AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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[Inglaterra 2012] Y el paso que dimos, es causa y es efecto [Alvar]
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[Inglaterra 2012] Y el paso que dimos, es causa y es efecto [Alvar]
En cada esquina acecha un ratero para robarme las alhajas, los recuerdos, las felicidades.
Él la miraba, la miraba tanto que ella comenzó a preguntarse si realmente existía, ¿quién de los dos se sonrojó primero? ¿Quién retrocedió mientras el otro avanzaba? ¿Quién? ¿Qué recuerdos son esos que aparecen después de tanto? Claire intenta despejar su mente, sentarse derecha y mantener la espalda lo suficientemente erguida de modo que pueda ver un poco más allá sin que el resto de las cabezas le tapen la imagen que se proyecta en la pantalla más alejada. Pese a que la mayor parte del tiempo se siente un poco más alta que el promedio de las mujeres hoy ni eso funciona para enfocarse en algo y distraerse. En la fila de asientos donde se encuentra sólo una de las personas junto a ella ha notado su presencia, el resto parece pasar de todo como si deseasen sólo que el tiempo transcurra más rápido y su hora de partir llegue lo antes posible. — Aún te quedan cinco minutos muchacha, — un viejo habla y suelta el fétido aliento cerca de su mejilla, mirarlo es como observar un afiche en una consulta odontológica infantil intentando recordarle a los pacientes que sucede cuando no te cepillas los dientes todos los días. Apenas asiente como respuesta, no quiere preguntarle como sabe él que está haciendo ella ahí pero quizás sería una buena idea para pasar el rato, siempre que estuviera muy desesperada como para hablar con alguien así… o muy aburrida. Su reloj no miente, efectivamente faltan cinco minutos para la hora que se había fijado como plazo, el anciano desdentado no se equivoca y aquello le hace fruncir el ceño. Muere de la curiosidad por saber como adivinó lo que ella tenía planeado pero no se atreve a darle alas por temor a no saber tampoco como frenarlo después. Levanta sus ojos para mirar el tablero de informaciones y no encuentra ahí lo que busca, los vuelos que llegan y salen van cambiando pero ninguno de ellos grita ‘hey Claire, yo soy el indicado para que salgas de la rutina en la que crees estás viviendo’, todos avanzan a un ritmo vertiginoso y la dejan aún más confundida.
No deja de mirar el papel entre sus manos y sabe que debería estar quemado, enterrado o en el fondo de algún contenedor con kilos de basura sobre él. ¿Por qué insiste en revivir ese pasado tan antiguo? Esa letra es familiar, le recuerda tantas cosas que debería haber olvidado, momentos repletos de risas y otros donde son sus propias lágrimas las que acompañan las palabras duras que no desaparecerán aún cuando el tiempo parece hacerlas menos severas. ¿Podría odiar más esas palabras? Sólo el odio a si misma puede ser superior, eso y también la repulsión por haber caído en todo lo que siempre creyó no sería parte de su vida. Se culpa por cada cosa que sucede, se ríe de todas las situaciones en las que se ha visto envuelta, se siente como la idiota más grande y al mismo tiempo sabe que jamás lo aceptaría en voz alta. Ella se lo buscó aún cuando quiera que las faltas recaigan en alguien más, es como esos casos en que las personas se quejan y lloran porque las han hecho sufrir. ¿Por qué no hacer algo cuando estás a tiempo? Es que a veces te rompen y te recomponen el corazón sin que te des cuenta. No. Mentira. Tú si lo notas, pero quien lo hace parece ni fijarse. Luego sabes que es mejor así, que no es necesario que los dos pasen por lo mismo, tú crees que puedes soportar el peso a solas. ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cuánto más durará la resistencia? Te sientes como la persona más fuerte del universo, aún cuando las piernas te tiemblan o cuando la garganta se te aprieta y esperas que en algún momento alguien pronuncie lo necesario para el nudo se libre. Esperaste, sigues esperando, esperas, esperarás, ¿cuánto más puedes esperar? ¿Cuál es el punto que diferencia el amor, la estupidez o el masoquismo? Le golpean el hombro y Claire sale de todo ese hilo de pensamientos que la mantenía con el ceño fruncido, es el mismo señor de antes indicándole que escuche con atención lo que todos al parecer han comenzado a notar, las noticias malas siempre vuelan más rápido. — Estimados usuarios, la intensidad de la tormenta ha ido en aumento, esto nos obliga a cancelar los vuelos realizados desde y hacia este aeropuerto, para mayor información por favor dirigirse hacia las empresas encargadas de sus viajes o nuestro mesón de ayuda al cliente, muchas gracias. —
Aquella voz suena automatizada, un robot indicándoles a todos que se han arruinado sus vacaciones o en el caso de alguien como Claire, una vuelta a casa que desea con unas ansias recién descubiertas, porque cuando creer perder algo comienzas a quererlo con aún más fervor. — Genial… lo único que me faltaba… — Murmura para si misma, mira a su alrededor y muchos comienzan a dejar ese grupo de asientos seguramente volviendo a sus hoteles o dirigiéndose hasta alguna oficina de la aerolínea que han contratado para quejarse, claro, como si ellos fueran los dioses del clima y pudieran controlar algo tan imprevisible como eso. Son casi las diez de la noche, el libro ya no le parece interesante, las revistas que tiene a un costado ya no tienen nada nuevo que mostrar y aún cuando la idea de ir por un café es cada vez más atrayente prefiere seguir sentada ahí, con los pies sobre su maleta y esperando, quizás un milagro o quizás simplemente una respuesta. ¿A cuál de todas las preguntas? No tiene idea. Si está en Londres es porque tenía una misión específica que cumplir sólo como un favor a alguien que hace mucho no está presente. Claire fue quien viajó y se lo dijo, quien miró como la muchacha ponía las manos en sus oídos y comenzaba a gritar como si eso sirviera de algo, Claire será quien viva con el recuerdo de ser quien da una información tan terrible como esa. No se arrepiente pero sólo espera no tener que volver a pasar por algo como eso y mucho menos ser ella quien reciba una noticia así. Busca entre el desorden al interior de su bolso y descubre que la falta de llamadas perdidas se debe a la también falta de batería que su móvil posee. Resopla molesta sabiendo que era ella quien horas atrás descubría que había dejado el cargador en Paris y quien además le restaba importancia a este hecho creyendo que no estaría más de un día en Inglaterra. — Disculpa… — se aclara la garganta y sonríe intentando lucir todo lo amable que no es, — ¿podría usar tu teléfono un momento? El mío está muerto y necesito avisar que no llegaré a la hora que debería… — no es necesario decirle que hará una llamada internacional, ¿verdad?
No deja de mirar el papel entre sus manos y sabe que debería estar quemado, enterrado o en el fondo de algún contenedor con kilos de basura sobre él. ¿Por qué insiste en revivir ese pasado tan antiguo? Esa letra es familiar, le recuerda tantas cosas que debería haber olvidado, momentos repletos de risas y otros donde son sus propias lágrimas las que acompañan las palabras duras que no desaparecerán aún cuando el tiempo parece hacerlas menos severas. ¿Podría odiar más esas palabras? Sólo el odio a si misma puede ser superior, eso y también la repulsión por haber caído en todo lo que siempre creyó no sería parte de su vida. Se culpa por cada cosa que sucede, se ríe de todas las situaciones en las que se ha visto envuelta, se siente como la idiota más grande y al mismo tiempo sabe que jamás lo aceptaría en voz alta. Ella se lo buscó aún cuando quiera que las faltas recaigan en alguien más, es como esos casos en que las personas se quejan y lloran porque las han hecho sufrir. ¿Por qué no hacer algo cuando estás a tiempo? Es que a veces te rompen y te recomponen el corazón sin que te des cuenta. No. Mentira. Tú si lo notas, pero quien lo hace parece ni fijarse. Luego sabes que es mejor así, que no es necesario que los dos pasen por lo mismo, tú crees que puedes soportar el peso a