AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
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Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Gruñí de pura rabia cuando Tobias me aviso que la pequeña comitiva que mandé al lago a recoger unas hierbas para paliar los efectos del acólito no habían regresado en su totalidad, dos de ellos habían sido apresados.
Solo en ese lugar crecía la verbena, con ella la hechicera creaba una infusión que podía ayudarnos a superar aquel veneno que usaban los cazadores para darnos una muerte lenta.
Había pasado una semana desde que Amara salio de mi vida, bueno, realmente era mas consecuente si decía justo lo contrario, desde que yo salí de la suya.
Me había volcado en mis quehaceres como alfa, buscando la redención, el olvido ..aunque no había logrado ninguna de las dos cosas.
Tenia claro mi lugar, como la cazadora el suyo y no la culpaba por elegir la plata de su apellido antes que a un hijo de la luna que la condeno a ser aquello que mas odiaba en este mundo.
Salí disparado hacia las caballerizas, mi espectro negro salio de la mansión al galope siguiendo el rastro de los míos, algo me decía que esa noche se derramaría sangre y voraz aseguraba que no seria la mía.
Pertrechado con mi acero, estaba dispuesto a dar caza y muerte a esos cazadores que sin preguntar como era en ellos fiel costumbre habían apresado a dos de los hombres de mi manada.
Nosotros nunca habíamos arrebatado vida inocente ¿podían decir ellos los mismo?
Odiaba con todas mis fuerzas a esos hombres que jugaban a ser dioses, luchaban contra las abominaciones del infierno como si no se dieran cuenta que los peores monstruos eran ellos.
No me costó seguir el rastro de los míos, no solo por las huellas dejadas sobre la húmeda tierra de sus caballos si no por el olor que desprendían sus cuerpos.
Desmonté en una gruta cercana al lago, al parecer allí el cazador había decidido darles muerte, pues el olor a sangre de ellos era potente, apostaría a que uno de los dos había ya perecido y el otro poco le quedaría, pues ríos escarlata bañaban el suelo de la entrada camuflando el hedor de su verdugo.
Desenvainé sedas dagas, paso a paso me adentré en los confines del abismo, mi sorpresa, no fue encontrar a los dos atados por uso grilletes, si no que la causante de esa tortura no fuera otra que la dulce mujer con la que había compartido lecho hasta en dos ocasiones.
Gruñí de rabia centrando mis pardos en los ajenos, no me esperaba y su cabello castaño creo una ráfaga de viento cuando giró el rostro para contemplar el mio.
-Argent, suelta a los míos y no te arrancaré la piel a tiras -rugí desafiante.
Era incapaz de llamarla por su nombre, el resentimiento aun anidaba en mi corazón corroyendome por dentro.
La culpa me atenazaba, debí matarla cuando tuve ocasión, era una cazadora y ella si sabia que yo era el enemigo pero mi debilidad por ella me había jugado la peor de las pasadas.
Solo en ese lugar crecía la verbena, con ella la hechicera creaba una infusión que podía ayudarnos a superar aquel veneno que usaban los cazadores para darnos una muerte lenta.
Había pasado una semana desde que Amara salio de mi vida, bueno, realmente era mas consecuente si decía justo lo contrario, desde que yo salí de la suya.
Me había volcado en mis quehaceres como alfa, buscando la redención, el olvido ..aunque no había logrado ninguna de las dos cosas.
Tenia claro mi lugar, como la cazadora el suyo y no la culpaba por elegir la plata de su apellido antes que a un hijo de la luna que la condeno a ser aquello que mas odiaba en este mundo.
Salí disparado hacia las caballerizas, mi espectro negro salio de la mansión al galope siguiendo el rastro de los míos, algo me decía que esa noche se derramaría sangre y voraz aseguraba que no seria la mía.
Pertrechado con mi acero, estaba dispuesto a dar caza y muerte a esos cazadores que sin preguntar como era en ellos fiel costumbre habían apresado a dos de los hombres de mi manada.
Nosotros nunca habíamos arrebatado vida inocente ¿podían decir ellos los mismo?
Odiaba con todas mis fuerzas a esos hombres que jugaban a ser dioses, luchaban contra las abominaciones del infierno como si no se dieran cuenta que los peores monstruos eran ellos.
No me costó seguir el rastro de los míos, no solo por las huellas dejadas sobre la húmeda tierra de sus caballos si no por el olor que desprendían sus cuerpos.
Desmonté en una gruta cercana al lago, al parecer allí el cazador había decidido darles muerte, pues el olor a sangre de ellos era potente, apostaría a que uno de los dos había ya perecido y el otro poco le quedaría, pues ríos escarlata bañaban el suelo de la entrada camuflando el hedor de su verdugo.
Desenvainé sedas dagas, paso a paso me adentré en los confines del abismo, mi sorpresa, no fue encontrar a los dos atados por uso grilletes, si no que la causante de esa tortura no fuera otra que la dulce mujer con la que había compartido lecho hasta en dos ocasiones.
Gruñí de rabia centrando mis pardos en los ajenos, no me esperaba y su cabello castaño creo una ráfaga de viento cuando giró el rostro para contemplar el mio.
-Argent, suelta a los míos y no te arrancaré la piel a tiras -rugí desafiante.
Era incapaz de llamarla por su nombre, el resentimiento aun anidaba en mi corazón corroyendome por dentro.
La culpa me atenazaba, debí matarla cuando tuve ocasión, era una cazadora y ella si sabia que yo era el enemigo pero mi debilidad por ella me había jugado la peor de las pasadas.
Última edición por Vashni Indih el Lun Nov 20, 2017 8:51 am, editado 1 vez
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 100
Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Había pasado una semana desde que despertó en extrañas circunstancias en un hostal aleatorio de la capital y por más que intentó evocar en su mente los sucesos ocurridos en aquella velada, no encontró más que un gigante blanco en su mente. Era un callejón sin salida. Desde entonces fue seguro decir que el pasar del tiempo se sintió diferente. Durante días tuvo que lidiar con el castigo impuesto por su padre debido a aquella aventura de la que nada recordaba. No había sido sencillo explicarlo, pero ni siquiera justificando su ausencia como un implacable deseo de cazar le había exonerado de un aumento en sus horas de entrenamiento y un veto de salida que Bastien mantuvo lo suficiente como para agotarla física y mentalmente.
Estaba recuperando el ritmo. Los ejercicios comenzaban a surgir efecto y el tiempo que pasó enclaustrada en la mansión le había servido para tomar un respiro de los dilemas sobrenaturales, con nombre y apellido, que se habían encargado de confundir su misión y nublarle el juicio. Siete historias y una variable en común, Karsten no había reparado en ocultárselo, pero ¿cómo podía enfocarse en el panorama general cuando aún no conocía todos los detalles de su propia tragedia?
Se sentía más segura, más implacable y más letal, no obstante, más que cualquier otra cosa, se sentía vacía y por más que rebuscó un motivo que justificara la sensación, todo parecía estar en orden, por lo menos dentro de los estándares de su estilo de vida. No había motivo o circunstancia, sólo una ausencia fantasmal que se hacía más pesada con el pasar de los días.
Su padre había quedado bastante satisfecho con su más reciente progreso, así que le dio luz verde para salir de caza, el corazón de una sola bestia sería suficiente para que el hombre recobrara la confianza en ella. Hasta entonces, la fe que su progenitor resguardaba en ella comenzaba a recobrar el equilibrio después de tambalearse peligrosamente sobre la cuerda floja. Probaría que estaba dispuesta a hacer honor a su apellido, haciendo cumplir el legado de su sangre, de su estirpe.
Era hija de la plata y en plata se convertiría.
Se armó con una ballesta, envainó la espada en el tahalí y enfundó las gemelas en el cinto; tan pronto como su padre dio el aviso pusieron en marcha la cruzada de aquella noche. Era una situación atípica para los Argent ir tras la pista deinmortales, sin embargo, la cruzada de aquella noche era de práctica para la joven italiana que Bastien acogió como su aprendiz, por lo tanto, cuando Amara solicitó permiso para retirarse en busca de su propia contienda, el progenitor, complacido, se lo otorgó.
Aún cuando la relación con el hombre iba por mejor camino, no confiaba en ella lo suficiente como para mandarla por su cuenta, así que no vaciló en otorgarle acompañante, que mejor podía interpretarse como un niñero.
Lars era uno de los más impetuosos y sanguinarios hombres que conocía, él veneraba a su progenitor como si fuese algún tipo de dios, por ende, le era completamente leal y de su entera confianza. Por su parte, Amara no lo tenía en el mejor concepto, el tipo era un maniaco, así que tuvo que asentir a regañadientes a la orden de su padre.
Cuando perdieron de vista al séquito de Bastien, la cazadora insistió en que tomaran caminos separados y fijaran un punto en el que se encontrarían al amanecer, después de todo, cubrirían más terreno de manera individual pues, de permanecer juntos, sólo terminarían en un constante ciclo de discordancia. El hombre titubeó un poco pero finalmente aceptó, lo cierto era, que ella tampoco era de su agrado.
Anduvo sigilosa por un par de minutos, resguardándose entre la espesura de la vegetación, aguardando al avistamiento de una buena presa. Nada encontró. No había movimiento o rastro alguno de submundos, pero no regresaría a casa sin haber recamado la cabeza de al menos uno. Necesitaba recordarse a sí misma quien era.
El viento soplaba ligero removiendo las hojas de los árboles, propiciando una calma melodía natural. Más allá de la flora y los grillos que cantaban a un mismo son, ningún otro sonido hacía eco entre la maleza. Sin embargo, un fuerte bramido de dolor resquebrajó el sosiego del ambiente de golpe y, por supuesto, la cazadora no dio espera, echando a correr sin cuidado al encuentro del quien clamaba auxilio.
Grande fue su sorpresa cuando se encontró con tres personas, dos mujeres y un hombre, atados a un árbol con cadenas y grilletes; por el refulgir de sus ojos, la cazadora no tardó en deducir que se trataba de un grupo hijos de la luna. Era el muchacho, que no parecía pasar de los veinte, quien pedía auxilio a gritos, mientras Lars, inclinado sobre él le agarraba por las garras y las extraía una a una con su filosa hoja de plata, guardándolas cuidadosamente en una bolsita de tela. Las otras dos mujeres sollozaban espantadas, sin más daño que un par de cortadas.
Amara gruñó con disgusto. Siempre supo que había algo que no funcionaba bien en ese hombre, pero ahora descubría que se trataba de algo mucho más mórbido que el instinto asesino.
— ¡¿Qué demonios estás haciendo Lars?!
Él la observó entretenido.
— Veo que no has encontrado nada — Comentó jocoso cuando la vio aún limpia y con las manos vacías — Hazte útil y ven a ayudarme.
Amara frunció el ceño y le apuntó con la ballesta que llevaba cargada desde que puso pie fuera de la urbe.
— Detente — Le ordenó con severidad.
Lars soltó una carcajada.
— Por eso es por lo que tu padre no te toma en serio, eres débil.
Esta vez fue el turno de Amara para reír. ¿Débil? Era él quien torturaba inocentes. Entendería si los tres se alzaran en la forma que les obsequiaba su astro madre, si le gruñeran, le mostraran los dientes y atacaran como las bestias salvajes que eran, pero lo único que veía frente suyo era un grupo de gente indefensa. Ella no era inocente de nada, sus manos estaban tan manchadas de sangre como las de cualquier otro cazador, sin embargo, era partidaria de las contiendas justas y prefería enfrentarse a quien pudiera seguirle el ritmo. El lema de su familia enunciaba que su deber era proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos. Eran pocos los que respetaban tal legado.
— Detente — Ordenó de nuevo, apuntando a la cabeza del hombre, mientras sus pasos se acercaban a él recelosos.
El rostro del cazador se cinceló con una expresión macabra.
— Oblígame
Sin más preámbulo, Lars incrustó la daga en la frente del jovencito, atravesándole la cabeza por completo. Amara dejó caer la ballesta de la impresión. Sus ojos se cristalizaron y una ráfaga de furia le recorrió el cuerpo. Sus mejillas ardieron y con la mirada fulminó a su semejante. Él rio de nuevo.
— Ya ves, eres débil mujer. Otra me hubiera atravesado la cien con una fle-
No pudo terminar su discurso. De haberla observado a los ojos lo hubiera previsto, o al menos hubiera alcanzado a apartarse. En un rápido movimiento desenfundó la espada y le rebanó el cuello. La cabeza del hombre rodó por el suelo.
Permaneció conmocionada por un par de segundos. Había sido un acto impulsivo. ¿Cómo se lo explicaría a su padre? No tenía una explicación justificable, al menos no a los ojos del cazador. Lars sólo hacía lo que él le había enseñado. La acusarían de traición, si no la condenaban a muerte por ser una Argent, recibiría algún castigo que estuviera al nivel de sus actos. Nada bueno le esperaba.
Parpadeó un par de veces, apartando sus cavilaciones y se volvió hacia las mujeres que gimoteaban sin consuelo. Se acercó a ellas pausadamente pero cuando estas repararon en su intención retrocedieron sin salida contra el árbol que las aprisionaba. Amara dejó caer la espada y alzó sus manos desnudas tratando de calmarlas.
— No las quiero lastimar, quiero ayudar —Aclaró con voz temblorosa y temple humilde— Por favor.
Las mujeres, recelosas, asintieron y sólo cuando obtuvo su permiso, la cazadora se acercó a ellas para aflojar las cadenas; Sin embargo, se detuvo en seco al escuchar una fuerte amenaza a sus espaldas, una que la llamaba por su apellido. Le extrañó que quien demandaba le reconociera aún de espaldas, pero supuso que su reputación la precedía.
Se dio media vuelta y su mirada se encontró con la de Vashni quien, para ella, en ese momento, no fue más que un extraño de rostro conocido, que rugía por la libertad de los suyos. No tuvo que mirar a través de él para darse cuenta de que se trataba del alfa, pero sí le mantuvo la mirada lo suficiente como para percibir un algo en su presencia amenazante que le intrigó.
Frunció el ceño, no la intimidaba, pero no tenía intención de causarles más daño.
— Bien
Se inclinó sobre las prisioneras y soltó las cadenas que las retenían contra el tronco del árbol. Las mujeres se alzaron libres y corrieron por refugio tras la espalda de su líder.
Ella le volvió la mirada y él le observó extrañado, evidentemente no esperaba que fuese así de sencillo. El encuentro de sus miradas fue un instante efímero pues, indiferente, el hombre se giró dispuesto a partir de vuelta con los suyos. Entonces Amara desenfundó una daga y la lanzó certera al muslo del lobo. Él se volvió con los ojos encendidos en vibrante ámbar. La detestaba, su expresión no podía interpretarse diferente.
— Dije que ellas pueden irse, pero ¿quién dijo que tú también?
No podía llegar a su casa con las manos vacías. Había salido en busca de una contienda justa y la había encontrado. Claramente el hombre era capaz de defenderse, así que no tendría problema en enfrentarlo. Después de todo, la cabeza de un alfa complacería a su padre lo suficiente como para pasar por alto su imprudencia.
A ciencia cierta, comenzaba a sentirse más completa y en su mente relacionó el hecho con encontrar la presa perfecta, inconsciente de que el espacio en blanco en su mente, ese que tanta falta le hacía, era él.
Estaba recuperando el ritmo. Los ejercicios comenzaban a surgir efecto y el tiempo que pasó enclaustrada en la mansión le había servido para tomar un respiro de los dilemas sobrenaturales, con nombre y apellido, que se habían encargado de confundir su misión y nublarle el juicio. Siete historias y una variable en común, Karsten no había reparado en ocultárselo, pero ¿cómo podía enfocarse en el panorama general cuando aún no conocía todos los detalles de su propia tragedia?
Se sentía más segura, más implacable y más letal, no obstante, más que cualquier otra cosa, se sentía vacía y por más que rebuscó un motivo que justificara la sensación, todo parecía estar en orden, por lo menos dentro de los estándares de su estilo de vida. No había motivo o circunstancia, sólo una ausencia fantasmal que se hacía más pesada con el pasar de los días.
Su padre había quedado bastante satisfecho con su más reciente progreso, así que le dio luz verde para salir de caza, el corazón de una sola bestia sería suficiente para que el hombre recobrara la confianza en ella. Hasta entonces, la fe que su progenitor resguardaba en ella comenzaba a recobrar el equilibrio después de tambalearse peligrosamente sobre la cuerda floja. Probaría que estaba dispuesta a hacer honor a su apellido, haciendo cumplir el legado de su sangre, de su estirpe.
Era hija de la plata y en plata se convertiría.
Se armó con una ballesta, envainó la espada en el tahalí y enfundó las gemelas en el cinto; tan pronto como su padre dio el aviso pusieron en marcha la cruzada de aquella noche. Era una situación atípica para los Argent ir tras la pista deinmortales, sin embargo, la cruzada de aquella noche era de práctica para la joven italiana que Bastien acogió como su aprendiz, por lo tanto, cuando Amara solicitó permiso para retirarse en busca de su propia contienda, el progenitor, complacido, se lo otorgó.
Aún cuando la relación con el hombre iba por mejor camino, no confiaba en ella lo suficiente como para mandarla por su cuenta, así que no vaciló en otorgarle acompañante, que mejor podía interpretarse como un niñero.
Lars era uno de los más impetuosos y sanguinarios hombres que conocía, él veneraba a su progenitor como si fuese algún tipo de dios, por ende, le era completamente leal y de su entera confianza. Por su parte, Amara no lo tenía en el mejor concepto, el tipo era un maniaco, así que tuvo que asentir a regañadientes a la orden de su padre.
Cuando perdieron de vista al séquito de Bastien, la cazadora insistió en que tomaran caminos separados y fijaran un punto en el que se encontrarían al amanecer, después de todo, cubrirían más terreno de manera individual pues, de permanecer juntos, sólo terminarían en un constante ciclo de discordancia. El hombre titubeó un poco pero finalmente aceptó, lo cierto era, que ella tampoco era de su agrado.
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Anduvo sigilosa por un par de minutos, resguardándose entre la espesura de la vegetación, aguardando al avistamiento de una buena presa. Nada encontró. No había movimiento o rastro alguno de submundos, pero no regresaría a casa sin haber recamado la cabeza de al menos uno. Necesitaba recordarse a sí misma quien era.
El viento soplaba ligero removiendo las hojas de los árboles, propiciando una calma melodía natural. Más allá de la flora y los grillos que cantaban a un mismo son, ningún otro sonido hacía eco entre la maleza. Sin embargo, un fuerte bramido de dolor resquebrajó el sosiego del ambiente de golpe y, por supuesto, la cazadora no dio espera, echando a correr sin cuidado al encuentro del quien clamaba auxilio.
Grande fue su sorpresa cuando se encontró con tres personas, dos mujeres y un hombre, atados a un árbol con cadenas y grilletes; por el refulgir de sus ojos, la cazadora no tardó en deducir que se trataba de un grupo hijos de la luna. Era el muchacho, que no parecía pasar de los veinte, quien pedía auxilio a gritos, mientras Lars, inclinado sobre él le agarraba por las garras y las extraía una a una con su filosa hoja de plata, guardándolas cuidadosamente en una bolsita de tela. Las otras dos mujeres sollozaban espantadas, sin más daño que un par de cortadas.
Amara gruñó con disgusto. Siempre supo que había algo que no funcionaba bien en ese hombre, pero ahora descubría que se trataba de algo mucho más mórbido que el instinto asesino.
— ¡¿Qué demonios estás haciendo Lars?!
Él la observó entretenido.
— Veo que no has encontrado nada — Comentó jocoso cuando la vio aún limpia y con las manos vacías — Hazte útil y ven a ayudarme.
Amara frunció el ceño y le apuntó con la ballesta que llevaba cargada desde que puso pie fuera de la urbe.
— Detente — Le ordenó con severidad.
Lars soltó una carcajada.
— Por eso es por lo que tu padre no te toma en serio, eres débil.
Esta vez fue el turno de Amara para reír. ¿Débil? Era él quien torturaba inocentes. Entendería si los tres se alzaran en la forma que les obsequiaba su astro madre, si le gruñeran, le mostraran los dientes y atacaran como las bestias salvajes que eran, pero lo único que veía frente suyo era un grupo de gente indefensa. Ella no era inocente de nada, sus manos estaban tan manchadas de sangre como las de cualquier otro cazador, sin embargo, era partidaria de las contiendas justas y prefería enfrentarse a quien pudiera seguirle el ritmo. El lema de su familia enunciaba que su deber era proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos. Eran pocos los que respetaban tal legado.
— Detente — Ordenó de nuevo, apuntando a la cabeza del hombre, mientras sus pasos se acercaban a él recelosos.
El rostro del cazador se cinceló con una expresión macabra.
— Oblígame
Sin más preámbulo, Lars incrustó la daga en la frente del jovencito, atravesándole la cabeza por completo. Amara dejó caer la ballesta de la impresión. Sus ojos se cristalizaron y una ráfaga de furia le recorrió el cuerpo. Sus mejillas ardieron y con la mirada fulminó a su semejante. Él rio de nuevo.
— Ya ves, eres débil mujer. Otra me hubiera atravesado la cien con una fle-
No pudo terminar su discurso. De haberla observado a los ojos lo hubiera previsto, o al menos hubiera alcanzado a apartarse. En un rápido movimiento desenfundó la espada y le rebanó el cuello. La cabeza del hombre rodó por el suelo.
Permaneció conmocionada por un par de segundos. Había sido un acto impulsivo. ¿Cómo se lo explicaría a su padre? No tenía una explicación justificable, al menos no a los ojos del cazador. Lars sólo hacía lo que él le había enseñado. La acusarían de traición, si no la condenaban a muerte por ser una Argent, recibiría algún castigo que estuviera al nivel de sus actos. Nada bueno le esperaba.
Parpadeó un par de veces, apartando sus cavilaciones y se volvió hacia las mujeres que gimoteaban sin consuelo. Se acercó a ellas pausadamente pero cuando estas repararon en su intención retrocedieron sin salida contra el árbol que las aprisionaba. Amara dejó caer la espada y alzó sus manos desnudas tratando de calmarlas.
— No las quiero lastimar, quiero ayudar —Aclaró con voz temblorosa y temple humilde— Por favor.
Las mujeres, recelosas, asintieron y sólo cuando obtuvo su permiso, la cazadora se acercó a ellas para aflojar las cadenas; Sin embargo, se detuvo en seco al escuchar una fuerte amenaza a sus espaldas, una que la llamaba por su apellido. Le extrañó que quien demandaba le reconociera aún de espaldas, pero supuso que su reputación la precedía.
Se dio media vuelta y su mirada se encontró con la de Vashni quien, para ella, en ese momento, no fue más que un extraño de rostro conocido, que rugía por la libertad de los suyos. No tuvo que mirar a través de él para darse cuenta de que se trataba del alfa, pero sí le mantuvo la mirada lo suficiente como para percibir un algo en su presencia amenazante que le intrigó.
Frunció el ceño, no la intimidaba, pero no tenía intención de causarles más daño.
— Bien
Se inclinó sobre las prisioneras y soltó las cadenas que las retenían contra el tronco del árbol. Las mujeres se alzaron libres y corrieron por refugio tras la espalda de su líder.
