AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
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Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
Una sonrisa – casi infantil – curvaba su boca. No se necesitaba ser un genio para llegar a la conclusión de que se encontraba en pro de lo que resultaría – como siempre – en un fatídico plan – si es que podía llamársele plan. La mirada que tanto había ensayado para parecer un tipo duro nunca le había funcionado. Ser ladrón también era un empleo pero, una vez más, ¿desde cuándo se tomaba los trabajos en serio? Limpió la manzana que había aparecido ‘mágicamente’ en su mano tras caminar entre los puestos del mercado. Eran increíbles las cosas que podían pasar cuando las personas se aglomeraban en un mismo sitio, dándole la oportunidad de operar sin ser visto. También había encontrado un reloj de bolsillo en su bolsillo. Sí. No se le había escapado el juego de palabras. Julius era un profesional (Jah). Mordió la fruta mientras observaba uno de los cuadros que colgaban de las paredes. Inclinó la cabeza hacia un lado, luego hacia el otro. Frunció el ceño. Abrió mucho los ojos. Enarcó una ceja. La bajó. Entrecerró la mirada y, con un leve encogimiento de hombros se giró para seguir su camino. Sabía que si lo pillaban comiendo dentro del museo lo arrestarían – si es que podían atraparlo -, así que llevaba un buen rato burlando a quienes cuidaban de todas esas obras de arte. Quizás también les burlaba porque había entrado furtivamente. Ser un cambiaformas tenía sus trucos. ¡Aún no podía creer que su gemelo odiara su lado animal! ¿Por qué trabajar en el circo cuando podía, simplemente, hacer uso de sus habilidades y ser su propio jefe? Un suspiro exageradamente largo escapó de su pecho. La ropa que llevaba no ayudaba como disfraz. Había ido al museo de Louvre solo porque en su aburrimiento, había decidido llevarse un cuadro de esos. Seguramente no notarían si faltaba uno, ¿cierto? Además, el conde Ralph, quien era amante de cuadros extravagantes quizás podría estar interesado.
Giraba sobre sus talones, de pronto ansioso por alejarse de una estampida de hombres y mujeres de la clase pudiente, cuando tropezó con una hermosa joven. Era la típica dama de sociedad. Julius les había estado robando el tiempo suficiente como para reconocer cuándo alguien le facilitaría su trabajo. ¿Debía dejar a un lado la idea de llevarse uno de esos cuadros? Tal vez debía lanzarse por algo más pequeño. Se disculpó sonriente, bajando la mano que rápidamente había viajado para salvar a la dama de una posible caída. Algo parecido a la hostilidad asomó en los orbes de su improvisaba acompañante. Estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones. La diferencia en las clases sociales era el pan de cada día. Si le dieran un franco por cada vez que se encontraba en situaciones como esas sería el hombre más rico de la tierra. De acuerdo. No el más rico. Se alejó de ella antes de que pudiese gritar ‘auxilio’. Nunca comprendería porqué las mujeres gritaban en su compañía, pero había algo que las impulsaba y, no, aún tenía que hacerse con algo para comer. Le había prometido a su sobrino que le llevaría una bolsa de dulces y, al menos que quisiera que su cuñada se enterase de lo que había estado haciendo a mitad de la noche en casa de una extraña, era mejor no olvidarlo. Decidió cambiar de plan. Mejor ir a lo seguro. Ya podía intentar el gran asalto después. Siguió a la joven con quien había tropezado lo más cerca que pudo. Entre ratos fingía estar muy interesado en lo que colgaba de las paredes pero todos sus sentidos estaban enfocados en los movimientos de ella. ¿Tendría que esperar a que saliera a las calles o debía arriesgarse? ¿iImportaba? Lo decidiría sobre la marcha.
Giraba sobre sus talones, de pronto ansioso por alejarse de una estampida de hombres y mujeres de la clase pudiente, cuando tropezó con una hermosa joven. Era la típica dama de sociedad. Julius les había estado robando el tiempo suficiente como para reconocer cuándo alguien le facilitaría su trabajo. ¿Debía dejar a un lado la idea de llevarse uno de esos cuadros? Tal vez debía lanzarse por algo más pequeño. Se disculpó sonriente, bajando la mano que rápidamente había viajado para salvar a la dama de una posible caída. Algo parecido a la hostilidad asomó en los orbes de su improvisaba acompañante. Estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones. La diferencia en las clases sociales era el pan de cada día. Si le dieran un franco por cada vez que se encontraba en situaciones como esas sería el hombre más rico de la tierra. De acuerdo. No el más rico. Se alejó de ella antes de que pudiese gritar ‘auxilio’. Nunca comprendería porqué las mujeres gritaban en su compañía, pero había algo que las impulsaba y, no, aún tenía que hacerse con algo para comer. Le había prometido a su sobrino que le llevaría una bolsa de dulces y, al menos que quisiera que su cuñada se enterase de lo que había estado haciendo a mitad de la noche en casa de una extraña, era mejor no olvidarlo. Decidió cambiar de plan. Mejor ir a lo seguro. Ya podía intentar el gran asalto después. Siguió a la joven con quien había tropezado lo más cerca que pudo. Entre ratos fingía estar muy interesado en lo que colgaba de las paredes pero todos sus sentidos estaban enfocados en los movimientos de ella. ¿Tendría que esperar a que saliera a las calles o debía arriesgarse? ¿iImportaba? Lo decidiría sobre la marcha.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
Attia parece siempre comportarse como si estuviera interpretando un papel escrito por alguien más, por algún guionista con mal sentido del humor, aunque como buena actriz que es tiene aprendidos a la perfección tanto el parlamento como las acciones que debe realizar. Nunca había visitado el museo del Louvre pero le hizo creer a todo el mundo que aquel lugar era prácticamente su segundo hogar e incluso en parte de su rutina semanal estaba el pasear por las afueras para encontrarse con algún conocido o ser vista por alguien que pueda comentarle aquello después, aunque claro, muchas veces sólo servía para intentar captar si alguna nueva exposición ha sido montada, porque el dinero no siempre alcanza para comprar el periódico donde pueda leer las novedades y mucho menos para obtener una entrada a tan elegante y fino edificio. Por lo mismo es que hoy se siente doblemente emocionada, su sueño se cumple y al fin esa mentira tendrá algo de verdad. Su madre le entrega los francos para que los destine a lo que prefiere y Attia sin pensarlo dos veces decide caminar (¡oh sí, caminar como los pobres!), dirigirse hasta el museo y fingir que ha dejado su carruaje un poco más allá por si alguien pregunta. El interior es incluso más majestuoso de lo que alguna vez pensó y lo primero que nota es su error en algunas descripciones que ha dado antes, es una fortuna que la gente suela ser poco detallista o habrían notado aquellas fallas. Cada cuadro le parece una obra que debería poseer un edificio por si mismo, todo sublime, fantástico, realmente maravilloso, espectacular en todo el sentido de esa palabra y por sobre todo, le han de reafirmar que es a esa clase a la que pertenece y no a aquella donde nació, porque a veces Dios se equivoca y con ella erró gravemente. Su madre podría castigarla severamente por siquiera pensar esa herejía pero Attia suele cambiar esos regaños con apenas una sonrisa, manipular es parte de su esencia, los miembros de su familia deberían ser quienes lo tuvieran más claro.
Algo choca contra su hombro pero al mirar nuevamente nota que es un alguien, un hombre mal vestido que además lleva una manzana en la mano. ¡Cuánto peligro! ¿Acaso no sabe que una sola mancha del jugo de aquella fruta podría arruinar toda una pieza de arte? La mueca de asco aparece de forma automática en el rostro de Attia y transforma su semblante casi dulce en uno mucho más agrio. Pese a que aquel encuentro no dura más de un par de segundos y la distancia entre ambos vuelve a ser lo suficientemente amplia como para no tener que gritar por la ayuda de alguno de los guardias, sigue sintiendo su mano cálida en la espalda y su presencia cercana tal como si estuviera a sólo unos pasos de ella. El humor de la pequeña se marchita tal como las flores al cambiar de estación o más bien como las uvas cuando se convierten en pasas, sucede que encontrarse con alguien como él le recuerda su propia realidad y también el hecho de que cualquiera que tuviera un ojo más experto podría notar que su vestido está remendado donde no debería estarlo, que esa delgadez que intenta hacer pasar por elegancia es más bien falta de alimentación y que sólo puede agradecer a la genética por poseer las facciones de una muchacha de clase alta. Attia es agradecida pero hay cosas que deben mantenerse siempre en voz baja. Su atención se centra ahora en una exposición recién abierta, una sobre la que no ha escuchado ni leído, posee retratos de miembros de la realeza de distintos países en poses tan diversas como las nacionalidad de las cuales provienen. Intenta verse reflejada en alguna, sentir que pronto podría ser ella quien consiga que su rostro esté inmortalizado junto a un hombre galante y tan lleno de dinero que la salvará de ese futuro en la miseria que le espera si no logra encontrar al candidato ideal pronto. Los Fugger alguna vez fueron los comerciantes más grandes de Europa, pero ahora todo lo que queda es un nombre, — ¿y de qué sirve un nombre si nada más se tiene? — cree estar sola mientras susurra, está distraída, pensando en si misma como suele ser, ignorante de que mientras cree que es la soledad su única compañía, en realidad alguien más se esconde fuera de sus ojos.
Algo choca contra su hombro pero al mirar nuevamente nota que es un alguien, un hombre mal vestido que además lleva una manzana en la mano. ¡Cuánto peligro! ¿Acaso no sabe que una sola mancha del jugo de aquella fruta podría arruinar toda una pieza de arte? La mueca de asco aparece de forma automática en el rostro de Attia y transforma su semblante casi dulce en uno mucho más agrio. Pese a que aquel encuentro no dura más de un par de segundos y la distancia entre ambos vuelve a ser lo suficientemente amplia como para no tener que gritar por la ayuda de alguno de los guardias, sigue sintiendo su mano cálida en la espalda y su presencia cercana tal como si estuviera a sólo unos pasos de ella. El humor de la pequeña se marchita tal como las flores al cambiar de estación o más bien como las uvas cuando se convierten en pasas, sucede que encontrarse con alguien como él le recuerda su propia realidad y también el hecho de que cualquiera que tuviera un ojo más experto podría notar que su vestido está remendado donde no debería estarlo, que esa delgadez que intenta hacer pasar por elegancia es más bien falta de alimentación y que sólo puede agradecer a la genética por poseer las facciones de una muchacha de clase alta. Attia es agradecida pero hay cosas que deben mantenerse siempre en voz baja. Su atención se centra ahora en una exposición recién abierta, una sobre la que no ha escuchado ni leído, posee retratos de miembros de la realeza de distintos países en poses tan diversas como las nacionalidad de las cuales provienen. Intenta verse reflejada en alguna, sentir que pronto podría ser ella quien consiga que su rostro esté inmortalizado junto a un hombre galante y tan lleno de dinero que la salvará de ese futuro en la miseria que le espera si no logra encontrar al candidato ideal pronto. Los Fugger alguna vez fueron los comerciantes más grandes de Europa, pero ahora todo lo que queda es un nombre, — ¿y de qué sirve un nombre si nada más se tiene? — cree estar sola mientras susurra, está distraída, pensando en si misma como suele ser, ignorante de que mientras cree que es la soledad su única compañía, en realidad alguien más se esconde fuera de sus ojos.