solas. ¿Por cuánto tiempo más? ¿Cuánto más durará la resistencia? Te sientes como la persona más fuerte del universo, aún cuando las piernas te tiemblan o cuando la garganta se te aprieta y esperas que en algún momento alguien pronuncie lo necesario para el nudo se libre. Esperaste, sigues esperando, esperas, esperarás, ¿cuánto más puedes esperar? ¿Cuál es el punto que diferencia el amor, la estupidez o el masoquismo? Le golpean el hombro y Claire sale de todo ese hilo de pensamientos que la mantenía con el ceño fruncido, es el mismo señor de antes indicándole que escuche con atención lo que todos al parecer han comenzado a notar, las noticias malas siempre vuelan más rápido. — Estimados usuarios, la intensidad de la tormenta ha ido en aumento, esto nos obliga a cancelar los vuelos realizados desde y hacia este aeropuerto, para mayor información por favor dirigirse hacia las empresas encargadas de sus viajes o nuestro mesón de ayuda al cliente, muchas gracias. —
Aquella voz suena automatizada, un robot indicándoles a todos que se han arruinado sus vacaciones o en el caso de alguien como Claire, una vuelta a casa que desea con unas ansias recién descubiertas, porque cuando creer perder algo comienzas a quererlo con aún más fervor. — Genial… lo único que me faltaba… — Murmura para si misma, mira a su alrededor y muchos comienzan a dejar ese grupo de asientos seguramente volviendo a sus hoteles o dirigiéndose hasta alguna oficina de la aerolínea que han contratado para quejarse, claro, como si ellos fueran los dioses del clima y pudieran controlar algo tan imprevisible como eso. Son casi las diez de la noche, el libro ya no le parece interesante, las revistas que tiene a un costado ya no tienen nada nuevo que mostrar y aún cuando la idea de ir por un café es cada vez más atrayente prefiere seguir sentada ahí, con los pies sobre su maleta y esperando, quizás un milagro o quizás simplemente una respuesta. ¿A cuál de todas las preguntas? No tiene idea. Si está en Londres es porque tenía una misión específica que cumplir sólo como un favor a alguien que hace mucho no está presente. Claire fue quien viajó y se lo dijo, quien miró como la muchacha ponía las manos en sus oídos y comenzaba a gritar como si eso sirviera de algo, Claire será quien viva con el recuerdo de ser quien da una información tan terrible como esa. No se arrepiente pero sólo espera no tener que volver a pasar por algo como eso y mucho menos ser ella quien reciba una noticia así. Busca entre el desorden al interior de su bolso y descubre que la falta de llamadas perdidas se debe a la también falta de batería que su móvil posee. Resopla molesta sabiendo que era ella quien horas atrás descubría que había dejado el cargador en Paris y quien además le restaba importancia a este hecho creyendo que no estaría más de un día en Inglaterra. — Disculpa… — se aclara la garganta y sonríe intentando lucir todo lo amable que no es, — ¿podría usar tu teléfono un momento? El mío está muerto y necesito avisar que no llegaré a la hora que debería… — no es necesario decirle que hará una llamada internacional, ¿verdad?
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: [Inglaterra 2012] Y el paso que dimos, es causa y es efecto [Alvar]
E7. Esa es la sala de espera que está frente al sitio donde está sentado, G7, y en su curiosidad alza el cuello para ver de qué aerolínea se trata en esa sala vecina y a dónde se dirigen todos los que ahí esperan, pero no alcanzó a leer nada, luego de eso regresa a su posición relajada, sentado en el rincón, sin mirar a nadie en específico, abstraído en un millón de pensamientos, tamborilea los dedos en el descansabrazo de la incómoda silla y de tanto en tanto sacaba el teléfono móvil para revisar la hora y el clima, mismo que no parecía dar tregua, luego alzaba el rostro para ver en la pantalla la palabra Estocolmo, la ciudad a la que él se dirigía, aunque comenzaba a creer que no llegaría ese día y ese simple hecho lo hacía sentir que caía por un abismo obscuro y frío. Debía salir de Londres, tenía que salir de Londres.
