AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Yo te desnudaba para ver como era el mar. [Tulio]
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Yo te desnudaba para ver como era el mar. [Tulio]
Le han advertido pero no aprende, no lo hizo antes y mucho menos ahora. Golpea y rompe todo lo que encuentra a mano, necesita descargar la frustración de algún modo para evitar tener que enfrentar esas disculpas que sólo logran molestarla más. Si sigue gritando de ese modo sin dudas la van a confundir con una banshee, siempre y cuando las banshees conocieran cada palabrota existente en inglés y francés. - ¡Puto! – ríe por el insulto elegido y eso le quita algo del dramatismo que quiere darle a toda la situación. -¡Vete al carajo! No, no, mejor… ¡vete a la mierda! – lo siguiente es un espejo de bronce que lanza y ni siquiera se fija si ha llegado a su destino. Da la vuelta para buscar algo más que sirva de proyectil o en este caso, como un arma para dejar bien claro su punto. – Sólo espera que… - su voz baja y se pierde mientras recorre esa habitación que le han asignado, no es suya tal como nada de lo que se encuentra esparcido por todo el piso, deberá pagarlo pero en ese momento nada más le importa que causarle algún tipo de daño. No escucha razones, sólo desea que el hombre salga lo antes posible de ahí y no volver a ver nunca más su gordinflona cara de mejillas eternamente coloradas. - ¡Sal de acá a menos que quieras que te corte el pepinillo que tienes entre las piernas! – lo mira acercarse a la puerta y camina también hasta ahí empecinada en hacerle pasar un mal rato aún cuando ya ha doblado hacia el otro pasillo.
Se cruza de brazos en el umbral de la puerta, está desnuda y enojada, esa no suele ser una buena combinación. Mira por sobre su hombro y agradece al menos no haber volcado alguna de las velas porque de otro modo no estaría tan tranquila ahora. Un rostro familiar se acerca directo hacia ella y produce que la sonrisa se amplíe hasta dejar ver cada uno de sus muy chuecos dientes. Extiende sus brazos y lo saluda con la comodidad de quien recibe en su hogar a un amigo querido. - ¡Tulio! – suelta una palabrota en italiano que él mismo le ha enseñado y ríe mientras retrocede para dejarlo entrar. Levanta una de sus manos cortando cualquier pregunta y busca una bata para cubrirse mientras arrastra con uno de los pies los restos de una taza hasta un rincón, procura tener cuidado de no cortarse y agregar otro problema más a su lista reciente. – Sólo tuve unas pequeñas diferencias con el cliente que acaba de irse… - se estira sintiendo crujir los músculos de su espalda y recoge algunas cosas que han quedado intactas para ponerlas en los sitios donde estaban antes de que el huracán Simona hiciera su paso. - ¿Puedes creer que el hijo de la gran puta ese me lo quería meter por atrás? ¡Le dije que eso no estaba en su tarifa! – la ira disipada vuelve a generar una arruga casi imperceptible sobre su ceño y lanza hacia la pared la figura de metal que acababa de dejar sobre el mueble, el golpe se escucha fuerte y la replica desde la otra habitación le indica que quizás es mejor que deje de hacer eso.
Un sonido tras ella le recuerda que no está sola, se vuelve y acorta la distancia entre ellos. El cambio es drástico y de no ser porque él ya conoce un poco de su personalidad no le habría extrañado que dejara la habitación tan poco como soltó las primera palabras. – Tú no eres así, tú te portas bien. – vuelve a sonreír y adopta la postura que cree es atrayente al borde de la cama. – Aunque está claro que eso puede cambiar en cualquier minuto, podrías salir con algo como lo que el pene pequeño acaba de decirme… - no teme reírse de su propia broma, busca dos copas y las llena con vino entregándole una mojándose apenas los labios con la que sostiene entre los dedos. – Ahora Tulio, ¿me vas a decir que deseas hoy o voy a tener que adivinarlo? La segunda opción me gusta pero no es tan conveniente para tu bolsillo como la primera… - niega con la cabeza como si aquello hubiera sido algún problema antes. Le gusta jugar y que sus clientes respondan, quieran o no, a sus juegos. Tiene claro que está caminando en terreno peligroso, que alguien como el gordo que se fue podría volver y esta vez hacerle pagar por su comportamiento, pero mientras eso no suceda prefiere seguir disfrutando de sus noches. – ¡Ah! También deberías recordar que estoy de mal humor. – Deja la copa a un lado y se cruza de brazos, aprovecha de rascarse una axila creyendo que el no puede notarlo, quiere lucir molesta y seguir con toda esa actuación antes de que él pueda salir y dejarla sola o tomarla por la cintura y llevarla a la cama.