Ella le volvió la mirada y él le observó extrañado, evidentemente no esperaba que fuese así de sencillo. El encuentro de sus miradas fue un instante efímero pues, indiferente, el hombre se giró dispuesto a partir de vuelta con los suyos. Entonces Amara desenfundó una daga y la lanzó certera al muslo del lobo. Él se volvió con los ojos encendidos en vibrante ámbar. La detestaba, su expresión no podía interpretarse diferente.
— Dije que ellas pueden irse, pero ¿quién dijo que tú también?
No podía llegar a su casa con las manos vacías. Había salido en busca de una contienda justa y la había encontrado. Claramente el hombre era capaz de defenderse, así que no tendría problema en enfrentarlo. Después de todo, la cabeza de un alfa complacería a su padre lo suficiente como para pasar por alto su imprudencia.
A ciencia cierta, comenzaba a sentirse más completa y en su mente relacionó el hecho con encontrar la presa perfecta, inconsciente de que el espacio en blanco en su mente, ese que tanta falta le hacía, era él.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
“Demasiado fácil” eso es exactamente lo que pensé en el momento que aflojo las cadenas de sus dos prisioneras y las dejo ir.
Ambas se colocaron a mi espalda, con los ojos anegados en lagrimas, no solo por la tortura a la que habían sido sometidas, si no por la muerte del mas joven, hijo de una de ellas.
Me giré para pedirles que se fueran, las alcanzaría mas tarde, pues no me iría sin el cuerpo de mi hombre, tenia que darle sepultura, paz a su alma ya que no podía hacer nada por su cuerpo.
Justo en ese momento una daga de plata traicionera se hundió en mi muslo, me giré enfrentando sus pardos con mis ámbar centelleando las mil tormentas que ahora mismo arreciaban en mi alma.
-¡id! -gruñí a las dos mujeres que raudas emprendieron camino hacia la mansión -te va eso de atacar por la espalda -dije de forma mordaz.
Me quité la daga de un tirón, la plata ardía en mi piel, la herida tardaría en cerrar mas no era ese impedimento para una lucha singular.
Dejé caer la plata al suelo, el emblema de su familia representado en la hoja, escupí sobre el demostrando hasta que punto los detestaba.
-Argent -dije con asco en mi voz, aunque no era ese sentimiento precisamente el que albergaba en mi corazón por esa cazadora que me odiaba por el mero echo de ser un hijo de la luna, un alfa que protegía a su manada.
Saqué mis dagas, las hice bailar raudas en mi mano sin apartar mis ámbar de sus pardos, no me preocupaba que mi pierna sangrara, si no que mi corazón también lo hacia y ese dolor si lo notaba.
-Vamos cazadora a ver como se te da la lucha con alguien que te puede plantar cara -la pique para que empezara mientras mi sonrisa ladeada le mostraba la seguridad que encerraba en una victoria que de sobra sabia no conseguiría, no por falta de habilidad o fuerza, si no porque no podía dañar a la mujer que quería.
-¡Vamos! -la azuza abriendo mis brazos en cruz de forma arrogante mostrandole mis aceros mientras una pérfida sonrisa se pintaba en mis labios.
No tardo en sacar sus dos Kukris de plata, como yo, dispuesta a enredarnos en un baile algo distinto al que habíamos disfrutado por dos noches en una cama.
No dudo en lanzarse al ataque, su cuerpo se abalanzo contra el mio con presteza, era rápida, diestra y estaba entrenada, peor yo era un lobo que la superaba en fuerza, era un alfa.
Esquivé el ataque de sus aceros, intercepté con mi antebrazo la patada que me lanzó con su derecha dispuesta a castigar mi estomago y de nuevo emprendió una consecución de ataques con la plata con intención de morder mi carne.
Me limitaba a blandir las dagas, choque de metales, esquivar los ataques mientras ambos jadeábamos frente al otro.
-Eso es todo cuanto sabes hacer cazadora -gruñí empujándola con fuerza varios metros atrás.
Su sonrisa se ladeo chocando con la mía y de nuevo nuestros cuerpos corrieron contra el otro, buscándose para despedazarse, su mano en alto, dispuesta a asestarme una puñalada en el pecho, mi acero interceptando su plata en lo alto y nuestros rostros gruñéndose de frente mostrando la naturaleza que ambos ostentábamos, bestia contra cazador, en un duelo absurdo.
Ambas se colocaron a mi espalda, con los ojos anegados en lagrimas, no solo por la tortura a la que habían sido sometidas, si no por la muerte del mas joven, hijo de una de ellas.
Me giré para pedirles que se fueran, las alcanzaría mas tarde, pues no me iría sin el cuerpo de mi hombre, tenia que darle sepultura, paz a su alma ya que no podía hacer nada por su cuerpo.
Justo en ese momento una daga de plata traicionera se hundió en mi muslo, me giré enfrentando sus pardos con mis ámbar centelleando las mil tormentas que ahora mismo arreciaban en mi alma.
-¡id! -gruñí a las dos mujeres que raudas emprendieron camino hacia la mansión -te va eso de atacar por la espalda -dije de forma mordaz.
Me quité la daga de un tirón, la plata ardía en mi piel, la herida tardaría en cerrar mas no era ese impedimento para una lucha singular.
Dejé caer la plata al suelo, el emblema de su familia representado en la hoja, escupí sobre el demostrando hasta que punto los detestaba.
-Argent -dije con asco en mi voz, aunque no era ese sentimiento precisamente el que albergaba en mi corazón por esa cazadora que me odiaba por el mero echo de ser un hijo de la luna, un alfa que protegía a su manada.
Saqué mis dagas, las hice bailar raudas en mi mano sin apartar mis ámbar de sus pardos, no me preocupaba que mi pierna sangrara, si no que mi corazón también lo hacia y ese dolor si lo notaba.
-Vamos cazadora a ver como se te da la lucha con alguien que te puede plantar cara -la pique para que empezara mientras mi sonrisa ladeada le mostraba la seguridad que encerraba en una victoria que de sobra sabia no conseguiría, no por falta de habilidad o fuerza, si no porque no podía dañar a la mujer que quería.
-¡Vamos! -la azuza abriendo mis brazos en cruz de forma arrogante mostrandole mis aceros mientras una pérfida sonrisa se pintaba en mis labios.
No tardo en sacar sus dos Kukris de plata, como yo, dispuesta a enredarnos en un baile algo distinto al que habíamos disfrutado por dos noches en una cama.
No dudo en lanzarse al ataque, su cuerpo se abalanzo contra el mio con presteza, era rápida, diestra y estaba entrenada, peor yo era un lobo que la superaba en fuerza, era un alfa.
Esquivé el ataque de sus aceros, intercepté con mi antebrazo la patada que me lanzó con su derecha dispuesta a castigar mi estomago y de nuevo emprendió una consecución de ataques con la plata con intención de morder mi carne.
Me limitaba a blandir las dagas, choque de metales, esquivar los ataques mientras ambos jadeábamos frente al otro.
-Eso es todo cuanto sabes hacer cazadora -gruñí empujándola con fuerza varios metros atrás.
Su sonrisa se ladeo chocando con la mía y de nuevo nuestros cuerpos corrieron contra el otro, buscándose para despedazarse, su mano en alto, dispuesta a asestarme una puñalada en el pecho, mi acero interceptando su plata en lo alto y nuestros rostros gruñéndose de frente mostrando la naturaleza que ambos ostentábamos, bestia contra cazador, en un duelo absurdo.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
—Necesitaba llamar tu atención — Se encogió de hombros restándole importancia al comentario, si de verdad intentaba provocarla necesitaría intentarlo mejor.
Por supuesto el desafío no terminó allí, una vez el lobo se extrajo la hoja de plata del muslo, la dejó caer al suelo con repudió y no vaciló en escupir sobre ella, esclareciendo abiertamente la opinión que resguardaba de su familia. Amara ladeó la cabeza y lo observó entretenida. No esperaba otra reacción que no fuera repudio.
En torno a su apellido existía gran controversia, algunos veneraban el legado, la estirpe que se remontaba a los orígenes de la maldición, los primeros en hacer frente a las bestias que emergieron al influjo de la luna llena; otros, especialmente los hijos de la luna, simplemente los despreciaban y no era para menos, los descendientes de la plata, habían les habían dado caza desde tiempos inmemorables y linajes enteros de licántropos perecieron tras la punta de sus espadas. Era una reputación difícil de borrar.
— Estarías sorprendido de saber cuántos como tu he visto hacer lo mismo — apuntó con el índice hacia la daga en el suelo.
Los ojos del lobo centellaban en enérgico ámbar, evidentemente no se encontraba allí para charlar. Del cinto desenfundó un par de dagas y las hizo bailar entre sus dedos. Amara enarcó una ceja genuinamente sorprendida. No era común encontrar licanos que batallaran con armas, usualmente las garras solventaban esa necesidad.
— Un lobo que pelea como cazador, vaya ironía.
Él le sonrió con autosuficiencia, incitándola a comenzar con la batalla de una buena vez. Las palabras sobraban, solo servirían al final, para pagar respetos a quien en el campo.
Sin más que decir la castaña asestó el primer golpe, mas el filo de su plata cortó el viento, pues el lobo lo esquivó con agilidad. Sus siguientes ataques fueron igual de ineficaces, pues el hombre alcanzó a obstaculizar el camino de las dagas. Amara gruñó y frustrada le lanzó una patada al torso que quedó a mitad de camino cuando su oponente la frenó con el antebrazo.
Era mejor luchador de lo que esperaba y aquello brindaba un interesante giro a la contienda. Sería todo un reto vencerlo, mucho más cuando las probabilidades le jugaban en contra. No sólo poseía él habilidades sobrehumanas, era también un alfa y un hábil contrincante. Sonrió complacida, el lobo representaba todo cuanto había estado buscando aquella noche, tanto en consciente como en subconsciente.
La cazadora se volvió a lanzar al ruedo, las hojas que blandía buscaron ávidas hacer daño a la carne del hombre. Sus ataques eran certeros y veloces y aunque logró hacer alguna que otra cortada por arremetidas que el lobo no alcanzó a evadir, ninguna causó daño profundo. Para la naturaleza del hombre aquellas heridas no pasaban de ser simples rasguños.
Comenzó a desesperarse al notar que su contrincante se limitaba a la defensiva. Por la forma en la que batallaba el lobo era perfectamente capaz de hacer más que retener los feroces ataques que le lanzaba. De adrede desatendió su propia defensa un par de veces, quedando completamente expuesta a cualquier agresión que su opuesto se atreviera a lanzar, sin embargo, ni siquiera aquello fue suficiente para instigarlo a embestir.
¿A qué estaba jugando?
Resopló y al golpear con su diestra en una rauda oscilación logró ensartar media pulgada de la hoja en la costilla izquierda de su oponente, quien, aún a la defensiva, prefirió empujarla un par de metros hacia atrás que aprovechar la oportunidad para devolver la movida y rasgarle el cuello con alguna de las dagas.
Frunció el ceño una vez la distancia fue prudente para dar descanso a las armas. Él la retaba con su altanera sonrisa a volver hacia él y ella no se pudo resistir. Se encontraron de nuevo los bordes plateados de sus dagas, que chispearon en lo alto cuando el lobo estorbó en la travesía que tenía como destino su corazón. Ambos apoyaron sus fuerzas hacia el lado opuesto, enfrentándose con la mirada fija sobre el otro.
Sólo entonces, observándolo de cerca, en medio de los jadeos propios de una buena batalla, Amara percibió un detalle que había pasado por alto. Cada vez que sus ojos se encontraban la acogía una intensa sensación de amargura, una que el ímpetu de la batalla y su propia arrogancia no le habían permitido reconocer hasta ese momento.
Su expresión se suavizó por un instante y con sus pardos escudriñó el rostro ajeno en busca de respuestas, no obstante, no halló nada más allá que un vago aire de familiaridad. Negó con la cabeza ligeramente tratando de apartar las absurdas ideas que le rondaban. El momento más adecuado para ahondar en cavilaciones no era precisamente ese en el que tenía una filosa hoja a centímetros de su nariz.
Ambos habían dejado de hacer fuerza, por lo que bajaron sus armas al tiempo dejando a su paso un férreo sonido. Amara dio un par de pasos atrás y tratando de disimular su vacilación hizo girar las empuñaduras entre sus manos, estirando la espalda y alzando el mentón con imponencia.
— Hablas mucho y atacas poco.
Finalmente, el lobo se abalanzó al ataque y Amara lo recibió complacida. El filo de las dagas le alcanzó a rasgar las vestiduras mas de no ser por su rápida reacción seguro hubiera desgarrado un poco de piel. En medio del arrebato de furia, el hijo de la luna se las arregló para desarmarla, deteniéndose solamente cuando el acero que empuñaba se posó peligroso sobre su cuello. Las comisuras de la castaña se alzaron en una mueca de entretención, sin embargo, con el rabillo del ojo captó su ballesta, yaciendo sobre el suelo, a una distancia, que, de conseguir la distracción suficiente, podría alcanzar.
Sin previo aviso pateó la entrepierna del hombre. Era una jugada sucia, pero dada su posición era la única que le quedaba, entonces, justo cuando su oponente se retorció de dolor, se lanzó hacia su objetivo presurosa, tomando la ballesta entre las manos y alzándose dispuesta a disparar una flecha mortal. Grande fue su sorpresa cuando, al darse la vuelta, se encontró de frente con su presa, a escasos centímetros de distancia. Ella quedó apoyándole la punta de la ballesta bajo el mentón y él con los aceros acariciándole el abdomen.
No se movió un centímetro, tampoco le apartó la mirada. Amara entrecerró los ojos analizando la situación, un instante bastaba para condenarse mutuamente. Sin embargo, entre el corto y letal espacio que los separaba, la cazadora pudo percibir la evocación de algo más. Una misteriosa conexión, un vínculo que palpitaba al ritmo de sus agitadas respiraciones.
Por supuesto el desafío no terminó allí, una vez el lobo se extrajo la hoja de plata del muslo, la dejó caer al suelo con repudió y no vaciló en escupir sobre ella, esclareciendo abiertamente la opinión que resguardaba de su familia. Amara ladeó la cabeza y lo observó entretenida. No esperaba otra reacción que no fuera repudio.
En torno a su apellido existía gran controversia, algunos veneraban el legado, la estirpe que se remontaba a los orígenes de la maldición, los primeros en hacer frente a las bestias que emergieron al influjo de la luna llena; otros, especialmente los hijos de la luna, simplemente los despreciaban y no era para menos, los descendientes de la plata, habían les habían dado caza desde tiempos inmemorables y linajes enteros de licántropos perecieron tras la punta de sus espadas. Era una reputación difícil de borrar.
— Estarías sorprendido de saber cuántos como tu he visto hacer lo mismo — apuntó con el índice hacia la daga en el suelo.
Los ojos del lobo centellaban en enérgico ámbar, evidentemente no se encontraba allí para charlar. Del cinto desenfundó un par de dagas y las hizo bailar entre sus dedos. Amara enarcó una ceja genuinamente sorprendida. No era común encontrar licanos que batallaran con armas, usualmente las garras solventaban esa necesidad.
— Un lobo que pelea como cazador, vaya ironía.
Él le sonrió con autosuficiencia, incitándola a comenzar con la batalla de una buena vez. Las palabras sobraban, solo servirían al final, para pagar respetos a quien en el campo.
Sin más que decir la castaña asestó el primer golpe, mas el filo de su plata cortó el viento, pues el lobo lo esquivó con agilidad. Sus siguientes ataques fueron igual de ineficaces, pues el hombre alcanzó a obstaculizar el camino de las dagas. Amara gruñó y frustrada le lanzó una patada al torso que quedó a mitad de camino cuando su oponente la frenó con el antebrazo.
Era mejor luchador de lo que esperaba y aquello brindaba un interesante giro a la contienda. Sería todo un reto vencerlo, mucho más cuando las probabilidades le jugaban en contra. No sólo poseía él habilidades sobrehumanas, era también un alfa y un hábil contrincante. Sonrió complacida, el lobo representaba todo cuanto había estado buscando aquella noche, tanto en consciente como en subconsciente.
La cazadora se volvió a lanzar al ruedo, las hojas que blandía buscaron ávidas hacer daño a la carne del hombre. Sus ataques eran certeros y veloces y aunque logró hacer alguna que otra cortada por arremetidas que el lobo no alcanzó a evadir, ninguna causó daño profundo. Para la naturaleza del hombre aquellas heridas no pasaban de ser simples rasguños.
Comenzó a desesperarse al notar que su contrincante se limitaba a la defensiva. Por la forma en la que batallaba el lobo era perfectamente capaz de hacer más que retener los feroces ataques que le lanzaba. De adrede desatendió su propia defensa un par de veces, quedando completamente expuesta a cualquier agresión que su opuesto se atreviera a lanzar, sin embargo, ni siquiera aquello fue suficiente para instigarlo a embestir.
¿A qué estaba jugando?
Resopló y al golpear con su diestra en una rauda oscilación logró ensartar media pulgada de la hoja en la costilla izquierda de su oponente, quien, aún a la defensiva, prefirió empujarla un par de metros hacia atrás que aprovechar la oportunidad para devolver la movida y rasgarle el cuello con alguna de las dagas.
Frunció el ceño una vez la distancia fue prudente para dar descanso a las armas. Él la retaba con su altanera sonrisa a volver hacia él y ella no se pudo resistir. Se encontraron de nuevo los bordes plateados de sus dagas, que chispearon en lo alto cuando el lobo estorbó en la travesía que tenía como destino su corazón. Ambos apoyaron sus fuerzas hacia el lado opuesto, enfrentándose con la mirada fija sobre el otro.
Sólo entonces, observándolo de cerca, en medio de los jadeos propios de una buena batalla, Amara percibió un detalle que había pasado por alto. Cada vez que sus ojos se encontraban la acogía una intensa sensación de amargura, una que el ímpetu de la batalla y su propia arrogancia no le habían permitido reconocer hasta ese momento.
Su expresión se suavizó por un instante y con sus pardos escudriñó el rostro ajeno en busca de respuestas, no obstante, no halló nada más allá que un vago aire de familiaridad. Negó con la cabeza ligeramente tratando de apartar las absurdas ideas que le rondaban. El momento más adecuado para ahondar en cavilaciones no era precisamente ese en el que tenía una filosa hoja a centímetros de su nariz.
Ambos habían dejado de hacer fuerza, por lo que bajaron sus armas al tiempo dejando a su paso un férreo sonido. Amara dio un par de pasos atrás y tratando de disimular su vacilación hizo girar las empuñaduras entre sus manos, estirando la espalda y alzando el mentón con imponencia.
— Hablas mucho y atacas poco.
Finalmente, el lobo se abalanzó al ataque y Amara lo recibió complacida. El filo de las dagas le alcanzó a rasgar las vestiduras mas de no ser por su rápida reacción seguro hubiera desgarrado un poco de piel. En medio del arrebato de furia, el hijo de la luna se las arregló para desarmarla, deteniéndose solamente cuando el acero que empuñaba se posó peligroso sobre su cuello. Las comisuras de la castaña se alzaron en una mueca de entretención, sin embargo, con el rabillo del ojo captó su ballesta, yaciendo sobre el suelo, a una distancia, que, de conseguir la distracción suficiente, podría alcanzar.
Sin previo aviso pateó la entrepierna del hombre. Era una jugada sucia, pero dada su posición era la única que le quedaba, entonces, justo cuando su oponente se retorció de dolor, se lanzó hacia su objetivo presurosa, tomando la ballesta entre las manos y alzándose dispuesta a disparar una flecha mortal. Grande fue su sorpresa cuando, al darse la vuelta, se encontró de frente con su presa, a escasos centímetros de distancia. Ella quedó apoyándole la punta de la ballesta bajo el mentón y él con los aceros acariciándole el abdomen.
No se movió un centímetro, tampoco le apartó la mirada. Amara entrecerró los ojos analizando la situación, un instante bastaba para condenarse mutuamente. Sin embargo, entre el corto y letal espacio que los separaba, la cazadora pudo percibir la evocación de algo más. Una misteriosa conexión, un vínculo que palpitaba al ritmo de sus agitadas respiraciones.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Nuestros rostros a escasos centímetros se escudriñaban, jadeantes, nuestras manso dejaron de forcejear resbalando lentas hasta volver a su posición inicial.
De nuevo reculamos, mis hojas danzaron entre mis dedos sin borrar de mi rostro esa engreída sonrisa, de igual modo lo hizo la plata entre sus manos, desafiantes los dos, aunque de momento la única sangre derramada había sido la mía.
Ninguna herida revestía gravedad, solo la de mi costado que aun sangraba incesante necesitaría de sutura pues la plata no ayudaba a cicatrizar las heridas de mi clase.
“Hablas mucho y atacas poco. “
Mis ámbar refulgieron plagados de rabia, muchas fueron las ocasiones que pude hundir mi hoja en su carne, morderle pero mi debilidad por echo era una realidad imborrable y cuando en combate eres débil, la muerte se convierte en tu único compañero de viaje.
Me lancé al ataque con mi acero en alto, ella me acogió con el placer de la muerte dibujado en sus labios, me había condenado aunque no recordaba como.
Mis dagas mordieron la tela de su escote, su movimiento creyo haberla salvado de una mordedura mayor, se equivocaba e ningun momento pretendi dañar algo mas que su vanidad.
Ladeé la sonrisa, no por ello dejando de atacar, era la primera vez que lo hacia de verdad, raudo, fuerte y voraz, impacté contra su plata haciendo que esta saiera despedida de us mano, ojala pudiera hacer lo mismo con la que portaba en su apellido.
Una patada en la boca del estomago la llevó ocntra la pared y mi acero en su cuello sentenció lo que podia ser el fin de su vida.
La vi mirar la ballesta por le rbillo del ojo, casi podia leer sus intenciones.
-Yo de ti no lo haria preci... -no acabé de sugerir cuando me dio una patada en la entrepierna que me doblo por la mitad -Joder -rugí viendo como de nuevo la cazadora se me escapaba y se hacia ocn la ballesta.
Raudo el movimiento de ambos, ahora la punta de la flecha se apoyaba en mi menton, mientras mis aceros acariciaban su abdomen.
Un movimiento de uno u otro podía suponer el fin para el otro.
-A esto se le llaman tablas -susurré arrogante sin dejar de mirar sus pardos -¿que hacemos ahora princesa? -le pregunté sin apartar mis aceros de su vientre.
Silencio, los dos nos miramos en silencio, deslicé mis ojos por sus labios, esos que deseaba tomar aun cuando sabia que mi vida dependía de que accionara o no aquel mecanismo.
Jadeábamos uno contra el otro, nuestro pecho subía incesante, rozándose.
Abrí los ojos de golpe, emití un gruñido de dolor contra su cuerpo, el acero cayó de mis manos y ambas aferraron la punta de la flecha que me había atravesado por la espalda.
-Acónito -jadeé contra sus labios cuando mi cuerpo cedió sobre el suyo ligeramente.
Me desentendí del arma de la cazadora, si tenia que matarme que lo hiciera ahora mismo y dándole la espalda saqué mis garras, mis ámbar brillaron en aquella caverna y como la bestia que era me lancé contra uno de los dos cazadores que habían venido en ayuda de la dama de plata.