A pesar de ser condenadamente alto, pasaba desapercibido entre todos esos suecos, como él, que esperaban que el vuelo a la capital de su país no se atrasara más, y en ese momento agradecía poder pasar desapercibido. Había pisado la capital inglesa poco más de un año atrás, por trabajo, y todo iba bien hasta que conoció a uno mujer, con la que estuvo viviendo y que un día simplemente le dijo que se había aburrido de él (con otras palabras más suaves, pero ese era básicamente el mensaje), y Alvar se dio cuenta que no era tan fuerte como creía, y aunque la relación había sido corta, eso mismo la había hecho intensa. Fue un trozo de papel, con el peor poema del mundo escrito a mano, que se consumió por la lumbre. Eso fue y el rubio agradecía que en ese instante nadie se le acercara, que nadie preguntara por su semblante decaído, sólo quería regresar a casa y hablarlo con su madre y con sus hermanas, consolarse en el regazo materno porque era un niño al que le habían arrancado el corazón. Lamentaba tener que dejar el puesto que Yves Veermer le había ayudado a conseguir, pero ya tenía un trabajo al regresar, así que eso no implicaba mayores complicaciones, sólo lamentaba fallarle al viejo belga que lo ayudó tanto y que ahora estaba muerto, supuso que sabría comprender.
E7. Volvió a mirar la sala de espera vecina y como los suyos, los salvajes vikingos, los bretones comenzaban a desesperarse, porque esos que estaban en frente, parecían en su mayoría británicos. Una vez más miró la pantalla del celular y el tiempo parecía moverse con perezosa parsimonia, le dieron ganas de aventar el gadget, pero no lo hizo. Y luego aquella voz anunció finalmente que los vuelos se retazarían, entendió porque su inglés había mejorado mucho con su estadía en la ciudad; se puso de pie de inmediato, como si eso, su presencia fuese a cambiar algo, aunque sabía que no, quiso decir algo, abrió la boca y boqueó algo, pero al final guardó silencio, ¿a quién iba a reclamarle de todos modos? Sin embargo, la idea de pasar un día más bajo cielo inglés le pareció atroz, no es como si esa mujer que lo destruyó fuese a ir ahí mismo a seguirse burlando de él.
Se quedó de pie sin moverse mientras el resto comenzaba a abandonar las salas, miró por enésima vez la sala E7 y parecía un espejo de lo que sucedía, todos se iban resignados y molestos. Frunció el ceño sopesando sus posibilidades, el apartamento que había estado ocupando mientras vivió en Londres ya no era opción para volver, había regresado todo al arrendador, pensó en algún hotel cercano, pero la idea más incómoda fue la que llamó más su atención: quedarse ahí para huir en cuanto la tormenta lo permitiera. Y como él, en la sala vecina había una figura que parecía no haber entendido que los vuelos estaban pospuestos, una figura que se quedó en su sitio aguardando sabrá Dios qué cosa. Era una mujer y a la distancia parecía bella, pero no inglesa. La observó seguro que ella no lo miraba, se acercó a un sujeto, no supo qué le decía, pero el sujeto negó con la cabeza y ese fue el interruptor que lo hizo mover finalmente los pies. Cruzó el pasillo repleto de tiendas duty free y en pocos pasos estuvo en la sala de espera que no era a suya, la E7. Al ver un teléfono celular en la mano de ambas personas conjeturó el trayecto de esa conversación y se acercó a ella, estaba de espaldas así que tocó su hombro y cuando se giró se dio cuenta que no era sólo bella, sino apabullantemente hermosa, contuvo la respiración y con torpeza extrajo su teléfono del bolsillo del pantalón.