Se cruza de brazos en el umbral de la puerta, está desnuda y enojada, esa no suele ser una buena combinación. Mira por sobre su hombro y agradece al menos no haber volcado alguna de las velas porque de otro modo no estaría tan tranquila ahora. Un rostro familiar se acerca directo hacia ella y produce que la sonrisa se amplíe hasta dejar ver cada uno de sus muy chuecos dientes. Extiende sus brazos y lo saluda con la comodidad de quien recibe en su hogar a un amigo querido. - ¡Tulio! – suelta una palabrota en italiano que él mismo le ha enseñado y ríe mientras retrocede para dejarlo entrar. Levanta una de sus manos cortando cualquier pregunta y busca una bata para cubrirse mientras arrastra con uno de los pies los restos de una taza hasta un rincón, procura tener cuidado de no cortarse y agregar otro problema más a su lista reciente. – Sólo tuve unas pequeñas diferencias con el cliente que acaba de irse… - se estira sintiendo crujir los músculos de su espalda y recoge algunas cosas que han quedado intactas para ponerlas en los sitios donde estaban antes de que el huracán Simona hiciera su paso. - ¿Puedes creer que el hijo de la gran puta ese me lo quería meter por atrás? ¡Le dije que eso no estaba en su tarifa! – la ira disipada vuelve a generar una arruga casi imperceptible sobre su ceño y lanza hacia la pared la figura de metal que acababa de dejar sobre el mueble, el golpe se escucha fuerte y la replica desde la otra habitación le indica que quizás es mejor que deje de hacer eso.
Un sonido tras ella le recuerda que no está sola, se vuelve y acorta la distancia entre ellos. El cambio es drástico y de no ser porque él ya conoce un poco de su personalidad no le habría extrañado que dejara la habitación tan poco como soltó las primera palabras. – Tú no eres así, tú te portas bien. – vuelve a sonreír y adopta la postura que cree es atrayente al borde de la cama. – Aunque está claro que eso puede cambiar en cualquier minuto, podrías salir con algo como lo que el pene pequeño acaba de decirme… - no teme reírse de su propia broma, busca dos copas y las llena con vino entregándole una mojándose apenas los labios con la que sostiene entre los dedos. – Ahora Tulio, ¿me vas a decir que deseas hoy o voy a tener que adivinarlo? La segunda opción me gusta pero no es tan conveniente para tu bolsillo como la primera… - niega con la cabeza como si aquello hubiera sido algún problema antes. Le gusta jugar y que sus clientes respondan, quieran o no, a sus juegos. Tiene claro que está caminando en terreno peligroso, que alguien como el gordo que se fue podría volver y esta vez hacerle pagar por su comportamiento, pero mientras eso no suceda prefiere seguir disfrutando de sus noches. – ¡Ah! También deberías recordar que estoy de mal humor. – Deja la copa a un lado y se cruza de brazos, aprovecha de rascarse una axila creyendo que el no puede notarlo, quiere lucir molesta y seguir con toda esa actuación antes de que él pueda salir y dejarla sola o tomarla por la cintura y llevarla a la cama.
Simona Pond- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 01/10/2012
Re: Yo te desnudaba para ver como era el mar. [Tulio]
La rutina desde que había llegado a la capital francesa no había variado demasiado de la que había mantenido allá en la lejana Florencia, excepto por un punto fundamental, uno que movía y removía absolutamente todo como para tener el descaro de fingir que no era así, era obligado a vivir con Ginevra, esa exasperante mujer, esa que quería poseer todo lo que no tenía y una vez que lo conseguía, se aburría con facilidad, esa que, sin embargo, encantaba a Tulio, con su beligerante caprichosa forma de ser y todo, era eso precisamente lo que le gustaba tanto, pero no podía decirlo, un muro grueso, alto, poderoso e invisible se lo impedía, uno que a base de palabras paternas, contradicciones maternas y una propia convicción subconsciente, construyó al pasar de los años. De Giacomo, su padre, aprendió un nulo respeto por las mujeres, pero de Domenica, su madre, aprendió a adorar la figura femenina, así que al final no sabía muy bien qué creer o qué sentir y decidía tomar rutas tangentes para liberar demonios.