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
El arte era ABURRIDO. Se le escapó un bostezo al escuchar al expositor hablar sobre personajes ilustres que marcaron historia. Bien podían estar hablando en blablablás porque no entendía nada. No es que estuviese interesado. Todo lo que una vez había querido aprender fue a escribir su nombre, pero desistió cuando pasó un par de minutos sentado haciendo garabatos. Un ladrón podía prescindir de esos lujos. No necesitaba dejar una firma atrás cada que tomaba joyas así que, ¿de qué le serviría? Se rascó el cabello mientras buscaba un sitio para dejar el corazón de la manzana. Observó a los lados por instinto, como si temiese ser pillado. Satisfecho consigo mismo por no estar llamando la atención, dejó la basura en un rinconcito. Centró su atención en su víctima de nuevo, solo para comprobar que aún no se había movido. Ahora que le había echado un buen vistazo, podía decir que era atractiva. Si pasaba por alto la forma en que iba vestido, ¿querría salir con él de ese infernal lugar? Si la convencía, pronto se iría con los bolsillos llenos. ¡Los ricos pasteles que se compraría! Se limpió la mano en el pantalón por educación. No querría manchar de jugo su delicada piel. La muchacha lucía frágil pero, ¿qué mujer no lo era? Ellas solo querían ser tratadas como muñecas de porcelana. La escuchó susurrar para sí y eso le provocó una sonrisa. Sus sentidos estaban lo suficientemente desarrollados como para oír un alfiler caer. Acortó la distancia que les separaba, lo que le resultó sumamente fácil, nadie quería estar cerca del pobre. ¡Pero sí se había bañado! Había ido al río más temprano pues su cuñada no le dejaba sentarse a la mesa si no estaba limpio. La comida de Sonnenschein era tan deliciosa que no le quedaba nada más que seguir sus reglas. Al menos su hermano había hecho dos cosas buenas: casarse con una hembra que era buena en la cocina y que le había dado un hijo cambiaformas. Los tátara de su cuñada provenían de una larga línea de brujos, así que fue toda una sorpresa – no para él – que la sangre de los Ward predominara. Ahora Maximus era un gatito escurridizo que le hacía pasar cada bochorno. Era toda una suerte que esa noche no le hubiese seguido.
Antes de que pudiese acercarse hasta la joven, una mujer gritó, luego un hombre. Estaban dando órdenes. ¿Por qué tanto alboroto? Un gato se había metido al museo. ¿Un minino? Julius se llevó la mano hasta el cuello mientras soltaba una maldición. No. No podía ser. ¿Era en serio? ¡JODER! Entonces, el gatito maulló. Lo vio subirse y sentarse sobre una vitrina que contenía un jarrón que brillaba como el oro. Reconocería al animal en cualquier lado. Además, ¿a quién más se le ocurriría meterse en problemas cuando estaba ‘trabajando’? Hubo más gritos ahogados por parte de los presentes. No. No iba a hacer nada. Iba a fingir que no le conocía. Maximus estaba ahora lamiéndose su pata, como si estuviese en su casa y no a punto de ser arrastrado lejos. ¿Por qué Lucius no lo vigilaba mejor? No era su culpa que le hubiese enseñado cómo escapar de su habitación. Por eso, él no sentaba cabeza. Los hijos eran un problema. Se suponía que ser tío sería divertido. ¡Ahora todo se estaba yendo al traste! Tomó del codo a la joven mientras la acercaba hasta él. – Tenemos que irnos. Sin querer, su sobrino había creado un alboroto. La mayoría se había agrupado para presenciar la escena. Nadie dedicaría más de una mirada a la pareja que salía del museo. – No te ayudaré. Dijo entre dientes. La culpa ya haciendo de las suyas. Si algo le pasaba al pequeño diablillo, su gemelo le mataría mientras su cuñada lo torturaba. - ¿Alguna vez has sentido la necesidad de cometer homicidio? Aunque la cuestión era para la joven, no esperaba una respuesta por parte de ella. La arrastró del brazo, apenas notando que forcejeaba; para ser honestos, ¿qué podía hacer la dama contra su fuerza? Estaba demasiado absorto en lo que hacía el gatito, ¿no podían dispararle, cierto? – Porque ahora mismo me siento tentado. Quizás su sobrino le siguiera al no verle, o quizás… no. Últimamente el oficio de ladrón requería más trabajo por la participación no deseada del más pequeño de la familia. Estaba muerto. Literalmente, muerto.
Antes de que pudiese acercarse hasta la joven, una mujer gritó, luego un hombre. Estaban dando órdenes. ¿Por qué tanto alboroto? Un gato se había metido al museo. ¿Un minino? Julius se llevó la mano hasta el cuello mientras soltaba una maldición. No. No podía ser. ¿Era en serio? ¡JODER! Entonces, el gatito maulló. Lo vio subirse y sentarse sobre una vitrina que contenía un jarrón que brillaba como el oro. Reconocería al animal en cualquier lado. Además, ¿a quién más se le ocurriría meterse en problemas cuando estaba ‘trabajando’? Hubo más gritos ahogados por parte de los presentes. No. No iba a hacer nada. Iba a fingir que no le conocía. Maximus estaba ahora lamiéndose su pata, como si estuviese en su casa y no a punto de ser arrastrado lejos. ¿Por qué Lucius no lo vigilaba mejor? No era su culpa que le hubiese enseñado cómo escapar de su habitación. Por eso, él no sentaba cabeza. Los hijos eran un problema. Se suponía que ser tío sería divertido. ¡Ahora todo se estaba yendo al traste! Tomó del codo a la joven mientras la acercaba hasta él. – Tenemos que irnos. Sin querer, su sobrino había creado un alboroto. La mayoría se había agrupado para presenciar la escena. Nadie dedicaría más de una mirada a la pareja que salía del museo. – No te ayudaré. Dijo entre dientes. La culpa ya haciendo de las suyas. Si algo le pasaba al pequeño diablillo, su gemelo le mataría mientras su cuñada lo torturaba. - ¿Alguna vez has sentido la necesidad de cometer homicidio? Aunque la cuestión era para la joven, no esperaba una respuesta por parte de ella. La arrastró del brazo, apenas notando que forcejeaba; para ser honestos, ¿qué podía hacer la dama contra su fuerza? Estaba demasiado absorto en lo que hacía el gatito, ¿no podían dispararle, cierto? – Porque ahora mismo me siento tentado. Quizás su sobrino le siguiera al no verle, o quizás… no. Últimamente el oficio de ladrón requería más trabajo por la participación no deseada del más pequeño de la familia. Estaba muerto. Literalmente, muerto.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
Va a matarla. Acaba de decírselo. Va a matarla o al menos tiene las ganas de hacerlo. Si ella no llama la atención de alguien que pueda salvarla terminará como tantos otros cuerpos dentro de una fosa común, porque claro, su familia no tiene un mausoleo en el cementerio ni el dinero para pagar por un servicio decente o al menos cualquier clase de servicio. Y quizás, aunque lo tuvieran, lo más probable es que tampoco lo harían, no es como si Attia fuera la persona más amable y lo mereciera, pero como algunos dicen, después de muertos somos todos buenos, ¿habría entonces algo que rescatar de esa muchacha ambiciosa que sólo ha buscado su propio bien desde que tiene memoria? Quizás se ha equivocado en el modo de dar los pasos para conseguir su objetivo, pero la verdad es que no conoce tampoco otra forma de hacerlos. Lucir frágil y como algo que no es le ha funcionado hasta ahora, pero también le ha traído problemas. Si ella tuviera la ropa que le corresponde, el rostro de alguien de su clase y las manos gastadas de quien trabaja continuamente es muy probable que ahora no estaría a punto de obtener una muerte dolorosa y lenta. — ¿Por qué me va a matar? ¿Qué le hice? Yo no llamé a los guardias aunque estuve tentada de hacerlo… — debería controlar un poco su boca. La vida se le acaba y en todo lo que piensa es en regañarlo por estar comiendo dentro del museo, tal vez el muchacho este no conociera las reglas que rigen aquellos lugares y si va a seguir frecuentándolo luego de asesinarla bien que podría aprenderlas. — Lo iba a hacer porque podía usted manchar alguna de las obras con sus manos sucias, se que quería tocarlas, lo vi en sus ojos… — su voz suena extrañamente confiada, todo es una estrategia para que él piense que no tiene miedo. Ideas algo descabelladas al considerar que sus propias facciones la delatan, que los ojos se abren aún más que antes y que sigue mirando alrededor en busca de alguien que pueda ayudarla.
Si ha dejado de forcejear es sólo porque ahora conoce con mayor exactitud lo inútil que eso sería. Después de bastantes intentos está ahora más cansada y también resignada a pasar sus últimos momentos del brazo de un hombre que huele a manzana. — ¿De quién escapa? Alguien nos persigue ¿verdad? Alguien ha notado que quiere usted secuestrarme y ahora intentará rescatarme… eso quiere… ¡Eso es lo que quiere! ¡Quiere pedir una recompensa a cambio de mi libertad! — la sorpresa de aquel descubrimiento la hace reír, logra que suelte carcajadas que son mas bien un gesto nervioso. Claro que la halaga que alguien considere que es lo suficientemente valiosa como para algo semejante, pero es también divertido el saber que luego se vería bastante decepcionado cuando nadie pudiera pagar lo que pide o que ni siquiera respondieran a sus notas amenazadoras porque no saben leer. Attia ha sido siempre quien se ha encargado de la escasa correspondencia de su familia, de mantener los documentos del extinto pasado glorioso de los Fugger y por sobre todo, de leer lo más posible para intentar volver a recuperar lo que la historia les quitó y que ahora pretende para su futuro. — No se si cortarle las alas ahora o esperar un poco más… aunque sí puedo decirle que aparentemente seguimos caminando a solas, nadie está tras nosotros… los guardias del museo al parecer tienen algo más importante de hacer que perseguir a dos personas que como mucho levantaron un poco la voz… — muchachita imprudente, debería cerrar la boca y dejar de tentar a quien quiere matarla. Homicidio fue lo que dijo, pero además sólo que estaba tentado, quizás ahora ya está totalmente decidido. — Se que va a matarme pero aún así nunca he sentido la necesidad de cometer homicidio, me conformo con la idea de saber que será castigado por Dios en el día del juicio final, ¿no le molesta tener la claridad de que irá al infierno? — y sigue jugando, porque tampoco es que sea del todo religiosa, sólo cree que es así como debe comportarse. Un estornudo se escapa, seguido de otro más. — ¡Un gato! Soy alérgica a ellos… ¡Un gato! ¡Cerca hay un gato! — su atención se desvía, la molestia en su nariz se transforma en unos ojos enrojecidos y en una muchacha ahora bastante enojada.
Si ha dejado de forcejear es sólo porque ahora conoce con mayor exactitud lo inútil que eso sería. Después de bastantes intentos está ahora más cansada y también resignada a pasar sus últimos momentos del brazo de un hombre que huele a manzana. — ¿De quién escapa? Alguien nos persigue ¿verdad? Alguien ha notado que quiere usted secuestrarme y ahora intentará rescatarme… eso quiere… ¡Eso es lo que quiere! ¡Quiere pedir una recompensa a cambio de mi libertad! — la sorpresa de aquel descubrimiento la hace reír, logra que suelte carcajadas que son mas bien un gesto nervioso. Claro que la halaga que alguien considere que es lo suficientemente valiosa como para algo semejante, pero es también divertido el saber que luego se vería bastante decepcionado cuando nadie pudiera pagar lo que pide o que ni siquiera respondieran a sus notas amenazadoras porque no saben leer. Attia ha sido siempre quien se ha encargado de la escasa correspondencia de su familia, de mantener los documentos del extinto pasado glorioso de los Fugger y por sobre todo, de leer lo más posible para intentar volver a recuperar lo que la historia les quitó y que ahora pretende para su futuro. — No se si cortarle las alas ahora o esperar un poco más… aunque sí puedo decirle que aparentemente seguimos caminando a solas, nadie está tras nosotros… los guardias del museo al parecer tienen algo más importante de hacer que perseguir a dos personas que como mucho levantaron un poco la voz… — muchachita imprudente, debería cerrar la boca y dejar de tentar a quien quiere matarla. Homicidio fue lo que dijo, pero además sólo que estaba tentado, quizás ahora ya está totalmente decidido. — Se que va a matarme pero aún así nunca he sentido la necesidad de cometer homicidio, me conformo con la idea de saber que será castigado por Dios en el día del juicio final, ¿no le molesta tener la claridad de que irá al infierno? — y sigue jugando, porque tampoco es que sea del todo religiosa, sólo cree que es así como debe comportarse. Un estornudo se escapa, seguido de otro más. — ¡Un gato! Soy alérgica a ellos… ¡Un gato! ¡Cerca hay un gato! — su atención se desvía, la molestia en su nariz se transforma en unos ojos enrojecidos y en una muchacha ahora bastante enojada.