Hundí mis garras en el pecho de uno mientras buscaba cargar la ballesta, desgarré su carne, abrí sus costillas y las tripas cayeron al suelo mientras se ahoga en un grito de dolor.
Inerte cayó a mis pies.
Esquivé la lluvia de saetas que me lanzó el otro cazador, saque de mi cinto una daga y voraz la lancé en dirección al cazador hundiéndola en su cuello.
Este cayo fulminado al suelo sujetándose la yugular mientras se ahogaba con su propia sangre.
Apoyé mi espalda un instante en la pared de la bruta, jadeé por el dolor y con las manos rompí la varilla de la saeta antes de emprender veloz carrera por el bosque mientras la vista se me nublaba no solo por la herida si no por el veneno que empezaba a correr raudo por mis venas.
No sabia el tiempo que me quedaba, lo que si sabia era que no podía volver a mi casa donde recibiría la cura, pues de hacerlo Amara me seguiría y la pagaría mi manada.
No iba a perder otra manada a mano de los Argent.
De nuevo reculamos, mis hojas danzaron entre mis dedos sin borrar de mi rostro esa engreída sonrisa, de igual modo lo hizo la plata entre sus manos, desafiantes los dos, aunque de momento la única sangre derramada había sido la mía.
Ninguna herida revestía gravedad, solo la de mi costado que aun sangraba incesante necesitaría de sutura pues la plata no ayudaba a cicatrizar las heridas de mi clase.
“Hablas mucho y atacas poco. “
Mis ámbar refulgieron plagados de rabia, muchas fueron las ocasiones que pude hundir mi hoja en su carne, morderle pero mi debilidad por echo era una realidad imborrable y cuando en combate eres débil, la muerte se convierte en tu único compañero de viaje.
Me lancé al ataque con mi acero en alto, ella me acogió con el placer de la muerte dibujado en sus labios, me había condenado aunque no recordaba como.
Mis dagas mordieron la tela de su escote, su movimiento creyo haberla salvado de una mordedura mayor, se equivocaba e ningun momento pretendi dañar algo mas que su vanidad.
Ladeé la sonrisa, no por ello dejando de atacar, era la primera vez que lo hacia de verdad, raudo, fuerte y voraz, impacté contra su plata haciendo que esta saiera despedida de us mano, ojala pudiera hacer lo mismo con la que portaba en su apellido.
Una patada en la boca del estomago la llevó ocntra la pared y mi acero en su cuello sentenció lo que podia ser el fin de su vida.
La vi mirar la ballesta por le rbillo del ojo, casi podia leer sus intenciones.
-Yo de ti no lo haria preci... -no acabé de sugerir cuando me dio una patada en la entrepierna que me doblo por la mitad -Joder -rugí viendo como de nuevo la cazadora se me escapaba y se hacia ocn la ballesta.
Raudo el movimiento de ambos, ahora la punta de la flecha se apoyaba en mi menton, mientras mis aceros acariciaban su abdomen.
Un movimiento de uno u otro podía suponer el fin para el otro.
-A esto se le llaman tablas -susurré arrogante sin dejar de mirar sus pardos -¿que hacemos ahora princesa? -le pregunté sin apartar mis aceros de su vientre.
Silencio, los dos nos miramos en silencio, deslicé mis ojos por sus labios, esos que deseaba tomar aun cuando sabia que mi vida dependía de que accionara o no aquel mecanismo.
Jadeábamos uno contra el otro, nuestro pecho subía incesante, rozándose.
Abrí los ojos de golpe, emití un gruñido de dolor contra su cuerpo, el acero cayó de mis manos y ambas aferraron la punta de la flecha que me había atravesado por la espalda.
-Acónito -jadeé contra sus labios cuando mi cuerpo cedió sobre el suyo ligeramente.
Me desentendí del arma de la cazadora, si tenia que matarme que lo hiciera ahora mismo y dándole la espalda saqué mis garras, mis ámbar brillaron en aquella caverna y como la bestia que era me lancé contra uno de los dos cazadores que habían venido en ayuda de la dama de plata.
Hundí mis garras en el pecho de uno mientras buscaba cargar la ballesta, desgarré su carne, abrí sus costillas y las tripas cayeron al suelo mientras se ahoga en un grito de dolor.
Inerte cayó a mis pies.
Esquivé la lluvia de saetas que me lanzó el otro cazador, saque de mi cinto una daga y voraz la lancé en dirección al cazador hundiéndola en su cuello.
Este cayo fulminado al suelo sujetándose la yugular mientras se ahogaba con su propia sangre.
Apoyé mi espalda un instante en la pared de la bruta, jadeé por el dolor y con las manos rompí la varilla de la saeta antes de emprender veloz carrera por el bosque mientras la vista se me nublaba no solo por la herida si no por el veneno que empezaba a correr raudo por mis venas.
No sabia el tiempo que me quedaba, lo que si sabia era que no podía volver a mi casa donde recibiría la cura, pues de hacerlo Amara me seguiría y la pagaría mi manada.
No iba a perder otra manada a mano de los Argent.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
De no haberse extraviado en la percepción de familiaridad que yacía en las facciones de quien, por naturaleza, debía ser su enemigo, tal vez la castaña hubiese alcanzado a divisar a tiempo la flecha que le atravesó el pecho a su oponente.
Las dagas que blandía el hombre cayeron a sus pies y de inmediato sintió la punta de la saeta rasguñar su piel cuando el cuerpo del lobo se desplomó sobre el suyo. Su padre invertía una grande cantidad de dinero en la producción de flechas de titanio. La plata, como material, era demasiado ligero y tendía a oscilar en el vuelo, generando un margen de error que tomaba trabajo aprender a calcular; las únicas puntas forjadas en plata eran las del arsenal de Amara quien, en arquería, se destacaba por ser la más diestra. Los demás cazadores, parte del séquito de su padre, embadurnaban sus flechas en acónito convirtiendo los proyectiles en letales, por lo menos, para los hijos de la luna.
Amara permaneció inmóvil. Un impulso la incitó a sostener el cuerpo del hombre mas se contuvo ante la presencia de los demás cazadores. Fue entonces cuando el lobo aprovechó su vacilación para alejarse sin mayor cuidado, lanzándose al ataque con la intención de abrirse camino hacia la huida. Dos hombres perecieron de forma brutal bajo las garras del licántropo, de tal forma que la tierra bajo sus pies se humedeció en un riachuelo carmesí.
¿Cómo debía proceder? Ninguna de las ideas que abordaba su mente aparentaban ser correctas y pronto la moral se convirtió en arma de doble filo. El lobo echó a correr a zancadas entre la maleza, tambaleándose ligeramente a los efectos del letal veneno que se extendía por su cuerpo, seguido inmediatamente por los cazadores, que hicieron galopar sus corceles con prisa. Amara parpadeó un par de veces, dubitativa, la ansiedad le carcomía las entrañas y de no intervenir, acabaría con ella antes que cualquier tragedia que le augurase el destino.
Agarró su espada del suelo y acto seguido, corrió tan rápido como su humanidad se lo permitió, siguiendo el rastro de sus semejantes. Sus pies se desplazaron ligeros sobre la hierba mientras sus pulmones se abrían a la cantidad de aire necesaria para mantener el ritmo de la carrera. No se detuvo hasta llegar a un claro donde yacía tumbado el lobo, removiéndose y sudando frío, bajo la mira del círculo de cazadores que le rodeaba. con sus armas, ellos le apuntaban como único e inminente blanco.
Por algún motivo que desconoció en el momento, Amara sintió el corazón caérsele a los pies. Ante sus ojos todo sucedía en cámara lenta. Cada hombre mantenía el dedo firme sobre el gatillo a la orden de fuego, que dejaría al lobo como coladera.
Contuvo el aliento, en un vano intento por retener las palabras que finalmente terminaron emergiendo.
— ¡Alto! — Vociferó en un mandato que desvió la atención de sus compañeros
Todos los ojos se posaron sobre ella en tanto emergía impetuosa de entre la maleza. Un tenso silencio se apoderó del ambiente cuando las fulminantes miradas de los cruzados escudriñaban en ella por respuestas. No lo había pensado con cuidado así que desconocía como proceder. Improvisar se coronó como su única opción.
— Es mío — afirmó intransigente — Su muerte es mía.
Los hombres se miraron entre ellos y echaron a reír. Evidentemente, a sus pareceres, le habían salvado la vida y estaban a punto de abatir la bestia que por poco se la arrebató. Amara gruñó. El declarado líder del pequeño grupo saltó del caballo al suelo, levantando una pequeña polvareda ante su movimiento.
La mayoría de la comitiva de su padre no le tenía ningún tipo de aprecio o respeto más allá del que le debían por el apellido que portaba. Pensaban que era débil, pues ponía cabeza al acto de matar a diferencia de ellos; estúpida, ya que nunca cargaba revolver o veneno alguno que hiciera más simple la caza y, finalmente, que carecía de todo instinto de supervivencia. Quizá estaban en lo cierto, mas su única verdad era que confiaba en sus habilidades lo suficiente como para no huir por la vertiente más corta; disfrutaba de la contienda y los retos que ello implicaba.
El cazador, Astor, creía que era su nombre, se acercó a ella con media sonrisa displicente cincelada en los labios, sugiriendo que, si se comportaba y permitía a los hombres hacer su trabajo, al llegar a casa, de actuar como una buena chica, él le enseñaría la magia que guardaba en su entrepierna.
Ante el desagradable comentario, Amara se limitó a exterminar al hombre con la mirada, mas cuando este intentó mandarle la mano de forma inapropiada fue que reaccionó. Una ráfaga de furia le encendió las mejillas. Veloz le sostuvo del brazo y una vez inmovilizado le mandó una fuerte patada a las costillas, haciéndolo encogerse y retroceder un par de pasos. Hizo girar la empuñadura de su espada entre los dedos y sin darle tiempo a desenfundar la de él, le realizó un par de cortadas en las piernas que lograron hacerle caer de rodillas; de otra patada en el rostro el hombre cayó de espaldas al suelo, quedando con la hoja plateada de la castaña hundiéndose en la piel de su cuello.
— ¿A alguien más le gustaría cuestionarme? — Repasó la mirada sobre los demás, con ira en su estado más puro.
Los hombres la observaron en silencio mientras Astor se retorcía de dolor, con la nariz y loa muslos sangrándole. Ninguno de ellos podría hacerle daño enserio, no sin tener que lidiar con su padre después.
— ¡Largo!
Los hombres se replegaron. Uno de ellos levantó al cazador que yacía en el suelo y recelosos se alejaron de la escena. Amara volvió su atención al lobo. Su estado había empeorado, a penas y se podía mantener de rodillas, su rostro se encontraba pálido y sudoroso y, con la mitad de la varilla de la flecha aún incrustada en su pecho, la herida no podía sanar.
Se acercó a él suspicaz, observándolo como si fuera la criatura más extraña que jamás hubieran presenciado sus ojos. Por la expresión que el hombre cargaba en el rostro, más allá de la de dolor, Amara pudo suponer que pensó estaba lista para asesinarlo.
Se inclinó frente a él y lo observó directo a los ojos. Lo que su mente conocía debía hacer distaba vastamente de lo que su corazón le dictaba. Sostuvo el rostro del hombre entre sus manos, repasando brevemente su barba con el pulgar sin ser consciente de ello.
— Esto es entre los dos, quiero una pelea justa — Se explicó
Al reconocer la cercanía de su gesto, retiró las manos y aclaró la garganta en un nervioso intento por disimularlo. Entonces le agarró del brazo y tiró de él hacia arriba.
— Vamos. No tienes mucho tiempo y ellos no se darán por vencidos así de fácil.
Las dagas que blandía el hombre cayeron a sus pies y de inmediato sintió la punta de la saeta rasguñar su piel cuando el cuerpo del lobo se desplomó sobre el suyo. Su padre invertía una grande cantidad de dinero en la producción de flechas de titanio. La plata, como material, era demasiado ligero y tendía a oscilar en el vuelo, generando un margen de error que tomaba trabajo aprender a calcular; las únicas puntas forjadas en plata eran las del arsenal de Amara quien, en arquería, se destacaba por ser la más diestra. Los demás cazadores, parte del séquito de su padre, embadurnaban sus flechas en acónito convirtiendo los proyectiles en letales, por lo menos, para los hijos de la luna.
Amara permaneció inmóvil. Un impulso la incitó a sostener el cuerpo del hombre mas se contuvo ante la presencia de los demás cazadores. Fue entonces cuando el lobo aprovechó su vacilación para alejarse sin mayor cuidado, lanzándose al ataque con la intención de abrirse camino hacia la huida. Dos hombres perecieron de forma brutal bajo las garras del licántropo, de tal forma que la tierra bajo sus pies se humedeció en un riachuelo carmesí.
¿Cómo debía proceder? Ninguna de las ideas que abordaba su mente aparentaban ser correctas y pronto la moral se convirtió en arma de doble filo. El lobo echó a correr a zancadas entre la maleza, tambaleándose ligeramente a los efectos del letal veneno que se extendía por su cuerpo, seguido inmediatamente por los cazadores, que hicieron galopar sus corceles con prisa. Amara parpadeó un par de veces, dubitativa, la ansiedad le carcomía las entrañas y de no intervenir, acabaría con ella antes que cualquier tragedia que le augurase el destino.
Agarró su espada del suelo y acto seguido, corrió tan rápido como su humanidad se lo permitió, siguiendo el rastro de sus semejantes. Sus pies se desplazaron ligeros sobre la hierba mientras sus pulmones se abrían a la cantidad de aire necesaria para mantener el ritmo de la carrera. No se detuvo hasta llegar a un claro donde yacía tumbado el lobo, removiéndose y sudando frío, bajo la mira del círculo de cazadores que le rodeaba. con sus armas, ellos le apuntaban como único e inminente blanco.
Por algún motivo que desconoció en el momento, Amara sintió el corazón caérsele a los pies. Ante sus ojos todo sucedía en cámara lenta. Cada hombre mantenía el dedo firme sobre el gatillo a la orden de fuego, que dejaría al lobo como coladera.
Contuvo el aliento, en un vano intento por retener las palabras que finalmente terminaron emergiendo.
— ¡Alto! — Vociferó en un mandato que desvió la atención de sus compañeros
Todos los ojos se posaron sobre ella en tanto emergía impetuosa de entre la maleza. Un tenso silencio se apoderó del ambiente cuando las fulminantes miradas de los cruzados escudriñaban en ella por respuestas. No lo había pensado con cuidado así que desconocía como proceder. Improvisar se coronó como su única opción.
— Es mío — afirmó intransigente — Su muerte es mía.
Los hombres se miraron entre ellos y echaron a reír. Evidentemente, a sus pareceres, le habían salvado la vida y estaban a punto de abatir la bestia que por poco se la arrebató. Amara gruñó. El declarado líder del pequeño grupo saltó del caballo al suelo, levantando una pequeña polvareda ante su movimiento.
La mayoría de la comitiva de su padre no le tenía ningún tipo de aprecio o respeto más allá del que le debían por el apellido que portaba. Pensaban que era débil, pues ponía cabeza al acto de matar a diferencia de ellos; estúpida, ya que nunca cargaba revolver o veneno alguno que hiciera más simple la caza y, finalmente, que carecía de todo instinto de supervivencia. Quizá estaban en lo cierto, mas su única verdad era que confiaba en sus habilidades lo suficiente como para no huir por la vertiente más corta; disfrutaba de la contienda y los retos que ello implicaba.
El cazador, Astor, creía que era su nombre, se acercó a ella con media sonrisa displicente cincelada en los labios, sugiriendo que, si se comportaba y permitía a los hombres hacer su trabajo, al llegar a casa, de actuar como una buena chica, él le enseñaría la magia que guardaba en su entrepierna.
Ante el desagradable comentario, Amara se limitó a exterminar al hombre con la mirada, mas cuando este intentó mandarle la mano de forma inapropiada fue que reaccionó. Una ráfaga de furia le encendió las mejillas. Veloz le sostuvo del brazo y una vez inmovilizado le mandó una fuerte patada a las costillas, haciéndolo encogerse y retroceder un par de pasos. Hizo girar la empuñadura de su espada entre los dedos y sin darle tiempo a desenfundar la de él, le realizó un par de cortadas en las piernas que lograron hacerle caer de rodillas; de otra patada en el rostro el hombre cayó de espaldas al suelo, quedando con la hoja plateada de la castaña hundiéndose en la piel de su cuello.
— ¿A alguien más le gustaría cuestionarme? — Repasó la mirada sobre los demás, con ira en su estado más puro.
Los hombres la observaron en silencio mientras Astor se retorcía de dolor, con la nariz y loa muslos sangrándole. Ninguno de ellos podría hacerle daño enserio, no sin tener que lidiar con su padre después.
— ¡Largo!
Los hombres se replegaron. Uno de ellos levantó al cazador que yacía en el suelo y recelosos se alejaron de la escena. Amara volvió su atención al lobo. Su estado había empeorado, a penas y se podía mantener de rodillas, su rostro se encontraba pálido y sudoroso y, con la mitad de la varilla de la flecha aún incrustada en su pecho, la herida no podía sanar.
Se acercó a él suspicaz, observándolo como si fuera la criatura más extraña que jamás hubieran presenciado sus ojos. Por la expresión que el hombre cargaba en el rostro, más allá de la de dolor, Amara pudo suponer que pensó estaba lista para asesinarlo.
Se inclinó frente a él y lo observó directo a los ojos. Lo que su mente conocía debía hacer distaba vastamente de lo que su corazón le dictaba. Sostuvo el rostro del hombre entre sus manos, repasando brevemente su barba con el pulgar sin ser consciente de ello.
— Esto es entre los dos, quiero una pelea justa — Se explicó
Al reconocer la cercanía de su gesto, retiró las manos y aclaró la garganta en un nervioso intento por disimularlo. Entonces le agarró del brazo y tiró de él hacia arriba.
— Vamos. No tienes mucho tiempo y ellos no se darán por vencidos así de fácil.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Corría por el bosque tambaleándome, a mis espaldas escuchaba los cascos de los caballos tras de mi, azuzados por los jinetes que con las ballestas en la mano descargaban una lluvia sobre mi maltrecho cuerpo que esquivaba sumergiéndose entre la maleza como podía las puntas de flecha.
Jadeaba, mis ojos se achicaban observando un baile de tonos marrones plagados de sombras que adquirían las cosas.
Gruñí mostrandoles los dientes, no era luna llena, no podía trasformarme, sentí mi columna quebrarse, gruñí cayendo al suelo empezando una medio trasformación para poder mantenerme en pie luchar contra los cazadores de Argent, no moriría sin llevarme por delante a unos cuantos al infierno.
Ladeé la sonrisa poniéndome en pie, mis ámbar resplandecieron mientras me lanzaba violento contra uno de ellos esquivando su acero, hundí mis colmillos en su yugular, de un mordisco arranque su traquea, la sangre resbalaba por mi mentón, rugí, encarando a otro.
Uno disparó con una ballesta, arrastré con fuerza el cuerpo de uno de los cazadores colocandolo delante, la flecha en el estomago de este que me sirvió como escudo y con mis garras desgarré su cuello entre gruñidos.
Por la espalda me clavaron una daga de plata, caí al suelo malherido, aullé de dolor cuando la dama de plata mando un alto a sus hombres que me apuntaban con las ballestas dispuestas a darme muerte.
Me retorcí en el suelo, el veneno se extendía por mi cuerpo, cerré los ojos con la respiración lenta volviendo a recuperar mi forma humana, no me quedaba frenesí que utilizar.
No entendía bien lo que pasaba, achicaba los ojos entreabriendolos, intentando centrarme en la figura brumosa de Amara, parecía pelear, pero me costaba centrarme en lo que pasaba.
Cerré los ojos hasta que sentí como los caballos se largaban de allí, gruñí sumido en la semi inconsciencia y en ese instante la mano de Amara tomó mi rostro elevándolo ligeramente para mirarme.
Abrí los ojos enfrentándola con altivez, no pensaba morir suplicando, lo haría como el alfa que era y frente a mi mi verdugo, de no haber sido ella la que se enfrentaba a mi en la gruta jamas me hubieran dado caza, pero con ella me volvía débil, mis sentidos se atontaban de ella y no había advertido el peligro que me acechaba.
Ella agachada frente a mi, su dedo acarició mi barba en un gesto demasiado cercano para ser los enemigos que enfrentaba nuestra raza.
-Amará -jadeé sin poder mantenerme en pie, mis labios se entreabrieron, mis ojos bajaron a los suyos, la deseaba, ese era un echo y mi cabeza estaba tan embotada que no pensaba que demonios hacia.
Según ella esto era entre los dos, pero no entendía que esperaba, que iba a conseguir ayudándome a huir aparte de enfrentarse a su padre.
Tiró de mi para ayudarme y ponerme a salvo, ya había vivido a donde nos llevaba estar juntos, no iba a volver a ponerla en peligro.
-No -rugí haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y de un tirón me solté de su agarre volviendo a caer al suelo.
Ella era terca, pero yo también lo era y mi orgullo no me permitía ser ayudado por una Argent, no cuando esa mujer era mi perdición, mi condena.
-No -repetí antes de desmoronarme sobre la hierba fresca de nuevo.
Jadeaba, mis ojos se achicaban observando un baile de tonos marrones plagados de sombras que adquirían las cosas.
Gruñí mostrandoles los dientes, no era luna llena, no podía trasformarme, sentí mi columna quebrarse, gruñí cayendo al suelo empezando una medio trasformación para poder mantenerme en pie luchar contra los cazadores de Argent, no moriría sin llevarme por delante a unos cuantos al infierno.
Ladeé la sonrisa poniéndome en pie, mis ámbar resplandecieron mientras me lanzaba violento contra uno de ellos esquivando su acero, hundí mis colmillos en su yugular, de un mordisco arranque su traquea, la sangre resbalaba por mi mentón, rugí, encarando a otro.
Uno disparó con una ballesta, arrastré con fuerza el cuerpo de uno de los cazadores colocandolo delante, la flecha en el estomago de este que me sirvió como escudo y con mis garras desgarré su cuello entre gruñidos.
Por la espalda me clavaron una daga de plata, caí al suelo malherido, aullé de dolor cuando la dama de plata mando un alto a sus hombres que me apuntaban con las ballestas dispuestas a darme muerte.
Me retorcí en el suelo, el veneno se extendía por mi cuerpo, cerré los ojos con la respiración lenta volviendo a recuperar mi forma humana, no me quedaba frenesí que utilizar.
No entendía bien lo que pasaba, achicaba los ojos entreabriendolos, intentando centrarme en la figura brumosa de Amara, parecía pelear, pero me costaba centrarme en lo que pasaba.
Cerré los ojos hasta que sentí como los caballos se largaban de allí, gruñí sumido en la semi inconsciencia y en ese instante la mano de Amara tomó mi rostro elevándolo ligeramente para mirarme.
Abrí los ojos enfrentándola con altivez, no pensaba morir suplicando, lo haría como el alfa que era y frente a mi mi verdugo, de no haber sido ella la que se enfrentaba a mi en la gruta jamas me hubieran dado caza, pero con ella me volvía débil, mis sentidos se atontaban de ella y no había advertido el peligro que me acechaba.
Ella agachada frente a mi, su dedo acarició mi barba en un gesto demasiado cercano para ser los enemigos que enfrentaba nuestra raza.
