Los Regresos son Inesperados, pero siempre bien Recibidos [Ilya]

Era uno de esos días “comunes” en la mansión de los Navratinov. Uno de esos días en los cuales Larisa no salía de la casa, se quedaba tranquilamente tocando el piano para deleite de todos, o leyendo, con su imaginación como única compañía. Días en los que la dueña y señora de la casa, Annelise Duchard de Navratinov, descansaba en sus aposentos, y Barnhard, el mayordomo, se dedicaba a atender a los requerimientos que la Señora Navratinova imponía, sin olvidar los de la señorita, que nada pedía.

Ese día en particular, Larisa había decidido practicar un poco en su piano, rememorando algunos de sus días en París. Hasta ahora, no había tenido disgusto alguno. Había ganado buenos amigos, maestros interesantes y su cuerpo y alma estaban más tranquilos que cuando había llegado. El recuerdo de su hermano parecía apagarse de a poco, dejando paso a una calma resignada. Sabía que Vladimir nunca volvería, pero todavía tenía muchos familiares a los que querer. Como su padre, Sergei, su madre Annelise, su hermana Bea…

Ilya, su hermano mayor.

En ese instante, Larisa sintió una pequeña punzada de dolor. Hace unos meses atrás, Ilya se había ido. Su padre era el único que sabía dónde, pero no quiso decir nada. Le dolió mucho esa pérdida, ya que no tenía al hermano segundo al lado de ella, aquel que había sabido ganarse su cariño sin mucho esfuerzo. Aunque a decir verdad, no costaba mucho que Larisa quisiera a alguien, pero en el caso de Ilya era especial. Era un amor incondicional de hermana, un cariño filial que siempre tenía en su corazón, guardado especialmente para los dos hermanos que le quedaban y para el que ya se había ido al reino del Señor.

Dejó de tocar el piano abruptamente, y decidió tomar un libro cercano a ella. Se encontró con la Santa Biblia en sus manos, en un pasaje que le gustaba, y a la vez le daba esperanza. “Y el Dios de toda gracia, que te llamó a su gloria eterna en Cristo, después de haber sufrido por un poco de tiempo, te restaurará y te hará fuerte, firme y constante.”

Esa promesa había sido cumplida en ella. En su tiempo en París, se había hecho fuerte, firme y constante. Pero, ¿Ilya lo sería? ¿Estaría bien, estuviera dónde estuviera? Cómo me gustaría verlo de nuevo. Si Dios pudiera traerlo de vuelta…

Levantó la cabeza, dejando escapar de sus labios un suspiro. Pero justo al momento de dejarlo escapar, una imagen pasó, fugaz, ante sus ojos. Pestañeó un par de veces. ¿Sus ojos la engañaban? Volvió a pestañear, para luego frotárselos. Quizá estaba viendo cosas que no existían.

Pero la imagen seguía allí. Era real. La persona que venía caminando era total y completamente real. Y Larisa no pudo atinar a nada más que a gritar de alegría.

-¡ILYA! ¡MOYA ILYA!

Larisa no pudo evitar sorprenderse al volver a ver a su hermano. En esencia era el mismo de siempre, pero, ¿Era su imaginación, o tenía más cicatrices? Decidió no pensar en la barbaridad que quizá estuvo haciendo Ilya en su ausencia, y concentrarse en que estaba allí. Había vuelto a su hogar.

-Es una lástima que Elizaveta no esté aquí- dijo, aún conmocionada-. Prefirió quedarse en Rusia con nuestro padre, pero dijo que ambos vendrían para Navidades. ¿En dónde has estado?- la pregunta de rigor escapó de sus labios casi por inercia. No sabía absolutamente nada de él. Ni siquiera una carta había llegado. Era obvio que estuviera preocupada.

La familia, casi completa, entró a lo que era ahora su hogar, o lo que podían considerar su residencia temporal. Aquella mansión era por dentro tan grande como se veía por fuera. El recibidor, un enorme salón con dos escaleras principales que subían hacia el segundo piso, se veía eterno. Una visión que a la joven no agradaba del todo. Nunca había sido amiga de las casas demasiado grandes, dada su constante “afición” a perderse.

Su madre, con energías renovadas, se puso manos a la obra. Ordenó rápidamente que habilitaran uno de los tantos saloncitos del segundo piso, y que prepararan té y bocadillos para el invitado. Annelise Duchard se veía feliz, y no había cosa más gratificante para Larisa que ver a aquellos que tanto quería volver a sonreír. Su madre había sufrido mucho estos últimos ocho meses, con un hijo muerto, otro desaparecido y una hija al borde de la catatonia. No era uno de los mejores panoramas. Pero ahora todo parecía iluminarse.

