ¿Iba a zurrame con algo por haberla asustado? ¿Iba a darme limosna? Esperé sentado y confuso en el suelo sintiéndome el ser más imbécil de toda Francia.

Cuando se acercó para comprobar mi estado mi primer instinto fué salir corriendo o rechazarla. Poca gente de raza no gitana se acercaba así a mí; sólo los pocos blancos de mi confianza como Emily o Viola. Sin embargo, en lugar de rodar y dar un enorme salto para poner pies en polvorosa me quedé sentado, esperando. Ella cogió mi rostro entre sus manos y examinó la herida con ojo experto. Cuando dictaminó que no era nada no pude evitar que una sonrisa se escapara de mis labios.

La sangre es escandalosa, pero luego la herida no es nada, solía decir mi abuela. Y como siempre, llevaba razón. Aunque me dolía el golpe que me había dado, el dolor era soportable y la sangre acabaría cortándose. Suspiré y traté de concentrarme en el hecho de que por lo menos ella no había salido despavorida chillando "Gitano, gitano" como si yo fuera el mismísimo demonio y fuera a devorarle las entrañas. Ni siquiera parecía asqueada o burlona por mi lamentable estado sentado en medio de la basura.

Cuando soltó mi rostro y afirmó que llevaba mucho tiempo sin comer, la herida que tan celosamente había quedado cerrada durante este fin de semana en el que me había ido del campamento se había reabierto. Claro que llevaba tiempo sin comer, pensé. De hecho desde aquella noche en la que provoqué a una hija de la noche; a una peligrosa vampiresa. La versión oficial era que me había largado en busca de un buen trabajo. La versión real era que me había largado para no sentirme culpable por las heridas ocasionadas un compadre, debido a mi estúpido jueguecito de retar a la vampiresa.

No podía soportar ver la carne rosácea de aquel hombre, tumbado siempre al fresco en mitad del campamento mientras las mujeres le aplicaban todo tipo de unguentos que le hacían gritar de dolor.No soportaba la visión de alguna s carretas carbonizadas. Me hacía sentirme culpable,sobre todo porque después yo había cedido al deseo...Mi repulsión por los vampiros se había visto vencida por la belleza demoledora de aquella vampiresa y por su carácter salvaje. Por eso había necesitado dos días fuera de casa.

Cuando me marché mi idea era esconderme y hacerme diminuto hasta que todo pasase. Era una postura cobarde, lo sabía. Pero no quería luchar contra mi mismo esa noche. No podía...Simplemente me sentía tan idiota, tan traidor. Ella se había alimentado de mi sangre y yo había disfrutado. Y si la veía, probablemente volvería a caer.

¿Había comido algo desde que había salido? No, sólo recordaba recostarme bajo un árbol rodeado de arbustos que me protegían de miradas indiscretas y me permitían descansar a pata suelta. Había perdido tanta sangre esa noche que debí de haberme alimentado, pero no lo hice. En lugar de ello me deslicé de cuando en cuando en busca de lugares donde beber agua y volver a mi sitio a seguir descansando durante dos dias enteros.

Cuando esa tarde había decidido que volvería a casa, al principio había sentido miedo. ¿Y si mi abuela había atado cabos? ¿Y si me desterraban por traidor? ¿Me acogería la vampiresa en su morada o me mataría si osaba ir a pedirle refugio? Mientras lo pensaba me descubrí yendo al café y observando a la bella damisela pelirroja que tenía delante. Parpadeé al recordar que ella había hecho una pregunta y que yo estaba tardando demasiado en responder. Luchando por pnerme en pies sin ayuda y sin hacer aún más el ridículo, respondí:

-Un par de días, solo madame-ah, y he perdido mucha sangre, añadí en mi fuero interno-pero no es nada. Sobreviviré.

De repente todo el cansancio acamulado me cayó como una pesada losa haciendo que me tambalease hacia delante. Odiaba mostrar debilidad y cobardía, pero así me sentía yo. Cobarde y débil

No podía creerlo. ¿En serio me ayudaba? La miré agradecido aunque algo asustado. No podía tener tanta suerte. Quizás lo mejor era quedarme en aquel mohoso callejón, entre la basura y dejarme morir. Así no cometería nunca más errores. Así mantendría a los míos a salvo.

Me descubrí apoyándome en la mujer de cabello rojo para caminar. Me regañaba por no haber comido y sonreí mirándola, divertido:

-¿Tiene usted hijos, madame? Debe de cuidarlos mucho-bromeé sintiéndome muy mareado. Después de todo no era tan fuerte y bruto como me creía. A la mínima de cambio unos días sin comer conseguían tumbarme. En vez de príncipe de los ladrones iban a tener que llamarme bufón de los ladrones. Suspiré rezando porque ningún conocido me viese en ese estado mientras avanzábamos hasta el sonido de la taberna. Me detuve y la observé.