-Amará -jadeé sin poder mantenerme en pie, mis labios se entreabrieron, mis ojos bajaron a los suyos, la deseaba, ese era un echo y mi cabeza estaba tan embotada que no pensaba que demonios hacia.
Según ella esto era entre los dos, pero no entendía que esperaba, que iba a conseguir ayudándome a huir aparte de enfrentarse a su padre.
Tiró de mi para ayudarme y ponerme a salvo, ya había vivido a donde nos llevaba estar juntos, no iba a volver a ponerla en peligro.
-No -rugí haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y de un tirón me solté de su agarre volviendo a caer al suelo.
Ella era terca, pero yo también lo era y mi orgullo no me permitía ser ayudado por una Argent, no cuando esa mujer era mi perdición, mi condena.
-No -repetí antes de desmoronarme sobre la hierba fresca de nuevo.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
No esperaba que se lo tomara de la mejor manera, pero el hecho de el lobo que prefiriese morir agonizando por efecto del veneno, escociéndole en las entrañas, que aceptar la ayuda que estaba dispuesta a brindarle, le hizo cuestionarse si estaba actuando adecuadamente ante la situación. Eran enemigos, esa era la realidad. ¿Por qué tomarse tanta molestia conociendo que debería enfrentarlo de nuevo? Cargaba con un historial de imprudencias y resoluciones que carecían de lógica y sentido común, sin embargo, considerar socorrer a un alfa malherido en vez de acabar con su vida se ubicaba en la cumbre de sus peores decisiones.
Rodó los ojos, resultaba que el hombre era bastante necio, quizá incluso más que ella; no obstante, cuando cayó abatido sobre la hierba ya no pudo poner más peros. El veneno se expandía veloz y de no actuar con rapidez y precisión, estaría muerto en una o dos horas, eso si tenía suerte y su cuerpo era resistía el trajín.
Resopló. Si bien los entrenamientos se habían encargado de fortalecer su cuerpo, no contaba con la fuerza suficiente para cargarlo, mucho menos andar con él a cuestas y sin rumbo en medio de la maleza. Discurrió en las posibilidades, pero no mucho se le ocurrió. Debía encontrar un lugar seguro para refugiar al lobo mientras ella iba en busca de verbena, planta cuyas propiedades contrarrestaban los males adquiridos a causa del acónito.
Los cazadores volverían pronto, seguramente en compañía de su padre y de no hallar buen refugio, la situación se tornaría verdaderamente letal.
Arrastró el cuerpo del licántropo de nuevo hacia la espesura del boscaje, considerando que los frondosos árboles llegarían a servirle de resguardo de ser necesario. Él era demasiado pesado incluso aunque era sólo músculo, así que fue bastante trabajosa la tarea de moverlo entre la arboleda. Tenía un lugar en mente, una pequeña caverna, no muy lejos de allí, que vislumbró horas atrás cuando su ocupación fue más que la de encontrar la presa perfecta.
Cuando finalmente arribó a su destino, la cazadora, jadeante, tomó un respiro y prosiguió a acomodar el cuerpo de su oponente en el interior de la cueva. Él hombre tiritaba inconsciente y su piel ardía. Con el pasar de los minutos el veneno se comportaba más agresivo y Amara temió no alcanzar a preparar la cura antes de que fuese demasiado tarde.
Respiró hondo y echó a correr fuera de la gruta. Su ubicación era lejana al terreno arenoso donde emergía la verbena, pero sus pies avanzaron febriles sobre la tierra, casi como si la vida que estuviese en juego fuese la propia. Intenso desasosiego le recorría la corporeidad entera incluso aunque no había motivo aparente que diera pie a tal sensación, o por lo menor que le ofreciera sentido.
Después de varios minutos de una incansable carrera, Amara divisó al fin las sésiles flores de tonalidad lila características de la planta, letal para inmortales, pero medicinal para hijos de la luna. Arrancó de raíz tantos tallos como le fue posible. Entonces recordó que, entre su maleta, Lars guardaba artilugios que podrían servirles de ayuda durante para la preparación del antídoto.
Veloz volvió al lugar donde ocurrió la primera matanza de la noche. A lo lejos observó el refulgir de las llamas consumiendo las corporeidades de los fallecidos en un funeral digno de los de su clase. El único cuerpo que aún se podría en el suelo era el del joven lobo a quien, inclemente, su excompañero de caza había asesinado. Negó ligeramente con la cabeza, sintiendo pena por la madre del muchacho. Habían pasado centurias cazando bestias, pero ni siquiera su humanidad los había salvado de convertirse en otra clase de ellas.
Los cazadores estaban bastante distraídos en el arreglo de las exequias como para notar su presencia, así que, sigilosa, agarró el morral por el que había regresado y continuó su rápido camino hacia el moribundo lobo.
Cuando volvió encontró al hombre retorciéndose se dolor en el suelo; no le quedaba mucho tiempo. Recogió algunas ramas y las apiló para encender una pequeña fogata. Una vez el fuego los abrigó, la cazadora sacó de la bolsa un pequeño recipiente en el que recogió agua y colocó la verbena, introduciéndolo a la brasa con el fin de que el líquido adquiriese los fluidos que retenían las hojas de las plantas. En otro recipiente, con los pétalos restantes, elaboró un ungüento.
Con la medicina lista. Amara se inclinó sobre el hombre y de un jalón lo sentó, acomodándole la espalda contra una roca para que no se desgonzara. No entendía por qué, pero verlo padecer semejante dolencia le generaba una profunda y densa tristeza. Le abrió la camisola de par en par y le dio un vistazo a su esculpido y malherido pecho, perlado en sudor, apenas acariciando la piel lastimada en un etéreo toque con la yema de sus dedos. Sumergió por par de segundos su daga en las llamas y con ella hizo una pequeña incisión, en forma de cruz, sobre el agujero que había dejado la flecha retirando por allí la fracción restante que aún permanecía empotrada en la carne. Tan pronto como el material venenoso se encontró fuera del organismo del lobo, Amara procedió a untarle el ungüento y a vendar el pedazo con un trozo de la blusa que llevaba bajó el corsé.
El semblante del lobo había mejorado un poco, sin embargo, aún debía beber la infusión para completar el tratamiento. Amara sopló sobre el recipiente para que se enfriara un poco y posteriormente lo acercó a los labios ajenos ofreciéndoselo al lobo para que bebiera. Él aún no se encontraba del todo en sí y balbuceaba palabras que para ella no eran inteligibles; supuso que se estaría quejando pues tuvo que beber el líquido a regañadientes.
Finalmente, el hombre cayó rendido en los brazos de Morfeo sin ningún dolor. La castaña le tocó la frente para comprobar su temperatura, la fiebre había reducido notablemente pero su piel aún ardía. Se quitó la blusa quedándose solamente con el corsé y procedió a remojarla en agua, repasando después la tela húmeda sobre la frente del hombre a la espera de que despertara, mientras intentaba convencerse a sí misma que la única razón por la que cuidaba de su enemigo era para enfrentarlo con honor y en contienda justa.
Rodó los ojos, resultaba que el hombre era bastante necio, quizá incluso más que ella; no obstante, cuando cayó abatido sobre la hierba ya no pudo poner más peros. El veneno se expandía veloz y de no actuar con rapidez y precisión, estaría muerto en una o dos horas, eso si tenía suerte y su cuerpo era resistía el trajín.
Resopló. Si bien los entrenamientos se habían encargado de fortalecer su cuerpo, no contaba con la fuerza suficiente para cargarlo, mucho menos andar con él a cuestas y sin rumbo en medio de la maleza. Discurrió en las posibilidades, pero no mucho se le ocurrió. Debía encontrar un lugar seguro para refugiar al lobo mientras ella iba en busca de verbena, planta cuyas propiedades contrarrestaban los males adquiridos a causa del acónito.
Los cazadores volverían pronto, seguramente en compañía de su padre y de no hallar buen refugio, la situación se tornaría verdaderamente letal.
Arrastró el cuerpo del licántropo de nuevo hacia la espesura del boscaje, considerando que los frondosos árboles llegarían a servirle de resguardo de ser necesario. Él era demasiado pesado incluso aunque era sólo músculo, así que fue bastante trabajosa la tarea de moverlo entre la arboleda. Tenía un lugar en mente, una pequeña caverna, no muy lejos de allí, que vislumbró horas atrás cuando su ocupación fue más que la de encontrar la presa perfecta.
Cuando finalmente arribó a su destino, la cazadora, jadeante, tomó un respiro y prosiguió a acomodar el cuerpo de su oponente en el interior de la cueva. Él hombre tiritaba inconsciente y su piel ardía. Con el pasar de los minutos el veneno se comportaba más agresivo y Amara temió no alcanzar a preparar la cura antes de que fuese demasiado tarde.
Respiró hondo y echó a correr fuera de la gruta. Su ubicación era lejana al terreno arenoso donde emergía la verbena, pero sus pies avanzaron febriles sobre la tierra, casi como si la vida que estuviese en juego fuese la propia. Intenso desasosiego le recorría la corporeidad entera incluso aunque no había motivo aparente que diera pie a tal sensación, o por lo menor que le ofreciera sentido.
Después de varios minutos de una incansable carrera, Amara divisó al fin las sésiles flores de tonalidad lila características de la planta, letal para inmortales, pero medicinal para hijos de la luna. Arrancó de raíz tantos tallos como le fue posible. Entonces recordó que, entre su maleta, Lars guardaba artilugios que podrían servirles de ayuda durante para la preparación del antídoto.
Veloz volvió al lugar donde ocurrió la primera matanza de la noche. A lo lejos observó el refulgir de las llamas consumiendo las corporeidades de los fallecidos en un funeral digno de los de su clase. El único cuerpo que aún se podría en el suelo era el del joven lobo a quien, inclemente, su excompañero de caza había asesinado. Negó ligeramente con la cabeza, sintiendo pena por la madre del muchacho. Habían pasado centurias cazando bestias, pero ni siquiera su humanidad los había salvado de convertirse en otra clase de ellas.
Los cazadores estaban bastante distraídos en el arreglo de las exequias como para notar su presencia, así que, sigilosa, agarró el morral por el que había regresado y continuó su rápido camino hacia el moribundo lobo.
Cuando volvió encontró al hombre retorciéndose se dolor en el suelo; no le quedaba mucho tiempo. Recogió algunas ramas y las apiló para encender una pequeña fogata. Una vez el fuego los abrigó, la cazadora sacó de la bolsa un pequeño recipiente en el que recogió agua y colocó la verbena, introduciéndolo a la brasa con el fin de que el líquido adquiriese los fluidos que retenían las hojas de las plantas. En otro recipiente, con los pétalos restantes, elaboró un ungüento.
Con la medicina lista. Amara se inclinó sobre el hombre y de un jalón lo sentó, acomodándole la espalda contra una roca para que no se desgonzara. No entendía por qué, pero verlo padecer semejante dolencia le generaba una profunda y densa tristeza. Le abrió la camisola de par en par y le dio un vistazo a su esculpido y malherido pecho, perlado en sudor, apenas acariciando la piel lastimada en un etéreo toque con la yema de sus dedos. Sumergió por par de segundos su daga en las llamas y con ella hizo una pequeña incisión, en forma de cruz, sobre el agujero que había dejado la flecha retirando por allí la fracción restante que aún permanecía empotrada en la carne. Tan pronto como el material venenoso se encontró fuera del organismo del lobo, Amara procedió a untarle el ungüento y a vendar el pedazo con un trozo de la blusa que llevaba bajó el corsé.
El semblante del lobo había mejorado un poco, sin embargo, aún debía beber la infusión para completar el tratamiento. Amara sopló sobre el recipiente para que se enfriara un poco y posteriormente lo acercó a los labios ajenos ofreciéndoselo al lobo para que bebiera. Él aún no se encontraba del todo en sí y balbuceaba palabras que para ella no eran inteligibles; supuso que se estaría quejando pues tuvo que beber el líquido a regañadientes.
Finalmente, el hombre cayó rendido en los brazos de Morfeo sin ningún dolor. La castaña le tocó la frente para comprobar su temperatura, la fiebre había reducido notablemente pero su piel aún ardía. Se quitó la blusa quedándose solamente con el corsé y procedió a remojarla en agua, repasando después la tela húmeda sobre la frente del hombre a la espera de que despertara, mientras intentaba convencerse a sí misma que la única razón por la que cuidaba de su enemigo era para enfrentarlo con honor y en contienda justa.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Abrí los ojos cuando los primeros haces de luz se adentraban en la boca de la gruta, el dolor atenazaba mis movimientos, siseé contrayendo el estomago, justo arriba el boquete de la flecha, parecía que estaba sanando ¿por que? Era acólito, sin verbena no había cura.
Emití un quejido apagado al girarme sobre mi mismo para encontrarme con la cazadora que dormía con su cuerpo apoyado a una de las paredes de la gruta, sus armas a mano, seguramente preparadas para ser utilizadas de creerlo necesario.
Llevé mi mano a boquete y tambaleándome me puse en pie, mi gesto engreído choco de lleno con los pardos de la cazadora que ante el menor ruido se despertó dispuesta a enfrentarme aunque no hizo gesto ciertamente de ello.
-¿por que? -pregunté hundiendo mis tormentas en sus ojos.
La pregunta distaba mucho de ser descabellada, quizás la Amara con la que compartí lecho tenia un motivo, mas esta, ni siquiera me conocía.
-Soy un licantropo -dije con la respiración entrecortada – un alfa, si lo que quieres es mi cabeza, deberías habérmelo arrancado cuando apenas me quedaban fuerzas.
Mis ojos amarillearon, estaba débil, pero ahora podía mantenerme en pie y mientras lo hiciera no iba a dejarme vencer.
Amara no reaccionó en demasía, creo que el tambaleo de mi cuerpo le indicaba que este combate estaría muy lejos de ser en igualdad de condiciones, pero desde cuando un cazador busca la igualdad en una gesta.
Odiaba a los Argent, por su culpa tendría otro entierro que presidir, una madre llorando a su hijo, un crio recién convertido que no había hecho daño a nadie ¿cual era su crimen?
-Mataré a tu padre cazadora, lo juro y tu lo veras con esos preciosos ojos. No lo olvides nunca soy tu enemigo.
Busqué la daga de mi cinto, mas al no encontrarla, fueron mis garras las que emergieron a la vez que mis colmillos.
Alcé mi labio superior arrugando ligeramente le labio superior.
Si quería un combate, lo tendría, odiaba su apellido casi tanto como amaba a la mujer que me miraba rehacía a ponerse en pie frente a mi.
-Lucha cazadora, -rugí afilando mis garras en la pared desafiante mientras estas se hundían en la piedra haciendo que saltaran las chispas.
-No creía que entre las filas de los Argent existieran los buenos samaritanos ¿estas segura de que papa no te pegará unos azotes al culo por desobediente? -la piqué.
Sabia que su relación con ese hombre era mala, pero aun así estaba presa de su influjo, yo le ofrecí mi mano, la libertad y sin embargo me condeno al olvido, al exilio.
Emití un quejido apagado al girarme sobre mi mismo para encontrarme con la cazadora que dormía con su cuerpo apoyado a una de las paredes de la gruta, sus armas a mano, seguramente preparadas para ser utilizadas de creerlo necesario.
Llevé mi mano a boquete y tambaleándome me puse en pie, mi gesto engreído choco de lleno con los pardos de la cazadora que ante el menor ruido se despertó dispuesta a enfrentarme aunque no hizo gesto ciertamente de ello.
-¿por que? -pregunté hundiendo mis tormentas en sus ojos.
La pregunta distaba mucho de ser descabellada, quizás la Amara con la que compartí lecho tenia un motivo, mas esta, ni siquiera me conocía.
-Soy un licantropo -dije con la respiración entrecortada – un alfa, si lo que quieres es mi cabeza, deberías habérmelo arrancado cuando apenas me quedaban fuerzas.
Mis ojos amarillearon, estaba débil, pero ahora podía mantenerme en pie y mientras lo hiciera no iba a dejarme vencer.
Amara no reaccionó en demasía, creo que el tambaleo de mi cuerpo le indicaba que este combate estaría muy lejos de ser en igualdad de condiciones, pero desde cuando un cazador busca la igualdad en una gesta.
Odiaba a los Argent, por su culpa tendría otro entierro que presidir, una madre llorando a su hijo, un crio recién convertido que no había hecho daño a nadie ¿cual era su crimen?
-Mataré a tu padre cazadora, lo juro y tu lo veras con esos preciosos ojos. No lo olvides nunca soy tu enemigo.
Busqué la daga de mi cinto, mas al no encontrarla, fueron mis garras las que emergieron a la vez que mis colmillos.
Alcé mi labio superior arrugando ligeramente le labio superior.
Si quería un combate, lo tendría, odiaba su apellido casi tanto como amaba a la mujer que me miraba rehacía a ponerse en pie frente a mi.
-Lucha cazadora, -rugí afilando mis garras en la pared desafiante mientras estas se hundían en la piedra haciendo que saltaran las chispas.
-No creía que entre las filas de los Argent existieran los buenos samaritanos ¿estas segura de que papa no te pegará unos azotes al culo por desobediente? -la piqué.
Sabia que su relación con ese hombre era mala, pero aun así estaba presa de su influjo, yo le ofrecí mi mano, la libertad y sin embargo me condeno al olvido, al exilio.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Sus párpados se separaron abruptamente cuando los torpes pasos del lobo hicieron eco entre las paredes de la caverna. El sueño lo tenía bastante ligero y por instinto llevó la mano a la empuñadura de su espada, parpadeando un par de veces hasta aclarar su vista. De pie, frente suyo, se alzaba la figura del hombre, quien, a pesar de tambalearse de un lado a otro, hacía su mejor esfuerzo por mantenerse erguido con ese aire petulante que tanto le caracterizaba.
— ¿Por qué no? —Respondió con calma a su indagación.
Permaneció sentada, observándolo en contrapicado sin inmutarse al desafío de sus palabras. El antídoto a base de verbena había surtido efecto, sin embargo, era evidente que aún se encontraba débil, la flecha le había atravesado el tórax de par en par y heridas semejantes tardaban un amplio lapso en cerrar, mucho más cuando el acónito había retrasado el proceso de sanación.
Él tenía razón, cualquier cazador hubiera aprovechado el estado de debilidad en que se encontraba para asesinarlo, e incluso, de no querer mancharse las manos, abandonarlo a su suerte se prestaba como otra opción; un par de horas más sin la cura y el acónito le habría matado lenta y dolorosamente. Era bastante simple, un alfa menos de qué preocuparse equivalía a una manada desprotegida y fácil de erradicar, o por lo menos esa dictaba la lógica de hombres sin miramientos, hombres como su padre; a diferencia de Bastien, Amara no hallaba gozo en la muerte de sus enemigos, para ella, el deleite yacía enteramente en el enfrentamiento.
El lobo le advirtió que asesinaría a su padre, recordándole que era su enemigo. Eso lo tenía bastante claro, había quedado manifiesto en la batalla y no esperaba que el haberle salvado surtiera cambio en ello. Sus naturalezas los forzaban a batallar en bandos contrarios y por diferentes causas.
— ¿Estás tratando de amenazarme o de cortejarme? — Ladeó la cabeza observándolo con diversión.
No le apartó la mirada de encima. Si bien estaba herido tampoco podía subestimarlo, menos cuando persistía en la contienda aún en su maltrecho estado. Él se llevó las manos al cinto y al no encontrar su arma no dudó en sacar las garras, mostrándole los dientes, dándole muestra de esa bestia que no guardaba disposición a ceder. Finalmente Amara se puso en pie y feroz el lobo le gruñó, aguzando las garras contra la piedra, incitándole así la contienda.
El hombre contaba con la fuerza digna de un alfa, sin embargo, el daño que sufrió en su cuerpo ralentizaba sus movimientos; de cualquier forma, Amara era más rápida y la gravedad le jugó en contra cuando ella, de una patada en el pecho, lo hizo trastabillar. De haber tenido un perfecto equilibrio seguramente se hubiese mantenido en pie, pero esta vez el lobo cayó de espaldas al suelo, entonces la castaña aseguró su posición presionándole ligeramente el tórax con su pie.
— No tiene ninguna gracia contender con ventaja —Explicó inclinándose ligeramente, observándolo por encima de la cabeza— Te enfrentaré cuando seas digno de ello. Por ahora ocúpate de sanar.
Bajó el pie y se dio media vuelta. El mordaz comentario le causó más gracia que enojo, quizá porque estaba en lo cierto, incluso si entendía que su intención era diferente. Lastimosamente, de conocer Bastien su empeño en salvarle la vida al alfa que asesinó a cuatro de sus hombres las razones por las que ella misma acabó con uno de los suyos, muy seguramente sí le azotaría en reprimenda, pero no en el culo, como clamaba voraz su opuesto, sino en donde fuera que cayeran los tremendos nudos del látigo. En su espalda conservaba la tenue marca de la última vez que recibió castigo similar.
Silencio. Demasiado para su gusto. Se volvió de nuevo hacia él y grande fue su sorpresa al encontrar las garras a centímetros de su rostro, filosas armas que alcanzó a evadir al moverse por instinto hacia un lado. Él le sonrió con autosuficiencia y ella le sonrió de vuelta. Si era sincera, ansiaba aquel encuentro.
Sacó del cinto una pequeña daga y dejó que la espada, aún enfundada, cayera con él. Necesitaba que la batalla fuera todo un reto. Él atacó primero y ella se ocupó de defenderse, manteniendo las zarpas a una distancia prudencial de su corporeidad, reteniendo los golpes que le lanzaba con el borde de su antebrazo. En un momento de descuido, Amara pasó a la ofensiva, rauda, la cazadora giró el asa entre sus dedos y, en reiterados y continuos ataques, mandó la hoja de plata veloz en dirección al cuerpo de su opuesto, abriéndose paso hacia la carne.
El hombre le detuvo la diestra y con ella su arremetida, soltándola de inmediato tras un empujón que le hizo retroceder. Sin dar espera él atacó de nuevo, esta vez la castaña intentó defenderse, pero tras calcular mal la dirección de la zarpa, terminó con ella clavada de lleno en el abdomen.
Contuvo el aliento y apretó los párpados mientras la daga se resbaló de su mano. Su frente dio contra la del lobo y entonces ninguno de los dos se movió. Las cinco garras profundo y el escozor no tardó en aparecer. Abrió los ojos y exhaló, apropiándose del dolor con satisfacción. Lo observó directo a los ojos, sus comisuras se elevaban con entretención mientras la punta de su nariz acariciaba etérea la del contrincante. Sensaciones contradictorias le invadieron.
— Eso está mejor ¿verdad? — Indagó un poco de dificultad.
Entonces lo empujó fuertemente y las zarpas rasgaron más la carne en su salida. Se tocó el abdomen y su mano se empapó de sangre. Su sonrisa se amplió, ese era el enfrentamiento que esperaba. Se adelantó rápida hacia él y lanzó un par de golpes que fueron atajados, no obstante, le alcanzó a asestar una patada de gancho en el rostro que lo hizo tambalearse hacia atrás. Atacar sin arma era prácticamente un suicidio mas se le hizo extraño que su oponente se limitara a la defensiva, sobre todo pudiendo hacer uso de su fuerza para acabar con ella de una vez.