Cuando todo estuvo listo, los tres se sentaron a disfrutar de un pequeño e improvisado té, a la vez que volvían a hablar de sus vidas después de aquel tiempo separados. Caminos que volvían a encontrarse, destinos que volvían a entretejerse.

-No tengo demasiadas novedades, como podrás suponer- comenzó Larisa, con una risita. Ilya conocía demasiado bien su disposición de ánimo-. Pero, ¿Qué has hecho tú en todos estos meses? ¿Tan ocupado estabas que no podías siquiera escribir?

-Mamá está bien. Aunque no ha tenido mucha actividad, pero París la repone poco a poco. Es como un calmante para ella- sonrió. París estaba resultando un calmante para todos. Quizá al principio resultase estresante, pero luego se instalaron la costumbre y un buen puñado de amigos, siempre interesados en ayudar a aquella muchacha proveniente de una tierra de invierno y nieve. Lo más interesante era que los más solícitos eran los de clases más bajas que ella. No le molestaba en absoluto. Cumplía fielmente las enseñanzas que su padre y el santo libro le habían inculcado durante toda su vida.

Y por esa misma enseñanza arqueó visiblemente una ceja al oír a Ilya hablarle así al mayordomo. Ella no buscaba pelear, pero le molestaba aquella actitud, especialmente de su hermano. ¿Acaso no se acordaba las veces en las que el padre les decía que respetaran a todos, especialmente a la servidumbre y a los necesitados? Quizá en eso se diferenciaban. Ilya y Elizaveta eran más apegados a su madre y a las costumbres francesas de ésta. En cambio, Vladimir y Larisa siempre habían estado incondicionalmente apegados a su padre, aquel terrateniente que metía sus manos a la tierra junto con sus peones.

Menos mal que no es Barnhard, se dijo a sí misma, porque si no habría saltado como una fiera ante tamaña insolencia. Así como Volodia y su padre, el mayordomo Barnhard siempre había estado entre sus favoritos, posiblemente porque aquel hombre había ayudado a criarla y protegerla. Y por haber sido un Cosaco, tenía un sentido de fidelidad bastante grande, especialmente con ella, su protegida de siempre.

Pero cuando Ilya sacó aquel regalo, se le olvidó todo su enojo. Era un reloj precioso, de color azul y forma de jarrón, con ornamentos de oro. Debió haber costado una fortuna, pero en el caso de los Navratinov eso no era motivo de preocupación. Tenían dinero suficiente como para empapelar la mansión entera varias veces.

-¡Está precioso! ¡Muchas gracias! ¿De dónde lo has sacado?- Larisa siempre había sido curiosa, y este reloj despertaba todo su instinto. No era Parisino, obviamente. Olvidó su pregunta cuando su hermano besó su frente, casi a la manera como lo hacía su padre. Ante esto le dedicó una sonrisa melancólica, y dejó que Ilya entrelazara sus dedos con ella. Habían veces en las que extrañaba su hogar. Esa era una de ellas.

Su madre volvió tiempo después, haciendo la misma pregunta que ella había hecho hace un rato atrás. “¿Qué has hecho tú en todos estos meses? ¿Tan ocupado estabas que no podías siquiera escribir?”. La respuesta de Ilya la sorprendió un poco. Así que embajador… Entonces, ¿Por qué sus ojos la rehuían?

Y allí cayó en la cuenta. ¡Estaba mintiendo! ¡No podía creerlo! ¿Desde cuándo Ilya se había convertido en un embustero? Si había algo que Larisa odiaba, era que le mintieran. Lo iba a desenmascarar allí mismo. Lo iba a hacer.

-Es muy extraño que no hayamos oído de tu nombramiento, ni en Rusia ni aquí. Se supone que deberías ser algo así como una celebridad…- aquellas palabras, cargadas de inocencia, trataban de llegar más a fondo, de desenmascarar aquella mentira. Quizá qué estaría haciendo en realidad… No quería ni pensarlo.

Y allí se quedó, totalmente paralizada de la impresión. Un cazarrecompensas. Estaba bromeando, ¿cierto? Si era una broma, no era nada divertida. Miró al rostro de su hermano, y un escalofrío recorrió su espalda.

Estaba diciendo la verdad. Nada más ni nada menos.

