Lo único que me calma es tu voz | Privado

por **Dagna Holbein** Sáb Ago 26, 2017 9:50 pm

Usted me ha atravesado el alma. Me debato entre la agonía y la esperanza.
Jane Austen – Persuasión

Caminaba de manera libre, se dirigía a la casa de su hermana pero, por alguna extraña razón, Dagna no podía avanzar más que unos pocos metros (como mucho medio kilómetro). No lograba alejarse de lo límites del orfanato, ¡era tan frustrante!
Andaba entre los árboles, que comenzaban a desnudarse para recibir al otoño, y cada vez que volvía la vista hacia atrás todo lo que veía era el enorme edificio gris de tejas negras y lúgubres ventanales.
Tenía miedo, sabía que le perseguían… Y no se equivocaba.
Pese a que era de día, el monstruo horrible se apareció ante ella cruzándole el camino. Dagna gritó -tanto que el abdomen le dolió, ¿era posible sentir dolor mientras se soñaba?- y quiso deshacer sus pasos, volver al refugio del edificio, pero no pudo. Aquel demonio ya estaba sobre ella rasgando sus ropas y buscando clavarle en el cuello su filosa dentadura.

Ya se había acostumbrado a vivir así; Dagna Holbein dormía de día y disfrutaba la noche. Lo había naturalizado, tanto que las veces que le tocaba salir a la luz del sol se encontraba preguntándose a sí misma de dónde había salido toda esa gente que paseaba por los parques y compraba fruta en los mercados.
Podría decirse entonces, que a Dagna no le aterraban las noches sino los días. Sus pesadillas no se escondían de la luz del sol sino que con ella la asaltaban. La torturaba siempre una misma imagen, la de una bestia poderosa –enorme como un oso, de esos que solía ver en la campiña nevada de Alemania cuando era pequeña- la perseguía por los bosques, quería atraparla, quería morderla… No era tanto el sueño en sí, sino la sensación de abandono y desprotección que le quedaba, eso la enloquecía y era por eso mismo que siempre acababa buscando refugio en los brazos de él, pues se decía que al menos a esa bestia la conocía bien. Le temía, pero no tenía a nadie más que se preocupase por ella tanto como él lo hacía.

Se incorporó en su cama, sintiendo que el corazón se le escaparía del pecho, así como ella no había podido escapar del licántropo en su sueño. De un salto se puso en pie y, sin molestarse en colocarse una bata sobre su ropa de cama, Dagna salió al pasillo de la casa.

-¿Dónde está el señor Burak? –le preguntó de mal modo a la primer empleada que se cruzó, mas no se detuvo a oír la respuesta, pues bien sabía ella dónde estaba él y hacia allí se dirigía.

Corrió hasta las escaleras laterales, esas que descendían hasta las profundidades de la casona. El helado mármol de los pisos le dañaba la planta desnuda de sus pies, pero a ella no le importaba. No era la primera vez que aquel mal sueño la asaltaba, y tampoco sería la última, ya había recorrido ese camino una decena de veces antes y bien sabía que volvería a correr asustada a los brazos de Elijah una y otra vez. Era malvado, dominante y ella le temía, pero –a la vez- era el único que le quitaba todo el miedo que sus sueños le daban.

por **Elijah Burak** Mar Oct 03, 2017 11:52 pm

¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo
El miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas?
¿Con su puño te hundieron las oscuras pesadillas
En el fondo de algún fabuloso Minturno?

Bemoles y sostenidos escapando entre mis dedos que recrean notas indescriptibles, acordes del pasado que en ninguna forma pudiera enseñar al que desee conocerla… una nota y respuesta a la vez escapa de mi boca – egoísmo – converso conmigo mismo y sé que esto es la mayor parte – talento – o la falta de el, porque no he de pretender entregar conocimientos a ningún mengano, nadie lo ha merecido y nadie lo hará.
El alma se me escapa... sobre la dignidad a cuestas. Suenan dulces, melodiosos, esos sonidos del piano que hacen volar los recuerdos, las lunas, las noches, los mares, los encantos y curiosa es la forma como se deleita la pequeña ráfaga de una candela que acompaña esta mi soledad.

El día oscila, se mueve la servidumbre a la orden que tienen de hacer mover la mansión Burak en mi aparente ausencia, mientras en este encierro y entorno, embelesado en cavilar hacia lo más recóndito de mi raciocinio para la toma de decisiones, dibujo el esquema que seguiré en forma de música solo para ser interrumpido por la musa de mis días, ligera molestia se dibuja en mis expresiones cuando el índice, y el meñique de la mano izquierda no obedecen al percibir ruidos en la entrada que da hacia la intimidad de mis días y libertad de mis noches… - donde está el señor Burak? – creo percibir aquel fantasma de sus pesadillas… aquel que vi una vez liberado y fue frenado a tiempo.
El toque imparcial con el sonsonete mezclado al bullicio de sus pies pisando las escaleras hacia mi lugar no detienen el desplazamiento de mis dedos.