Se abalanzó con un derechazo, pero él detuvo en seco el ataque, esta vez sin dejarla en libertad. Ella levantó su izquierda para asestar un nuevo golpe, no obstante, también la atrapó.
Inmovilizada de las dos manos, el lobo las forzó tras su espalda y la acorraló contra una pared sin soltarla. Amara gruñó y se removió con fuerza intentando liberarse, pero una punzada de dolor en su abdomen la obligó a permanecer quieta.
Podía sentir la agitada respiración del lobo sobre su hombro.
— Hazlo, acaba conmigo. Sólo uno de nosotros puede salir de aquí con vida.
— ¿Por qué no? —Respondió con calma a su indagación.
Permaneció sentada, observándolo en contrapicado sin inmutarse al desafío de sus palabras. El antídoto a base de verbena había surtido efecto, sin embargo, era evidente que aún se encontraba débil, la flecha le había atravesado el tórax de par en par y heridas semejantes tardaban un amplio lapso en cerrar, mucho más cuando el acónito había retrasado el proceso de sanación.
Él tenía razón, cualquier cazador hubiera aprovechado el estado de debilidad en que se encontraba para asesinarlo, e incluso, de no querer mancharse las manos, abandonarlo a su suerte se prestaba como otra opción; un par de horas más sin la cura y el acónito le habría matado lenta y dolorosamente. Era bastante simple, un alfa menos de qué preocuparse equivalía a una manada desprotegida y fácil de erradicar, o por lo menos esa dictaba la lógica de hombres sin miramientos, hombres como su padre; a diferencia de Bastien, Amara no hallaba gozo en la muerte de sus enemigos, para ella, el deleite yacía enteramente en el enfrentamiento.
El lobo le advirtió que asesinaría a su padre, recordándole que era su enemigo. Eso lo tenía bastante claro, había quedado manifiesto en la batalla y no esperaba que el haberle salvado surtiera cambio en ello. Sus naturalezas los forzaban a batallar en bandos contrarios y por diferentes causas.
— ¿Estás tratando de amenazarme o de cortejarme? — Ladeó la cabeza observándolo con diversión.
No le apartó la mirada de encima. Si bien estaba herido tampoco podía subestimarlo, menos cuando persistía en la contienda aún en su maltrecho estado. Él se llevó las manos al cinto y al no encontrar su arma no dudó en sacar las garras, mostrándole los dientes, dándole muestra de esa bestia que no guardaba disposición a ceder. Finalmente Amara se puso en pie y feroz el lobo le gruñó, aguzando las garras contra la piedra, incitándole así la contienda.
El hombre contaba con la fuerza digna de un alfa, sin embargo, el daño que sufrió en su cuerpo ralentizaba sus movimientos; de cualquier forma, Amara era más rápida y la gravedad le jugó en contra cuando ella, de una patada en el pecho, lo hizo trastabillar. De haber tenido un perfecto equilibrio seguramente se hubiese mantenido en pie, pero esta vez el lobo cayó de espaldas al suelo, entonces la castaña aseguró su posición presionándole ligeramente el tórax con su pie.
— No tiene ninguna gracia contender con ventaja —Explicó inclinándose ligeramente, observándolo por encima de la cabeza— Te enfrentaré cuando seas digno de ello. Por ahora ocúpate de sanar.
Bajó el pie y se dio media vuelta. El mordaz comentario le causó más gracia que enojo, quizá porque estaba en lo cierto, incluso si entendía que su intención era diferente. Lastimosamente, de conocer Bastien su empeño en salvarle la vida al alfa que asesinó a cuatro de sus hombres las razones por las que ella misma acabó con uno de los suyos, muy seguramente sí le azotaría en reprimenda, pero no en el culo, como clamaba voraz su opuesto, sino en donde fuera que cayeran los tremendos nudos del látigo. En su espalda conservaba la tenue marca de la última vez que recibió castigo similar.
Silencio. Demasiado para su gusto. Se volvió de nuevo hacia él y grande fue su sorpresa al encontrar las garras a centímetros de su rostro, filosas armas que alcanzó a evadir al moverse por instinto hacia un lado. Él le sonrió con autosuficiencia y ella le sonrió de vuelta. Si era sincera, ansiaba aquel encuentro.
Sacó del cinto una pequeña daga y dejó que la espada, aún enfundada, cayera con él. Necesitaba que la batalla fuera todo un reto. Él atacó primero y ella se ocupó de defenderse, manteniendo las zarpas a una distancia prudencial de su corporeidad, reteniendo los golpes que le lanzaba con el borde de su antebrazo. En un momento de descuido, Amara pasó a la ofensiva, rauda, la cazadora giró el asa entre sus dedos y, en reiterados y continuos ataques, mandó la hoja de plata veloz en dirección al cuerpo de su opuesto, abriéndose paso hacia la carne.
El hombre le detuvo la diestra y con ella su arremetida, soltándola de inmediato tras un empujón que le hizo retroceder. Sin dar espera él atacó de nuevo, esta vez la castaña intentó defenderse, pero tras calcular mal la dirección de la zarpa, terminó con ella clavada de lleno en el abdomen.
Contuvo el aliento y apretó los párpados mientras la daga se resbaló de su mano. Su frente dio contra la del lobo y entonces ninguno de los dos se movió. Las cinco garras profundo y el escozor no tardó en aparecer. Abrió los ojos y exhaló, apropiándose del dolor con satisfacción. Lo observó directo a los ojos, sus comisuras se elevaban con entretención mientras la punta de su nariz acariciaba etérea la del contrincante. Sensaciones contradictorias le invadieron.
— Eso está mejor ¿verdad? — Indagó un poco de dificultad.
Entonces lo empujó fuertemente y las zarpas rasgaron más la carne en su salida. Se tocó el abdomen y su mano se empapó de sangre. Su sonrisa se amplió, ese era el enfrentamiento que esperaba. Se adelantó rápida hacia él y lanzó un par de golpes que fueron atajados, no obstante, le alcanzó a asestar una patada de gancho en el rostro que lo hizo tambalearse hacia atrás. Atacar sin arma era prácticamente un suicidio mas se le hizo extraño que su oponente se limitara a la defensiva, sobre todo pudiendo hacer uso de su fuerza para acabar con ella de una vez.
Se abalanzó con un derechazo, pero él detuvo en seco el ataque, esta vez sin dejarla en libertad. Ella levantó su izquierda para asestar un nuevo golpe, no obstante, también la atrapó.
Inmovilizada de las dos manos, el lobo las forzó tras su espalda y la acorraló contra una pared sin soltarla. Amara gruñó y se removió con fuerza intentando liberarse, pero una punzada de dolor en su abdomen la obligó a permanecer quieta.
Podía sentir la agitada respiración del lobo sobre su hombro.
— Hazlo, acaba conmigo. Sólo uno de nosotros puede salir de aquí con vida.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Una patada en mi pecho la bastó para hacerme trastabillar y lanzarme al suelo como si fuera un vulgar cachorro y no el voraz y peligroso alfa que era.
Su pie sobre mi pecho no solo implicó una burla cargada de resentimiento, si no que tocó mi orgullo maltrecho por esta familia desde hacia ya tiempo.
Ladeé la sonrisa contemplando sus pardos que chocaban como furiosas olas contra mis ámbar.
Sus palabras fueron el murmullo de estas cuando la marea se las lleva, de nuevo se dedicaba a humillarme, no era digno adversario de la plata que envainaba en su cinto.
Se dio la vuelta, dándome la espalda como si solo fuera un animal herido incapaz de entablar batalla, pero algo no sabia la cazadora que iba a mostrarme en este preciso instante, hay que tener cuidado con la cabeza de los lobos, pues aun heridos de muerte, muerden.
Me alcé del suelo, mis dientes anunciaban guerra, mis zarpas la muerte en esta maldita contienda.
No podía olvidar lo que era, una Argent, mi enemigo eterno.
Cuando se giró fue tarde, mi zarpa se dirigió rauda a su rostro, ataque furtivo que con cierta dificultad esquivo, pues había subestimado a un gran depredador.
-Estoy herido pero no muerto -gruñí con la voz ronca -siempre seré un adversario capaz, preocúpate tu de salir con vida de esta contienda.
La sonrisa de ambos se pintó en nuestros labios, enemigos por raza, secretos ocultos, de nuevo enfrentaba la plata.
Sacó su afilada daga del cinto, la espada calló al suelo como si no la creyera necesaria, una nueva afreta, le demostraría hasta que punto se equivocaba.
Embestí lanzando una ofensiva con mis zarpas, ella detenía a la defensiva cada ataque con las muñequearas de sus antebrazos mientras ambos nos mirábamos desafiantes. En un descuido intercambiamos las tornas, era ella la que con la plata en la mano lanzaba a diestro y siniestro cuchilladas que yo me encargué de mantener alejadas de mi cuerpo.
Voraz uno de sus ataques daño mi costado, rugí de dolor dándole un empujón que la llevó contra la pared opuesta y sin pensarlo enterré mis zarpas desde abajo en su abdomen con rudeza.
No fue capaz de pararme, admito que me quedé petrificado, acababa de herirla por el fervor de la batalla y ahora mi mano se bañaba de la sangre de la mujer que amaba.
Me quedé quieto, inmóvil, su frente calló sobre la mía mientras sus labios se entreabrían emitiendo un quejido.
Nuestros alientos chocaron desbocados como lo haría el galope de un caballo, la comisura de sus labios se alzó ,como si el dolor le produjera cierta satisfacción, por contra en mi rostro solo se pinto la mas dura desesperación.
Su nariz acarició la mía, cerré los ojos, quería acabar con esto, detener esta guerra sin sentido, yo no quería matarla.
Me empujó hacia atrás, débil como estaba mis garras salieron de su carne llevando con ellas jirones de esta.
No se rindió, sus ataques a puño descubierto estaban plagados de rabia, parecía ansiar la muerte mas que nada y el charco que a sus pies se formaba era la prueba que de seguir así lo lograría
A la defensiva detuve su ataque, la sujeté con fuerza de las manos aferrando ambas a su espalda mientras reculamos hasta la pared. Mi cuerpo su prisión, el suyo quería zafarse, luchar hasta la extenuación, pero finalmente cedió ante mis brazos, débil, no podía dar mas de si, era una humana.
Me pidió que le diera sepultura mientras nuestras respiraciones galopaban, nuestros pechos se rozaban y nuestros ojos se contemplaban.
-No -susurré – voy a soltarte despacio, y vas a estar quieta ¿de acuerdo? Tengo que ver esas heridas.
Aflojé el agarré, pero ella intentó de nuevo golpearme, claro que fue inútil, su cuerpo sin la cárcel del mio se venció hacia delante y mi brazo la atrapó antes de que diera de bruces contra el suelo de la gruta.
La alcé en brazos, parecía aturdida por la perdida de sangre, así que sin perder mas tiempo la llevé frente al fuego, con las manos rompí su camisa, centrando mi mirada en las cuatro garras que habían surcado su carne de forma profunda. Su vientre se contraria, la sangre roja salia a borbollonees, se le escapaba la vida.
Apreté los dientes mirándola, dejé escapar el aire de forma pesada recostándola cerca del fuego.
-Amara, voy a cauterizar las heridas que llevas, es lo mas rápido, no puedes perder mas sangre o morirás.
Corrí hacia la daga de plata con la que me había atacado, la llevé al fuego hasta que su hoja tomo un tono rojizo.
Tomé un palo del suelo y se lo entregué para que lo mordiera, iba a necesitarlo.
-Voy cazadora – avisé, ella asintió con la cabeza, así que llevé la hoja a su vientre que se contrajo mientras ella aullaba de dolor antes de perder el sentido.
Hice lo mismo con cada zarpazo, hasta que el olor a carne quemada invadió toda la gruta.
-Aguanta pequeña -le pedí casi en una suplica.
Corrí hacia las profundidades de bosque tomando unas plantas de la orilla del lago que sabia servirían para aplacar no solo el dolor si no la infección que podía haberle ocasionando con la cauterización y regresé a su lado lo mas rápido que pude para mascando las hojas hacer un ungüento que apliqué en la herida.
Respiraba, aunque su temperatura descendía pese a estar frente al fuego, la desnudé e hice lo propio conmigo, me tumbé a su lado abrazándola, mi cuerpo emanaba mas calor por ser un lobo, así que esperaba que el piel con piel fuera suficiente pues no tenia medios allí para hacerle una transfusión.
Pasé horas mirándola, vigilando su sueño, hasta que yo, también herido, cansado, acabéen los brazos de Morfeo.
Su pie sobre mi pecho no solo implicó una burla cargada de resentimiento, si no que tocó mi orgullo maltrecho por esta familia desde hacia ya tiempo.
Ladeé la sonrisa contemplando sus pardos que chocaban como furiosas olas contra mis ámbar.
Sus palabras fueron el murmullo de estas cuando la marea se las lleva, de nuevo se dedicaba a humillarme, no era digno adversario de la plata que envainaba en su cinto.
Se dio la vuelta, dándome la espalda como si solo fuera un animal herido incapaz de entablar batalla, pero algo no sabia la cazadora que iba a mostrarme en este preciso instante, hay que tener cuidado con la cabeza de los lobos, pues aun heridos de muerte, muerden.
Me alcé del suelo, mis dientes anunciaban guerra, mis zarpas la muerte en esta maldita contienda.
No podía olvidar lo que era, una Argent, mi enemigo eterno.
Cuando se giró fue tarde, mi zarpa se dirigió rauda a su rostro, ataque furtivo que con cierta dificultad esquivo, pues había subestimado a un gran depredador.
-Estoy herido pero no muerto -gruñí con la voz ronca -siempre seré un adversario capaz, preocúpate tu de salir con vida de esta contienda.
La sonrisa de ambos se pintó en nuestros labios, enemigos por raza, secretos ocultos, de nuevo enfrentaba la plata.
Sacó su afilada daga del cinto, la espada calló al suelo como si no la creyera necesaria, una nueva afreta, le demostraría hasta que punto se equivocaba.
Embestí lanzando una ofensiva con mis zarpas, ella detenía a la defensiva cada ataque con las muñequearas de sus antebrazos mientras ambos nos mirábamos desafiantes. En un descuido intercambiamos las tornas, era ella la que con la plata en la mano lanzaba a diestro y siniestro cuchilladas que yo me encargué de mantener alejadas de mi cuerpo.
Voraz uno de sus ataques daño mi costado, rugí de dolor dándole un empujón que la llevó contra la pared opuesta y sin pensarlo enterré mis zarpas desde abajo en su abdomen con rudeza.
No fue capaz de pararme, admito que me quedé petrificado, acababa de herirla por el fervor de la batalla y ahora mi mano se bañaba de la sangre de la mujer que amaba.
Me quedé quieto, inmóvil, su frente calló sobre la mía mientras sus labios se entreabrían emitiendo un quejido.
Nuestros alientos chocaron desbocados como lo haría el galope de un caballo, la comisura de sus labios se alzó ,como si el dolor le produjera cierta satisfacción, por contra en mi rostro solo se pinto la mas dura desesperación.
Su nariz acarició la mía, cerré los ojos, quería acabar con esto, detener esta guerra sin sentido, yo no quería matarla.
Me empujó hacia atrás, débil como estaba mis garras salieron de su carne llevando con ellas jirones de esta.
No se rindió, sus ataques a puño descubierto estaban plagados de rabia, parecía ansiar la muerte mas que nada y el charco que a sus pies se formaba era la prueba que de seguir así lo lograría
A la defensiva detuve su ataque, la sujeté con fuerza de las manos aferrando ambas a su espalda mientras reculamos hasta la pared. Mi cuerpo su prisión, el suyo quería zafarse, luchar hasta la extenuación, pero finalmente cedió ante mis brazos, débil, no podía dar mas de si, era una humana.
Me pidió que le diera sepultura mientras nuestras respiraciones galopaban, nuestros pechos se rozaban y nuestros ojos se contemplaban.
-No -susurré – voy a soltarte despacio, y vas a estar quieta ¿de acuerdo? Tengo que ver esas heridas.
Aflojé el agarré, pero ella intentó de nuevo golpearme, claro que fue inútil, su cuerpo sin la cárcel del mio se venció hacia delante y mi brazo la atrapó antes de que diera de bruces contra el suelo de la gruta.
La alcé en brazos, parecía aturdida por la perdida de sangre, así que sin perder mas tiempo la llevé frente al fuego, con las manos rompí su camisa, centrando mi mirada en las cuatro garras que habían surcado su carne de forma profunda. Su vientre se contraria, la sangre roja salia a borbollonees, se le escapaba la vida.
Apreté los dientes mirándola, dejé escapar el aire de forma pesada recostándola cerca del fuego.
-Amara, voy a cauterizar las heridas que llevas, es lo mas rápido, no puedes perder mas sangre o morirás.
Corrí hacia la daga de plata con la que me había atacado, la llevé al fuego hasta que su hoja tomo un tono rojizo.
Tomé un palo del suelo y se lo entregué para que lo mordiera, iba a necesitarlo.
-Voy cazadora – avisé, ella asintió con la cabeza, así que llevé la hoja a su vientre que se contrajo mientras ella aullaba de dolor antes de perder el sentido.
Hice lo mismo con cada zarpazo, hasta que el olor a carne quemada invadió toda la gruta.
-Aguanta pequeña -le pedí casi en una suplica.
Corrí hacia las profundidades de bosque tomando unas plantas de la orilla del lago que sabia servirían para aplacar no solo el dolor si no la infección que podía haberle ocasionando con la cauterización y regresé a su lado lo mas rápido que pude para mascando las hojas hacer un ungüento que apliqué en la herida.
Respiraba, aunque su temperatura descendía pese a estar frente al fuego, la desnudé e hice lo propio conmigo, me tumbé a su lado abrazándola, mi cuerpo emanaba mas calor por ser un lobo, así que esperaba que el piel con piel fuera suficiente pues no tenia medios allí para hacerle una transfusión.
Pasé horas mirándola, vigilando su sueño, hasta que yo, también herido, cansado, acabéen los brazos de Morfeo.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
La sangre se regaba escandalosa por su abdomen, fluyendo fuera de su cuerpo a un ritmo letal. Cuando el lobo aflojó el agarre con el que la mantenía sujeta entre él mismo y la pared, la cazadora, obstinada, se removió hasta zafarse por completo e intentó en vano asestarle otro golpe. Repentinamente, su cuerpo se sintió tan ligero como una pluma y tardó más en parpadear que en caer abatida entre los brazos de su oponente. Aparentemente las hendiduras en su abdomen comprometían más de lo que había previsto.
En diversas ocasiones se había encontrado a sí misma muy cerca de la muerte, después de todo, era esa su consagrada labor; sin embargo, aunque odiaba admitirlo, nunca le abandonó el miedo a morir, que estuviese dispuesta a ello no implicaba ausencia de temor. Con cuidado, el hombre le ubicó cerca a la fogata, Amara, por su parte, se esforzó en permanecer consiente, tan lúcida como la vasta pérdida del vital líquido se lo permitió, pero pronto los párpados le comenzaron a pesar.
Todo era bastante confuso y sus ideas parecían no se formularse con claridad, quedando sueltas a mitad de camino. El lobo se apresuró a buscar la daga con la que le había batallado y, tras encontrarla, la sumergió en el fuego hasta que resplandeció en un anaranjado neón, mientras le explicaba cómo procedería. La castaña entendía lo que ocurría mas no comprendía la intención ¿Por qué intentaba salvarle? La situación difería bastante de la otra en la que fue ella quien le resguardó la vida, por lo tanto, los motivos también serían distintos; no obstante, se limitó a asentir.
Mordió el palo que el hombre le ofreció y tan pronto como la hoja hirviente tocó su piel soltó incesantes alaridos de dolor, mas permaneció inmóvil, incluso cuando el escozor en su dermis empujaba a su cuerpo a huir del candor. Sólo cuando el dolor fue más grande que su orgullo y su obstinación, perdió el control de sus sentidos y con ellos, el conocimiento, sumiéndose en una densa y oscura nada.
Despertó, sus pestañas se desenlazaron y sus ojos quedaron entre abiertos. Se sentía cálida y tan cómoda como se puede estar sobre una roca, si aquello era la muerte, quizá no tendría que volver a temer. Se removió un poco, alzó la mirada y pestañeó un par de veces desconcertada por lo que encontró a su lado. El lobo, desnudo, le abrazaba contra él cubriendo su cuerpo, desnudo también, transmitiéndole calor. Podría haber pensado mal de aquel acto, pero alcanzaba a entender que así, malherida y extenuada como se encontraba, su cuerpo no hubiese podido generar la calidez necesaria para resistir la noche, incluso aunque hubiese permanecido inmóvil junto a las llamas.
Lo observó con cuidado, recorriendo con los ojos las curvaturas de sus fuertes facciones y las aristas que demarcaban el inicio de sus labios; era un hombre bastante atractivo y si bien eso lo había percibido desde un principio, sólo hasta ese momento tuvo la oportunidad de apreciarlo a detalle. Contuvo el aliento, inclusive así, adormecido y apacible como se encontraba, su semblante continuaba siendo rudo e intimidante.
Llevó la mano hasta el rostro del hombre, palpando la piel ajena en un toque fantasmal con la yema de los dedos, intentando comprender ese aire de familiaridad que lo surcaba. Tan pronto como su mano lo tanteó, el hombre de despertó de golpe y le agarró la mano en un acto reflejo, o por lo menos, así lo entendió ella. Sus miradas se encontraron y como a la fricción de dos piedras, una chispa se encendió.
Sus ojos se anclaron a los ajenos y el agarre del lobo cedió, permitiéndole posar su mano en el toque más delicado que hasta el momento le había dado. Entreabrió los labios, podía sentir el vaho de la respiración del hombre estrellarse calmo contra ellos, incitándola a consumar ideas que no sólo parecían inapropiadas ante la situación sino, también, a sus naturalezas.
Alargó un parpadeo al percibir la mano del hombre deslizarse por la curvatura de su espalda. Tragó saliva y cuando sus pardos se encontraron nuevamente con los del lobo apartó la mirada temiendo caer en la tentación que a toda costa se suponía debía evadir. Quiso levantarse, pero una punzada de dolor la mantuvo entre los brazos de su oponente. Un quejido se escapó de sus labios. La distancia era corta y entre ellos avivaba una conexión potente, poco sutil y difícil de ignorar, mucho más cuando no había espacio opuesto entre sus cuerpos, carentes de vestiduras.
Sus bocas alcanzaron a rozarse cuando una idea le invadió la mente, no, más que una idea, un nombre, una huella, la evocación espectral de las memorias perdidas, esas que yacían presas en algún mágico recipiente.
— Vashni — Musitó en un hilo de voz
Frunció el ceño y se apartó un poco, no demasiado, pero si lo suficiente para apreciarle el rostro completo.
— Tu nombre es Vashni — Aclaró estupefacta ante su propia dicción
Abrió la boca para completar la idea, pero lo único que encontró salida fue su aliento.
Su mejilla se humedeció, en un principio, genuinamente confundida, alzó la mirada hacia la pared superior de la caverna en busca de alguna gotera, mas no encontró indicio de ello. Alcanzó la gota que se deslizaba por su dermis y la observó desconcertada mientras la difuminaba entre sus dedos, pero sólo unos instantes después de que en su otra mejilla ocurriera lo mismo, entendió por fin lo que sucedía. Eran lágrimas las que le recorrían la piel, estaba llorando y no entendía por qué, lo único que sabía era que una profunda tristeza le invadía.