-Usa el mío –ofreció el aparato del tamaño de su palma, un HTC One X que tenía un paisaje de la Suecia rural como fondo de pantalla-, a mí también me esperan y sé cómo es eso, avísales que la tormenta nos tiene varados aquí –su voz fue cobrando seguridad conforme avanzaba en sus palabras, y luego esbozó una sonrisa pequeña y tímida, pero sincera, con el teléfono sobre su palma extendida, ofreciéndoselo a la desconocida. No supo por qué de aquel impulso, quizá porque la vio tan perdida y desolada como él ante el anuncio, no supo sus motivos, ni eran de su incumbencia, sólo quería aminorar su zozobra, para mermar la propia también.
A pesar de ser condenadamente alto, pasaba desapercibido entre todos esos suecos, como él, que esperaban que el vuelo a la capital de su país no se atrasara más, y en ese momento agradecía poder pasar desapercibido. Había pisado la capital inglesa poco más de un año atrás, por trabajo, y todo iba bien hasta que conoció a uno mujer, con la que estuvo viviendo y que un día simplemente le dijo que se había aburrido de él (con otras palabras más suaves, pero ese era básicamente el mensaje), y Alvar se dio cuenta que no era tan fuerte como creía, y aunque la relación había sido corta, eso mismo la había hecho intensa. Fue un trozo de papel, con el peor poema del mundo escrito a mano, que se consumió por la lumbre. Eso fue y el rubio agradecía que en ese instante nadie se le acercara, que nadie preguntara por su semblante decaído, sólo quería regresar a casa y hablarlo con su madre y con sus hermanas, consolarse en el regazo materno porque era un niño al que le habían arrancado el corazón. Lamentaba tener que dejar el puesto que Yves Veermer le había ayudado a conseguir, pero ya tenía un trabajo al regresar, así que eso no implicaba mayores complicaciones, sólo lamentaba fallarle al viejo belga que lo ayudó tanto y que ahora estaba muerto, supuso que sabría comprender.
E7. Volvió a mirar la sala de espera vecina y como los suyos, los salvajes vikingos, los bretones comenzaban a desesperarse, porque esos que estaban en frente, parecían en su mayoría británicos. Una vez más miró la pantalla del celular y el tiempo parecía moverse con perezosa parsimonia, le dieron ganas de aventar el gadget, pero no lo hizo. Y luego aquella voz anunció finalmente que los vuelos se retazarían, entendió porque su inglés había mejorado mucho con su estadía en la ciudad; se puso de pie de inmediato, como si eso, su presencia fuese a cambiar algo, aunque sabía que no, quiso decir algo, abrió la boca y boqueó algo, pero al final guardó silencio, ¿a quién iba a reclamarle de todos modos? Sin embargo, la idea de pasar un día más bajo cielo inglés le pareció atroz, no es como si esa mujer que lo destruyó fuese a ir ahí mismo a seguirse burlando de él.
Se quedó de pie sin moverse mientras el resto comenzaba a abandonar las salas, miró por enésima vez la sala E7 y parecía un espejo de lo que sucedía, todos se iban resignados y molestos. Frunció el ceño sopesando sus posibilidades, el apartamento que había estado ocupando mientras vivió en Londres ya no era opción para volver, había regresado todo al arrendador, pensó en algún hotel cercano, pero la idea más incómoda fue la que llamó más su atención: quedarse ahí para huir en cuanto la tormenta lo permitiera. Y como él, en la sala vecina había una figura que parecía no haber entendido que los vuelos estaban pospuestos, una figura que se quedó en su sitio aguardando sabrá Dios qué cosa. Era una mujer y a la distancia parecía bella, pero no inglesa. La observó seguro que ella no lo miraba, se acercó a un sujeto, no supo qué le decía, pero el sujeto negó con la cabeza y ese fue el interruptor que lo hizo mover finalmente los pies. Cruzó el pasillo repleto de tiendas duty free y en pocos pasos estuvo en la sala de espera que no era a suya, la E7. Al ver un teléfono celular en la mano de ambas personas conjeturó el trayecto de esa conversación y se acercó a ella, estaba de espaldas así que tocó su hombro y cuando se giró se dio cuenta que no era sólo bella, sino apabullantemente hermosa, contuvo la respiración y con torpeza extrajo su teléfono del bolsillo del pantalón.
