AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
2 participantes
Página 1 de 1.
Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
No podía decirse que hubiera tenido suerte con mi búsqueda de patrón, de hecho el escenario daba más pinta de reflejar una mala racha sin fin. Había llegado a París con la amabilidad de un noble teniente recibiéndome, uno que me había comprado un vestido y regalado un crucifijo que yo no me daría el lujo de adquirir y yo pensé que desde ese punto todo iría bien, pero Dios había querido que mi camino fuese más escabroso al negarme como patrón al conde.
Suspiré de nervios al estar frente al último lugar que me había dicho el teniente que aparecía en el papel que me había dado mi madre. No podía parar me morderme el labio inferior ante magnífico lugar. ¡Era la mansión más grande la lista! Por eso la había dejado para el final, pero ese final había llegado más pronto de lo que había pensado. Tenía que componerme, pues ningún señor contrataría a una criada tan vacilante, de esas que podían ceder fácilmente bajo presión.
—Ya, tranquila Tulipe —dije dentro de mi mente al mismo tiempo que tomaba mi nuevo crucifijo sobre mi pecho— Piensa que llevas un vestido decente. Por lo menos no te echarán a patadas esta vez.
Sí, eso funcionaría. No temerían que pudiera manchar sus tapices y serían más amables. Podía ser eso o podían ofenderse de que una sirvienta vistiera casi como una señorita de buen hogar. Oh, por Jesucristo, yo misma estaba jugando en mi contra dándole vueltas al asunto. Lo mejor sería cortar por lo sano y enfrentarme a lo que fuera que me deparaba el sendero que me había puesto enfrente el Señor, ya fuera perjudicial o beneficioso a mi agujereado bolsillo.
—Aquí voy —murmuré casi en silencio cuando me encaminé hacia la gran puerta de la mansión, aún sin saber si era mejor huir o intentarlo, pero por respeto a mi madre permanecía en el lugar.
Golpeé la puerta con mis débiles nudillos tambaleantes. No había sido tan terrible, ¿o sí? Se pondría bueno cuando me hicieran pasan para encarar a quien era mi última esperanza de techo, comida y tal vez, sólo tal vez un poco de amabilidad. La necesitaba. No podía esperar cariño, pero cordialidad no era un mal camino.
Me sobresalté cuando se abrió la ventanilla de la puerta, dejando ver los ojos arrugados de una señora de severa mirada. Abrió la puerta por completo cuando me vio, probablemente pensando que una chiquilla delgada como yo podía hacer muy poco que provocara daño alguno. Esa señora que me miraba de pies a cabeza estaba mejor vestida que yo, pero el atuendo era muy oscuro y sobrio. Debía ser el ama de llaves.
—Ah, tú eres la chica de la que escribió ese obispo de Amiens —me dijo casi de manera despectiva por haber recibido ayuda de un religioso tan intachable como él.
Lo aceptaría, pues si me quedaba con el empleo, con el tiempo ella se acostumbraría a mí y si no quedaba, al menos no tendríamos que volver a vernos las caras. Ella me daba un poco de miedo o más bien dicho su voz, que se asimilaba a la de un hombre con esa ronquez.
—S-sí Madame, soy Tulipe En---
—Ya, ya. Quien eres se lo dirás al patrón. Yo no juzgaré si te quedas o no —cortó la presentación que estaba realizando para ser cortés— Pasa, niña, que no tengo todo el día y el señor tampoco.
Mis torpes piececillos cruzaron las puertas con valor. Los lujos del lugar estaban a la vista y muchos de ellos en el camino. Tenía que manejar mi torpeza si no quería romper algún jarrón milenario que costase más que mi vida. La señora caminó frente a mí para que la siguiera sin siquiera mirar atrás. Yo era una tarea molesta más en su día de trabajo.
Llegamos a un salón en donde los cojines parecían nubes del cielo y los colores me recordaban a las dulcerías, esas que te invitaban a probar las texturas deliciosas que podía adoptar el azúcar. Me daban ganas de olvidarme de que era una criada que venía a Paris buscando oportunidades, una de tantas, para tirarme en el sofá, usar sólo una bata de seda y estirar mi cuerpo sobre los suaves cojines para relajarme por completo, pero la mujer carraspeó su garganta para despertarme de mi sueño despierta.
—El amo vendrá en unos minutos. Si le interesa en algo que trabajes para él, te llevará más al interior, pero este salón en el que recibe a toda clase de personas es el primer umbral que debes cruzar —habló como toda una oficial del ejército, faltándole poco para alinearme— ¡Ah! Y no toques nada. Me sé de memoria cada vasija de esta mansión.
Estando sola, sólo pude jugar con mis manos como una condenada y herir mi labio inferior. Ya bastantes nervios tenía por irrumpir en un lugar tan elegante como ese y ahora tenía que recomponerme. El crucifijo que colgaba de mi pecho me ayudaba más que nunca.
—Sea lo que sea, pero que no me desvía de tu camino, mi señor Jesucristo —rogué mentalmente, esperando sobre la alfombra.
Suspiré de nervios al estar frente al último lugar que me había dicho el teniente que aparecía en el papel que me había dado mi madre. No podía parar me morderme el labio inferior ante magnífico lugar. ¡Era la mansión más grande la lista! Por eso la había dejado para el final, pero ese final había llegado más pronto de lo que había pensado. Tenía que componerme, pues ningún señor contrataría a una criada tan vacilante, de esas que podían ceder fácilmente bajo presión.
—Ya, tranquila Tulipe —dije dentro de mi mente al mismo tiempo que tomaba mi nuevo crucifijo sobre mi pecho— Piensa que llevas un vestido decente. Por lo menos no te echarán a patadas esta vez.
Sí, eso funcionaría. No temerían que pudiera manchar sus tapices y serían más amables. Podía ser eso o podían ofenderse de que una sirvienta vistiera casi como una señorita de buen hogar. Oh, por Jesucristo, yo misma estaba jugando en mi contra dándole vueltas al asunto. Lo mejor sería cortar por lo sano y enfrentarme a lo que fuera que me deparaba el sendero que me había puesto enfrente el Señor, ya fuera perjudicial o beneficioso a mi agujereado bolsillo.
—Aquí voy —murmuré casi en silencio cuando me encaminé hacia la gran puerta de la mansión, aún sin saber si era mejor huir o intentarlo, pero por respeto a mi madre permanecía en el lugar.
Golpeé la puerta con mis débiles nudillos tambaleantes. No había sido tan terrible, ¿o sí? Se pondría bueno cuando me hicieran pasan para encarar a quien era mi última esperanza de techo, comida y tal vez, sólo tal vez un poco de amabilidad. La necesitaba. No podía esperar cariño, pero cordialidad no era un mal camino.
Me sobresalté cuando se abrió la ventanilla de la puerta, dejando ver los ojos arrugados de una señora de severa mirada. Abrió la puerta por completo cuando me vio, probablemente pensando que una chiquilla delgada como yo podía hacer muy poco que provocara daño alguno. Esa señora que me miraba de pies a cabeza estaba mejor vestida que yo, pero el atuendo era muy oscuro y sobrio. Debía ser el ama de llaves.
—Ah, tú eres la chica de la que escribió ese obispo de Amiens —me dijo casi de manera despectiva por haber recibido ayuda de un religioso tan intachable como él.
Lo aceptaría, pues si me quedaba con el empleo, con el tiempo ella se acostumbraría a mí y si no quedaba, al menos no tendríamos que volver a vernos las caras. Ella me daba un poco de miedo o más bien dicho su voz, que se asimilaba a la de un hombre con esa ronquez.
—S-sí Madame, soy Tulipe En---
—Ya, ya. Quien eres se lo dirás al patrón. Yo no juzgaré si te quedas o no —cortó la presentación que estaba realizando para ser cortés— Pasa, niña, que no tengo todo el día y el señor tampoco.
Mis torpes piececillos cruzaron las puertas con valor. Los lujos del lugar estaban a la vista y muchos de ellos en el camino. Tenía que manejar mi torpeza si no quería romper algún jarrón milenario que costase más que mi vida. La señora caminó frente a mí para que la siguiera sin siquiera mirar atrás. Yo era una tarea molesta más en su día de trabajo.
Llegamos a un salón en donde los cojines parecían nubes del cielo y los colores me recordaban a las dulcerías, esas que te invitaban a probar las texturas deliciosas que podía adoptar el azúcar. Me daban ganas de olvidarme de que era una criada que venía a Paris buscando oportunidades, una de tantas, para tirarme en el sofá, usar sólo una bata de seda y estirar mi cuerpo sobre los suaves cojines para relajarme por completo, pero la mujer carraspeó su garganta para despertarme de mi sueño despierta.
—El amo vendrá en unos minutos. Si le interesa en algo que trabajes para él, te llevará más al interior, pero este salón en el que recibe a toda clase de personas es el primer umbral que debes cruzar —habló como toda una oficial del ejército, faltándole poco para alinearme— ¡Ah! Y no toques nada. Me sé de memoria cada vasija de esta mansión.
Estando sola, sólo pude jugar con mis manos como una condenada y herir mi labio inferior. Ya bastantes nervios tenía por irrumpir en un lugar tan elegante como ese y ahora tenía que recomponerme. El crucifijo que colgaba de mi pecho me ayudaba más que nunca.
—Sea lo que sea, pero que no me desvía de tu camino, mi señor Jesucristo —rogué mentalmente, esperando sobre la alfombra.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
"Confianza es el sentimiento de poder creer a una persona incluso cuando sabemos que mentiríamos en su lugar."
Henry Louis Mencken
Henry Louis Mencken
Necesitaba una mente joven y un alma pura, alguien que aún no estuviese contaminado con las habladurías y el terror de la Iglesia, alguien que creyera en lo que le enseñaran a creer y a quien poder intimidar en caso de no funcionar todo aquello de la mente abierta. No era fácil encontrar a una persona de esas características en la Francia revolucionaria del 1800, donde todas las Doñas se escandalizaban con suma facilidad y las cortesanas plagaban los suburbios, consumando los hechos en la misma acera.
Algo le habían dicho de una muchacha que había llegado desde fuera y que parecía ser tan buena como las Monjas Carmelitas. Sea como sea, y aun cuando lo hubiese escuchado de primera mano, era algo que más valía comprobar de manera directa antes de confiar totalmente en lo que la nueva criada debía mantener en secreto y jurar proteger.
Le esperaba ya de pie cuando el ama de llaves fue hasta su despacho para avisarle de la llegada de la joven, al menos parecía ser puntual, lo que parecía un muy buen augurio, aun cuando la cara de Clodette, la matrona, no se veía realmente amigable, y es que tampoco podía estarlo luego de comenzar a ver tanto sobrenatural rondando por la mansión. Demasiado ya le había costado a la mujer, el tener que aceptar que el mismo niño al que había criado de pequeño, se transformaba ahora en una bestia asesina cada vez que la Luna Llena salía a reinar sobre el firmamento.
El Duque asintió con la cabeza y salió del lugar, precedido por la regordeta mujer que le guiaba hasta el salón en donde la chica le esperaba, aun cuando ambos supieran que Emerick sabía a donde dirigirse, probablemente sólo le acompañase para asegurarse que en verdad ninguna de las cosas del salón hubiese ido a parar a los bolsillos de la muchacha, por lo que evidentemente, no pudo evitar gruñir por lo bajo cuando su patrón le detuvo antes de llegar a la puerta para abrirla por él mismo, pero a diferencia de como lo había pensado ella, el hombre sólo quería abrir un par de centímetros para observarle a la aspirante a través de la pequeña abertura.
La joven parecía nerviosa, pero esperaba tan tranquila como estatua. Vestía de manera más elegante al resto de las empleadas, pero aún sin estar a la altura de la realeza. Había reconocer que se veía impecable y que además era sumamente guapa, lo que de inicio podría traerle un par de problemas con algunos de los vampiros que integraban a la Alianza ¿Pero qué podía hacer? Desfigurarle el rostro no era una alternativa, aunque se la dejaría apuntada para situaciones extremas, pues de pronto se le vino a la imagen el clásico de los sirvientes más fieles; jorobados y deformes, quizás no sería descabellado después de todo, la tradición siempre tenía sus razones.
Finalmente abrió la puerta de par en par y la cerró de inmediato, dejando a una ofendida ama de llaves afuera, así que miró a la puerta con un poco de remordimiento antes de girarse hacia la chica y observarle desde su ángulo. Realmente no le interesaba tanto su físico y vestimenta, como las reacciones que pudiera tener, quería saber exactamente si era o no lo que estaba buscando, aunque su primera impresión parecía indicarle que sí.
