AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuando los recuerdos invaden tu mente, es difícil deshacerse de ellos
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Cuando los recuerdos invaden tu mente, es difícil deshacerse de ellos
Diario de Larisa Navratinova | ||||
Desconocido, Casa Navratinov/Rusia - Enero |
Día 1
Han pasado 15 horas, 23 minutos y 32 segundos desde que Vladimir dejó este mundo. Y aún no me puedo mover.
No he podido moverme desde que lo vi morir, suplicando por su vida. Aquel rostro, el de mi hermano más querido, cubierto de sangre, siendo brutalmente… no. Quiero alejar esa imagen de mi mente, y lo haré. Pero parece que no quiere hacerme caso. He repasado la muerte de Vladimir las últimas 15 horas, deteniéndome en los detalles, en los macabros detalles. Cuando termina, siento que se libera un peso de mí. Pero luego el recuerdo vuelve a la carga, a atormentarme por media hora más. Y sigue. Y sigue. Lo peor es que no sé qué hacer para que se detenga. Lo he intentado todo, dentro de mis posibilidades. Nada resulta.
Lo más particular es que no puedo recordar absolutamente nada del atacante. Siempre aparece velado como por una sombra que se niega a dar la cara por lo que hizo. Tengo mis dudas. ¿Fue una persona? ¿Fue un animal? ¿Acaso Vladimir merecía morir de la forma en que lo hizo? No. Claro que no, eso está claro. Él era la persona más buena y amable del mundo. No debió haber dejado el mundo de los vivos sufriendo como lo hizo en sus últimos momentos. Tratando de protegerme.
Alguien entra a mi habitación. Es Bernhard, el mayordomo de la familia y mi tutor. Viene a dejarme un poco de comida caliente, esperando que eso me anime. Él tiene un alma muy noble, pero no puede hacer nada por mí ahora. Quiero darle las gracias por siempre preocuparse por mí, pero nada sale de mi boca. Quiero alcanzar el plato de comida al frente mío, pero me es imposible. Sigo como una estatua sufriente. Quizá con la misma cara, quizá no.
Lo que más detesto de no poder moverme es el hecho de preocupar a mi familia más de lo que está. ¿Por qué se empeñan en ayudarme a mí, si Vladimir es el que está muerto? Si hay algo que no puedo soportar es ver sufrir a mis padres. Cada cinco minutos aproximadamente mi madre se asoma a ver si me he movido. Está destrozada. Igual que mi padre. A veces les he escuchado decir que han perdido dos hijos en vez de uno. Una tontería. Yo sigo aquí, viva.
Día 2
Han pasado exactamente 28 horas, 2 minutos y 46 segundos desde que Vladimir dejó este mundo. Mi estado es el mismo.
Cuando lentamente volví a la superficie, después de haber estado mirando indefinidamente el recuerdo de la muerte de Vladimir, me di cuenta de que tenía hambre. No había comido nada, ni bebido ni una gota de agua. Al lado mío había un olor delicioso, como de sopa caliente. Y de hecho, ahí estaba. Bernhard, de nuevo. Aquel hombre siempre hacía demasiado por nosotros.
Después me di cuenta de que también estaba mi madre. Durmiendo, con una expresión de cansancio. Quizá velando por mí. No duro mucho su siesta, porque al momento en que la miré ella abrió los ojos, como si supiera lo que pasaba a su alrededor. “¡Larisa, Bozhe Moy!”, fue lo primero que dijo. Lo segundo, “Tienes cara de tener hambre. Come aunque sea un poco, por favor”.
Ella misma me dio de comer. Fue un alivio ver que podía abrir la boca para recibir la sopa. También mi padre estaba allí. Nunca lo había visto tan demacrado en mi vida. Quizá debe ser porque he vivido muy poco. Cuando acabé mi plato, él me sirvió otro. Y mi madre me lo daba. Era como un extraño trabajo en equipo, el que siempre habían tenido. Después de aquello, tuvieron el tino de dejarme sola, para tratar de digerir mis recuerdos.
Antes de volver a la carga, escuché cómo mis padres hablaban fuera de mi cuarto.
-Sigue Catatónica, ¿Cuánto más va a durar?