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
¿Matarla? ¿Pero de qué infiernos estaba hablando? Las mujeres eran contradictorias. Hablaban cosas sinsentido. No importaba cuánto tiempo pasara alrededor de una de ellas, nunca podría entenderlas. Asentir cuando estaban molestas siempre funcionaba. Automáticamente, su cabeza hizo el gesto, pero eso no pareció servir de nada. ¡La joven no se callaba! Le acusaba de querer tocar esos malditos cuadros. Julius frunció el ceño. Esas cosas que exhibían eran horribles. Maximus sabía dibujar mucho mejor. De acuerdo. Eso no era cierto. Ni en su familia ni en la de Sonnenschein existía alguien con habilidad alguna para el arte. ¿Robar entraba en esa categoría? Suponía que lo hacía. No cualquiera podía jactarse de salir bien librado. Había que ser ágil e inteligente para salvar el pescuezo cada que se era descubierto. La idea de su acompañante le hizo detenerse abruptamente. Una media sonrisa juguetona apareció en su boca. – Esa sí que es una mejor idea. Por un momento, había planeado simplemente despojarle de todas sus pertenencias. Pero ahora que insiste… Estaba divirtiéndose a lo grande, o lo estaría, si el pequeño gato decidiera dejar las travesuras por un rato. Siguió andando, con la conciencia taladrándolo. Sus entrañas gruñeron. O bien era hambre o remordimiento. ¿Ir al infierno? Al parecer, captada solo palabras de la dama. Trataba de concentrarse en lo que pasaba en el interior del museo. ¡Por fin sus habilidades tenían un uso! Cuando estaba desesperado buscando en las habitaciones algo valioso que pudiese interesar a su comprador, se le escapaba revisar que nadie se acercara. Con el peligro persiguiendo a Maximus, eso no parecía ser un problema. Hubo un estornudo y… Aye. Su concentración se fue al desagüe. Fulminó con la mirada a la desconocida un segundo antes de que le escuchara hablar de un gato. - ¡¿Por qué no me sorprende que seas alérgica?! Exclamó exasperado. – Es difícil encontrar una mujer que no lo sea. Quizás fue por eso que mi hermano se casó con esa bruja. Al menos ella no estornuda cada que nos encontramos cerca. Hablaba entre dientes, doblando la cabeza para encontrar al gato. Rezaba a los dioses para que fuera Max y no uno callejero. No parecía notar que hablaba en plural. No es que hubiese hecho diferencia alguna. Raras veces podía mantener en secreto que era un cambiaformas. Su gemelo siempre le advertía que debía cambiar ese ‘horrible’ hábito. Afuera había muchos cazadores buscándolos.
Fue entonces cuando lo vio. - ¡Ajá! Dijo triunfalmente – De modo que has decidido escapar de los guardias. La pequeña bola de pelos se acercó hasta ellos. El ceño de Julius volvió. Se profundizó. Alguien no iba a pasarla bien durante el paseo. – Creo que le gustas. Mintió con una falsa sonrisa, buscando – ahora que podía pensar en algo más que Max siendo lastimado – un lugar solitario para terminar el trabajo. Se agachó para agarrar a su sobrino ahora que éste había decidido no seguir jugando a ‘Atrápame si puedes’, ¡su sangriento juego favorito! La guio hasta uno de los callejones menos transitados. Había recorrido varias veces la zona como para saber por dónde ir. – Sostén esto. Le pasó a Max con brusquedad. Había estado arañándolo para que lo bajara. Mejor ella que él. Si ya tenía los ojos enrojecidos por su sola presencia, ¿qué más daba si se hacía cargo de llevarlo? – ¡Solo no lo sueltes! Le advirtió, con una adusta mirada. – No querrás enfrentarte a la furia de Sonnenschein. Ante el signo de interrogación en la enrojecida mirada – si no se equivocaba en su interpretación – continuó. – No me veas así. Yo no fui quien le puso ese feo nombre. El gato maulló, claramente defiendiendo el honor de su madre, pero Julius le ignoró. – Como sea, ella sabrá si algo malo le pasó a su retoño. Siempre lo sabe. Un escalofrío recorrió su cuerpo. – Así que sé una buena víctima y obedece. Finalmente, llegaron hasta el fondo del callejón. No había salida. Si intentaba escapar tenía que regresar sobre sus pasos. No se lo recomendaba. Él era rápido. Además, tenía un excelente sentido del olfato. La encontraría en un pestañeo. – Hacemos esto a tu manera o a la mía. De cualquier modo saldré victorioso. Casi se frota las manos ante el mero conocimiento de que sea lo que sea que ella lleve encima, le permitirá descansar por varios días de la terrible faena de robar. Quizás hasta llevaría a Max a la feria. Al recibir solo un estornudo como respuesta, decidió hacer el trabajo por su cuenta. Eso era vergonzoso. ¿Escondía ella algunos francos en su esponjoso vestido? Y si era así, ¿dónde exactamente? Enarcó una ceja, ¿tendría que cambiar sus planes? Quizás debía pedir esa recompensa después de todo.
Fue entonces cuando lo vio. - ¡Ajá! Dijo triunfalmente – De modo que has decidido escapar de los guardias. La pequeña bola de pelos se acercó hasta ellos. El ceño de Julius volvió. Se profundizó. Alguien no iba a pasarla bien durante el paseo. – Creo que le gustas. Mintió con una falsa sonrisa, buscando – ahora que podía pensar en algo más que Max siendo lastimado – un lugar solitario para terminar el trabajo. Se agachó para agarrar a su sobrino ahora que éste había decidido no seguir jugando a ‘Atrápame si puedes’, ¡su sangriento juego favorito! La guio hasta uno de los callejones menos transitados. Había recorrido varias veces la zona como para saber por dónde ir. – Sostén esto. Le pasó a Max con brusquedad. Había estado arañándolo para que lo bajara. Mejor ella que él. Si ya tenía los ojos enrojecidos por su sola presencia, ¿qué más daba si se hacía cargo de llevarlo? – ¡Solo no lo sueltes! Le advirtió, con una adusta mirada. – No querrás enfrentarte a la furia de Sonnenschein. Ante el signo de interrogación en la enrojecida mirada – si no se equivocaba en su interpretación – continuó. – No me veas así. Yo no fui quien le puso ese feo nombre. El gato maulló, claramente defiendiendo el honor de su madre, pero Julius le ignoró. – Como sea, ella sabrá si algo malo le pasó a su retoño. Siempre lo sabe. Un escalofrío recorrió su cuerpo. – Así que sé una buena víctima y obedece. Finalmente, llegaron hasta el fondo del callejón. No había salida. Si intentaba escapar tenía que regresar sobre sus pasos. No se lo recomendaba. Él era rápido. Además, tenía un excelente sentido del olfato. La encontraría en un pestañeo. – Hacemos esto a tu manera o a la mía. De cualquier modo saldré victorioso. Casi se frota las manos ante el mero conocimiento de que sea lo que sea que ella lleve encima, le permitirá descansar por varios días de la terrible faena de robar. Quizás hasta llevaría a Max a la feria. Al recibir solo un estornudo como respuesta, decidió hacer el trabajo por su cuenta. Eso era vergonzoso. ¿Escondía ella algunos francos en su esponjoso vestido? Y si era así, ¿dónde exactamente? Enarcó una ceja, ¿tendría que cambiar sus planes? Quizás debía pedir esa recompensa después de todo.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
El hombre es exorbitantemente extraño o al menos así lo considera Attia al mirar su errático comportamiento y ese balbuceo al que no puede ponerle atención ya que está pendiente de algo mucho, mucho más importante… su vida. Y es que pese a que ya no sabe si creer o no a las anteriores amenazas ahora todo lo que puede hacer es seguir intentando no estornudar cada dos por tres y que los guardias se acerquen a ellos por ese motivo. — Yo no estoy estornudando porque usted esté cerca… es el gato, estoy segura que hay un gato… — pero todo su discurso se interrumpió cuando frente a ella apareció aquello que le daría la razón. Podía ver cada uno de esos pelos y todo lo que causarían en ella y rogó para que no se acercara o si lo hacía tuvieran el menor efecto posible en ella. Tal vez de eso se trataba todo, de torturarla primero y luego matarla cuando ya no sirviera para su entretención. El corazón de Attia comenzó a latir de prisa pese a lo mucho que intentaba disimular lo que realmente sucedía en su interior. — ¿Qué? ¿Está loco? Yo no… — pero antes de que terminara aquella oración, el hombre le prestó a ese gato y no le quedó otra opción que sostenerlo y además comenzar a sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas hasta comenzar a llorar casi a mares. Si las miradas pudieran atravesar el cuerpo de alguien hasta convertirlo en pedacitos, sin dudas que ella habría dejado a Julius en partes tan pequeñas que ni siquiera podrían identificarlo después. Se dedicó entonces a caminar junto a él en silencio, el callejón oscuro le daba la bienvenida tan amablemente que parecía irrisorio. Ya no le importaba sentir que la matarían pronto, tampoco que su alergia la dejaría sin respirar bien por semanas y mucho menos lo último ya que lo más probable es que no le quedara suficiente vida para quejarse por estar enferma.
— ¿Qué…? ¿Qué va a hacerme? ¿Qué es todo esto? ¿Va a matarme ahora? Dígame qué quiere, es lo único que pido… se que no tengo la opción de salvarme pero dígame qué puedo hacer, sólo quiero saber qué sucederá ahora. — Una última petición de un prisionero caminando hacia su sentencia de muerte. El pequeño gatito comienza a removerse entre sus manos, la alergia actúa en su máxima expresión pero parece estar un poco fuera de lugar al no ser su preocupación más importante en ese momento. Attia observa al hombre que parece indeciso, quizás está determinando cual sería la forma mejor de terminar con todo. Pero entonces, ¿cuál es la finalidad? Se niega a creer que sólo se acercara a ella para eso. Tal vez alguien se lo ordenó. ¿Es que no saben que ella no tiene donde caerse muerta? Tanto trabajo para nada. — Puedo… — un estornudo tras otro, porque a medida que el gatito sigue moviendo cada vez más inquieto, los pelos comienzan a volar y apenas tocan su nariz producen que esta comience a reaccionar no de la mejor manera. Ahora tiene los ojos y las fosas nasales rojas, ambas húmedas y no puede usar las manos para limpiarse porque no tiene pañuelo y porque además tiene que ser obedeciendo si quiere, tal como él ha dicho, ser una “buena víctima”. No, jamás lo ha sido ni planea serlo ahora, si él espera que ella se comporte pacientemente y sólo siga cada una de sus indicaciones está muy equivocado. — Tiene que decirme qué es lo que quiere de mí o soltaré esta bola molesta de pelos… — intenta que sus palabras sean convincentes aún cuando los síntomas de su alergia le quiten algo de seguridad a sus palabras. Lo mira a los ojos luciendo desafiante, el pequeño felino parece entender sus palabras porque se queda quieto un segundo y luego comienza a moverse con más fuerza. Le cuesta ahora mantenerlo entre sus manos pero aplica toda la energía que posee y suelta un dedo como diciendo que no juega y que sus palabras son en serio. — Lo voy a dejar caer y tendrás que decidir entre atraparlo a él o matarme a mí… — se siente la mujer más inteligente de toda, aunque en realidad sólo espera que esto le de algo de tiempo y que no salga al revés su plan.