Desde que estaba con Ginevra, oficialmente a la fuerza y muy secretamente en su interior, por un amor real, había adoptado el vicio de las prostitutas, siendo quien era, solía escogerlas muy bien y frecuentaba a 2 o 3 durante temporadas y luego las cambiaba. Era una criatura de hábitos que muy difícilmente cambiaba, incluso en situaciones tan sórdidas como las visitas al burdel –no tenía el cinismo suficiente, no aún, como para llevar a las putas a su casa-.
Esa noche había discutido con ella, con la que inevitablemente llevaba desde ya el apellido Cavaradossi, nada fuera de lo común y él abandonó la casa que ambos compartían en la urbe gala. Caminó con una meta muy bien fijada en su mente, rara vez salía a deambular sin rumbo fijo, rara vez hacía las cosas por hacerlas, Tulio era un labrador de su destino, de gustaba de dejar las cosas al azar, por más ínfimo que fuese el detalle. Así que rápido y a pie, llegó a las puertas del lugar, entró sin mediar palabras con nadie y caminó en una línea recta perfecta, como si ésta hubiese estado dibujada en el suelo. Preguntó algo a una de las trabajadoras de ahí y ella simplemente le señaló un pasillo, Tulio dijo un gracias inaudible y continuó caminando. En el pasillo es casi arrollado por un hombre que salía huyendo y él rio, conociendo a quien iba a visitar esa velada, intuyó qué hacía sucedido y continuó avanzando hasta detenerse en el umbral de una puerta donde fue recibido con un abrazo y el volvió a reír, la tomó por la cintura y no dijo nada, la separó para poder verla a la cara, un rostro que ni con esa dentadura chueca podía ser tachado de no grato a la vista.
Cuando el italiano elegía a las cortesanas que lo acompañaban tenía un criterio muy particular, no elegía a la más bella o a la más voluptuosa, prefería a aquellas que parecían poder contar algo aunque fuese con un vocabulario limitado, prefería a las que lucían interesantes, porque después de un buen polvo le gustaba conversar, nunca algo demasiado profundo, simplemente conversar y muy pocas a decir verdad podían mantener su interés; se había topado con chicas con historias de vida realmente espeluznantes, chicas alocadas, chicas rotas por dentro y ahí estaba Simona, su nueva obsesión, su nuevo bálsamo para esa herida que llevaba por nombre Ginevra.
Calló un rato más mientras ella le explicaba el porqué de su arrebato y era eso lo que lo atraía tanto, era eso lo que pintaba sobre ella el aura que buscaba incansable en las mujeres. La miró con una ceja arqueada mientras ella soltaba su retahíla, la dejó, dejó que se desahogara pensando en qué decirle aunque en realidad daba igual. Después de mirarla un rato así, se acercó a ella al tiempo que ella tomaba un par de copas y recibió la suya.
-Creo que en cualquiera de los casos –finalmente habló –tú ya sabrías qué hacer, me conoces bastante bien –desde que estaba en París, Simona fue una de las primeras en recibirlo entre sus brazos y entre las piernas, su relación se limitaba a eso, pero con ese afán suyo de platicar con ellas, comenzaba a conocerla y si bien él no se abría y le contaba sus penas, sentía que eran más cercanos de lo que él jamás había sido con otra cortesana. Antes de poder continuar la miró en silencio mientras ella ejecutaba una acción para nada sensual, rascarse una axila, dio un sorbo a la copa y la dejó de lado también, apartó con suavidad el cabello del cuello de su acompañante y besó cerca del oído.
-Tú tienes el método para quitarme el mal humor y yo para quitártelo a ti –le dijo en voz baja y ronca para luego volver a besar y separarse-, ¿qué dices? –y ahí pareció más bien un niño invitando a alguien más a una travesura, cejas levantadas y sonrisa ladina incluidos. Tulio se movió, empujó a Simona suavemente para obligarla a recostarse y él se acomodó a su lado, casi como si ambos estuvieran tendidos en la hierba de un extenso campo, sobre un mantel y encontrándole formas a las nubes-. Quiero que esta noche me sorprendas –y sonó a reto, pero a invitación también.