-Madame, estoy muy débil y si la atacan no podré hacer gran cosa-le dije, preocupado. No quería que hiriesen a la persona que se había preocupado por mí de esa manera. Le aferré el brazo con la poca fuerza que tenía y le susurré-Péguese mucho a mí y sobre todo no lamemos su atención o...Bueno, será mucho peor.

Echamos a andar nuevamente. La luz de la taberna ya era visible y el sonido de una pelea llena de insultos y gritos varios llegó hasta nuestros oídos. Me envaré dispuesto a saltar sobre cualquier que osase acercarse a nosotros, pero milagrosamente pasamos de largo sin mayores incidentes que un par de miraditas a la dama y algún piropo guarro soltado por lo bajo. Les dirigí una mirada furibunda a los tipos que lo habían hecho y se callaron. Entre rufianes nos respetábamos. Más o menos.

Las calles estaban terriblemente oscuras. ¿Cuando había empezado a anochecer? Llevaba demasiado rato haciendo el tonto siguiendo a la pobre mujer. Tenía que haberle dado un susto de muerte cuando salí de entre las sombras para advertirla. Por fortuna no se había adentrado sola en la zona de la teberna, aunque las calles por las que pasábamos eran aún menos seguras.

-No me he presentado, Madame-dije en un susurro, como si le contase un secreto-.Me llamo Cam Rohan y siento haberla asustado de ese modo. Y siento que esté cargando conmigo-suspiré-y siento hacerle perder el tiempo. ¿Me diría por que nombre he de llamarla, por favor?

Cualquiera que dijera que los gitanos no sabíamos ser educados, se equivocaba. Mi abuela me habbía enseñado un profundo respeto por los demás...exceptuando a los vampiros, claro está. Cuando un vampiro se carga a tu hijo y deja huérfano de padre y madre a tu nieto no es precisamente para tenerlos en un altar.

-Valentine-repetí-.Muchas gracias por ayudarme, de verdad-le dije con calidez, realmente agradecido por lo que estaba haciendo.

Llegamos a su casa, muy bellamente decorada y más grande que todo nuestro campamento junto. Sin embargo, mis ojos estaban fijos en el mullido sofá al que Valentine me conducía. Por una parte deseaba sentarme, cerrar los ojos y dormir. Por otra parte me daba reparo sentarme y ensuciárselo. La miré dudando hastaque ella decidió por mí y me hizo sentarme.

Pese a su petición de que me pusiese cómodo, no lo hice. Me senté en el borde del sofá procurando no rozar nada con mi ropa sucia. Vaya, ahora me arrepentía de haberme largado. Tenía un par de mudas limpias en la carreta que me vendrían de perlas ahora mismo. Cansado, apoyé los codos sobre las piernas y enterré la cara entre las manos. Estaba causando muchas molestias a Valentine. Lo mejor sería que me marchase sin hacer ruido y me escabullese como sólo yo sabía hacer por aquellas callejuelas que habíamos dejado atrás. Cuando tomé la decisión de hacerlo, Valentine apareció frustrando mis planes de huida. Me estuve muy quieto observando lo que traía en sus manos.

-¿Es usted doctora?-le pregunté al ver que estaba bien surtida de elementos medicinales. Mi abuela solía ser llamada la curandera, por que su labor era la de una doctora en el campamento. No tenía tantos materiales como Valentine, pero si muchos que salvaban vidas. Eso unido a su brujería, la hacían una médica excelente. Sonreí al pensar en la abuela. La echaba de menos tanto que me dolía.

Observé a Valentine coger lo necesario para curarme la herida. El alcohol escocía, como siempre, pero eso eliminaría cualquier tipo de suciedad que hubiese en mi nueva marca de guerra. Me estuve quieto, esperando a que continuase curando mi herida mientras echaba un rápido vistazo a todo cuanto me rodeaba. Yo nunca tendría tanto dinero, me dije, apesadumbrado. Si tuviera tantísimo dinero compraría un castillo donde poder vivir junto a todo mi campamento. El castillo gitano. Todo un lugar de fiestas y risas.

Cuando ya llevábamos un rato en silencio me percaté de que eso era algo inusual. ¿Vivía sola Valentine? Probablemente tenía criados que no se habían manifestado,como aquella vez que cumplí un encargo para un conde y su ayudante de cámara me seguía a todos lados y se manifestaba cual fantasma en mitad del bosque. Era un tipo feo de larga cabellera blanca y orejudo. Me tenía manía y olía a flores muertas. Yo tenía trece años, así que solía pensar en él como el fantasma de París. Qué infantil era con esa edad. Dios santo.

Esperé a que al menos se manifestase una madre histérica o una hermana con aires de princesa, pero nadie vino. Sólo estábamos ella y yo y los criados ocultos. ¿Cómo era posible que una mujer de semejante belleza estuviese sola? Me había dado cuenta de que era extranjera por el acento, así que los hombres de su país debían de estar increíblemente ciegos.

off: por qué dices eso?? a mí me gusta ^^

-De verdad, no tiene porque invitarme a cenar. Ya he sido suficiente molestia por hoy-sonreí de lado-. Aunque se lo agradezco enormemente.