— ¿Qué…? ¿Qué va a hacerme? ¿Qué es todo esto? ¿Va a matarme ahora? Dígame qué quiere, es lo único que pido… se que no tengo la opción de salvarme pero dígame qué puedo hacer, sólo quiero saber qué sucederá ahora. — Una última petición de un prisionero caminando hacia su sentencia de muerte. El pequeño gatito comienza a removerse entre sus manos, la alergia actúa en su máxima expresión pero parece estar un poco fuera de lugar al no ser su preocupación más importante en ese momento. Attia observa al hombre que parece indeciso, quizás está determinando cual sería la forma mejor de terminar con todo. Pero entonces, ¿cuál es la finalidad? Se niega a creer que sólo se acercara a ella para eso. Tal vez alguien se lo ordenó. ¿Es que no saben que ella no tiene donde caerse muerta? Tanto trabajo para nada. — Puedo… — un estornudo tras otro, porque a medida que el gatito sigue moviendo cada vez más inquieto, los pelos comienzan a volar y apenas tocan su nariz producen que esta comience a reaccionar no de la mejor manera. Ahora tiene los ojos y las fosas nasales rojas, ambas húmedas y no puede usar las manos para limpiarse porque no tiene pañuelo y porque además tiene que ser obedeciendo si quiere, tal como él ha dicho, ser una “buena víctima”. No, jamás lo ha sido ni planea serlo ahora, si él espera que ella se comporte pacientemente y sólo siga cada una de sus indicaciones está muy equivocado. — Tiene que decirme qué es lo que quiere de mí o soltaré esta bola molesta de pelos… — intenta que sus palabras sean convincentes aún cuando los síntomas de su alergia le quiten algo de seguridad a sus palabras. Lo mira a los ojos luciendo desafiante, el pequeño felino parece entender sus palabras porque se queda quieto un segundo y luego comienza a moverse con más fuerza. Le cuesta ahora mantenerlo entre sus manos pero aplica toda la energía que posee y suelta un dedo como diciendo que no juega y que sus palabras son en serio. — Lo voy a dejar caer y tendrás que decidir entre atraparlo a él o matarme a mí… — se siente la mujer más inteligente de toda, aunque en realidad sólo espera que esto le de algo de tiempo y que no salga al revés su plan.
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
El ladrón entrecerró la mirada para enfocarlos en sus cautelosos orbes. ¿Había escuchado bien? ¡¿Lo estaba amenazando?! La pequeña bola de pelos maulló y se retorció – como poseso – entre las manos ajenas. - ¿Quieres pasar toda la noche buscándolo? No sé tú, pero a mí me gusta dormir. Sonrió con aire de suficiencia. Si por su culpa el minino se escapaba, no la dejaría en paz. Si alguien podía ser jodidamente insistente, ese era – sin lugar a dudas – él. El gato en su interior se desperezó, de pronto interesado en la cacería y en las amenazas de la dama. ¡Demonios! ¡Si casi ronroneaba! – Además, me gusta mi cabeza donde está. Mi hermano podría arrancármela si despierta y su hijo no está. Su mirada descendió sobre su sobrino, quien ignoraba toda su cháchara. En eso consistía su relación. Él ordenaba, Max desobedecía. Atractivo, o al menos, así había sido durante el principio. ¿Cuándo se había roto el hechizo? Suponía que antes de que éste abandonase el vientre de su madre, porque en cuanto pudo convertirse en una diminuta bola anaranjada, se le pegó como lapa. De acuerdo. De acuerdo. Quizás – solo quizás – él lo había tratado como su bola de estambre, llevándoselo a todas partes, pero es que Lucius era todo ‘No permitas que coma eso’ ‘No puede andar paseándose por el Circo’ ‘No. No le enseñarás a robar’. Blablablá. Si le hubiese dejado a su suerte, habría sido una copia exacta de su gemelo. ¡Que Dios se apiadara de su alma si permitía tal desastre! Ahora Maximus era su mini yo. Una máquina imparable y, al parecer, con mucha azúcar en las venas. – Y si tienes dudas de que yo soy el tipo malo, espera a verlo a él. Es todo un papá Oso. Suspiró dramáticamente. En su otra vida, seguro fue un actor de teatro. Y… ¿En qué momento había olvidado que su propósito en ese callejón era robar y no charlar? “Concéntrate, Julius Ward.” Volvió a entrecerrar los ojos, como si acabara de entender su truco. La mujer estaba usando sus artimañas para alejarlo de su propósito inicial y maldición si lo conseguía. ¿A dónde iba a quedar su reputación? “¿Tienes alguna siquiera?” Cuestionó aquélla infeliz voz.
– Sé lo que intentas hacer, encanto. Palmeó la cabecita del gatito e incapaz de detenerse, haló uno de sus sensibles bigotes. Éste alcanzó a arañarlo sobre el dorso de la mano. Para su deleite, quien se llevaba la peor parte era la joven. El gato clavó sus garritas en la piel. Tenía el lomo erizado de coraje. ‘Pagarás por esto, Julius’. ¿Había alargado la u o era su imaginación? Seguramente, no. La telepatía la había desarrollado con demasiada facilidad. Un poco más, y podría transformarse en un cachorro de tigre. ¡Y mejor que no fuera tan pronto porque sería un Gran Problema! ¡Con mayúsculas! Ya se veía sacándolo de las jaulas donde se mantenían presos a los animales que servían como estrellas en el Circo donde vivían, y además, trabajaban. Hasta el momento, se las habían arreglado como malabaristas, pero si el dueño de aquél negocio se enterase de su condición de cambiaformas, encontraría la forma de utilizarlos. El cielo podría estar cayéndose y Julius no movería ni un dedo, pero si se trataba de proteger a uno de los miembros de su familia – incluida la bruja que tenía por cuñada – entonces nadie lo paraba. Esa era la verdadera razón por la que ellos permitían que cuidara de su hijo. Nunca permitiría que algo le pasase, por mucho que se dijese lo contrario. El niño lo tenía en la palma de su mano. – Jah. No me amenaces o te vas olvidando de ir a los juegos, o comer esa nube de algodón que tanto te gusta. Siseó, pero antes de que pudiera hacer o decir algo más, ¡la mujer lo soltó! – No. No. NO. Gritó, mientras intentaba agarrarlo del pescuezo pero la bola de pelos lo esquivó para fundirse con la oscuridad. - ¿Por qué demonios has hecho eso? La expresión de su rostro era la de un hombre que se sabe derrotado. Ahora pasaría… No. Se corrigió. Pasarían las próximas horas buscando a ese infernal gato. – ¿Sabes lo difícil que será atraparlo? Un maullido que provenía desde el tejado le invitaba a iniciar la persecución. Tomó a la mujer – una vez más – por el codo, para ir en su búsqueda. – Espero que sepas trepar muros, porque esta será una larga noche. Y luego, cobraré tu rescate. He terminado de ser amable.
– Sé lo que intentas hacer, encanto. Palmeó la cabecita del gatito e incapaz de detenerse, haló uno de sus sensibles bigotes. Éste alcanzó a arañarlo sobre el dorso de la mano. Para su deleite, quien se llevaba la peor parte era la joven. El gato clavó sus garritas en la piel. Tenía el lomo erizado de coraje. ‘Pagarás por esto, Julius’. ¿Había alargado la u o era su imaginación? Seguramente, no. La telepatía la había desarrollado con demasiada facilidad. Un poco más, y podría transformarse en un cachorro de tigre. ¡Y mejor que no fuera tan pronto porque sería un Gran Problema! ¡Con mayúsculas! Ya se veía sacándolo de las jaulas donde se mantenían presos a los animales que servían como estrellas en el Circo donde vivían, y además, trabajaban. Hasta el momento, se las habían arreglado como malabaristas, pero si el dueño de aquél negocio se enterase de su condición de cambiaformas, encontraría la forma de utilizarlos. El cielo podría estar cayéndose y Julius no movería ni un dedo, pero si se trataba de proteger a uno de los miembros de su familia – incluida la bruja que tenía por cuñada – entonces nadie lo paraba. Esa era la verdadera razón por la que ellos permitían que cuidara de su hijo. Nunca permitiría que algo le pasase, por mucho que se dijese lo contrario. El niño lo tenía en la palma de su mano. – Jah. No me amenaces o te vas olvidando de ir a los juegos, o comer esa nube de algodón que tanto te gusta. Siseó, pero antes de que pudiera hacer o decir algo más, ¡la mujer lo soltó! – No. No. NO. Gritó, mientras intentaba agarrarlo del pescuezo pero la bola de pelos lo esquivó para fundirse con la oscuridad. - ¿Por qué demonios has hecho eso? La expresión de su rostro era la de un hombre que se sabe derrotado. Ahora pasaría… No. Se corrigió. Pasarían las próximas horas buscando a ese infernal gato. – ¿Sabes lo difícil que será atraparlo? Un maullido que provenía desde el tejado le invitaba a iniciar la persecución. Tomó a la mujer – una vez más – por el codo, para ir en su búsqueda. – Espero que sepas trepar muros, porque esta será una larga noche. Y luego, cobraré tu rescate. He terminado de ser amable.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
A veces Attia creía tener las prioridades de su vida muy claras: Conseguir un ricachón, casarse con él, darle un hijo varón, tener otro hijo más para que la gente no hable y luego hacer su vida de lujos y riquezas aprovechando que nunca más tendrá que usar vestidos remendados y zapatos de mala calidad que le dañan los pies. Pero otras veces, tal como ahora, sus prioridades cambiaban y todo lo que tenía en mente era salvar su vida al costo que fuera, incluso si eso significaba desafiar a un potencial asesino. En un gesto algo desesperado, Attia abre las manos y deja que esa bola de pelos molesta y causante de todo ese mal rato que le toca vivir simplemente se escape aunque sepa que de inmediato recibirá las palabras que no tardan en llegar. — ¡¿Cómo que por qué lo hice?! — está escandalizada, horrorizada ante tal pregunta que considera simplemente ridícula. ¿Es que acaso no la ha visto? ¿Qué no ve las lágrimas que le caen por las mejillas y no precisamente porque esté triste o algo parecido? La indignación la llena por completo pero respira un par de veces antes de seguir adelante y llenarse de un sentimiento aún peor. La ira. — ¡¿Qué estás diciendo?! — su voz se alza y ahora sus mejillas combinan a la perfección con el color enrojecido de sus ojos. — Creo que usted está loco si piensa que yo subiré a algún lugar, no voy a trepar por los muros de Paris buscando a un simple animal sólo porque usted está loco y le habla como si el bicho ese pudiera responderle… — intenta cruzarse de brazos pero el hombre le tira del codo queriendo arrastrarla tal como lo hizo antes. No tiene claro si es el enfado de toda la situación o la nueva referencia a ese rescate que nunca llegará lo que provoca en ella que comience a reír a carcajadas. — ¿Y cuándo fue amable? Porque yo no he visto ni una pizca de amabilidad en sus palabras o acciones… — es ahora ella quien tironea para intentar liberarse, aunque por supuesto, la fuerza no es comparable y con eso sólo consigue hacerse a si misma aún más daño.
