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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Vie Jul 23, 2010 7:02 am

Una noche de monotonía absurda más en la que no tengo el menor deseo de abrazar la noche y deleitarme en sus placeres. ¿Qué me espera en ese frío y arrogante mundo exterior que no pueda suplir en mi mente? Nada, aparte de las apariencias pretendidas y de la falsa elocuencia que toda le gente se esfuerza en enarbolar como su bandera, a ejemplo de esos nobles a los que todos imitan pero nadie conoce en realidad. Todo es una fachada absurda para evitar que los auténticos interiores de las personas salgan a la luz, porque les tienen demasiado miedo. El secreto está en que todos permanezcan tranquilos y acordes con las reglas, así se podrá evitar otra revuelta como la de la Revolución, sucedida hacía tan poco tiempo pero aparentemente ya olvidada por todos. Es muy fácil intentar que las aguas de un río vuelvan a su cauce, pero no tanto conseguirlo, y bajo ese sentimiento de unanimidad se esconden voces que harán que todo cambie. Y a mí me tocará ser partícipe de ese cambio, una vigilante muda que asistirá como espectadora a esas nuevas épocas sin participar en ellas. Sí, ya recuerdo lo que el mundo exterior puede ofrecerme. Sangre de algún miserable que se cruce en mi camino, sustento vital que me permita continuar con esta existencia por una noche más. Eso y la sed fueron lo que me hizo salir del ataúd en el que ya estaba despierta, aquella sed desgarradora que parecía empeñarse en querer añadir una muerte más a mi haber. Deseo concedido, al menos por esta noche.

Un simple vestido de seda y raso azules para destacar el color de mis ojos y la palidez espectral de mi piel, y encajes negros salpicando la suavidad de la tela aquí y allá eran mi piel de cordero de aquella noche, la que se encargaría de ocultar de la vista de los mortales al lobo feroz que les acechaba para probar su sangre. Un vestido propio de una dama, y también de una gran ocasión que no estaba dispuesta a desaprovechar inútilmente. La rutina de la alimentación es muy simple y a la vez compleja, pues un solo error, una simple desviación puede frustrarla y obligar a tomar medidas drásticas que, muchas veces, son peores como remedio que la enfermedad en sí. Ir a los barrios bajos, encandilar con mi encanto antinatural a alguna víctima, lograr alejarla de la vista de todos y, una vez solos, deslizar mis colmillos hasta la suave piel de sus gargantas y hundirlos con un golpe seco. De ahí, la sangre pasará de su cuerpo al mío, llenándome de vida mientras, paradójicamente, a mi víctima se la estoy arrebatando. Una vez desmayado a las puertas del Tártaro, lugar de pesadilla donde no tardarían en entrar y cuya puerta me estaba vedada por mi condición, lo propio era deshacerse del cuerpo para evitar sospechas. Así era cada noche, y así sobrevivía a falta de alguna alternativa mejor.

No tenía interés en volver a mi hogar por aquella noche, pues ya que había salido a alimentarme lo mínimo era aprovechar aquella favorable circunstancia. Un oportuno paseo por las atestadas calles de París lograron que llegara a una pequeña boutique donde, por mi aspecto elegante y ligeramente ruborizado (fruto de la sangre recién consumida), no dudaron en hacerme pasar, colmándome de elogios y reverencias. Ni siquiera sabían que podría partirles el cuello con la misma facilidad con la que se corta la mantequilla, y no parecía importarles mi frialdad ni mi aparente apatía. Con sus pequeñas y hábiles manos me soltaron el pelo y me lo rizaron en elaborados tirabuzones color rojo como el mismísimo fuego del Infierno, según dijeron entre risas puritanas y de fervor religioso. Una vez lista, pude escuchar de entre los fragmentos de sus conversaciones comentarios fantasiosos acerca de una representación teatral. No tenía nada mejor que hacer aquella noche; ¿por qué no ir al teatro? Aquellas mujeres que se habían encargado de hacerme relucir obtuvieron, a cambio de sus cuidados y de proporcionarme una entrada para el teatro en un palco honorífico, un zafiro engarzado en oro blanco que por casualidad había llevado hasta entonces colgado en el cuello. Eso, además del mayor premio de todos: seguir con vida y poder disfrutar del resto de sus mortales existencias. Me alejé de allí y me dirigí al teatro, que aquella noche parecía brillar tanto como los espectadores humanos que a él acudían.

Siempre me ha gustado el teatro, pues es mucho más real que la vida. Al menos ahí sabes que están actuando y no tratan de hacértelo pasar por algo real y cotidiano, cosa que no se puede decir de todo lo que nos rodea. La obra de aquella noche era Don Juan de Molière, basada en la obra del ilustre Tirso de Molina y que, sin duda, provocaría los comentarios de las personas menos abiertas al progreso y a las nuevas ideas, aún a pesar de que hacía 135 años de que se había estrenado por primera vez. En cualquier caso, la obra era una de mis favoritas y secundó mi idea de que acudir al teatro había sido algo bueno, como un augurio que prometía que el resto de la noche iba a ser interesante, o al menos o suficiente como para compensar mi desgana inicial. Subí hasta el palco, atravesando las escaleras bajo la escudriñante mirada de la gente, que sólo iba al teatro para estudiar al resto de personas en lugar de para disfrutar de las joyas de la literatura que en él se representaban, y me acomodé en mi asiento al llegar hasta allí. Mi vista pronto se vio capturada por la muchedumbre de personas que había acudido a aquel lugar aquella noche y no otra, coincidiendo conmigo, sólo que en mi caso no se trataba de analizarlos para poder criticarlos, sino que era más bien un acto reflejo fruto de tantos años de vida, buscar a alguien que me llame lo suficiente la atención como para centrar mi atención en esa persona. Y no tardó demasiado en suceder, pues una mirada de ojos azules enmarcados por una melena oscura pronto se encontró con la mía, apenas un momento pero que para mí fue suficiente. Al final sí que tendría entretenimiento aquella noche, gracias a aquel chico de la cicatriz en la mejilla cuya mirada logró capturarme. Las luces se apagaron, el telón subió, y pronto la presencia del Don Juan, cínico, hipócrita y seductor, llenó el escenario con su fuerza arrolladora, deleitando a los pocos que permanecíamos atentos a la función con su personalidad y sus desventuras.


Última edición por Amanda Smith el Vie Mar 04, 2011 5:41 am, editado 3 veces
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Ago 05, 2010 2:53 am

El teatro, oh si, sin duda una de las mas importantes ramas que el arte podría tener, gente sobre un escenario actuando de manera exagerada y sin duda atrapante, mostrándonos si no puras situaciones reales de la vida cotidiana, solo que desde un punto de vista mas dramático claro esta. Hay que recalcar que Nigel a pesar de ser el hombre que era: vil, libertino, polémico; también poseía una indudable cultura la cual había sido patrocinada por su difunto abuelo Lord Quartermane, la poseía mas no la explotaba, no buscaba enriquecerla a menudo, era una de esas cosas que uno deja de lado, en el olvido dando prioridad a materialismos y cosas poco productivas.

La razón por la cual acudía al teatro no era mas que con la idea de codearse con personajes importantes y hacer evidente su importante nombre, ese era el pasatiempos favorito de nuestro susodicho: hacer alarde de cuanto poseía, no solo materialmente hablando, también física, puesto sabia que mal parecido jamás había sido, las miradas de las mujeres en el lugar se lo corroboraban, las mismas que lo veían asombradas por la indignante escena de verlo acudir en completa soledad a un lugar como ese, sin una bella dama siendo escoltaba por su brazo, tan solo el y sus impecables ropas y su porte galante ante la vida. Sin mas preámbulos avanzo hasta el interior del teatro, encontrándose con reconocidas personalidades que no dudaron en acercarse para estrechar su mano, besar su mejilla y hacerle un sin fin de halagos a su persona, Nigel sonreía, regocijándose de cada una de sus palabras, expresando el mas puro de los egocentrismos disfrazado de una falsa modestia que muchos no se creían en realidad.

Las miradas no lo abandonaron aun incluso en el momento en que había llegado a su asiento en el palco, una de los asientos mas costosos en el lugar y no desaprovecho el haber llegado un poco mas temprano de la hora indicada para visualizar a los presentes esa noche. Numerables mujeres se pasaron ante sus pupilas: algunas demasiadas viejas para su gusto, algunas más bastante jóvenes como para arriesgarse, unas mas no eran definitivamente su tipo, algunas se opacaban teniendo a su lado a un marido con cara de pocos amigos, pero en todo hay sus excepciones. El azul de su mirada se detuvo en la que sin duda era la mas bella de todas esa noche: una pelirroja con mirada seductiva que casualmente también lo miraba a el desde su asiento no muy lejano. Clavo sus ojos mezquinos y visiblemente libidinosos en aquella figura que en realidad poco dejaba apreciarse desde la distancia y por la multitud y justo cuando estuvo dispuesto a hacer alguna seña discreta que marcara sus intenciones con esa joven mujer, las luces se apagaron anunciando el inicio de la función. Bastante inoportuna…

Torció un gesto en la boca de disgusto por tan impertinente suceso pero de inmediato recordó un dato importante: el asiento al lado de la joven estaba vacío, lo había notado aun a pesar de que sus ojos tan solo se habían concentrado en ella. Su personalidad tan poco sensata lo hizo ponerse de pie al instante, no dudo siquiera en lo que haría. Las miradas lo azotaron aun incluso en la oscuridad del recinto, pero el hizo caso omiso avanzando entre los asientos para acercarse a la que seria sin duda su presa de esa noche, una mujer como esa no podía dejarse en el olvido. Avanzando entre las sombras pudo llegar finalmente hasta su destino, se dejo caer de manera prudente sobre el asiento continuo a la dama y como no queriendo la cosa clavo su vista al frente en la función a la que sin duda no pondría mucha atención esa velada. Don Juan yacía sobre el escenario a espaldas de una joven chica, recitándole palabras al oído a la joven doncella en un intento de embelesarle el oído y lograr su cometido de una manera un poco vil. —¿De verdad puede existir un hombre como ese? — El sarcasmo salto al vacío en forma de pregunta la cual era claramente dirigida a la joven en cuestión.


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Mensaje por Invitado Jue Ago 05, 2010 10:29 am

La subida del telón, aquella muralla de rojo terciopelo que parecía separar un mundo de sueños y de ilusiones etéreas de un mundo en el que lo falso, el drama y la polémica vedados son lo que vivían, sobrevino rápidamente, junto con aquella desaparición total de toda la iluminación que hasta ese momento, había bañado el teatro con su luz amarillenta. No pude evitar, sin embargo y frente a mi anteriormente firme propósito de observar la obra con atención, a pesar de haberla visto ya en numerosas ocasiones, que mi mirada se desviara ocasionalmente hacia el palco donde había captado la mirada de fríos y arrogantes ojos azules de aquel chico. Era uno de los que estaban más lejos del que yo ocupaba, pero indiscutiblemente más elegante y distinguido, casi tanto como aquel que lo llenaba con su presencia, palpable también para todos los humanos que habían ido a curiosear en vez de a culturizarse. Si tan sólo se preocuparan por ampliar un poco más sus conocimientos, tal vez podrían llegar a suponer una amenaza para nosotros, los inmortales. Aplicándome el cuento, no tardé demasiado en apartar mi vista de él para centrarla de nuevo en el actor que sobreactuaba en el escenario, tratando de dar vida a un personaje tan carismático y profundo como el Don Juan con una capacidad de actuación que no emocionaría ni a una bolsita de té. A mí, por supuesto, me estaba haciendo tener ganas de bostezar y de lanzarle la obra a la cara para que viera qué había que hacer o no había que hacer, pero aún así las apariencias tenían que imperar, el espectáculo de la farsa tenía que seguir, y no me moví ni un milímetro en mi cuidada posición que parecía indicar atención para lo que estaba sucediendo delante de mí cuando, en realidad, mi mente hacía rato que había volado lejos de allí.

Un simple sonido a mi lado fue lo suficiente para que mi atención dejara de estar posada en lo fascinantes que eran las motas de polvo bailando juguetonas entre los haces de luz o en pensar quién sería la víctima de próximo festín nocturno, un sonido que pertenecía al chico de mirada fría y pose altiva sobre el que antes había posado mi atención y que al parecer también había sido capturado por mi...lo que fuera que le hubiera interesado lo suficiente como para levantarse de su asiento (cosa que, incluso para mí, que ni siquiera estaba demasiado pendiente de lo que el resto del público estaba haciendo, resultaba claramente un desafío al público, que no dejaban de moverse en sus asientos, escandalizados y cuchicheando entre ellos) y venir hasta el que había estado vacío a mi lado.

Una mirada de reojo, huidiza por mi parte, fue lo suficiente para saber que el hombre que se encontraba a mi lado, aquel joven cuyo magnetismo era visible aún en la oscuridad en la que nos encontrábamos y que era sorprendentemente grácil...para ser un humano, miraba al frente, en dirección al escenario, con un gesto que no dejaba lugar a las dudas acerca de su opinión acerca de la función, la misma que la de cualquier persona que supiera un poco de la obra del genio de Molière y que tuviera ojos en la cara suficientes como para saber hasta qué punto aquel actor que trataba de seducir a una dama en el escenario aniquilaba aquella maravilla de la literatura. La voz salió de sus labios entreabiertos, seca como un latigazo y llena de un sarcasmo vil que inundó el aire a nuestro alrededor de una manera que me hizo desviar la mirada por completo hacia él, con una sonrisa burlona dibujada en los labios. Aquel joven era intrigante; ¿qué tendría, veinte, veintidós años? no mucho más, y aún así parecía saber de la vida lo suficiente como para permitirse un comentario semejante frente a alguien que había tenido que enfrentarse a hombres como aquel que el actor trataba de representar a cientos, llenos del ciego orgullo y del cinismo propios de quien se sabe poseedor y reinante en el mundo. Exactamente como aquel que se encontraba a mi lado, o al menos eso era lo que su aspecto exterior dejaba entrever mientras que, seguramente, su interior fuera distinto y estuviera oculto a ojos indiscretos. Tan sumamente atrayente que no pude evitar responder a su comentario. – La pregunta correcta, monsieur, es si de verdad puede existir algún hombre que en el fondo no sea así. – le dije, con tono más bien neutro pero que ocultaba cierta diversión por mi parte. Aquel chico que se había atrevido a desafiar a todas las miradas y los gestos que ahora nos taladraban me interesaba en extremo, lo suficiente como para no prestar atención a los cuchicheos y dejar que fuera él quien me mostrara su auténtica cara, y no la que todo el mundo quería o pretendía conocer acerca de él. - ¿A quién debo el placer de mi súbita compañía en esta representación? – inquirí, con curiosidad.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Ago 19, 2010 4:51 am

El timbre de voz de aquella fémina iba totalmente acorde con el resto de su exquisito ser: seductor, apasionado y de una elegancia poco común que no hizo mas que aumentar sus ganas de conocerle…quizás un poco mas que eso. Sus gruesos labios se curvaron en una sonrisa ante el comentario que la joven pelirroja usaba como respuesta a su irónica mención, dejándole claro que inteligente era, no seria fácil quizás el llevar a cabo una escena como la que acababa de presenciar en el escenario. Difícil mas no imposible, no para el. Continuo mirando el espectáculo que se llevaba a cabo frente a sus ojos, no ignorando las palabras de la joven, si no mas bien tomando tiempo para pensar una buena respuesta.