— Buen día — le saludó con simpleza y se acercó hasta dejar entre ambos una distancia prudente — Entonces... vos sois la enviada del obispo — le miró de pies a cabeza, sin poder evitar el preguntarse si acaso habría tenido que pagarle al corrupto con un par de favores carnales — Hablaba muy bien de vos ¿Tenéis mucho apego con él o... sois una fiel apegada la Iglesia? — le preguntó antes de sentarse en uno de sillones e indicarle que podía hacer lo mismo — Podéis tomar asiento.
Esa era, sin duda, la respuesta más decisiva de todas, donde probablemente pudiese comenzar a ver cuan a favor estaba las creencias católicas y hasta donde llegaba su fanatismo del cual su crucifijo ya la denotaba como parte de una devota secta. Era por este camino de preguntas en donde realmente podría ver si acaso estaba tratando con una amenaza o con una verdadera promesa de ayuda y mente abierta a la aceptación de una raza diferente de “hermanos”.
Algo le habían dicho de una muchacha que había llegado desde fuera y que parecía ser tan buena como las Monjas Carmelitas. Sea como sea, y aun cuando lo hubiese escuchado de primera mano, era algo que más valía comprobar de manera directa antes de confiar totalmente en lo que la nueva criada debía mantener en secreto y jurar proteger.
Le esperaba ya de pie cuando el ama de llaves fue hasta su despacho para avisarle de la llegada de la joven, al menos parecía ser puntual, lo que parecía un muy buen augurio, aun cuando la cara de Clodette, la matrona, no se veía realmente amigable, y es que tampoco podía estarlo luego de comenzar a ver tanto sobrenatural rondando por la mansión. Demasiado ya le había costado a la mujer, el tener que aceptar que el mismo niño al que había criado de pequeño, se transformaba ahora en una bestia asesina cada vez que la Luna Llena salía a reinar sobre el firmamento.
El Duque asintió con la cabeza y salió del lugar, precedido por la regordeta mujer que le guiaba hasta el salón en donde la chica le esperaba, aun cuando ambos supieran que Emerick sabía a donde dirigirse, probablemente sólo le acompañase para asegurarse que en verdad ninguna de las cosas del salón hubiese ido a parar a los bolsillos de la muchacha, por lo que evidentemente, no pudo evitar gruñir por lo bajo cuando su patrón le detuvo antes de llegar a la puerta para abrirla por él mismo, pero a diferencia de como lo había pensado ella, el hombre sólo quería abrir un par de centímetros para observarle a la aspirante a través de la pequeña abertura.
La joven parecía nerviosa, pero esperaba tan tranquila como estatua. Vestía de manera más elegante al resto de las empleadas, pero aún sin estar a la altura de la realeza. Había reconocer que se veía impecable y que además era sumamente guapa, lo que de inicio podría traerle un par de problemas con algunos de los vampiros que integraban a la Alianza ¿Pero qué podía hacer? Desfigurarle el rostro no era una alternativa, aunque se la dejaría apuntada para situaciones extremas, pues de pronto se le vino a la imagen el clásico de los sirvientes más fieles; jorobados y deformes, quizás no sería descabellado después de todo, la tradición siempre tenía sus razones.
Finalmente abrió la puerta de par en par y la cerró de inmediato, dejando a una ofendida ama de llaves afuera, así que miró a la puerta con un poco de remordimiento antes de girarse hacia la chica y observarle desde su ángulo. Realmente no le interesaba tanto su físico y vestimenta, como las reacciones que pudiera tener, quería saber exactamente si era o no lo que estaba buscando, aunque su primera impresión parecía indicarle que sí.
— Buen día — le saludó con simpleza y se acercó hasta dejar entre ambos una distancia prudente — Entonces... vos sois la enviada del obispo — le miró de pies a cabeza, sin poder evitar el preguntarse si acaso habría tenido que pagarle al corrupto con un par de favores carnales — Hablaba muy bien de vos ¿Tenéis mucho apego con él o... sois una fiel apegada la Iglesia? — le preguntó antes de sentarse en uno de sillones e indicarle que podía hacer lo mismo — Podéis tomar asiento.
Esa era, sin duda, la respuesta más decisiva de todas, donde probablemente pudiese comenzar a ver cuan a favor estaba las creencias católicas y hasta donde llegaba su fanatismo del cual su crucifijo ya la denotaba como parte de una devota secta. Era por este camino de preguntas en donde realmente podría ver si acaso estaba tratando con una amenaza o con una verdadera promesa de ayuda y mente abierta a la aceptación de una raza diferente de “hermanos”.
Última edición por Emerick Boussingaut el Miér Ene 09, 2013 6:35 am, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
Justo cuando pensaba permitirle a mi respiración regularse para relajar mi semblante, el ruido de un par de extravagantes puertas de me sacó de mi conexión con mi espíritu para volver a la tierra y fijarme en la figura que acababa de entrar al salón. Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi a quien podía convertirse en mi patrón. Costábame creer que alguien tan joven pudiese tener tanto poder, pero lo pensé de nuevo y adapté mi mente a esa idea tan remota a mi entendimiento. Era un mundo distinto del mío, en el cual tu nacimiento determinaba cuánto tendrías y las tareas que te avecinaban, mientras que en el mío el futuro era incierto.
Junté mis manos apretándolas sobre mi regazo como primera reacción para luego inclinar mi cabeza. Desde ese momento corría el tiempo para que él juzgara si valía para ser su criada o no, aunque ya valiese lo suficiente para Dios. Monsieur Boussingaut, duque de Escocia, de él yo dependía para comer ese día.
Se secó mi garganta cuando vi que el ama de llaves se quedó atrás, con el coraje subiéndole hasta los pliegues de su cuello. ¿Estaría sola con ese señor? Tragué saliva al comprobar que así sería, aunque por dentro deseé que pasaran otros sirvientes por la estancia para poder disimular mi timidez. Pensé en mi madre y suspiré. Ella jamás me lo hubiese permitido, pero un techo era un techo.
—B-Buenos días, Monsieur. Es un honor —miré hacia abajo con los colores invadiendo mi rostro.
Me obligué a mí misma a levantar la mirada para que no lo considerara una falta de respeto de mi parte. Al menos su rostro tenía el similor de una buena persona y no tenía nada que temer… ¿verdad?
—Usted es el que lo está diciendo —asentí con su descripción, agradeciendo por dentro el haber contado con el apoyo de alguien tan importante— Tulipe Enivrant para servirle a su merced.
Al parecer todo iba bien, pero me inquieté un poco cuando me hizo esa pregunta que oscilaba entre la cordialidad y la malicia. Era inapropiado hacerle una pregunta de esa índole a una señorita, sobre todo cuando la sola pregunta dejaba entrever lo que pensaba quien interrogaba, pero yo no me atrevía a contradecirle de ninguna manera. No estaba en juego únicamente mi trabajo, sino también la palabra del obispo y las nobles intenciones de mi progenitora.
—Yo… siempre he permanecido fiel a los mandamientos de la iglesia —dije lentamente para evitar tartamudear— Considero servir como mi ocupación por un sentido y mi camino por el otro.
Era mi manera de decirle que no todas las pueblerinas usábamos esa moneda de cambio tan degradante al alma y contraria a la voluntad del Señor. Yo no ponía en duda el llevar una vida de castidad hasta el día de mi matrimonio, sin embargo, no pude evitar preguntarme si alguna vez mi madre le habría concedido ese tipo de facultades al obispo en su juventud, cuando tenía el trabajo más antiguo del mundo. Rogué que no fuera así unos instantes y luego volví al salón. Si el Duque notaba que mi mirada se perdía por mucho tiempo, lo más probable era que reconsiderara emplearme.
Sonreí tímidamente cuando él me ofreció tomar asiento en esos lujosos cojines, pues lo demás señores que me había tocado ver, dejaban que permaneciera de pié mientras ellos reclinaban sus espaldas y alzaban sus mandíbulas para recalcarme cuál era mi lugar y cuál era la posición de ellos. Era otra buena señal que había recibido de él, pero por alguna extraña razón aún no me sentía cómoda. Si, era cierto, estaba a solas con un señor y eso ya hacía que mi boca se moviera sin rumbo fijo, pero eso no era todo. El colibrí de la intuición me susurraba al oído, pero yo no podía oírlo del todo.
Con cuidado me senté en el sofá a mis espaldas, casi deslizándome en su esponjosidad que imitaba a la lana de los carneros en Amiens. Era inútil intentar sentarse en esas complicadas posturas que tenían las damas de alta sociedad, pero intentaba hacerlo lo más correctamente posible. Quizás no me harían sentarme de nuevo si no lo hacía bien. Fue entonces cuando noté que el señor presente se fijaba en el crucifijo que colgaba de mi pecho, ese que me había regalado el teniente al ver lo efusivamente católica que era. Tragué saliva. No me atrevía a preguntarle nada por temor a que se viera ofendido, pero por dentro me hacía pedazos intentando averiguar…
—Oh, Dios mío. Que no esté en contra…—rogué dentro de mi mente.
Junté mis manos apretándolas sobre mi regazo como primera reacción para luego inclinar mi cabeza. Desde ese momento corría el tiempo para que él juzgara si valía para ser su criada o no, aunque ya valiese lo suficiente para Dios. Monsieur Boussingaut, duque de Escocia, de él yo dependía para comer ese día.
Se secó mi garganta cuando vi que el ama de llaves se quedó atrás, con el coraje subiéndole hasta los pliegues de su cuello. ¿Estaría sola con ese señor? Tragué saliva al comprobar que así sería, aunque por dentro deseé que pasaran otros sirvientes por la estancia para poder disimular mi timidez. Pensé en mi madre y suspiré. Ella jamás me lo hubiese permitido, pero un techo era un techo.
—B-Buenos días, Monsieur. Es un honor —miré hacia abajo con los colores invadiendo mi rostro.
Me obligué a mí misma a levantar la mirada para que no lo considerara una falta de respeto de mi parte. Al menos su rostro tenía el similor de una buena persona y no tenía nada que temer… ¿verdad?
—Usted es el que lo está diciendo —asentí con su descripción, agradeciendo por dentro el haber contado con el apoyo de alguien tan importante— Tulipe Enivrant para servirle a su merced.
Al parecer todo iba bien, pero me inquieté un poco cuando me hizo esa pregunta que oscilaba entre la cordialidad y la malicia. Era inapropiado hacerle una pregunta de esa índole a una señorita, sobre todo cuando la sola pregunta dejaba entrever lo que pensaba quien interrogaba, pero yo no me atrevía a contradecirle de ninguna manera. No estaba en juego únicamente mi trabajo, sino también la palabra del obispo y las nobles intenciones de mi progenitora.
—Yo… siempre he permanecido fiel a los mandamientos de la iglesia —dije lentamente para evitar tartamudear— Considero servir como mi ocupación por un sentido y mi camino por el otro.
Era mi manera de decirle que no todas las pueblerinas usábamos esa moneda de cambio tan degradante al alma y contraria a la voluntad del Señor. Yo no ponía en duda el llevar una vida de castidad hasta el día de mi matrimonio, sin embargo, no pude evitar preguntarme si alguna vez mi madre le habría concedido ese tipo de facultades al obispo en su juventud, cuando tenía el trabajo más antiguo del mundo. Rogué que no fuera así unos instantes y luego volví al salón. Si el Duque notaba que mi mirada se perdía por mucho tiempo, lo más probable era que reconsiderara emplearme.
Sonreí tímidamente cuando él me ofreció tomar asiento en esos lujosos cojines, pues lo demás señores que me había tocado ver, dejaban que permaneciera de pié mientras ellos reclinaban sus espaldas y alzaban sus mandíbulas para recalcarme cuál era mi lugar y cuál era la posición de ellos. Era otra buena señal que había recibido de él, pero por alguna extraña razón aún no me sentía cómoda. Si, era cierto, estaba a solas con un señor y eso ya hacía que mi boca se moviera sin rumbo fijo, pero eso no era todo. El colibrí de la intuición me susurraba al oído, pero yo no podía oírlo del todo.