Las pesadillas no desaparecen – revelando a medio acorde sin observarla, no esperaba su respuesta porque lastimosamente para ella he entrado tantas veces en su intelecto que no preciso hacerlo para saber a que ha venido, se lo que siente, como esa vana seguridad al verse acompañada por un viejo vampiro como yo que no sabe ni quiere entender como calmar su angustia pero se conforma con compañía- siéntate - debo admitir que ella, genera cierta satisfacción en mí, al levantar la mirada, notar el sonrojo ajeno... estremecimiento en su piel al saberse observada y acercándome no le quite la vista, como a mí me gustaba. - Siéntate, Dagna no lo repetiré otra vez - y me asegure de que lo entendiera, tocando su brazo para sentarme junto a ella - No quieras comprender el fin de tus pesadillas porque hay algunas que no tienen fundamentos, ¿acaso no confías en mis cuidados? – y casi suena a descontento cuando suelto su brazo notoriamente molesto y me acerco al piano cubriendo el teclado, negando la opción de seguir ahondando en mis pensamientos.

por **Dagna Holbein** Vie Oct 06, 2017 12:59 am

La música era especial porque era suya, porque sus manos la creaban. Ella no entendía nada de notas, aunque él había querido enseñarle alguna vez, Dagna no era capaz de tocar tres teclas seguidas y en orden sin desesperarse. La presión de su mirada era demasiado fuerte.

No siempre le obedecía –era poseedora de un alma rebelde, demasiado libre para lo que en verdad le convenía-, pero en esos momentos no se le cruzó siquiera por la cabeza rebelarse, simplemente hizo lo que él le ordenó y se sentó a su lado. Intentó regularizar el palpitar veloz de su corazón, valiéndose de respiraciones profundas. Las mejillas le ardían, pero la caricia fría de sus lágrimas al rodar por su rostro la aliviaba.

-¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo no soñar, Elijah? -le encantaba pronunciar su nombre, era hermoso y poderoso, cuando lo decía en voz alta Dagna se sentía segura-. Claro que confío en ti, pero tal vez si pudiera traer un colchón pequeño aquí durante el día, para dormir cerca de ti…

Se detuvo. Sabía que la idea era absurda. ¿Qué le sucedía? ¡Parecía una niña, por todos los Santos! No se reconocía, estaba por completo fuera de su eje emocional. Lo odiaba, lo odiaba y le temía en partes iguales, pero solo junto a él hallaba algo de paz. Estaba agotada. Había trabajado hasta el límite físico durante la noche anterior, atendiendo a un récord de ocho clientes uno tras otro. Ocho, con diferentes gustos y fantasías. Ocho, con diversas exigencias y pretensiones. Ocho, que se habían hecho de su cuerpo luego de pagar lo que creían que ella valía. Y de esos ocho, había uno que la visitaba desde que era una niña, desde que a penas entendía aquel mundo, desde que aún no llegaba a tomar real dimensión de cada parte de su cuerpo. Ese hombre había entrado en ella por primera vez cuando tenía diez años y Dagna jamás lo olvidaría, pues sabía de memoria sus gustos. Quizás fuese por eso que su cabeza la traicionaba ahora, porque por unos cuarenta minutos ella había vuelto a ser la niña que creía que algún día podría escapar de aquello... ¡Quería contarle todo eso a Elijah! ¡Quería que la oyera y la reconfortase de alguna forma, pese a que él mismo la había sacado del orfanato y llevado al prostíbulo cuando era pequeña! Así era la locura en la que Dagna vivía, nada había seguro en su mundo, solo él. Por eso, cuando él volvió sobre su piano amado, Dagna no pudo más que sentirse ignorada.

-No, no me dejes sola… ¡Oh, quisiera morir! –lloró, dramática, siempre dramática-. ¡Elijah, no me dejes! Métete en mi mente, borra mis miedos… Por favor, seguro que puedes hacerlo. –Se puso en pie, dispuesta a romper lo primero que hallase a su alrededor con tal de llamar su atención-. Me mataré, si no puedo dormir bien moriré de todas formas… Encontraré algún vidrio con el que cortarme el cuello en la mitad del jardín –amenazó y la idea ya tomaba forma en su cabeza- y no podrás hacer nada por detenerme, pues el sol te mataría a ti también.

Se giró, dispuesta a salir de la habitación. En su mente ya podía verse rompiendo un ventanal para hacerse de un arma filosa con la que acabar con esa vida horrible y cruel que le había tocado. Pero Dagna Holbein no pudo moverse, pese a que se lo propuso.

por **Elijah Burak** Vie Nov 17, 2017 6:52 am

Hemos llegado al fondo en las capacidades que tiene mi intelecto de entender aquella preciosa sustancia humana… ¿Qué tenia de diferente aparte de su corajina, valiente para unas cosas, cría para otras…? - NO- y con esa rotunda respuesta la tomaba por los brazos levantándola de una vez para llevarla hacia las escaleras, sin embargo, se suelta.