— ¡Es usted un bruto, un salvaje, un hombre insensible, sin corazón, un delincuente cualquiera intentando aprovecharse! — y es también bastante guapo pero eso lo notó apenas lo vio por primera vez. Una lástima era que no tuviera los bolsillos llenos o la intención de la muchacha ahora sería totalmente distinta. Attia a ratos creía tener una especie de superpoder que le permitía conocer con una mirada rápida la procedencia social de todo hombre en edad de matrimonio. Los zapatos, la tela de los pantalones, las marcas en las manos indicando el tipo de trabajo y el color de la piel que pueda ser sinónimo de horas bajo el sol; no es difícil mirar todo eso para alguien que está entrenado para hacerlo. — Puedo ayudarlo a buscar a ese gato pulgoso si con eso va a dejar de tironearme del brazo todo el tiempo como si acá fuera yo la mascota y no esa bola de pelos… — cuando frunce el ceño, Attia se ve un poco más joven de lo que es, su rostro se suaviza en otros sectores y la imagen furiosa y radical que intenta entregar se transforma en una máscara bastante divertida. Es imposible creer en sus enojos, son casi tan irrisorios como las amenazas que entregó antes. — Y lo más divertido de todo esto es que usted aún cree que podrá recibir un rescate de este ridículo crimen que está cometiendo conmigo… — vuelve a reír, pero es una risa irónica y no esa dulce que suele fingir generalmente. — ¿Sabe con quién está tratando? ¿Sabe de dónde proviene mi familia? ¡Una daga en el cuello es lo que podrá obtener! No ese rescate de unas pocas monedas que tanto espera… — al mentir el único signo observable que posee, y que pueda indicar además que sus palabras no son ciertas, es un pequeño tic que la obliga a levantar la barbilla como si quisiera demostrarle al mundo que acá es ella quien tiene la razón y quien además está por sobre el resto, que es lo que hace justo ahora. Nada podría estar más alejado de la realidad, pero sigue avanzando en parte porque no quiere volver a casa con las manos vacías y por otro lado porque tiene más que claro que él no la dejara en paz hasta que encuentren al animalucho ese que ha sido la fuente de toda su agonía reciente. — ¿Me va a soltar o no? No voy a gritar ni voy a escapar, le doy mi palabra como Attia Calissa Fugger de que lo acompañaré hasta que termine su búsqueda. — estira su mano, es pequeña, frágil, sin rastros de labores duras. — ¿Me va a decir su nombre? —
— ¡Es usted un bruto, un salvaje, un hombre insensible, sin corazón, un delincuente cualquiera intentando aprovecharse! — y es también bastante guapo pero eso lo notó apenas lo vio por primera vez. Una lástima era que no tuviera los bolsillos llenos o la intención de la muchacha ahora sería totalmente distinta. Attia a ratos creía tener una especie de superpoder que le permitía conocer con una mirada rápida la procedencia social de todo hombre en edad de matrimonio. Los zapatos, la tela de los pantalones, las marcas en las manos indicando el tipo de trabajo y el color de la piel que pueda ser sinónimo de horas bajo el sol; no es difícil mirar todo eso para alguien que está entrenado para hacerlo. — Puedo ayudarlo a buscar a ese gato pulgoso si con eso va a dejar de tironearme del brazo todo el tiempo como si acá fuera yo la mascota y no esa bola de pelos… — cuando frunce el ceño, Attia se ve un poco más joven de lo que es, su rostro se suaviza en otros sectores y la imagen furiosa y radical que intenta entregar se transforma en una máscara bastante divertida. Es imposible creer en sus enojos, son casi tan irrisorios como las amenazas que entregó antes. — Y lo más divertido de todo esto es que usted aún cree que podrá recibir un rescate de este ridículo crimen que está cometiendo conmigo… — vuelve a reír, pero es una risa irónica y no esa dulce que suele fingir generalmente. — ¿Sabe con quién está tratando? ¿Sabe de dónde proviene mi familia? ¡Una daga en el cuello es lo que podrá obtener! No ese rescate de unas pocas monedas que tanto espera… — al mentir el único signo observable que posee, y que pueda indicar además que sus palabras no son ciertas, es un pequeño tic que la obliga a levantar la barbilla como si quisiera demostrarle al mundo que acá es ella quien tiene la razón y quien además está por sobre el resto, que es lo que hace justo ahora. Nada podría estar más alejado de la realidad, pero sigue avanzando en parte porque no quiere volver a casa con las manos vacías y por otro lado porque tiene más que claro que él no la dejara en paz hasta que encuentren al animalucho ese que ha sido la fuente de toda su agonía reciente. — ¿Me va a soltar o no? No voy a gritar ni voy a escapar, le doy mi palabra como Attia Calissa Fugger de que lo acompañaré hasta que termine su búsqueda. — estira su mano, es pequeña, frágil, sin rastros de labores duras. — ¿Me va a decir su nombre? —
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
¿Cómo si el bicho ese pudiera responderle? ¡¿Era posible que en verdad no conociese nada sobre su especie?! ¿Ni un rumor? ¿Nada? ¡¿Por qué los vampiros siempre terminaban protagonizando todas las historias?! Le escuchó con atención. Hablaba con tal ímpetu, que Julius llegó a la conclusión de que se había inspirado y que si la interrumpía para decirle que su sobrino se estaba alejando, terminaría muy mal varado. Además, tenía que admitirlo, se veía linda lanzando improperios; ¡y eso que éstos iban dirigidos directamente a él! – ¿Crees que tenga pulgas? Preguntó, solo para molestarla un poco más. – Su madre le esculcó hace como una semana. ¡Juró que estaba limpio! ¿Me mintió? La indignación que había embargado a su acompañante debió de contagiársele, porque de pronto, sonaba extremadamente horrorizado. Por supuesto, estaba exagerando. – Cuando lo atrapemos, tendrás que venir conmigo. Le contarás a Lucius que su esposa es una madre desnaturalizada. Mira que dejar a su pobre criatura en esas condiciones. Por alguna extraña razón, cuando yo digo “Te lo dije”, quiere saltar sobre mi cuello y… Se detuvo abruptamente. La joven había empezado a reír histriónicamente y le miraba como, ¡como si de verdad se creyese que estaba loco! ¿Por qué mejor no le contaba qué era lo que le parecía tan gracioso? – De acuerdo, encanto. Me estás asustando. ¿Ingeriste algún tipo de alcohol esta noche? Porque déjame decirte que no te hace ningún bien. Observó cómo ésta separaba los labios para dejar escapar lo que sin duda sería otra retahíla, que él le dio un apretón amistoso para apaciguarle. – Nunca hago esto, ¿sabes? Tengo como regla no simpatizar con las víctimas, pero ya que vamos a enzarzarnos en esta búsqueda, contestaré a tu pregunta y a unas cuantas más. Soltó su agarre en el codo, y cogió la mano que le ofrecía. Era suave. Nada que ver con la suya, que estaba áspera por trepar a los muros. – Mi nombre es Julius, y esa bola de pelos que dejaste escapar es Maximus. ¡Mi sobrino! No te culpo por no ver el parecido, pero eso es solo porque está en su forma animalesca. Contrario a la creencia popular, los cambiaformas también existimos. ¡En serio! ¿Es necesario chupar la sangre de los inocentes para volverse famosos? ¿No te parece un poco injusto? Y ahora estaba parloteando, en exceso.
- ¿No estarás preguntándome todo esto para luego ir en mi contra? Entrecerró la mirada. – Porque si es así, me temo que ya no podré dejarte ir. La maliciosa voz en su cabeza, sin duda se divertía gastándole bromas a, ¿cómo había dicho? Attia Calissa Fugger. Si hasta tenía un nombre que sonaba importante. ¿La estarían buscando ya? Seguramente. ¿No había dicho que ganaría una daga en su cuello? Eso en su idioma significaba que tendría a muchos preocupados por su paradero. ¿Es que esa misma gente no le había advertido de los peligros que acechaban en la noche? Para un humano, existían muchos aguardando en cada esquina. – Como sea, confiaré en tu palabra. Ustedes los ricos, siempre hacen honor a su apellido, ¿cierto? Se encogió de hombros y, sin soltar aún su cálida mano, se acercó hasta ella; con la excusa de que iba a contarle el más siniestro de los secretos. – La mejor manera de atrapar a Max, le susurró sobre el lóbulo, emitiendo un ronroneo ante el olor que parecía provenir de la joven. ¡Maldición! Eso era lo último que le faltaba, que ella tuviese esa fragancia. No era ningún secreto que él se derretía por lo dulce, igual que su sobrino. – Es arrinconándolo. Yo le haré salir de donde sea que se haya metido y lo guiaré hasta ti. No era el mejor plan. Sonaba demasiado precipitado, muy simple. Julius no era conocido por pensar las cosas detenidamente. Dejó ir su mano, como si le hubiese quemado. En su inconsciencia, había estado moviendo el pulgar sobre la piel. ¡Qué extraño! ¡Debía ser que llevaba mucho tiempo sin salir con una mujer! Sí. Eso era. Cualquier pensaría que él también se había casado, excepto que Max siempre le mantenía ocupado. O quizás era que odiaba los compromisos. Dio un paso hacia atrás y, llevó sus dedos hasta los botones de su camisa. Estaba remendaba, como era de esperar para alguien de su clase. Aunque hubiese poseído el dinero para comprarse algo mejor, y lo había poseído tras vender alguna que otra joya, el cambiaformas prefería llenarse el estómago con suculentos manjares. – Si sigues creyendo que estoy loco, espera unos minutos y te mostraré el truco. Ya sabes, tienes esa mirada escéptica en tu lindo rostro. Se quitó la camisa, como quien lo hace todos los malditos días (que así era) y se la tendió. – No tengo muchas y la necesitaré más al rato. Por su tono de voz, casi parecía estar disculpándose.
- ¿No estarás preguntándome todo esto para luego ir en mi contra? Entrecerró la mirada. – Porque si es así, me temo que ya no podré dejarte ir. La maliciosa voz en su cabeza, sin duda se divertía gastándole bromas a, ¿cómo había dicho? Attia Calissa Fugger. Si hasta tenía un nombre que sonaba importante. ¿La estarían buscando ya? Seguramente. ¿No había dicho que ganaría una daga en su cuello? Eso en su idioma significaba que tendría a muchos preocupados por su paradero. ¿Es que esa misma gente no le había advertido de los peligros que acechaban en la noche? Para un humano, existían muchos aguardando en cada esquina. – Como sea, confiaré en tu palabra. Ustedes los ricos, siempre hacen honor a su apellido, ¿cierto? Se encogió de hombros y, sin soltar aún su cálida mano, se acercó hasta ella; con la excusa de que iba a contarle el más siniestro de los secretos. – La mejor manera de atrapar a Max, le susurró sobre el lóbulo, emitiendo un ronroneo ante el olor que parecía provenir de la joven. ¡Maldición! Eso era lo último que le faltaba, que ella tuviese esa fragancia. No era ningún secreto que él se derretía por lo dulce, igual que su sobrino. – Es arrinconándolo. Yo le haré salir de donde sea que se haya metido y lo guiaré hasta ti. No era el mejor plan. Sonaba demasiado precipitado, muy simple. Julius no era conocido por pensar las cosas detenidamente. Dejó ir su mano, como si le hubiese quemado. En su inconsciencia, había estado moviendo el pulgar sobre la piel. ¡Qué extraño! ¡Debía ser que llevaba mucho tiempo sin salir con una mujer! Sí. Eso era. Cualquier pensaría que él también se había casado, excepto que Max siempre le mantenía ocupado. O quizás era que odiaba los compromisos. Dio un paso hacia atrás y, llevó sus dedos hasta los botones de su camisa. Estaba remendaba, como era de esperar para alguien de su clase. Aunque hubiese poseído el dinero para comprarse algo mejor, y lo había poseído tras vender alguna que otra joya, el cambiaformas prefería llenarse el estómago con suculentos manjares. – Si sigues creyendo que estoy loco, espera unos minutos y te mostraré el truco. Ya sabes, tienes esa mirada escéptica en tu lindo rostro. Se quitó la camisa, como quien lo hace todos los malditos días (que así era) y se la tendió. – No tengo muchas y la necesitaré más al rato. Por su tono de voz, casi parecía estar disculpándose.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
Una tras otra las ideas le parecían más ridículas que la anterior. Attia seguía sin creer a lo que sea que Julius, como sabe ahora que se llama, le diga. Está segura que todo lo que planea es tomarle el pelo para reírse de ella. Y es que es capaz de reconocer las burlas, las ha vivido antes cuando en casa de los que realmente son ricachones ha tenido que soportar ser el centro de la diversión cuando alguna muchacha intenta revelar las fallas de su siempre tan cuidada imagen de mujer de clase alta. Puede ser una mancha en el vestido, revelar que las medias tienen algún punto corrido o que el peinado no está hecho por una profesional, cualquier detalle puede escaparse de sus manos y llegar a los ojos de alguien con una lengua suelta y pocas razones para aceptar un chantaje a cambio de silencio. La solución que queda en esos casos es contraatacar y en eso, Attia es una experta. Hizo caso omiso de la mayoría de sus palabras y se centró en esa escueta explicación que le entregaba. ¿Qué mierda es un cambiaformas? Su madre tenía un nombre para esa enfermedad. Sí. Locura. Julius, guapo y todo como pueden verlo está absolutamente loco y desde aquel momento en que lo escucha hablar también comienza a sentir algo de miedo. Quizás él es de esos locos violentos a los que no se pueden contradecir o son capaces de golpearte. ¡Y maldita su suerte que está segura de que la golpearía en la cara! ¿Cómo podría después explicarle a sus “amigos” las marcas de esos golpes. Nadie le creería que fue un accidente, porque los accidentes parecen no ocurrir en las clases elevadas, todos pensarían que algún amante secreto lo hizo o peor aún, que estaba trabajando en algo cuando ocurrió. Peor es tener que hacer algo para ganarse el dinero que tener un hombre escondido entre las sábanas, eso todos lo saben. —No sé de qué habla… — la última palabra fue apenas un susurro, letras acalladas por su acercamiento. Maldición. Desde cerca es aún más guapo y eso no parece posible. El cuerpo de Attia responde y levemente, casi sin hacerlo, inclina su cuello hacia atrás y parece invitarlo a que pueda deslizar su nariz si es que lo desea. Pero el contacto es breve y desde entonces ella comienza a extrañarlo, también a desearlo aunque esté loco.
