Alein Bennett

-Nombre del Personaje: Alein Bennett.
-Edad: 357 años, edad aparente, 26.
-Especie: Vampiro
-Tipo, Clase Social o Cargo: Alta.
-Orientación Sexual: Heterosexual.
-Lugar de Origen: Londres - Inglaterra.
-Habilidad/Poder: Agilidad y reflejos sobrehumanos, telepatía y persuasión.
-Descripción Física:


-Descripción Psicológica:
Temperamental, impaciente y calculadora. Siempre da a conocer su opinión si lo amerita, no es de guardar silencio por no incomodar a otros, mantiene distancia evitando roces desagradables por una personalidad desafiante, ha llegado a mostrarse de cierta forma sumisa ante quienes le causan admiración o algún grado de fascinación. Pocas personas ganan su confianza, pero de lograrla, contarán con una aliada incondicional, sus allegados más intimos conocen una parte de su personalidad mas tolerante y dulce que la convierten en alguien totalmente fiel, lo que lejos de ser un punto débil, se convierte en su mejor arma, nadie toca a los suyos. Si quiere algo, lo consigue.

-Historia:
Viví en Rouen, mi familia pertenecía a un estrato social alto, nos mudamos a Francia por negocios de mi padre hace siglos, siempre estoy yendo y viniendo, mis orígenes son Ingleses. Siempre me destaque en las cosas que me proponía, era el orgullo de mi padre y la muñeca de mi madre; algo así como un accesorio para moldear, dándome sus acciones un carácter socarrón y desafiante y al mismo tiempo desconfiado al verlos fingir tan bien llevar una vida ejemplar. Durante mi infancia fui educada en casa, luego por varias excusas de mi madre argumentando que sería lo mejor para mi, terminé de pupila en un convento, aprendí a ser cruel y silenciosa, cada castigo por desobediencia incrementaba mis ganas por alzarme en rebelión contra ese tipo de enseñanzas. Tenía claro lo que no quería y no sería una de ellas. Rogué a mi padre en cada visita por que me sacara de ese lugar que a mi parecer era una tortura a la espera de un llamado divino que nunca llegaría a mi, él se negaba y le bajaba el perfil junto a mi madre, el dejo de presentarse y mi madre aplazaba las visitas cuanto podía, dejé de esperar su ayuda y aprendí a convivir en lo que me había tocado. Con el tiempo me hice fuerte y decidida, dejé de tener miedo y comencé a anhelar lo que pudiese encontrar afuera, mi carácter era un mal ejemplo y me mantuvieron aislada, en la soledad de mi habitación y con una mente activa, arreglé mi salida, una huida que no tendría mayores repercusiones, mi familia no lo aceptaría porque afrontar una noticia como esa, avergonzaría enormemente a nuestro apellido, lo mismo para el recinto, me acusarían de hereje, de ser poseída o quien sabe qué. Llevé a cabo mi plan después de varios días, me había preparado para que no hubieran grandes fallos. La noche en que salí, me sentí victoriosa y valiente, tenía un nudo en la garganta por la emoción de no aguantar más humillaciones, lo primero que hice fue correr, correr lejos y sin detenerme, en mi paso, hubo un imperfecto para mi plan, yo no conocía de otra vida, conocía el bien y el mal de modo reducido a lo que era y a lo que no. Entonces apareció él, el sonido de su voz me obligó a detenerme y a caer de rodillas, me resistía pero parecía que se lo permitía gustosa. Caminó a mi alrededor mientras hablaba sin que yo entendiera, eran murmullos que no alcanzaba a oír, se sentó frente a mi por horas y me dio dos opciones al final. La primera, ir a su lado por la eternidad, me explicó los beneficios pero jamás las desventajas, y la segunda, morir. Ya sabemos cuál opción tomé… Antes del amanecer ya había sido convertida, a penas si asimilaba que todo estaba sucediendo cuando morí y volví a vivir de una forma diferente, había sido doloroso, minutos largos en que supliqué por la segunda opción. Aprendí lo que debo y lo que no debo hacer a su lado, nunca de la forma fácil, viajamos juntos por casi dos siglos, nunca compartimos opinión respecto a algo, yo era su contrario, nunca hubo sentimientos involucrados, yo era su alumna y él mi maestro. Peleábamos la mayor parte del tiempo, las horas de tranquilidad eran pocas pero había logrado salir del convento y me mantenía en un claustro regido por sus normas, me desquiciaba de sobremanera y me comenzaba a cuestionar. “Nunca ir en contra de los tuyos”, pero a mi me apetecía librarme de él y luego alguien lo hizo por mi. Ahora soy libre, nómada, como muchos, encerrada en las permisivas nocturnas.