Con cuidado me senté en el sofá a mis espaldas, casi deslizándome en su esponjosidad que imitaba a la lana de los carneros en Amiens. Era inútil intentar sentarse en esas complicadas posturas que tenían las damas de alta sociedad, pero intentaba hacerlo lo más correctamente posible. Quizás no me harían sentarme de nuevo si no lo hacía bien. Fue entonces cuando noté que el señor presente se fijaba en el crucifijo que colgaba de mi pecho, ese que me había regalado el teniente al ver lo efusivamente católica que era. Tragué saliva. No me atrevía a preguntarle nada por temor a que se viera ofendido, pero por dentro me hacía pedazos intentando averiguar…
—Oh, Dios mío. Que no esté en contra…—rogué dentro de mi mente.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
"No puedo creer en un dios que quiera ser alabado todo el tiempo."
Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche
La mujer parecía tan tímida y asustadiza como un mudo carnero con el cuchillo al cuello, esos estúpidos animales que parecen imposibilitados de reclamar incluso al momento de su muerte, en donde el cuchillo atraviesa su carne sin dar la menor señal de suplicio excepto por una mirada muda clamante de una piedad que jamás sería concedida, ni escuchada. Y tal y como había supuesto antes, seguía manteniendo en su cabeza el pensamiento y la duda de cuan ventajoso podría ser aquello para una persona con tanto secreto como él.
— Tulipe — repitió su nombre por la mera curiosidad de degustarlo entre sus labios, desarmándolo letra a letra, como la novedad que le significaba escuchar uno como aquel — Mi flor terrestre favorita es el tulipán, y mi árbol el tupilero... quizás sea una buena señal — pensó en voz alta y mirando a la chica, como si en verdad se lo dijera a ella, pues en el interior de su cabeza se preguntaba que tan buen augurio podría ser al unir su peculiar simpatía por el nombre a su evidente timidez, que aún no terminaba de convencerle de si era o no favorable para sus propósitos.
Le observó sentarse con cierta incomodidad, parecía esforzarse demasiado por querer dar una buena impresión. Podía incluso oler el miedo escapar de sus poros a causa del nerviosismo y la inseguridad de estar haciendo algo mal. Entonces su mente caótica pensó en jugarle alguna mala pasada para reírse un rato a expensas de la pobre ingenua, pero enseguida una imagen mental de ella orinándose de miedo en sus propios sillones le hizo cambiar de opinión, aún a pesar de tener el aspecto de orinarse de todos modos si acaso descubría que estaba a solas con un licántropo en la misma habitación.
— Así que siempre habéis permanecido fiel a los mandamientos de la Iglesia — repitió nuevamente, haciendo una mueca de conformidad, mientras sus labios se estiraban hacia delante de forma breve, antes de asentir dos veces con la cabeza. Al parecer, era definitivamente una mojigata de primera, lo que desde el punto de vista de un patrón normal sería de lo más perfecto; no robaría jamás, no mentiría, sería puntual con las cosas y absolutamente limpia y dedicada a su trabajo, pero Emerick no era un patrón normal y no era sólo la disciplina aquello que le interesaba.
— Lo bueno de ello es que puedo confiar en vos, o si no... podría aprovechar de mis capacidades de Duque y hablar con el mismo Cardenal para que os excomulgue — sonrió de costado con cierto aire de malicia — Descuidad, no pediré que os abran las puertas del Infierno mientras vuestro comportamiento sea el esperado — le sonrió ahora de manera más natural y relajada, porque como lo había pensado ya, aún no deseaba que se mojaran sus sillones.
Era malvado, aunque no malvado al punto real de causar daño, pero sí disfrutaba de causar pequeños sustos a la gente y hacer gala de ese humor negro y diferente que a veces se le escapaba de las manos,y le causaba más prejuicios del que él mismo contemplaba. Sin embargo, nadie podía negar que tener delante suyo a una seguidora tan fiel del enemigo, no resultaba tentador para sacar a la luz el lado mas despiadado de su perturbada cabeza. Lastima era que ahora no podía jugar, pues estaba jugando con fuego, ya que prácticamente podía oler como ella saldría corriendo en cualquier momento para contarle al famoso a Obispo lo que podrían ver sus ojos en aquella mansión, si acaso se quedaba con el trabajo y no se sentía bien tratada. Difícil... muy difícil decisión de si dejarle o no...
— Y decidme una cosa, Tulipe — Se dirigió nuevamente a ella, al mismo tiempo que se acomodó en el sillón con suma confianza, como si no le importara realmente conservar el protocolo ante esa aminorada aspirante a criada que; o debía comenzar aceptarle como era ó empezar a empacar sus cosas pues probablemente no volviese a verle en su —textual— perra vida — ¿Por qué TAN fiel con algo que al parecer no os ha tratado tan bien? — preguntó mirándole de pies a cabeza, con su mirada aguda y lobera que era capaz de recaer en detalles tan insignificantes que llegaban a ser prácticamente invisibles a los ojos humanos; cicatrices viejas, resequedad en la piel, manos partidas, cabello bien cuidado pero falto de aquellos aceites especiales que usaban las más adineradas, perfume escaso, jabón del barato — Habéis tenido una vida difícil ¿no? ¿Nunca habéis pensado lo injusta que es la Iglesia con su diezmo obligatorio tanto para ricos como pobres? ¿Nunca habéis sentido rabia de cuando tenéis que quedaros sin comer para que el sacerdote borde sus trajes con hilos de oro?
— Tulipe — repitió su nombre por la mera curiosidad de degustarlo entre sus labios, desarmándolo letra a letra, como la novedad que le significaba escuchar uno como aquel — Mi flor terrestre favorita es el tulipán, y mi árbol el tupilero... quizás sea una buena señal — pensó en voz alta y mirando a la chica, como si en verdad se lo dijera a ella, pues en el interior de su cabeza se preguntaba que tan buen augurio podría ser al unir su peculiar simpatía por el nombre a su evidente timidez, que aún no terminaba de convencerle de si era o no favorable para sus propósitos.
Le observó sentarse con cierta incomodidad, parecía esforzarse demasiado por querer dar una buena impresión. Podía incluso oler el miedo escapar de sus poros a causa del nerviosismo y la inseguridad de estar haciendo algo mal. Entonces su mente caótica pensó en jugarle alguna mala pasada para reírse un rato a expensas de la pobre ingenua, pero enseguida una imagen mental de ella orinándose de miedo en sus propios sillones le hizo cambiar de opinión, aún a pesar de tener el aspecto de orinarse de todos modos si acaso descubría que estaba a solas con un licántropo en la misma habitación.
— Así que siempre habéis permanecido fiel a los mandamientos de la Iglesia — repitió nuevamente, haciendo una mueca de conformidad, mientras sus labios se estiraban hacia delante de forma breve, antes de asentir dos veces con la cabeza. Al parecer, era definitivamente una mojigata de primera, lo que desde el punto de vista de un patrón normal sería de lo más perfecto; no robaría jamás, no mentiría, sería puntual con las cosas y absolutamente limpia y dedicada a su trabajo, pero Emerick no era un patrón normal y no era sólo la disciplina aquello que le interesaba.
— Lo bueno de ello es que puedo confiar en vos, o si no... podría aprovechar de mis capacidades de Duque y hablar con el mismo Cardenal para que os excomulgue — sonrió de costado con cierto aire de malicia — Descuidad, no pediré que os abran las puertas del Infierno mientras vuestro comportamiento sea el esperado — le sonrió ahora de manera más natural y relajada, porque como lo había pensado ya, aún no deseaba que se mojaran sus sillones.
Era malvado, aunque no malvado al punto real de causar daño, pero sí disfrutaba de causar pequeños sustos a la gente y hacer gala de ese humor negro y diferente que a veces se le escapaba de las manos,y le causaba más prejuicios del que él mismo contemplaba. Sin embargo, nadie podía negar que tener delante suyo a una seguidora tan fiel del enemigo, no resultaba tentador para sacar a la luz el lado mas despiadado de su perturbada cabeza. Lastima era que ahora no podía jugar, pues estaba jugando con fuego, ya que prácticamente podía oler como ella saldría corriendo en cualquier momento para contarle al famoso a Obispo lo que podrían ver sus ojos en aquella mansión, si acaso se quedaba con el trabajo y no se sentía bien tratada. Difícil... muy difícil decisión de si dejarle o no...
— Y decidme una cosa, Tulipe — Se dirigió nuevamente a ella, al mismo tiempo que se acomodó en el sillón con suma confianza, como si no le importara realmente conservar el protocolo ante esa aminorada aspirante a criada que; o debía comenzar aceptarle como era ó empezar a empacar sus cosas pues probablemente no volviese a verle en su —textual— perra vida — ¿Por qué TAN fiel con algo que al parecer no os ha tratado tan bien? — preguntó mirándole de pies a cabeza, con su mirada aguda y lobera que era capaz de recaer en detalles tan insignificantes que llegaban a ser prácticamente invisibles a los ojos humanos; cicatrices viejas, resequedad en la piel, manos partidas, cabello bien cuidado pero falto de aquellos aceites especiales que usaban las más adineradas, perfume escaso, jabón del barato — Habéis tenido una vida difícil ¿no? ¿Nunca habéis pensado lo injusta que es la Iglesia con su diezmo obligatorio tanto para ricos como pobres? ¿Nunca habéis sentido rabia de cuando tenéis que quedaros sin comer para que el sacerdote borde sus trajes con hilos de oro?
Última edición por Emerick Boussingaut el Miér Ene 09, 2013 6:34 am, editado 3 veces
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
Mis ojos se pusieron en alerta cuando el poderoso joven admitió la posibilidad de hacer que me excomulgaran si no cumplía con sus expectativas. Debía ser una broma, una de muy mal gusto. Lo miré con mi boca entreabierta de la impresión y sólo recibí su sonrisa torcidamente malintencionada, como quien sabía qué estaba haciendo y para qué. Eso tuvo el lado positivo de que supe que quería divertirse con mi devoción, sin importarle si pisoteaba mi forma de pensar o no.
Podía sentirme más tranquila ahora que sabía que estaba usando ese método intimidador del cual era partidario el sector más alto de la sociedad y puse una mano sobre mi pecho para regular mi respiración.
—Oh Monsieur. Os ruego no juegue así conmigo. —miré al piso apenada por mi humilde petición— Y-Yo le prometo que aunque no sepa hacer tantas cosas como la dama que me recibió, soy… joven y aprendo rápido.
Quería demostrarle que no sólo era una pueblerina que venía a ser “sanguijuela de cada oportunidad que tuviese” —como pensaban los señores de la alta sociedad de nosotras— pues si lo fuera, habría acudido al llamado de las antiguas colegas de mi madre y hubiese caído en el abismo sin fondo de las florecillas nocturnas. Sería yo tan bendecida si pudiese dedicarme a servirle y hacer que valiese todo el esfuerzo que mi progenitora había invertido en mí que hacía que me sonriese a momentos. Yo sólo quería…
—Si me permite el atrevimiento, sólo anhelo hacer lo correcto, honorable Señor —junté mis manos sobre mis faldas para evitar morder mis labios— Trabajar respetablemente para su merced será lo más dignificante que pueda hacer en la ciudad.
Entonces, la postura del elegante y aristocrático señor cambió. Su pose había pasado de perfectamente correcta a simplemente la más óptima para él, poniéndose cómodo y dándose aliento a decir lo que se le ocurriera. Oh, debía prepararme para que jugara de nuevo con mi endeblez. Era cruel, pero… tenía el desconocido anhelo de que él confiara en mí y no sólo por trabajo. ¿Qué deseaba? Probablemente que me viera como una buena persona, como una doncella que había seguido la doctrina de la iglesia a pesar de las razones que tenía para no hacerlo. Como él decía, las razones sobraban para que desconfiara de la institución que había seguido casi desde mi nacimiento.
Sonreí tristemente sin llegar a mostrar mi bien cuidada dentadura, pues me producía nostalgia volver atrás en los años y percatarme de que aún podía oír los salmos que recitaba el obispo por sobre las habladurías de la gente sobre la anterior ocupación de mi madre. Ese debió haber sido el primer paso para amar las enseñanzas, que me alejaban de las malas intenciones y de las personas equivocadas, pero a mi posible futuro patrón no le interesaría oír eso y me esmeré en contestarle lo que quería saber de la manera más respetuosa que pudiera.