-Un… ¿Cazarrecompensas?- dijo, casi sin voz. O sea que había estado arriesgando su vida por darle caza a personas, posiblemente peligrosas. En todo ese tiempo lejos de casa, había estado siempre en el constante peligro de ser herido, o asesinado.

Eso explicaba muchas cosas, como el por qué de su desaparición repentina, posiblemente para que la familia no saliera dañada con aquel “trabajo”. El por qué del silencio de su padre, que no quería que la familia sufriera más ataques de nervios como los que había tenido hasta ahora. El por qué tenía todas esas cicatrices en el rostro, que antes simplemente no estaban. El por qué no habían recibido ni una noticia, ni siquiera una carta amistosa.

Si no se había desmayado allí mismo, era porque el presenciar en vivo y en directo la muerte de su hermano favorito le había hecho ver que había cosas peores en la vida que un hermano cazarrecompensas. Trivialmente se preguntó cómo se habría tomado su padre la noticia, conociendo bien su carácter, bastante parecido al de ella. De seguro seguía enfadado, si es que lo estaba.

-Ilya… ¿Cómo es que… conseguiste que mi padre… aprobara la decisión?- preguntó, bastante conmocionada. Que ella supiera, “Cazarrecompensas” no estaba entre los empleos que quería para sus hijos- ¿Por qué… precisamente Cazarrecompensas? ¿Qué es lo que querías cazar?

Eran demasiadas interrogantes en su cabeza, al punto que la mareaban, pero exteriormente seguía viéndose firme. No quería preocupar de más a su hermano. Lo único que quería eran respuestas.

La ansiedad que había venido tan de repente se fue, igual de rápido como llegó. Las palabras de su hermano la hacían sentir más tranquila. Él era capaz de defenderse solo, a diferencia de ella, que necesitaba un tropel de gente para salir ilesa de algunas situaciones. Eso la hizo sentir un poco mal. No era fuerte como los demás, sino que tan frágil como el cristal.

No pudo evitar reír ante las cosquillas que su hermano le propinó, pues siempre había sido muy sensible a las caricias de los demás, especialmente a las de su familia. Era la forma que tenían de demostrar su cariño, aunque algunos fueran un poco más brutos que los demás. Apartó la mano de Ilya con cuidado y volvió a sonreírle abiertamente. Ahora le debía un paseo por la casa.

-Me pediste que te llevara a conocer la casa, así que eso haré- dijo, con energías renovadas. Aunque luego la asaltó la duda- Aunque suelo perderme fácilmente en este lugar...

Así era Larisa. Podía memorizar una partitura completa sin cansarse, el diálogo de una obra de teatro sin siquiera sudar. Pero cuando cambiaban eso por orientación temporal... Era un completo desastre. Larisa poseía muchas cualidades buenas, pero la orientación espacio-temporal no estaba entre ellas, lamentablemente.

-Aún así lo intentaré, aunque es posible que me acabe perdiendo... ¿Qué dices? ¿Quieres darle un recorrido a la casa?

Larisa se le quedó mirando con curiosidad. Sabía que París era peligroso, eso lo tenía claro. Pero la gente que había conocido hasta ahora no había sido mala con ella. Nói, Camila, Hero, Noah… Cada uno con su particularidad, con esas cosas que los hacían únicos. Además, les debía mucho a cada uno de ellos. A Nói le debía su amistad, a Camila su comprensión, a Hero su paciencia para ayudarla a cantar, y a Noah le debía más cosas que a nadie.

Cuando oyó a su hermano hablar sobre los “Maestros que enseñan a cantar en el Teatro”, arqueó una ceja. De seguro Barnhard y su paranoia le habían dicho algo sobre Hero. Hasta ahora no le había pasado nada, ¿Por qué tanta protección?

-Los maestros que enseñan a cantar en el teatro no son tan malos, Ilya. Sólo un poco excéntricos- defendió a Hero como pudo, mostrando el lado bueno del asunto.

Se sorprendió mucho al oír a su hermano decir palabras tan duras. Jamás lo había escuchado hablar con tanta vehemencia. Con tanta seguridad. Hablaba de protegerla. ¡Quería protegerla! Se sintió bien y mal a la vez. Bien, porque quería mucho a Ilya, y se sentía protegida con él. Mal, porque sentía que Ilya estaba arruinando totalmente su vida sólo por ella. Era una idea que no podía soportar. Que su hermano dejara una vida de comodidades, de felicidad, para hacerse cazarrecompensas y defenderla… No.