—Ya dije que le acompañaré… ¿es que acaso no escucha? — al parecer no, pero bien que sigue hablando y Attia nuevamente se cabrea. Escucha su descabellado plan que nuevamente la confunde y además quiere desnudarse. Cuando Julius se quita la camisa es una visión que nunca creyó encontrar esa noche. Si alguien le hubiese preguntado cómo cree que luce el pecho de ese molesto hombrecito, habría respondido sin dudas que “feo y mal” pero por cierto que estaba equivocada. Los músculos se marcan a un nivel perfecto, su piel es dorada y no tan pálida como pensaba y no hay una fea capa de vello negro que pueda ocultar algunos de sus perfectos rasgos. Mención aparte son sus brazos y las cosas maravillosas que de seguro puede hacer con ellos. Tal como levantarla y llevarla hasta una cama. Eso sería lo más indicado sin dudas. —¿Qué planea hacer? ¿Va a desnudarse aquí mismo? ¡Cúbrase! ¡Cúbrase ahora mismo o le juro qué…! — pero la amenaza queda incompleta, Attia no sabe qué más decir, está literalmente paralizada y en cambio se dedica a mantener la camisa en una de sus manos y estirar la otra para tocar su piel. Se siente tan bien, calza perfecto bajo sus dedos y cuando ella los desliza es un movimiento tímido parecido al que sintió que él hizo cuando tomó su mano. Espera no estar imaginando cosas, espera también poder controlarse pero parece imposible. — ¿Qué planeas hacer, Julius? — es primera vez que le habla de ese modo, es primera vez que no está enojada, que no siente miedo, que no tiene ganas de salir corriendo ni tampoco sabe qué es lo que siente por primera vez. ¿Es interés? Lo desconoce y por lo mismo es que da un paso atrás e interrumpe ese contacto. Fue un error hacer eso, prefiere ahora cruzarse de brazos y esperar que continúe con sus locuras, que vuelva a darle ideas de cómo atrapar al gato como si de un niño se tratara, que le advierta que los “padres” del animal estarán enfadados como si fueran dos personas de carne y hueso. Attia prefiere ahora cualquier cosa menos tener que seguir viéndolo de ese modo. Aquello es incluso peor que la tortura de tener que fingir todos los días para intentar conseguir un objetivo que aún no alcanza. — Vuelve a ponerte la camisa y vamos a buscar a Max o como sea que se llame eso —
—Ya dije que le acompañaré… ¿es que acaso no escucha? — al parecer no, pero bien que sigue hablando y Attia nuevamente se cabrea. Escucha su descabellado plan que nuevamente la confunde y además quiere desnudarse. Cuando Julius se quita la camisa es una visión que nunca creyó encontrar esa noche. Si alguien le hubiese preguntado cómo cree que luce el pecho de ese molesto hombrecito, habría respondido sin dudas que “feo y mal” pero por cierto que estaba equivocada. Los músculos se marcan a un nivel perfecto, su piel es dorada y no tan pálida como pensaba y no hay una fea capa de vello negro que pueda ocultar algunos de sus perfectos rasgos. Mención aparte son sus brazos y las cosas maravillosas que de seguro puede hacer con ellos. Tal como levantarla y llevarla hasta una cama. Eso sería lo más indicado sin dudas. —¿Qué planea hacer? ¿Va a desnudarse aquí mismo? ¡Cúbrase! ¡Cúbrase ahora mismo o le juro qué…! — pero la amenaza queda incompleta, Attia no sabe qué más decir, está literalmente paralizada y en cambio se dedica a mantener la camisa en una de sus manos y estirar la otra para tocar su piel. Se siente tan bien, calza perfecto bajo sus dedos y cuando ella los desliza es un movimiento tímido parecido al que sintió que él hizo cuando tomó su mano. Espera no estar imaginando cosas, espera también poder controlarse pero parece imposible. — ¿Qué planeas hacer, Julius? — es primera vez que le habla de ese modo, es primera vez que no está enojada, que no siente miedo, que no tiene ganas de salir corriendo ni tampoco sabe qué es lo que siente por primera vez. ¿Es interés? Lo desconoce y por lo mismo es que da un paso atrás e interrumpe ese contacto. Fue un error hacer eso, prefiere ahora cruzarse de brazos y esperar que continúe con sus locuras, que vuelva a darle ideas de cómo atrapar al gato como si de un niño se tratara, que le advierta que los “padres” del animal estarán enfadados como si fueran dos personas de carne y hueso. Attia prefiere ahora cualquier cosa menos tener que seguir viéndolo de ese modo. Aquello es incluso peor que la tortura de tener que fingir todos los días para intentar conseguir un objetivo que aún no alcanza. — Vuelve a ponerte la camisa y vamos a buscar a Max o como sea que se llame eso —
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
¡Ah! Pero la hermosa dama juega con sus papilas gustativas. Si de algo empieza a estar seguro, es que va a morderla como siga desprendiendo ese dulce aroma. ¿Es que acaso su exasperante víctima ha descubierto que su olor a canela le hace ronronear como el menos feroz de los gatitos? ¡Menos mal que Maximus se ha ido! No quiere escucharlo reírse por los próximos días, o peor, ¡semanas!, tras verlo sucumbir a la caricia de Attia. Una sonrisa extremadamente masculina se forma en la boca del cambiaformas cuando le escucha decir su nombre. Mayormente, siempre que alguien lo usa, es para gritarle porque ha hecho un sinfín de cosas malas. Al parecer, a Sonnenschein no le hace ninguna gracia cuando se acaba la comida o sonsaca a su sobrino para que no haga las tareas domésticas. ¡No es que eso último sea algo difícil de conseguir! El niño siempre está diciendo que tiene que ensayar si quiere ser un reconocido malabarista en el Circo y que en las letras no está la respuesta. ¡¿Quién es él para romperle los grandiosos sueños al pequeño?! Su ceño se frunce en un evidente gesto de molestia, cuando la ve dar un paso atrás, privándolo de su tacto. - ¿Ponerme la camisa? Mucho me temo que prefiero estar como Dios me trajo al mundo. En sus palabras – y su mirada – hay maliciosa diversión. - ¿O es que nunca has visto a alguien tan atractivo como yo desnudo? Julius está lejos de ser arrogante. ¡Ni siquiera sabe porqué hace tal cuestión! ¿Quiere intimidarle? No. Hay algo más. De pronto, está muy interesado en saber cuánto más se puede sonrojar su delicioso pastelito. ¿Le molestaría que se refiriera a ella de ese modo? ¡Estaba demasiado ansioso por ver su reacción! – Siempre puedes taparte los ojos o espiar por si algún curioso decide pasar por este callejón. ¡No querrás ser atrapada con un hombre en tan comprometida situación! En tal caso, tendríamos que casarnos. Exageraba, como ya era su costumbre. - ¿Te imaginas atrapada conmigo? Puede que yo sí. Continuó, aparentemente sin mucha prisa ahora por emprender su búsqueda. Maximus siempre podría regresar si veía que no iba tras él. Ajá, y del cielo lloverían caramelos cuando eso sucediera. – Hueles como mi pastelito favorito. Ronroneó, ¡de nuevo! Esa vez, había acortado la poca distancia que les separaba. Sus dedos se deslizaron por los labios ajenos. – Ahora estoy muy curioso por saber si tienes el mismo sabor.
Rápido como una bala - él diría que mucho más que eso – sustituyó sus dedos por su boca. Se dijo a sí mismo que solo lo hacía para silenciarla. ¡La mujer ya estaba otra vez separando sus labios para replicar! Que él hubiese tomado eso como señal de que debía atacar, era su culpa. Su lengua instó a la de ella a devolverle la caricia. Fue atormentadoramente lento y, cuando el beso se volvió más intenso, ya tenía sus manos sobre la cintura de la dama. La apretaba contra su cuerpo, como si no quisiera dejarla ir y; al mismo tiempo, listo para recibir su ira cuando terminara con el asalto. Un gruñido – casi gatuno – salió de su garganta cuando se separó para llenar sus pulmones de oxígeno. Era evidente, que solo le estaba dando una pequeña tregua. Desde que había nacido Maximus, pocas veces había salido con alguna mujer. Su gemelo había caído en las redes del amor tan fácilmente. Había visto cómo éste cambiaba completamente tras casarse con la bruja de su cuñada y; aunque estaba contento por la felicidad de éstos, al principio se había sentido desplazado. Lucius y él, siempre habían sido solo ellos. La única vez que habían tenido un serio enfrentamiento, fue cuando ambos se sintieron atraídos por la misma mujer. Solo su miedo a los compromisos, le habían hecho hacerse a un lado. Al final, ni uno ni otro se quedaron con la joven y eso había estado bien. Perder a su única familia por ese motivo, habría sido un completo desastre. Si bien había perdido a su hermano como compañero de juergas, ahora contaba con su sobrino como arma infalible. Las mujeres se derretían por los niños monos y los gatitos esponjosos. Todas, excepto la mujer entre sus brazos, que resultaba ser alérgica a su especie. Su pecho se hinchó como un hombre de las cavernas cuando ella no replicó. ¡La había dejado muda! Pero justo cuando volvía a besarla, la voz de Lucius retumbó por el callejón. Se paralizó. - ¡Julius Ludwig Ward! ¿Qué hacía Maximus entrando a la mansión de los condes? Los gruñidos de un gato, casi un lamento, le hicieron saber que su sobrino había sido atrapado y ahora era regañado. – Creo que, es momento de correr. Susurró las palabras sobre los labios ajenos, ¡como si así su gemelo no lo fuese a oír! Cogió la mano de Attia, entrelazó sus dedos con los de ella y la instó a ponerse en marcha. – Papá Oso, ha llegado. Si no me ayudas a salir de ésta, le diré que tú soltaste a su hijo. ¡Y a propósito! Le amenazó, ya yendo en dirección contraria. Tenía que haber otra salida. Su plan no podía volverse en su contra. ¿O sí?
Rápido como una bala - él diría que mucho más que eso – sustituyó sus dedos por su boca. Se dijo a sí mismo que solo lo hacía para silenciarla. ¡La mujer ya estaba otra vez separando sus labios para replicar! Que él hubiese tomado eso como señal de que debía atacar, era su culpa. Su lengua instó a la de ella a devolverle la caricia. Fue atormentadoramente lento y, cuando el beso se volvió más intenso, ya tenía sus manos sobre la cintura de la dama. La apretaba contra su cuerpo, como si no quisiera dejarla ir y; al mismo tiempo, listo para recibir su ira cuando terminara con el asalto. Un gruñido – casi gatuno – salió de su garganta cuando se separó para llenar sus pulmones de oxígeno. Era evidente, que solo le estaba dando una pequeña tregua. Desde que había nacido Maximus, pocas veces había salido con alguna mujer. Su gemelo había caído en las redes del amor tan fácilmente. Había visto cómo éste cambiaba completamente tras casarse con la bruja de su cuñada y; aunque estaba contento por la felicidad de éstos, al principio se había sentido desplazado. Lucius y él, siempre habían sido solo ellos. La única vez que habían tenido un serio enfrentamiento, fue cuando ambos se sintieron atraídos por la misma mujer. Solo su miedo a los compromisos, le habían hecho hacerse a un lado. Al final, ni uno ni otro se quedaron con la joven y eso había estado bien. Perder a su única familia por ese motivo, habría sido un completo desastre. Si bien había perdido a su hermano como compañero de juergas, ahora contaba con su sobrino como arma infalible. Las mujeres se derretían por los niños monos y los gatitos esponjosos. Todas, excepto la mujer entre sus brazos, que resultaba ser alérgica a su especie. Su pecho se hinchó como un hombre de las cavernas cuando ella no replicó. ¡La había dejado muda! Pero justo cuando volvía a besarla, la voz de Lucius retumbó por el callejón. Se paralizó. - ¡Julius Ludwig Ward! ¿Qué hacía Maximus entrando a la mansión de los condes? Los gruñidos de un gato, casi un lamento, le hicieron saber que su sobrino había sido atrapado y ahora era regañado. – Creo que, es momento de correr. Susurró las palabras sobre los labios ajenos, ¡como si así su gemelo no lo fuese a oír! Cogió la mano de Attia, entrelazó sus dedos con los de ella y la instó a ponerse en marcha. – Papá Oso, ha llegado. Si no me ayudas a salir de ésta, le diré que tú soltaste a su hijo. ¡Y a propósito! Le amenazó, ya yendo en dirección contraria. Tenía que haber otra salida. Su plan no podía volverse en su contra. ¿O sí?