Gruñó restregándose los ojos con brusquedad, apretando los labios para contener el ligero temblor que los había acogido. Entonces carraspeó y volvió su atención al lobo.
— ¿Cómo sé tu nombre? — Inquirió con severidad — ¿Cómo sabes el mío? — continuó con desespero impregnado en su voz— ¿De dónde te conozco?
En diversas ocasiones se había encontrado a sí misma muy cerca de la muerte, después de todo, era esa su consagrada labor; sin embargo, aunque odiaba admitirlo, nunca le abandonó el miedo a morir, que estuviese dispuesta a ello no implicaba ausencia de temor. Con cuidado, el hombre le ubicó cerca a la fogata, Amara, por su parte, se esforzó en permanecer consiente, tan lúcida como la vasta pérdida del vital líquido se lo permitió, pero pronto los párpados le comenzaron a pesar.
Todo era bastante confuso y sus ideas parecían no se formularse con claridad, quedando sueltas a mitad de camino. El lobo se apresuró a buscar la daga con la que le había batallado y, tras encontrarla, la sumergió en el fuego hasta que resplandeció en un anaranjado neón, mientras le explicaba cómo procedería. La castaña entendía lo que ocurría mas no comprendía la intención ¿Por qué intentaba salvarle? La situación difería bastante de la otra en la que fue ella quien le resguardó la vida, por lo tanto, los motivos también serían distintos; no obstante, se limitó a asentir.
Mordió el palo que el hombre le ofreció y tan pronto como la hoja hirviente tocó su piel soltó incesantes alaridos de dolor, mas permaneció inmóvil, incluso cuando el escozor en su dermis empujaba a su cuerpo a huir del candor. Sólo cuando el dolor fue más grande que su orgullo y su obstinación, perdió el control de sus sentidos y con ellos, el conocimiento, sumiéndose en una densa y oscura nada.
***
Despertó, sus pestañas se desenlazaron y sus ojos quedaron entre abiertos. Se sentía cálida y tan cómoda como se puede estar sobre una roca, si aquello era la muerte, quizá no tendría que volver a temer. Se removió un poco, alzó la mirada y pestañeó un par de veces desconcertada por lo que encontró a su lado. El lobo, desnudo, le abrazaba contra él cubriendo su cuerpo, desnudo también, transmitiéndole calor. Podría haber pensado mal de aquel acto, pero alcanzaba a entender que así, malherida y extenuada como se encontraba, su cuerpo no hubiese podido generar la calidez necesaria para resistir la noche, incluso aunque hubiese permanecido inmóvil junto a las llamas.
Lo observó con cuidado, recorriendo con los ojos las curvaturas de sus fuertes facciones y las aristas que demarcaban el inicio de sus labios; era un hombre bastante atractivo y si bien eso lo había percibido desde un principio, sólo hasta ese momento tuvo la oportunidad de apreciarlo a detalle. Contuvo el aliento, inclusive así, adormecido y apacible como se encontraba, su semblante continuaba siendo rudo e intimidante.
Llevó la mano hasta el rostro del hombre, palpando la piel ajena en un toque fantasmal con la yema de los dedos, intentando comprender ese aire de familiaridad que lo surcaba. Tan pronto como su mano lo tanteó, el hombre de despertó de golpe y le agarró la mano en un acto reflejo, o por lo menos, así lo entendió ella. Sus miradas se encontraron y como a la fricción de dos piedras, una chispa se encendió.
Sus ojos se anclaron a los ajenos y el agarre del lobo cedió, permitiéndole posar su mano en el toque más delicado que hasta el momento le había dado. Entreabrió los labios, podía sentir el vaho de la respiración del hombre estrellarse calmo contra ellos, incitándola a consumar ideas que no sólo parecían inapropiadas ante la situación sino, también, a sus naturalezas.
Alargó un parpadeo al percibir la mano del hombre deslizarse por la curvatura de su espalda. Tragó saliva y cuando sus pardos se encontraron nuevamente con los del lobo apartó la mirada temiendo caer en la tentación que a toda costa se suponía debía evadir. Quiso levantarse, pero una punzada de dolor la mantuvo entre los brazos de su oponente. Un quejido se escapó de sus labios. La distancia era corta y entre ellos avivaba una conexión potente, poco sutil y difícil de ignorar, mucho más cuando no había espacio opuesto entre sus cuerpos, carentes de vestiduras.
Sus bocas alcanzaron a rozarse cuando una idea le invadió la mente, no, más que una idea, un nombre, una huella, la evocación espectral de las memorias perdidas, esas que yacían presas en algún mágico recipiente.
— Vashni — Musitó en un hilo de voz
Frunció el ceño y se apartó un poco, no demasiado, pero si lo suficiente para apreciarle el rostro completo.
— Tu nombre es Vashni — Aclaró estupefacta ante su propia dicción
Abrió la boca para completar la idea, pero lo único que encontró salida fue su aliento.
Su mejilla se humedeció, en un principio, genuinamente confundida, alzó la mirada hacia la pared superior de la caverna en busca de alguna gotera, mas no encontró indicio de ello. Alcanzó la gota que se deslizaba por su dermis y la observó desconcertada mientras la difuminaba entre sus dedos, pero sólo unos instantes después de que en su otra mejilla ocurriera lo mismo, entendió por fin lo que sucedía. Eran lágrimas las que le recorrían la piel, estaba llorando y no entendía por qué, lo único que sabía era que una profunda tristeza le invadía.
Gruñó restregándose los ojos con brusquedad, apretando los labios para contener el ligero temblor que los había acogido. Entonces carraspeó y volvió su atención al lobo.
— ¿Cómo sé tu nombre? — Inquirió con severidad — ¿Cómo sabes el mío? — continuó con desespero impregnado en su voz— ¿De dónde te conozco?
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Abrí los ojos con brusquedad, su brazo en alto, mi mano acortó la distancia sujetando raudo su muñeca para evitar un ataque premeditado, mas solo eran sus dedos, cálidos, suaves.
Mi aliento impactó contra sus labios una corriente eléctrica resultó de aquel rudo contacto que termino siendo apenas una caricia con la que le solté el antebrazo dejando que sus dedos surcaran de forma fantasmagórica mi rostro.
Nuestras miradas ancladas en el otro, silencio solo roto por la respiración errática de nuestros labios sobre los del otro.
Casi nuestra nariz se rozaba y de forma suave, sin apenas ser consciente de lo que hacia, mis dedos surcaron su columna en una caricia demasiado intima para ser dos enemigos que luchan a muerte por intereses distintos.
Apartó la mirada, quizás porque yo no lo hacia, el deseo era un hecho, ella me había olvidado pero yo no podía dejar de pensar en el sabor de sus besos.
En un acto reflejo, como si eso fuera suficiente relamí mis labios presos de su aliento, mis ojos bajaron hasta su boca, ascendiendo en ocasiones hasta su parda mirada.
Un gemido de dolor la obligo a mantenerse entre mis brazos ¿quería huir de mi ,de ellos? No podía olvidar lo que eramos, una cazadora y un lobo desesperados por la vendetta.
Ella perdió a su familia, también yo a la mía y en esa encrucijada de perdidas constantes, de punzante dolor nos encontrábamos los dos.
Ojala fuera otra la situación, pero lo cierto es que aun siendo una Argent no era capaz de despegarme del roce de su piel.
Acorté la ínfima distancia que separaban nuestras bocas, entreabierta la mía se convirtió en morada de los labios ajenos, mas casi en ese instante en el que la escasez de distancia era un hecho, mi nombre escapando de su garganta me trajo a la realidad.
¿Por que lo recordaba?
Separamos nuestros rostros, lo mínimo para mirarnos sin convertirnos en cíclopes.
Mi incredibilidad se apreciaba en el rostro, tenia que haberme olvidado, así lo predijo la bruja, sin embargo mi nombre era conocido por ella y desconocía si algún otro recuerdo ahora mismo la invadía.
Guarde silencio, el tiempo suficiente como para apreciar que dos gotas de agua salada escurrían por sus mejillas.
La yema de mi dedo el lugar donde ambas murieron, decirle la verdad era complicado, demasiado pues nos llevaría al mismo punto sin salida que la otra vez la llevó a olvidarme, decirle una mentira era lo mas fácil para ella y lo mas duro para mi persona.
-Debes haber escuchado a las mujeres de mi manada pronunciar mi nombre cazadora, si no eso debe ser porque mientras dormías, delirabas por la fiebre de la herida, te he dicho mi nombre, me lo has preguntado, solo que no lo recuerdas.
Aquellas mentiras escupidas contra su rostro reabrieron mis heridas mas..¿que decirle? ¿Que le había ofrecido una vida donde ni ella seria una Argent, ni yo un alfa y había preferido olvidar la patética historia de dos días?
-Conozco el tuyo porque así te han llamado los cazadores, ademas de que es un hecho, pues te han llamado Argent y todo lobo que estime su cabeza sobre los hombros es consciente del nombre de la dama de plata.
Mi aliento impactó contra sus labios una corriente eléctrica resultó de aquel rudo contacto que termino siendo apenas una caricia con la que le solté el antebrazo dejando que sus dedos surcaran de forma fantasmagórica mi rostro.
Nuestras miradas ancladas en el otro, silencio solo roto por la respiración errática de nuestros labios sobre los del otro.
Casi nuestra nariz se rozaba y de forma suave, sin apenas ser consciente de lo que hacia, mis dedos surcaron su columna en una caricia demasiado intima para ser dos enemigos que luchan a muerte por intereses distintos.
Apartó la mirada, quizás porque yo no lo hacia, el deseo era un hecho, ella me había olvidado pero yo no podía dejar de pensar en el sabor de sus besos.
En un acto reflejo, como si eso fuera suficiente relamí mis labios presos de su aliento, mis ojos bajaron hasta su boca, ascendiendo en ocasiones hasta su parda mirada.
Un gemido de dolor la obligo a mantenerse entre mis brazos ¿quería huir de mi ,de ellos? No podía olvidar lo que eramos, una cazadora y un lobo desesperados por la vendetta.
Ella perdió a su familia, también yo a la mía y en esa encrucijada de perdidas constantes, de punzante dolor nos encontrábamos los dos.
Ojala fuera otra la situación, pero lo cierto es que aun siendo una Argent no era capaz de despegarme del roce de su piel.
Acorté la ínfima distancia que separaban nuestras bocas, entreabierta la mía se convirtió en morada de los labios ajenos, mas casi en ese instante en el que la escasez de distancia era un hecho, mi nombre escapando de su garganta me trajo a la realidad.
¿Por que lo recordaba?
Separamos nuestros rostros, lo mínimo para mirarnos sin convertirnos en cíclopes.
Mi incredibilidad se apreciaba en el rostro, tenia que haberme olvidado, así lo predijo la bruja, sin embargo mi nombre era conocido por ella y desconocía si algún otro recuerdo ahora mismo la invadía.
Guarde silencio, el tiempo suficiente como para apreciar que dos gotas de agua salada escurrían por sus mejillas.
La yema de mi dedo el lugar donde ambas murieron, decirle la verdad era complicado, demasiado pues nos llevaría al mismo punto sin salida que la otra vez la llevó a olvidarme, decirle una mentira era lo mas fácil para ella y lo mas duro para mi persona.
-Debes haber escuchado a las mujeres de mi manada pronunciar mi nombre cazadora, si no eso debe ser porque mientras dormías, delirabas por la fiebre de la herida, te he dicho mi nombre, me lo has preguntado, solo que no lo recuerdas.
Aquellas mentiras escupidas contra su rostro reabrieron mis heridas mas..¿que decirle? ¿Que le había ofrecido una vida donde ni ella seria una Argent, ni yo un alfa y había preferido olvidar la patética historia de dos días?
-Conozco el tuyo porque así te han llamado los cazadores, ademas de que es un hecho, pues te han llamado Argent y todo lobo que estime su cabeza sobre los hombros es consciente del nombre de la dama de plata.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
La respuesta que recibió a sus indagaciones parecía ser lógica. Se sintió estúpida, quizá estaba pensando de más un asunto que no necesitaba de cabeza sino de acción. Inspiró hondo invocando la calma y resopló cansina liberando el aire contenido. Le apartó la mirada, no tenía sentido insistir, no cuando el lobo le brindó explicaciones perfectamente razonables a sus interrogaciones. No valía la pena hacerse a la idea que aquello que le atormentaba tenía relación alguna con la bestia así que justificó las lágrimas como una patente expresión de agotamiento. ¿y la tristeza? La sacudió, en su vida no había campo alguno para esa clase de mociones, no cuando amenazaban con nublarle el juicio.
Respiró fuerte y de un solo tirón se sentó. Jadeó cuando su espalda se alzó y acto seguido se apretó el abdomen, arqueándose ligeramente para amenguar el dolor. No tuvo que verse en un espejo para saber que había palidecido, pues la aflicción fue tal que se le adormecieron las manos. Repasó grácil con la yema de los dedos las antiestéticas marcas que sobresalían en su piel. Curvó los labios con ironía, en un par de semanas cicatrizarían y entonces se tornarían plateadas como su apellido.
Observó a Vashni de soslayo. Había una cosa que resaltaba entre todas las que aún no comprendía.
— Supongo que estás en lo cierto, lo que dices es razonable — Se abrazó a sí misma cubriéndose el torso — ¿Sabes qué no es razonable? Que me hayas salvado la vida — Sentenció con severidad, anclando sus pardos a los ajenos — Y no vengas con que ahora estamos a mano porque sabes bien que no te salvé la vida por la bondad de mi corazón sino porque quería enfrentarte sin trampa.
Era la intención, o por lo menos lo fue en un principio, que a mitad de camino hubiese comenzado a cuestionarse las motivaciones de sus actos no lo hacía falso. El hombre era una disyuntiva andante, un dilema hecho carne. Matar nunca fue cuestión que le causara agrado mas la sola idea de tenerlo que hacer con él se sentía como una blasfemia ¿Acaso él lo experimentaba similar? Al final de la noche, quienquiera que fuese su presa terminaba hallando muerte tras el filo de su espada, pero había llegado el alba y él aún continuaba con vida. Estaría mintiendo si se negara que algo misterioso y singular habitaba entre los dos.
— Escupiste sobre el emblema de mi familia, nos odias, lo sé, lo entiendo, tiene sentido, pero esto… — Hizo una pequeña pausa, dándole un vistazo al cuerpo del hombre— Nada de esto lo tiene.
Estaba consciente de que su discurso iba a cabrearlo y aunque no tenía problema en continuar sin escrúpulos, se detuvo cuando otra idea tomó forma en su mente. Lo observó entrecerrando los ojos con suspicacia. Nunca había estado más lejos de reconocerse a sí misma, Amara Jeanne Argent no se había hecho a una reputación al ir por la vida llorando por respuestas. Sus comisuras se alzaron con picardía.
— ¿O es que sólo querías desnudarme? — Indagó
Él iba a replicar, pero no se lo permitió. Contuvo el aire de nuevo y se alzó sobre él, levantándole el mentón con el índice hasta que la observó en contrapicado. Sintió un estrujón en el estómago mas ahogó el quejido, camuflándolo entre sus palabras.
— Pudiste mencionarlo antes
Le reforzó la mano en el pecho y lo empujó con ella hacia atrás, hasta que la fornida espalda del hombre dio contra el suelo de nuevo. Se inclinó sobre él, acariciándole la punta de la nariz con sus labios mientras su cabellera caía en cascada contorneándole el rostro.
— Tienes suerte de que te encuentre atractivo…—Susurró entre entretenida y malévola — Para ser un lobo.
Respiró fuerte y de un solo tirón se sentó. Jadeó cuando su espalda se alzó y acto seguido se apretó el abdomen, arqueándose ligeramente para amenguar el dolor. No tuvo que verse en un espejo para saber que había palidecido, pues la aflicción fue tal que se le adormecieron las manos. Repasó grácil con la yema de los dedos las antiestéticas marcas que sobresalían en su piel. Curvó los labios con ironía, en un par de semanas cicatrizarían y entonces se tornarían plateadas como su apellido.
Observó a Vashni de soslayo. Había una cosa que resaltaba entre todas las que aún no comprendía.
— Supongo que estás en lo cierto, lo que dices es razonable — Se abrazó a sí misma cubriéndose el torso — ¿Sabes qué no es razonable? Que me hayas salvado la vida — Sentenció con severidad, anclando sus pardos a los ajenos — Y no vengas con que ahora estamos a mano porque sabes bien que no te salvé la vida por la bondad de mi corazón sino porque quería enfrentarte sin trampa.
Era la intención, o por lo menos lo fue en un principio, que a mitad de camino hubiese comenzado a cuestionarse las motivaciones de sus actos no lo hacía falso. El hombre era una disyuntiva andante, un dilema hecho carne. Matar nunca fue cuestión que le causara agrado mas la sola idea de tenerlo que hacer con él se sentía como una blasfemia ¿Acaso él lo experimentaba similar? Al final de la noche, quienquiera que fuese su presa terminaba hallando muerte tras el filo de su espada, pero había llegado el alba y él aún continuaba con vida. Estaría mintiendo si se negara que algo misterioso y singular habitaba entre los dos.
— Escupiste sobre el emblema de mi familia, nos odias, lo sé, lo entiendo, tiene sentido, pero esto… — Hizo una pequeña pausa, dándole un vistazo al cuerpo del hombre— Nada de esto lo tiene.
Estaba consciente de que su discurso iba a cabrearlo y aunque no tenía problema en continuar sin escrúpulos, se detuvo cuando otra idea tomó forma en su mente. Lo observó entrecerrando los ojos con suspicacia. Nunca había estado más lejos de reconocerse a sí misma, Amara Jeanne Argent no se había hecho a una reputación al ir por la vida llorando por respuestas. Sus comisuras se alzaron con picardía.
— ¿O es que sólo querías desnudarme? — Indagó
Él iba a replicar, pero no se lo permitió. Contuvo el aire de nuevo y se alzó sobre él, levantándole el mentón con el índice hasta que la observó en contrapicado. Sintió un estrujón en el estómago mas ahogó el quejido, camuflándolo entre sus palabras.
— Pudiste mencionarlo antes
Le reforzó la mano en el pecho y lo empujó con ella hacia atrás, hasta que la fornida espalda del hombre dio contra el suelo de nuevo. Se inclinó sobre él, acariciándole la punta de la nariz con sus labios mientras su cabellera caía en cascada contorneándole el rostro.
— Tienes suerte de que te encuentre atractivo…—Susurró entre entretenida y malévola — Para ser un lobo.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
No sin dolor la dama de plata tomo asiento interponiendo así distancia segura entre nuestros desnudos cuerpos.
La contemplé, los haces anaranjados de la hoguera golpeaban su rostro dándole calidez, una que sin duda no dejaba de existir entre los dos por muy enfrentadas que fueran nuestras razas.
En sus ojos bailaban las llamas mientras me miraba con una interrogación pintada en sus iris.
No tardó en preguntarme porque había salvado su vida cuando había demostrado el odio que tenia a su familia, algo razonable sin duda.
-¿Que quieres que te diga? Te dije que no me gusta deberle nada a nadie y aunque tu salvaras la mía solo para después matarme, yo no podía dejarte en manos de la parca con una deuda carcomiendo mis entrañas.
No pido que lo entiendas, son mis reglas princesa -dije con arrogancia.
Burda mentira la que escapó de mis labios, podría debatirla sin descanso pues la preocupación que mostré por esa mujer nada tenia que ver con la frialdad del pago de una deuda si no mas bien con un sentimiento arraigado, mas, decírselo era algo que a ninguno de los dos nos convenía, pues esa pregunta llevaría a otras y la verdad solo tenia un camino, uno que no podía permitir que descubriera ahora mismo.
Mi discurso lejos de convencerla le hizo entrecerrar los ojos con cierta suspicacia, gesto que me hizo ensanchar la sonrisa y que vino acompañado de su siguiente comentario para nada errado.
-Me has pillado, llevo soñando con desnudarte las ultimas semanas -apostillé con un tono inverosímil mas ciertamente era la única verdad que había escapado de mis labios en este tiempo.
Iba a seguir hablando cuando la vi alzarse, levantó mi mentón contemplando mi rostro y yo hice lo propio con un desafió implícito en los ojos.
Sus palabras chocaron ahogadas por el dolor contra mis labios y con un empujón de su mano mi espalda chocó contra el suelo convirtiéndose en el lecho de su cuerpo.
Los ojos danzaron de forma intermitente de sus pardos a su boca entreabierta, la cascada de su pelo de cuervo nos regalaba la intimidad necesaria para nublar mi razón, si es que no la había perdido ya en el instante en el que nuestros cuerpos combustionaron al tocarnos.
Su nariz acarició silenciosa la mía y mi boca se torció en un divertido gesto al escuchar sus palabras rozando la humedad de mis labios.
-Tienes suerte de que te encuentre atractiva -respondí tomando prestadas sus propias palabras -para ser una cazadora – concluí con picardia llevando mi mano a su nuca enredando allí los dedos en su pelo.
La atraje despacio, sus labios se entreabrieron en un roce lento con los míos, cerré los ojos paladeando esa sensación conocida, lenta presión de unos contra otros, una sonrisa y mi lengua cruzó furtiva el precipicio de sus labios como una flecha prendida buscando a su victima.
Choque de aceros fueron nuestros dientes, mordiendo nuestros labios en un beso húmedo, profundo, apasionado que empezaba a convertirse en un duelo entre ambos, los jadeos escapaban de nuestras bocas enredadas en una danza a muerte, necesitada.
Mis manso en sus nalgas, mi hombría presionando endurecida su vientre, humedeciéndolo con el roce de mi glande contra este.
Sin duda el olvido podía separarnos, pero como imanes eso que existía entre nosotros volvía a juntarnos y no estaba seguro del desenlace que tendría todo esto, pues era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran sus besos en este momento.
La contemplé, los haces anaranjados de la hoguera golpeaban su rostro dándole calidez, una que sin duda no dejaba de existir entre los dos por muy enfrentadas que fueran nuestras razas.
En sus ojos bailaban las llamas mientras me miraba con una interrogación pintada en sus iris.
No tardó en preguntarme porque había salvado su vida cuando había demostrado el odio que tenia a su familia, algo razonable sin duda.
-¿Que quieres que te diga? Te dije que no me gusta deberle nada a nadie y aunque tu salvaras la mía solo para después matarme, yo no podía dejarte en manos de la parca con una deuda carcomiendo mis entrañas.
No pido que lo entiendas, son mis reglas princesa -dije con arrogancia.
Burda mentira la que escapó de mis labios, podría debatirla sin descanso pues la preocupación que mostré por esa mujer nada tenia que ver con la frialdad del pago de una deuda si no mas bien con un sentimiento arraigado, mas, decírselo era algo que a ninguno de los dos nos convenía, pues esa pregunta llevaría a otras y la verdad solo tenia un camino, uno que no podía permitir que descubriera ahora mismo.
Mi discurso lejos de convencerla le hizo entrecerrar los ojos con cierta suspicacia, gesto que me hizo ensanchar la sonrisa y que vino acompañado de su siguiente comentario para nada errado.