- Ni usted ni yo nos merecemos el crudo beso de la soledad esta noche, ¿no lo cree? La soledad no le sienta nada bien mademoiselle, quizás el venir a acompañarle no se deba mas que al placer de poner disfrutar de la obra en compañía de tan bella mujer. – Giro por primera vez el rostro para posar toda su atención sobre la joven y sin previo aviso tomo una de sus manos para acercarla a sus labios. – Nigel Quartermane. – Pronuncio con aire seductor para después conocer finalmente el aroma de la exquisita piel de aquella dama al besar el borde de su delicada mano la cual le pareció mucho más que apetitosa. Dejo que una leve sonrisa se curvara en sus labios, una que le hiciera ver a aquella mujer que sus intenciones no eran precisamente lo que acababa de decir. Así era como actuaba nuestro caballero en cuestión: decir algo mientras sus actos demostraban lo contrario. Las mujeres solían sentirse atraídas hacia el por esa forma de hablarles, podían sentirse las únicas por la manera en que les mirada, podían incluso llegar a enamorarse en la primera noche que pasaran con tan distinguido caballero. Pero para el era distinto, un simple juego llamado seducción, era en ocasiones incluso quizás mejor actor que el que ahora estaba sobre el escenario.

- ¿Le molestan mon chérie? ¿Los hombres de ese tipo? ¿Los seductores? – Lanzo al aire el cuestionamiento liberando de su mano la de la joven, clavando su mirada curiosa sobre ese bello rostro con el que había sido sin duda privilegiada aquella mujer. Paso su lengua por los labios, humedeciéndolos de saliva en un gesto que bien podría ser bastante provocador, lo era en realidad.


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Mensaje por Invitado Dom Ago 22, 2010 10:12 am

Los hombres, ya sean humanos, vampiros, lobos o lo que más les apetezca ser, siempre me ha parecido que merecen ser dados de comer aparte. Parecen siempre tener la impresión de que las mujeres sólo nos guiamos por lo obvio, por las meras apariencias o por lo que parece esconderse detrás de cada gesto sin esforzarnos lo más mínimo en buscar debajo de ellos. Claro estaba que, para alguien como él, por su aspecto acostumbrado de sobra a tener a cientos de féminas pululando a su alrededor, cada gesto, cada mirada, llenos de una seducción que no por ser obvia para mí dejaba de resultar admirable, iban directos a atrapar la atención de su acompañante o de la presa que quisieran atrapar en un determinado momento; sin embargo, para alguien como yo, que había vivido ya tanto tiempo que me sabía la mayoría de esos trucos de memoria, contemplarle resultaba un entretenimiento mejor que la obra que se representaba delante de nosotros. Al fin y al cabo, ¿qué mejor drama que el de alguien representando el papel de seductor sobre alguien a quien las seducciones no le hacen casi efecto? Desde luego, una obra mucho mejor y más digna de atención que el insulto a la obra de Molière que tenía lugar en el escenario.

Su respuesta no concordaba en absoluto con su gesto posterior a besarme la mano, aquella sonrisa taimada que en realidad mostraba que sus intenciones no parecían ser las mismas que las que sus palabras habían reflejado. Un jugador nato, además. Muy interesante, eso sin duda alguna. Se presentó como Nigel Quartermane, y en mi mente su nombre cobró significado, alimentado por las habladurías que, sin poder evitarlo, me habían llegado sobre él, sobre su rostro angelical que escondía un auténtico demonio de la seducción, sobre su pericia con las mujeres tan, al parecer, fruto de la experiencia. Un chico interesante, si lo que había oído era cierto, y por lo que llevaba visto de él en el breve lapso de tiempo que había transcurrido desde que nos habíamos intercambiado las primeras palabras hasta el momento en el que nos hallábamos inmersos, momento que se había tornado indeciblemente real en el momento en el que sentí sus cálidos labios sobre mi nívea piel, en lo que sin duda era un gesto muy común en él. Una simple media sonrisa llena de cierta picardía se extendió por mis labios al escuchar su pregunta acerca de si me molestaban los seductores, los hombres que pensaban que las mujeres eran simples conquistas y no algo más. ¿Lo hacían? No, en realidad, pues me divertía con ellos mucho más de lo que podía llegar a pensarse, sobre todo cuando les ganaba en su propio juego. Ver sus caras de derrota frente a mí era algo simplemente delicioso, y esa delicia llegó a mis ojos, que seguían clavados en los suyos.

- ¿Debería, monsieur? ¿Acaso es molestia sentirme objeto del interés de un caballero con el que puedo, además, intercambiar unos momentos de entretenimiento? No, en mi opinión. – le respondí con una expresión de plácida inocencia en respuesta al gesto de picardía que había sido su lengua recorriendo sus labios, sin duda con intenciones de provocarme. Paciencia normalmente no era algo que pudiera haber en abundancia en mi interior; aquella noche, sin embargo, me encontraba llena de la más absoluta tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo para entretenerme con él. En cierto modo, así era, aunque en realidad aquel gesto me había parecido simplemente delicioso, una muestra de lo que después podría llegar a pasar si todo iba bien. Precisamente por ello me vi obligada a responder, tornando mi mirada lasciva mientras mi sonrisa seguía siendo beatífica, tan llena de pureza que haría palidecer a las estatuas de los ángeles o de los santos de cualquier iglesia. Aquel juego que él había decidido comenzar entre nosotros, ese tan lleno de seducción y de interés del uno hacia el otro, había encontrado en mí la horma de su zapato, la persona que más guerra le daría siguiendo con él pues, al fin y al cabo, me encantaba jugar y odiaba perder.

- ¿Le molesta a usted tener la competencia de esos llamados seductores a la hora de tratar con damas de diversa índole? – inquirí, mientras mi mano subía hasta atrapar uno de los rizos rebeldes que se habían escapado de mi complicado recogido y se ponía a jugar con él, sin prestar demasiada atención a lo que hacía mientras mi mirada seguía escrutándole con interés.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Dic 30, 2010 5:06 pm

Pero que mujer tan interesante, pocas como, ella sin duda. El interés de Nigel se incrementaba con cada segundo que transcurría, cada movimiento de aquella dama, cada acertada palabra que no lograba más que querer conocerle más. Para el las cosas habían sido siempre fáciles: podía tener a la mujer que se propusiera, eso no era ningún problema, lo tedioso de la situación es que la mayoría de las mujeres en Paris, si bien eran hermosas, eran algo sosas, nada interesantes, poco atrevidas. La conservadora vida en Francia le parecía aburrida a menudo, el siempre se había autonombrado un hombre que había tenido la desdicha de haber nacido en el siglo equivocado, siempre iba un pie delante, siempre queriendo romper esquemas.

Quizás esto era en parte lo que hacia mas interesante a la mujer que yacía a un costado suyo, no parecía ser una de esas aburridas señoritas que acostumbran a tomar el te y parlotear sobre temas bastante aburridos, todo lo contrario, daba la impresión de ser una mujer de mundo, con tema que conversación, una que no terminaría siendo como el resto de sus conquistas que en realidad no presentaban reto alguno para el. Estaba cansado de eso, quería retos, quería que le pusieran difícil las cosas, tener que ganarse las situaciones y al final, cuando lo consiguiera, sentirse orgulloso y adquirirlo aun con más ganas. Ese era Nigel Quartermane, el que se creía dueño del mundo.

- Entonces, ¿no le molesta que los hombres fantaseen con su persona? Seguramente así ha de ocurrir a menudo, es usted tan bella que es difícil pasar desapercibida. No los culpo en realidad, yo mismo podría caer en tal cosa, debo admitirlo. – Uso un tono de voz divertido, como si de verdad pudiera hacer creer la joven que se trataba de una simple broma de su parte. – El problema aquí no es que le disguste, si no que debería tener cuidado, hay hombres muy atrevidos, que solo buscan aprovecharse de damas como usted. – Ah, bendita ironía.

- Competencia. - Cito de modo analítico, posando su mano derecha sobre la barbilla. Tal palabra no existía para el, nunca había existido, pero no podía darse el lujo de mostrar al tipo arrogante así de pronto frente a quien quería impresionar, el sabia que serian puntos menos.
- No. Digamos que…confío en mi capacidad al pretender a una mujer. – Poso su mirada en la de ella una vez mas, sonriéndole de una manera galante. - ¿Qué prefiere usted madame? ¿Un caballero andante o un atrevido seductor? ¿Una palabra bonita o un arrebato?


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Mensaje por Invitado Vie Dic 31, 2010 9:34 am

Los dedos jugando delicadamente con el rizo que se había caído de mi peinado, el primero de mucho que, rebeldes como mi alma desde que había sido transformada, no buscaban seguir la dirección que las hábiles manos que los habían encerrado querían darles, sino establecer su propio recorrido alrededor del mundo y no atarse ni sentirse atados por cadenas; la mirada totalmente ausente del espectáculo sobre el escenario para centrarse, directa o indirectamente, en el espectáculo con piernas que tenía sentado a mi lado. Cualquiera diría que había acudido al teatro para conocer a algún hombre al que pudiera llevarme a algún callejón oscuro para poder deslizarme, delicada y sigilosa como una sombra, a su cuello, de donde sacaría mi sustento vital en forma de su deliciosa sangre. Al menos eso lo diría cualquiera que por mis gestos, al margen de la persuasión que normalmente aplicaba para lograr atraer la atención de mis víctimas, no supiera analizar que desde el momento en el que le había visto no había considerado a Nigel como una simple víctima más, sino más bien como un rival en un juego al que llevaba toda mi longevidad dedicándome: la seducción. Aquel era un digno rival porque por mucho que fuera humano y careciera del aura sobrenatural y magnética de los vampiros y también de nuestra longevidad y experiencia, poseía una elegancia nata que le había hecho tener sus propias armas a la hora de atraer a la gente, ya fuera del sexo contrario o del propio, pues por mucho que disimularan, las miradas de todas las personas que se encontraban en el teatro se dirigían hacia nosotros con mal disimulado interés y mucha envidia velada y captable en todos sus gestos y actitudes. Todos tremendamente predecibles, con la única excepción de mi acompañante. Conociendo a los humanos tanto como lo hacía, dedicar más segundos de mi interés a sus estupideces era perder mi eternidad en nimiedades vanas, así que terminé por volver de mi ligera evasión mental a centrarme en mi acompañante, en sus ojos azules y su piel pálida, en su cabello oscuro y la cicatriz de su mejilla, en sus palabras atrayentes o en sus gestos atrevidos. En Nigel, en general. En el seductor al que vencería, en particular.

Con tono de voz divertido, su propia voz se alzó sobre el ligero silencio que a ambos nos había cubierto desde mi última respuesta a su pregunta, con un elogio a mi belleza inmortal y una pregunta, queriendo saber si me molestaba que los hombres fantasearan con mi persona. El tono justo de diversión para enmarcar sus intenciones, incluirse dentro de los hombres que también lo harían, su mirada...todo indicaba que era un experto versado en la materia. Y si yo no fuera una vampiresa acostumbrada a aquellos juegos sino una humana inocente y pura, como mi propio aspecto revelaba a ojos incautos, me habría sonrojado. La ironía se abrió camino justo después, arrancándome una sonrisa torcida del rostro por los gustos de mi acompañante en cuanto a giros del lenguaje al sugerir la posibilidad de que alguien podría aprovecharse de mí y sobrevivir al proceso. Irónico, ciertamente, e hizo que mi mirara se tornara burlona y que ladeara la cabeza hasta él, que había apoyado la mano en su barbilla citando la competencia que yo había introducido momentos antes. Probablemente luchara contra su propio ego al ponderar la posibilidad de que alguien pudiera parecérsele, y por muy egocéntrico que sonara estaría de acuerdo con él si llegaba a decir que, como él, pocos habían llegado a atraerme tanto como lo hacía, al margen de su sangre o de alimentarme de su vida. Alimentaba mi vida espiritual, mi curiosidad si quería llamarse así, y sus respuestas fuera de los cánones típicos de cualquier cínico galán también lo hacían. Por eso supe que no iba a mostrarse arrogante del todo, aunque algo de arrogancia no pudiera evitarla, y por eso su respuesta diciendo que confiaba en sus capacidades para seducir a una mujer hizo que entrecerrara los ojos, divertida. Diversión que aumentó en cuanto me preguntó acerca de mis propios gustos en hombres, seductores en aquel caso. ¿Quizá una pista para saber cómo debía actuar conmigo? Probablemente.

No contesté a la primera, sin embargo, porque me limité a soltar mi rizo rebelde y a posar las manos sobre el regazo, encima de la tela azulada de mi vestido. La mirada voló de él al escenario, donde el intento de Don Juan que tendría que aprender de él se encontraba, a Nigel, y una vez en él esbocé una expresión franca, al margen de los juegos y picardías que ambos continuamente utilizábamos hasta casi la saciedad. Iba a serle sincera, ya que había preguntado. - ¿Debería molestarme que los hombres consideren a su alcance algo que está fuera de él? Que sueñen, que fantaseen, pero si quieren que dichas fantasías e ilusiones se conviertan en realidad que tomen partido y que se pongan en acción. Así todo es mucho más entretenido. – respondí a su primera pregunta, aquella que prácticamente se había quedado en el aire antes de hacer que la mirada franca se transformara en una traviesa, porque la verdad podía ser tratada de muchas maneras y, en aquel momento y con su pregunta, la que tocaba era aquella y no otra. – Los caballeros andantes son aburridos y tan sumamente medievales... – comencé, poniendo los ojos en blanco y sin que él posiblemente entendiera que lo decía en serio por haber vivido el medioevo en persona. – Los atrevidos seductores que confían en sí mismos y en sus capacidades y que ignoran los convencionalismos para conseguir lo que quieren son muchísimo más interesantes, una auténtica delicia a mi parecer. Donde esté un arrebato que se aparten las palabras bonitas, monsieur, siempre lo he pensado. Y, si es por eso por lo que lo pregunta, va usted por el camino correcto tal y como se está comportando. – agregué, dedicándole una sonrisa torcida y bajando los párpados un instante, juguetona. Podía permitirme cosas como aquellas en momentos como en el que nos encontrábamos por la curiosidad mutua que nos ataba y porque, en ciertas cosas, éramos tal para cual. Ser descarado no era monopolio exclusivo suyo, sólo que la mía era una sinceridad más apabullante que la suya, disfrazada de manera soberbia por maneras de galán. Y por eso mismo estaba deseando probarle a ver cómo reaccionaba, por curiosidad y porque él, en sí, era lo más divertido que me había sucedido en años.
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Mensaje por Nigel Quartermane Lun Ene 10, 2011 5:58 am

¿Quién era esta mujer? ¿De donde había salido? ¿Dónde había estado todo este tiempo? Cuestionamientos que no pudo reprimir en su mente mientras una sonrisa libidinosa se colaba por su mezquina, pero sin duda sensual boca. Cuantos atributos en una sola mujer, cuanto tiempo desperdiciado persuadiendo a jovencitas mojigatas que poco sabían de la vida, cuantas frases de amor recitadas con el único objetivo de endulzarles el oído y finalmente llevarlas a la cama. No era que todo ese jueguito de querer hacerse el decente frente a los demás no fuese divertido, ¡al contrario! encontraba increíblemente gracioso el ver como se tragaban su cuento, pero después de mucho llegaba a hartarlo.