Desde que estaba con Ginevra, oficialmente a la fuerza y muy secretamente en su interior, por un amor real, había adoptado el vicio de las prostitutas, siendo quien era, solía escogerlas muy bien y frecuentaba a 2 o 3 durante temporadas y luego las cambiaba. Era una criatura de hábitos que muy difícilmente cambiaba, incluso en situaciones tan sórdidas como las visitas al burdel –no tenía el cinismo suficiente, no aún, como para llevar a las putas a su casa-.
Esa noche había discutido con ella, con la que inevitablemente llevaba desde ya el apellido Cavaradossi, nada fuera de lo común y él abandonó la casa que ambos compartían en la urbe gala. Caminó con una meta muy bien fijada en su mente, rara vez salía a deambular sin rumbo fijo, rara vez hacía las cosas por hacerlas, Tulio era un labrador de su destino, de gustaba de dejar las cosas al azar, por más ínfimo que fuese el detalle. Así que rápido y a pie, llegó a las puertas del lugar, entró sin mediar palabras con nadie y caminó en una línea recta perfecta, como si ésta hubiese estado dibujada en el suelo. Preguntó algo a una de las trabajadoras de ahí y ella simplemente le señaló un pasillo, Tulio dijo un gracias inaudible y continuó caminando. En el pasillo es casi arrollado por un hombre que salía huyendo y él rio, conociendo a quien iba a visitar esa velada, intuyó qué hacía sucedido y continuó avanzando hasta detenerse en el umbral de una puerta donde fue recibido con un abrazo y el volvió a reír, la tomó por la cintura y no dijo nada, la separó para poder verla a la cara, un rostro que ni con esa dentadura chueca podía ser tachado de no grato a la vista.
Cuando el italiano elegía a las cortesanas que lo acompañaban tenía un criterio muy particular, no elegía a la más bella o a la más voluptuosa, prefería a aquellas que parecían poder contar algo aunque fuese con un vocabulario limitado, prefería a las que lucían interesantes, porque después de un buen polvo le gustaba conversar, nunca algo demasiado profundo, simplemente conversar y muy pocas a decir verdad podían mantener su interés; se había topado con chicas con historias de vida realmente espeluznantes, chicas alocadas, chicas rotas por dentro y ahí estaba Simona, su nueva obsesión, su nuevo bálsamo para esa herida que llevaba por nombre Ginevra.
Calló un rato más mientras ella le explicaba el porqué de su arrebato y era eso lo que lo atraía tanto, era eso lo que pintaba sobre ella el aura que buscaba incansable en las mujeres. La miró con una ceja arqueada mientras ella soltaba su retahíla, la dejó, dejó que se desahogara pensando en qué decirle aunque en realidad daba igual. Después de mirarla un rato así, se acercó a ella al tiempo que ella tomaba un par de copas y recibió la suya.
-Creo que en cualquiera de los casos –finalmente habló –tú ya sabrías qué hacer, me conoces bastante bien –desde que estaba en París, Simona fue una de las primeras en recibirlo entre sus brazos y entre las piernas, su relación se limitaba a eso, pero con ese afán suyo de platicar con ellas, comenzaba a conocerla y si bien él no se abría y le contaba sus penas, sentía que eran más cercanos de lo que él jamás había sido con otra cortesana. Antes de poder continuar la miró en silencio mientras ella ejecutaba una acción para nada sensual, rascarse una axila, dio un sorbo a la copa y la dejó de lado también, apartó con suavidad el cabello del cuello de su acompañante y besó cerca del oído.
-Tú tienes el método para quitarme el mal humor y yo para quitártelo a ti –le dijo en voz baja y ronca para luego volver a besar y separarse-, ¿qué dices? –y ahí pareció más bien un niño invitando a alguien más a una travesura, cejas levantadas y sonrisa ladina incluidos. Tulio se movió, empujó a Simona suavemente para obligarla a recostarse y él se acomodó a su lado, casi como si ambos estuvieran tendidos en la hierba de un extenso campo, sobre un mantel y encontrándole formas a las nubes-. Quiero que esta noche me sorprendas –y sonó a reto, pero a invitación también.
