Mas deshicimos las maletas antes de emprender el viaje [Tania Fernández]

Creyó que escuchar por una vez las sugerencias no le haría daño aunque parezca la misión más peligrosa que alguna vez pudo haber emprendido. Haber escuchado esta sugerencia en particular ahora sabe es tal vez el peor error que ha cometido en su muy corta vida. No puede mirarla, mucho menos tocarla, ni siquiera puede acercarse o levantarse de la silla en la que lleva casi media hora, tiene los codos sobre sus rodillas y la cabeza descansando en las palmas que sirven de soporte. Sus ojos no se abren, se siente defectuoso, fracasado, arruinado, roto y por sobre todo eso, se siente un traidor. ¿Cómo podría serlo si ni siquiera fue capaz de besarla o desearla de algún modo? Sólo llegó al burdel y la escogió por el tono de su cabello, una estúpida elección por cierto, ya debía saber que no sería una buena idea seleccionar a una mujer que tuviera algún parecido con su difunta esposa. Pero además de hermosa, la chica le pareció interesante y eso fue todo lo que necesitó para pedirle que accediera a que él fuera su cliente. Felix aún no comprende de donde salió esa personalidad tan distinta a la propia, una imitación quizás de lo que ha visto durante sus años de viudez o probablemente hizo lo que se esperaba de él en una situación como esta.

Y falló, apenas caminó tras ella, mirando ese contoneo de caderas que encendería a cualquier otro hombre, supo que en su caso no sería de la misma manera. No había una anticipación por quitarse la ropa o desnudarla a ella, tampoco imágenes de fantasías donde la protagonista sea esa mujer de piel dorada cuyo nombre desconoce, todo lo contrario, lo único que aparece tras sus párpados son escenas de un pasado que luce cada vez más lejano y difuso, de una carrera por una casa vacía que terminaría con Felix sobre su Anais en cualquier rincón que quiera recibirlos, amándose como lo hicieron desde el primer momento. — Le pagaré… le pagaré el doble… — no sabe como funciona el negocio, es su primera vez en un burdel y aunque todo se estropeó debido a su cobardía, o a algo que aún no identifica, ella no tiene por qué pagar por sus faltas. Se desordena el pelo sin notarlo y levanta el rostro para enfrentarla, sigue sentado luciendo fuera de lugar o quizás sólo como una parte prescindible del mobiliario, no como alguien que espere estar ahí más seguido. — Lamento haberla hecho perder su tiempo, por lo mismo déjeme recompensarla de algún modo. —

Siente que tiene que darle explicaciones, que no puede seguir ahí callado alejándose cada vez que ella quiera acercarse. ¿Por qué entonces simplemente no se va, deja que alguien más entre a esa habitación y use la cama como corresponde? ¿Tan triste es su vida que necesita ir donde una cortesana para tener con quien hablar? Sí. Y es aún más patética que eso. Todo lo que necesita es alguien que no conozca la carga que existe sobre sus hombros, que no sepa que detrás de su rostro de casi adolescente hay un viudo y padre de un hijo que no se atreve a dejar entrar a alguien más en su vida por miedo a perderlo. — Sólo estuve con una mujer en toda mi vida, apenas una en mis 23 años… — se molesta tanto por las palabras que acaban de salir como por el tono en que acaba de decirlo, no quiere parecer como si se justificara a través de su historia, mucho menos que sienta que es indefenso o tal vez vulnerable. — Me dijeron que ya es tiempo de seguir adelante, que debo dar el siguiente paso… ¿Cree usted que dos años es algo razonable, que sólo se necesitan dos años para superar que has perdido al amor de tu vida? — y aunque quiso que su propio pasado no fuera el protagonista lo deja salir. Se levanta y la mira desde más cerca, en otra situación estaría feliz de disfrutar de los placeres que ella puede darle, ahora todo lo que piensa es que ninguna noche en la cama de otra mujer podrá devolverle las que no podrá vivir con su esposa.