-No lo sé. No hay que presionarla, debe ser horrible para ella. Volodia era su favorito. Mi pobre niño…- se escuchó un sollozo. Mi madre lloraba. Mi padre suspiró, también con la voz quebrada.
-Ya no está entre nosotros, Annelise. No podemos hacer nada. Y tampoco es nuestra culpa que lo haya encontrado un felino salvaje. Según los peones, parecía un tigre siberiano, pero no podemos estar seguros.
Y el recuerdo volvió, tratando de verificar la versión que acababa de darme mi padre. La muerte de mi hermano volvía a mostrarse ante mis ojos, fresca como si hubiera ocurrido hace cinco minutos. Esta vez, el velo del atacante pareció salir, sólo un poco. Lo suficiente como para darme cuenta de que había sido un animal, pero que no era un Tigre Siberiano. Ellos no solían estar tan al sur. Era un animal, pero no sabía cuál. Y en ese momento rasgaba la piel de su hermano con saña, como si lo hiciera sólo por disfrute.
En ese preciso instante, el animal me miró. Con ojos llenos de odio.
El miedo volvió, se apoderó completamente de mí. El mismo pánico que había sentido en aquella situación, como si mágicamente volviera a la escena y mi vida pendiera de un hilo. Los ojos de ese animal me decían “Voy a matarte, no importa cómo, pero lo haré y no podrás escapar de mí para siempre”.
En ese preciso instante, mi madre volvía a entrar a mi cuarto. Me miró con horror. Gritó. Mi padre vino y se quedó con la misma cara. No entendía nada. Nada, hasta que hablaron.
-¡Sergei, dile a Bernhard que traiga las vendas por favor! Oh, Larisa, ¡¿Cómo pudo hacerse eso y no gritar de dolor?!
Cuando mi mamá rompió la presa que hacían mis brazos alrededor de mis piernas, me di cuenta de que tenía las manos bañadas en sangre, y las uñas parecían acumular más. Me miré las piernas. Me las había herido con mis propias uñas.
Han pasado 15 horas, 23 minutos y 32 segundos desde que Vladimir dejó este mundo. Y aún no me puedo mover.
No he podido moverme desde que lo vi morir, suplicando por su vida. Aquel rostro, el de mi hermano más querido, cubierto de sangre, siendo brutalmente… no. Quiero alejar esa imagen de mi mente, y lo haré. Pero parece que no quiere hacerme caso. He repasado la muerte de Vladimir las últimas 15 horas, deteniéndome en los detalles, en los macabros detalles. Cuando termina, siento que se libera un peso de mí. Pero luego el recuerdo vuelve a la carga, a atormentarme por media hora más. Y sigue. Y sigue. Lo peor es que no sé qué hacer para que se detenga. Lo he intentado todo, dentro de mis posibilidades. Nada resulta.
Lo más particular es que no puedo recordar absolutamente nada del atacante. Siempre aparece velado como por una sombra que se niega a dar la cara por lo que hizo. Tengo mis dudas. ¿Fue una persona? ¿Fue un animal? ¿Acaso Vladimir merecía morir de la forma en que lo hizo? No. Claro que no, eso está claro. Él era la persona más buena y amable del mundo. No debió haber dejado el mundo de los vivos sufriendo como lo hizo en sus últimos momentos. Tratando de protegerme.
Alguien entra a mi habitación. Es Bernhard, el mayordomo de la familia y mi tutor. Viene a dejarme un poco de comida caliente, esperando que eso me anime. Él tiene un alma muy noble, pero no puede hacer nada por mí ahora. Quiero darle las gracias por siempre preocuparse por mí, pero nada sale de mi boca. Quiero alcanzar el plato de comida al frente mío, pero me es imposible. Sigo como una estatua sufriente. Quizá con la misma cara, quizá no.
Lo que más detesto de no poder moverme es el hecho de preocupar a mi familia más de lo que está. ¿Por qué se empeñan en ayudarme a mí, si Vladimir es el que está muerto? Si hay algo que no puedo soportar es ver sufrir a mis padres. Cada cinco minutos aproximadamente mi madre se asoma a ver si me he movido. Está destrozada. Igual que mi padre. A veces les he escuchado decir que han perdido dos hijos en vez de uno. Una tontería. Yo sigo aquí, viva.
