Feo e inútil. | Privado.

por **Caliban/Lenore** Miér Nov 21, 2012 12:09 pm

«Él nunca supo que la muerte yacía en su cuerpo...»

Caliban no dejaba de pensar en su hermana. Lo hacía cada día, a cada instante; la añoraba como el mar al viento, como los niños a un dulce. Deseaba poder deleitarse con su rostro juvenil y perfecto que, además, estaba completamente conservado gracias a las resinas que él mismo había aplicado sobre su tierna y rosada carne. El cuerpo había perdido gran parte de su suavidad adoptando un tacto más rígido y frío, pero a él no le importaba. Estaba conforme con tenerla de cualquier manera, aunque dentro, muy dentro de su mente, su consciencia hiciera eco recordándole que ella estaba muerta, que eso estaba mal y que nunca más despertaría del eterno letargo en el que él mismo la había puesto. En ese momento deseó poder besar sus marcadas mejillas, sus labios; sentir sus manos recorriendo su figura. Era su hermana, pero también era su amor, el único que había tenido.

— ¿Lo has entendido, Condenado? ¿O debo repetirlo una vez más? — Una voz masculina lo sacó de su retorcido ensueño. Aunque lo conocían, jamás lo llamaban por su nombre; se empeñaban todo el tiempo en hacerle ver que una parte de ellos no lo deseaban allí. Abrió los ojos e intentó concentrarse en la situación que tenía enfrente. Fijó sus ojos verdes, bien abiertos como platos, en el hombre que les daba las instrucciones y que parecía empezar a impacientarse. — ¿Me escuchaste, Condenado? — El hombre elevó la voz para dejar claro que le estaba molestando sentirse ignorado.

— Lo entendí. — Se apresuró a decir Caliban. La voz le salió monótona; en ningún momento demostró estar entusiasmado con la misión que acababan de otorgarle junto a la Inquisidora de cabellera rubia que tampoco demostraba emoción alguna ante la situación. El Condenado giró su calva cabeza hacia ambos lados, y por un momento dio la impresión de no saber dónde se encontraba, luego observó de lejos a la que acaban de asignarle como compañera e instantáneamente supo que las cosas no serían para nada fáciles, para ninguno de los dos.

Los Condenados dentro de la Inquisición suelen servir a los Inquisidores, los obedecen en todo lo que les pidan, esa es su tarea, ser una especie de discípulos que están a las órdenes de los que realmente pueden considerarse como Cazadores de seres sobrenaturales. Caliban no era la excepción. Tenía solamente tres meses dentro de la organización que presumía servir al todopoderoso y nadie confiaba en él todavía. Por su apariencia tan poco común y un tanto terrorífica, se había ganado a pulso el desprecio de algunos de los miembros de la Inquisición. Nadie quería trabajar con él. Todo el mundo le tenía los ojos encima. Nadie le tenía la suficiente confianza. En algún sitio de sus paranoicas mentes existía la posibilidad de que ese joven muchacho que iba por la vida cubierto de tatuajes con extraños signos, los atacaría por la espalda a la menor distracción y que en cuestión de segundos echaría abajo su supuesta forma de ser tan retraída y reservada que mostraba todo el tiempo.

El hombre que había dado las instrucciones abandonó el salón donde se encontraban. Los dejó solos, a la rubia Inquisidora y al Condenado que, por primera vez, se miraron a los ojos.

por **Yrina Stalevolova** Sáb Nov 24, 2012 3:20 pm

Seguiré tus pasos una y otra vez… aléjate y el filo de mi arma llegara a ti…

Hacía semanas que me habían encargado una misión, de rastreo de búsqueda de un maldito vampiro que andaba atormentando a los gitanos que Vivian a las afueras de la ciudad, había estudiado sus pasos tenía casi un perfil sicológico de aquella bestia que osaba atormentar a los parisinos nómades de aquel lugar. Había tomado declaraciones, solo una víctima estaba viva, un extraño gitano que no me daba la confianza suficiente para creer en sus palabras, pero en general nadie se había ganado mi confianza hasta ahora. La misión era sencilla, simple y hasta algo aburrida, no me importo tenía la cabeza n otro lado, estaba creando algo grande para un holocausto vampírico, o mejor dicho para uno sobrenatural, en silencio siempre trabajaba y ese día… justo ese día era el elegido para ir tras la bestia.

Mire al joven de aspecto extraño, sus tatuajes me descoloraron de una manera que no cabía explicación en mi cabeza para tal aborrecidades, mi único gesto mirando al otro inquisidor fue levantar una ceja, tome aire en realidad me incomodaba en demasía trabajar con personas que no fueran cien por ciento humanos, entre mis manos el inquisidor dejo una carpeta, eche una ojeada rápida, leyendo nombres, oficio, habilidades y transformaciones era lo único que rescataba de todo eso, una de mis pequeñas debilidades absurdas pero que nadie sabía o conocía, no por nada me decían muñeca de hierro, más fría que el mismo hielo, más seria que… mis ojos se toparon con los del joven, no saque mi vista de la suya, no acostumbraba a intimidarme con miradas, menos con las de alguien como la de él.