Agudizo la mirada en aquel regalo que la vida le había puesto en el camino sin duda, incluso se había olvidado por completo de su gran obsesión: Claire Delacroix, la mujer que lo tenia fascinado, no tenia memoria en este instante, nada existía mas que el y esa preciosa mujer.

Aquella había sido sin duda una marcada invitación al que sin duda seria el paraíso, al que no podía esperar más entrar, al que sin duda ya le habían abierto las puertas y no habría que dar de empujones hasta lograr entrar por la mala, incluso podía sentir como lo esperaban con los brazos abiertos. No hubo razón para tener que seguir actuando el papel de hombre abnegado, haciéndolo frente a la pelirroja se sentía incluso peor actor que el que estaba justamente ahora sobre el escenario.

- Odio el teatro… - Escupió sin pensarlo dos veces. – Y esta obra, es tan...¡increíblemente aburrida! – Exclamo casi teatralmente agitando ambas manos, sin perder ese toque que lo caracterizaba. Poso nuevamente los ojos sobre ella, dedicándole la mirada mas insinuante en toda la noche – De nosotros depende el rescatar esta noche y hacer algo divertido de ella. – Y así, tan seguro de si mismo, no espero siquiera por una nueva respuesta de la seductora mujer, se puso de pie casi de un salto, acomodo su traje y alargo la mano dispuesto a escoltar a la bella dama. – Acompáñeme, quisiera besarla en un lugar menos abarrotado, no me gustan los fisgones.

La sonrisa que apareció a continuación era imposible de reprimir, hizo su acto sin querer aparentar nada esta vez, sincera y divertida, en todo su esplendor. La mujer lograba fascinarlo al borde de la locura, no había nada que pensar, seria suya y no una vez, si no las que fuesen necesarias. El interés por parte de ella lo tenía a su favor, era notable y marcadamente reciproco. Le había encantado la respuesta de su bella acompañante, la que sin duda ahora era la culpable de que no deseara mas que sacarla de ahí mismo en ese instante.

Los ojos de los espectadores nuevamente se posaron sobre el, sin duda esta noche, Nigel había tomado incluso mas protagonismo que el actor en el escenario. Había toda clase de miradas: miradas reprochantes por portarse tan insolente al ponerse de pie a apenas escasos minutos de la función, miradas insinuantes, en espera de ser captadas; miradas indignadas, por no estar en el lugar de la pelirroja al que el le hacia la invitación; de toda clase, pero el solo tendría ojos para ella esa noche, se lo había ganado a pulso.


Off: Lamento la demora, una vez mas.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 11, 2011 5:19 pm

Podía tener toda la experiencia que quisiera alegar respecto a los hombres y más respecto a los de su calaña, aquellos seductores que con palabras bonitas, gestos estudiados hasta el último milímetro y presencia creada artificialmente lograban siempre derretir a las damas, pero no por ello negaría nunca que me divertían los hombres como aquel. Los caballeros medievales; los galanes educados y abanderados por las costumbres puritanas de la época en la que nos encontrábamos; los que, atados a un pasado que sólo conocían por los ecos muertos y vacíos de las novelas de caballeros y los relatos de amor cortés, creían que aquella era la manera perfecta para atraer la atención de una dama; los mismos que creían que todas las mujeres se sonrojaban con las palabras adecuadas... Aquellos eran los mismos que llevaba toda mi longevidad viendo, los mismos con los que llevaba tratando desde que había sido incluso humana, en la antigua y decadente Roma de finales del Imperio, cuando estaba a punto de exhalar su canto de cisne. Entonces había sido humana, esclava más concretamente, y sin un conocimiento del mundo al margen del domus de mis dueños o del mercado al que acudía con los otros esclavos, cualquier mirada lasciva de los soldados ebrios de la época me había parecido razón suficiente para sonrojarme. Entonces podía hacerlo, gozaba del rubor en mis mejillas fruto de la vergüenza y del misterio de lo desconocido, que se esfumó en el mismo momento en el que mi creador decidió otorgarme el regalo de la vida eterna, vida que me había permitido aprender acerca de lo que creía imposible, como habían sido los hombres. Al principio más ingenuamente, sin ser plenamente consciente de mi belleza, mis facultades y la atracción que ejercía ante todo el mundo, hombres o mujeres, sobre todo por lo extraño y antinaturalmente etéreo de mis rasgos; después, de una manera más consciente que había terminado por llevarme al tedio. Los seductores, como él, sólo aparecían con la fuerza iluminadora de una estrella en medio de la noche una vez cada varios siglos, pues pocos se atrevían a romper con el conformismo social al margen de mí misma. Él, Nigel, era uno de ellos y esa era, entre otras muchas, la razón por la que con una sola mirada había decidido que iba a ser mi entretenimiento de aquella noche, y también la razón por la que aún seguía allí sin instarle a hacer nada más, esperando a que fuera él quien diera el primer paso para ver si mi intuición había sido acertada. Y algo acerca de mi intuición: nunca fallaba.

Mi paciencia, adquirida con los siglos aún en ocasiones que, como aquella, parecían querer evaporarla hasta hacerla desaparecer, tuvo sus merecidos frutos al fingir que estaba pendiente de la obra de nuevo hasta que él habló. Dijo que odiaba el teatro y, teatralmente en una poderosa paradoja, que aquella obra era extremadamente aburrida. Una ceja alzada, divertida porque fuera él quien mejor podría representar el papel del Don Juan en lugar del actor que se encontraba vendiendo sus nulas cualidades sobre el escenario, fue mi primera respuesta, mas no la última, pues su mirada insinuante y prometiendo diversión más allá del teatro, a la que acompañó con sus palabras, fue aliciente suficiente para que la sonrisa torcida volviera a mis labios, respuesta suficiente para él, que ni siquiera esperó a que se materializara en palabras antes de levantarse y hacerme la proposición más indecente de la noche: besarme en un lugar más apartado, fuera de la vista de los fisgones. Fisgones que, por cierto, apartaron sus miradas del escenario y del asesinato a mano armada de la obra de Molière para posar la mirada en Nigel y en mí, sobre todo en él, con un abanico de expresiones amplísimo que iba desde la envidia pura y dura hasta la indignación de los más puristas por su descaro...y porque yo me había levantado con elegancia antinatural de mi asiento para ponerme frente a los espectadores, que me miraban y me dedicaban más atención que al actor, aún declamando en el escenario. Con una cuidada reverencia ausente de florituras y llena de burla, me despedí de los ausentes a la función de aquella noche, muy lejos del escenario y de una obra literaria y muy cerca de Nigel y yo misma saltándonos los convencionalismos sociales absurdos y estúpidos para dedicarnos a algo mucho más entretenido, que era vencer aquella fascinación que nos había atado a los dos aquella noche en aquel teatro.

Apenas unos pasos necesité para ponerme a la altura de mi acompañante y continuar nuestro camino fuera del palco, en dirección a algún lugar con mayor intimidad o, al menos, no tanta expectación en el que pudieran pasar cosas más interesantes que ser la comidilla de gente que moriría en menos tiempo que yo, apenas un parpadeo en mi inmortal vida. Igual que Nigel, y aún así con él estaba deslizándome en las sombras del teatro, cada vez en dirección más a su interior e ignorando a la gente que nos encontrábamos porque no era importante, así hasta terminar llegando a una habitación semioculta y oscura, cuya puerta cerré detrás de mí al encontrarse Nigel ya dentro de ella. Una mirada de distante interés tras girarme de mirar la puerta para mirarle a él fue lo primero que obtuvo; después, que sonriente negara con la cabeza. – Monsieur Quartermane, ¿de verdad odia el teatro? La vida entera es un teatro, y todas las personas con las que se encuentra están representado un papel en ella. Tal vez esos papeles se adapten a la idea del autor que todo lo controla; tal vez, no. Tal vez sean rebeldes y se rebelen contra la dinámica de la obra y su contexto; tal vez, sean dóciles como recién salidos de la pluma de algún escritor. Usted es uno de esos personajes que elige ser diferente y por eso llama la atención. Yo, por mi parte, soy alguien a quien le gusta lo diferente, quizás al serlo yo misma. Estábamos invariablemente destinados a atraernos esta noche, o quizá la siguiente o la anterior, pero eso tenía que suceder. Es mi opuesto, monsieur, y en cierta medida mi igual. Tal vez sea por eso por lo que tengo tantas ganas de besarle. – concluí, encogiéndome perezosamente de hombros y terminando con una sonrisa pícara, que rematé mordiéndome ligeramente el labio inferior sin que los colmillos se vieran, cosa de la práctica. Era su turno de enseñar si lo que prometía valía tanto como para que mi curiosidad en un humano fuera o no fundada.

OFF: Una vez más, sabes que no me importa y que puedes tomarte tu tiempo.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Feb 17, 2011 3:40 am

Una risa burlona se unió al acto descarado que había llevado a cabo su bella acompañante para despedirse de los ahí presentes, pues esta había hecho una falsa reverencia llena de burla, en respuesta a sus desaprobadoras e inquisidoras miradas. Ah, la gente de hoy en día…definitivamente lograba exasperarlo incontables veces, era una suerte haber encontrado una noche con pinta de aburrida, a una mujer tan increíblemente apetitosa como la que escoltaba con su brazo.

Egocentrismo, orgullo, vanidad, lujuria. Cuatro de las muchas cosas que se abrían paso en ese preciso instante en la mente de ese hombre que escoltaba a la bella dama de cabellos rojizos, mismo que se movía con soltura y altivez, como si cada uno de sus movimientos hubiesen sido estudiados con anterioridad, aunque quizás la perfección de cada uno de sus gestos y movimientos se veían opacados esa noche por su hermosa acompañante, misma que parecía sacada de un mismismo cuento épico. Quizás le podía resultar difícil el decirlo al propio Nigel, pero ella era por mucho una de las mujeres físicamente mas agraciadas que el había poseído. Si, siempre adelantándose a los hechos, apenas había cruzado un par de palabras con la bella mujer y ya la proclamaba como suya. Pero, ¿que significaban las mujeres para Nigel Quartermane? ¿Trofeos? ¿Musas? ¿Prostitutas? Quizás un poco de todo. Para el cada mujer tenia su categoría, apenas hacia el amor con ellas y posteriormente les brindaba una especie de puntuación, algunas daban penas, pero otras habían logrado rebasar sus expectativas en los placeres carnales. Así era Nigel Quartermane, o mejor dicho, así era como se le había educado, era así como se había moldeado con el paso de los años y el cruel tutor que le había otorgado el destino cruel. ¿Que habría sido de el de no haber quedado huérfano y sin nadie que se hiciera cargo de el? ¿Dónde estaría justo ahora? ¿Cuál seria su filosofía de vida? ¿Habría cometido la misma serie de errores? ¿Seria el mismo pedante egocéntrico que disfrutaba de aprovecharse de las personas sin remordimiento alguno? Probablemente no, ¿quien lo sabe? Lo cierto es que de ser así, existiría una remota posibilidad de no estar llevando del brazo a esa bella damisela que caminaba elegantemente a su lado.

De vez en vez le miro de reojo, aun no podía creerse lo rápido que había sido persuadir a tan sensual dama, aunque probablemente el carácter de la mujer había tenido mucho que ver, puesto se le brotaba por los poros esa ideología que muy probablemente Nigel compartía con ella. El cuerpo es para disfrutarse mientras se pueda, los ingenuos dejan que se pudra sin haberle sacado provecho…

Sus pies eran sus cómplices, mismos que poco a poco los condujeron hacia un pasadizo en penumbras, mismo que bien pudo haber sido el sitio perfecto para dos amantes. Una puerta entreabierta dejo ver un poco luz en su interior, haciéndole saber que ese era el sitio elegido esa noche, que los invitaba a ser los personajes que le dieran un poco de vida a esa habitación tan sublime, pero a la vez inmóvil y tan falta de vida. Lo ideal hubiese sido el darle el paso a la pelirroja como todo caballero hace con las damas, pero una vez mas rompía con los esquemas y fue el quien decidió entrar primero para verificar que realmente era el sitio apropiado. ¿Apropiado? Cualquier sitio era apropiado para dar riendo suelta al diablo interior y este no seria la excepción. – Despejado. – Anuncio desde el interior de la sala, con un tono de ironía en la frase, como si de dos delincuentes se tratase, dos huyendo de la justicia divina. Miro a su alrededor sin girarse a verificar si su bella acompañante le seguía aun detrás, pero el sonido de una puerta cerrándose a sus espaldas le corroboro que sus sospechas tenían fundamento. Una sonrisa se le impregno en los gruesos labios, mismos que parecían gozar en esa sonrisa torcida. Siguió sin girarse, pero le escucho con toda la atención posible, mientras caminaba a paso lento y despreocupado por el salón, hasta llegar a donde se encontraba un piano de cola en color negro. Sus traviesos e inquietos dedos se pasearon por el borde del majestuoso instrumento, sin dejar de sonreír por las palabras que la mujer de aun nombre desconocido le dedicada con voz sensual y cautivadora. El silencio nuevamente los abrazo y como si no hubiese escuchado ninguna de las palabras que ella había dicho irrumpió con el que probablemente seria el menos inocente de sus comentarios de la noche. - Es este un bello artefacto, ¿no le parece?, tan imponente, tan exquisitamente elaborado. Me pregunto si tendrá la fuerza suficiente como para aguantar dos cuerpos sobre el. – Su vista se alzo por primera vez en varios minutos, sin dejar de sonreír y tan solo para contemplar a la mujer que estaba destinada para el en esa noche, al igual que ella lo había dicho, el destino los había cruzado y eso era innegable.

- Diferente. ¿A que llama usted diferente? – Pregunto retomando las palabras que la misma pelirroja había dicho apenas unos instantes. Ladeo su cabeza levemente como acto siguiente y se encamino una vez más, pero esta vez en dirección a su único objetivo: ella. Mientras caminaba no perdió el contacto visual con esos ojos azules que le miraban tan fijamente como el hacia, dejo de caminar a apenas breves centímetros de la dama. - Como podra ver..tengo tantas preguntas en mi cabeza esta noche, ¿será usted capaz de responder a cada una de ellas? – Añadió de manera sensual, con un aire de ingenuidad que bien podría tener un niño en plena pubertad con sed de conocimientos. Su cuerpo se movió como una sombra y la distancia que los separaba era ya prácticamente indescriptible. - Si tanto desea besarme…entonces no veo por que tenga que hacerla esperar…


Off: 1 mes después, a ti te voy a dar el premio a la paciencia infinita, que te lo mereces.