-Por favor, Ilya. No arruines tu vida por mi culpa- fue lo único que dijo, cabizbaja.

Y luego, el cambio de tema fue tan brusco que la dejó desconcertada. ¿Cómo la había visto tocando el piano? Se sonrojó bastante. Aunque no le molestaba tener audiencia, a veces le cohibía el hecho de que no estuviese tocando bien, o por lo menos no como lo hacía antes. Le costaba un poco de trabajo poner toda su alma consagrada a la música. Desde que Vladimir murió había tenido problemas.

-Ya no toco igual que siempre, pero aún así puedo hacer una buena interpretación- comentó, de manera ausente. Luego se volvió a su hermano- ¿Quieres escucharme tocar ahora? Hay una habitación de música dispuesta para mí, y tengo un piano muy bueno. ¿Me acompañas?

Larisa sólo le dirigió una sonrisa a aquel mayordomo, bastante joven y tímido, a la vez que le daba la razón a su hermano. De cualquier modo, no demorarían mucho. Las piezas que tocaba no eran demasiado largas. Y si lo eran, las acortaría para que Ilya pudiera comer en paz. Intuía que apenas había tomado desayuno.

Luego de que el sirviente les dirigiera una reverencia y se fuera, Larisa condujo a su hermano a la parte oeste de la casa, aquella donde estaba su pequeño saloncito de música. Era su habitación favorita dentro de aquella enorme casa, y poco le había faltado para instalar su cama junto al piano. Lamentablemente, su madre no vio esa idea con buenos ojos, y Larisa tuvo que resignarse a dormir separada de su querido piano.

La habitación era la menos ostentosa de la casa, decorada a la manera de las mansiones Rusas. Era de un bonito color crema, con algunos detallitos dorados por aquí y por allá. Los ventanales eran enormes, y rodeados de cortinas celestes con pequeñísimos detalles dorados, al igual que las paredes. Los muebles eran de un estilo más bien sencillo, delicado, elegante. Lo que más resaltaba era el Piano de Larisa, un armatoste enorme, hecho en madera de roble, brillante y majestuoso. La joven le ofreció un asiento a Ilya y tomó su lugar cerca del piano, buscando entre sus partituras algo que tocar. Entre medio apareció la Marcha Turca, de Mozart. Una pieza corta y bastante rápida.

-Muy bien, que empiece la función- dijo Larisa, sonriendo con bastante energía. Puso sus dedos delicadamente encima de las teclas.

Y comenzó a tocar.

[La Marcha Turca]

La joven se quedó de piedra. ¿Veneno? ¿Por qué Ilya tenía Veneno en su bolsillo? ¿No podía ser algo menos... macabro? Tomó nota mental para nunca revisar los bolsillos de su hermano en un futuro.

Ahora bien, ¿Por qué Ilya se había puesto tan rígido y a la defensiva de repente? ¿Qué era lo que había cambiado, exactamente? Hace un rato habían estado tranquilos, felices, y de un momento a otro la atmósfera pasó a ser tensa, pesada, peligrosa. El peligro emanaba de su hermano, de una manera extraña y algo terrorífica. Viéndolo de ese modo, ya no era el mismo de siempre.

Arqueó una ceja ante la mención de la "protección de ambas". ¿Protegerlas? Que ella supiera, las dos estaban estupendamente protegidas por un tropel de sirvientes y un cosaco por mayordomo. ¿A qué venía eso de la protección? ¿Y con veneno en el bolsillo, además? ¿Pero qué atribuciones se estaba tomando Ilya? ¿En tanto peligro estaban como para que el tuviera que tomar esas medidas?

No entiendo absolutamente nada de lo que acaba de pasar.

-Ilya, ¿Podrías decirme qué sucede?- preguntó Larisa al final, visiblemente confundida y molesta. ¿Por qué rompía su tranquilidad de esa manera?

OFF: Perdón por la demora! :c

Larisa simplemente entendía menos con cada minuto que pasaba. ¿A qué se refería Ilya cuando decía que las habían traicionado? ¿En qué circunstancias las traicionarían? ¿Por qué simplemente no podían darle una buena explicación y terminar ya con el asunto? Estaba asustada, terriblemente asustada, y se le notaba en la cara. Aquel día había pasado de ser perfecto a ser espantoso en cosa de minutos.

Y fue aún más espantoso cuando vio que su hermano se acercaba a quitar algo de la pared, que le costó unos feos desgarros a nivel de tendones. La chica no podía creer lo que estaba sucediendo alrededor suyo. Las manos de Ilya sostenían una grabadora bastante extraña, algo que jamás había visto en su vida y que definitivamente no querría volver a ver. Frunció los labios en una mueca de dolor al ver el sufrimiento grabado en la cara de su hermano.