-Me has pillado, llevo soñando con desnudarte las ultimas semanas -apostillé con un tono inverosímil mas ciertamente era la única verdad que había escapado de mis labios en este tiempo.
Iba a seguir hablando cuando la vi alzarse, levantó mi mentón contemplando mi rostro y yo hice lo propio con un desafió implícito en los ojos.
Sus palabras chocaron ahogadas por el dolor contra mis labios y con un empujón de su mano mi espalda chocó contra el suelo convirtiéndose en el lecho de su cuerpo.
Los ojos danzaron de forma intermitente de sus pardos a su boca entreabierta, la cascada de su pelo de cuervo nos regalaba la intimidad necesaria para nublar mi razón, si es que no la había perdido ya en el instante en el que nuestros cuerpos combustionaron al tocarnos.
Su nariz acarició silenciosa la mía y mi boca se torció en un divertido gesto al escuchar sus palabras rozando la humedad de mis labios.
-Tienes suerte de que te encuentre atractiva -respondí tomando prestadas sus propias palabras -para ser una cazadora – concluí con picardia llevando mi mano a su nuca enredando allí los dedos en su pelo.
La atraje despacio, sus labios se entreabrieron en un roce lento con los míos, cerré los ojos paladeando esa sensación conocida, lenta presión de unos contra otros, una sonrisa y mi lengua cruzó furtiva el precipicio de sus labios como una flecha prendida buscando a su victima.
Choque de aceros fueron nuestros dientes, mordiendo nuestros labios en un beso húmedo, profundo, apasionado que empezaba a convertirse en un duelo entre ambos, los jadeos escapaban de nuestras bocas enredadas en una danza a muerte, necesitada.
Mis manso en sus nalgas, mi hombría presionando endurecida su vientre, humedeciéndolo con el roce de mi glande contra este.
Sin duda el olvido podía separarnos, pero como imanes eso que existía entre nosotros volvía a juntarnos y no estaba seguro del desenlace que tendría todo esto, pues era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran sus besos en este momento.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Primero sus labios se presionaron cadenciosos, lentos, incitadores, frotándose etéreos en un húmedo calentamiento previo al combate. Para entonces Amara no tenía planeado permitirse cruzar el punto de no retorno, pero los planes cambiaron una vez sus bocas colisionaron voraces y sin control. La idea general era bastante simple, entretenerse con él lo suficiente sin llegar a hacer parte del juego, no obstante, se encontró a sí misma deseando al lobo en plenitud.
El feroz encuentro de sus bocas le dejó falta de aire, un jadeo se escapó de sus labios cuando Vashni ajustó las manos a sus nalgas mientras la evidente estimulación se frotaba contra su vientre. Se apartó unos centímetros con esfuerzo, las recientes heridas le dificultaban el movimiento. Era difícil huir de ese campo magnético que la atraía a él, ahuyentar las sensaciones que estallaban como pólvora en su interior cada vez que sus pieles friccionaban.
Inspiró e ignorando la aflicción volvió al duelo deslizando su boca por el cuello de su oponente, tanteando la piel ajena, recorriendo un camino que de haber conocido mejor hubiese percibido como dèjá vu. Sus labios serpentearon volátiles sobre el pecho del lobo, bajando despacio por su abdomen, deteniéndose cerca de su pelvis donde le observó con diversión, pues pronto prosiguieron su rumbo, apenas palpando su alzada hombría.
El dolor volvía intermitente, así que levantó la espalda buscando alivio en una nueva posición. Lo que ella dedujo como una inquisitiva mirada por parte del hombre le curvó los labios en media sonrisa. Incluso aunque había tratado de disipar la dolencia no fue ardua tarea para el lobo encontrarla en sus sutiles gestos. Si imaginaba que le vendría bien una mano no había prestado mucho cuidado a su obstinación. Afianzó la mano sobre el esculpido abdomen de su opuesto, apoyándose sobre él mientras rondaba con su centro la cumbre del erecto miembro.
Bajó despacio, mordiéndose el labio inferior mientras le permitía al hombre sumergirse en ella. Sus caderas danzaron en círculos encima de él, subiendo y bajando a ritmo lento mientras las manos del lobo le recorrían el cuerpo entero.
Lo llamó con el índice y sonrió complacida cuando este se alzó hasta ella, colisionando sus bocas ansiosas y enredando sus lenguas en un húmedo e impaciente beso. Las manos del hombre le abrazaban la espalda apoyando así los movimientos de sus caderas; las suyas le abrazaban el cuello, escalando hasta que sus dedos se pasearon raudos por su cabeza, despeinándole todos los cabellos.
Amara se separó brevemente para recobrar el aliento, sus respiraciones entibiaban el minúsculo espacio que les apartaba. Un instante bastó para que su cuerpo terminara bajo el de Vashni, quien, dispuesto a retomar el control, intercambió posiciones, dejándole a ella espaldas contra el suelo, mientras lalzaba las comisuras de los labios con entretención.
Frunció el ceño, incluso con su cuerpo maltrecho se jactaba en dominar, un problema, considerando que se encontraba un duelo con un alfa; sin embargo, a pesar de que la apariencia de Vashni era bastante ruda, los movimientos que realizaba sobre su cuerpo mostraban discretos, casi como si no deseara lastimarle más de lo ya hecho. Ella sacudió ligeramente la cabeza a modo de negación.
— No —Susurró jadeante contra sus labios— No lo hagas amable.
El feroz encuentro de sus bocas le dejó falta de aire, un jadeo se escapó de sus labios cuando Vashni ajustó las manos a sus nalgas mientras la evidente estimulación se frotaba contra su vientre. Se apartó unos centímetros con esfuerzo, las recientes heridas le dificultaban el movimiento. Era difícil huir de ese campo magnético que la atraía a él, ahuyentar las sensaciones que estallaban como pólvora en su interior cada vez que sus pieles friccionaban.
Inspiró e ignorando la aflicción volvió al duelo deslizando su boca por el cuello de su oponente, tanteando la piel ajena, recorriendo un camino que de haber conocido mejor hubiese percibido como dèjá vu. Sus labios serpentearon volátiles sobre el pecho del lobo, bajando despacio por su abdomen, deteniéndose cerca de su pelvis donde le observó con diversión, pues pronto prosiguieron su rumbo, apenas palpando su alzada hombría.
El dolor volvía intermitente, así que levantó la espalda buscando alivio en una nueva posición. Lo que ella dedujo como una inquisitiva mirada por parte del hombre le curvó los labios en media sonrisa. Incluso aunque había tratado de disipar la dolencia no fue ardua tarea para el lobo encontrarla en sus sutiles gestos. Si imaginaba que le vendría bien una mano no había prestado mucho cuidado a su obstinación. Afianzó la mano sobre el esculpido abdomen de su opuesto, apoyándose sobre él mientras rondaba con su centro la cumbre del erecto miembro.
Bajó despacio, mordiéndose el labio inferior mientras le permitía al hombre sumergirse en ella. Sus caderas danzaron en círculos encima de él, subiendo y bajando a ritmo lento mientras las manos del lobo le recorrían el cuerpo entero.
Lo llamó con el índice y sonrió complacida cuando este se alzó hasta ella, colisionando sus bocas ansiosas y enredando sus lenguas en un húmedo e impaciente beso. Las manos del hombre le abrazaban la espalda apoyando así los movimientos de sus caderas; las suyas le abrazaban el cuello, escalando hasta que sus dedos se pasearon raudos por su cabeza, despeinándole todos los cabellos.
Amara se separó brevemente para recobrar el aliento, sus respiraciones entibiaban el minúsculo espacio que les apartaba. Un instante bastó para que su cuerpo terminara bajo el de Vashni, quien, dispuesto a retomar el control, intercambió posiciones, dejándole a ella espaldas contra el suelo, mientras lalzaba las comisuras de los labios con entretención.
Frunció el ceño, incluso con su cuerpo maltrecho se jactaba en dominar, un problema, considerando que se encontraba un duelo con un alfa; sin embargo, a pesar de que la apariencia de Vashni era bastante ruda, los movimientos que realizaba sobre su cuerpo mostraban discretos, casi como si no deseara lastimarle más de lo ya hecho. Ella sacudió ligeramente la cabeza a modo de negación.
— No —Susurró jadeante contra sus labios— No lo hagas amable.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Su boca serpenteó insaciable por mi cuello, labios que se buscaban candentes, ínfimo el aire que los separaba creando entre ellos un ambiente turbio.
Mi pecho fue el dueño de sus atenciones, besos que me arrancaban jadeos a cada pasada, mis abdominales dueños de sus labios y por ultimo la parte baja de mi abdomen, su sonrisa se ladeó al ver mis ámbar adquirir una tonalidad intensa, mostaza ante el deseo de que bajara un poco mas, a mi erección palpitante que clamaba por ser engullida.
El dolor se hizo palpable en sus gestos, mi mirada inquisitiva se clavó en sus pardos, apunto estuve de detenerla, pero su sonrisa de medio lado me indicó que ni se me ocurriera, subió obstinada sobre mi miembro, danza de los siete velos mientras su mano tomaba como punto de apoyo mi abdomen y su centro se tornaba fragua dispuesta a acoger mi acero.
Entreabrí los labios expulsando el aire de forma pesada al notar como sus paredes se abrían acogiendo mi hombría, húmeda, caliente, me estaba volviendo loco.
Mis manso se perdieron en sus caderas, acompasé su movimiento lentos, circulares, mis dedos se deslizaron por sus senos, firmes,tersos ofrecidos y mis gruñidos retumbaron en la gruta dando buena cuenta de mi estado.
Su dedo me llamó con picardia, alcé el torso para colisionar con su boca, arrasé cada tramo de ella, me sabia a bosque, a fruta madura, la paladeé en una lucha sin tregua en el que las enredaderas trepaban sobre la ajena regalándose caricias placentera.
Beso pasional nuestras lenguas se buscaban dentro y fuera de nuestras bocas mientras abrazaba su espalda hundiendo con mas intensidad sus caderas en mi miembro.
Sus dedos en mi pelo, tironeaban decididos, revolviendolo mientras los brazos rodeaban mi cuello acompañado a ese beso violento.
Un instante que uso para recobrar el resuello bastó para que mi cuerpo empujara el ajeno, me convertí en su escudo, su espalda contra las pieles del suelo.
La embestí desde arriba, aunque con cuidado para no dañar su abdomen herido, no quería que los puntos se abrieran y aunque su petición fue que lo hiciera con rudeza, solo gruñí clavando en ella mis ámbar.
Estaba muy excitado, cada vez la empalaba con mas fuerza y aun así apenas dejaba peso caer sobre la cazadora.
Incapaz de aguantar mucho mas tiempo ese duelo de cuerpos que friccionaban hambrientos, buscándose, encontrándose y ardiendo me esparcí en su interior ahogando un gruñido gutural que escapo de mis labios para morir en los suyos.
Frente contra frente, perlados en sudor, mis manso recorrieron tibias sus costados antes de hacerme a un lado.
Busqué con mi mirada la ajena, una ladeada sonrisa se reflejaba en sus preciosos pardos,ella no lo sabia pero esta no era la primera vez que la hija de la plata y el hijo de la luna se encontraban.
-No ha estado mal para ser una Argent -la piqué sin borrar la sonrisa -deberías descansar -le dije al ver su gesto de dolor.
Sabia que no podía dejarla allí sola, tampoco quedarme pues los soldados de su padre de seguro pronto aparecerían.
-Descansa, cuando abras los ojos de seguro estas en casa -susurré apartando los pardos mechones de su pelo.
Los dos sabíamos que su padre no tardaría en seguir el rastro de su querida hija, los dos sabíamos que esto no podía significar nada mas que lo que era, al menos para ella, sexo en una gruta con un extraño.
Mi pecho fue el dueño de sus atenciones, besos que me arrancaban jadeos a cada pasada, mis abdominales dueños de sus labios y por ultimo la parte baja de mi abdomen, su sonrisa se ladeó al ver mis ámbar adquirir una tonalidad intensa, mostaza ante el deseo de que bajara un poco mas, a mi erección palpitante que clamaba por ser engullida.
El dolor se hizo palpable en sus gestos, mi mirada inquisitiva se clavó en sus pardos, apunto estuve de detenerla, pero su sonrisa de medio lado me indicó que ni se me ocurriera, subió obstinada sobre mi miembro, danza de los siete velos mientras su mano tomaba como punto de apoyo mi abdomen y su centro se tornaba fragua dispuesta a acoger mi acero.
Entreabrí los labios expulsando el aire de forma pesada al notar como sus paredes se abrían acogiendo mi hombría, húmeda, caliente, me estaba volviendo loco.
Mis manso se perdieron en sus caderas, acompasé su movimiento lentos, circulares, mis dedos se deslizaron por sus senos, firmes,tersos ofrecidos y mis gruñidos retumbaron en la gruta dando buena cuenta de mi estado.
Su dedo me llamó con picardia, alcé el torso para colisionar con su boca, arrasé cada tramo de ella, me sabia a bosque, a fruta madura, la paladeé en una lucha sin tregua en el que las enredaderas trepaban sobre la ajena regalándose caricias placentera.
Beso pasional nuestras lenguas se buscaban dentro y fuera de nuestras bocas mientras abrazaba su espalda hundiendo con mas intensidad sus caderas en mi miembro.
Sus dedos en mi pelo, tironeaban decididos, revolviendolo mientras los brazos rodeaban mi cuello acompañado a ese beso violento.
Un instante que uso para recobrar el resuello bastó para que mi cuerpo empujara el ajeno, me convertí en su escudo, su espalda contra las pieles del suelo.
La embestí desde arriba, aunque con cuidado para no dañar su abdomen herido, no quería que los puntos se abrieran y aunque su petición fue que lo hiciera con rudeza, solo gruñí clavando en ella mis ámbar.
Estaba muy excitado, cada vez la empalaba con mas fuerza y aun así apenas dejaba peso caer sobre la cazadora.
Incapaz de aguantar mucho mas tiempo ese duelo de cuerpos que friccionaban hambrientos, buscándose, encontrándose y ardiendo me esparcí en su interior ahogando un gruñido gutural que escapo de mis labios para morir en los suyos.
Frente contra frente, perlados en sudor, mis manso recorrieron tibias sus costados antes de hacerme a un lado.
Busqué con mi mirada la ajena, una ladeada sonrisa se reflejaba en sus preciosos pardos,ella no lo sabia pero esta no era la primera vez que la hija de la plata y el hijo de la luna se encontraban.
-No ha estado mal para ser una Argent -la piqué sin borrar la sonrisa -deberías descansar -le dije al ver su gesto de dolor.
Sabia que no podía dejarla allí sola, tampoco quedarme pues los soldados de su padre de seguro pronto aparecerían.
-Descansa, cuando abras los ojos de seguro estas en casa -susurré apartando los pardos mechones de su pelo.
Los dos sabíamos que su padre no tardaría en seguir el rastro de su querida hija, los dos sabíamos que esto no podía significar nada mas que lo que era, al menos para ella, sexo en una gruta con un extraño.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
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Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
La vida había hecho de Amara una gran jugadora y era acertado admitir que ella encontraba goce en tal papel; como buena estratega conocía bien hasta qué punto era apropiado extender la jugada, cuando retirarse y por supuesto, en que partidas no le era favorable invertir. Vashni hacía parte de las terceras, pues era él una de esas demasiado peligrosas para arriesgar una apuesta y, sin embargo, no había vacilado en entregarlo todo al azar una vez llegó su turno de jugar.
Lejos de poder negarlo, los labios del lobo se habían convertido en un afrodisiaco y el cuerpo del mismo en una necesidad, causándole un frenesí de excitación, furor forjado en el segundo círculo del infierno, que arrasó con su voluntad y le remolcó lejos de cualquier tipo de autocontrol.
Tan pronto como Vashni terminó se hizo a un lado exhausto, no sin desaprovechar la oportunidad para soltar uno de sus instigadores comentarios. Debía ser parte de su esencia, no la naturaleza de la luna, sino aquella que le vio nacer, la sustancia que lo hacía ser él. Sus labios se curvaron ligeramente, media sonrisa los bordeaba en respuesta a la entretenida que surcaba los de su opuesto, mas el gesto propio se torció en una mueca cuando una dolorosa contracción le retorció el abdomen.
— Tampoco me puedo quejar, considerando lo que eres, lobo— bromeó con esfuerzo y un deje cansino apropiándose de su voz.
Su expresión se suavizó y sus pestañas se entrelazaron ante el grácil contacto de los dedos del hombre apartándole los cabellos del rostro, una reacción instintiva que por más que hubiese querido no se vio capaz de reprimir; no obstante, cuando el lobo insistió en que descansara, argumentando que al despertar seguramente se encontraría en casa, lejos de tomarlo literalmente, Amara lo asimiló como una metáfora. Abrió los ojos de par en par y frunció el ceño, si creía que se libraría de ella así de sencillo, realmente estaba equivocado.
— ¿Y esperar a que me arranques la cabeza mientras duermo? —Bufó— Mejor descansa tú.
Alzó la espalda del suelo, apretándose el abdomen con ambas manos mientras un gesto de incomodidad le surcaba el rostro.
— Tuviste tu oportunidad para asesinarme — Sentenció— y la perdiste.
Se puso en pie y buscó su ropa, que yacía organizada sobre el suelo cerca al fuego que entibiaba el ambiente. Aunque fue tarea trabajosa se colocó el corsé, los pantalones, las botas para finalmente amarrar el cinto a su cintura, enfundado las armas que habían quedado sueltas. Volvió su mirada al lobo, quien la observaba como quien no halla sorpresa en su reacción, leyéndola como la patraña que en verdad era, una insulsa táctica de huida. El escudriñar de los pardos ajenos le hizo sentirse expuesta así que optó por disimularlo con un ademan, entre divertido y arrogante.
— Fue entretenido
Le guiñó un ojo divertida y sin dar espera a respuesta caminó a simulado paso firme en dirección la salida, mordiéndose la lengua para no encorvarse mientras se encontraba aún dentro del campo visual del enemigo.
Una vez puso un pie afuera la luz del amanecer se estrelló violenta contra sus pupilas. En un acto reflejo llevó la mano delante de su mirada tratando de interceptar los haces de luz mientras enfocaba la mirada. Al apartar su extremidad de su rostro la escena que encontró ante ella le dejó estupefacta. Tragó en seco. Las borrosas siluetas que ante sus ojos tomaban forma y detalle, revelándose como el séquito de su padre.
Astor la observó con autosuficiencia, su orgullo evidentemente recuperado del daño que en su último encuentro le había causado. El resto de los hombres circundando la entrada a la gruta, que custodiaban con recelo.
— ¿Te divertiste, Argent? — Inquirió burlón
Amara se cruzó de brazos sin moverse de su posición.
— No tengo idea a qué te refieres.
Se encogió de hombros sin mostrar mucha emoción. El hombre se carcajeó y los demás imitaron la acción, mofándose en su cara al unísono. Amara gruñó por lo bajo.
— Seguro que sí… — apuntó con sátira
El hombre le sonrió prepotente y ligeramente asqueado. Entonces, con un breve movimiento de cabeza señaló la gruta a dos de los hombres en la formación.
— Mátenlo
La cazadora resopló inquieta y se atravesó en el camino de los hombres.
— Llévenme con mi padre.
Se había quedado sin cartas que jugar mientras los suyos ostentaban un comodín. La verdad es que no entendía por qué se tomaba tanta molestia en proteger a ese hombre, a ese lobo, su enemigo, quien, a fin de cuentas y obviando lo sucedido, no dejaba de ser un extraño; mas allí se encontraba ella, de nuevo en dilema.
— No será necesario.
La voz de Bastien irrumpió en la escena, su silueta apareciendo de entre la maleza en compañía de otro de sus hombres y Rumanella, quien traía un semblante lo bastante radiante como para interpretar que los arduos entrenamientos comenzaban a rendir fruto. Por supuesto, Astor había mandado a llamar a su progenitor y con su atrevida sonrisa le cantaba en silencio un irrefutable jaque mate.
— Yo me encargo de mi hija — Comentó con severidad sin tomarse la molestia de mirarla — Astor y Lionel… permanezcan cerca— Ordenó, apuntando con los dedos a sus subyugados— los demás escolten a la señorita Tocci a la mansión y son libres por hoy.
Todos los cazadores eran como perros rabiosos, gruñían, mostraban los dientes y luego mordían, no obstante, por alguna razón que nunca terminó de comprender, a la presencia de su progenitor se portaban como soldados perfectos, sumisos cachorros a la espera de orden. Sin reproche alguno los hombres se replegaron, la italiana partió vuelta a casa en compañía de la comitiva mientras los cazadores predilectos aguardaron ocultos tras la frondosidad de los árboles a pocos metros de distancia, justo como lo señaló Bastien.
El cazador, por su parte, aún sin dignarse a posar mirada en su hija o siquiera dirigirle palabra, con aire imponente y déspota, desenfundó la espada e ingresó en la caverna a paso sólido. Amara sintió el corazón desplomársele a los pies y sin pensarlo dos veces siguió presurosa el camino que guiaba su padre.
La sorpresa fue grande cuando halló la cueva vacía, o por lo menos en apariencia. Quiso sentirse aliviada pero sólo una de las dos opciones que le abordaban era conveniente, considerando que la única salida de la gruta era aquella por la que habían ingresado. O bien el lobo se ocultaba a la espera de que los cazadores partieran, lo cual, a pesar de ser beneficioso se mostraba como improbable al carácter del alfa, o bien aguardaba entre las sombras el momento preciso para atacar.
La idea le causó ansiedad, debía sacar a su Bastien de allí cuanto antes.
— No hay nada aquí, padre — Afirmó en tono sutil, haciendo un esfuerzo por no apresurar las palabras
El progenitor se dio media vuelta con mirada intransigente, tamborileando los dedos sobre la hoja de plata.
— ¿Dónde está, Amara? — Inquirió
— Muerto… lo he matado.
La cazadora contestó con seguridad. No podía haber margen de error. Podría mentirle al mundo entero, quizá hasta intentar hacerlo consigo misma, sin embargo, no conocía la primera persona que hubiese logrado embaucar a su padre. El hombre era peor que una consciencia.
Fulminante, el cazador apretó los dientes, arrugando el labio superior sutilmente. Entonces procedió a posar su pesada mano sobre el cuello de su hija.
— ¡¿Así como mataste a D’Lizoni?! — Rugió en un arrebato de furia, elevando considerablemente el tono de su voz mientras fortalecía la presión sobre la garganta— Porque hasta donde sé mi propia hija me mintió en la cara y esa escoria sigue con vida.
Amara se llevó las manos al cuello, pero la mano del hombre lo asía firme. Sus ojos se cristalizaron por la asfixia y aunque un espasmo le obligó a toser, el mecanismo murió en la presión. De ser otro quien le atacara, la cazadora no hubiese tenido problema en defenderse, sin embargo, al ser su padre quien lo hacía, las manos se le caerían primero, antes de osar levantarlas contra él.
— Padre — Musitó ahogada, casi inentendible.
— No me mientas, Amara — Advirtió — O juro que ni siquiera ser sangre mía te ayudará… por lo que me importa, nuestro linaje puede morir aquí mismo pero ninguna hija mía será una traidora.