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Mensaje por Invitado Jue Feb 17, 2011 12:43 pm

El olor de Nigel era, sencillamente, perturbador. Para alguien como yo, que en teoría por mi experiencia y mi longevidad tendría que ser capaz de soportar aquello y mucho más, sobre todo si se tenía en cuenta que me había alimentado antes de acudir a mi cita con la cultura de aquella noche, cita a la que había faltado para no presenciar el asesinato de una obra maestra de la literatura por un actor que carecía del talento para representar la obra que, por otra parte, mi acompañante haría muchísimo mejor. No sabía si proponiéndoselo totalmente o no, Nigel era capaz de llevar los matices y los detalles del Don Juan hasta el límite de lo socialmente aceptable, pues a juzgar por las miradas de la gente y por sus pensamientos, tan extremadamente simples que ni siquiera me había centrado en ellos con auténtica atención, él caminaba entre dos aguas, entre lo tolerable y las faltas más reprobables a los valores que todos ellos enarbolaban por bandera. Si nos habíamos atraído, aparte de por mi belleza inmortal y por su innegable carisma y atracción natural, al menos la que ejercía sobre cualquier mujer, había sido porque los dos estábamos al margen de aquellas estúpidas reglas y convencionalismos establecidos a priori y que decidían todo aspecto de la vida de gente que no podía adaptarse a ellos y que, normalmente, ni siquiera quería hacerlo. Y también estaba su olor, aquella esencia almizclada, luchando también entre lo dócil y lo salvaje, que era la propia esencia de Nigel. Haber ido con él a aquella sala tan oscura en la intimidad del teatro para tener un encuentro al margen de los ojos curiosos e indeseables no hacía sino concentrar su propia esencia y hacer que aquel rasgo tan pura e intrínsecamente suyo quedara aún más de relieve entre nosotros dos, aunque la única que podía percibirlo era yo, sencillamente porque era la única de los dos que se alimentaba de la sangre de los seres humanos. Cosas de vampiros, no podía hacer nada por remediarlo...ni quería.

Sólo por distraerme de aquel aroma que amenazaba con volverme loca de ganas de probar su sangre y ver si era tan deliciosa como su aroma auguraba me dediqué a observar mejor el espacio en el que habíamos terminado por acudir los dos a satisfacer deseos que, en su caso, poco tenían que ver con el cada vez mayor en mí: el de la sangre. En medio de aquel recinto había un piano negro y lustroso, que sólo por saber tocarlo logró distraerme lo suficiente de mis propios pensamientos como para escuchar su comentario que, cuando menos, era atrevido...y extremadamente inapropiado, sobre todo si lo escuchaba alguien aparte de mí. Por mi parte, adoraba aquella clase de provocaciones que significaban que iba a subirme sobre aquel piano para satisfacer exactamente aquella clase de deseos que, grabados en su mirada constantemente libinidosa, no pasaban desapercibidos para absolutamente nadie, y muchísimo menos para mí, pues incluso en aquel momento podía decirse que mi mriada estaba igual de ansiosa que la suya, y ya no solamente por la sangre. Ser capaz de distraerme en aquella situación iba a ser lo que, con toda seguridad, salvaría su vida, por mucho que aquella noche fuera a suponer algo diferente para él por la razón más sencilla de las que podían ocurrírseme: me moría de ganas de demostrarle hasta qué punto estaba dispuesta a probar el piano aquel, que abandonado en aquella pequeña sala iba a ser usado de la mejor manera posible con nuestros cuerpos encima. ¿Qué mejor destino para un piano que aquel...?

Sus siguientes palabras, preguntándome acerca de las mías propias y de aquella precisa palabra, diferente, que había utilizado para denominarme a mí misma. Podría haber dicho vampiresa, podría haber dicho inmortal, podría haber dicho eternamente condenada, podría haber dicho muchas cosas, pero si algo me habían enseñado las frías noches y los largos y oscuros siglos había sido la cautela respecto a aquel tema. Por mucho que Nigel tuviera un encanto difícil de ignorar y por mucho que fuera alguien tan capaz de tentarme para contarle mi condición, el secretismo siempre había sido un dogma no escrito de nuestra especie, lo que nos auguraba la supervivencia en pos de una total discreción que alejara ojos indiscretos de nosotros. Confiar en humanos había sido el error de mi maestro, y como no me anduviera con cuidado iba a ser también el mío propio, pues incluso para mí y mi normalmente notable fuerza de voluntad, él era difícil de ignorar. Mi propia mirada clavada en él, sobre todo a medida que avanzó y me dio vía libre para besarle tras pararse enfrente de mí, revelaba exactamente eso, que mi interés ya estaba más que atraído y que, en caso de confiarme, probablemente las cosas fueran peligrosas...cuando menos. Aunque, ¿desde cuándo me importaba o me asustaba a mí el peligro? ¿A mí, que vivía al margen de las normas y que amaba la adrenalina como ninguna otra sensación? ¿A mí, precisamente, que disfrutaba alterando lo establecido y sumiendo a todos bajo mi santa voluntad? Chiquilladas; eso, sin duda, era la prudencia y sobre todo pensar que no iba a ser capaz de controlar al humano descarado y lujurioso de aroma penetrante y atrayente que tanto me gustaba. Con aquella cercanía, dicho olor se veía aumentado e hizo que me llevara un dedo a los labios, acariciándolos inconscientemente antes de desviarlos en una sonrisa torcida a la que mis ojos entrecerrándose, estudiándole, complementaron.

– La curiosidad que al parecer usted posee es insaciable, monsieur Quartermane, y eso es algo delicioso...sobre todo teniendo en cuenta que sus preguntas son incluso razonables. Por mi parte considero que sí, ese piano soportaría el peso de dos personas durante no sólo un encuentro, sino varios...aunque claro, todo es cuestión de ponerlo en práctica. La experiencia es la base de toda ciencia. – le dije, haciendo que mi expresión se tornara falsamente inocente y alzando una ceja para, justo después, conducir mi dedo desde mi labio inferior hasta su pecho, recorriéndolo con suavidad y observando el camino que hacía antes de volver a subir mi mirada hasta atrapar sus ojos, aquellos ojos azules que tan fascinantes resultaban en momentos como aquel. – Diferente...llamo diferente a lo que está fuera de lo común, por supuesto. Llamo diferente a lo que no es exactamente como se espera y a lo que guarda dentro de sí mismo secretos inmemoriales y probablemente prohibidos por mucho. Me llamo diferente a mí, pues no verá a otra como yo ni aunque la busque. – agregué, acercándome después a él y recortando la distancia, apenas existente, entre nosotros para acariciar sus labios con los míos, apenas un roce que continuó después por el hueso de su mandíbula inferior en dirección a su oreja, que también rocé con mis labios antes de detenerme y sonreír. – Puede preguntar, monsieur, lo que le plazca. Será decisión mía responder o no, y será decisión suya creer en lo que le pueda contar, que aunque parezca sacado de un folletín destinado a atemorizar a los más jóvenes es la más pura verdad. – añadí, en un susurro, con voz sensual y en un ronroneo que concluyó conmigo separándome de él para disfrutar de su presencia y de su esencia desde una distancia prudencial que no hiciera que su olor pudiera desatarme.

OFF: Un premio, para mí *-* Suficiente premio es poder contar con una respuesta y poder inspirarme lo suficiente como para ser capaz de darte la mía. Como sabes, no tengo prisa en absoluto, y más cuando sé que va a merecer la pena esperar, pero aún así gracias de todas maneras.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Mar 03, 2011 2:26 am

La sonrisa que apareció a continuación en los labios de Nigel, fue puramente una respuesta a todo lo que la joven pelirroja acababa de pronunciar. La más pura sensualidad jamás vista por los ojos de Quartermane, quizás era por eso que mientras mas la escuchaba expresarse de aquel modo, tanto en palabras, como en movimientos, mas lograba ponerlo al borde de la locura. Incluso su respiración empezaba a transformarse en una especie de jadeo discreto que no saldría a la luz por el momento en su máximo esplendor, pero que indudablemente podía sentir en su interior. No era mas que el deseo que lo desataba, el diablo encontrando su lugar en el interior de ese cuerpo humano, el pecado incrustándose en su piel, deseoso de contagiar a la fémina que estaba provocándole de manera sutil, pero efectiva. Sentir el roce de los labios en los suyos, fue exquisitamente delicioso, una ola de sensaciones le recorrió la espalda, un escalofrío le dejo la sensación de haber sido victima de una ola de feromonas secretadas por esa mujer de procedencia misteriosa. Sus ojos azules siguieron con atención el recorrido del dedo que recorría su pecho, deseando interiormente que llegara de una vez a la parte baja, en la que empezaba a sentir punzadas cada vez mas constantes, la naturaleza humana se hacia presente en su cuerpo masculino. Pero entonces los labios se deslizaron de su boca a su cuello, fue ahí cuando sintió más que nunca el jadeo interior que estaba a punto de quedar al descubierto por esa dama de provocadoras acciones. Poco a poco la seducción empezaba a ser casi un castigo, una tortura. La saliva se deslizo por su garganta que para ese entonces ya estaba seca, mojándola, para así poder continuar hablando.

- Las palabras se las lleva el viento madame, a mi me gustan los hechos… - Termino relamiendo su labio con discreción. El problema con Nigel Quartermane era uno muy sencillo: adoraba la seducción, los juegos previos, pero su paciencia tenía un límite y probablemente este estaba llegando a su fin. Era hora de finalizar la palabrería barata y pasar a los hechos concretos. La noche era oro puro, no podía desperdiciarse.

Acorto nuevamente la distancia entre ambos, esta vez no hablo, prefirió comunicarle la orgia de sensaciones que estaban teniendo cause en su interior con acciones. Ni tarde, ni perezoso, coloco lentamente su mano sobre el brazo izquierdo desnudo de la joven y empezó a deslizar los dedos con tanto cuidado, que daba la impresión de que lo que acariciaba era una pieza única en su especie y sentía temor de romperla antes de poder disfrutarla. La sensación de la piel de la mujer en sus dedos era simplemente exquisita, si Nigel cerraba los ojos, tendría seguramente la impresión de estar acariciando la piel de un durazno. El tacto era frío, pero no por eso menos excitante. – Esta helada mon chérie… - Susurro con aire poco inocente, puesto que lo que decía no era por que se preocupara de que la dama cogiera un resfriado. – Déjeme calentarla… - Añadió sin el menor pudor de por medio, puesto sabia que si la mujer no se había escandalizado o mostrado el mínimo rubor en las mejillas luego de ese comentario del piano, nada podría lograrlo después de eso. No espero por una respuesta, coloco su cuerpo unido al de ella en una especie de abrazo. Los brazos los coloco alrededor de la cintura diminuta que la mujer poseía, al borde de las caderas y su rostro lo mantuvo con la vista fija en los seductores ojos de la pelirroja. Un nuevo jadeo apareció en su interior y junto con el primer arrebato de la noche, el definitivo.

Con un movimiento ágil logro colocar sus labios sobre el cuello de la fémina, el cual procedió a saborear, primero con los labios, luego con la lengua. El sabor era todavía más enloquecedor. Y poco a poco fue llenando de besos el largo cuello, bajando poco a poco, pasando por la clavícula, hasta llegar al inicio del pronunciado escote que le dejaba a la vista parte de los pechos. Esta vez los jadeos fueron evidentes, no tuvo caso intentar ocultar cuan excitado se encontraba para ese instante. Su boca se despego de la piel de la joven y busco casi con desesperación los labios, una vez que su vista los localizo, se fundió en ellos en un beso que dejaba a la vista de cualquiera la pasión desenfrenada de la que estaba siendo victima. Los movimientos de sus labios en los de ella no fueron para nada sutiles, eran incluso un tanto salvajes, desesperados, ansiosos.
- Es usted tan… - Pudo pronunciar con dificultad en cuanto separo los labios de los de ella por apenas breves instantes, para luego continuar besándole. - deliciosa…. – Logro añadir cuando el beso se vio interrumpido por el movimiento de sus pies hacia el frente, mismo que había hecho con la única intención de lograr acorralar a su victima contra la pared que tenían detrás. Las siguientes en moverse fueron sus manos sobre su espalda, quienes ansiosas buscaron hasta encontrar, el cierre de ese sin duda costoso vestido. – Su vestido es exquisitamente bello, se lo aseguro… - La voz le sonaba visiblemente distinta a la que profería comúnmente, Nigel Quartermane estaba poseído. - …pero como estorba… - Añadió una vez que sintió sobre sus dedos el metal del cierre que tanto había buscado. Miro fijamente a los ojos a la mujer, como avisándole con la mirada que estaba a punto de despojarla de esas finas telas que no hacían mas que alentar lo que tanto estaba deseando: sentir de una vez por todas el cuerpo entero desnudo de la mujer bajo el suyo…o viceversa.


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Mensaje por Invitado Vie Mar 04, 2011 5:53 am

A pesar de ser una inmortal con más de un milenio de experiencia en temas de aguantar tentaciones más o menos feroces, aquella se me estaba haciendo extremadamente difícil de aguantar por una sencilla razón con la que no había contado desde un principio, o al menos no en su totalidad. Aquella razón era fácil de averiguar en aquel momento y tenía nombre y apellidos propios: Nigel Quartermane. Su sensualidad, lo que primero me había llamado la atención de él, no tenía nada que ver con la sensualidad felina de la que yo misma hacía gala. La suya era más burda, más instintiva y más guiada por la pasión del momento; la suya, a diferencia de la mía, era más arrolladora y juntada con el resto de características que a cualquier mujer podrían atraer de Nigel, se sumaba en mi caso a su olor tan sumamente atrayente. En pocos casos haberme alimentado antes de estar con un humano había servido de tan poco, y en pocos casos la tentación de probar una gota de la sangre de alguien había sido tan acuciante como lo era con Nigel que, encima, parecía querer tentarme a que lo hiciera y que doblara su cuello para deslizar mis colmillos en él y, tras rasgar su piel, saboreara aquel líquido carmesí que ocultaba en su interior. Y no dejaba de tener ironía la situación, con la seductora seducida por otro de su misma calaña y muriéndose por probar la sangre de aquel seductor mientras él, por su parte, demostraba que el calor en su cuerpo humano era superior al que sentiría normalmente y en cualquier otra circunstancia. Hasta por debajo de mi pétrea y fría piel empezaría a notarse dentro de pocos instantes aquella subida de mi tempera que él provocaba con su propio calor, con sus gestos, con su esencia...con todo él, en general. Su voz diciendo que sobraban las palabras y que le gustaban los hechos confirmaron mis propios pensamientos y mi creencia de que, pasara lo que pasara, que estaba bastante claro lo que iba a pasar entre los dos, hablar sería lo que menos pasaría entre los dos, al margen quizá de jadeos de placer por parte de ambos.

Su brazos acarició después el mío desnudo como si fuera una obra de arte, similar en más maneras de las que probablemente él pensara a una escultura de frío mármol, tan atemporal e inexpresiva a veces como ella. El contraste de temperatura entre su cálida piel humana y la frialdad de la mía, vampírica, no se hizo esperar y él, desconocedor de que estaba a punto de entregarse a un depredador hambriento de él, comentó que estaba helada pero que él me calentaría. La falta de pudor al hacer el comentario, después de haber hecho el del piano, hizo que sonriera, casi divertida por su descaro tan similar al mío, y esa fue toda la respuesta por mi parte pues él no necesitó más para tomar las riendas de la situación y apoyar sus manos en mi cintura, casi al borde de la cadera, justo antes de deslizar sus labios por mi cuello y empezar a recorrerlo a base de besos, primero, a base de lametones después.