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
Ante cada respuesta, la pequeña –aunque ni tanto- Attia boqueaba como un pez fuera del agua que busca intentar sobrevivir por algunos segundos más. Es imposible seguir su ritmo, mientras ella camina a pasos acompasados, él corre siempre queriendo ser el más rápido y el primero en llegar. Aún así, siente que podría seguir su ritmo o quizás debería ser él quien también lo baje un poco. ¿Es mucho pedir algo de equilibrio entre ambos? Está pensando y pidiendo demasiado de alguien a quien apenas conoce y que tiene que sacar de su cabeza lo antes posible. No puede seguir soñando luego de escucharlo, luego de ver su cuerpo y ahora también, luego de ese beso. ¿Lo habrá hecho bien? ¿Le habrá gustado? ¡Maldición si es su primer beso! La muchacha está nerviosa, complicada, se siente avergonzada de haber respondido de ese modo incluso cuando el beso se fue poniendo cada vez más candente y la palma de sus manos descansó sin vergüenza sobre la piel desnuda de a quien considera el más loco de los locos. Era obvio que lo haría, necesita, aún ahora, sentir más de lo que apenas ha tenido una probadita. Es peligroso ese hombre, ella siempre supo que en su rostro y en sus acciones sólo hay peligro. La insta a acercarse, a querer besarlo nuevamente, a mojar sus labios y hasta sonreír levemente mientras él toma un poco de aire y mientras ella duda que alguna vez vuelva a recuperar el aliento. Porque no sólo ha sobrevivido a su primer beso, también lo ha hecho a su segundo. Mientras mantiene los ojos cerrados, esperando que sus labios vuelvan a unirse como antes, escucha una voz extraña que interrumpe todo y que se convierte en quien tendrá el n°1 en su lista de las personas más odiadas. ¿Puede simplemente arrancarle la cabeza ahora ya? Necesita arrancarle también la lengua. ¡Quiere arrancarle los ojos! Attia arruga la nariz, no le interesa correr en ese momento pero aún así lo siguió. Es la curiosidad lo que la lleva a incluso empujarlo hasta el callejón lateral más oscuro, donde por supuesto cree que no podrán encontrarlos. Pero su idea se va a la basura apenas doblan en la siguiente esquina y ve que hay más gente por ese lado, lo que debieron hacer era seguir entre esas sombras o tal vez enfrentar a quien él ahora llama “papá Oso”. No sabe si es más raro eso o que creyera haber escuchado un ronroneo.
—¿Y ese quién es? —como una niña enojada a la que le han quitado su caramelo, Attia frunce nuevamente el ceño y disminuye su velocidad porque se le hace difícil hablar y correr al mismo tiempo, sobre todo con el vestido que lleva puesto y mientras sostiene como un trofeo la camisa de Julius en su mano libre. —¿Dices que ese es el padre del gato que me obligaste a tener entre las manos? Ya no me parece graciosa tu broma esa de las personas que son animales a la vez… conozco a algunos que son muy burros pero eso no creo que sea lo mismo… — y mientras lo dice, lo mira de reojo, para que entienda que es a él a quien se refiere cuando bromea. Porque lo hace y finalmente suelta una leve carcajada que la hace sentirse más tranquila, un poco más en calma. Siguen avanzando y este nuevo sector si lo conoce, es incluso parte de su recorrido a casa. Attia está segura de que Julius jamás podría imaginar los malabares que debe hacer para poder llegar hasta su hogar. Primero contratar un carruaje que la vaya a buscar donde sea que esté y luego que la deje en la supuesta mansión de su familia, un lugar escogido con mucha cautela en las afueras de la ciudad por si a algún gracioso se le ocurre seguirla; y después de eso, no le queda más remedio que levantar su seudo costoso vestido y caminar hasta esa casucha que bien podría estarse cayendo de no ser por sus reclamos constantes de que si se enferma no podrá seguir adelante con el plan. Muchas veces sus pies terminan llenos de heridas y raspaduras por los incómodos zapatos que debe usar, los mismos que deben ser limpiados para que luzcan como nuevos. Todos los detalles son importantes, especialmente cuando hay tantos ojos pendientes de que pueda cometer algún error. Se detiene, tira de su brazo para indicarle que tomen otro camino, es probable que el otro hombre ni siquiera esté ya cerca. Su cabeza es un revoltijo en ese instante que ni siquiera le permite escuchar si es que él ha dicho algo más. Es obvio que le complica lo que cree sentir interiormente, sólo lo conoce desde esa noche, es un desconocido, un desconocido que la besó y al que quiere volver a besar. Cuando los pasos de ambos cesan de una vez lo mira a los ojos y también a los labios, deliciosos y a la vez masculinos, únicos. Deberían ser sólo de ella. ¿Por qué tiene que pensar así? Lo odia, lo odia. ¡Attia Fugger odia a Julius apellido que sea! —¿Ludwig? ¿En serio? —y las carcajadas florecen y esta vez es ella quien se acerca y le roba un beso. Porque sí. Porque quiere hacerlo. El tercer beso de toda su vida.
—¿Y ese quién es? —como una niña enojada a la que le han quitado su caramelo, Attia frunce nuevamente el ceño y disminuye su velocidad porque se le hace difícil hablar y correr al mismo tiempo, sobre todo con el vestido que lleva puesto y mientras sostiene como un trofeo la camisa de Julius en su mano libre. —¿Dices que ese es el padre del gato que me obligaste a tener entre las manos? Ya no me parece graciosa tu broma esa de las personas que son animales a la vez… conozco a algunos que son muy burros pero eso no creo que sea lo mismo… — y mientras lo dice, lo mira de reojo, para que entienda que es a él a quien se refiere cuando bromea. Porque lo hace y finalmente suelta una leve carcajada que la hace sentirse más tranquila, un poco más en calma. Siguen avanzando y este nuevo sector si lo conoce, es incluso parte de su recorrido a casa. Attia está segura de que Julius jamás podría imaginar los malabares que debe hacer para poder llegar hasta su hogar. Primero contratar un carruaje que la vaya a buscar donde sea que esté y luego que la deje en la supuesta mansión de su familia, un lugar escogido con mucha cautela en las afueras de la ciudad por si a algún gracioso se le ocurre seguirla; y después de eso, no le queda más remedio que levantar su seudo costoso vestido y caminar hasta esa casucha que bien podría estarse cayendo de no ser por sus reclamos constantes de que si se enferma no podrá seguir adelante con el plan. Muchas veces sus pies terminan llenos de heridas y raspaduras por los incómodos zapatos que debe usar, los mismos que deben ser limpiados para que luzcan como nuevos. Todos los detalles son importantes, especialmente cuando hay tantos ojos pendientes de que pueda cometer algún error. Se detiene, tira de su brazo para indicarle que tomen otro camino, es probable que el otro hombre ni siquiera esté ya cerca. Su cabeza es un revoltijo en ese instante que ni siquiera le permite escuchar si es que él ha dicho algo más. Es obvio que le complica lo que cree sentir interiormente, sólo lo conoce desde esa noche, es un desconocido, un desconocido que la besó y al que quiere volver a besar. Cuando los pasos de ambos cesan de una vez lo mira a los ojos y también a los labios, deliciosos y a la vez masculinos, únicos. Deberían ser sólo de ella. ¿Por qué tiene que pensar así? Lo odia, lo odia. ¡Attia Fugger odia a Julius apellido que sea! —¿Ludwig? ¿En serio? —y las carcajadas florecen y esta vez es ella quien se acerca y le roba un beso. Porque sí. Porque quiere hacerlo. El tercer beso de toda su vida.
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
El regocijo amenazaba con estallar dentro de su pecho. Esa sonrisa pícara que se ha estampado en su rostro, es solo producto del pensamiento que se ha ido fortaleciendo conforme se mueve el segundero. Existe una enorme posibilidad de que ese haya sido el primer beso de Attia. Él se había alimentado de su sorpresa inicial mientras le instaba a responderle con la lengua. Si la mujer no hubiese colocado su mano sobre su cuerpo – demasiado posesivo, notó, no sin cierto placer – sus instintos felinos no habrían saltado como lo hicieron y hubiese prestado más atención a dicha cuestión. Pero la damita se había vuelto azúcar en sus manos y él, reconoció, se había perdido en su sabor. ¡No había probado nada más dulce que sus labios! Un gruñido vibró en su pecho ante la dirección de sus pensamientos. Si Lucius no volvía sobre sus pasos, iba a matarlo. Su hermano era un cambiaformas, por lo tanto, sería consciente de la excitación que crepitaba y colisionaba en el aire. Por supuesto, el idiota le jodería la noche solo como castigo por no cuidar bien a su hijo. – Lárguense, masculló. Consciente de que sería escuchado, a pesar de la distancia que ya habían puesto entre ellos. Julius estaba hambriento y no de alimentos. Quería más de Attia e iba a obtenerlo. Quizás después de unos diez arrebatadores besos, podría darse por satisfecho. De nuevo, se escuchó ese ronroneo. ¿A quién demonios intentaba engañar? Una vez que el banquete estaba sobre la mesa, ni su estómago lleno podía detenerlo. La dama estaba en peligro y no porque él fuese un bandido. ¿Sería de mala educación ponerle sobre aviso de que su inocencia podría verse comprometida si continuaba desprendiendo ese dulce y exquisito aroma que le dejaba sinsentido? ¿Era momento de pedirle que corriera? Perseguirla, despertaba al feroz gato. Sin duda, el tigre que llevaba dentro, estaba listo para cazar a la hembra. Correr no, decidió. Eso solo los pondría más cerca del abismo. ¿Y dónde demonios estaba su regla de oro? ¡¿Cómo iba siquiera?! ¿No había decidido, hacía mucho, que las jóvenes como Attia eran el equivalente a un compromiso? Todo el tiempo las había estado evitando. No había necesitado el consejo de Lucius para hacerlo. Él siempre lo había sabido. Un hombre que se respetaba no comprometía a una dama y mucho menos a una, que estaba fuera de su alcance. Ella bien podría terminar odiándolo cuando la pasión que iluminaba sus hermosos orbes se apagara.
