I’ve been keeping secrets, from my heart and from my soul [Reinhard - FLASHBACK]

Le encantaba ser quien era cuando jugaba al cricket. Quizá por ese motivo, se había convertido en su pasatiempo primordial casi sin darse cuenta. En pleno deporte, sólo tenía que estar pendiente de alcanzar siempre la misma meta, y podía hacerlo de todas las formas distintas que se le ocurrieran, de todas las formas distintas que habitaran en su interior, de todas las formas distintas en las que su personita se fragmentaba. Y además en base a la complicidad que alcanzara con el resto de participantes, en definitiva, que alcanzara con otra gente, cosa que le hacía tener esperanzas a la hora de reconciliarse algún día con la sociedad. Mentalmente, claro estaba, ya que por fuera siempre había mostrado una etiqueta circunstancial y falsas ceremonias que lo volvieran todo lo formal que se esperase de él. Gajes de no querer defraudar a unos padres bien posicionados frente a los demás; al final una de las pocas maneras que el único hijo de los Plaschg tenía para sentirse a gusto consigo mismo se encontraba en un juego británico.

Otra de las pocas maneras estaba a punto de aparecerse aquella mañana, con vestiditos de satén (o de lo que fuera, él no tenía idea de moda femenina) y seguramente algún acicalado peinado con el que demostrar, con más saña todavía, lo coqueta que era: Marina Einaudi, su prima, de la misma sangre que la hermana de su madre, y que de su madre misma, por tanto, de la suya. Aquella muchacha, cuatro años menor, que no únicamente había tenido una facilidad casi insultante para guardarse un hueco dentro de Reinhard, sino que también burlaba la resistencia de su cordura hasta unos límites en los que la decencia familiar ya les habría marcado el brazo con un hierro candente como castigo a lo prohibido.

Había visto crecer a Marina, se había aproximado a ella entre arrumacos y jugarretas propias del hermano mayor que ninguno de los dos tuvo, le había dado la entrada a su espacio personal en muchos sentidos, con todo el cariño implícito que sólo la familia conseguía en él. Reinhard podía ser Reinhard también en su presencia, el Reinhard más liberado y pasota y cínico, que no tenía que preocuparse de fingir modestia o buenos modales porque precisamente ella los repelía todos, porque a él le encantaba ver asomar en su rostro las muecas de cada rabieta que le provocaba y que ya llevaban el nombre de su primo antes incluso de abrir la boca para protestar. Y había algo que volvía a Marina única para el otro brujo y en lo que éste prefería no pensar, y es que al ser más joven que sus tíos o que sus padres, más próxima a su edad y a su papel social, la personalidad y el comportamiento del muchacho se ponían menos barreras, llegando a un grado de confianza que finalmente se confundía con la incredulidad. Porque Reinhard se negaba a creer que alguien llegara a ocupar tanto sus pensamientos, porque Reinhard se negaba a que, con el paso del tiempo en la sonrisa burlona y el cuerpo perfecto de la chica, ese mismo alguien ocupara también sus pensamientos en situaciones íntimas, comprometidas, tabúes… Sobre todo si ese alguien era tu maldita prima pequeña.

Sabía que Marina no brillaría por su puntualidad, así que en lugar de esperarla, se había puesto a jugar al críquet, a liberarse antes de que hiciera acto de presencia para desfogarse previamente y estar mejor preparado frente a los nuevos encantos con los que le recordaba lo mucho que crecía día a día, la muy... En fin, que reunió a unos cuantos amigos (o lo más parecido a eso que tenía) para aprovechar la vasta vegetación que rodeaba su vivienda en una rápida partida y no contó con la llegada del público femenino, pero tampoco le puso reparos, por supuesto, quizá tendría suerte y aparte de estar en su salsa, conocería a alguna joven interesante. Y cuando vio que Marina hacía su entrada en un, falsamente contenido, ataque de celos, supo que había merecido la pena antes de torcer la boca con satisfacción y seguirla con la mirada mientras la euforia del deporte se mezclaba con otros sentimientos de tensión. Las gruñonas palabras de la joven inspiraron el bravo golpe que Reinhad fue capaz de darle a la pelota y a la vez que Marina se alejaba del lugar, agarró mejor el bate y corrió los metros que tenía que correr para conseguir varias carreras antes de que el equipo contrario recuperara la pelota. Derrapó a cosa hecha cuando faltaban apenas unas milésimas y toda su espalda se deslizó por el suelo hasta derrumbarse satisfecho justo en medio del camino de su prima.

Prefiero el público íntimo –respondió finalmente a la pregunta que ella le había hecho momentos antes, hablándole aún con la nuca sobre el césped y guiñándole un ojo desde ahí, mientras dejaba asomar un poco de su lengua por entre la sonrisa de sus labios-. Buenos días, prima, espero que vengas con hambre porque a mí se me acaba de abrir el apetito con tanto ejercicio…