—Mi honorable Señor, yo… no podría desearles mal a quienes han tenido mejor suerte que yo —fijé mis ojos en él directamente por primera vez, aunque eso ya bastó para que éstos temblaran— Estoy feliz, porque Dios los ha bendecido y aunque a mí me ha dado una cruz más pesada para cargar, también me ha salvado de muchos otros caminos sin rumbo. Si aquellas excelencias gozan vestir oro y comer lo que yo no puedo, eso me puede perjudicar terrenalmente, es verdad…
Hice una pausa pensando en esas ocasiones en que era una chiquilla impulsiva de cinco años que lo único que quería era entrar en los cuartos de los funcionarios religiosos para robar mermelada y probarla con mis dedos. Muy atrás había quedado esa pequeña, pero su esperanza e inocencia continuaban en mí, aunque muchos lo viesen como algo en contra. Habían estado a punto de abusar de mí en variadas ocasiones, usualmente antiguos clientes de mi madre que buscaban venganza por su rechazo
—Mas Monsieur, no es cuanto tengamos lo que nos permitirá gozar de la vida eterna, sino cuánto pese nuestra alma por las obras y sentimientos que manifestemos en la tierra —dije con gentileza, como si le estuviese compartiendo algo personal. No quería que me viera como amenaza, no cuando mis intenciones para con él bienhechoras eran— Jamás alcanzaré todo el esplendoroso poder que su merced posee como para encaminar las causas más queridas para mí, pero si puedo hacer algo dentro de este diminuto margen que tengo… eso iluminaría mi vida, mi respetable duque.
Volví a agachar mi cabeza como símbolo de modestia y sumisión. Me daba cuenta de nuestras obvias diferencias, pero no me parecían mal. Él era alto y fuerte y yo canija y esmirriada; él se sentaba con refinamiento y yo sabía lo básico de mantener las piernas cerradas; él debía saber tantos idiomas como países había en el mundo y yo apenas conocía cuál era la manera correcta de pronunciar el acento.
Éramos… tan distintos que contrarios eran un término remoto para describirlo, pero si nos habíamos topado en el camino del otro, era posible, sólo posible que nos pudiésemos entender.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
"El amor es la primera palabra de dios. Es el primer pensamiento que cruzó por su mente."
Knut Hamsun
Knut Hamsun
Al parecer, las palabras del Duque habían causado el efecto deseado, pues la chica le miraba con ojos desorbitados de la impresión que, un segundo después, parecieron calmarse como si lo hubiese entendido todo, mas el susto permanecía latente y aquello pudo evidenciarse cuando ella misma se llevó la mano al pecho para ayudar a regular su respiración como si con ello mantuviese en calma el sube y baja de su agitado corazón. Tan agitado como la trifulca de murmullos que se gestaba en la cocina de la enorme mansión a causa de la llegada de la nueva criada que ya suponían que quedaría con el puesto, únicamente por su gran atractivo físico que sin duda hechizaría al Duque, pero los más antiguos; la matrona y el mayordomo que venían con él desde Escocia, apostaban por exactamente lo contrario, pues de seguro la echaría de patitas a la calle por su falta de experiencia y carácter.
— ¿Y quién os dijo a vos las cosa que sabe hacer la dama que hoy os recibió? — le preguntó entrecerrando los ojos, pues le parecía extraño que en una casa tan grande como la Corporación, asumiera que tuviesen criados multifuncionales — A decir verdad, Tulipe, esta no es solamente una gran casa en la que se hace aseo y se cocina, ya si te quedas aquí, descubrirás que muchos de los criados son verdaderos especialistas en una área en especifico, aunque claro... jamás les he quitado la posibilidad de moverse entre diferentes áreas para que vayan aprendiendo — le explicó con calma para luego permitirle explayarse a cerca de sus intenciones.
La muchacha parecía honesta y a la vez un poco desamparada, le provocaba la sensación de no tener mejor alternativa que la suya, y lo comprendía certeramente, aunque jamás se imaginó de que si no lograba trabajar con él, aquella noche probablemente debiese acudir a la prostitución. Eran vidas diferentes, tan diferentes que a pesar de que Emerick trabajara directamente con los pobres, jamás lograría entender su mundo a ciencia cierta. Él siempre creía que podían encontrarse caminos y seguirse golpeando puertas, ya que él jamás había tenido a la hambrienta desesperación mordiéndole los talones y poco comprendía que había situaciones en las que ya no se podía esperar para una nueva oportunidad. Por esa misma razón, era que tampoco podía entender bien sus pensamientos ¿Cómo era que podía alegrarse tanto de que otros pudieran mal invertir el dinero cuando ella ni siquiera tuviera para comer?
Entonces, ella tocó ese punto, ese punto preciso de su mal preciado Talón de Aquiles; el peso de su conciencia.
— Mas Monsieur, no es cuanto tengamos lo que nos permitirá gozar de la vida eterna, sino cuánto pese nuestra alma por las obras y sentimientos que manifestemos en la tierra.
Le sostuvo la mirada, con el peso de la conciencia cargándose pesada y tiránicamente sobre sus hombros, haciéndole recordar todas aquellas cosas por las que jamás se perdonaría y que, desde ya, le hacían merecedor de un lugar en el Infierno. Muchas veces se preguntó en lo que Dios pensaría al respecto de "los malditos", si acaso les condenaría por no actuar a conciencia, muchas veces tuvo una pizca de esperanza por obtener un poco de su comprensión, pero ahora y la gran mayoría del tiempo, su vida entera se convertía en una vil desesperanza que no hacía más que teñirle las manos con la sangre de quienes había amado.
Se quedó pensativo, y en silencio por unos momentos, revolcándose dolorosamente entre sus pensamientos y recuerdos, que le enmudecieron el habla y le hicieron perderse en el tiempo sin percatarse de que ella le miraba esperando alguna respuesta, hasta que un sonido que le pareció tan lejano como distante le hizo regresar de nuevo a la Tierra y mirarle como si no entendiera lo que hacía ella ahí.
— Oh... sí... la conciencia — suspiró y volvió a bajar la mirada, arriesgando el volver a perderse de la realidad en cualquier momento — No creo que la Iglesia sepa tanto de conciencia luego de realizar tantas matanzas injustificadas bajo el nombre de Dios — le miró nuevamente — Sí, yo creo en Dios, Tulipe, pero no creo en la Iglesia, no creo en aquello del castigo divino, ni tampoco en el miedo que desean inculcar a la gente, no creo en la pena de muerte para quienes piensan diferente y tampoco en que la Iglesia deba invertir su dinero en copas de oro cuando son sus mismos seguidores quienes se mueren de hambre... Creo en la piedad, en el entendimiento, en el amor incondicional de un hombre que fue capaz de morir en la cruz para pagar por nuestros propios pecados en vez de juzgarnos a todos con un ejercito de ángeles, creo en el perdón y en las nuevas oportunidades.
La miró por un momento, intentando vislumbrar a través de sus expresiones sumisas lo que sus palabras podían haber ocasionado en su tan intachable aceptación por aquellas leyes que él consideraba injustas.
— ¿En qué es lo que creéis vos, Tulipe Enivrant?
— ¿Y quién os dijo a vos las cosa que sabe hacer la dama que hoy os recibió? — le preguntó entrecerrando los ojos, pues le parecía extraño que en una casa tan grande como la Corporación, asumiera que tuviesen criados multifuncionales — A decir verdad, Tulipe, esta no es solamente una gran casa en la que se hace aseo y se cocina, ya si te quedas aquí, descubrirás que muchos de los criados son verdaderos especialistas en una área en especifico, aunque claro... jamás les he quitado la posibilidad de moverse entre diferentes áreas para que vayan aprendiendo — le explicó con calma para luego permitirle explayarse a cerca de sus intenciones.
La muchacha parecía honesta y a la vez un poco desamparada, le provocaba la sensación de no tener mejor alternativa que la suya, y lo comprendía certeramente, aunque jamás se imaginó de que si no lograba trabajar con él, aquella noche probablemente debiese acudir a la prostitución. Eran vidas diferentes, tan diferentes que a pesar de que Emerick trabajara directamente con los pobres, jamás lograría entender su mundo a ciencia cierta. Él siempre creía que podían encontrarse caminos y seguirse golpeando puertas, ya que él jamás había tenido a la hambrienta desesperación mordiéndole los talones y poco comprendía que había situaciones en las que ya no se podía esperar para una nueva oportunidad. Por esa misma razón, era que tampoco podía entender bien sus pensamientos ¿Cómo era que podía alegrarse tanto de que otros pudieran mal invertir el dinero cuando ella ni siquiera tuviera para comer?
Entonces, ella tocó ese punto, ese punto preciso de su mal preciado Talón de Aquiles; el peso de su conciencia.
— Mas Monsieur, no es cuanto tengamos lo que nos permitirá gozar de la vida eterna, sino cuánto pese nuestra alma por las obras y sentimientos que manifestemos en la tierra.
Le sostuvo la mirada, con el peso de la conciencia cargándose pesada y tiránicamente sobre sus hombros, haciéndole recordar todas aquellas cosas por las que jamás se perdonaría y que, desde ya, le hacían merecedor de un lugar en el Infierno. Muchas veces se preguntó en lo que Dios pensaría al respecto de "los malditos", si acaso les condenaría por no actuar a conciencia, muchas veces tuvo una pizca de esperanza por obtener un poco de su comprensión, pero ahora y la gran mayoría del tiempo, su vida entera se convertía en una vil desesperanza que no hacía más que teñirle las manos con la sangre de quienes había amado.
Se quedó pensativo, y en silencio por unos momentos, revolcándose dolorosamente entre sus pensamientos y recuerdos, que le enmudecieron el habla y le hicieron perderse en el tiempo sin percatarse de que ella le miraba esperando alguna respuesta, hasta que un sonido que le pareció tan lejano como distante le hizo regresar de nuevo a la Tierra y mirarle como si no entendiera lo que hacía ella ahí.
— Oh... sí... la conciencia — suspiró y volvió a bajar la mirada, arriesgando el volver a perderse de la realidad en cualquier momento — No creo que la Iglesia sepa tanto de conciencia luego de realizar tantas matanzas injustificadas bajo el nombre de Dios — le miró nuevamente — Sí, yo creo en Dios, Tulipe, pero no creo en la Iglesia, no creo en aquello del castigo divino, ni tampoco en el miedo que desean inculcar a la gente, no creo en la pena de muerte para quienes piensan diferente y tampoco en que la Iglesia deba invertir su dinero en copas de oro cuando son sus mismos seguidores quienes se mueren de hambre... Creo en la piedad, en el entendimiento, en el amor incondicional de un hombre que fue capaz de morir en la cruz para pagar por nuestros propios pecados en vez de juzgarnos a todos con un ejercito de ángeles, creo en el perdón y en las nuevas oportunidades.
La miró por un momento, intentando vislumbrar a través de sus expresiones sumisas lo que sus palabras podían haber ocasionado en su tan intachable aceptación por aquellas leyes que él consideraba injustas.
— ¿En qué es lo que creéis vos, Tulipe Enivrant?
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
Sorpresa causó en la humilde joven en busca de trabajo el repentino cambio de expresión del que anhelaba que fuera su patrón. Cierto era que su madre no le había permitido relacionarse lo suficiente con los varones como para interpretar esa mirada que oscilaba entre la melancolía y la duda, pero eso no quitaba las ansias de saber el por qué. Por un lado temía que fuera algo que ella hubiese dicho, algo incorrecto y que podía costarle varios días de alimento, pero por el otro presentía que había un mensaje oculto.
Tulipe tragó saliva cuando el señor volvió a la realidad, aunque no así a mirarla a los ojos, sino al piso. Cada palabra, cada frase que decía era una dosis más de veneno que quemaba su estabilidad. En lo único que creía férreamente, además de la buena crianza de su madre, era en la Iglesia y escuchar a alguien tan culto hablarle de todo lo carente de buen juicio que había hecho dicha institución quebraba la poca confianza que tenía en un norte para su vida.
No iba a rebatirle nada, ¿cómo podría? Lo único que tenía era una fe ciega que la alejaba de todo lo que su madre no quería para ella, pero de lo que hablaba el renombrado Duque no tenía idea alguna; ni siquiera sabía leer. Él no tenía razón alguna para torturarla con mentiras ¿verdad?
—¿Por qué siempre tengo que ser tan vulnerable? —pensó suspirando la chica, en parte lamentándose y en parte intentando asumir su posición. Su parpadeo fue más lento hasta que se topó con los labios de quien sería su dueño moviéndose con destreza, como un experto en varios temas de importancia de los ella sólo podría especular— Y se supone que yo soy la devota. Oh, cuán bendito es el duque de tener acceso a todo aquello.
Fue entonces los labios que habían captado su atención, finalmente pausaron su actividad por unos momentos y le dieron a Tulipe los suficientes segundos como para formar una impresión. Si bien no podía comprobar que los crímenes que le atribuía a la iglesia fuesen ciertos, los ideales que había transmitido a través de sus palabras y finalmente pudo descifrar ese mensaje oculto.