-Usa el mío –ofreció el aparato del tamaño de su palma, un HTC One X que tenía un paisaje de la Suecia rural como fondo de pantalla-, a mí también me esperan y sé cómo es eso, avísales que la tormenta nos tiene varados aquí –su voz fue cobrando seguridad conforme avanzaba en sus palabras, y luego esbozó una sonrisa pequeña y tímida, pero sincera, con el teléfono sobre su palma extendida, ofreciéndoselo a la desconocida. No supo por qué de aquel impulso, quizá porque la vio tan perdida y desolada como él ante el anuncio, no supo sus motivos, ni eran de su incumbencia, sólo quería aminorar su zozobra, para mermar la propia también.
Invitado- Invitado
Re: [Inglaterra 2012] Y el paso que dimos, es causa y es efecto [Alvar]
No está bueno tener que mentir, mucho menos sentir que debes hacerlo porque no te quedan más opciones, el problema de cuando llegas a ese punto es que crees que has encontrado la justificación perfecta para hacerlo, y ahí, ya sabes que no hay vuelta atrás, puedes hacer lo que sea. Eres libre para esconder la verdad, tienes pase liberado para ser un mentiroso y en este caso, una mentirosa. La sonrisa se esfuma de su rostro tan rápido como llegó, aquel tipo sale con la excusa de que tampoco tiene batería y Claire simplemente no le cree, está segura que poco antes lo vio hablando por teléfono y que lo que realmente sucede es que no quiere dejarle llamar. Maldito tacaño. Esta vez su mueca es irónica, suelta un ‘gracias’ que está lejos de ser tan amable como lo fueron sus anteriores palabras y se cruza de brazos evaluando que opciones le quedan. Piensa que quizás lo mejor sería buscar una de esas cabinas telefónicas rojas que están siempre presentes en las películas o ir a reclamar a su línea aérea hasta que al menos le regalen una llamada o una noche en algún hotel. Pero nada de eso es necesario, alguien toca suavemente su hombro y al girarse nota que aquel que dijo que los salvadores eran caballeros de brillante armadura estaba bastante equivocado, de seguro nunca vio a este gigante rubio de ojos cristalinos y vestimenta totalmente adecuada para la ocasión, mucho menos miró esa leve sonrisa que curva sus labios. — No tienes idea de cuánto te lo agradecería… — Y ella, que siempre se ha sentido la mujer más fiel del mundo, se ve a si misma ahora sonriendo como en aquellos años cuando coquetear era su hobby favorito. Elige mejor intentar no seguir con aquella actitud y bajar la mirada a su mano que le ofrece justo lo que desea en ese minuto. Toma el celular rozándole con los dedos la palma, como cuando los adolescentes intentan conocer la sensación de la piel de alguna muchacha y esta vez la sonrisa es más una recriminación a lo que está haciendo y también un recordatorio de que es mejor que se apresure antes de que quizás él se arrepienta de aquel gesto tan bondadoso.