Lejos de poder negarlo, los labios del lobo se habían convertido en un afrodisiaco y el cuerpo del mismo en una necesidad, causándole un frenesí de excitación, furor forjado en el segundo círculo del infierno, que arrasó con su voluntad y le remolcó lejos de cualquier tipo de autocontrol.
Tan pronto como Vashni terminó se hizo a un lado exhausto, no sin desaprovechar la oportunidad para soltar uno de sus instigadores comentarios. Debía ser parte de su esencia, no la naturaleza de la luna, sino aquella que le vio nacer, la sustancia que lo hacía ser él. Sus labios se curvaron ligeramente, media sonrisa los bordeaba en respuesta a la entretenida que surcaba los de su opuesto, mas el gesto propio se torció en una mueca cuando una dolorosa contracción le retorció el abdomen.
— Tampoco me puedo quejar, considerando lo que eres, lobo— bromeó con esfuerzo y un deje cansino apropiándose de su voz.
Su expresión se suavizó y sus pestañas se entrelazaron ante el grácil contacto de los dedos del hombre apartándole los cabellos del rostro, una reacción instintiva que por más que hubiese querido no se vio capaz de reprimir; no obstante, cuando el lobo insistió en que descansara, argumentando que al despertar seguramente se encontraría en casa, lejos de tomarlo literalmente, Amara lo asimiló como una metáfora. Abrió los ojos de par en par y frunció el ceño, si creía que se libraría de ella así de sencillo, realmente estaba equivocado.
— ¿Y esperar a que me arranques la cabeza mientras duermo? —Bufó— Mejor descansa tú.
Alzó la espalda del suelo, apretándose el abdomen con ambas manos mientras un gesto de incomodidad le surcaba el rostro.
— Tuviste tu oportunidad para asesinarme — Sentenció— y la perdiste.
Se puso en pie y buscó su ropa, que yacía organizada sobre el suelo cerca al fuego que entibiaba el ambiente. Aunque fue tarea trabajosa se colocó el corsé, los pantalones, las botas para finalmente amarrar el cinto a su cintura, enfundado las armas que habían quedado sueltas. Volvió su mirada al lobo, quien la observaba como quien no halla sorpresa en su reacción, leyéndola como la patraña que en verdad era, una insulsa táctica de huida. El escudriñar de los pardos ajenos le hizo sentirse expuesta así que optó por disimularlo con un ademan, entre divertido y arrogante.
— Fue entretenido
Le guiñó un ojo divertida y sin dar espera a respuesta caminó a simulado paso firme en dirección la salida, mordiéndose la lengua para no encorvarse mientras se encontraba aún dentro del campo visual del enemigo.
Una vez puso un pie afuera la luz del amanecer se estrelló violenta contra sus pupilas. En un acto reflejo llevó la mano delante de su mirada tratando de interceptar los haces de luz mientras enfocaba la mirada. Al apartar su extremidad de su rostro la escena que encontró ante ella le dejó estupefacta. Tragó en seco. Las borrosas siluetas que ante sus ojos tomaban forma y detalle, revelándose como el séquito de su padre.
Astor la observó con autosuficiencia, su orgullo evidentemente recuperado del daño que en su último encuentro le había causado. El resto de los hombres circundando la entrada a la gruta, que custodiaban con recelo.
— ¿Te divertiste, Argent? — Inquirió burlón
Amara se cruzó de brazos sin moverse de su posición.
— No tengo idea a qué te refieres.
Se encogió de hombros sin mostrar mucha emoción. El hombre se carcajeó y los demás imitaron la acción, mofándose en su cara al unísono. Amara gruñó por lo bajo.
— Seguro que sí… — apuntó con sátira
El hombre le sonrió prepotente y ligeramente asqueado. Entonces, con un breve movimiento de cabeza señaló la gruta a dos de los hombres en la formación.
— Mátenlo
La cazadora resopló inquieta y se atravesó en el camino de los hombres.
— Llévenme con mi padre.
Se había quedado sin cartas que jugar mientras los suyos ostentaban un comodín. La verdad es que no entendía por qué se tomaba tanta molestia en proteger a ese hombre, a ese lobo, su enemigo, quien, a fin de cuentas y obviando lo sucedido, no dejaba de ser un extraño; mas allí se encontraba ella, de nuevo en dilema.
— No será necesario.
La voz de Bastien irrumpió en la escena, su silueta apareciendo de entre la maleza en compañía de otro de sus hombres y Rumanella, quien traía un semblante lo bastante radiante como para interpretar que los arduos entrenamientos comenzaban a rendir fruto. Por supuesto, Astor había mandado a llamar a su progenitor y con su atrevida sonrisa le cantaba en silencio un irrefutable jaque mate.
— Yo me encargo de mi hija — Comentó con severidad sin tomarse la molestia de mirarla — Astor y Lionel… permanezcan cerca— Ordenó, apuntando con los dedos a sus subyugados— los demás escolten a la señorita Tocci a la mansión y son libres por hoy.
Todos los cazadores eran como perros rabiosos, gruñían, mostraban los dientes y luego mordían, no obstante, por alguna razón que nunca terminó de comprender, a la presencia de su progenitor se portaban como soldados perfectos, sumisos cachorros a la espera de orden. Sin reproche alguno los hombres se replegaron, la italiana partió vuelta a casa en compañía de la comitiva mientras los cazadores predilectos aguardaron ocultos tras la frondosidad de los árboles a pocos metros de distancia, justo como lo señaló Bastien.
El cazador, por su parte, aún sin dignarse a posar mirada en su hija o siquiera dirigirle palabra, con aire imponente y déspota, desenfundó la espada e ingresó en la caverna a paso sólido. Amara sintió el corazón desplomársele a los pies y sin pensarlo dos veces siguió presurosa el camino que guiaba su padre.
La sorpresa fue grande cuando halló la cueva vacía, o por lo menos en apariencia. Quiso sentirse aliviada pero sólo una de las dos opciones que le abordaban era conveniente, considerando que la única salida de la gruta era aquella por la que habían ingresado. O bien el lobo se ocultaba a la espera de que los cazadores partieran, lo cual, a pesar de ser beneficioso se mostraba como improbable al carácter del alfa, o bien aguardaba entre las sombras el momento preciso para atacar.
La idea le causó ansiedad, debía sacar a su Bastien de allí cuanto antes.
— No hay nada aquí, padre — Afirmó en tono sutil, haciendo un esfuerzo por no apresurar las palabras
El progenitor se dio media vuelta con mirada intransigente, tamborileando los dedos sobre la hoja de plata.
— ¿Dónde está, Amara? — Inquirió
— Muerto… lo he matado.
La cazadora contestó con seguridad. No podía haber margen de error. Podría mentirle al mundo entero, quizá hasta intentar hacerlo consigo misma, sin embargo, no conocía la primera persona que hubiese logrado embaucar a su padre. El hombre era peor que una consciencia.
Fulminante, el cazador apretó los dientes, arrugando el labio superior sutilmente. Entonces procedió a posar su pesada mano sobre el cuello de su hija.
— ¡¿Así como mataste a D’Lizoni?! — Rugió en un arrebato de furia, elevando considerablemente el tono de su voz mientras fortalecía la presión sobre la garganta— Porque hasta donde sé mi propia hija me mintió en la cara y esa escoria sigue con vida.
Amara se llevó las manos al cuello, pero la mano del hombre lo asía firme. Sus ojos se cristalizaron por la asfixia y aunque un espasmo le obligó a toser, el mecanismo murió en la presión. De ser otro quien le atacara, la cazadora no hubiese tenido problema en defenderse, sin embargo, al ser su padre quien lo hacía, las manos se le caerían primero, antes de osar levantarlas contra él.
— Padre — Musitó ahogada, casi inentendible.
— No me mientas, Amara — Advirtió — O juro que ni siquiera ser sangre mía te ayudará… por lo que me importa, nuestro linaje puede morir aquí mismo pero ninguna hija mía será una traidora.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Mentiría si dijera que no esperaba la reacción de la dama de plata, desnudo y desde mi posición la escuché bufar, me mando a dormir a mi por no mandarme literalmente al infierno mientras a duras penas y no sin esfuerzo logro ponerse en pie.
Le hubiera dicho muchas cosas, terca, testaruda, cabezota ..creo que todas ellas sinónimos de su carácter aguerrido de cazadora, pero guardé silencio mostrando una ladeada sonrisa de indiferencia, una que no sentía ni de lejos pero que me servia para alzar mis escudos como si no hubiera otro modo de hacerlo.
Negué al ver lo rápido que se vestía, esa mujer era experta en huir de mi de una u otra manera y sinceramente no se lo pensaba impedir ni de lejos, ella había tomado su decisión, yo la respetaría hasta con las ultimas consecuencias de mi sufrimiento.
“Fue entretenido” dijo con esa seguridad arrebatadora de la que hacia gala.
-Lo fue -respondí herido en mi orgullo pero sin demostrarlo ni por un momento.
Los dos eramos muy capaces de jugar a este juego.
Con fingido paso firme se movió hacia la entrada de la gruta nada mas la perdí de vista me percaté que lejos de estar sola varios hombres habían acudido a su encuentro, cazadores, era fácil que me delatara, así que cogí la ropa y me la calcé lo mas rápido posible, sin dejar de escuchar aquello que acontecía fuera.
Admito que no esperé que de nuevo me cubriera, aunque supongo que a esa mujer le gustaba que le debiera mi vida mas de una vez, ladeé la sonrisa apagando el fuego y ocultándome con decisión en las sombras de la gruta, había saliente suficientes para pegar mi espalda a la fría superficie rugosa y “desaparecer” ante simples ojos humanos.
Bastian, su padre no dudó en adentrarse a la gruta, no creía ni una sola palabra de su hija y aunque esta lo siguió para impedir que me encontrara, algo absurdo teniendo en cuenta que también yo quería encontrarlo y ahora posiblemente la mujer se debatiría entre si delatar a la bestia o poner en peligro a su padre.
Fue cuando la cogió del cuello ahogándola cuando no pude aguantar mas, con un gruñido gutural emergí de mi escondite con los ojos ámbar como la mostaza.
Mis colmillos se mostraban entre mis labios, de igual modo mis zarpas, no era una trasformación completa pues no estábamos en luna llena, por no añadir que el veneno aun debilitaba mi organismo, claro que de no ser por el antídoto estaría muerto.
De un zarpazo en el brazo lo instigué a soltarla.
-¡Estoy aquí! ¡déjala a ella en paz!¡es a mi a quien quieres! -gruñí mostrandole los dientes mientras mis afiladas garras se paseaban por la pared de la gruta haciendo que saltaran chispas.
Su sonrisa me pareció afilada, casi tanto como las armas de plata que desenvainaba, mas si creía que no iba a luchar con todas mis fuerzas se equivocaba, ese hombre era el único monstruo que había en aquel lugar.
-No volverás a ver un amanecer -gruñí desafiante dando vueltas a mi presa.
Se acercaba la batalla mas épica, bestia contra cazador y en el suelo ella, mi única razón para parar y para continuar con la guerra.
Le hubiera dicho muchas cosas, terca, testaruda, cabezota ..creo que todas ellas sinónimos de su carácter aguerrido de cazadora, pero guardé silencio mostrando una ladeada sonrisa de indiferencia, una que no sentía ni de lejos pero que me servia para alzar mis escudos como si no hubiera otro modo de hacerlo.
Negué al ver lo rápido que se vestía, esa mujer era experta en huir de mi de una u otra manera y sinceramente no se lo pensaba impedir ni de lejos, ella había tomado su decisión, yo la respetaría hasta con las ultimas consecuencias de mi sufrimiento.
“Fue entretenido” dijo con esa seguridad arrebatadora de la que hacia gala.
-Lo fue -respondí herido en mi orgullo pero sin demostrarlo ni por un momento.
Los dos eramos muy capaces de jugar a este juego.
Con fingido paso firme se movió hacia la entrada de la gruta nada mas la perdí de vista me percaté que lejos de estar sola varios hombres habían acudido a su encuentro, cazadores, era fácil que me delatara, así que cogí la ropa y me la calcé lo mas rápido posible, sin dejar de escuchar aquello que acontecía fuera.
Admito que no esperé que de nuevo me cubriera, aunque supongo que a esa mujer le gustaba que le debiera mi vida mas de una vez, ladeé la sonrisa apagando el fuego y ocultándome con decisión en las sombras de la gruta, había saliente suficientes para pegar mi espalda a la fría superficie rugosa y “desaparecer” ante simples ojos humanos.
Bastian, su padre no dudó en adentrarse a la gruta, no creía ni una sola palabra de su hija y aunque esta lo siguió para impedir que me encontrara, algo absurdo teniendo en cuenta que también yo quería encontrarlo y ahora posiblemente la mujer se debatiría entre si delatar a la bestia o poner en peligro a su padre.
Fue cuando la cogió del cuello ahogándola cuando no pude aguantar mas, con un gruñido gutural emergí de mi escondite con los ojos ámbar como la mostaza.
Mis colmillos se mostraban entre mis labios, de igual modo mis zarpas, no era una trasformación completa pues no estábamos en luna llena, por no añadir que el veneno aun debilitaba mi organismo, claro que de no ser por el antídoto estaría muerto.
De un zarpazo en el brazo lo instigué a soltarla.
-¡Estoy aquí! ¡déjala a ella en paz!¡es a mi a quien quieres! -gruñí mostrandole los dientes mientras mis afiladas garras se paseaban por la pared de la gruta haciendo que saltaran chispas.
Su sonrisa me pareció afilada, casi tanto como las armas de plata que desenvainaba, mas si creía que no iba a luchar con todas mis fuerzas se equivocaba, ese hombre era el único monstruo que había en aquel lugar.
-No volverás a ver un amanecer -gruñí desafiante dando vueltas a mi presa.
Se acercaba la batalla mas épica, bestia contra cazador y en el suelo ella, mi única razón para parar y para continuar con la guerra.
Vashni Indih- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 100
Fecha de inscripción : 03/06/2017
Re: Mi unico amor nació de mi único odio (Privado)(+18)
Bastante complejos eran los sentimientos que atesoraba el cazador por su sucesora, si bien no podía sacudir la afección a la que le ataba la sangre por la hermosa criatura que veinte años atrás vio nacer, cada vez que posaba sus ojos en ella no podía verle por algo más de lo que en realidad era: una bestia engendrada por otra mayor. Mantuvo el agarre cuanto consideró suficiente para quebrar la voluntad de Amara. Ciertamente, no tenía planes de asesinarla, o por lo menos, no por el momento. Su hija servía a un propósito mayor, uno que, a pesar de su constante fallo a la causa que se consagraba y su tendencia a decepcionarlo, aún no era cumplido.
Más allá de la presión que mantenían sus dedos sobre el cuello de su hija y el colgante que pendía de él, negar la satisfacción que residía en la ilusión de poder asfixiar la maldición se asemejaría a contradecir su naturaleza misma. Sería una vil mentira rechazar que, por un instante, sus acciones coincidieron con el fluir de sus emociones, mas tampoco hubiese sido característico del hombre intentar convencerse de lo contrario; su carácter había sido forjado en víctimas, no en arrepentimientos.
Apretó un poco más, siendo esta operación precedente de una póstuma y completa distensión a la opresión, sin embargo, antes de que pudiese proceder, un bronco gruñido retumbó contra las paredes de la caverna, mientras que, quien lo emitía, emergió de entre las sombras y los repliegues de roca contra los que anuló su presencia. No le dio tiempo a evadirlo. Con una rapidez sobrehumana, propia de su condición, el lobo le asestó un primer zarpazo en la extremidad con la que sostenía a Amara, rasgándole la carne con la evidente intención de que le soltara.
Bastien observó al licano más entretenido de que desconcertado, haciendo caso a la no tan amable petición, tras convertir su agarre en un impulso con el que lanzó a su hija directo al suelo. Sus comisuras se alzaron con sorna. Giró la espada entre sus dedos y la blandió con firmeza mientras movía su cabeza sutilmente a modo de negación.
— Debo decir… — Chasqueó la lengua, dirigiéndose a su hija, sin apartar la atención de las garras del lobo— Estoy realmente decepcionado, cariño.
Se carcajeó cuando el hijo de la luna amenazó con que, supuestamente, aquel sería su último amanecer. Se le ocurrían mil maneras de responder a la intimidación, pero no pudo pensar en otra mejor que aquella que le aguardaba en el filo de su espada, la única que semejante alimaña podría merecer de él.
Aguardó a que su contrincante diera el primer golpe aunque no transcurrió mucho tiempo antes de que las garras del lobo viajaran certeras en dirección a sus órganos vítales y vasos sanguíneos más importantes. Ensanchó una sonrisa, si algo debía reconocerle a la bestia era que sabía bien dónde atacar. Todo o nada, sólo uno de los dos podría salir de la gruta con vida. Bastien evadió con soltura los violentos ataques de su contrincante, que, a pesar proyectarse letales, eran demasiado emocionales y, por ende, predecibles.
La fiereza en la mirada del licántropo hablaba por él, si las miradas mataran el cazador hubiese sido el primero en perecer. Bastien, por su parte, se mantuvo calmo, evadiendo los brutales ataques y manteniendo escueta su ofensiva, esperando el momento indicado para arremeter. Por supuesto, otro hubiese sido el caso de conocer la identidad de su contraparte.
Arqueó la espalda hacia atrás apenas eludiendo el filo de las zarpas; una que otra cortada le había causado pero el cazador se mantenía firme. La intensidad en el ritmo de las acometidas iba en aumento y, hasta el momento, Bastien sólo se había ocupado en su defensa, situación que, supuso, impacientó al lobo. Era su turno. Rió maliciosamente y se agachó rehuyéndole a un nuevo ataque, entonces se alzó y de un solo tajo cortó el torso del lobo, causándole una herida en diagonal de abdomen a hombro. Raudo, el cazador ondeó su espada de nuevo, esta vez de lado a lado, rasgándole ambos costados antes de lanzarle una fuerte patada al pecho que le hizo retroceder.
A distancia prudencial ambos se detuvieron, observándose, retándose, dándose un instante para recuperar el aliento. Alguien tendría que dar el siguiente golpe. Bastien, por su parte, aprovechó la pausa para mirar de soslayo a su hija, quien, evidentemente consternada, presenciaba el combate en pie, sin saber cómo proceder.
— Ahora sería un buen momento para enmendar tus errores, Amara. — Apuntó jadeante con media sonrisa diabólica curvándole los labios
Amara desenfundó sus dagas mas no se movió de su posición y sin dar espera, con la distracción dispuesta, fue el cazador quien se abalanzó hacia el lobo, alcanzando a ensartarle la espada en el muslo derecho, rasgándolo a profundidad hasta hacer su equilibrio flaquear.
Los irises de su contrincante refulgían como el infierno en candente ámbar. El cazador, preparándose para la arremetida, elevó su espada imponente, mientras el lobo, temible y sin dar el brazo a torcer, hizo lo mismo con sus garras. Aquel era tan sólo el calentamiento.
Más allá de la presión que mantenían sus dedos sobre el cuello de su hija y el colgante que pendía de él, negar la satisfacción que residía en la ilusión de poder asfixiar la maldición se asemejaría a contradecir su naturaleza misma. Sería una vil mentira rechazar que, por un instante, sus acciones coincidieron con el fluir de sus emociones, mas tampoco hubiese sido característico del hombre intentar convencerse de lo contrario; su carácter había sido forjado en víctimas, no en arrepentimientos.
Apretó un poco más, siendo esta operación precedente de una póstuma y completa distensión a la opresión, sin embargo, antes de que pudiese proceder, un bronco gruñido retumbó contra las paredes de la caverna, mientras que, quien lo emitía, emergió de entre las sombras y los repliegues de roca contra los que anuló su presencia. No le dio tiempo a evadirlo. Con una rapidez sobrehumana, propia de su condición, el lobo le asestó un primer zarpazo en la extremidad con la que sostenía a Amara, rasgándole la carne con la evidente intención de que le soltara.
Bastien observó al licano más entretenido de que desconcertado, haciendo caso a la no tan amable petición, tras convertir su agarre en un impulso con el que lanzó a su hija directo al suelo. Sus comisuras se alzaron con sorna. Giró la espada entre sus dedos y la blandió con firmeza mientras movía su cabeza sutilmente a modo de negación.
— Debo decir… — Chasqueó la lengua, dirigiéndose a su hija, sin apartar la atención de las garras del lobo— Estoy realmente decepcionado, cariño.
Se carcajeó cuando el hijo de la luna amenazó con que, supuestamente, aquel sería su último amanecer. Se le ocurrían mil maneras de responder a la intimidación, pero no pudo pensar en otra mejor que aquella que le aguardaba en el filo de su espada, la única que semejante alimaña podría merecer de él.
Aguardó a que su contrincante diera el primer golpe aunque no transcurrió mucho tiempo antes de que las garras del lobo viajaran certeras en dirección a sus órganos vítales y vasos sanguíneos más importantes. Ensanchó una sonrisa, si algo debía reconocerle a la bestia era que sabía bien dónde atacar. Todo o nada, sólo uno de los dos podría salir de la gruta con vida. Bastien evadió con soltura los violentos ataques de su contrincante, que, a pesar proyectarse letales, eran demasiado emocionales y, por ende, predecibles.
La fiereza en la mirada del licántropo hablaba por él, si las miradas mataran el cazador hubiese sido el primero en perecer. Bastien, por su parte, se mantuvo calmo, evadiendo los brutales ataques y manteniendo escueta su ofensiva, esperando el momento indicado para arremeter. Por supuesto, otro hubiese sido el caso de conocer la identidad de su contraparte.
Arqueó la espalda hacia atrás apenas eludiendo el filo de las zarpas; una que otra cortada le había causado pero el cazador se mantenía firme. La intensidad en el ritmo de las acometidas iba en aumento y, hasta el momento, Bastien sólo se había ocupado en su defensa, situación que, supuso, impacientó al lobo. Era su turno. Rió maliciosamente y se agachó rehuyéndole a un nuevo ataque, entonces se alzó y de un solo tajo cortó el torso del lobo, causándole una herida en diagonal de abdomen a hombro. Raudo, el cazador ondeó su espada de nuevo, esta vez de lado a lado, rasgándole ambos costados antes de lanzarle una fuerte patada al pecho que le hizo retroceder.
A distancia prudencial ambos se detuvieron, observándose, retándose, dándose un instante para recuperar el aliento. Alguien tendría que dar el siguiente golpe. Bastien, por su parte, aprovechó la pausa para mirar de soslayo a su hija, quien, evidentemente consternada, presenciaba el combate en pie, sin saber cómo proceder.
— Ahora sería un buen momento para enmendar tus errores, Amara. — Apuntó jadeante con media sonrisa diabólica curvándole los labios
Amara desenfundó sus dagas mas no se movió de su posición y sin dar espera, con la distracción dispuesta, fue el cazador quien se abalanzó hacia el lobo, alcanzando a ensartarle la espada en el muslo derecho, rasgándolo a profundidad hasta hacer su equilibrio flaquear.
Los irises de su contrincante refulgían como el infierno en candente ámbar. El cazador, preparándose para la arremetida, elevó su espada imponente, mientras el lobo, temible y sin dar el brazo a torcer, hizo lo mismo con sus garras. Aquel era tan sólo el calentamiento.
Bastien Argent- Cazador/Realeza
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