No tengo paciencia para este tipo de cosas, me enseñaron a matar, a vivir la vida de un hombre guerrero que no sabe imaginar sentimentalismos. Y aunque, ella ha alcanzado llegar un poco mas allá, no podía pretender poder hacerme cambiar. – eres tu quien decide si quiere vivir o morir pronto, nadie te va a detener – que golpe de realidad para la persona que creía ser importante para alguien como yo, pero debe aprender, si no es por las buenas, debería ser por las malas - cualquiera pensaría que con lo que le ha tocado vivir, seria madura en su forma de ver y hacer las cosas - acercándome a su finura piel en lo que la cerco contra la pared – pero usted no lo hace aun y todavía carga esos yugos de convalecencia, en los que YO personalmente debo elegir. No soy su padre pequeña flor

Desafiando su destino, pero no reaccionando a mis pensamientos ni mis ganas de deleitarme en las cosas pequeñas, de pronto descubro divertirme a ratos también con sus quejas, un colchón no supone cambios, pero supone desafíos, y todo lo armonioso de mi espacio se vería interrumpido en algún momento por su latido. – ¿qué crees que haces? – la calma no me invade aun me ve alterado y le tomo de la parte más curva de su cintura en un intento de atraerla a mí, maldita debilidad, maldita musa de algunas de mis inspiraciones que solo quieren, esté tranquila – no te quedaras en un colchón aquí. pero hoy hare una excepción – la cargo en mis brazos como si no pesase nada y la lleve sobre la cama – puedes quedarte aquí, yo volveré en un rato –

nada de esto suponía pasión todavía, cedía sin ceder a totalidad ante los encantos de la princesa de la casa, pero no iba a poder tocarla más allá de dejarme llevar por sus caricias, entiendo su realidad, no leería sus pensamientos, pero entiendo lo que supone tener que trabajar todas las noches- y esta noche. No saldrás de aquí, no te doy permiso – me alejo hacia las notas del piano, tocando sus teclas… recuperando la cordura a través y cuando llega el momento terminadas mis ganas por expresar entre dedos lo que pienso, me acerco a la mujer, siento en el sillón acomodado junto a la cama y le observo.
La vida con ella ha sido mala ¿o el malo he sido yo?

por **Dagna Holbein** Miér Dic 06, 2017 9:50 pm

-No eres mi padre, lo sé –le dijo, todavía furiosa y angustiada-, pero bien podrías. Después de todo tú mismo me has elegido desde pequeña –le espetó, aunque no era un reproche, ¿qué más daba en esos momentos como habían sucedido en el pasado las cosas?-. ¿Estoy loca, Elijah? ¿Tú crees que sí?

Ya no quería tener que pensar. Deseaba poder dormir sin que su cabeza la torturase con recuerdos, con pesadillas, quería poder apagarse como se apagaban las velas ante la exposición al viento. Pero ella no era un fueguito, era una mujer que tenía una vida imposible ya de componer, una niña atrapada en ese cuerpo de mujer sensual, una muchacha que ya no tenía sueños.

Cuando él la cargó, Dagna se abrazó a su cuello casi con desesperada reverencia. Su cuerpo frío la cobijaba y reconfortaba como nada más podía hacerlo. Cualquiera pensaría que se trataba de una locura, sin dudas sería algo difícil de comprender para la gente común, pero para Dagna esa era su vida y Elijah su constante, lo único que no cambiaba con el correr de los días, de las semanas, meses y años. Siempre estaba. Enojado o alegre, severo o comprensivo, él estaba junto a ella, no se había separado nunca de Dagna como sí lo habían hecho otros –su hermana incluida- y eso era lo único que la prostituta tenía.

Se acomodó de costado en la cama, incluso se metió bajo las sábanas, y lo observó alejarse. Quería pedirle que no se marchase, suplicarle que le permitiese no trabajar esa noche, quería romper algo –cualquier cosa contundente que pudiese dar un escándalo al chocar contra el suelo y partirse- para evidenciar así lo rota que ella estaba… Sin embargo, Dagna no hizo más que observarlo y sonreír agradecida al oírle decir que no trabajaría esa noche. Al menos ese alivio había nacido de aquella escena demente que había protagonizado.

Simplemente se durmió. No supo cuando ni cuanto, solo cerró los ojos y se dejó llevar por la melodía que el piano hacía flotar en la habitación. Elijah tocaba su música y ella se relajaba como hacía tiempo que su cuerpo no podía hacerlo. Pero no duró mucho, pese a que sí fue placentero. Como si alguien la llamase, Dagna abrió los ojos –y tardó en saber dónde estaba-, él la observaba muy cercano.

-¿Piensas en la muerte, Elijah? –le preguntó, sin saber bien por qué lo hacía-. Yo sí, a veces, pienso en tu muerte y me descompongo del miedo… Sé que sería difícil matarte, pero si pudieses elegir, ¿cómo te gustaría morir?

No era una conversación muy normal, pero ella tampoco era una mujer común. Lo cierto era que el tema le interesaba porque le temía a la muerte, no a la propia sino a la de él. ¿Qué sería de Dagna si Elijah moría? Esa era su peor pesadilla.

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