Claire marca los números que conoce tan bien de memoria y espera. Espera cuando suena una vez, espera cuando suena dos veces, sigue esperando hasta que nadie contesta y aparece una voz justo en su oído que dicta algunas instrucciones para dejar un mensaje en el buzón, — soy Claire, me quedé sin batería en el celular por si intentabas localizarme… el vuelo se retrasó por la tormenta y aún no nos dicen cuando podremos salir de acá… estoy en el aeropuerto y me quedaré aquí de momento… espero poder llegar pronto a casa, los extraño mucho… los quiero, besos… — su voz ha bajado para susurrar esas palabras contra el aparato que sostiene en una de sus manos, por lo general es incómodo para ella ser afectuosa cuando habla por teléfono, ahora lo es mucho más con un desconocido esperando tan cerca de que termine la llamada. Pero vuelve a mirar al hombre frente a ella y se lo entrega apenas pulsa el botón para finalizar. — Muchas gracias de verdad… aunque no respondió y sólo pude dejar un mensaje que espero escuche pronto… — sonríe agradecida hasta que la preocupación logra que su semblante se apague levemente, prefiere no pensar que algo malo sucedió, es mejor distraerse por lo que ahora aprovecha la cercanía para mirarlo mejor. Está bien, el hombre es guapo y es muy probable que lo sepa, pero debería ser prohibido por la ley usar ese bigote y no permitir que todos lo muerdan, o quizás no todos, al menos sólo ella. — ¿El número del que llamé quedará registrado? Es que si es así tal vez llamará de vuelta… de hecho es muy probable que llame sobre todo porque le dije de la tormenta… — el plan no luce tan bien como al principio, a menos de que él se quede también toda la noche en el aeropuerto es quizás nula la posibilidad de estar cerca por si eso sucede, tampoco se atreve a pedirle que la deje realizar otra llamada, ya debe de haberle aumentado bastante la cuenta por la larga distancia. — ¿Vas a ir a algún lado ahora? — a su alrededor el aeropuerto está cada vez más vacío pero las cafeterías siguen abiertas y eso le da una idea y también el impulso para exponerla aún cuando en otra ocasión no lo haría.
—Vamos a tomar un café, pero yo invito… es lo menos que puedo hacer después de que me prestaras tu teléfono… — debe mirarlo hacia arriba pero la diferencia de alturas no le molesta, él no parece alguien que utilice aquel elemento en contra de los otros, por el contrario, pese a que su imagen es sin dudas imponente, al cruzar sus miradas Claire puede notar de inmediato que se siente mas bien en igualdad de condiciones, tal como si estuviera frente a quien puede ser un buen amigo o un digno contendor. — Si quieres le agregamos un croissant o lo que prefieras a ese café… resulta que la llamada era a Paris y me sentiría mucho mejor si aceptaras ambas cosas… — la carcajada que deja escapar es liviana, una risa tranquila de una niña descubierta en alguna travesura, un sonido que termina en una nueva sonrisa expectante, algo más tranquila que antes, olvidando por unos segundos que aún no puede viajar. Abre los ojos repentinamente al notar que no ha recordado algo bastante importante y da un paso al frente para presentarse y besarle ambas mejillas tal como hacen los franceses, — mi nombre es Claire, nacida acá pero viviendo en Paris desde hace una década… es un gusto señor… — retrocede y deja la frase abierta, una pregunta implícita para conocer también su nombre y quizás, sólo si él así lo prefiere, algún dato más sobre si mismo, cualquier cosa mientras espera la respuesta a la invitación y también la posible llamada desde su casa. Los altavoces suenan y ellos se mantienen en silencio, es el mismo mensaje anterior que se repite ahora en otros idiomas, sólo puede entender las palabras en francés y mira con atención hacia el frente esperando quizás poder adivinar gracias a eso el lugar de procedencia de su improvisado acompañante. El silencio de ambos le ayuda a pensar, también a dejar escapar dudas que no debería decir, — ¿a ti quién te espera en casa? Lo digo por lo que tú dijiste antes… — aunque tal vez no lo reconozca de buenas a primeras, si le interesa saber la historia que él posee detrás, saber si tiene una esposa e hijos que debieron botar una cena preparada especialmente para recibirlo o si sólo avisó en su trabajo que no podría llegar al otro día y a la vecina que vuelva a alimentar a su gato.