En aquel momento, de haber podido mi piel erizarse lo habría hecho, pero en su lugar sólo un leve aumentó de temperatura fue la manera visible que tuvo mi cuerpo de reaccionar; eso, amén de una casi inconsciente subida de mi mano hasta su nuca para guiar sus besos y sus movimientos por mi cuello en dirección a mi escote, pronunciado de una manera poco adecuada para los gustos de los más recatados y perfecta para que él siguiera acariciándolo con sus labios y jadeando. Con esos gestos hizo que yo cerrara los ojos y me mordiera el labio inferior con fuerza un instante antes de volver a abrirlos cuando él se separó de mi piel en dirección a mis labios para besarlos con la lujuria y el frenesí que antes, con mi roce, yo parecía haber olvidado y que ahora, con aquel beso, parecíamos recordar. No hubo delicadeza ni cuidado; por no haber, de hecho, no hubo ni mimo: era el beso de dos desconocidos que se deseaban y que querían desesperadamente fundir sus cuerpos en uno aquella noche, y tras separarnos de él me dijo que era deliciosa, quizá palabrería para convencerme aún más de lo que estaba dispuesta a hacer o quizá lo decía de verdad...cosa más probable. Sus pasos interrumpieron uno de aquellos besos al conducirme hacia la pared y ponerme contra ella, deslizando sus manos por mi espalda en dirección al cierre metálico de mi vestido para añadir que era precioso, pero que estorbaba...exactamente igual que sus cuidadas prendas de caballero. Con su mirada parecía preguntarme si estaba dispuesta a seguir con aquello y no respondí con palabras, sino con gestos. Una bajada de mis párpados, una sonrisa torcida, mis manos deslizándose de nuevo por su pecho hasta llegar a los botones de su camisa y con habilidad de siglos desabotonarlos velozmente hasta dejarla caer, junto a su chaqueta, al suelo para gozar de la visión de su pecho desnudo delante de mí fue toda respuesta: no necesitaba más para saber que tenía mi permiso para desabotonar el vestido y esperaba que lo hiciera porque, como él bien había dicho, sobraba en aquel momento.

Mis labios atraparon los suyos para darle otro beso lujurioso del que, tras separarme, aproveché para morder su labio inferior con picardía y de nuevo ocultando mis colmillos y mi naturaleza de depredadora. – Mi vestido estorba tanto como lo hacía su ropa, monsieur... Es usted libre de quitarlo, como los dos estamos deseando que haga. – le susurré, sonriendo de manera libinidosa momentos antes de bajar a su cuello y empezar a besarlo y a recorrerlo con los labios, arrancándole también jadeos que con pequeños mordiscos sin colmillos de por medio aumentaba más y más. No iba a morderle aún, si bien mis manos se habían ido hasta su espalda y la acariciaban con las yemas de los dedos, deslizando algún arañazo en ella lo suficientemente suave como para no hacerle sangrar. Su camino descendiente hasta que llegaron a la cintura de sus pantalones lo acompañaron también los arañazos y, también, mis labios bajando por su torso y a base de besos y mordiscos recorriéndolo lentamente y deteniéndome a la altura de su pezón, mirándole con diversión. – Confío en que sea usted experto en ropa interior femenina, monsieur – le dije, haciendo énfasis con voz sensual en el monsieur antes de delinear su pezón con la lengua mientras él aprovechaba para quitarme el vestido, dejando a la vista la compleja ropa interior negra que llevaba y que para él sería algo parecido a un desafío...o quizá no, dada su experiencia.

Las manos se deslizaron por la cintura de su pantalón hasta su cierre, desabotonándolo con rapidez y poco cuidado y dejando caer también aquella prenda al suelo. Sólo en aquel momento fui consciente del todo de la auténtica excitación que sentía, visible en su virilidad que, tras apartar y tirar al suelo toda capaz de ropa por su parte, quedó expuesta ante mí y ante mi ceja alzada, divertida. Subí de nuevo a sus labios para besarlos y, tras separarme, volver a bajar por su pecho más rápidamente hasta llegar a su excitación, que tras arrodillarme frente a él delineé con la lengua muy lentamente, arrancándole más jadeos que iban a ser los primeros de muchos más...y que empezaron a ser más en cuanto empecé a aumentar la velocidad y decidí unir mis manos a la labor de hacerle disfrutar como nunca.
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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Mar 27, 2011 1:43 am

Sexo. En esos momentos no había otra cosa en la mente de Nigel Quatermane que no fuera consumar la pasión que empezaba a emanarle por los poros. La temperatura subía a tal grado que empezaba a nublársele la vista, casi podía jurar que empezaría a echar humo en cualquier momento, por mas surrealista que sonara tal escena. Nigel se quemaba y por su parte, la mujer parecía cada vez mas fría. ¿Acaso no estaban surgiendo efecto las tácticas de seducción que había puesto en práctica con las múltiples mujeres que había poseído a lo largo de su vida? No fue necesaria la respuesta. La mujer le demostró que no se había equivocado al pensar que era bastante desinhibida, pues ella misma se lo estaba corroborando. Se mantuvo inmóvil, como si por ese instante hubiera sido victima de algún hechizo que la hechicera frente a el había lanzado en contra suya, aunque en este caso, el saldría muy beneficiado de tal cosa. Dejo esta vez que ella fuera quien le mostrara el camino, dejo que se deleitara con sus labios, con su pecho, con su cuerpo entero, ya se deleitaría el del de ella mas tarde. La piel se le erizaba al tacto de la vampira, mismo que hacia contraste con su temperatura corporal, era como si un cubo de hielo le estuviera recorriendo el cuello, la espalda y finalmente el pecho. No podía quejarse, aun cuando el tacto fuera frío, no podía negar que era igualmente delicioso. Miles de sensaciones se avasallaron en su interior, como una especie de torbellino que le recorría el cuerpo y finalmente desembocaba en su sexo, mismo que empezaba a palpitar a causa de la total excitación que su bella acompañante se encargaría de darle.

La ropa cayó al piso. Primero la camisa, la chaqueta y finalmente el resto. El pudor no tuvo lugar en la habitación, Nigel no sentía ningún tipo de inhibición al estar completamente desnudo frente a la que estaba a punto de convertirse en su amante. Sintió palpitar aun mas fuerte su sexo, fue conciente de la cantidad de sangre que su corazón bombeaba hacia esa área en especifico, provocando lo inevitable, una erección que seguramente seria una de las mas firmes y potentes que tendría en toda su vida, pues mujeres como ella no se encontraban a la vuelta de la esquina y el lo sabia. La respiración mutaba cada vez mas con el paso de los segundos y su cuerpo no dejaba de pedir a gritos el llevar a cabo las imágenes tan poco pudorosas que se daban paso en su mente libidinosa. Nuevamente los labios de la diosa le recorrieron el pecho, bajando hasta el punto más latente en el cuerpo masculino. El primer jadeo verdaderamente audible se hizo escuchar, producto de los movimientos que la boca y lengua de Amanda estaban brindándole a su virilidad, mismos que solo lograban reafirmar todavía más la erección que ya era más que notoria. Era tanto el desespero que sentía en su interior de por fin poder consumar la pasión que empezaba a torturarlo, que poco falto para el mismo ponerla de pie, arrancarle la ropa interior e iniciar plenamente el acto sexual que los llevaría al paraíso o quizás el infierno, que mas daba. Pero se contuvo, por que de verdad estaba disfrutando aquello que la mujer le regalaba. Gozo como nunca, los parpados se le cerraron y su cara se deformo considerablemente a causa del gozo que le estaba provocando. Uno, dos, tres gemidos continuos y no pudo evitar colocar sus manos en la cabeza de su amante, enredándolas en su cabello sedoso.

Y no pudo más, tenía que poner fin al sufrimiento que podía ser el estar alargando por tanto tiempo lo que verdaderamente estaba deseando: sentirse dentro de ella. Un par de movimientos y había logrado ponerla de pie. La observo con el rostro enrojecido a causa de la excitación que para ese entonces estaba a tope y con la frente sudorosa. Le encantaba lo que llevaba puesto, dos piezas femeninas en encaje negro, mismas que añadían un toque fetichista, Nigel lo adoraba. – Me encantan…pero estoy seguro que usted luce mejor sin ellas. – Inquirió con voz ronca y agitada, para posteriormente posar sus manos sobre su pecho y quitar hábilmente la prenda superior, obligándola a abandonar el tacto suave y delicado de la piel que cubría, para obligarla a tocar el mosaico frío del piso de la habitación. Dos pechos perfectamente moldeados quedaron al descubierto y las manos de Nigel no tardaron en posarse sobre ellos, para con caricias circulares comprobar lo suaves y a la vez firmes que eran. . Los movimientos que hacia sobre ellos eran los similares a un artesano sobre el barro, como si de verdad pudiera darles alguna forma diferente a la que ya tenían, como si de verdad pudiera lograr hacerlos mas perfectos de lo que ya eran.

Su premio fue escuchar los jadeos de Amanda, mismos que lograron incrementar todavía más la excitación que ya estaba a tope. Lejos de que Nigel fuera un hombre que a menudo se preocupaba solo por el mismo y su satisfacción, en la cama era un hombre al que le gustaba saber que estaba haciendo gozar a su acompañante. Quizás por eso que tomaba demasiado en cuenta todo cuanto se lo corroborara: gestos, sonidos, palabras. Quería que la mujer que estaba a punto de ser suya alcanzara la gloria, como el planeaba hacerlo. Volvió a recargar a su acompañante ya casi completamente desnuda sobre la pared, pero esta vez sus manos se posaron sobre sus caderas, donde aun reposaba la prenda femenina que le impediría el completo paso al paraíso. Masajeo sus caderas con lujuria absoluta y mientras hacia que su lengua y labios disfrutaran de los de Amanda, con un movimiento ágil y decidido logro alzarla a la altura de su cadera, permitiendo así que esta pudiera rodear su cintura con esas perfectas piernas que poseía. Presiono su cuerpo sobre el de ella y el de ella a su vez quedo presionado contra la pared, que servia como apoyo. El sentirla acorralada contra su cuerpo realmente lograba fascinarlo.Sin poner fin a los movimientos salvajes en los que se tornaban sus besos, restregó su cuerpo contra el de ella, simulando los movimientos que estaría haciendo si de verdad el acceso a su vientre estuviera libre. Las caderas se movían al compás del deseo que ya era indudable que ambos sentían. Era tiempo de pasar a lo verdaderamente esperado.

El peso de Amanda no era nada espectacular, tan ligera como una pluma, que lograba dejarlo maniobrarla a su antojo. Fue así como en esa misma postura en la que la tenia, empezó a andar lentamente y sin dejar de besarla, hacia el artefacto que el mismo se había encargado de mencionar apenas minutos atrás. El piano lustroso no podía ser desperdiciado. Un sonido estrepitoso inundo el lugar en el momento en que Nigel coloco a su amante sobre las teclas del instrumento, una serie de notas malformadas serian las que sus oídos escucharan esa noche. Y en esta posición, Amanda sentada sobre las teclas y el entre sus piernas, fue que continuaron los besos, las caricias desesperadas, los jadeos cada vez mas audibles. Pero Nigel se moría de ganas por conocer la única zona del cuerpo de Amanda que aun no le había sido mostrado. Despego sus labios de los de ella y suplió los besos por una mirada directa y fija que no apartaría de los ojos de Amanda, aun cuando su rostro ya no se encontraba a la altura del de ella, si no de lo que de verdad quería conocer. Sin cortar el contacto visual coloco sus masculinas manos sobre el borde de la prenda femenina de encaje y fue deslizándola con sumo cuidado, como si debajo de ella se encontrara una pieza de arte que podría verse dañada con el menor movimiento brusco. Y poco a poco fue quedando expuesta, hasta que la prenda termino en el piso sin la menor importancia. Aun miraba los ojos de Amanda cuando empezó a besar nuevamente su cuerpo, empezando por una de sus rodillas, siguiendo lentamente hacia su entrepierna y terminando sobre la única zona que podía ser comparada con su boca, por que era igual de deliciosa y húmeda. Los movimientos de su lengua recorrieron cada pliegue de su interior, mismos movimientos que aminoraban e incrementaban su velocidad a cada segundo. Literalmente bebió de su humedad, pero su sed jamás fue saciada.


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Mensaje por Invitado Dom Mar 27, 2011 11:33 am

Sólo en momentos muy determinados, yo era de esas personas, vampiros o seres en general que se dejaban llevar por los impulsos y sensaciones al dejar de actuar de una manera más racional o acorde a la situación en la que me encontrara. Desde el principio de mi visita al teatro y, por ende, del encuentro con Nigel Quartermane había sabido que aquel iba a ser uno de esos momentos en los que dejaría atrás cualquier inhibición y sería, simplemente, Amanda desatada, esa que no salía más que en ocasiones determinadas con grandes baños de sangre o, simplemente, con la compañía adecuada en encuentros que pasarían a la historia. Esa Amanda era puro instinto y nada de razón; esa Amanda era la que se encontraba con Nigel en aquella sala de detrás del teatro sólo con la ropa interior puesta; esa Amanda era la que se había deslizado por el cuerpo de Nigel hasta llegar a su erección; esa Amanda era la que se estaba empleando al máximo, con más de un milenio de experiencia, en hacer que los jadeos que se escapaban de la boca de su acompañante fueran, más que constantes, algo que no podía evitar ni aunque quisiera. Podía ser simplemente que el solo hecho de estar empleando mi lengua al máximo para darle el mayor momento celestial de su vida ya suponía, en sí, suficiente excitación por su parte como para que ni pudiera ni quisiera disimularla; podía ser, por otra parte, que a mí me resultara tan excitante como a él escuchar los jadeos que de su boca entreabierta como un líquido meloso se derramaban... Podían ser tantas cosas que no estaba segura de cuál era exactamente, pero la situación, al margen de sus causas desconocidas, allí estaba: el contraste entre nuestros cuerpos, el mío frío como el hielo por no poder aumentar mi temperatura corporal aunque, de haber sido humana, pudiera haberlo hecho, y el suyo caliente, más bien casi febril, porque me estaba empleando al máximo y los resultados de aquello eran obvios. Las ganas que teníamos los dos de que aquel contacto no se limitara sólo a aquello eran más que obvias, al menos por mi parte, si bien me estaba dominando la sed que tenía de él, aumentada por el palpitar de su corazón y por la circulación de su sangre por todo su cuerpo, y no podía ni pensar, ni detenerme, ni nada en absoluto que no implicara continuar con aquel movimiento frenético de mi boca sobre su erección.

