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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Charlemagne Noir Sáb Nov 10, 2012 1:29 am

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Última edición por Charlemagne Noir el Miér Ene 02, 2013 8:30 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Emerick Boussingaut Dom Nov 11, 2012 4:12 pm

“A veces en la vida hay que saber luchar no sólo sin miedo, sino también sin esperanza.”
Alessandro Pertini



Apenas había pasado un día desde su encuentro con Jîldael, aquella mujer que desde hace veinticuatro horas se había convertido en el verdadero torbellino de sus pensamientos y el completo caos de su existencia, tanto, que podría decirse que si hubiese estado consciente durante la noche anterior, no habría pegado pestaña, pero no había estado consciente, ni tampoco lo estaría esa noche; la tercera y última del ciclo lunar vigente y que hasta ese momento no pronosticaba ninguna novedad, hasta esa mañana en la que uno de los criados de los Del Balzo llegó hasta su propia mansión para entregarle una misiva del propio puño y letra de Charles Noir.

Hubiese querido leer mucho más de lo que decía aquel escueto trozo de papel que durante el día había repasado una y otra vez, tanto que a pesar de no haber tenido los poderes de su maldición a cuestas, lo hubiese memorizado de todos modos, con tal lujo de detalle que incluso podría haber reproducido una copia exacta de la misma caligrafía. Era una extraña misiva, en donde el mayordomo le pedía encarecidamente reunirse con él en uno de los viñeros de Chardonnay del sur de Paris y que, entre toda su espigada letra, ni rastros había del motivo por el cual le citaba, y mucho menos lo había de las razones de porque en ese horario en donde tan poca luz de día quedaba. Todo indicaba que el hombre no se había enterado aún de la verdadera naturaleza de su condición.

Por un momento, pensó que podía tratarse de una especie de trampa, no proveniente del hombre, sino que otro sospechoso sin rostro que pudiese haber utilizado su nombre para hacerle ir a solas a un lugar lejano en donde poder apresarle por haberse enterado de sus planes de la Alianza, situación que descartó de manera inmediata al pensar en que nadie más que Jîldael, sus criados y él, sabían de su encuentro, y por tanto aquella correspondencia no podía provenir de otro lugar. Tenía que ser el verdadero Charles quien le había escrito.

Mil teorías pasaron por su cabeza respecto a la urgencia de aquella citación, suponía que se trataba de un asunto importante o peor, algo malo había ocurrido con Jîldael, y salir de aquella duda que le asesinaba, era el único motivo por el cual se presentaría a pesar de la peligrosa proximidad de la hora de salida de luna llena.

Tan sólo había pasado un día, y la verdad era que, una gran parte de él, había estado esperando una señal por parte del anciano o su Ama, pues a pesar de no haberlo expresado ni haberlo compartido con nadie en absoluto, no podía dejar de pensar en todo lo ocurrido y en las ganas reprimidas de buscarle, saber como estaba y verle de nuevo, pero no debía. Realmente no debía, tanto por el respeto y cuidado que tenía por aquella promesa de familia que aspiraba a ser feliz, como por su propia salud mental. Era, definitivamente, una compleja y permanente lucha interna entre el deber y el querer, y esperaba encontrar en Charles, un mínimo de viento fresco que le ayudase a orientar su veleta en la dirección correcta.

El mayordomo, por su parte, era un hombre que, en los pocos minutos en los que habían podido coincidir, había logrado ganarse su respeto en todos los sentidos posibles. Supo, desde el primer momento en que percibió su presencia, que se trataba de un hombre sabio y de confianza, y eso era algo que no podía explicar, simplemente era una sensación tan inexplicable como intensa, una misma sensación que le empujaba a no dudar y acudir a su encuentro tan rápido como le fuese posible.

Subió a su caballo, un hermoso zaino de buena crianza, y agitó las riendas para emprender el camino al lugar indicado. La tarde estaba fresca y el cielo carecía de nubes, prometía ser una noche fantástica si acaso pudiese ser realmente consciente de lo que hacía durante sus transformaciones, pensamiento que, una vez más, trajo a su cabeza la imagen de la pantera recién mutada a humana, tan soberbia como elegante, y sonrió meneando la cabeza mientras pensaba en lo inferior que le hacía sentir y cuanto le había gustado aquello.