Invitado- Invitado
Re: Yo te desnudaba para ver como era el mar. [Tulio]
Cada vez que llueve siente que renace, que toda esa agua que cae del cielo lo hace para limpiarle lo malo y llevarse aquello que no sirve. Cuando hay mucho viento, de ese que la despeina apenas abre una ventana, siente que sus ideas se ordenan, que el aire logra moverle los pensamientos y puede tomar decisiones con calma y con la seguridad de que es lo correcto. Cuando pierde un cliente por un arrebato y llega a ella alguien que ha estado deseando ver, en ese momento, cree que todas las coincidencias no existen, que aquello que escuchó en el burdel de la boca de otra cortesana es cierto. Simona no tiene conocimientos pero tal vez si esa chica dice que cada uno de nosotros tiene un destino ya escrito, entonces simplemente no podemos intentar cambiar algo de lo que nos sucede o creer que nuestras acciones podrán modificar lo que viene más adelante. En otras palabras, para ella, eso que sucede en ese momento, que sea Tulio y no otra persona quien la recueste en la cama, es lo que tiene que suceder y el hecho de que esté pensando en todo en vez de estar buscando la forma de sorprenderlo como lo pide, eso es sólo el indicio de que es cada vez más estúpida y que a diferencia de lo que creía, con los años no se volverá menos idiota. – Ay bonito… eso es algo bastante feo ¿no crees? – el apodo es cursi, cada frase en ella es una contradicción, cada movimiento es natural. Su pierna más cercana a él se mueve y le acaricia con el pie la pantorrilla como si quisiera darle consuelo en vez de alguna provocación, aún sobre su ropa conoce la ubicación de sus puntos más sensibles, pero por ahora, eso es sólo algo que mantiene en reserva. – Eso de tu mal humor no está lindo, al menos el mío ya se pasó… –
Se mueve rápido, pasa de estar junto a él a quedar con las rodillas y las palmas apoyadas en la cama. Tal como un animal se mueve sobre ella sin preocuparse de que la bata pueda abrirse y revelar un poco más, su cabello colorado está más revuelto que antes y cae incluso cubriendo algunos sectores de su rostro. Se acerca un poco más e inclina su cabeza para mirarlo directamente, no quiere perderse las reacciones a su pregunta, - bambino… ¿alguna vez estuviste cerca de un animal salvaje? – abre los ojos como si la sorprendida fuera ella y antes de que una risa se escape proveniente de su garganta eleva esa sonrisa y la transforma en un rugido que intenta imitar el sonido que cree podría hacer un león. Lo repite un par de veces pero ahora agrega también el movimiento de su melena rojiza. Cada paso en la cama lo realiza como si fuera un felino, actuando como el depredador que tiene ya en sus garras a su presa y quizás es de ese modo, porque aún cuando Simona suele ser torpe y bastante errática, dentro de ese cuarto es quizás hasta distinta, se siente como si hubiese nacido para interpretar ese papel, no precisamente el del rey de la sabana, sino que el de alguien que con gusto complace a quienes llegan a ella muchas veces en busca de algo más que satisfacción carnal. - ¿No sientes miedo? ¿De verdad no te asusta nada nadita que pueda arrancarte la cabeza de un mordisco? – lo araña por sobre la ropa, deja en su mandíbula pequeños besos que se transforman en mordidas apenas provocadoras, son diminutos recordatorios de que la noche apenas comienza y que si él le pidió obtener sorpresas, ella será tan obediente como siempre y le dará todo aquello que tanto desea.