Tal era el delirio al que su mente, independiente de su cuerpo en todo asunto al margen del placer desnudo y en estado puro, estaba sometida, que su cuerpo obedeció sin dudarlo y la respuesta fueron los dedos de Nigel enredándose en mis cabellos no para controlar mis movimientos, porque la perfección que produce el sublime frenesí no ha de ser frenada, sino, más bien, para con apenas dos movimientos separarme de él, haciendo que casi me relamiera porque otra cosa no, pero hambre de él aún seguía teniendo mucha y, de haber podido, habría continuado ejerciendo mi don de lenguas natural con su cuerpo una y otra vez, sin descanso, si bien tenía cierta curiosidad (por no decir, directamente, que era mi cuerpo quien lo deseaba) por ver qué era capaz de hacer él, con semejante fama que poseía, y si dicha fama era merecida o, por el contrario, era fruto de la inexperiencia de las mujeres con las que se acostaba noche sí, noche también. Mi instinto me decía, sin embargo, que no era en absoluto inmerecida; las circunstancias, con aquella pérdida de mi a veces habitual control, parecían querer corroborar que en efecto los rumores eran ciertos y que sólo cabía, en momentos como aquel, relajarse y gozar de la situación...mucho, además.

Su rostro, enrojecido por el calor del momento y consiguiendo traspasarme algo de la lujuria de su propio cuerpo, como si la mía propia no fuera suficiente para él, se clavó en el mío; sus palabras, diciéndome que le encantaba mi ropa interior pero que estaría mejor sin ella, fueron lo que precedió a su movimiento de cumplir con lo que había dicho y deslizar la mano hasta mi pecho para desabrochar la parte superior de aquel encaje negro que llevaba puesto, dejando mis pétreos y fríos pechos al descubierto y cometiendo, así, una enorme falacia en el contenido, pues mi piel podía estar helada como el mismísimo Océano Glacial Ártico, pero en mi interior, mi calor era semejante al suyo...si no superior. Demasiado tiempo sin dejarme llevar por los instintos, hacían que cuando lo hacía finalmente me entregara por completo a ellos como su esclava, su marioneta, siendo ellos los marionetistas. Y, para qué mentir, la sensación me encantaba, sobre todo si venía acompañada de Nigel Quartermane jugando con mis pechos con sus cálidas manos y haciendo que, lejos de controlarlos, soltara jadeos más o menos ahogados que, mejor que la temperatura de mi cuerpo, revelaban la excitación del momento, la lujuria que nos ataba y, sobre todo, lo placentero de la experiencia.

Con otro movimiento, que me pilló por sorpresa por estar demasiado ocupada disfrutando de su tacto, me puso contra la pared y comenzó a acariciar mis caderas, donde aún reposaba la otra mitad de mi ropa interior, con absoluta lujuria mezclada con deseo de terminar con todo. Su boca, atrapando la mía y sometiendo a nuestras lenguas en un baile conjunto de frenesí y delirio, completaban el cuadro de dos amantes en la parte de atrás de un teatro, a punto de perder el control de manera absoluta, como nuestros movimientos cada vez más revelaban por si cualquier detalle de la situación no lo hiciera también. Sus manos, sin embargo, poco tardaron en elevar mi cuerpo y hacer que rodeara su cintura con mis piernas, al tiempo que su cuerpo aprisionaba al mío como si de un animal a punto de ser cazado se tratara. En lugar de molestarme, me excitó más todavía, como pudo deducirse de los salvajes besos que aún compartíamos los dos mientras nuestras caderas se movían la una contra la otra a un ritmo frenético, como todo lo que estábamos haciendo, como la situación requería exactamente.

El piano, sin embargo, no se había ido de la mente de mi acompañante en cuanto a un lugar mejor sobre el que desatar lo atado por los lazos de lo aparentemente respetable, pues en cuanto tuvo la oportunidad y sin deshacer la unión entre nuestras bocas, casi fundidas por lo pasional del contacto, me condujo hacia aquel artefacto, en cuyas teclas me sentó e hizo que sonara un estrepitoso sonido desafinado que ignoré en cuanto él continuó acariciando mi cuerpo, igual que yo el suyo, y en cuanto él continuó besándome como lo estaba haciendo, de una manera tan delirante que tenía que estar prohibida. En un momento dado, sin embargo, se separó de mis labios para mirarme a los ojos, momento en el que se ganó una sonrisa curiosa por mi parte, curiosidad reflejada en ella que se solucionó en cuanto él, aún sin romper el contacto visual, empezó a descender por mi cuerpo hasta quedar frente a la única prenda que quedaba en él. Con sus manos, y aún teniendo los ojos clavados en los míos, deslizó con suavidad impropia de la situación en la que nos encontrábamos mi prenda por mis piernas hasta que terminó cayendo al suelo y liberando la única zona de mi cuerpo que él no había probado...hasta ese momento, en el que enterró la cabeza entre mis piernas y me hizo soltar un jadeo que, en cuanto comenzó a jugar con su lengua en mi intimidad, se convirtió en gemidos que ya dejaba salir porque, aunque pudiera curármelos, no me apetecía morderme los labios para acallarlos. No podía negar, en absoluto, que su don de lenguas distara mucho del mío y mi propio cuerpo, sufriendo oleadas de placer ascendentes por mi columna vertebral y con las piernas abiertas sólo para él, lo confirmaba tanto como él, jugando con mi intimidad a placer, buscaba conseguir...y amenazaba con hacerlo y con excitarme tanto que poco quedaría hasta llegar a un clímax por mi parte, por lo que, muy a mi pesar, tendría que detenerle...y no me quedó más remedio que hacerlo. Con la mano, acaricié su cabello antes de, como él había hecho, enredar las manos en él y hacerle subir hasta atrapar mis labios con los suyos. En el mismo momento, mis piernas habían vuelto a buscar su lugar enredadas en su cintura y, con una cercanía entre nuestras intimidades que hacía que los movimientos inevitables provocados por los besos intensificaran el placer, le tentaba y jugaba con él...aún a riesgo de quemarme yo misma. Una mano descendió a su nuca para continuar el contacto entre nuestros labios; la otra, con afán aventurero, se dedicó a acariciar su pecho mientras los movimientos entre nosotros seguían aumentando sin llegar a nada totalmente finalizado. Sólo en el momento en el que ambas manos se dirigieron a su espalda en una especie de brazo y mis labios descendieron a su cuello fue cuando decidí dejar de jugar y pasar a las cosas de adultos, haciendo que, con un impulso de mis piernas en su cintura, entrara en mí de una sola vez. Por la cercanía, dado que aún seguía en su cuello acariciándolo y depositando en él algún beso ocasional, prácticamente le gemí al oído por primera vez aunque, a medida que él empezó a aumentar el ritmo con el que se movía en mi interior, dichos gemidos aumentaron en intensidad y se vieron acompañados de mis uñas arañándole la espalda y de mis labios rozando su cuello con cada vez más fuerza aunque sin llegar a hacerle sangrar porque sabía que, como oliera su sangre, no podría parar de beberla hasta que de él no saliera ni una sola gota más. Ese era el efecto de la sangre de Nigel Quartermane en mí.
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Mensaje por Nigel Quartermane Sáb Abr 02, 2011 4:34 am

El piano seguía tocando, inundando aquella sala con esas notas poco armonizadas, como si el más inexperto de los músicos estuviese haciendo de las suyas con tan bello artefacto. Pero no había tal cosa, no existía tal músico. Tan solo una pareja jugando en la oscuridad de aquella habitación. Un hombre y una mujer. ¿Amándose? No, el amor no tenía cavidad en tal lugar. Tan solo el pecado, la lujuria, el deseo, el descontrol. Solo dos gozando de la delicia que podía ser el cuerpo humano y el fino arte de la seducción. Tan solo dos descubriendo lo excitante que podía ser llegar a realizar lo prohibido, eso a lo que pocos se atreven, eso que ha sido tachado como impuro y satanizado por los cristianos. Eso que esta en la mente de todos, pero que nadie acepta por miedo a ser juzgado o de perder su lugar en el cielo…o de perderse a si mismos en ese excitante laberinto del libido. ¿Lo conoces? ¿Haz estado alguna vez allí? Hacia tiempo que Nigel había conocido ese lugar tan peculiar y se había perdido. Pero le había gustado tanto, que ni siquiera se había tomado la molestia de intentar siquiera buscar alguna salida o el camino de regreso. ¿Debería ser juzgado por eso? ¿Haz sentido tu alguna vez ese deseo urgente de fundirte en el cuerpo de otra persona?, quizás alguna persona en especifico, quizás no. Nigel conocía ese sentimiento, era parte de el, eran la misma persona. Se había entregado a esa sensación por completo, así como se entregaba ahora a esa mujer pelirroja, que lo volvía loco.

Su lengua era tan terca como el mismo, negándose abandonar aquella zona tan húmeda y deliciosa que estaba degustando. Había probado del cáliz, se había hecho adicto y como cualquier empecinado ahora exigía más. Pero sabia que habría mas zonas por saborear en ese cuerpo de mujer, tan perfecto, quizás no tan delirantes como esa área, pero no por eso menos deliciosas. Las manos de su acompañante nuevamente le mostraron el camino y así fue como su rostro se encontró nuevamente a la altura de el de ella y como sus labios fueron atrapados como presa en telaraña, mismos que no se mostraron descontentos al sentir nuevamente el sabor de su saliva, mismo sabor que aumentaba aun mas su delicia con el sabor entremezclado de la intimidad de Amanda que, aun no se desvanecía en su boca. Los besos eran cada vez más constantes y cada vez menos delicados. La pasión estaba a tope, no había marcha atrás, debía terminarse lo que ya se había empezado. Sintió las piernas de Amanda rodear nuevamente su cintura y sus brazos rodear su cuello, depositando de vez en vez algún beso en esa zona. Las caricias en la nuca lo elevaban mas en ese éxtasis, había llegado al punto en el que cualquier tacto que hiciera el cuerpo femenino sobre el suyo, significaría una oleada de sensaciones directas a su columna y por consecuente un bombeo de punzadas hacia su sexo que permanecía erecto, suplicando por fin ser utilizado y encontrarse con el de ella. Los movimientos en la parte baja iniciaron una vez mas, nuevamente restregaba su pelvis contra la de ella, provocando que la punta de su pene rozara peligrosamente esa zona rosada que el mismo había saboreado hacia apenas un par de minutos. Ya no había tiempo para juegos, por más que los amara, ya no lo había.

Una nueva mezcla de sensaciones invadió su cuerpo en el momento en que ella había dado luz verde para iniciar lo verdaderamente placentero. Había sido ella quien había cesado los besos para permitirle de una vez por todas conocer su interior de la única manera que podía ser realmente conocido. Nigel sintió como el abrazo que las piernas de Amanda ejercían alrededor de su cintura se intensificaba, al grado de acortar la levísima distancia que los separaba y por consecuente, realizar una penetración visiblemente brusca llevada a cabo de tan solo una embestida. Soltó un leve gemido que se unió al unísono con el que Amanda acababa de proferir en su oído, mismo que lo excitaba aun más y que le indicaba que si realmente quería alcanzar el paraíso pronto, debía acelerar el paso hasta el mismo. En ese instante los aplausos se hicieron escuchar a lo lejos, la aburrida obra de teatro de la que habían tenido al menos la minima intención de presenciar esa noche había terminado, misma función de la que se habían visto en la “penosa” necesidad de abandonar, para suplirla por su propia función privada. Nigel hubiera reído en ese instante de no estar tan ocupado, pero ahora la risa, los aplausos y la obra de teatro era lo que menos tenia cavidad en su mente.

Toda delicadeza que había mostrado anteriormente al desvestir a su amante, al besar sus labios, al masajear sus pechos, había desaparecido. Se había desvanecido el amante cuidadoso para dar paso al animal salvaje que a menudo llevaba dentro con ansias de desatarse. La brusquedad era parte de Nigel Quartermane y la hacia visible a la hora del sexo. Las embestidas continuaron, los movimientos que Nigel hacia en su pelvis contra la de Amanda eran cada vez mas fuertes y consecutivas, mismas que realizaba con el pleno fin de que su miembro explorara cada rincón, hasta el mas recóndito, en el interior de esa hermosa y excitante mujer. Su rostro era el que mas demostraba cuanto estaba gozando todo aquello, mismo que se deformaba en innumerables veces a causa del gozo que estaba teniendo y que estaba seguro, gracias a los gemidos de Amanda, era reciproco. La comodidad no era un privilegio del que estuvieran gozando, pero en cuestiones de ese tipo el lugar era lo de menos, el piano era ese ingrediente extra que agregaba un toque pervertido y a la vez sensual a la serie de actos de los que ambos eran protagonistas. Los jadeos, los gemidos, ambos fueron aumentando de intensidad con el transcurso de los minutos, con la fuerza de los movimientos, mismos que alternaban ritmos a cada instante y cuando menos era esperado por su acompañante. En ocasiones los realizaba lentos, pero precisos, profundos, dejando de esta forma que sus cuerpos gozaran con intensidad de esa fricción tan deliciosa de sus sexos inundados por una visible humedad y después le seguían los rápidos, tan bruscos que casi parecían sorprender a su amante en esa serie de movimientos que parecían incluso hacerles daño. Dolor, el ingrediente que había sido esperado, el ingrediente del que Nigel a menudo se declaraba admirador, por que si algo tenia era esa idea loca de que no hay ningún gemido de dolor, que al final no muestre un eco de alegría. Y si dolor quería, dolor tendría…

La brusquedad en su ser parecía no tener limites, esta vez realizo las embestidas de la penetración tan fuertes que el piano sobre el cual ambos se sostenían para poder llevar a cabo el acto sexual, se había tambaleado tan bruscamente que provoco que el bastidor que tenia la tarea de sostener la gran tapa cayera al piso y la tapa a su vez cayera encima de los dedos de una de las manos de Nigel. Inmediatamente los movimientos del acto sexual cesaron, el dolor que había estado deseando había llegado, aunque, quizás no precisamente del mismo modo en el que el se había imaginado y deseado. – ¡Mierda! – Grito fuertemente a causa del dolor que punzaba en su mano, misma que alzo a la altura de su rostro y del de Amanda, dejando ver que el golpe que se había llevado por la tapa grande del piano, habría provocado que la sangre brotara de un par de sus dedos, en el lugar donde las uñas de estos se encontraban. – Maldita sea… - Susurro con pesimismo y con el ceño fruncido a causa de su mala suerte, aunque quizás lo que verdaderamente lamentaba era haber tenido que parar el momento tan delicioso que estaban teniendo. La sangre no brotaba en exageración, pero si lo suficiente como para bañar sus dedos, mismos que llevo a su boca, succionando un poco del liquido carmesí, en el afán de querer aminorar el dolor y así poder continuar la función digna de un cine para adultos.