Cabalgó a lo largo del trayecto con su mejor tenida de jinete, aquella que no se distinguía tanto en apariencia como en la comodidad y libertad de movimiento que le brindaba, todo lo que necesitaba para una cabalgata apresurada en caso de ser necesaria para su regreso a casa. Cruzó a todo galope a través de los sembradíos de cereales mientras ascendía hacia el área más rocosa en donde se ubicaban los mejores terroirs de toda Francia. La cita debía ser en mitad de los viñedos de Chardonnay y, por ser precisamente una variedad de vides blancas, suponía quedaba del lado sombrío de los montes, aquella precisa ladera por cual salía la temida luna.

Las viñas no tardaron en aparecer en su camino, con su perfecta formación en espaldera, cual grupo de militares enfilados de Norte a Sur en constante tributo al astro rey. Sin duda, para el Duque —declarado amante del agro— era un verdadero regalo para los ojos y no se resistió a bajar la velocidad del galope para disfrutar la belleza del paisaje.

Y ahí estaba Charles, apoyado en uno de los postes de sujeción, encargados de otorgar la tensión necesaria para la espaldera, fumaba pipa y parecía observarle a la distancia. Un presentimiento extraño le hizo detener el caballo y olfatear al aire por un par de segundos antes de volver a emprender la marcha y regañarse a sí mismo por haber pensado en una posibilidad de emboscada. De cierto modo, había querido asegurarse de no hubiese nadie más en aquel lugar, y por supuesto que nadie más había, así que sin volver a permitirse la duda, se acercó hasta el anciano y le dedicó una sonrisa, aún antes de detener al zaino.

Charles — le nombró a modo de saludo, el cual acompañó con una reverencia de cabeza. Entonces bajó del caballo y le ofreció su mano para poder estrechar la suya y saludarle como correspondía.

¿Está todo bien? ¿Ha pasado algo con Jîldael o... ? — le miró algo confuso, sin saber que más preguntar ya que el resto de sus palabras se negaban a salir de su boca, pues aquello sería aceptar frente al mayordomo algo que aún deseaba mantener en su intimidad.





Última edición por Emerick Boussingaut el Jue Ene 10, 2013 7:13 am, editado 1 vez
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Mensaje por Emerick Boussingaut Lun Dic 24, 2012 3:26 pm

"Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía."
Jean Jacques Rousseau



La mirada que le dedicó Charles luego de que él preguntara por Jîldael le hizo asustar y aquello pudo observarse en su rostro, pues para su cabeza, pareciera que el hombre meditara de que madera poder decirle la verdad, y por ello había alcanzado a abrir la boca para apremiar al mayordomo, cuando éste por fin respondió con palabras sinceras y también preocupantes.

¿Qué se ha ido? ¿Cómo que se ha ido? ¿Por qué? — inquirió una y otra vez, refiriéndose a lo mismo.

Su rostro no hizo más que intensificar su expresión de preocupación, ahora entremezclada por el desconcierto que le provocaba la idea de la mujer hubiese huido por su culpa. Quiso saber más, seguir preguntando hasta que el hombre frente a él le diera una respuesta satisfactoria, pero el rostro de Charles se mostraba demasiado compungido para seguir presionándole y el chasqueo de su lengua le dejó claro que nada más tenía el anciano para contarle, pero ¿por qué lo había citado ahí entonces?

Le miró aun más confundido cuando él le corroboró diciendo que no estaba ahí por ello, ni por nada que tuviera que ver con Jîldael, mas el hombre se le acercó a una distancia mas personal y, suponiendo que algo le diría de manera más confidencial, no se alejó de su posición y ahí estuvo su más grande error.

Emerick le miró con el ceño fruncido mientras el mayor sacudía su pipa contra el soporte de la espaldera, como si alargando la espera de sus palabras le hiciera parecer más interesante, lo que al licántropo comenzó a molestarle y finalmente dio un paso hacia el costado, pero sólo uno. De haber sabido los propósitos del viejo, de seguro hubiese escapado para intentar hacerle entrar en razón y entender el porqué de sus actos.

Charles habló una vez más, al parecer por fin develaría la causante de tanto misterio, pero apenas había comenzado a ahondar en el asunto de sus inquietudes, cuando sin siquiera darle tiempo a reaccionar, el hombre se le abalanzó encima, con todo y esposas en mano, para hacerle prisionero de ese mismo lugar. Sin poder creerlo, el escocés se miró la muñeca prisionera y luego al mayordomo con cara de estupor.