—Monsieur tiene un corazón extraño —suspiró la joven, retomando su normal respiración— Debería asustarme pero… lo importante es que lo tiene.
Y frente a frente estaban dos personas muy diferentes, pero lo que más los distanciaba no eran las ideologías o la especie de cada uno —aunque ese aspecto ya abriera un abismo considerable— sino que uno de ellos sabía a lo que se enfrentaba y el otro podía sentir todos los escalofríos despiadados subir por su espalda, pero permanecería en la ignorancia. La lógica de que el más poderoso multiplicaba su primacía se volvía a repetir y el débil se inundaba en el fango para caer en el destino de quien huía de pies más grandes, aunque no pudiese verlos.
Los poderosos creían que los que estaban abajo no tenían opiniones y los que pensaban lo contrario lo escondían por la vergüenza de ser diferente en un grupo de supuestos iguales, pero ahí estaba el duque preguntándole a una chiquilla tirada a su suerte en qué creía.
—Queda a la vista mi devoción por la iglesia, no creo que me pregunte por eso —se mordió el labio inferior la campesina en la ciudad, esperando dar una respuesta satisfactoria— Os pido disculpas por mi atrevimiento, Monsieur, pero siento que cosas como el dinero o la fama son invenciones humanas demasiado frívolas como para que seamos juzgados por ellas. Me gusta creer que nos toman por nuestras decisiones y no por nuestra suerte. Que nuestra cuna o la de nuestros padres no nos hace peores o mejores, ni mucho menos lo que se nos aparezca en el camino.
De inmediato la religiosa cerró sus ojos pensando en su madre. Ella sí que había cometido varios errores en el pasado viviendo en el pecado, pero se había arrepentido y eso valía mucho para Dios, pero no así para las personas que la conocían que no pensaron dos veces antes de juzgarla. Claro que también en cuanto nació ella misma, también tomaron represalias contra ella a pesar de llegar al mundo como una criatura libre de pecado.
Se dio cuenta la zagala de que podía ser respetuoso no ver al señor de la mansión a la cara y abrió sus párpados de par en par súbitamente para no despertar represalias.
—P-Perdóneme, Monsieur. Usted no merece que sueñe despierta en su presencia —inclinó su cabeza la muchacha.
Típico era de ella, cuando se disculpaba, buscar otras razones por las que podían estar enfadados con ella, por lo que tomó lo que había dicho anteriormente el duque con respecto a sus sirvientes y lo puso sobre la mesa para que no malinterpretara sus deseos de trabajar.
—Error mío el pensar que buscaba personal para desempeñarse en todas las labores. La experiencia de su ilustre ama de llaves engañó con facilidad mi reducida lógica —puso sus manos en su regazo, sin saber hasta cuando dejar de hablar. El estar nerviosa impedía que usara la cabeza correctamente— Desde ya expreso mi afán de tomar el trabajo más pesado con tal de complacerlo, Monsieur.
Sólo después de escupir esas disculpas desparramadas, Tulipe se preguntó.
“¿Quién me manda a abrir la boca de esta manera?”
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
"Un pensamiento que no sea el resultado de una acción no es mucho, y una acción que no proceden de un pensamiento no es nada en absoluto."
Georges Bernanos
Georges Bernanos
Podía ver parte de la duda debatirse del otro lado de los ojos de Tulipe. Era cómo si su mirada fuese una especie de cortina transparente, una que mostraba todo lo que ocurría del otro lado de la ventana de su alma, era una visión clara pero sin sonido, una visión que debía ser capaz de interpretar con certeza al estar poniendo tanto en juego. Su confianza debía tener un precio muy alto, era mucho lo que de sus verdades dependía, y si ésta escapaba de manera tan ligera, demasiado lo que peligraría.
¿A qué punto puede llegar a calificarse una devoción cristiana como peligrosa? La respuesta era fácil y simple: Era el punto exacto en el que esas mismas creencias eran capaces de nublar los pensamientos de una persona para llevarla a hacer cosas que pudiesen resultar peligrosas, tanto para ella como para el resto, los que le rodeaban. Lo difícil, claro está, era reconocer cuando una persona estaba ya pisando los bordes de ese punto. Cuando una mente transparente, pero muda, podía ocultar lo que realmente temía.
Ella habló. Sí, hablo y dio sus opiniones, pero sin la claridad que él necesitaba para poder entrever lo que realmente le preocupaba. No obstante, hubo algo en sus palabras, una señal bastante fuerte de una mente abierta, una mente dispuesta a pensar por su propia cuenta y no sumarse ciegamente a un rebaño de personas cuyo rumbo no era demarcado por sus ideales, sino por los de deseos de alguien ajeno. Eso, de cierta manera, le hizo ver que la muchacha tenía bastantes posibilidades de ser aceptada, pues en un mundo como lo era la cultura del 1800, era ya de mucho esperar.
— Ese, ese es precisamente el punto en el que os contradices, Tulipe — le señaló — No hacen dos minutos en donde me acabáis de decir que vos aceptáis devota y ciegamente lo que os ha tocado vivir, y que no os importa si la Iglesia mal gasta su dinero mientras vos no tenéis para comer, lo cual es un pensamiento sumamente egoísta y de cierto modo cerrado, un pensamiento que os impide ver más allá de los límites ya escritos por alguien más. No obstante, ahora acabáis de decir en vuestras propias palabras, que os gusta ser vos misma, quien decide lo que os toca vivir — le sonrió. — Por supuesto que es un muy buen pensamiento, el mejor que habéis expresado en toda vuestra estadía, pues es precisamente el trabajo más pesado el cual os deseo encomendar. Sin embargo, no es un trabajo pesado para el cuerpo, sino para la mente.
Se puso de pie y, con la calma de quien camina por su propia casa y decide todos sus tiempos, se acercó a uno de los jarrones con flores de donde sacó precisamente un tulipán, una flor que seguramente le soñaría a ella bastante familiar por la deriva de su nombre. Era una flor hermosa, tan simple como compleja, como todas las flores. Su color era blanco como la crema de leche y sus siete pétalos lisos enganchados al tálamo con la absoluta maestría de la Madre Naturaleza. La flor dio vueltas en sus manos mientras se la acercaba a la nariz para poder disfrutar de su aroma en el mismo momento en el que caminaba de regreso a los sillones, en donde aún estaba Tulipe.
— Quiero que abráis vuestra mente, que podáis ver cosas que los otros no y que seáis capaz de juzgar por vuestra propia cuenta lo que es malo y lo que es correcto — dijo sentándose frente a ella antes de ofrecerle la flor que traía en sus manos — Observadla bien — le indicó con una sonrisa satisfecha — Observadla y decidme lo que veis, que os parece, lo que pensáis de ella y como le juzgaríais sí fueses una florista que decide que flor sirve y cual debe ser destrozada para ir directamente a la condena de la basura. Dónde le usarais y, por supuesto, si es de vuestro gusto o no.
Entrelazó entonces sus dedos para dejar descansar sus brazos por encima de sus rodillas, mientras su cuerpo permanecía inclinado hacia ella, como quien esperase con profundo interés el desarrollo de un muy buen experimento.
¿A qué punto puede llegar a calificarse una devoción cristiana como peligrosa? La respuesta era fácil y simple: Era el punto exacto en el que esas mismas creencias eran capaces de nublar los pensamientos de una persona para llevarla a hacer cosas que pudiesen resultar peligrosas, tanto para ella como para el resto, los que le rodeaban. Lo difícil, claro está, era reconocer cuando una persona estaba ya pisando los bordes de ese punto. Cuando una mente transparente, pero muda, podía ocultar lo que realmente temía.
Ella habló. Sí, hablo y dio sus opiniones, pero sin la claridad que él necesitaba para poder entrever lo que realmente le preocupaba. No obstante, hubo algo en sus palabras, una señal bastante fuerte de una mente abierta, una mente dispuesta a pensar por su propia cuenta y no sumarse ciegamente a un rebaño de personas cuyo rumbo no era demarcado por sus ideales, sino por los de deseos de alguien ajeno. Eso, de cierta manera, le hizo ver que la muchacha tenía bastantes posibilidades de ser aceptada, pues en un mundo como lo era la cultura del 1800, era ya de mucho esperar.
— Ese, ese es precisamente el punto en el que os contradices, Tulipe — le señaló — No hacen dos minutos en donde me acabáis de decir que vos aceptáis devota y ciegamente lo que os ha tocado vivir, y que no os importa si la Iglesia mal gasta su dinero mientras vos no tenéis para comer, lo cual es un pensamiento sumamente egoísta y de cierto modo cerrado, un pensamiento que os impide ver más allá de los límites ya escritos por alguien más. No obstante, ahora acabáis de decir en vuestras propias palabras, que os gusta ser vos misma, quien decide lo que os toca vivir — le sonrió. — Por supuesto que es un muy buen pensamiento, el mejor que habéis expresado en toda vuestra estadía, pues es precisamente el trabajo más pesado el cual os deseo encomendar. Sin embargo, no es un trabajo pesado para el cuerpo, sino para la mente.
Se puso de pie y, con la calma de quien camina por su propia casa y decide todos sus tiempos, se acercó a uno de los jarrones con flores de donde sacó precisamente un tulipán, una flor que seguramente le soñaría a ella bastante familiar por la deriva de su nombre. Era una flor hermosa, tan simple como compleja, como todas las flores. Su color era blanco como la crema de leche y sus siete pétalos lisos enganchados al tálamo con la absoluta maestría de la Madre Naturaleza. La flor dio vueltas en sus manos mientras se la acercaba a la nariz para poder disfrutar de su aroma en el mismo momento en el que caminaba de regreso a los sillones, en donde aún estaba Tulipe.
— Quiero que abráis vuestra mente, que podáis ver cosas que los otros no y que seáis capaz de juzgar por vuestra propia cuenta lo que es malo y lo que es correcto — dijo sentándose frente a ella antes de ofrecerle la flor que traía en sus manos — Observadla bien — le indicó con una sonrisa satisfecha — Observadla y decidme lo que veis, que os parece, lo que pensáis de ella y como le juzgaríais sí fueses una florista que decide que flor sirve y cual debe ser destrozada para ir directamente a la condena de la basura. Dónde le usarais y, por supuesto, si es de vuestro gusto o no.
Entrelazó entonces sus dedos para dejar descansar sus brazos por encima de sus rodillas, mientras su cuerpo permanecía inclinado hacia ella, como quien esperase con profundo interés el desarrollo de un muy buen experimento.
Última edición por Emerick Boussingaut el Sáb Jun 15, 2013 5:04 pm, editado 2 veces
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
Una sonrisa. Oh, cuántos universos esconden los músculos que la invocan. Harían falta varios volúmenes para ilustrar a las mentes carentes de luz acerca de sus significados. Dependiendo de la historia de cada quien, podía tomarse como un insulto, un halago e incluso como la amenaza de un depredador que se niega a dejar su presa. La historia de Tulipe la remontaba a ambos casos; encontraba episodios como la expresión de júbilo en el rostro de su progenitora al momento de verla caminar y también a las burlas de los nacidos en cuna de oro hacia sus ropas apolilladas y enlodadas por los trabajos en el campo. La sonrisa del duque no encajaba con ninguno de esos dos perfiles que había llegado a conocer, así que hallar sus intenciones sería un acertijo nebuloso, al igual que su futuro.
Emerick experimentaba con destreza y con cierta imprudencia con las personas, pero este caso en especial lo entretenía más por tratarse de una persona de débil carácter, pero a la vez férreas creencias en todo lo que él cuestionaba. ¿Sería esta esmirriada jovenzuela el peón del sacrificio o se incorporaría a las líneas contrarias? Al igual que en un tablero en acción, aquello lo decidirían sus jugadas.
Precisamente eran los pasos del alfil lo que inquietaba a la nimia ficha, porque convertía a la partida en un laberinto más que en un sincretismo de dos vías. Él no se parecía ni a su clase ni a su género, ya que mostraba sin pudor el afán de hacerle laborar la mente a quien no tenía ni para cuna ni para tumba y, por si fuera poco, parecía convencido de que esa tarea podía ser llevada a cabo perfectamente por una mujer; el último eslabón de un mundo frívolo. Subiendo el nivel de dificultad, Tulipe no recordaba la primera vez en que alguien le hubiera pedido explotar la inteligencia. Después de todo, ¿quién se lo requería? Mientras supiese lavar, coser, cocinar bastaba. Ni siquiera tenía que abrir la boca.