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Mensaje por Invitado Sáb Abr 02, 2011 5:59 am

Abandonarse al placer y dejarse llevar por aquella sensación era algo que, dentro de mi concepción del mundo, nunca había sido lo suficientemente valorado. Todos los seres, hasta el considerado por sí mismo frío como el más gélido hielo, es preso de sus pasiones en algún momento de su existencia; todo habitante de aquel mundo en el que vivíamos sentía con intensidad determinados sentimientos, ya fueran lujuriosos, pecaminosos, violentos o agradables; todo el mundo sentía, todo el mundo padecía, en todo el mundo estaba implícita la elección de dejarse llevar por las pasiones o de guiarlas y dominarlas. Estar a merced de algo aparentemente superior a ti puede resultar, para muchos fanáticos del control, algo intolerable y no permisible; algo que se ha de evitar por todos los medios y que implica la sujeción de todo aquello que, de algún modo, nos guía al margen de nuestra razón. También estaba la posición opuesta, la de aquellas personas que eran conscientes de las pasiones y de los ánimos del espíritu y que se dejaban guiar por ellas porque sabían que el resultado iba a merecer cualquier tipo de pena o esfuerzo acontecido durante el camino a aquellas pasiones. Esa visión era la mía, la que sabía de sobra que dejarse llevar por la lujuria significaba la entrega en un acto sexual que dejaría a los dos amantes plenos y satisfechos, la misma que sabía de sobra que dejarse llevar por la sed y por las sensaciones acarreaban placer, en nivel diferente al del sexo pero, de algún modo, también placer. Aquella era la que estaba condenada por la cosmovisión del momento y por la de momentos anteriores: eso bien de sobra lo sabía yo. Ante el temor innato de las personas ante los dioses y ante el propio miedo de desatar sus propias esencias e individualidades, se tendía desde todas las religiones que impregnaban todas las culturas a condenar todo lo que suponía mejoras en el cuerpo de un ser. ¿Para qué ser feliz y disfrutar en esta vida cuando en la siguiente, una vez muerto, se va a gozar de gloria eterna junto a un Dios que, en mi opinión, sólo era una antropomorfización de cosas que no se podían entender? Ese era el pensamiento religioso tan impregnado en la cultura, esa era la razón por la cual se condenaba el placer y un acto sexual era, en sí mismo y al margen de buscar la continuidad de la raza humana, pecaminoso... Esa era la razón que yo me estaba saltando cuando había abierto las piernas para un humano como Nigel Quartermane sólo en busca del placer desatado que sabía que me iba a otorgar. Era irracional vivir con miedo de un dios o de un castigo divino, tanto que no valía la pena postergar momentos como aquellos en los que ninguno de los dos buscaba nada más que sexo...o quizá sí, si se tenía en cuenta que su olor y su sangre eran tan atrayentes como su cuerpo.

La atracción que él ejercía sobre mí quedaba fuera de toda duda y también de toda explicación, y no era algo que me interesara cavilar en aquel momento en el que, por fin y de una sola embestida que me arrancó un gemido de dolor y placer, había entrado en mi cuerpo. Aquel no era momento para razonar y para pensar en temas la mar de interesantes e inapropiados por su carácter de distracción del puro placer carnal; aquel era momento para ignorar los aplausos de fondo de la obra de teatro tan estropeada y vilipendiada por su pésima representación y centrarnos en una obra particular que todo y nada tenía que ver con un Don Juan... Un Don Juan en acción era lo que tenía lugar conmigo en aquella sala, sobre el piano; un auténtico caballero delicado que perdía todo atisbo de innecesaria delicadeza y elegancia cuando estaba entregado al acto al que los dos nos estábamos entregados en cuerpo y...¿alma? Dudaba que él tuviera alma, de la misma manera que yo misma dudaba de su existencia en mi cuerpo, pero su carencia de alma quedaba efectivamente suplida por su cuerpo y lo eficaz de este a la hora de moverse y de continuar con lo que tenía entre manos, mucho más interesante que debates metafísicos sin respuesta ni solución alguna.

Sus embestidas eran cada vez más profundas, como si quisiera que no me olvidara de que él entraba y salía de mí a aquella velocidad y como si quisiera que mis gemidos hicieran juego con los suyos y con sus constantes expresiones de placer, recíproco como la situación estaba mostrando. Su ritmo no era unísono, sino que variaba cada vez alternando entre entradas profundas y lujuriosas con otras mucho más rápidas, brutales, inesperadas, dolorosas en cierto modo. El dolor, en aquella situación, sólo se acababa convirtiendo en placer, de la misma manera que mis uñas arañando aún su espalda con suavidad para evitar dejar su piel hecha jirones por un exceso de fuerza vampírica ayudaban a que los gemidos y jadeos fueran constantes y continuados, no sólo míos sino también suyos al estar los dos presos en aquella vorágine de sensaciones carnales que ninguno queríamos abandonar por el momento, por las consecuencias y por nada en absoluto. ¿Qué saldría de aquello? Quizás otro encuentro porque aquel estaba siendo digno de ser repetido en algún otro momento de un futuro inmediato o, al menos próximo – no hay que olvidar, que aunque yo tenía toda la eternidad él no la tenía en absoluto – o quizá alguna extraña clase de relación que al margen de cualquier otra cosa se basara sólo en el acto carnal; quizá por alguna extraña clase de impulso o por un aumento brutal de la sed, él terminaría muerto y desangrado en el suelo y eso supondría el final de Nigel Quartermane a manos de una asesina milenaria que no dejaría más pistas que su cadáver vacío de sangre para que la familia lo encontrara... Quizá, en aquel momento, me apiadara de él y le dejara volver a verme en algún momento, o quizá debería dejar de pensar y limitarme a disfrutar de su cuerpo sobre el piano, de su brusquedad a la hora de entrar en mí que hizo que, en un momento dado, el piano se tambaleara peligrosamente.

Aquel movimiento frenético de nuestros cuerpos puso en marcha un mecanismo de leyes físicas que lograron, en su inamovilidad, desplazar la tapa del piano hasta que esta cayó sobre los dedos de mi acompañante e hizo que aquellos labios tan perfectos mancillaran parte de aquel modelado propio de algún escultor heleno para dejar paso a maldiciones variadas. El aroma a sangre en el ambiente, en aquel momento, se hizo tan intenso que tuve que cerrar los ojos un instante para percibirlo con toda su perfección y suavidad, que aumentaron cuando él, detenidos los movimientos frenéticos de nuestros cuerpos, alzó la mano hasta su rostro, y con él al mío, y puso la sangre cerca de mi sentido aumentado del olfato. Aquella sensación de su sangre era, como había intuido aún sin llegar a olerla del todo, embriagadora; una sinfonía de diferentes aromas que componían a Nigel Quartermane, que le separaban de mis habituales presas y que le hacían diferente; una esencia propia y particular que, en cuanto abrí los ojos, él había reducido al llevarse los dedos a la boca. De repentino que había sido el movimiento del piano, Nigel ni siquiera había tenido la oportunidad de salir de mi cuerpo y aquella calidez fue, quizá, lo que evitó que pensara con racionalidad, eso sumado al hecho de que estaba centrada en la no racionalidad de las sensaciones del cuerpo como para apartar mis impulsos de vampiresa sedienta de la ecuación que suponíamos nosotros dos sobre el piano. Si bien hasta ese momento me había comportado como una humana, en aquel momento no pude evitar acariciar con las puntas de mis dedos, fríos como el más puro hielo, su mano hasta sacarla de su boca y besarla con fruición, recorriendo con mi lengua cada rincón de su cavidad y recogiendo los restos de sangre que quedaban aún en ella. Quería, sin embargo, mucho más, y con su mano sujetada por la mía, tras separarme del beso, la conduje lentamente hacia mi propia boca. A la vez que iba acercando su mano sangrante, aquella fuente del líquido carmesí que constituía mi sustento, a mis labios, mi cuerpo cobró impulso por sí mismo y retomó el movimiento de fricción que antes había estado compartiendo con el suyo para tentarle y que siguiera con aquello que habíamos dejado abandonado y que nuestros cuerpos se morían por seguir. Mi lengua comenzó a delinear sus dedos de manera sensual y deliberadamente lenta, como si no fueran sus dedos sino su miembro lo que tenía entre manos, y así diminutas gotas de su sangre iban entrando en mi interior, tentándome a continuar con aquello y tentándole, a él, a que volviera a continuar sus embestidas detenidas por el dolor del golpe. A medida que volvían a su intensidad anterior y que mis labios iban subiendo por sus dedos hasta llegar a la fuente de las heridas y lentamente succionar la sangre de ellas para, aparentemente cerrarlas, pero sólo garantizar aquel torrente de sangre en dirección a mi interior. En poco tiempo volvimos a estar, gracias a él y su brusquedad y a mí lamiendo sus dedos, tan excitados como hasta el momento anterior, y la excitación era tal en mi caso que no pude evitar, cegada por la sangre y embriagada por ella, morder su dedo con mis colmillos y hacer que el dolor le recorriera otro instante, placentero por su propia naturaleza y por estar mezclado con aquel acto sexual. Tan placentero, en realidad, que conllevó el tan esperado clímax entre los dos que en él se tradujo en un gemido de placer y, en mí, en una intensificación de la succión de sangre para acallar, también, el jadeo de placer que quiso escapárseme.
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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Abr 17, 2011 6:37 am

El dolor era evidente en su rostro que se mantenía con el ceño fruncido a causa del malestar en sus dedos, mismos que no dejaban de sangrar y la sangre a su vez no dejaba de vertirse sobre la blanca piel de sus manos. Ni siquiera el haber introducido los dedos en su boca había logrado aminorar el dolor. Pero ya no importaba, estaba hecho y no se pondría a lloriquear por algo como eso, no a menos de que quisiera quedar en ridículo frente a la diosa que tenia consigo. Amanda tomo su mano entonces, comenzando a besarla, a limpiar con su lengua los restos de la sangre que aun brotaba, aunque de una manera un poco menos violenta. Nigel permaneció inmóvil, dejando que ella hiciera lo que fuera que tuviese en mente, mientras viniera de ella, auguraba algo sensual y provocador y eso bastaba. Con sorpresa observo como esta colocaba sus labios sobre sus dedos y como su lengua seguía recorriendo de manera provocadora su extremidad herida. Tal cosa lograba llenarlo de curiosidad, le parecía algo extraño el que estuviera lamiendo la sangre que brotaba de el, no era algo tan común después de todo. Estuvo a punto de decir algo, pero sus palabras se quedaron atoradas en la garganta cuando vio como Amanda introducía sus dedos en la boca, empezando a hacer movimientos con ellos, como si se tratara de su miembro y no de sus dedos en realidad. Por cu parte, en el inferior, la cadera de su acompañante volvía a ponerse en movimiento, haciendo con ello que recordara lo que había sido interrumpido por tan desafortunado suceso. Los movimientos que hacia con la pelvis contra la de el, eran similares a los que el había hecho anteriormente, aunque quizás no con la misma intensidad. Era mas bien una invitación a que siguiera ejerciendo ese salvajismo y que terminaran de una vez lo que habían dejado a medias, pues no hubiera sido nada justo el que se hubiera visto perdido un momento tan esperado como ese, por un simple accidentillo de esa índole. De hecho tal cosa le gustaba, la manera en la que Amanda seguía succionando sus dedos lograba devolverle la excitación que ciertamente no se había desvanecido aun con el accidente. Esa mujer si que sabía como excitar a un hombre, solo hacerlo salir de sus propios cabales y convocar a la bestia que yacía dentro.

Nigel volvió a retomar el ritmo de sus embestidas poco a poco, casi olvidándose del dolor que aun punzaba en su mano, misma que estaba siendo mas que atendida por su enfermera en turno. Quiso besarle en ese momento, pero tal cosa hubiese significado interrumpir lo que hacia con sus dedos y no quería hacerlo, podía besarla en otras zonas que no fueran los labios. El cuello fue su siguiente victima. Dejo reposar su rostro sobre el y entretuvo a sus labios besándolo, mientras en la parte inferior no dejaba de moverse. En ratos cerraba los ojos a causa de la ola de sensaciones tan deliciosas que le provocaba la acelerada fricción de sus sexos. Dejo escapar un sin fin de jadeos, algunos de cansancio, algunos otros de puro placer, pero todos indicando que el clímax estaba detrás de la puerta, tocándola, esperando a que le abrieran.

Y la puerta fue abierta. La respiración no la hacia mas por la nariz, en su lugar la boca era la que permanecía abierta, jalando el aire con dificultad, haciendo que el llenado de sus pulmones con un poco de oxigeno fuera una de las cosas mas difíciles que había tenido que hacer. Las rodillas le temblaron a causa del esfuerzo de mantenerse de pie luego de tanta excitación, a pesar de que ya estaba anunciado el final de ese momento. Los movimientos los ejerció todavía con mas rapidez en el momento en que sintió que ya no podía alargar mas el clímax y se entrego por completo a esa sensación deliciosa que le cubrió el cuerpo entero, desde los dedos de los pies, hasta la cabeza. Un gemido audible escapo de sus labios, producto del potente orgasmo que acababa de tener y del nuevo dolor que se había generado nuevamente en su herida recién hecha. Pero el gozo del orgasmo había sido tanto, que había ignorado casi por completo lo que Amanda había hecho mientras acababa. Una vez que la ola de intensas sensaciones que el orgasmo provoco fueron controladas, giro su rostro sudoroso hacia el rostro de Amanda y clavo los ojos en sus dedos que aun permanecían entre su boca. La boca de Amanda yacía más roja que nunca, pero esta vez no era algún maquillaje lo que llevaba encima, era la sangre de Nigel que escurría por sus carnosos labios, llegando a vertirse incluso sobre sus pechos desnudos. Pasaron unos cuantos segundos sin que Nigel entendiera la situación, los espasmos que aun se daban lugar en su cuerpo, particularmente en el área de su sexo, no le permitían razonar de manera pronta ni coherente. Pero pronto todo encajo en su cabeza y con un movimiento brusco retiro su mano de la boca de la mujer, para luego observar sus propios dedos. A pesar de la sangre que brotaba pudo ver dos orificios hechos en su piel. Levanto la vista confundido, clavándola en su amante, como preguntándole mentalmente que era lo que había sucedido. Nigel no debía ser tan inteligente para darse cuenta de que esas dos heridas no habían sido a causa del accidente con la tapa del piano, esas heridas habían sido provocadas por la mujer que tenia junto a el.

Dio dos pasos atrás, con la plena intención de alejarse un poco de ella y su saliva recorrió su garganta en varias ocasiones. Siguió observándola, aun le resultaba perfecta desde esa perspectiva, postrada sobre el piano, desnuda, con las piernas semiabiertas e incluso con su sangre vertida sobre su piel pálida. – ¿Qué eres? – La pregunta salio casi sin razonarla, sin detenerse a pensar un poco en lo estupido que podía resultarle a su acompañante. Pero es que ahora aparte de verla hermosa, también la encontraba atemorizante. Y eso le encantaba, también le gustaba, pero su naturaleza humana no podía reprimir ese temor que llevaba por naturaleza ante lo desconocido. Nigel tuvo entonces un debate mental, recordó todas esas habladurías que el mismo había escuchado en determinadas ocasiones, de gente que el mismo había juzgado como desquiciada, gente que aseguraba que las criaturas sobrenaturales existían y lo peor de todo, que caminaban entre ellos mismos, ocultos, pero omnipresentes. Nuevamente volvió a la realidad y con un movimiento de cabeza negó sus propias ideas, no podía ser posible que estuviera dándole la razón a quienes había juzgado de dementes. - ¿Quién eres? – Formulo esta vez y se sintió más a gusto con la pregunta, era más coherente que la anterior. Una vez más alzo su mano a la altura de su rostro y observo con más detenimiento las heridas que aun sangraban, definitivamente esos orificios no habían sido hechos por dientes humanos. ¿Era posible? – Muéstrame, quiero ver… - Le pidió, refiriéndose a la dentadura. – ¿Eres una de ellos? – La insistencia de sus preguntas dejaba claro su curiosidad. ¿Pero era de verdad lo suficientemente valiente para que le fuesen respondidas?