Esta vez el rugido es aún más fuerte, mueve la cabeza como si negara pero en realidad todo lo que quiere es molestarlo con su cabello largo. Si lo escucha reír o si obtiene cualquier otro signo de que va por buen camino entonces ya se dará por satisfecha. No es como si se sintiera culpable, pero a ratos prefiere realmente creer que está ahí por ellos y no precisamente por su egoísta deseo de disfrutar todo eso. Se acomoda a horcajadas sobre él, sigue actuando como un animal y rozándole los labios entre pequeños sonidos que de seguro jamás han sido parecidos a lo que los felinos podrían realizar. Por un momento lo observa en silencio, con el ceño levemente fruncido, algo no calza en toda esa escena e intenta descubrir que es… Su rostro se ilumina por un segundo y esas manos que hasta hace poco estaban transformadas en garras se encargan ahora se abrir de par en par su camisa sin importar que los botones salten en todas las direcciones. Le gusta la idea de su pecho desnudo expuesto para ella y es ahí donde se acurruca y comienza a ronronear como un gato, le acaricia también la piel suavemente con las uñas. Luce como si pidiera algo, como esa mascota que lucha por obtener tu atención cuando estás empecinado en prestársela a algo más. Al parecer mientras se mantenga en la misma familia felina no importa realmente el tamaño del animal para ese juego. – Miauuuuuuuu… - el maullido es probablemente el más horrible que la humanidad pudiera haber escuchado alguna vez, pero no tiene con qué compararlo, hasta llegar a Paris nunca se acercó a uno, probablemente porque como muchos decían, sus vecinos los usaban para hacer la sopa. – Miaaaaauuuuuuu… - otro maullido, mejor que el anterior, la voz es más suave, más incitante, el destino de su juego está cambiando.
Se mueve rápido, pasa de estar junto a él a quedar con las rodillas y las palmas apoyadas en la cama. Tal como un animal se mueve sobre ella sin preocuparse de que la bata pueda abrirse y revelar un poco más, su cabello colorado está más revuelto que antes y cae incluso cubriendo algunos sectores de su rostro. Se acerca un poco más e inclina su cabeza para mirarlo directamente, no quiere perderse las reacciones a su pregunta, - bambino… ¿alguna vez estuviste cerca de un animal salvaje? – abre los ojos como si la sorprendida fuera ella y antes de que una risa se escape proveniente de su garganta eleva esa sonrisa y la transforma en un rugido que intenta imitar el sonido que cree podría hacer un león. Lo repite un par de veces pero ahora agrega también el movimiento de su melena rojiza. Cada paso en la cama lo realiza como si fuera un felino, actuando como el depredador que tiene ya en sus garras a su presa y quizás es de ese modo, porque aún cuando Simona suele ser torpe y bastante errática, dentro de ese cuarto es quizás hasta distinta, se siente como si hubiese nacido para interpretar ese papel, no precisamente el del rey de la sabana, sino que el de alguien que con gusto complace a quienes llegan a ella muchas veces en busca de algo más que satisfacción carnal. - ¿No sientes miedo? ¿De verdad no te asusta nada nadita que pueda arrancarte la cabeza de un mordisco? – lo araña por sobre la ropa, deja en su mandíbula pequeños besos que se transforman en mordidas apenas provocadoras, son diminutos recordatorios de que la noche apenas comienza y que si él le pidió obtener sorpresas, ella será tan obediente como siempre y le dará todo aquello que tanto desea.
Esta vez el rugido es aún más fuerte, mueve la cabeza como si negara pero en realidad todo lo que quiere es molestarlo con su cabello largo. Si lo escucha reír o si obtiene cualquier otro signo de que va por buen camino entonces ya se dará por satisfecha. No es como si se sintiera culpable, pero a ratos prefiere realmente creer que está ahí por ellos y no precisamente por su egoísta deseo de disfrutar todo eso. Se acomoda a horcajadas sobre él, sigue actuando como un animal y rozándole los labios entre pequeños sonidos que de seguro jamás han sido parecidos a lo que los felinos podrían realizar. Por un momento lo observa en silencio, con el ceño levemente fruncido, algo no calza en toda esa escena e intenta descubrir que es… Su rostro se ilumina por un segundo y esas manos que hasta hace poco estaban transformadas en garras se encargan ahora se abrir de par en par su camisa sin importar que los botones salten en todas las direcciones. Le gusta la idea de su pecho desnudo expuesto para ella y es ahí donde se acurruca y comienza a ronronear como un gato, le acaricia también la piel suavemente con las uñas. Luce como si pidiera algo, como esa mascota que lucha por obtener tu atención cuando estás empecinado en prestársela a algo más. Al parecer mientras se mantenga en la misma familia felina no importa realmente el tamaño del animal para ese juego. – Miauuuuuuuu… - el maullido es probablemente el más horrible que la humanidad pudiera haber escuchado alguna vez, pero no tiene con qué compararlo, hasta llegar a Paris nunca se acercó a uno, probablemente porque como muchos decían, sus vecinos los usaban para hacer la sopa. – Miaaaaauuuuuuu… - otro maullido, mejor que el anterior, la voz es más suave, más incitante, el destino de su juego está cambiando.