¿Qué... ? ¿Por qué? ¡Charles! — le exigió mientras el otro sonreía y más aún se tomaba la molestia de ponerse a rellenar su pipa de un conocido tabaco — ¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué me hacéis esto? — le preguntó, comenzando poco a poco a perder la calma, lo que ya se hizo más evidente cuando el hombre comenzó a alejarse hacia su caballo.

¿Chales?... ¿A dónde...? ¡¡¡CHARLES!!! — le gritó enfurecido, ya dando por primera vez un jalón desmedido a ese poste de fierro que hizo hasta ceder un poco de tierra.

Os sugiero que no os resistáis, Milord. Nunca ha sido mi intención que os hagáis daño, pero si seguís forcejeando de ese modo tan brutal, vuestra muñeca no lo va a resistir... y, con todo el corazón, no quisiera tener que dejaros inconsciente. Sé que no entendéis nada, pero si os puedo pedir algo a ciegas es que, por favor, confiéis en mí. Os aseguro que sé lo que hago — le dijo el hombre mientras acariciaba la crin de su caballo, con una calma que a Emerick le crispaba los nervios.

¡¡Claro que sabéis lo que hacéis, maldito cretino!! ¡Lo habéis planeado desde que se ha ido vuestra ama y la habéis cargado conmigo! ¡Lo supiste, supiste lo que era y por eso lo usáis ahora en mi contra para tomar venganza! ¡Sois un cobarde Charles Noir, y no sacaréis nada con entregarme de esta manera!

Le gritó sin que el hombre le prestara la mayor atención y por ello su rabia más se acrecentó. El anciano era un completo traidor y ahora de seguro le entregaría a algún cazador o inquisidor ¿Quién sabe? Cualquiera que quisiera descubrir y aprovechar de la maldición recaída sobre uno de la realeza. Era un sucio y vil villano rastrero a quien, lamentablemente, se daba cuenta ahora que sería incapaz de asesinar; prefería irse, huir del país y postergar su causa, antes de tocarle la vida a Charles Noir.

Colérico, comenzó a jalar aun con más fuerzas, ya no tan sólo su muñeca sino con ambas manos había tomado la cadena de ésta para jalarla con ambas manos y hacer que saliera el poste de tierra. Le jaló con todas sus fuerzas, se empujó con sus propias piernas, pateó el poste, tiró de las esposas una y otra vez, pasando de la rabia a la desesperación a medida que pasaban los minutos y la Luna se hacía se hacía cerca. Estuvo a punto de voltear y gritar al hombre que se fuera, que huyera antes que fuera demasiado tarde, pues al salir la Luna, él ya no sería el mismo y no habría poste, ni espaldera que lograra contenerle; pero el anciano era más listo, y cuando Emerick le miró, ya iba a medio galope en dirección hacia el pueblo, así que siguió jalando hasta hacerse zafar la muñeca. Gritó de dolor y cayó arrodillado al suelo con ganas de echarse a llorar, le dolía la traición de Charles y le asustaba que el hombre fuese más rápido que la Luna y llegara con los cazadores antes de que él pudiera escapar. Fue entonces, que ya derrotado y con la cabeza gacha, se giró hacia el horizonte para mirar en la dirección que había escapado el hombre, y ahí le vio, mirándole a lo lejos y escondiéndose entre los viñedos. El muy estúpido ni siquiera había huido.

El escocés volvió a ponerse de pie asustado, el hombre parecía haber desaparecido, pero Emerick sabía que estaba ahí, podía sentirlo, como si en verdad fuese una persona demasiado cercana para poder ocultarse, lo sentía sin siquiera olerlo. Iba a gritarle, pero entonces temió porque a esa distancia ya no le entendiera y se acercara para escuchar, lo cuál sería aún peor. No tenía otra alternativa, tendría de jalar hasta arrancarse la propia mano de ser necesario, y así es como hizo. Tiró y tiró de forma descontrolada, haciendo que el hueso cediera una vez más y se le desgarra la piel, pero entonces la Luna Llena apareció para cobrarle la cordura.

Gritó, una vez más, a causa del dolor y se encogió entero mientras comenzaba a perder la conciencia. Toda la rabia y los miedos se silenciaron a causa del dolor; se retorció, tembló y sucumbió ante la Luna implacable hasta que su cuerpo se entregó por completo a su juego brutal y doloroso, mas aún así, entre los últimos vestigios de su conciencia, jaló una vez más con todas sus fuerzas, que ahora se duplicaban a costo de tortura, e hizo ceder la espaldera hasta hacerle caer con toda su hilera de parronales que se desmoronaban cual fila de dominós empujados por diversión, al mismo tiempo que su último grito humano hacía eco entre los campos franceses.