Gracias a ella iba a cenar esa noche y además me había curado mi nueva herida. Le estaba muy agradecido y sabía que algún día se lo iba a compensar como fuera. Odiaba estar en deuda con la gente y esto no sería una excepción. Cuando me preguntó acerca de mi familia vi que su curiosidad era real y no meramente fingida. Las enfermeras solían interesarse bastante por las personas. Valentine debía de tener eso muy adentro.

-Tengo a mi campamento gitano, a mi abuela que vive en él y a mi perro, Payaso-sonreí al pensar en ellos-. soy huérfano de padre y madre; nunca los conocí. Pero como puede ver no tengo traumas ni nada por el estilo.

Bueno, eso no era del todo cierto. Aún quería averiguar quién había sido el responsable de las muertes de mis padres y arrancarle la cabeza. Me habían privado del calor de una familia, aunque mi madre hubiera querido abandonarme en un principio, quizás mi padre, gitano de pura raza, la hubiera logrado convencer de lo contrario.

Clavé mis ojos oscuros en los claros de Valentine y sin que pudiera evitarlo mis labios formaron una pregunta incómoda. No tenía que haberla hecho. Si ella estaba sola era porque quería y yo no tenía porque cotillear en sus cosas.

-¿Y usted no tiene familia, Madame? Parece estar un poco...sola.

Supe que me estaba metiendo en donde no me llamaban, pero su rostro anegelical y sus maneras educadas la harían una mujer muy cotizada en París. Muchos hombres matarían por tener tanta educación y belleza en sus casas. Y Valentine era la perfecta muestra de ello.

-No quería ser entrometido, Madame. Discúlpeme.

Demasiado rápido, me puse en pie y me mareé. Logré mantener el tipo mientras me acercaba ala puerta avergonzado por lo que acababa de hacer. Era un entrometido sin remedio, ya lo sabía yo. Me pasé la manos por los rizos oscuros y me giré una última vez para despedirme de Valentine.

-Siento haberla hecho perder el tiempo, de verdad. Y perdona mis preguntas indiscrteas. Estoy acostumbrado a que en mi campamento todo se sepa y bueno...En fin, que perdóneme. Mis sinceras disculpas.



off: siento lo cortito, esta mañana imgainación cero. Hagamos que suceda algo divertido!!

Valentine me detuvo antes de que pudiese dar un paso más. La miré dubitativo unos instantes. Quizás no quería estar sola en esa casa tan grande. Quizás simplemente necesitaba hablar con alguien que la distrajera de sus propios pensamientos. Sus ojos, al menos en todo el tiempo que habíamos estado juntos desde que ella me había decidido ayudar, parecían tener un trasfondo de tristeza que me hacían snetirme mal a la par que me preocupaban y enternecían.


Parecía tan triste...Con aquel cabello pelirrojo y esos enormes ojos verdes se asemejaba a una de esas princesas de cuento que mi abuela contaba alas niñas del campamento. Sin embargo estas princesas acababan siendo felices. Valentine daba la sensación de estar siempre medio pensativa, como si una parte de ella se encontrase muy muy lejos. Quizás fue por eso que decidí quedarme. Quizás yo pudiese hacer que ella en su totalidad estuviera presente durante al menos unas horas.

-Está bien...Yo me quedo pero con una condición-sonreí aún débil-. Quiero que me cuentes el motivo de tu estancia en París, ¿te parece bien?

Me alejé de la puerta dispuesto a seguirla, con la pequeña sonrisa aún en el rostro. Era una mujer espléndida. Quizás pudiésemos ser amigos aunque ella fuese de clase alta y yo baja. No siempre me rechazaban, tenía algunos amigos de clase alta pero...Siempre costaba esa amistad. Muchas veces no fructificaban.

Continué caminando a su lado observando de cuando en cuando los cuadros que tenía por la casa. Me pregunté si alguno de ellos representaba a su familia. Ttras un breve instante me decidí a preguntárselo.

-¿Son tus familiares los de los cuadros?-Me detuve frente a uno en el que se representaban a varias personas-¿O simplemente son personas anónimas?

Siempre había querido tener un retrato de papá y mamá. Quería al menos poder visualizar sus caras. La abuela decía siempre que era tan parecido a William, mi padre, que conforme empecé a crecer no podía mirarme mucho rato sin echarse a llorar. Sin embargo, añadía después, mi nariz era idéntica a la de mi madre. ¿Cómo sería su rostro al completo? ¿Rubia, morena o pelirroja? ¿De qué color tenía los ojos? Sólo me hubiera gustado poder ver una vez un retrato de Isabella y saber si aparte de la nariz compartía algún otro rasgo con ella. O tal vez la personalidad.

-¿A quién te pareces de tu familia?-murmuré en voz baja con los ojos aún fijos en el cuadro-Tienes un rostro poco común...Pero no quiero decir que no sea hermoso-la miré no queriendo molestarla-. De hecho es uno de los rostros más bellos que he visto jamás pero sólo es diferente...