Claire marca los números que conoce tan bien de memoria y espera. Espera cuando suena una vez, espera cuando suena dos veces, sigue esperando hasta que nadie contesta y aparece una voz justo en su oído que dicta algunas instrucciones para dejar un mensaje en el buzón, — soy Claire, me quedé sin batería en el celular por si intentabas localizarme… el vuelo se retrasó por la tormenta y aún no nos dicen cuando podremos salir de acá… estoy en el aeropuerto y me quedaré aquí de momento… espero poder llegar pronto a casa, los extraño mucho… los quiero, besos… — su voz ha bajado para susurrar esas palabras contra el aparato que sostiene en una de sus manos, por lo general es incómodo para ella ser afectuosa cuando habla por teléfono, ahora lo es mucho más con un desconocido esperando tan cerca de que termine la llamada. Pero vuelve a mirar al hombre frente a ella y se lo entrega apenas pulsa el botón para finalizar. — Muchas gracias de verdad… aunque no respondió y sólo pude dejar un mensaje que espero escuche pronto… — sonríe agradecida hasta que la preocupación logra que su semblante se apague levemente, prefiere no pensar que algo malo sucedió, es mejor distraerse por lo que ahora aprovecha la cercanía para mirarlo mejor. Está bien, el hombre es guapo y es muy probable que lo sepa, pero debería ser prohibido por la ley usar ese bigote y no permitir que todos lo muerdan, o quizás no todos, al menos sólo ella. — ¿El número del que llamé quedará registrado? Es que si es así tal vez llamará de vuelta… de hecho es muy probable que llame sobre todo porque le dije de la tormenta… — el plan no luce tan bien como al principio, a menos de que él se quede también toda la noche en el aeropuerto es quizás nula la posibilidad de estar cerca por si eso sucede, tampoco se atreve a pedirle que la deje realizar otra llamada, ya debe de haberle aumentado bastante la cuenta por la larga distancia. — ¿Vas a ir a algún lado ahora? — a su alrededor el aeropuerto está cada vez más vacío pero las cafeterías siguen abiertas y eso le da una idea y también el impulso para exponerla aún cuando en otra ocasión no lo haría.
—Vamos a tomar un café, pero yo invito… es lo menos que puedo hacer después de que me prestaras tu teléfono… — debe mirarlo hacia arriba pero la diferencia de alturas no le molesta, él no parece alguien que utilice aquel elemento en contra de los otros, por el contrario, pese a que su imagen es sin dudas imponente, al cruzar sus miradas Claire puede notar de inmediato que se siente mas bien en igualdad de condiciones, tal como si estuviera frente a quien puede ser un buen amigo o un digno contendor. — Si quieres le agregamos un croissant o lo que prefieras a ese café… resulta que la llamada era a Paris y me sentiría mucho mejor si aceptaras ambas cosas… — la carcajada que deja escapar es liviana, una risa tranquila de una niña descubierta en alguna travesura, un sonido que termina en una nueva sonrisa expectante, algo más tranquila que antes, olvidando por unos segundos que aún no puede viajar. Abre los ojos repentinamente al notar que no ha recordado algo bastante importante y da un paso al frente para presentarse y besarle ambas mejillas tal como hacen los franceses, — mi nombre es Claire, nacida acá pero viviendo en Paris desde hace una década… es un gusto señor… — retrocede y deja la frase abierta, una pregunta implícita para conocer también su nombre y quizás, sólo si él así lo prefiere, algún dato más sobre si mismo, cualquier cosa mientras espera la respuesta a la invitación y también la posible llamada desde su casa. Los altavoces suenan y ellos se mantienen en silencio, es el mismo mensaje anterior que se repite ahora en otros idiomas, sólo puede entender las palabras en francés y mira con atención hacia el frente esperando quizás poder adivinar gracias a eso el lugar de procedencia de su improvisado acompañante. El silencio de ambos le ayuda a pensar, también a dejar escapar dudas que no debería decir, — ¿a ti quién te espera en casa? Lo digo por lo que tú dijiste antes… — aunque tal vez no lo reconozca de buenas a primeras, si le interesa saber la historia que él posee detrás, saber si tiene una esposa e hijos que debieron botar una cena preparada especialmente para recibirlo o si sólo avisó en su trabajo que no podría llegar al otro día y a la vecina que vuelva a alimentar a su gato.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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