Camine por aquel salón dejando el expediente atrás, “sociabilizar” repetí en mi cabeza, sabia con mis años de experiencia en la inquisición que perder o salir mal en una misión costaría una vida, en este caso no estaba dispuesta a jugar con la mía, perfeccionista como era siempre iba un poco más adelantada – Caliban – pronuncie su nombre sin ningún adorno, no iba en mi adornar palabras innecesariamente – James, tras la cabeza de él vamos – supuse que le habían explicado lo que había estado ocurriendo así que no espere ni un acierto de su parte, fue en ese momento que deje de mirarle, sus tatuajes era una verdadera distracción para mí eso me hizo aborrecerlo aun mas, menos mal era de noche y no se relucirían aquellas marcas. Intente, en vano, imaginarlo sin aquellas marcas pero fue pero, lo mire de reojo – Vamos que se hace tarde – las horas de la noche pasaban rápido para un cazador, el tiempo en ese tipo de misiones valía oro y del mas valioso.

Salí de la sala, si tenía alguna pregunta la haría en el camino, no estaba para conversar de cosas innecesarias, el sabia lo suficiente y yo también, mi atuendo era mas cómodo que el de una dama de sociedad, unos pantaloncillos anchos hacían creer que era un vestido lo que no era un corsé apretado y entre los pliegues del pantalón las armas necesarias en mis botines tenía una serie de mini dagas más delgadas de madera que solía ocupar de estacas, no por nada era la líder de los tecnólogos… no por nada era quien pensaba más de lo necesario. Fuera de aquel lugar nos esperaban los caballos, no pregunte si sabia o no montar o si le simpatizaban aquellos animales, no me importaba el tendría que seguirme a su manera, monte el caballo le hice una seña al condenado de que me siguiera y emprendí camino a todo galope mire hacia atrás solo para fijarme que me siguiera… nada más ni nada menos.

por **Caliban/Lenore** Sáb Ene 12, 2013 1:53 am

La líder de los Tecnólogos era una persona realmente extraña que a menudo se mostraba más fría que un témpano de hielo; era dura y perfeccionista, capaz de intimidar a cualquiera. Caliban, que era un observador nato, lo había notado desde la primera vez que se habían visto las caras, desde ese día en que él se había unido a las largas filas de la Inquisición en busca –quizás ingenuamente- de una redención para su alma. Pero nadie se quejaba de Yrina y él tampoco lo haría. El estaba allí para obedecer las órdenes de los que se presumía tenían la suficiente experiencia, y él lo obedecía sin chistar. Observó en silencio las tácticas de la rubia y sus sentidos lo alertaron cuando ella mencionó su nombre en voz alta, con ese tono tan indiferente que podía haber ofendido a cualquier otro, pero jamás a él. Estaba acostumbrado a que le despreciaran, a que lo señalaran o a que lo prejuzgaran por su apariencia, por lo tanto ese no sería el día en que hiciera un caos por la forma en que Yrina lo había observado.

Cuando ella dio la orden de partir, él la siguió, como un perro fiel al que han golpeado y no guarda resentimiento alguno hacia su amo. Los caballos esperaban ya afuera, pero Caliban no necesitaba de ningún medio de transporte, tenía sus propias tácticas, mismas de las que Yrina y James no gozaban. El caballo de la Tecnóloga relinchó fuertemente anunciando su partida y detrás de él le siguió el purasangre color marrón que James montaba. Caliban los observo durante unos minutos y con movimientos pasivos les dio ventaja antes de emprender su transformación. Eligié ser un león blanco esa noche y como si se tratase de una cotidianidad, movió su cuello en repetidas ocasiones y se preparó para el cambio. Su cuerpo empezó a evolucionar, dejando atrás la figura humanoide cubierta de tinta para dar paso a una gruesa y blanca piel llena de sedoso pelo, tan blanco como la nieve misma. Sus ojos naturalmente verdes, ligeramente hundidos y con esa mirada un tanto introvertida, dieron paso a dos grandes ojos azules de mirada felina que podían aterrorizar a cualquiera con la ferocidad que observaban. El león blanco era un ejemplar extraordinario, digno de admirar pero también de temer. Por suerte la noche sería su aliado y pasaría desapercibido ante los ojos de los humanos si tenía el suficiente cuidado.

El imponente animal se echo a correr; tomó un atajo, evitando deambular por las atestadas calles parisinas y, eligiendo terrenos baldíos y zonas poco concurridas, llegó al sitio acordado casi al mismo tiempo que James e Yrina. Caliban mantuvo su transformación sin tener en cuenta que los dos Inquisidores podían sentirse amenazados por su indiscutible presencia, lo cual era bastante lógico dada su condición animal, que era difícil de ignorar. El Cambiaformas se mantuvo alerta y con sus ojos azules y su desarrollado olfato de felino buscó pistas que pudieran hacerlos dar con el paradero del vampiro al que darían caza. Entonces algo inesperado ocurrió. El león, como era natural en cualquier otro animal, presintió el peligro mucho antes que los humanos y sus sentidos se alertaron ante el enorme grupo de vampiros que se avecinaban al lugar, demasiados como para salir victoriosos en un combate. Rugió con tanta fuerza que se escuchó en toda la manzana y la siguiente, y alzó sus patas siendo presa del pánico ante el peligro que se acercaba. Para Caliban era realmente difícil controlar ese tipo de acciones que eran propias de su naturaleza animal, la felinidad lo obligaba a actuar como lo que era: como un león asustado o enfurecido, según fuese el caso. El león no midió su cercanía y, preso de su nerviosismo por la situación, cuando menos acordó, había caído sobre Yrina, tirándola de espaldas, lastimándole con un zarpazo uno de sus delgados brazos. Definitivamente, eso lo pagaría muy mal…

por Contenido patrocinado

Feo e inútil. | Privado.

Feo e inútil. | Privado.

Re: Feo e inútil. | Privado.

Re: Feo e inútil. | Privado.

Re: Feo e inútil. | Privado.