Día 2
Han pasado exactamente 28 horas, 2 minutos y 46 segundos desde que Vladimir dejó este mundo. Mi estado es el mismo.
Cuando lentamente volví a la superficie, después de haber estado mirando indefinidamente el recuerdo de la muerte de Vladimir, me di cuenta de que tenía hambre. No había comido nada, ni bebido ni una gota de agua. Al lado mío había un olor delicioso, como de sopa caliente. Y de hecho, ahí estaba. Bernhard, de nuevo. Aquel hombre siempre hacía demasiado por nosotros.
Después me di cuenta de que también estaba mi madre. Durmiendo, con una expresión de cansancio. Quizá velando por mí. No duro mucho su siesta, porque al momento en que la miré ella abrió los ojos, como si supiera lo que pasaba a su alrededor. “¡Larisa, Bozhe Moy!”, fue lo primero que dijo. Lo segundo, “Tienes cara de tener hambre. Come aunque sea un poco, por favor”.
Ella misma me dio de comer. Fue un alivio ver que podía abrir la boca para recibir la sopa. También mi padre estaba allí. Nunca lo había visto tan demacrado en mi vida. Quizá debe ser porque he vivido muy poco. Cuando acabé mi plato, él me sirvió otro. Y mi madre me lo daba. Era como un extraño trabajo en equipo, el que siempre habían tenido. Después de aquello, tuvieron el tino de dejarme sola, para tratar de digerir mis recuerdos.
Antes de volver a la carga, escuché cómo mis padres hablaban fuera de mi cuarto.
-Sigue Catatónica, ¿Cuánto más va a durar?
-No lo sé. No hay que presionarla, debe ser horrible para ella. Volodia era su favorito. Mi pobre niño…- se escuchó un sollozo. Mi madre lloraba. Mi padre suspiró, también con la voz quebrada.
-Ya no está entre nosotros, Annelise. No podemos hacer nada. Y tampoco es nuestra culpa que lo haya encontrado un felino salvaje. Según los peones, parecía un tigre siberiano, pero no podemos estar seguros.
Y el recuerdo volvió, tratando de verificar la versión que acababa de darme mi padre. La muerte de mi hermano volvía a mostrarse ante mis ojos, fresca como si hubiera ocurrido hace cinco minutos. Esta vez, el velo del atacante pareció salir, sólo un poco. Lo suficiente como para darme cuenta de que había sido un animal, pero que no era un Tigre Siberiano. Ellos no solían estar tan al sur. Era un animal, pero no sabía cuál. Y en ese momento rasgaba la piel de su hermano con saña, como si lo hiciera sólo por disfrute.
En ese preciso instante, el animal me miró. Con ojos llenos de odio.
El miedo volvió, se apoderó completamente de mí. El mismo pánico que había sentido en aquella situación, como si mágicamente volviera a la escena y mi vida pendiera de un hilo. Los ojos de ese animal me decían “Voy a matarte, no importa cómo, pero lo haré y no podrás escapar de mí para siempre”.
En ese preciso instante, mi madre volvía a entrar a mi cuarto. Me miró con horror. Gritó. Mi padre vino y se quedó con la misma cara. No entendía nada. Nada, hasta que hablaron.
-¡Sergei, dile a Bernhard que traiga las vendas por favor! Oh, Larisa, ¡¿Cómo pudo hacerse eso y no gritar de dolor?!
Cuando mi mamá rompió la presa que hacían mis brazos alrededor de mis piernas, me di cuenta de que tenía las manos bañadas en sangre, y las uñas parecían acumular más. Me miré las piernas. Me las había herido con mis propias uñas.
Última edición por Larisa Navratinova el Vie Nov 02, 2012 2:53 pm, editado 1 vez
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 10/09/2012
Localización : San Petersburgo, Imperio Ruso
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Re: Cuando los recuerdos invaden tu mente, es difícil deshacerse de ellos
Por Dios mi pequeña...he leido una parte de esta tu historia y ya quiero tenerte protegida entre mis brazos...lamento mucho el fallecimiento de tu hermano, mis flashbacks de cuando perdí a mi familia y me quedé solo sin nada más que pautas e instrumentos volvieron a mi al releer tu escrito...