Simona Pond- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 01/10/2012
Re: Yo te desnudaba para ver como era el mar. [Tulio]
Un diamante en bruto. Esa era la imagen que Simona proyectaba con poderoso tesón para Tulio, era salvaje y cafre y encantadora también, era un libro en blanco en el que todo mundo llegaba a escribir y algunas líneas no eran precisamente hermosas pero otras eran portentosos poemas al cielo y a la vida y a las estrellas y al mar, porque era un lienzo blanco del dominio público y ahí llegaban los marineros a reproducir sus tatuajes y los poetas a escribir algunos de sus mejores y peores poemas, ahí llegaban los nobles a marcarla con su escudo de armas y llegaban los pobres a arañarla por la desesperación de no tenerla. Y cada vez que la veía, que la escuchaba, que le decía algo y a la siguiente vez que se veían ella lo repetía, se daba cuenta del potencial que poseía, aprendía rápido, pero aprendía todo, lo útil y lo desechable por igual. A su vez, todo el cuadro lograba enternecerlo, aunque no lo externaba demasiado, tampoco es que la maltratara o la tratara fríamente, pero de ningún modo era su intención ser su ángel vengador (en todo caso, era al revés). Sonrió cuando ella dijo estar de mejor humor y se recargó sobre ambos codos para poder ver lo que a continuación iba a hacer. Acentuó el gesto cuando ella usó la palabra en italiano, lo dicho, aprendía rápido como una niña limpia del mundo.
-He visto algunos, pero nunca de cerca –dijo, de niño sus padres lo llevaron al circo y de joven estuvo en África, aunque en la parte más septentrional del continente negro, así que no vio demasiados animales salvajes, sólo cocodrilos en la cuenca del Nilo. La observó tratando de descifrar cuáles eran sus intenciones, aunque a esas alturas ya debía haber aprendido que eso era imposible, que Simona era como un barco a la mar, que se guía por el viento, Simona era de hecho un animal salvaje, que se mueve por instinto. Rio cuando descubrió que lo que pretendía era imitar a un león, también rio porque los mechones de cabello rojo le hicieron cosquillas, se preguntó si alguna vez ella habría visto un león, aunque dudó en ello.
-¿Pero cómo voy a temerte, la mia ragazza bella? Eres un león bastante peculiar –dijo en medio de una risa verdaderamente divertida, misma que se apagó cuando ella comenzó a desabotonarle la camisa, no porque le disgustara, sino porque concentró toda su atención en esa acción y la disfrutó, disfrutó los movimientos torpes y brutalmente naturales de Simona y luego alzó la mirada para toparse con la ajena, ahora ella transformada en un gato y volvió a reír con franco ademán, el mal humor de pelear con Ginevra poco a poco se esfumaba, se lo había dicho al llegar, ¿no? Ella sabía qué le gustaba a él y su frase versó más allá de las palabras dichas, no sólo se refería en la cama, en el acto carnal y sexual, sino en general. La abrazó cuando se acurrucó en su pecho y no dejó de reír, un sonido quedo y apagado, pero sincero hasta que se calmó y sólo quedó el sonido de los maullidos y de su respiración.
Atrapó su boca con la propia, Simona era de arcilla, se amoldaba a cualquiera de sus peticiones y parecía que habían nacido para besarse, siempre sabía cómo hacerlo, cómo doblegarlo en ese acto y cómo volverlo loco, prolongó la unión de sus labios lo más que pudo hasta que el aliento hizo falta.
-Haces un muy buen gato –halagó aunque era mentira, los maullidos que había dado parecían los de un gato, sí, lo de un gato siendo azotado contra una pared, pero qué importaba. Entonces se movió en su lugar, la quitó de encima con suavidad y era su turno, no de imitar a un animal, sino de tomar el control, se giró para dejarla bajo su cuerpo, aunque no dejó caer todo su peso, la bata amenazaba con abrirse en cualquier momento y era como una constante sensación de peligro que le gustaba. Era un riesgo controlado y sólo así le gustaban los riesgos.
