AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La noche de los cuchillos largos(Solitario)
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La noche de los cuchillos largos(Solitario)
por Teniente Lecrerc Miér Nov 07, 2012 11:35 am
Era de noche, el silencio de un barrio céntrico de París se vio descompuesto por el ruído que emitía una columna de unos veinte coraceros armados y una carreta que avanzaban por la solitaria calle. Los adoquines estaban húmedos por el frío ambiente y las casas, aparentemente normales no mostraban señas de vida.
Lecrerc, envuelto en un capote azulado y con un salacot blanco en la cabeza dio un par de órdenes a los coraceros con un par de gestos y de inmediato, estos desmontaron, dejando sus monturas a un lado de la calle y se armaron con mosquetes y rifles que sacaron de la carreta que iba tras la columna.
Y el caos se desató.
Los soldados irrumpieron en las casas de las inocentes familias, arrastrando pacíficamente,y a veces, usando la fuerza, los miembros de cada una al exterior, se amontonaron en un grupo que quedó custodiado por los coraceros. El subalterno de Lecrerc habló.
-Se hace saber que, gracias a un contacto, nos hemos enterado de que este barrio contiene insurgentes y partículas de resistencia monárquica, así que se proseguirá a la acción de castigo. En nombre de la República y del Orden establecido.
Pronto, entre las familias se escucharon llantos, gritos y gruñidos, pero la multitud fue acallada a base de culatazos por parte de los guardias de alrededor.
En grupos de cuatro o de cinco, familias completas o a medias, iban avanzando hacia un muro que había a un lado de la calle. Los coraceros, que se posicionaban en líneas de cinco, disparaban sus armas contra los civiles y el subalterno, ayudante de Lecrerc, remataba con un certero disparo en la cabeza a sus víctimas. No importaba la condición de los civiles, ancianos o jóvenes, niños o adultos, todos fueron cayendo bajo la lluvia de plomo.
No se sabe cuanto tiempo pasó, solo que el barrio se silenció de nuevo, y los coraceros prosiguieron su marcha.
Lecrerc, envuelto en un capote azulado y con un salacot blanco en la cabeza dio un par de órdenes a los coraceros con un par de gestos y de inmediato, estos desmontaron, dejando sus monturas a un lado de la calle y se armaron con mosquetes y rifles que sacaron de la carreta que iba tras la columna.
Y el caos se desató.
Los soldados irrumpieron en las casas de las inocentes familias, arrastrando pacíficamente,y a veces, usando la fuerza, los miembros de cada una al exterior, se amontonaron en un grupo que quedó custodiado por los coraceros. El subalterno de Lecrerc habló.
-Se hace saber que, gracias a un contacto, nos hemos enterado de que este barrio contiene insurgentes y partículas de resistencia monárquica, así que se proseguirá a la acción de castigo. En nombre de la República y del Orden establecido.
Pronto, entre las familias se escucharon llantos, gritos y gruñidos, pero la multitud fue acallada a base de culatazos por parte de los guardias de alrededor.
En grupos de cuatro o de cinco, familias completas o a medias, iban avanzando hacia un muro que había a un lado de la calle. Los coraceros, que se posicionaban en líneas de cinco, disparaban sus armas contra los civiles y el subalterno, ayudante de Lecrerc, remataba con un certero disparo en la cabeza a sus víctimas. No importaba la condición de los civiles, ancianos o jóvenes, niños o adultos, todos fueron cayendo bajo la lluvia de plomo.
No se sabe cuanto tiempo pasó, solo que el barrio se silenció de nuevo, y los coraceros prosiguieron su marcha.
Teniente Lecrerc- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2012
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