Permíteme decirte que se nota que tus padres te quieren mucho...y tienen toda la razón: "no quieren perder a otro hijo más...", mi pequeña, sé consciente...los recuerdos pueden llegar a matarnos lentamente en nuestros lechos sin avisar...cherie, tu vida, dirígela por un camino de libertad, y no acostumbres a encerrarte en ese atrayente laberinto de recuerdos...te abrazaría en este momento y limpiaría con mi propio traje tu sangre...por favor...ya no sueñes más con la muerte, porque ésta al ver que le prestas la atención, mas de lo normal...podría venir por ti, y hacerte una invitación...
Como eres mi protegida he querido expresarte mi incondicional, apoyo..yo se que esto solo es un diario, pero...el escribir y leer nos transporta en el tiempo...
Me retiro, aunque no quisiera, ahora solo deseo tocarte un par de piezas en mi piano...y llenarte la cabeza de melodías distractoras....
Bonne nuit~
Permíteme decirte que se nota que tus padres te quieren mucho...y tienen toda la razón: "no quieren perder a otro hijo más...", mi pequeña, sé consciente...los recuerdos pueden llegar a matarnos lentamente en nuestros lechos sin avisar...cherie, tu vida, dirígela por un camino de libertad, y no acostumbres a encerrarte en ese atrayente laberinto de recuerdos...te abrazaría en este momento y limpiaría con mi propio traje tu sangre...por favor...ya no sueñes más con la muerte, porque ésta al ver que le prestas la atención, mas de lo normal...podría venir por ti, y hacerte una invitación...
Como eres mi protegida he querido expresarte mi incondicional, apoyo..yo se que esto solo es un diario, pero...el escribir y leer nos transporta en el tiempo...
Me retiro, aunque no quisiera, ahora solo deseo tocarte un par de piezas en mi piano...y llenarte la cabeza de melodías distractoras....
Bonne nuit~
Mikelangelo Van Dort- Vampiro/Realeza
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Re: Cuando los recuerdos invaden tu mente, es difícil deshacerse de ellos
Diario de Larisa Navratinova | ||||
Hora desconocida, Casa Navratinov/Rusia - Enero |
Día 5
Ya he perdido la cuenta de cuántas horas lleva Vladimir muerto. Mi estado es el mismo.
El recuerdo, lejos de haber pasado, sólo se ha atenuado un poco. Lo suficiente como para dejarme descansar. Y lo suficiente como para seguir mostrándose a lo largo del día. Por lo menos, hay un avance, y se ven banderas de tregua entre mi realidad y la del resto.
Pero entonces, ¿Por qué aún no me puedo mover?
Cierto. Catatonia. Le oí decir al doctor que tenía eso. Que si no me movía en una o dos semanas, ya podían darme por muerta o incapaz. Pero no es mi culpa. Mi mente está cada vez más clara. Es mi cuerpo el que no me quiere hacer caso. Mis brazos están como atados alrededor de mis piernas, y las piernas pegadas al cuerpo. Mi cabeza sigue escondida, negándose a salir, salvo las veces en las que me alimentan o me llevan al lavatorio.
Aunque ellos no lo noten, estoy desesperada por moverme.
El recuerdo me dio un momento de tregua, como había estado haciendo hace un par de días, a intervalos regulares. Como diciendo “descansa, Larisa”. Le hice caso. Dejé la mente en blanco.
-Te ves mal, moya Lara.
Pegué un respingo, pero seguí en mi posición. Conocía bien esa voz. Lo suficiente como para arrancarme lágrimas de pena.
-Se supone que estás muerto, moya Volodia. ¿Eres un fantasma?
-Nyet, soy un simple recuerdo. ¿De verdad te vas a quedar así toda tu vida? Eso es penoso, ¿sabes?
Escondí más la cabeza. Vladimir tenía razón. Era penoso, pero ¿qué más podía hacer? Simplemente mis extremidades no se querían mover.
-¿Vas a atormentarme igual que el otro recuerdo? ¿Te vas a quedar aquí hasta que no pueda más?