Nerviosa como siempre, Tulipe se adelantó a los hechos apenas vio que el flamante caballero desertaba de su cómodo asiento para darle la espalda unos minutos y encargarse de su plan.
—M-Monsieur Boussingaut —pronunció el apellido del duque con torpeza a la vez que su posición no le permitía verlo a los ojos, lo cual en cierta forma agradecía— Le agradezco honrada su gentileza, pero por favor créame que no es de falsa modestia decir que es poco y nada lo que mi intelecto por sí solo puede innovar. Ni siquiera mi nombre sé escribir y mi ritmo apenas puede intentar alcanzar el suyo.
La cabeza gacha de la fémina demostraba sumisión casi total, como si estuviese dispuesta a aceptar el mazazo bestial de la humillación, pero en cambio un aroma reconfortante con sabor a tulipán acarició su olfato y le hizo levantar su vista para que no aceptara únicamente las vueltas nefastas de su existencia, sino que tambiñen aquellas que podían pintar un sol en su paisaje. ¿Era posible que quien nunca hubiera palpado una porción de paraíso pudiese distinguirlo estando frente suyo? ¿Quién podía devolverle al mar su color azul cuando el cielo abrazaba el gris?
La muchacha en busca de techo y comida casi hubiera podido jurar que escuchó al viento susurrar su nombre “Tulipe, Tulipe” cuando palpó el tallo de esa inquilina de la tierra que le había ofrecido el duque, como quien abre las puertas de su campo para internarse en las praderas adyacentes. Tímidamente sonrió sin llegar a mostrar su blanca dentadura. Claramente conocía esa flor y la historia de por qué su nombre derivaba de ella, pero Emerick no quería que le dijera un montón de cosas de memorias, sino que quería hacerla trabajar en formar un juicio propio; algo prácticamente impensable.
—Es tan difícil para mí comprenderle del todo —pensaba Tulipe al mismo tiempo que dejaba que la fragancia se apoderara de su nariz— Sus pasos me confunden y asimismo adonde quiere llegar. Esta conversación se ha convertido en un sendero nebuloso y sólo él está en posición de ver por sobre esta cortina de bruma mientras yo solo puedo contemplar desde abajo.
El primer trabajo que tendría que hacer sería descifrar un nuevo código; dejar de lado los supuestos de alguien cuyo propósito fuera hablarte comenzar a tomar en cuenta a quien buscaba conversarte. Los ojos del duque la empujaban a destapar esa parte reprimida y los propios prejuicios y temores de Tulipe la tomaban del brazo para que se retractara de romper el típico protocolo del cual ni siquiera tenía pleno conocimiento. Terminó prevaleciendo lo primero, sumado al empuje interior que sentía toda persona de querer verificar sus propios límites.
Abrió bien los ojos; los que veían cosas invisibles.
—Se nos trae a la vida con todo lo que necesitamos —sonrió la joven tristemente mientras contemplaba la flor desde distintos ángulos, dándola vuelta con su mano— Dios la hizo perfecta; raíces para alimentarse; un tallo firme para mantenerse en pié; pétalos con ramificaciones para respirar y un efluvio embriagador para halagar a la naturaleza. No obstante, me temo que es despojada de todo aquello que no les es útil a los hombres para decorar un lujoso salón como éste o colmar las manos de una dama expectante por un presente.
En un momento, Tulipe levantó el fruto de la tierra casi como si tuviese rostro humano y descubrió una penosa realidad, pero también un insistente anhelo de hacer el bien; el que era propio de su personalidad, pero el cual era tapado por las plantas más altas que ella, enclaustrándola del sol como un reo más. ¿Y si esta vez quería hacer algo al respecto? Hasta el reducido arroyo de las alturas podía ser parte de un río de esos colosos.
—Esta flor fue vaciada, a pesar de que la llenaba todo lo que la hacía perfecta. Humildemente no querría tener la tarea del florista de interrumpir el ciclo para el que fue creada —inclinó ligeramente su cabeza hacia quien la confundía con sus gestos y planteamientos, pero que justamente por eso lo respetaba— Es como usted dice, Monsieur. Puede sonar contradictorio lo que digo y es por eso que ruego que me disculpe hacer una distinción.
Podía costarle el trabajo y varios días de comida soltar su lengua como lo estaba haciendo, pero era por un motivo que no podía ignorar. Levantó pausadamente su rostro, permitiendo a la luz que se colaba por los vidrios dar a parar benignamente en el salón. Esta vez fue ella la que compartió su sonrisa, esa sonrojada que aunque no se parecía en nada a la del clandestino licántropo, quería ofrecer su gentileza antes de que le arrebatasen su característico olor.
—Con gusto acepto el escabroso camino que me ha tocado vivir, al igual que este tulipán se ha resignado a cambiar el campo por la efímera vida de la ornamentación —tomó su cabeza con una de sus manos y con la otra volvió a acariciar su crucifijo, nunca dejando de ver los ojos del duque— Pero, ¿sabe usted? Soy ese tulipán que busca recuperar sus hojas, su tallo y por sobre todo sus raíces. Si Dios me trajo al mundo con esa oportunidad, ¿quién soy yo para quitármela? A diferencia de la flor que sostengo, yo tengo la bendición de poder intentarlo y si tengo que elegir un pensamiento, tendría que admitir, mi estimado Monsieur, que es una locura, pero es esta demencia la que me traerá de vuelta adonde pertenezco.
Tal como aquel que acepta su derrota, la doncella Tulipe le sonrió al destino no con su rostro, sino con sus fuerzas. Era lo que le había tocado y no era una partida que pudiera rechazar, pero con lo último dicho quedaba en claro que jugaría limpiamente con la lanza del porvenir; tenía la posibilidad de hacerlo.
Como último gesto, la muchacha estiró su brazo izquierdo para devolver la flor a su legítimo dueño no sin antes una corazonada de aquellas.
—Puede ser que él se le parezca más que yo —pensó.
Emerick experimentaba con destreza y con cierta imprudencia con las personas, pero este caso en especial lo entretenía más por tratarse de una persona de débil carácter, pero a la vez férreas creencias en todo lo que él cuestionaba. ¿Sería esta esmirriada jovenzuela el peón del sacrificio o se incorporaría a las líneas contrarias? Al igual que en un tablero en acción, aquello lo decidirían sus jugadas.
Precisamente eran los pasos del alfil lo que inquietaba a la nimia ficha, porque convertía a la partida en un laberinto más que en un sincretismo de dos vías. Él no se parecía ni a su clase ni a su género, ya que mostraba sin pudor el afán de hacerle laborar la mente a quien no tenía ni para cuna ni para tumba y, por si fuera poco, parecía convencido de que esa tarea podía ser llevada a cabo perfectamente por una mujer; el último eslabón de un mundo frívolo. Subiendo el nivel de dificultad, Tulipe no recordaba la primera vez en que alguien le hubiera pedido explotar la inteligencia. Después de todo, ¿quién se lo requería? Mientras supiese lavar, coser, cocinar bastaba. Ni siquiera tenía que abrir la boca.
Nerviosa como siempre, Tulipe se adelantó a los hechos apenas vio que el flamante caballero desertaba de su cómodo asiento para darle la espalda unos minutos y encargarse de su plan.
—M-Monsieur Boussingaut —pronunció el apellido del duque con torpeza a la vez que su posición no le permitía verlo a los ojos, lo cual en cierta forma agradecía— Le agradezco honrada su gentileza, pero por favor créame que no es de falsa modestia decir que es poco y nada lo que mi intelecto por sí solo puede innovar. Ni siquiera mi nombre sé escribir y mi ritmo apenas puede intentar alcanzar el suyo.
La cabeza gacha de la fémina demostraba sumisión casi total, como si estuviese dispuesta a aceptar el mazazo bestial de la humillación, pero en cambio un aroma reconfortante con sabor a tulipán acarició su olfato y le hizo levantar su vista para que no aceptara únicamente las vueltas nefastas de su existencia, sino que tambiñen aquellas que podían pintar un sol en su paisaje. ¿Era posible que quien nunca hubiera palpado una porción de paraíso pudiese distinguirlo estando frente suyo? ¿Quién podía devolverle al mar su color azul cuando el cielo abrazaba el gris?
La muchacha en busca de techo y comida casi hubiera podido jurar que escuchó al viento susurrar su nombre “Tulipe, Tulipe” cuando palpó el tallo de esa inquilina de la tierra que le había ofrecido el duque, como quien abre las puertas de su campo para internarse en las praderas adyacentes. Tímidamente sonrió sin llegar a mostrar su blanca dentadura. Claramente conocía esa flor y la historia de por qué su nombre derivaba de ella, pero Emerick no quería que le dijera un montón de cosas de memorias, sino que quería hacerla trabajar en formar un juicio propio; algo prácticamente impensable.
—Es tan difícil para mí comprenderle del todo —pensaba Tulipe al mismo tiempo que dejaba que la fragancia se apoderara de su nariz— Sus pasos me confunden y asimismo adonde quiere llegar. Esta conversación se ha convertido en un sendero nebuloso y sólo él está en posición de ver por sobre esta cortina de bruma mientras yo solo puedo contemplar desde abajo.
El primer trabajo que tendría que hacer sería descifrar un nuevo código; dejar de lado los supuestos de alguien cuyo propósito fuera hablarte comenzar a tomar en cuenta a quien buscaba conversarte. Los ojos del duque la empujaban a destapar esa parte reprimida y los propios prejuicios y temores de Tulipe la tomaban del brazo para que se retractara de romper el típico protocolo del cual ni siquiera tenía pleno conocimiento. Terminó prevaleciendo lo primero, sumado al empuje interior que sentía toda persona de querer verificar sus propios límites.
Abrió bien los ojos; los que veían cosas invisibles.
—Se nos trae a la vida con todo lo que necesitamos —sonrió la joven tristemente mientras contemplaba la flor desde distintos ángulos, dándola vuelta con su mano— Dios la hizo perfecta; raíces para alimentarse; un tallo firme para mantenerse en pié; pétalos con ramificaciones para respirar y un efluvio embriagador para halagar a la naturaleza. No obstante, me temo que es despojada de todo aquello que no les es útil a los hombres para decorar un lujoso salón como éste o colmar las manos de una dama expectante por un presente.
En un momento, Tulipe levantó el fruto de la tierra casi como si tuviese rostro humano y descubrió una penosa realidad, pero también un insistente anhelo de hacer el bien; el que era propio de su personalidad, pero el cual era tapado por las plantas más altas que ella, enclaustrándola del sol como un reo más. ¿Y si esta vez quería hacer algo al respecto? Hasta el reducido arroyo de las alturas podía ser parte de un río de esos colosos.
—Esta flor fue vaciada, a pesar de que la llenaba todo lo que la hacía perfecta. Humildemente no querría tener la tarea del florista de interrumpir el ciclo para el que fue creada —inclinó ligeramente su cabeza hacia quien la confundía con sus gestos y planteamientos, pero que justamente por eso lo respetaba— Es como usted dice, Monsieur. Puede sonar contradictorio lo que digo y es por eso que ruego que me disculpe hacer una distinción.
Podía costarle el trabajo y varios días de comida soltar su lengua como lo estaba haciendo, pero era por un motivo que no podía ignorar. Levantó pausadamente su rostro, permitiendo a la luz que se colaba por los vidrios dar a parar benignamente en el salón. Esta vez fue ella la que compartió su sonrisa, esa sonrojada que aunque no se parecía en nada a la del clandestino licántropo, quería ofrecer su gentileza antes de que le arrebatasen su característico olor.
—Con gusto acepto el escabroso camino que me ha tocado vivir, al igual que este tulipán se ha resignado a cambiar el campo por la efímera vida de la ornamentación —tomó su cabeza con una de sus manos y con la otra volvió a acariciar su crucifijo, nunca dejando de ver los ojos del duque— Pero, ¿sabe usted? Soy ese tulipán que busca recuperar sus hojas, su tallo y por sobre todo sus raíces. Si Dios me trajo al mundo con esa oportunidad, ¿quién soy yo para quitármela? A diferencia de la flor que sostengo, yo tengo la bendición de poder intentarlo y si tengo que elegir un pensamiento, tendría que admitir, mi estimado Monsieur, que es una locura, pero es esta demencia la que me traerá de vuelta adonde pertenezco.
Tal como aquel que acepta su derrota, la doncella Tulipe le sonrió al destino no con su rostro, sino con sus fuerzas. Era lo que le había tocado y no era una partida que pudiera rechazar, pero con lo último dicho quedaba en claro que jugaría limpiamente con la lanza del porvenir; tenía la posibilidad de hacerlo.
