Rayos extintos de mi alma [Privado]

-La magia no es sinónimo de poder, Séfer. ¿Cuándo lo entenderás?- La voz de Cédric resonó dentro de su cabeza denotando así, la desesperación y el enfado de la bruja. La discusión se extendió más tiempo del necesario; se supone que él es la consciencia que le hace falta a la mujer, pero ella no logra comprender las acciones y los pensamientos del fantasma. Aún lo ama lo suficiente como para no deshacerse de él con algún truco barato, pero le fastidia el hecho de que se entrometa en lo que no debe ¿Y qué si la fémina desea el poder más que a nada en la vida? La vanidad, la venganza y la avaricia, son los componentes que conforman su carácter, Cédric así la conoció en el pasado ¿Acaso esperaba que tras su muerte que ella cambiase? Si es así, entonces es un idiota. -¡Nunca!- Se limitó a decir. Las ganas de responderle con insultos, con acusaciones falsas o utilizando la fuerza, se desvanecían con el tiempo. No importa lo que haga, no importa la cantidad de veces en las que se vea involucrada, Cédric está muerto y cualquier ataque de la bruja le es completamente indiferente. Sólo esta ahí para recordarle que sí existe la vida después de la muerte pero no es como el resto de la humanidad lo imagina.

La puerta se azotó a su paso. Las ideas se conglomeraron en su cabeza; el sólo hecho de pensar en concluir con aquel ritual amargo y satisfacer sus deseos encontrando la pieza faltante, era un orgasmo ignoto para la fémina. En sus labios se marcaba esa sonrisa lobuna que la caracteriza. Una mujer hermosa sin comparación alguna, largos cabellos ondulados y mirada inocente ¡si tan sólo supiesen lo que guarda detrás! Con paso firme, anduvo por las calles vagando, merodeando los rincones para encontrar su última víctima y realizar la fechoría antes del crepúsculo. De las brujas el mundo conoce el hecho del Sabbat, así como las invocaciones y demás; se inventario historias sobre un círculo de mujeres desnudas y un macho cabrío a la mitad que, después del festín de bebés, terminaría todo en una orgía. No podían estar más equivocados. Los símbolos sí son importantes, la cantidad de brujos no, la noche sí es primordial, la hora exacta… El crepúsculo o en el amanecer. Es justo en estos dos, en donde se rompe la dualidad que rige al mundo desde tiempos mitológicos. El único punto en donde no existe la luz, ni tampoco las sombras. El tiempo perfecto para adentrarse al mundo espiritual y regresar sin pagar un precio muy alto por eso. Pero esto, sólo pocos lo sabían, sólo brujos y hechiceros experimentados que descienden de los originales. Ella, Séfer Zahira, es uno de ellos.

Mientras caminaba por los callejones en busca de una rata, se topó con algo en particular. Un joven sentado sobre el escalón de una puerta. Interesante. No, no el muchacho. Está más que claro que a Séfer no le interesan los hombres de esa forma, lo que le trajo la atención fue el fantasma que lo acechaba. Ella puede verlos con claridad, como si fuesen una persona común entre las multitudes, por supuesto depende del fantasma, pero Séfer al ser nigromante tiene esa habilidad bastante desarrollada. Permaneció detrás de una tapia intentando escuchar lo que aquel fantasma murmuraba, pero sólo pudo apreciar un ruido similar al susurro del viento, inentendible. –Que ni siquiera se te ocurra, Séfer… ¡No!- La bruja ignoró la voz dentro de su cabeza y se acercó hasta el joven. Se acuclilló frente a él tomando su rodilla, sonriendo como una madre le sonríe a un hijo –¿Y si te dijera que sí son reales?- Musitó. Estaba interesada en lo que había dicho aquel fantasma, en él y en los secretos que rodeaban al varón. Si él desconocía la existencia de fantasmas es posible que también estuviese ignorando el hecho de que aparentemente posee una habilidad especial y, quizá, sólo quizá, ella pueda enseñarle lo que sabe y al final robarse todo su poder. Sí, esa era la nueva meta de Séfer. Succionar el poder de los demás brujos.