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Mensaje por Invitado Dom Abr 17, 2011 12:17 pm

Sólo el intenso placer que el líquido carmesí producía en su viaje descendente a través de mi garganta era comparable al momentáneo placer que la cúspide del momento de supuesto amor que habíamos compartido Nigel y yo había conllevado; sólo eso, y ni siquiera podía decirse con veracidad. El placer de la succión de sangre resultaba, para un vampiro, superior a cualquier otro placer existente y sólo comparable al del acto carnal en la cúspide del mismo, en su misma cima en la que se podía vislumbrar momentáneamente lo que suponía la alimentación en uno de nosotros y perder esa misma visión en cuanto el cuerpo ya había abandonado la zona que suponía el orgasmo. Precisamente por eso no me separé de él y no dejé de succionar la sangre de su herida, intensificando incluso el surco de los colmillos en su piel para tratar de acceder al vaso del que la sangre salía a borbotones y me permitía saciar mi apetito, o más bien mi lujuria desenfrenada, de aquella noche. Delicioso. Y en verdad lo era. No sólo la sangre de Nigel resultaba, en sí misma, un placer prohibido y un sabor profundo y atrayente que cumplía las expectativas que su aroma generaba, sino que él en sí mismo era también delicioso. No sólo sexualmente, que también prometía lo que él mismo auguraba, sino que personalmente también tenía algo que, como una trampa para un animal que iba a sentirse atraído por ella para encontrar ahí su perdición, atraía inexorablemente. En él quedaba implícito un potencial que sobrepasaba, con creces, el de cualquier simple humano con el que me cruzara en cualquier momento de mi existencia, y eso habían sido muchos años, más de los que muchas de las edificaciones humanas habían soportado en pie. Había en él algo que se escapaba de lo común; un detalle especial y esencial que había sellado y firmado su destino antes incluso de que él se cruzara en mi camino. Iba a sobrevivir a aquella noche. Iba, de hecho, a tener un futuro mejor que el que le aguardaría a cualquier otro humano, y eso sólo lo intuía al verle. Iba a tenerlo, claro, si yo dejaba de succionar su sangre o lo hacía antes de que fuera demasiado tarde para él.

El problema de base de toda la situación era que, con aquel sabor tan particular y tan distinguido de entre todos los vulgares que probaba y olía a diario, frenarme era difícil. Estaba tan acostumbrada a lo mediocre que una simple gota de superioridad conseguía que me encadenara a mis sentidos más primarios como criatura sedienta de sangre y que, precisamente, sólo pensara en disfrutar de aquella sensación y saciar la cada vez mayor sed mezclada, a partes iguales, con la gula y la lujuria que el contacto recién tenido con él suponía. Sólo cuando Nigel separó su fuente de sangre de mí pude ser capaz de pensar y de llevarme una mano a mis propios labios para acariciarlos y sentir, en mis dedos, las manchas de su sangre que apenas cerrando los ojos me llegaron a la nariz, llenándome con su esencia. Era en aquel momento en el que iban a comenzar las preguntas incómodas; esas preguntas que siempre hacían las víctimas cuando las dejabas vivas y sabían lo que eras, o lo intuían, y querían confirmar ese conocimiento. Y Nigel no pudo ser una excepción, pues en el momento en el que yo, aún sobre el piano, volví a clavar la vista en él, retrocedió unos pasos y comenzó con su retahíla de preguntas cuyas respuestas conocía...porque no era poco inteligente, sino más bien todo lo contrario. Con paciencia, firmeza digna de estatua griega (más bien romana, en mi caso) y aún elegancia mantuve mi cuerpo estático y mi mirada clavada en él a medida que él hablaba, balbuceaba más bien a causa del miedo innato que una vez supo de mi naturaleza se hizo presente en su cuerpo y en sus pensamientos, como un acertado acto reflejo que, en aquel momento, iba a resultarle inútil. No iba a matarle, pensara lo que pensara, y por eso mismo en vez de lanzarme directa hacia él para atacar su cuello, lo único que hice fue elevar una ceja, con ironía marcada y sin acabar de creerme que estuviera preguntándome eso. Era tan obvio...demasiado, en realidad. Impropio totalmente de él por lo que empezaba a conocer del famoso Nigel Quartermane, aquel que me temía y con quien había compartido cama (o piano), hacía escasos segundos.

Bajé un instante la mirada hacia mis pechos y el color de las manchas carmesí de su sangre sobre mi piel pálida, manchas que recogí con mis dedos y junté a las de mis labios para saborearlas durante un último instante antes de cerrar las piernas y bajar del piano con agilidad inmortal, más propia de mí. Con una sonrisa traviesa, al ver que él aún había vuelto a retroceder con mi movimiento, comencé a caminar en su dirección, provocando de nuevo que él miedo que un momento había invadido su cuerpo se asegurara en sus posiciones y siguiera expandiéndose libremente por él, hasta que al final él estuvo contra la pared y sólo yo, felina, frente a él, estudiando su cuerpo con la mirada antes de clavarla de nuevo en sus ojos, lo mismo que mi dedo hizo en su pecho, acariciándolo con suavidad impropia de mí si considerabas un mordisco como algo más factible en mi persona. - ¿Qué soy? Una pregunta difícil de responder a la que me he pasado mucho tiempo dando vueltas, probablemente más del que tú mismo puedas llegar a imaginar...o abarcar. ¿Quién soy? Otra pregunta, formulada más correctamente sin embargo, cuya respuesta podría abarcar tomos y tomos de libros sin que se pueda, jamás, abarcar todos los matices y detalles que oculto. ¿Quieres saber si soy una de ellos? Define ellos, y puede que por eliminación comprendas qué soy y qué no soy. – le dije, torciendo la sonrisa hasta hacerla traviesa y, concediéndole el capricho, enseñarle los colmillos. Nigel no se iría de la lengua porque yo misma lo vigilaría; además, ¿quién le creería? Nadie, al margen de los fanáticos religiosos con los que no se relacionaba, y nadie al margen de gente que no sabría cómo actuar. No hacía ningún daño que supiera quién era yo, ni tampoco qué era yo porque, pasara lo que pasara, volvería a mí. Todos lo hacían.

En aquel momento reduje de nuevo la distancia que nos separaba y recorrí sus labios con la lengua, recogiendo una gota de sangre traviesa que había saltado desde la herida de su dedo hasta sus labios cuando había mirado si era fruto del accidente aquella sangre que salía de él. Tras aquello, un beso fue lo que nos unió, uno que continuó con mis labios rozando de nuevo su mandíbula y su cuello hasta llegar a su oreja, las manos acariciándole el pecho con suavidad. – No soy una de ellos porque ellos no son, en absoluto, como lo soy yo, pero sí, puedes llamarme vampiresa, inmortal, no-muerta...lo que prefieras, o el nombre que hayas oído en las leyendas y cuentos de terror que te han contado al lado de la cuna desde tu nacimiento. En ti, sin embargo, prefiero escuchar el nombre de Amanda, Nigel, y no tienes por qué temer por tu vida, ya que al fin y al cabo no planeo matarte...aún. – le susurré al oído, justo antes de deslizar mis labios por su cuello y por su pecho hasta que se clavaron mis colmillos en su pectoral con cierta suavidad, haciéndole un pequeño rasguño indoloro casi del que la sangre comenzó a manar y del que comencé a succionar con muchísima más tranquilidad que antes, haciéndolo incluso placentero para él y consiguiendo, con mi lengua mis manos, que relajara su cuerpo un instante para poder, así, continuar probando aquel delicioso tesoro carmesí que su cuerpo y sus venas escondían en su interior, tesoro que me había nublado el juicio y tesoro que me hacía adicta a pasos agigantados porque era uno de los mejores y mejor guardados secretos de Nigel Quartermane: su sangre. Esa de la que sólo yo estaba disfrutando, y esa misma que estaba pasando, junto a su propia esencia, a mi cuerpo en forma de alimento.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Mayo 05, 2011 1:10 pm

¿Cómo actuar ante esa ola de sucesos desencadenados en un abrir y cerrar de ojos?: Sexo, sangre, colmillos, una amenaza de muerte. Todos con el mismo nombre: Amanda, un nombre que era sinónimo de todos ellos. Cualquier hombre en el lugar de Nigel hubiese visto deformado su rostro de puro horror en medio de aquella confesión. En un segundo se le había revelado que la mujer que tenia frente a el no era solo una mujer, era un ángel de la muerte, una diosa, si, pero una sanguinaria, maldita, perturbadora. Quizás parezca increíble decirlo, pero el escucharla afirmar las sospechas que el ya tenia no lo sorprendió del todo, quizás en el fondo agradecía que no fuese algo peor, pero…¿había algo peor?

Le observo con detalle desde aquella perspectiva, la mujer sobre el piano daba la impresión de ser más una especie de pintura, una hecha por algún pintor afortunado, pues la modelo retratada era una de las criaturas más hermosas que seguramente sus humanos ojos habrían de presenciar en su mundana existencia. Y el cuadro tomaba vida, la mujer se movía con movimientos sensuales, posando sus dedos sobre sus labios y luego sobre sus pechos para luego nuevamente llevarlos a su boca. Aquella mancha roja desaparecía, entre su lengua, entre su piel nívea y exquisita. ¿Cómo debía actuar Nigel Quartermane? El se encontraba petrificado, atento y a la vez dudoso, nuevamente en su interior se abría paso esa voz que le decía que huyera, que era el momento de salvar el pellejo si de verdad quería continuar con su insolente e infructuosa vida, pero la voz era débil, apenas lograba escucharla, como si esta le fuera dada desde lo mas recóndito de su ser. Y estaba la otra voz, la más fuerte, la que casi le destrozaba el sentido auditivo aun cuando no fuese real, la que le gritaba que se quedara, que permaneciera inmóvil, que no perdiera aquella oportunidad. Nigel obedeció, sus pies no se movieron mas, se mantuvieron pegados al piso de aquella lúgubre habitación, misma que luego de aquel descubrimiento tomaba un aspecto todavía más tétrico. El único momento en que su cuerpo aun desnudo se movió, fue cuando esa cautivante y ahora aterradora mujer bajo del piano y con movimientos felinos empezó a acercarse a el, caminando en dirección suya, con la vista puesta en sus ojos, como si una pantera no perdiera de vista a su presa y esta estuviera a punto de ser devorada. Y justamente eso era lo que pasaba por la mente del susodicho: ¿Encontraría la muerte esa noche?, ¿estaba listo para hacerlo?

La idea de la muerte lo consumía por dentro. Se dejo maniobrar por Amanda, dejando que esta lo acorralara contra la pared, dejo que esta lo olfateara, que lo saboreara, dejo que hiciera de el un títere, un invertebrado. Le escucho decir aquellas cosas, pero dudo en creerlas o no. Todo podía ser posible, ahora Amanda significaba tantas cosas que la confianza era algo que no tenía cavidad. Aun así correspondió a sus caricias, a sus besos, a sus miradas; el hecho de que aquella mujer significara la muerte no la hacia menos atractiva o deseable. Sentir su lengua saboreando la suya tuvo el mismo efecto que antes de saber el secreto de su verdadera identidad, incluso el sentir los colmillos rozando peligrosamente sus labios lograban llenarlo de nuevas sensaciones jamás experimentadas. Y el amaba las cosas nuevas, lo diferente, lo caótico. Los labios de Amanda abandonaron los suyos y se posaron esta vez sobre su pecho, Nigel supo lo que vendría a continuación y no hizo nada para impedirlo, al contrario, lo espero con ansias y se preparo para el dolor que sentiría. Un gemido escapo de sus labios cuando sintió como la piel de su pectoral era penetrado por ese par de picos que seguían rasgándole la dermis conforme succionaban la sangre. Aferro sus manos a la espalda de la que supondría el sitio de verdugo en ese instante y lo unió mas a el, con los ojos cerrados y el rostro en dirección al cielo, jadeando a causa del dolor profundo que sentía y el placer que estaba por encima de el. Dolor y placer, una combinación que el adoraba y ella se la ofrecía así, sin pedirla siquiera. Se olvido de ese miedo a la muerte, de su desconfianza hacia ella, ¿que más daba morir a manos de aquella diosa?, seria una buena muerte, una digna y placentera.

- Amanda… - Susurro entre dientes, como el hombre que pronuncia el nombre de su amante en pleno éxtasis. Un nuevo gemido se dejo escuchar, uno todavía mas audible que el anterior, uno que dejaba entrever el gozo que estaba experimentando con esa mordida y la succión de su propia sangre rogándole que no parara, pero a la vez era también una suplica para que dejara de hacerlo, por que empezaba a sentirse débil y las piernas temblorosas eran quien mas lo daban fe de ello. Pudo haberla apartado con un forcejeo de sus manos, pero no lo hizo, confío en ella, increíblemente lo hizo, se convenció a si mismo de que cumpliría su palabra y no lo asesinaría esa noche. – Esto…se siente…tan…jodidamente bien. – Hablaba como podía, aun manteniendo los ojos cerrados, los labios contraídos y el cuerpo tenso. Cuando finalmente decidió abrir los ojos, busco los de Amanda, pero ella se encontraba tan ocupada bebiendo de el que poco le intereso el mantener un contacto visual con su victima. – Dime que se siente…¿a que sabe?, ¿que te provoca? – Realmente deseaba saber un poco mas del montón de sensaciones que parecía estar gozando la mujer, incluso le daba la sensación de que estaba disfrutando mas el beber de el que hacer el amor con el, ¿era posible?, ¿realmente se sentía tan bien como para dejar en segundo plano los placeres carnales?, de ser así no le parecía justo, en absoluto, el también quería poder gozar de todo eso, no importaba el precio.

- ¿Qué tengo que hacer para ser uno de los tuyos? – Pregunto sin dar muchos rodeos, como acostumbraba a hacer Nigel Quartermane. – Quiero hacerlo, quiero poder experimentar todo esto, dime como. Dímelo. – Su voz sonaba mas recuperada, Amanda había dejado de beber, quizás por la impresión de las palabras de su acompañante, quizás solo por que había logrado ya satisfacer su sed o por que estaba consciente de que seguía bebiendo acabaría con la frágil vida del humano. – Amanda… – Insistió una vez mas, esta vez tomando su rostro entre sus manos, sosteniéndolo como si quisiera dejarle claras las cosas. – Quiero que lo hagas. – Exigió con voz mas decidida e incluso alzando el tono de esta, como si en vez de pedírselo se lo ordenara. En esos momentos todo quedo en el olvido para el: sus amigos, su residencia, su vida, la misma Claire a quien tanto adoraba. Nada importaba más que su petición en esos momentos, tenía la oportunidad que siempre había deseado pisándole los talones, tenía la eternidad como opción, el poder, todo, lo tendría todo. ¿Pero era en verdad digno de tales cosas? Unió una vez mas sus labios con los de ella, probando con ello su propia sangre que aun se encontraba vertida entre los labios de Amanda y dejo que el beso apasionado que le daba tomara forma de una especie de soborno para convencerla de que no rechazara lo que le pedía.


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No se es amigo de una mujer cuando se puede ser su amante.

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