Como último gesto, la muchacha estiró su brazo izquierdo para devolver la flor a su legítimo dueño no sin antes una corazonada de aquellas.
—Puede ser que él se le parezca más que yo —pensó.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
"El aprendizaje es cualquier cambio que haga un sistema para adaptarse a su medio ambiente."
Herbert Simon
Herbert Simon
Sonrió al escucharle hablar de su intelecto y de que ni siquiera sabía escribir su nombre. No era una sorpresa para él, pues bien acostumbraba a tratar con todo el mundo y conocer muchas de las realidades de esta gran e injusta pirámide económica que muchas veces deseaba destrozar. Si no fuera porque sabía que todos sus bienes familiares habían sido tan cuidados y manejados por sus padres, ni siquiera se preocuparía en mantenerlos, pero sentía que era parte de la honra que les debía el seguir administrándolos para así mantener aún vivos los deseos de aquellos que ya no estaban con él.
Pensó que no sería una mala idea enseñarle a leer, pero tampoco se lo propondría hasta no tener la seguridad de que en verdad hablaba con una persona de confianza y que seguiría trabajando con ella, de otro modo, no le compensaría ni volvería a ver la cara si ella no le servía. Sonaba frío, pero así debía hacerlo, pues aquello no dejaba de ser una entrevista de trabajo, para un puesto demasiado importante en donde no debía permitirse lugar a la desconfianza.
Permaneció sentado frente a ella, observándole y disfrutando de lo que veía. Era como contemplar un milagro, era ser testigo de algo que aquella misma mujer le había confesado sería poco posible; que su mente trabajara y sacara conclusiones que, aunque fuesen erradas, por primera vez le harían internarse a un nuevo mundo que no dudaría volvería a ocupar. Era como si supiera que de ahora en adelante Tulipe comenzaría a desarrollar poco a poco y cada vez más su recién descubierta inteligencia.
Sonrió al escucharle hablar, mas no comentó nada hasta que ella hubo terminado. No era la respuesta correcta, pero tampoco dejaba de ser lo que esperaba, ya que aún así ella había logrado sacar una conclusión demasiado interesante para los oídos del Duque. Debía reconocerlo, le gustaba lo que escuchaba y lo que había sido capaz de sacar a la luz con tan sólo una simple pregunta.
— Es una muy interesante teoría, Miss Enivrant y no puedo decir que estáis equivocada, ya que vuestras palabras no dejan de ser ciertas, pero esta vez es mi propia mente la que os pido que dejéis os guíe hacia lo que quiero deciros, lo que quiero que veáis.
Intentó explicar con la más calmada de las voces y la más profunda de las comprensiones. Sabía que había llegado el momento de pedirle abrir aún más su mente de lo que ya lo había hecho y aquello no sería fácil; no para ella, y tampoco para él. Se acercó un poco más, quedando sentado casi al borde del asiento y clavó su mirada azulina sobre la blanca flor que ella tenía en sus manos.
— ¿Cuántos pétalos le veis? — le preguntó con interés y espero por aquella respuesta que no podía ser otra mas que “Siete”. — Siete — repitió lo que saltaba ya a la vista — Pero los tulipanes sólo poseen seis pétalos ¿No es así? — le preguntó rascándose la barbilla — Sí, seis pétalos, no más, tampoco menos, o sino no sería un tulipán según los entendidos — le miró entonces a ella —. Todos los libros de botánica lo dicen y así es como está normado, si no posee seis pétalos, no es un tulipán, pero... para vos... ¿ha dejado de serlo?
Dejó la pregunta ahí, abierta y esperando por una respuesta, que al igual que el número de pétalos, llegaría de manera obvia, porque no había otra respuesta mas que esa. Entonces, y sólo entonces continuó.
— Simplemente nació diferente, tu Dios la hizo diferente, y si ahora estuviera en manos de una florista, le desecharía porque ni aún sacándole uno de su pétalos podría poseer la misma asimetría de los otros tulipanes. Porque la florista es una experta y ella se daría cuenta, quizás no su clientes o las señoras que pasan por la calle, quizás nadie más lo note, pero ¿y si alguien lo hace? Podrían acusarle de querer pasar gato por liebre, entonces le discrimina... ¿Es justo? ¿Qué pasa si lo mismo sucede con las personas? Si una de ellas nace diferente, con algo que sólo ojos expertos pueden diferenciar ¿Dejaría de ser una persona? ¿Dejarías tú de tratarles como tal aún cuando sabes ahora que la florista... la florista es la Iglesia?
Pensó que no sería una mala idea enseñarle a leer, pero tampoco se lo propondría hasta no tener la seguridad de que en verdad hablaba con una persona de confianza y que seguiría trabajando con ella, de otro modo, no le compensaría ni volvería a ver la cara si ella no le servía. Sonaba frío, pero así debía hacerlo, pues aquello no dejaba de ser una entrevista de trabajo, para un puesto demasiado importante en donde no debía permitirse lugar a la desconfianza.
Permaneció sentado frente a ella, observándole y disfrutando de lo que veía. Era como contemplar un milagro, era ser testigo de algo que aquella misma mujer le había confesado sería poco posible; que su mente trabajara y sacara conclusiones que, aunque fuesen erradas, por primera vez le harían internarse a un nuevo mundo que no dudaría volvería a ocupar. Era como si supiera que de ahora en adelante Tulipe comenzaría a desarrollar poco a poco y cada vez más su recién descubierta inteligencia.
Sonrió al escucharle hablar, mas no comentó nada hasta que ella hubo terminado. No era la respuesta correcta, pero tampoco dejaba de ser lo que esperaba, ya que aún así ella había logrado sacar una conclusión demasiado interesante para los oídos del Duque. Debía reconocerlo, le gustaba lo que escuchaba y lo que había sido capaz de sacar a la luz con tan sólo una simple pregunta.
— Es una muy interesante teoría, Miss Enivrant y no puedo decir que estáis equivocada, ya que vuestras palabras no dejan de ser ciertas, pero esta vez es mi propia mente la que os pido que dejéis os guíe hacia lo que quiero deciros, lo que quiero que veáis.
Intentó explicar con la más calmada de las voces y la más profunda de las comprensiones. Sabía que había llegado el momento de pedirle abrir aún más su mente de lo que ya lo había hecho y aquello no sería fácil; no para ella, y tampoco para él. Se acercó un poco más, quedando sentado casi al borde del asiento y clavó su mirada azulina sobre la blanca flor que ella tenía en sus manos.
— ¿Cuántos pétalos le veis? — le preguntó con interés y espero por aquella respuesta que no podía ser otra mas que “Siete”. — Siete — repitió lo que saltaba ya a la vista — Pero los tulipanes sólo poseen seis pétalos ¿No es así? — le preguntó rascándose la barbilla — Sí, seis pétalos, no más, tampoco menos, o sino no sería un tulipán según los entendidos — le miró entonces a ella —. Todos los libros de botánica lo dicen y así es como está normado, si no posee seis pétalos, no es un tulipán, pero... para vos... ¿ha dejado de serlo?
Dejó la pregunta ahí, abierta y esperando por una respuesta, que al igual que el número de pétalos, llegaría de manera obvia, porque no había otra respuesta mas que esa. Entonces, y sólo entonces continuó.
— Simplemente nació diferente, tu Dios la hizo diferente, y si ahora estuviera en manos de una florista, le desecharía porque ni aún sacándole uno de su pétalos podría poseer la misma asimetría de los otros tulipanes. Porque la florista es una experta y ella se daría cuenta, quizás no su clientes o las señoras que pasan por la calle, quizás nadie más lo note, pero ¿y si alguien lo hace? Podrían acusarle de querer pasar gato por liebre, entonces le discrimina... ¿Es justo? ¿Qué pasa si lo mismo sucede con las personas? Si una de ellas nace diferente, con algo que sólo ojos expertos pueden diferenciar ¿Dejaría de ser una persona? ¿Dejarías tú de tratarles como tal aún cuando sabes ahora que la florista... la florista es la Iglesia?
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Mi Última Esperanza [Emerick Boussingaut]
Creyó la sirvienta que con la respuesta que con dificultad había llegado a su cabeza en un débil intento de expresarse sería suficiente, pero no conocía a Emerick lo suficiente como para haber predicho que no llegaría hasta ahí solamente. Quería que ella rebasara sus límites, los cuales la asfixiaban y lo peor de todo era que no se daba cuenta de ello. Tulipe, para variar, únicamente podía morderse sus labios de la impotencia. ¿Impotencia de qué? De que él no la dejara permanecer tal como estaba; se encontraba cómoda dentro de esos estrechos márgenes, así que ¿por qué no la dejaba ganarse el pan y ya? Lo sabría algún día, pero no durante su entrevista de trabajo, la cual hacía un rato se había desviado de las preguntas convencionales hacia una aspirante a criada.
Por mucho que lo deseara, tendría que olvidarse de la idea de quedarse callada con la cabeza gacha; podría enfurecerlo más eso que darle una respuesta que no quisiera oír. Dios estaría con ella, o al menos eso esperaba, así que no tenía excusas para echarse para atrás. No podía hacer eso teniendo viva en su mente la cara de su madre esperanzada. Tomando el panorama en cuenta, ya ni siquiera importaba si el Duque quería o no jugar mentalmente con ella. A Tulipe se le ocurrían pocas cosas más indignas que fallarle a los amaba, quienes en ella confiaban. Nada de voltearse. Como pudo hizo que palabras improvisadas salieran de su boca, esperando hilar una idea a medida que fueran formando frases. Miró a sus dedos. Sólo sabía contar hasta diez y hasta veinte cuando usaba los dedos de sus pies para esa tarea. Esperaba que no fueran más.
—Y-Yo creo que… son siete. —se quedó unos segundos atrapada en la belleza de la flor. ¡Oh, qué aroma más atrapante era que llegaba a su nariz sin siquiera tener aquel tulipán cerca de su rostro! Era en una palabra: maravilloso. — Humildemente, Monsieur, no he tenido la oportunidad de leer libros como usted, pero mi corazón también me ha enseñado cosas que si bien no son exactas, po-podría hacer un esfuerzo. —inhaló el aire cerrando sus ojos para concentrarse. Para cuando volvió a abrirlos, se sintió un poco más valiente— Sin desmerecer a los ilustres hombres que escribieron esos libros, pienso que… no lo sé, que pueden estar olvidando que podemos ser por fuera muchas cosas y que no todas serán verdad. Sólo quizás lo importante esté en lo que no se puede ver.
“Lo importante es invisible a los ojos” le decía Lavande, su madre. Tulipe bien lo sabía, al igual que la mayoría de los pobres que tantas veces habían aprendido esa lección en diferentes niveles. Hasta hacía muy poco le había tocado a la ex campesina darse cuenta de ello esa vez en que el conde, ese hombre magníficamente vestido y de flamante porte, por poco la asfixió con sus propias manos sin darle asco alguno. Dios decía que todos eran sus hijos; Tulipe lo compadecía en ocasiones por tener a los humanos por prole. Emerick tenía razón en preguntarle eso, no se trataba solamente de un ejemplo inteligentemente elaborado con una flor. ¿Qué hacía que un ser fuera tal y no otro distinto? Un menudo rayo de luz entró a la cabeza de la chica, generando algo pequeño, pero eficaz sobre lo cual apoyarse. Empezaría dando un ejemplo para poder elaborar algo sin ser incoherente. De otra manera sentía que se perdería.
—Perdóneme si lo aburro con esto, pero antes de que viniera a París, varios señores de mi pueblo subieron al primer barco pesquero que los llevara a América para encontrar oro —una sonrisa algo perdida se formó en su rostro al recordar el entusiasmo inicial de sus antiguos vecinos— Pero desgraciadamente no obtuvieron aquello que habían ido a buscar. Recibimos una carta después de un año que decía que lo que habían hallado no había sido más que oro falso. El clérigo me explicó que ese era el nombre que se le daba a ese mineral porque aparentaba ser oro, pero su composición no era la misma. Lo parecía, pero no lo era. Al menos algo así entendí. —negó con su cabeza al darse cuenta de que se estaba alargando demasiado— lo que quiero decir es que si está hecho ese tulipán de lo mismo que los demás, esencia creo que le dicen, ¿por qué debería interesarnos su apariencia?