Sin embargo, una vez que se detuvieron y sus miradas se encontraron, Julius supo que todo estaba perdido. Al menos, para él. De pronto la irritación lo embargó. Ella no lo estaba haciendo más fácil. ¿No veía su lucha interna? Ni siquiera escucharle pronunciar ese estúpido nombre lo molestó. Odiaba llamarse Ludwig. Ese era el que le habían puesto en el Orfanato, excepto que su gemelo y él se habían rebautizado cuando escaparon. Todo lo que podía oír de Attia era su melodiosa carcajada. La mujer no podía verse más hermosa. Durante el asalto, si es que podía llamársele así a esas alturas, todo lo que le había visto hacer era fruncir el ceño; pero cuando sonreía, la joven se veía tan adorable. No pudo contemplarla por más tiempo, pues enseguida ella se inclinó para darle un beso. Julius gruñó en respuesta, permitiéndole que los guiara. Oh sí. La joven estaba aprendiendo rápidamente. Sin duda, sería una gran compañera. Apasionada, exigente, complaciente. Su decisión de dejarle explorar se fue al infierno cuando fue preso del deseo. El cambiaformas se hizo cargo. Su mano se cerró en la cintura, pegándola a él. Mientras que la otra, más atrevida, se posicionó en la espalda baja de la joven. El jadeo que escapó de los labios ajenos murió en su boca. Los abandonó una eternidad después para recorrer su mejilla. Atrapó y mordisqueó su lóbulo, sumamente complacido por la manera en que ella respondía a sus caricias. Incapaz de detenerse, pronto estuvo besando su elegante cuello. – Por favor. Gruñó. – Ven conmigo. Attia poco pudo hacer para responder, pues sus labios habían vuelto a ser reclamados. Nadie conocía París como él, excepto quizás su pequeño sobrino. Corría la casualidad de que hacía unas noches, habían terminado en una casa abandonada. Al parecer, su dueño había muerto y el nuevo propietario aún no había sido localizado. No estaban muy lejos de ahí, pensó. Y si lo estaban, a él no le pareció. Era imposible pensar con la cabeza fría cuando el fuego le recorría. Si la joven notó la dureza contra ella, no hizo ningún comentario. Julius sonrió contra su boca. Él era su asaltante. ¿Por qué querría ella seguirlo? No la había tratado mal. No realmente. ¿Eso debería contar, cierto? Dejó de besarla para mirarle a los ojos. - ¿Sientes una especie de dolor aquí? Su virilidad se presionó con más fuerza contra su vientre. – Quiero aliviarte. Masculló. Sin duda, Julius se veía en esos momentos como el gato que acababa de encontrar leche en su plato. – Después puedo mostrarte que no estoy loco. Si lo hago ahora, bromeó, podrías intentar huir y eso, solo terminará con mis garras en ti. Aunque lo decía en broma, había tanta verdad en sus palabras. Era mejor no instar al animal.
Sin embargo, una vez que se detuvieron y sus miradas se encontraron, Julius supo que todo estaba perdido. Al menos, para él. De pronto la irritación lo embargó. Ella no lo estaba haciendo más fácil. ¿No veía su lucha interna? Ni siquiera escucharle pronunciar ese estúpido nombre lo molestó. Odiaba llamarse Ludwig. Ese era el que le habían puesto en el Orfanato, excepto que su gemelo y él se habían rebautizado cuando escaparon. Todo lo que podía oír de Attia era su melodiosa carcajada. La mujer no podía verse más hermosa. Durante el asalto, si es que podía llamársele así a esas alturas, todo lo que le había visto hacer era fruncir el ceño; pero cuando sonreía, la joven se veía tan adorable. No pudo contemplarla por más tiempo, pues enseguida ella se inclinó para darle un beso. Julius gruñó en respuesta, permitiéndole que los guiara. Oh sí. La joven estaba aprendiendo rápidamente. Sin duda, sería una gran compañera. Apasionada, exigente, complaciente. Su decisión de dejarle explorar se fue al infierno cuando fue preso del deseo. El cambiaformas se hizo cargo. Su mano se cerró en la cintura, pegándola a él. Mientras que la otra, más atrevida, se posicionó en la espalda baja de la joven. El jadeo que escapó de los labios ajenos murió en su boca. Los abandonó una eternidad después para recorrer su mejilla. Atrapó y mordisqueó su lóbulo, sumamente complacido por la manera en que ella respondía a sus caricias. Incapaz de detenerse, pronto estuvo besando su elegante cuello. – Por favor. Gruñó. – Ven conmigo. Attia poco pudo hacer para responder, pues sus labios habían vuelto a ser reclamados. Nadie conocía París como él, excepto quizás su pequeño sobrino. Corría la casualidad de que hacía unas noches, habían terminado en una casa abandonada. Al parecer, su dueño había muerto y el nuevo propietario aún no había sido localizado. No estaban muy lejos de ahí, pensó. Y si lo estaban, a él no le pareció. Era imposible pensar con la cabeza fría cuando el fuego le recorría. Si la joven notó la dureza contra ella, no hizo ningún comentario. Julius sonrió contra su boca. Él era su asaltante. ¿Por qué querría ella seguirlo? No la había tratado mal. No realmente. ¿Eso debería contar, cierto? Dejó de besarla para mirarle a los ojos. - ¿Sientes una especie de dolor aquí? Su virilidad se presionó con más fuerza contra su vientre. – Quiero aliviarte. Masculló. Sin duda, Julius se veía en esos momentos como el gato que acababa de encontrar leche en su plato. – Después puedo mostrarte que no estoy loco. Si lo hago ahora, bromeó, podrías intentar huir y eso, solo terminará con mis garras en ti. Aunque lo decía en broma, había tanta verdad en sus palabras. Era mejor no instar al animal.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/12/2010
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Re: Del odio al amor, hay un ladrón ||Privado
La única vez que escuchó algún consejo salir de la boca de su padre, y que además fuera dirigido hacia ella, aquellas palabras no eran más que una advertencia de lo que podría sucederle si aceptaba las invitaciones de los extraños. Eran los terrores de su infancia que también formaron parte de los años posteriores hasta que comenzó a moverse sola por la ciudad y descubrió que muchas cosas peores a las que su padre había augurado podía encontrar incluso al interior de su propio hogar. ¿Qué motivos tiene entonces ahora para aceptar ir con Julius? O quizás la pregunta debería ser la contraria, porque más bien necesita saber si tiene razones para no ir con él. Es probable que este guapo muchacho no sepa, pero Attia se siente un poco más ella desde que está a su lado. Por esos pocos momentos que han pasado juntos es que su esperanza va creciendo y se transforma en una planta trepadora que crece rápido y que comienza a habitarla sin opciones de que la luz llegue más abajo o algo similar. — Quiero ir contigo… —antes de que pueda darle más vueltas al asunto simplemente se entrega, sabe que está cometiendo el peor error de su vida, desconoce que eso puede traerle consecuencias a largo y corto plazo. Porque simplemente decirle que sí es más que caminar con él hasta las sombras y aunque ha leído al respecto desconoce lo demás, también las siguientes respuestas a las incesantes preguntas que hace y que la dejan sin respiración. Lo que siente no es dolor, es algo que nunca antes ha sentido y que no es capaz de describir o asimilar siquiera. Su rostro se llena de color y el calor que empieza en aquella zona de su vientre se expande al resto de su cuerpo y la obliga a respirar más pesado, a soltar un jadeo disimulado por los otros sonidos que su cuerpo hace ante una provocación a la que no sabe cómo replicar. —¿Qué tengo que hacer, Julius? —cada palabra sale con una dificultad creada por la excitación y la ansiedad. Tiene prisa pero no quiere lucir desesperada ni tampoco como si todo eso fuera tan desconocido para ella. Quizás las conversaciones que ha escuchado de otras chicas sirvan de algo, tal vez esos besos sólo serán conocidos por ellos y nadie podrá apuntarla luego por ser parte de ese hecho tan escandaloso para alguien que ni siquiera está casada. Ahí sí que nunca podría encontrar marido, nadie le creería que sólo fue un error por no pensar.
¿Es realmente sólo eso? La muchacha se permite rodearlo con ambos brazos, deja caer la camisa de Julius y acerca su mejilla tibia al cuerpo más caliente de aquel hombre. Por unos segundos siente el latido de su corazón y no es necesario que ambas pieles se choquen para ser capaz de oírlo. Late fuerte, es como él, como sus ojos que parecen atravesarla cada vez que la descubren. Attia siente la urgencia de hacer algo pero no sabe qué es por lo que sólo se pone de puntillas y le toma el labio con los dientes, una medida algo desesperada para volver a reclamar su boca y darle nuevamente un beso que esta es ella quien requiere, como una necesidad básica para poder seguir viviendo, casi equiparado con el aire o el alimento. —Yo… —carraspea porque siente como si toda la arena de ese mar que no conoce pero que dice haber visto tantas veces, estuviera dentro de su garganta haciendo su voz rasposa y grave. —Yo ya no creo que estés loco, no demasiado… Yo no voy a huir, Julius, no quiero hacerlo. —baja los ojos, baja también su boca y toca su cuello del mismo modo en que sintió que él lo hacía antes. Sólo esos recuerdos encienden su piel y transforman sus piernas siempre firmes por tantas caminatas en dos ramas nuevas de un árbol creciente que se mueve ante el suave contacto de una brisa. Lo toma ahora de los hombros y se aferra a él, lo siente su héroe que la salva de arenas movedizas. ¿Cómo reaccionaría él si ella le contara toda la verdad? Él, quien le reveló su verdadero ser, si es que eso puede ser cierto y decide creerle. Está seguro que huiría, que la dejaría sola, que decidiría arrancarla de su vida del mismo modo en que ella quiere hacerlo con su familia apenas la misión se cumpla. ¿Por qué le duele el corazón? —Me gustaría saber qué es lo que siento, esto que… que tú me haces sentir… ¿es normal? ¿está bien? —y contrario a, incluso, sus propios pensamientos, es que su cuerpo se apega más al del cambiaformas y siente nuevamente lo que ha estado ignorando antes. Cada rincón y detalle parecen haber sido hechos para ella, para su disfrute, para que pierda la cordura que siempre sintió como parte profunda de su personalidad. —Deseo tocarte y sentir más de tu piel, pero no podemos hacerlo acá… alguien puede vernos… —sin controlar lo que dice, de a poco deja salir aquello que pasa por su cabeza, lo que hasta ese momento sólo ella conoce y que sin saber por qué comparte con él. La verdad es que si sabe, pero aún es pronto para decir que Julius el loco le gusta mucho.
¿Es realmente sólo eso? La muchacha se permite rodearlo con ambos brazos, deja caer la camisa de Julius y acerca su mejilla tibia al cuerpo más caliente de aquel hombre. Por unos segundos siente el latido de su corazón y no es necesario que ambas pieles se choquen para ser capaz de oírlo. Late fuerte, es como él, como sus ojos que parecen atravesarla cada vez que la descubren. Attia siente la urgencia de hacer algo pero no sabe qué es por lo que sólo se pone de puntillas y le toma el labio con los dientes, una medida algo desesperada para volver a reclamar su boca y darle nuevamente un beso que esta es ella quien requiere, como una necesidad básica para poder seguir viviendo, casi equiparado con el aire o el alimento. —Yo… —carraspea porque siente como si toda la arena de ese mar que no conoce pero que dice haber visto tantas veces, estuviera dentro de su garganta haciendo su voz rasposa y grave. —Yo ya no creo que estés loco, no demasiado… Yo no voy a huir, Julius, no quiero hacerlo. —baja los ojos, baja también su boca y toca su cuello del mismo modo en que sintió que él lo hacía antes. Sólo esos recuerdos encienden su piel y transforman sus piernas siempre firmes por tantas caminatas en dos ramas nuevas de un árbol creciente que se mueve ante el suave contacto de una brisa. Lo toma ahora de los hombros y se aferra a él, lo siente su héroe que la salva de arenas movedizas. ¿Cómo reaccionaría él si ella le contara toda la verdad? Él, quien le reveló su verdadero ser, si es que eso puede ser cierto y decide creerle. Está seguro que huiría, que la dejaría sola, que decidiría arrancarla de su vida del mismo modo en que ella quiere hacerlo con su familia apenas la misión se cumpla. ¿Por qué le duele el corazón? —Me gustaría saber qué es lo que siento, esto que… que tú me haces sentir… ¿es normal? ¿está bien? —y contrario a, incluso, sus propios pensamientos, es que su cuerpo se apega más al del cambiaformas y siente nuevamente lo que ha estado ignorando antes. Cada rincón y detalle parecen haber sido hechos para ella, para su disfrute, para que pierda la cordura que siempre sintió como parte profunda de su personalidad. —Deseo tocarte y sentir más de tu piel, pero no podemos hacerlo acá… alguien puede vernos… —sin controlar lo que dice, de a poco deja salir aquello que pasa por su cabeza, lo que hasta ese momento sólo ella conoce y que sin saber por qué comparte con él. La verdad es que si sabe, pero aún es pronto para decir que Julius el loco le gusta mucho.
Attia Fugger- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
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