No más. Ya no más, por favor. ¿Por qué razón la desgracia nos persigue de esta manera?

Y luego, escuchó las palabras que rematarían todo. “Os mudareis a mi mansión no tan lejos de esta”

La chica apretó los puños, sin importarle si volvía hacerse heridas con las uñas o no. Ya tenía una enorme colección, una uña marcada más no iba a hacer la diferencia. ¿Mudarse? ¿Después de todo lo que había pasado, mudarse de nuevo? ¿Volver a huir, como seres cobardes que no enfrentan las dificultades de la vida? ¡De ninguna manera! Ella se quedaba allí y nadie, ni siquiera el Zar de todas las Rusias, podría sacarla. Si tenía que soportar algún peligro, de muy buena gana lo haría.

Miró a Barnhard, que estaba haciendo masajes a Ilya con la misma expresión casi paternal que siempre le había conocido. Con la misma cara que no envejecía desde siempre. Y con el mismo porte y contextura de un oso. Larisa siempre se lo había imaginado como uno, como el rey indiscutido de los bosques Siberianos, el oso Negro. Y por eso, siempre se había sentido protegida con él. No dudaba que si ella se quedaba, él se quedaría con ella. Barnhard siempre la había protegido de todo y de nada, al ser la más frágil de las hijas de Sergei Navratinov.

-Yo me quedo aquí- dijo, con la decisión tiñendo cada una de sus palabras. Todos la miraron con pánico-. Me he cansado de huir a la primera muestra de peligro. Yo me quedo. De cualquier modo, tengo a un buen protector siempre a mano- miró a su mayordomo con cariño. El solamente asintió, aún con el miedo en sus ojos, pero respetando el deseo de su favorita y protegida.

Sabía que Ilya la sacaría de allí a la fuerza, si era necesario. Pero ella tendría más fuerza y volvería a su lugar las veces que fueran necesarias. La chica era lo suficientemente testaruda como para mantenerse firme en sus decisiones, aún si estas la llevaban a la ruina.

Larisa pasó de sentirse molesta a ofendida en pocos segundos. Al parecer Ilya simplemente hablaba por despecho. Estuvo casi a punto de darle no una bofetada, sino un verdadero puñetazo, pero el cariño que aún sentía se lo impidió, junto con la mirada reprobatoria de su madre.

¿Cómo se atrevía aquel hombre? ¿Cómo se atrevía a decir que siempre estaba relegado a segundo lugar? ¿Cómo podía compararse con Volodia, con Bea? ¡Era como comparar agua y aceite! ¿Cómo ibas a establecer similitudes y diferencias en dos cosas que eran totalmente diferentes desde el principio? Todos, todos tenían sus aspectos, los que los hacían únicos e incomparables. No podías dejar a alguien en segundo lugar si era una total oposición a su contrincante, ¿no? Entonces, simplemente lo dejas en el primer lugar, pero en su propia categoría.

La chica no sabía si su lógica era extraña o inválida, pero para ella funcionaba bastante bien. Sin comparaciones, sin segundos lugares, sin envidias y odiosidades. Cada uno con su panteón personal.

Vio que su hermano estaba escapando, y lo siguió para hacerlo caer en cuenta de su error, aunque no de la mejor manera.

-¡ILYA SERGEIEVICH NAVRATINOV! ¡¿CÓMO PUEDES SIQUIERA DECIR QUE SIEMPRE SE TE RELEGA A SEGUNDO LUGAR EN TODO?! ¡¿DESDE CUÁNDO TE HE RELEGADO?! ¡CLARO, LO ÚNICO QUE HACES ES COMPARARTE CON VOLODIA! ¡¿PERO CUÁNDO ME HE PUESTO YO A COMPARARTE?! ¡¿ES QUE ACASO NO PUEDES PENSAR EN OTRA COSA QUE-?!

Larisa se detuvo en seco. La vista se le nubló un poco, y sintió sus piernas con la misma consistencia de la gelatina. En la cocina, al frente de sus ojos, había un verdadero matadero. Casi igual al que habían dejado con Vladimir. Si Barnhard no hubiera estado allí para sujetarla, la cabeza de la joven habría ido al encuentro del suelo. Apenas pudo sacar lo que le quedaba de voz para hablar.

-¿Q-qué es lo que ha pasado aquí?