Vladimir suspiró. No se oía feliz.
-Mi intención no es atormentarte, malyy. Sólo quiero ayudar. No puedes seguir así. Tienes que vivir tu vida. La mía ya pasó. A ti todavía te quedan varios años por delante. ¡Tienes diecinueve años! ¡Vamos, lucha!
Suspiré. Traté de mover un brazo. No pude. Un pie. No pude. Levantar la cabeza.
-Es inútil, hermano. No puedo. Simplemente no puedo.
-¿Entonces te rindes, así como así? ¿Y la Larisa que conozco, dónde está? ¿Recuerdas que luchaste durante muchos años, sola, y lograste tocar el piano como una maestra? ¿Qué hago aquí, entonces? Debería irme.
-¡NO! ¡Vladimir, espera!
Y entonces lo vi. Estaba parado al frente mío, cuan largo era, con su pelo rubio claro y sus ojos celestes, y su sonrisa franca. Saludándome con la mano.
Y tan rápido como llegó, se fue. Me arrastré hacia el borde de la cama, para tratar de alcanzarlo.
Esperen. Podía moverme.
¡Podía moverme!
Ya he perdido la cuenta de cuántas horas lleva Vladimir muerto. Mi estado es el mismo.
El recuerdo, lejos de haber pasado, sólo se ha atenuado un poco. Lo suficiente como para dejarme descansar. Y lo suficiente como para seguir mostrándose a lo largo del día. Por lo menos, hay un avance, y se ven banderas de tregua entre mi realidad y la del resto.
Pero entonces, ¿Por qué aún no me puedo mover?
Cierto. Catatonia. Le oí decir al doctor que tenía eso. Que si no me movía en una o dos semanas, ya podían darme por muerta o incapaz. Pero no es mi culpa. Mi mente está cada vez más clara. Es mi cuerpo el que no me quiere hacer caso. Mis brazos están como atados alrededor de mis piernas, y las piernas pegadas al cuerpo. Mi cabeza sigue escondida, negándose a salir, salvo las veces en las que me alimentan o me llevan al lavatorio.
Aunque ellos no lo noten, estoy desesperada por moverme.
El recuerdo me dio un momento de tregua, como había estado haciendo hace un par de días, a intervalos regulares. Como diciendo “descansa, Larisa”. Le hice caso. Dejé la mente en blanco.
-Te ves mal, moya Lara.
Pegué un respingo, pero seguí en mi posición. Conocía bien esa voz. Lo suficiente como para arrancarme lágrimas de pena.
-Se supone que estás muerto, moya Volodia. ¿Eres un fantasma?
-Nyet, soy un simple recuerdo. ¿De verdad te vas a quedar así toda tu vida? Eso es penoso, ¿sabes?
Escondí más la cabeza. Vladimir tenía razón. Era penoso, pero ¿qué más podía hacer? Simplemente mis extremidades no se querían mover.
-¿Vas a atormentarme igual que el otro recuerdo? ¿Te vas a quedar aquí hasta que no pueda más?
Vladimir suspiró. No se oía feliz.
-Mi intención no es atormentarte, malyy. Sólo quiero ayudar. No puedes seguir así. Tienes que vivir tu vida. La mía ya pasó. A ti todavía te quedan varios años por delante. ¡Tienes diecinueve años! ¡Vamos, lucha!
Suspiré. Traté de mover un brazo. No pude. Un pie. No pude. Levantar la cabeza.
-Es inútil, hermano. No puedo. Simplemente no puedo.
-¿Entonces te rindes, así como así? ¿Y la Larisa que conozco, dónde está? ¿Recuerdas que luchaste durante muchos años, sola, y lograste tocar el piano como una maestra? ¿Qué hago aquí, entonces? Debería irme.
-¡NO! ¡Vladimir, espera!
Y entonces lo vi. Estaba parado al frente mío, cuan largo era, con su pelo rubio claro y sus ojos celestes, y su sonrisa franca. Saludándome con la mano.
Y tan rápido como llegó, se fue. Me arrastré hacia el borde de la cama, para tratar de alcanzarlo.
Esperen. Podía moverme.
¡Podía moverme!
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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