-Dime, Simona… ¿qué se siente poder se lo que tú quieras? Incluso animales –dijo con una media sonrisa en su rostro y aunque parecía una cuestión extraña, hablaba sobre la realidad de su acompañante, ella podía adoptar cualquier papel, y hasta entonces y a su criterio, todos le salían muy bien, incluidos los de león de fábula no escrita en ningún lado y los de gato desconocido. Entonces fue su turno de depositar besos y mordidas a lo largo del cuello mientras sus manos se asían con fuerza de sus caderas, aún por encima de la bata que comenzaba a resultarle un estorbo. Si respondía o no, o si lo hacía seriamente o no, no importaba, sólo era una prueba más para demostrar lo excepcionalmente volátil y encantadora que esa cortesana resultaba para Tulio.
-He visto algunos, pero nunca de cerca –dijo, de niño sus padres lo llevaron al circo y de joven estuvo en África, aunque en la parte más septentrional del continente negro, así que no vio demasiados animales salvajes, sólo cocodrilos en la cuenca del Nilo. La observó tratando de descifrar cuáles eran sus intenciones, aunque a esas alturas ya debía haber aprendido que eso era imposible, que Simona era como un barco a la mar, que se guía por el viento, Simona era de hecho un animal salvaje, que se mueve por instinto. Rio cuando descubrió que lo que pretendía era imitar a un león, también rio porque los mechones de cabello rojo le hicieron cosquillas, se preguntó si alguna vez ella habría visto un león, aunque dudó en ello.
-¿Pero cómo voy a temerte, la mia ragazza bella? Eres un león bastante peculiar –dijo en medio de una risa verdaderamente divertida, misma que se apagó cuando ella comenzó a desabotonarle la camisa, no porque le disgustara, sino porque concentró toda su atención en esa acción y la disfrutó, disfrutó los movimientos torpes y brutalmente naturales de Simona y luego alzó la mirada para toparse con la ajena, ahora ella transformada en un gato y volvió a reír con franco ademán, el mal humor de pelear con Ginevra poco a poco se esfumaba, se lo había dicho al llegar, ¿no? Ella sabía qué le gustaba a él y su frase versó más allá de las palabras dichas, no sólo se refería en la cama, en el acto carnal y sexual, sino en general. La abrazó cuando se acurrucó en su pecho y no dejó de reír, un sonido quedo y apagado, pero sincero hasta que se calmó y sólo quedó el sonido de los maullidos y de su respiración.
Atrapó su boca con la propia, Simona era de arcilla, se amoldaba a cualquiera de sus peticiones y parecía que habían nacido para besarse, siempre sabía cómo hacerlo, cómo doblegarlo en ese acto y cómo volverlo loco, prolongó la unión de sus labios lo más que pudo hasta que el aliento hizo falta.
-Haces un muy buen gato –halagó aunque era mentira, los maullidos que había dado parecían los de un gato, sí, lo de un gato siendo azotado contra una pared, pero qué importaba. Entonces se movió en su lugar, la quitó de encima con suavidad y era su turno, no de imitar a un animal, sino de tomar el control, se giró para dejarla bajo su cuerpo, aunque no dejó caer todo su peso, la bata amenazaba con abrirse en cualquier momento y era como una constante sensación de peligro que le gustaba. Era un riesgo controlado y sólo así le gustaban los riesgos.
-Dime, Simona… ¿qué se siente poder se lo que tú quieras? Incluso animales –dijo con una media sonrisa en su rostro y aunque parecía una cuestión extraña, hablaba sobre la realidad de su acompañante, ella podía adoptar cualquier papel, y hasta entonces y a su criterio, todos le salían muy bien, incluidos los de león de fábula no escrita en ningún lado y los de gato desconocido. Entonces fue su turno de depositar besos y mordidas a lo largo del cuello mientras sus manos se asían con fuerza de sus caderas, aún por encima de la bata que comenzaba a resultarle un estorbo. Si respondía o no, o si lo hacía seriamente o no, no importaba, sólo era una prueba más para demostrar lo excepcionalmente volátil y encantadora que esa cortesana resultaba para Tulio.
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