***

Un aullido lejano advirtió de la presencia del enorme lobo blanco, mas éste no estaba por la labor de quedarse en el puesto para ser estudiado y rápida y sigilosamente, subió hasta la cumbre de los cerros desde donde olisqueó el aire, recogiendo todos los aromas que le llevaba la brisa. Un olor familiar, humano, llegó hasta su delicada nariz e inmediatamente se echó a correr en dirección a la estela de aromas que había dejado el caballo del Noir que portaba su ropa, pues todo indicaba hasta ahora, que al parecer sería el pobre e infeliz equino quien pagaría por todas las culpas y pecados del Noir.




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Mensaje por Emerick Boussingaut Jue Ene 17, 2013 9:54 am


"Un hombre hambriento es un hombre enojado."
James Howell



Se detuvo en seco. Un aullido ajeno había repercutido en sus paredes auditivas haciendo que se le erizaran los pelos del lomo, supo de inmediato que ya no estaba solo y sus orejas giraron levemente hacia atrás como una verdadera antena parabólica en busca de la nueva señal; un pataleo ligero que no fue necesario comprobar para que se echara a correr nuevamente y con toda su potencia a la cacería de aquel caballo con aroma a hombre. Su gran sentido de territorialidad no permitiría que viniera otro a ganarle la partida; primero tumbaría a la presa que veloz huía y luego a todo aquel que intentase quitársela sin la espera de que fuera él quien cenara primero.

Ya casi lo alcanzaba, el caballo corría asustado a todo lo que daban sus musculosas piernas y el viento les azotaba en la cara con furia desmedida, mas eso no importaba, sólo importaba hacerse con la presa, enterrarle los colmillos y apretar sus quijadas hasta desgarrar sus membranas para arrebatarle la vida, la dulce y jugosa vida que ya podía imaginar aún latiendo a medida que era engullida por su paladar hambriento, ese mismo insaciable que aparecía detrás de cada metamorfosis lobera. Prácticamente era suyo, palmo a palmo a su lado, listo para darle la estocada final, pero el coyote que apareció del otro lado también lo distrajo; por un momento dudó en si hacerse con la presa o defender sus dominios, pero su mente no era tan desarrollada como la del coyote en aquellos momentos y los instintos no le decían otra cosa que correr y desgarrar ya sea la garganta del caballo o la del otro can. No tuvo tiempo a hacerlo, el coyote se le tiró encima de un salto bloqueándole el camino.

Miles de preguntas se hubieran cruzado en su mente si fuera capaz de preservar la conciencia humana ¿Qué se creía? ¿Cómo osaba interrumpirle en su caza? Pero ninguno de esos pensamientos llegaron a su salvaje cabeza y sólo reaccionó por el simple instinto de sentirse atacado, ni siquiera gruñó con advertencia, pues aquel zorro no era la pantera de la noche anterior, esa que atacaba de lejos y mantenía su distancia, no, él ya había invadido la suya, ya estaba demasiado cerca como para detenerse a gruñir o ver como azotaba la cola. No esperó nada, ni siquiera esperar algún atisbo de sumisión de su parte ya que a esa distancia no merecía la disculpa. Se abalanzó de inmediato sobre su lomo para morder su cuello por la parte alta, donde el coyote era más susceptible, donde sus quijadas le protegían menos y donde, por ayuda de su propio peso, le obligaría a doblegar sus patas y hacerle caer al suelo.

El licántropo era un cazador nato, no era un lobo cualquiera, era precisamente como su nombre lo indicaba, un hombre lobo; mitad humanoide, mitad lobo, su velocidad se aumentaba al correr con sus cuatro patas, su posibilidad de ataque era máxima al poder usar sus garras con dedos alargados e independientes como manos humanas, su cuello corto y grueso era mucho menos propenso a los ataques externos y su quijada mucho más poderosa que la mordida de cualquiera de las otras especies.

Le atacó así, despiadado, fúrico y con todo el éxtasis reprimido de aquella cacería truncada. No reparó en juegos de ningún tipo, ni tampoco en dominaciones, sólo deseaba su muerte tanto como sus colmillos anhelaban atravesarle la carne. Mala idea la de Charles Noir, nunca es bueno interrumpir una cacería sin siquiera haber reparado en distancias. La suerte ya estaba echada, ahora la supervivencia del Maestre sólo dependía de su propia destreza.


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