Y el Duque continuó hablando sin darle tregua a Tulipe para que volviera a encerrarse en su mundo. Bastante le llamó la atención a la humilde muchacha que se refiriera al Señor como “tu Dios”. Que ella hubiera entendido de la boca de los demás, Monsieur Boussingaut iba a la Iglesia todos los Domingos y su religión proclamada era la católica apostólica romana. Su ingenuidad abrió un agujero cuando se dio cuenta de que era todas esas cosas, sí, pero solamente en apariencia. Con ella no tenía nada que perder, por eso le decía todas esas cosas. El cuento hubiera sido completamente diferente estando frente a alguien poderoso y de alto riesgo para ideas tan liberales como las que estaba enunciando con tanta pasión. Una tonelada de preguntas y afirmaciones en tiempo récord, así se expresaba él. ¿Tendría el coraje para pedirle que fuera más lento? Por supuesto que no. Si era Tulipe la que estaba en estado de necesidad, ella debía poner de su parte. No podía negar que se sentía intimidada, porque a pesar de que sabía desde pequeña que los afortunados como él tenían acceso a una educación de primera, era la primera vez que alguien de ese estrato privilegiado lo compartía con ella, como si quisiera que formara parte; algo impensable para alguien como ella.
Lo que Emerick le había dado como ejemplo le sonaba a ella como una cruel y trágica historia. ¿Quería ella que ocurriera? Nunca; que Dios la librara. Él no lo hubiera querido así.
—O-Oh, n-no Monsieur. Lo que menos quisiera es que se tomara represalias por las apariencias, y aunque peque de soberbia, tampoco querría que los demás lo hicieran. No podría juzgar la voluntad de Dios por hacernos diferentes. Yo… no sería nada sin Él —y para ella esa era la única verdad. La había desviado del camino de la perdición tantas veces que dudar de él era como insultarlo— He sido pobre toda mi vida, Monsieur. Soy diferente a usted. No, soy completamente diferente. Pero Jesús no nos condena a ninguno de los dos. Ante sus ojos somos todos iguales, sus hijos —se sonrió al pronunciar algo que sonaba tan maravilloso que deseaba que también se reflejara en la tierra y no solamente en el cielo— Que yo me haya dado cuenta, la Iglesia no quiere que dejemos de ser sus hijos. A mí, excelencia, me ha hecho tanto bien que una tarde no bastaría para ser exhaustiva al respecto, pero puedo decirle con todo el respeto que usted merece que si no fuera por la iglesia, lo más probable es que me hubiera desviado del buen camino, así como lo han hecho tantas otras como yo. Estaré eternamente agradecida por eso.
Pero eso no respondía la pregunta de Emerick en su totalidad. Faltaba identificar a la florista, porque tenía que existir una; Tulipe sentía sus efectos a diario cada vez que miraban a mendigos, cortesanas e incluso a ella misma por sobre el hombro, como si no fueran dignos de respirar el mismo aire. Ni Jesús hacía cosas así, entonces ¿quién? Miró la joven hacia el exterior de la ventana sin contemplar nada en particular. Parecía querer ver al mundo en su totalidad solamente apreciando el aura que despedía. La Tierra era una sola, después de todo, y de ella podían desprenderse todos los secretos que permanecieran sobre ella.
Los ojos de Tulipe se dilataron. De pronto todo se hizo más claro y más complejo a la vez.
—Creo que me he acercado a lo que es la florista… ella está compuesta por todos nosotros. Qué ironía, ¿no le parece? Las personas vulneran a otras personas el derecho de llamarse como tales. Tenemos libertad de albedrío para hacerlo y que Dios me perdone, pero se evitarían tantas cosas horribles si no tuviéramos esa oportunidad —dijo con voz melancólica, saboreando el sabor agridulce de la sinceridad. Bajó su cabeza, mirando hacia su regazo como un ciervo inclinándose. Se estaba sometiendo a la realidad— Pero la tenemos. Sólo podemos procurar llevar una vida honorable, y ojalá sin lastimarnos mutuamente.
Algunos cargaban la cruz por opulencia, otros por presión social y no faltaba quienes lo hacían para ocultar quienes verdaderamente eran. Tulipe, en cambio, la cargaba como si de ella pendiera su vida. La necesitaba porque no tenía otro camino, porque cualquier otra senda la llevaría a un abismo sin fondo. Con ella tenía por qué vivir y luchar. Con ella… alguien de su condición tenía un futuro, aunque fuera en otra vida.
Por mucho que lo deseara, tendría que olvidarse de la idea de quedarse callada con la cabeza gacha; podría enfurecerlo más eso que darle una respuesta que no quisiera oír. Dios estaría con ella, o al menos eso esperaba, así que no tenía excusas para echarse para atrás. No podía hacer eso teniendo viva en su mente la cara de su madre esperanzada. Tomando el panorama en cuenta, ya ni siquiera importaba si el Duque quería o no jugar mentalmente con ella. A Tulipe se le ocurrían pocas cosas más indignas que fallarle a los amaba, quienes en ella confiaban. Nada de voltearse. Como pudo hizo que palabras improvisadas salieran de su boca, esperando hilar una idea a medida que fueran formando frases. Miró a sus dedos. Sólo sabía contar hasta diez y hasta veinte cuando usaba los dedos de sus pies para esa tarea. Esperaba que no fueran más.
—Y-Yo creo que… son siete. —se quedó unos segundos atrapada en la belleza de la flor. ¡Oh, qué aroma más atrapante era que llegaba a su nariz sin siquiera tener aquel tulipán cerca de su rostro! Era en una palabra: maravilloso. — Humildemente, Monsieur, no he tenido la oportunidad de leer libros como usted, pero mi corazón también me ha enseñado cosas que si bien no son exactas, po-podría hacer un esfuerzo. —inhaló el aire cerrando sus ojos para concentrarse. Para cuando volvió a abrirlos, se sintió un poco más valiente— Sin desmerecer a los ilustres hombres que escribieron esos libros, pienso que… no lo sé, que pueden estar olvidando que podemos ser por fuera muchas cosas y que no todas serán verdad. Sólo quizás lo importante esté en lo que no se puede ver.
“Lo importante es invisible a los ojos” le decía Lavande, su madre. Tulipe bien lo sabía, al igual que la mayoría de los pobres que tantas veces habían aprendido esa lección en diferentes niveles. Hasta hacía muy poco le había tocado a la ex campesina darse cuenta de ello esa vez en que el conde, ese hombre magníficamente vestido y de flamante porte, por poco la asfixió con sus propias manos sin darle asco alguno. Dios decía que todos eran sus hijos; Tulipe lo compadecía en ocasiones por tener a los humanos por prole. Emerick tenía razón en preguntarle eso, no se trataba solamente de un ejemplo inteligentemente elaborado con una flor. ¿Qué hacía que un ser fuera tal y no otro distinto? Un menudo rayo de luz entró a la cabeza de la chica, generando algo pequeño, pero eficaz sobre lo cual apoyarse. Empezaría dando un ejemplo para poder elaborar algo sin ser incoherente. De otra manera sentía que se perdería.
—Perdóneme si lo aburro con esto, pero antes de que viniera a París, varios señores de mi pueblo subieron al primer barco pesquero que los llevara a América para encontrar oro —una sonrisa algo perdida se formó en su rostro al recordar el entusiasmo inicial de sus antiguos vecinos— Pero desgraciadamente no obtuvieron aquello que habían ido a buscar. Recibimos una carta después de un año que decía que lo que habían hallado no había sido más que oro falso. El clérigo me explicó que ese era el nombre que se le daba a ese mineral porque aparentaba ser oro, pero su composición no era la misma. Lo parecía, pero no lo era. Al menos algo así entendí. —negó con su cabeza al darse cuenta de que se estaba alargando demasiado— lo que quiero decir es que si está hecho ese tulipán de lo mismo que los demás, esencia creo que le dicen, ¿por qué debería interesarnos su apariencia?
Y el Duque continuó hablando sin darle tregua a Tulipe para que volviera a encerrarse en su mundo. Bastante le llamó la atención a la humilde muchacha que se refiriera al Señor como “tu Dios”. Que ella hubiera entendido de la boca de los demás, Monsieur Boussingaut iba a la Iglesia todos los Domingos y su religión proclamada era la católica apostólica romana. Su ingenuidad abrió un agujero cuando se dio cuenta de que era todas esas cosas, sí, pero solamente en apariencia. Con ella no tenía nada que perder, por eso le decía todas esas cosas. El cuento hubiera sido completamente diferente estando frente a alguien poderoso y de alto riesgo para ideas tan liberales como las que estaba enunciando con tanta pasión. Una tonelada de preguntas y afirmaciones en tiempo récord, así se expresaba él. ¿Tendría el coraje para pedirle que fuera más lento? Por supuesto que no. Si era Tulipe la que estaba en estado de necesidad, ella debía poner de su parte. No podía negar que se sentía intimidada, porque a pesar de que sabía desde pequeña que los afortunados como él tenían acceso a una educación de primera, era la primera vez que alguien de ese estrato privilegiado lo compartía con ella, como si quisiera que formara parte; algo impensable para alguien como ella.
Lo que Emerick le había dado como ejemplo le sonaba a ella como una cruel y trágica historia. ¿Quería ella que ocurriera? Nunca; que Dios la librara. Él no lo hubiera querido así.
—O-Oh, n-no Monsieur. Lo que menos quisiera es que se tomara represalias por las apariencias, y aunque peque de soberbia, tampoco querría que los demás lo hicieran. No podría juzgar la voluntad de Dios por hacernos diferentes. Yo… no sería nada sin Él —y para ella esa era la única verdad. La había desviado del camino de la perdición tantas veces que dudar de él era como insultarlo— He sido pobre toda mi vida, Monsieur. Soy diferente a usted. No, soy completamente diferente. Pero Jesús no nos condena a ninguno de los dos. Ante sus ojos somos todos iguales, sus hijos —se sonrió al pronunciar algo que sonaba tan maravilloso que deseaba que también se reflejara en la tierra y no solamente en el cielo— Que yo me haya dado cuenta, la Iglesia no quiere que dejemos de ser sus hijos. A mí, excelencia, me ha hecho tanto bien que una tarde no bastaría para ser exhaustiva al respecto, pero puedo decirle con todo el respeto que usted merece que si no fuera por la iglesia, lo más probable es que me hubiera desviado del buen camino, así como lo han hecho tantas otras como yo. Estaré eternamente agradecida por eso.
Pero eso no respondía la pregunta de Emerick en su totalidad. Faltaba identificar a la florista, porque tenía que existir una; Tulipe sentía sus efectos a diario cada vez que miraban a mendigos, cortesanas e incluso a ella misma por sobre el hombro, como si no fueran dignos de respirar el mismo aire. Ni Jesús hacía cosas así, entonces ¿quién? Miró la joven hacia el exterior de la ventana sin contemplar nada en particular. Parecía querer ver al mundo en su totalidad solamente apreciando el aura que despedía. La Tierra era una sola, después de todo, y de ella podían desprenderse todos los secretos que permanecieran sobre ella.
Los ojos de Tulipe se dilataron. De pronto todo se hizo más claro y más complejo a la vez.
—Creo que me he acercado a lo que es la florista… ella está compuesta por todos nosotros. Qué ironía, ¿no le parece? Las personas vulneran a otras personas el derecho de llamarse como tales. Tenemos libertad de albedrío para hacerlo y que Dios me perdone, pero se evitarían tantas cosas horribles si no tuviéramos esa oportunidad —dijo con voz melancólica, saboreando el sabor agridulce de la sinceridad. Bajó su cabeza, mirando hacia su regazo como un ciervo inclinándose. Se estaba sometiendo a la realidad— Pero la tenemos. Sólo podemos procurar llevar una vida honorable, y ojalá sin lastimarnos mutuamente.
Algunos cargaban la cruz por opulencia, otros por presión social y no faltaba quienes lo hacían para ocultar quienes verdaderamente eran. Tulipe, en cambio, la cargaba como si de ella pendiera su vida. La necesitaba porque no tenía otro camino, porque cualquier otra senda la llevaría a un abismo sin fondo. Con ella tenía por qué vivir y luchar. Con ella… alguien de su condición tenía un futuro, aunque fuera en otra vida.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Temas similares
» Raciocinio [ Emerick Boussingaut ]
» El Maestre y su Aprendiz {Emerick Boussingaut}
» Espectros en vida {Emerick Boussingaut}
» La ultima esperanza [Armand]
» | Emerick ID |
» El Maestre y su Aprendiz {Emerick Boussingaut}
» Espectros en vida {Emerick Boussingaut}
» La ultima esperanza [Armand]
» | Emerick ID |
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour