AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Killing Dance {Privado}
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The Killing Dance {Privado}
Los placeres que encontraba bajo la vigía de la apabullante Luna no mantendrían a buen resguardo a sus demonios esa noche. El cazador ni siquiera intentó frenar sus ansias obligándose a entrar a la taberna donde sus compañeros de juerga le esperaban. Las apuestas y las mujeres podrían esperar un poco más. Él, en cambio, estaba harto de aguardar. Había obtenido – finalmente – la información que llevaba tres años buscando. Tuvieron que morir más de seis vampiros antes de que el último soltara la pieza clave del puzle. Tariq no era un cazador a tiempo completo, así que el número de demonios que había ‘ayudado’ a enviar al infierno era pobre en comparación al número que sus camaradas presentaban cuando se reunían esporádicamente para ¿intercambiar información? Jah. Ellos, al igual que su inocente esposa, ignoraban que solo eran utilizados. Nunca le había importado nadie, excepto sí mismo. El poder que quería llegar a ejercer serviría a que se descubriese – por fin – su verdadera naturaleza. Dejaría de pretender ser el amigo, el compañero, el esposo. Sería solo él y sus demonios. No quería ser temido por ser un cazador aunque, tenía que admitirlo, hacía un jodido buen trabajo capturándolos y torturándolos. La arrogancia que destilaba en cada uno de sus gestos y palabras, solo se envolvían como serpientes alrededor de sus demonios internos, haciéndole ver cuán macabro y violento podía llegar a ser. Hacía mucho que había aceptado que disfrutaba matar. Saberlo solo le hacía confirmar que su destino estaba en abrazar a la inmortalidad. No se obsesionaba con la idea de llevar el infierno hasta ellos si pronto formaría parte de su ejército pero, tanto como se lo decía, sabía que incluso él se mentía. No solo quería ser un vampiro, quería – iba – ser temido.
Su gabardina se ondeaba al compás de las ráfagas de aire que acompañaban cada uno de sus pasos. A simple vista, era uno más de los humanos que salían en busca de diversión. Las parejas salían tomadas del brazo tras una agradable función en el teatro. Podía escuchar cómo las ruedas pasaban sobre las pequeñas piedras. ¿Algún posible baile quizás? Una media sonrisa se abrió paso en su boca. Aunque en Transilvania acostumbraba a ir a los eventos sociales debido a la importancia del apellido Marquand, desde que había contraído matrimonio con Mina, había optado por dejar a un lado todas esas malditas festividades. Su esposa estaba de acuerdo aunque, por diferentes y obvias razones. La muerte de los mellizos – o de lo que ella creía eran los mellizos – la había devastado y sumido en una marchita soledad. A él nunca le importó. Se había atado a ella para tener acceso a las tierras que heredaría cuando su padre muriera, problema que resolvió fácilmente cuando mandó a asesinarlo. Nadie iba a decirle cómo manejar sus riquezas. Había sido un trato justo hasta que ella quedó embarazada y la familia creció. Ahora no tenían porqué preocuparse. Eran libres. Sabía que Mina se horrorizaría al saber lo que le llevaba esa noche - como muchas otras - a recorrer las calles parisinas. ¿Intentaría darle caza una vez que lo consiguiera? No si también la convertía. Una carcajada fría estalló de su pecho. Pronto se vio alejado del bullicio. Raras veces se dejaba llevar por el instinto. El eco de su carcajada dejaba una estela por las calles – ahora – solitarias. La ironía del asunto le excitaba condenadamente. Un grito provino de unas cuadras más adelante. ¿La suerte le sonreía? Había llegado el momento de descubrirlo.
Su gabardina se ondeaba al compás de las ráfagas de aire que acompañaban cada uno de sus pasos. A simple vista, era uno más de los humanos que salían en busca de diversión. Las parejas salían tomadas del brazo tras una agradable función en el teatro. Podía escuchar cómo las ruedas pasaban sobre las pequeñas piedras. ¿Algún posible baile quizás? Una media sonrisa se abrió paso en su boca. Aunque en Transilvania acostumbraba a ir a los eventos sociales debido a la importancia del apellido Marquand, desde que había contraído matrimonio con Mina, había optado por dejar a un lado todas esas malditas festividades. Su esposa estaba de acuerdo aunque, por diferentes y obvias razones. La muerte de los mellizos – o de lo que ella creía eran los mellizos – la había devastado y sumido en una marchita soledad. A él nunca le importó. Se había atado a ella para tener acceso a las tierras que heredaría cuando su padre muriera, problema que resolvió fácilmente cuando mandó a asesinarlo. Nadie iba a decirle cómo manejar sus riquezas. Había sido un trato justo hasta que ella quedó embarazada y la familia creció. Ahora no tenían porqué preocuparse. Eran libres. Sabía que Mina se horrorizaría al saber lo que le llevaba esa noche - como muchas otras - a recorrer las calles parisinas. ¿Intentaría darle caza una vez que lo consiguiera? No si también la convertía. Una carcajada fría estalló de su pecho. Pronto se vio alejado del bullicio. Raras veces se dejaba llevar por el instinto. El eco de su carcajada dejaba una estela por las calles – ahora – solitarias. La ironía del asunto le excitaba condenadamente. Un grito provino de unas cuadras más adelante. ¿La suerte le sonreía? Había llegado el momento de descubrirlo.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/12/2011
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Re: The Killing Dance {Privado}
Yo sabía quién era él, pero él no sabía exactamente quién era yo. No era únicamente porque el apellido Marquand era muy fácilmente investigable si se pertenecía al círculo social del que yo formaba parte, uno con recursos ilimitados para cualquier tipo de búsqueda, sino porque llevaba a mis espaldas más de un milenio de experiencia a la hora de ocultarme y sabía ser mucho más misteriosa que cualquier humano. Cuando, en un principio, me llegó la noticia de que alguien, un cazador concretamente, estaba investigándome admito que me asaltó primero la ira. ¿No había tenido ya suficientes encuentros con gente de su calaña en toda mi existencia que tenía que ir uno más a meterme en mis asuntos? No obstante, cuando la ira me condujo a investigar acerca de Tariq Marquand, fue sustituida rápidamente por la curiosidad, ya que no había escatimado en tiempo y fuentes de información para encontrarme, pese a que, de mí, solamente supiera unos pocos datos que no eran determinantes en absoluto y que me permitían tener una indiscutida ventaja sobre él. Comenzó entre nosotros una especie de competición invisible a sus ojos, pero visible a los míos, pues él no llegó a saber en ningún momento nada más de mí de lo que yo le permití que supiera, y por ende su interés crecía al mismo tiempo que lo hacía el mío, pues su perseverancia me sorprendía. Por descontado, sabía exactamente lo que buscaba, aunque más que una certeza era una sospecha, ya que en mi investigación enseguida habían salido a la luz irregularidades en su actividad de cazador, más sadismo del que ya era habitual en ellos y una cierta tendencia a sentirse atraído por los vampiros... Él quería convertirse, y por eso me buscaba como lo hacía.
Sólo por eso, no iba a matarlo por su audacia. ¿Cuántas veces se veían cazadores que quisieran transformarse en aquello a lo que mataban? Era todo un acontecimiento que no quería perderme, algo que pasaba una vez cada muchos años, y que en aquel momento parecía la situación perfecta para aliviar en parte el tedio de una noche llena de ocupaciones sociales necesarias por ser la reina de los Países Bajos. Mi posición, que en ciertas cosas me resultaba tan ventajosa, en aquel momento me perjudicaba más de lo que me beneficiaba, pues me había obligado a acudir a un aburrido y monótono baile que me había obligado, asimismo, a portar mis mejores galas: un suave vestido de seda verde con incrustaciones de diamantes y esmeraldas que me hacían brillar como la estrella más destacada del cielo. Me había soltado el pelo de tal manera que asemejaba un manto ondulado y castaño con reflejos cobrizos, como hacía ya un tiempo que lo portaba, y sólo la leve brisa de la noche lo hacía volar tras de mí a mi paso por las calles de París en dirección al corazón mugriento de la ciudad, donde se escondían los suburbios, y donde sabía que se escondería él... Tariq.
Llevaba semanas planeando un encuentro con él que pusiera fin al juego del gato y el ratón que compartíamos; llevaba días estudiando hasta el más mínimo detalle, y planeando al tiempo una estrategia que me permitiera acceder a él, y cuando la simpleza de un plan me golpeó la mente como una maza casi quise reír. ¿Cuál es la mejor manera de atraer a un hombre orgulloso, siendo una mujer? Dándole un motivo para que su orgullo se crezca, convirtiéndote en la víctima que él tiene que salvar. Mi atuendo, con el corsé que realzaba mis formas de una manera casi impúdica, era una tentación para todos aquellos mendigos del centro de la ciudad que matarían por un par de monedas para no verse obligados a pedir delante de Notre Dame, y mordieron el cebo enseguida, alimentados por la visión de una mujer joven y sola, aparentemente indefensa... Aparentemente. El olor de Tariq me llegó antes que su carcajada, y sólo entonces di comienzo al plan que llevaba tiempo maquinando y que, como cabía esperar, salió bien. ¿Cómo podía ser de otra manera, dada su simpleza? Yo fui la víctima; un mendigo que llevaba tiempo siguiéndome, armado con un cuchillo afilado y sucio, el agresor. Mi grito fue el cebo para un Tariq que apareció y al que, con mis dotes innatas de actriz de teatro, supliqué ayuda con voz entrecortada y tratando de escapar de un muerto de hambre que se convertiría en un daño colateral de aquel encuentro tan accidentado. Fue el cazador quien se encargó del mendigo, y yo fingía el terror y la fragilidad propios de mi sexo, que concluyeron cuando la vida de mi atacante tocó a su fin. Entonces fue cuando vino el momento de las sonrisas y los agradecimientos, y por eso me acerqué a Tariq con paso vacilante, explicable por los falsos temblores de mi cuerpo, e hice una reverencia ante él. Aquello sería tan divertido...
– Merci, monsieur... ¿Qué puedo hacer para agradeceros vuestra ayuda? – titubeé, con la mirada gacha y apariencia agradecida cuando, en realidad, era él quien tenía que estar agradeciéndome a mí que no lo hubiera matado por la osadía de investigarme.
Sólo por eso, no iba a matarlo por su audacia. ¿Cuántas veces se veían cazadores que quisieran transformarse en aquello a lo que mataban? Era todo un acontecimiento que no quería perderme, algo que pasaba una vez cada muchos años, y que en aquel momento parecía la situación perfecta para aliviar en parte el tedio de una noche llena de ocupaciones sociales necesarias por ser la reina de los Países Bajos. Mi posición, que en ciertas cosas me resultaba tan ventajosa, en aquel momento me perjudicaba más de lo que me beneficiaba, pues me había obligado a acudir a un aburrido y monótono baile que me había obligado, asimismo, a portar mis mejores galas: un suave vestido de seda verde con incrustaciones de diamantes y esmeraldas que me hacían brillar como la estrella más destacada del cielo. Me había soltado el pelo de tal manera que asemejaba un manto ondulado y castaño con reflejos cobrizos, como hacía ya un tiempo que lo portaba, y sólo la leve brisa de la noche lo hacía volar tras de mí a mi paso por las calles de París en dirección al corazón mugriento de la ciudad, donde se escondían los suburbios, y donde sabía que se escondería él... Tariq.
Llevaba semanas planeando un encuentro con él que pusiera fin al juego del gato y el ratón que compartíamos; llevaba días estudiando hasta el más mínimo detalle, y planeando al tiempo una estrategia que me permitiera acceder a él, y cuando la simpleza de un plan me golpeó la mente como una maza casi quise reír. ¿Cuál es la mejor manera de atraer a un hombre orgulloso, siendo una mujer? Dándole un motivo para que su orgullo se crezca, convirtiéndote en la víctima que él tiene que salvar. Mi atuendo, con el corsé que realzaba mis formas de una manera casi impúdica, era una tentación para todos aquellos mendigos del centro de la ciudad que matarían por un par de monedas para no verse obligados a pedir delante de Notre Dame, y mordieron el cebo enseguida, alimentados por la visión de una mujer joven y sola, aparentemente indefensa... Aparentemente. El olor de Tariq me llegó antes que su carcajada, y sólo entonces di comienzo al plan que llevaba tiempo maquinando y que, como cabía esperar, salió bien. ¿Cómo podía ser de otra manera, dada su simpleza? Yo fui la víctima; un mendigo que llevaba tiempo siguiéndome, armado con un cuchillo afilado y sucio, el agresor. Mi grito fue el cebo para un Tariq que apareció y al que, con mis dotes innatas de actriz de teatro, supliqué ayuda con voz entrecortada y tratando de escapar de un muerto de hambre que se convertiría en un daño colateral de aquel encuentro tan accidentado. Fue el cazador quien se encargó del mendigo, y yo fingía el terror y la fragilidad propios de mi sexo, que concluyeron cuando la vida de mi atacante tocó a su fin. Entonces fue cuando vino el momento de las sonrisas y los agradecimientos, y por eso me acerqué a Tariq con paso vacilante, explicable por los falsos temblores de mi cuerpo, e hice una reverencia ante él. Aquello sería tan divertido...
– Merci, monsieur... ¿Qué puedo hacer para agradeceros vuestra ayuda? – titubeé, con la mirada gacha y apariencia agradecida cuando, en realidad, era él quien tenía que estar agradeciéndome a mí que no lo hubiera matado por la osadía de investigarme.
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Re: The Killing Dance {Privado}
Una sonrisa petulante y cínica curvó lentamente su boca mientras su mirada devoraba el cuerpo de la dama. No le había rescatado por las razones que ella creía. Al cazador poco le importaba su destino. Tampoco habían sido sus súplicas las que le llevaran a tomar la vida del mendigo. No. Tariq no se había conmovido. Él carecía de la capacidad para sentir. Por supuesto, ninguno de sus conocidos lo había advertido. Era demasiado pagado de sí mismo como para no reconocer que era un bastardo que sabía interpretar cualquier maldito papel. Había recurrido a tácticas como esas para hacer sentir confiadas a sus presas. La dama que le agradecía era una más que sumaría a su lista. La última que había aceptado su compañía, temerosa de encontrarse con más problemas en su travesía, había terminado como alimento para los animales salvajes que se sentían atraídos por el olor de la sangre. Ella había sido atractiva, pero no de la forma en que lo era su nueva acompañante. La dama en cuestión derrochaba elegancia y opulencia. Había echado más que un vistazo a ese cuerpo como para reconocerlo. Un hombre atractivo como él, que había tenido a cualquier mujer que quiso – quitado y desgarrado cientos de vestidos – sabía predecir cuándo el infierno se congelaría de envidia. Los ejércitos de demonios no obtendrían nada de la dama hasta que él se cansara. Una vez, hacía solo un par de meses, había arrastrado a una virgen hasta una cabaña que había adquirido para ese tipo de propósitos. No le había dado la muerte que tanto había implorado hasta que se sintió saciado. No había sido solo su cuerpo, algo en ella le había exigido que la redujera a solo piezas. Era una lástima que aún tuviese que valerse de armas. Se excitaba a sobremanera cuando eran solo sus manos las que causaban tanto daño. Había llegado a tal punto que las hojas filosas solo servían para seccionar. Él se encargaba de lo demás. ¡Por eso mataba a los vampiros que se cruzaban en su camino! Cegado por la envidia y atraído por el poder de hacerlos perder la cordura, Tariq se entretenía.
¿Qué llevaba a una dama a recorrer las calles parisinas sin ninguna compañía? Él raras veces se cuestionaba. Había aprendido a ignorar al sentido de la razón cuando los demonios alzaban la voz. Pero era la forma en que la dama vestía… provocaba el eco de una cuestión olvidada hacía un tiempo por sus fechorías. La ciudad estaba infestada de seres sobrenaturales. Las personas que su esposa frecuentaba en aquélla estúpida sociedad integrada por cazadores ajenos a la Santa Inquisición, le habían brindado información sin saberlo. Algunas familias se limitaban a mantenerse prisioneros bajo techo, confiando en que esos muros serían suficiente para mantener al mal lejos. Tariq esperaba por la noche en que les mostraría que nada de lo que hicieran significaría un problema. ¡Maldición! Tenía que encontrar a esa vampiresa, no perder el tiempo ‘rescatando damiselas’. Su sonrisa se ensanchó ante el juego de palabras. Ella habría estado en mejor resguardo junto al cuerpo inerte en el suelo. Él simplemente no podía dejar que escapara. Era demasiado atractiva como para negarse el placer de poseerla. Levantó con gesto perezoso la mano que aún sostenía la daga ensangrentada. El índice de su mano libre pronto se dedicó a limpiar la hoja. Cuando llegó al final y no hubo más que una simple mancha carmín, llevó el dedo hasta su boca. El sabor metálico de la sangre le resultaba como el mejor de los vinos. ¿Cuán mejor saldría la sangre de ella? No podía esperar por conseguir aquélla respuesta. – Su nombre y su compañía serán suficientes, dragă. Su acento rumano estaba fuertemente marcado en sus palabras. Tariq no siempre solicitaba el nombre de sus víctimas. Poco les interesaba de ellas. Esta vez lo quería. Haría cuanto estuviera a su alcance para hacer de su noche una memorable.
¿Qué llevaba a una dama a recorrer las calles parisinas sin ninguna compañía? Él raras veces se cuestionaba. Había aprendido a ignorar al sentido de la razón cuando los demonios alzaban la voz. Pero era la forma en que la dama vestía… provocaba el eco de una cuestión olvidada hacía un tiempo por sus fechorías. La ciudad estaba infestada de seres sobrenaturales. Las personas que su esposa frecuentaba en aquélla estúpida sociedad integrada por cazadores ajenos a la Santa Inquisición, le habían brindado información sin saberlo. Algunas familias se limitaban a mantenerse prisioneros bajo techo, confiando en que esos muros serían suficiente para mantener al mal lejos. Tariq esperaba por la noche en que les mostraría que nada de lo que hicieran significaría un problema. ¡Maldición! Tenía que encontrar a esa vampiresa, no perder el tiempo ‘rescatando damiselas’. Su sonrisa se ensanchó ante el juego de palabras. Ella habría estado en mejor resguardo junto al cuerpo inerte en el suelo. Él simplemente no podía dejar que escapara. Era demasiado atractiva como para negarse el placer de poseerla. Levantó con gesto perezoso la mano que aún sostenía la daga ensangrentada. El índice de su mano libre pronto se dedicó a limpiar la hoja. Cuando llegó al final y no hubo más que una simple mancha carmín, llevó el dedo hasta su boca. El sabor metálico de la sangre le resultaba como el mejor de los vinos. ¿Cuán mejor saldría la sangre de ella? No podía esperar por conseguir aquélla respuesta. – Su nombre y su compañía serán suficientes, dragă. Su acento rumano estaba fuertemente marcado en sus palabras. Tariq no siempre solicitaba el nombre de sus víctimas. Poco les interesaba de ellas. Esta vez lo quería. Haría cuanto estuviera a su alcance para hacer de su noche una memorable.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: The Killing Dance {Privado}
Al final, la vida se reducía a puro teatro, a una infinita representación en la que todos cumplen un papel determinado al interactuar con los demás para conseguir unos determinados objetivos, y eso sumaba una interesante cantidad de ironía a lo que yo planeaba hacer con Tariq, puesto que ¿no iba a llevar hasta el extremo la habitual alegoría de la vida teatral al fingir que era débil cuando, si quería, podía partirle el cuello más rápidamente que él suplicando que no lo hiciera? Ese era mi objetivo, en realidad, puesto que de una frágil criatura que no podía valerse por sí misma no sospecharía que era el objeto de la búsqueda que lo había tenido en vela tanto tiempo. ¡Qué deliciosa ironía era aquella! En vez de encontrar lo que estaba buscando, con quien quería dar lo había localizado a él antes, y en vez de ser el dueño de la situación no era sino un títere al que yo manejaría como quería, ya que era mi mente la que tenía las riendas de la situación desde que había decidido que anoche terminaría nuestra mutua cacería, con un final u otro según se dieran las circunstancias. Para ello, lo único que tenía que hacer era cumplir con mi papel, pese a que mi innata curiosidad quisiera abrirse camino por la máscara finamente labrada y configurada que portaba aquella noche para enseñarle quién era yo y, así, poder ver cuál sería su reacción. ¿Se sentiría engañado porque su presa era más inteligente que lo que habitualmente cazaba o, por el contrario, se sentiría halagado por ansiar el vampirismo de una criatura tan retorcida que había sido capaz de encontrarlo antes de que él lo hiciera? No lo sabía, porque no lo conocía lo suficiente, y a decir verdad anhelaba hacerlo... mas aún era pronto. Demasiado pronto, y bien sabía que no era adecuado acelerar las cosas si quería que resultaran de la mejor manera posible, por lo que continuaría dándole lo que quería ver.
– Mi nombre es Christinne, monsieur. – me presenté, agachando la cabeza en una formal reverencia y mordiéndome el labio inferior, todo para que no viera la fugaz muestra de diversión que quería abrirse paso en mis labios. Un nombre falso como lo era aquel, aunque el mío propio también lo era ya que Amanda Smith no era como se me había conocido cuando era humana, era perfecto. Combinaba sin dar lugar a estridencias con mi acento francés perfectamente trabajado durante los años que llevaba habitando en Francia, parecía simplemente el de una joven de noble cuna que se había adentrado por las calles equivocadas y, desde luego, parecía también el de una simple humana. Si tan sólo pudiera ruborizarme... Entonces la ilusión sí que estaría completa, y la analogía con una joven virginal y pura sería total, pero mi naturaleza impedía que lo hiciera porque, en fin, no era humana por mucho que a veces pudiera parecerlo, y esa clase de superficialidades estaban fuera de mi alcance, como también lo estaba resistir al olor de la sangre... Parecía casi como si él hubiera derrochado tanta sensualidad con su gesto a propósito, y por eso me había fijado con mayor atención en que en el interior de su boca aún había unas gotas carmesíes que quería probar, mas debía convencerme de que no sería lo más adecuado, al menos no aún, puesto que sería admitir abiertamente que era una actriz que estaba jugando con él y, con ello, aniquilaría la diversión como él había hecho con el pobre diablo que se había interpuesto como un daño colateral entre nosotros.
– Habéis dicho... ¿dragă? No conozco el término, monsieur, lo siento. ¿Sería una osadía por mi parte preguntaros por vuestro nombre y vuestra procedencia? Parece evidente que no sois parisino, y para alguien que nunca ha salido de esta ciudad encontrarse con vos, que parecéis extranjero, es una oportunidad increíble que... Oh, lo lamento. He asumido que os conozco, a vos y a vuestras circunstancias, cuando no es así. Os ruego que disculpéis mi presunción, nunca he estado a solas con un hombre sin la presencia de una carabina y esto es totalmente nuevo para mí. – concluí, mirándolo con una ingenuidad que no podía ser sino genuina, de tan bien que estaba fingiéndola, y que me hacía aparentar ser aún más débil de lo que quería, puesto que no habían faltado titubeos en mi excesivamente largo discurso, propio de una niña confundida. Resultaba tan divertido aprovecharme del punto débil de mis víctimas masculinas, aunque él no lo fuera exactamente... Era una de las ventajas de ser una vampiresa, una depredadora nata con siglos de experiencia a sus espaldas y una curiosidad lo suficientemente desarrollada para darle una oportunidad a alguien que, con otro vampiro, no la tendría.
– Mi nombre es Christinne, monsieur. – me presenté, agachando la cabeza en una formal reverencia y mordiéndome el labio inferior, todo para que no viera la fugaz muestra de diversión que quería abrirse paso en mis labios. Un nombre falso como lo era aquel, aunque el mío propio también lo era ya que Amanda Smith no era como se me había conocido cuando era humana, era perfecto. Combinaba sin dar lugar a estridencias con mi acento francés perfectamente trabajado durante los años que llevaba habitando en Francia, parecía simplemente el de una joven de noble cuna que se había adentrado por las calles equivocadas y, desde luego, parecía también el de una simple humana. Si tan sólo pudiera ruborizarme... Entonces la ilusión sí que estaría completa, y la analogía con una joven virginal y pura sería total, pero mi naturaleza impedía que lo hiciera porque, en fin, no era humana por mucho que a veces pudiera parecerlo, y esa clase de superficialidades estaban fuera de mi alcance, como también lo estaba resistir al olor de la sangre... Parecía casi como si él hubiera derrochado tanta sensualidad con su gesto a propósito, y por eso me había fijado con mayor atención en que en el interior de su boca aún había unas gotas carmesíes que quería probar, mas debía convencerme de que no sería lo más adecuado, al menos no aún, puesto que sería admitir abiertamente que era una actriz que estaba jugando con él y, con ello, aniquilaría la diversión como él había hecho con el pobre diablo que se había interpuesto como un daño colateral entre nosotros.
– Habéis dicho... ¿dragă? No conozco el término, monsieur, lo siento. ¿Sería una osadía por mi parte preguntaros por vuestro nombre y vuestra procedencia? Parece evidente que no sois parisino, y para alguien que nunca ha salido de esta ciudad encontrarse con vos, que parecéis extranjero, es una oportunidad increíble que... Oh, lo lamento. He asumido que os conozco, a vos y a vuestras circunstancias, cuando no es así. Os ruego que disculpéis mi presunción, nunca he estado a solas con un hombre sin la presencia de una carabina y esto es totalmente nuevo para mí. – concluí, mirándolo con una ingenuidad que no podía ser sino genuina, de tan bien que estaba fingiéndola, y que me hacía aparentar ser aún más débil de lo que quería, puesto que no habían faltado titubeos en mi excesivamente largo discurso, propio de una niña confundida. Resultaba tan divertido aprovecharme del punto débil de mis víctimas masculinas, aunque él no lo fuera exactamente... Era una de las ventajas de ser una vampiresa, una depredadora nata con siglos de experiencia a sus espaldas y una curiosidad lo suficientemente desarrollada para darle una oportunidad a alguien que, con otro vampiro, no la tendría.
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Re: The Killing Dance {Privado}
La impaciencia del cazador punzó una, dos veces, advirtiendo que se diera prisa. No había sentido ese maldito impulso desde la primera noche que permitió a sus demonios jugar sin limitaciones. Aquélla ocasión había estado como un demente, pensando en todas las cosas que haría antes de sucumbir al placer que prometía la muerte. Sin poder aplacar la euforia, había terminado demasiado rápido. Había maldecido y jodido con su víctima, producto de la ira que amenazaba con devorarlo, ¡al ver a su muñeca hecha pedazos! Le había echado la culpa a ella por no soportar sus arrebatos. Christinne despertaba esa oscuridad, ya se encargaría él de que también la alimentara y, finalmente, la apaciguara. Siempre podría mantenerla prisionera hasta que eso sucediera si al concluir la noche no calmaba a la bestia. No iba a refrenarse. Ni siquiera iba a intentarlo. Si iba sacrificar el tiempo que podía haber utilizado para dar con la vampiresa, tenía que hacer que valiera la pena. Además, era bien sabido por sus compañeros de juerga, que no se detenía a hablar con hembras sino tenía intención de llevárselas a la cama – o como hacía últimamente, asesinarlas. En lo que a él concernía, éstas servían especialmente para lo primero. Cualquier otro podría decir que para llevar a su heredero en el vientre. El cazador no. Había estado en ese barco antes y por suerte, se había visto obligado a abandonarlo. La ingenuidad de su nueva compañera le atraía de la misma forma en que le repelía. Tariq era amante de la fuerza. Ella le invitaba a usarla en su contra. En cierta forma le molestaba que no pudiese representar ni una batalla. ¿Terminaría llorando cuando dejara atrás la máscara o trataría de encontrar el inexistente camino hacia su compasión? Bien, pronto lo sabría. No guardó la daga, como si el arma pudiese recordarle a ella, que él también era un extraño. Sin saberlo, Christinne estaba acariciando a la serpiente que no hacía más que esperar el momento para lanzar su veneno.
- ¿Osadía, mademoiselle? La situación amerita que crucemos todas las líneas. Estamos, después de todo, – enarcó una ceja en dirección al cuerpo tirado en el suelo – en la escena de un crimen. Ahí estaba esa sonrisa masculina que le había hecho ganarse fama entre las damas de la sociedad. Las amantes de Tariq estaban conformadas, en su mayoría, por mujeres casadas. Ellas sabían como comportarse salvaje y apasionadamente. Mina había sido una de las pocas hembras que desvirgara. Reconocía que había algo en su interior que se enorgullecía de ser el único que hubiese tocado a su esposa. Nadie le vería desnuda. Le gustase o no, era suya para hacer lo que quisiera, como una más de sus propiedades. El recordatorio de que estaban solos en la cadencia de su voz, redobló su convicción. Christinne estaba ofreciéndosele en bandeja de plata. Si tan solo supiera que era parte del banquete. – No os disculpéis. Disfruto viéndole atar cabos. Finalmente, guardó el arma. El único peligro inminente era él. – Además, no os equivocáis. Llevo solo unos años haciendo de su ciudad mi hogar. Soy originario de Rumanía. La famosa cuna de los vampiros. Había agregado aquello último para ver la reacción de su compañera. O era buena actriz o no sabía nada acerca de la existencia de esos seres. Los tres años que llevaba establecido en Francia le había llevado a corroborar que estaba infestada por toda clase de inmortales. Pronto, él también sería uno de ellos. – Llámeme Tariq, dragă. A propósito, había pasado por alto decirle el significado de aquélla palabra. La voz del cazador pronto se volvió urgente. – Debemos darnos prisa, Christinne. No querría ver mi reputación manchada por la muerte de un mendigo. Mi cabaña está cerca. Se detuvo abruptamente, como si acabara de recordar que su invitación podría resultarle una ofensa. - ¿Le importaría unirse a mí esta noche? Siempre puedo escoltarla hasta la seguridad de su hogar si le resulta incómodo. Se la estaba jugando, pero había una ventaja en conocer el resultado.
- ¿Osadía, mademoiselle? La situación amerita que crucemos todas las líneas. Estamos, después de todo, – enarcó una ceja en dirección al cuerpo tirado en el suelo – en la escena de un crimen. Ahí estaba esa sonrisa masculina que le había hecho ganarse fama entre las damas de la sociedad. Las amantes de Tariq estaban conformadas, en su mayoría, por mujeres casadas. Ellas sabían como comportarse salvaje y apasionadamente. Mina había sido una de las pocas hembras que desvirgara. Reconocía que había algo en su interior que se enorgullecía de ser el único que hubiese tocado a su esposa. Nadie le vería desnuda. Le gustase o no, era suya para hacer lo que quisiera, como una más de sus propiedades. El recordatorio de que estaban solos en la cadencia de su voz, redobló su convicción. Christinne estaba ofreciéndosele en bandeja de plata. Si tan solo supiera que era parte del banquete. – No os disculpéis. Disfruto viéndole atar cabos. Finalmente, guardó el arma. El único peligro inminente era él. – Además, no os equivocáis. Llevo solo unos años haciendo de su ciudad mi hogar. Soy originario de Rumanía. La famosa cuna de los vampiros. Había agregado aquello último para ver la reacción de su compañera. O era buena actriz o no sabía nada acerca de la existencia de esos seres. Los tres años que llevaba establecido en Francia le había llevado a corroborar que estaba infestada por toda clase de inmortales. Pronto, él también sería uno de ellos. – Llámeme Tariq, dragă. A propósito, había pasado por alto decirle el significado de aquélla palabra. La voz del cazador pronto se volvió urgente. – Debemos darnos prisa, Christinne. No querría ver mi reputación manchada por la muerte de un mendigo. Mi cabaña está cerca. Se detuvo abruptamente, como si acabara de recordar que su invitación podría resultarle una ofensa. - ¿Le importaría unirse a mí esta noche? Siempre puedo escoltarla hasta la seguridad de su hogar si le resulta incómodo. Se la estaba jugando, pero había una ventaja en conocer el resultado.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: The Killing Dance {Privado}
Era la promesa de algo prohibido y sublime, delirante, lo que hacía atractivo a Tariq ante mis ojos, incluso aunque supiera quién era y de lo que era capaz, ya que eso en vez de reducir su interés por iluminar la oscuridad que lo envolvía lo dotaba de una entidad particular, de la certeza de que no conocía límites. Al final, era precisamente el magnetismo del peligro lo que sustituía a su aura de misterio, así que no era siquiera necesario desconocer su identidad para sentir un fuerte tirón que te hiciera querer acercarte a él, ya que de una manera o de otra no querías renunciar a su proximidad. Curioso efecto, para un humano, pero sobre todo era curiosa la fuerza con la que parecía aferrarme para no ser capaz de huir de él. Podía convencerme a mí misma todo lo que quisiera de que aquello era un acto para examinarlo, e incluso podía convencerme de actuar como si lo fuera, con una identidad falsa que iba acompañada de una actitud no menos fingida, pero yo estaba tan atrapada por su embrujo como lo estaba él por mi mentira, y eso nos acercaba increíblemente, seguramente más de lo que él sospechaba. Una vez, no obstante, se había puesto en marcha toda la maquinaria, daban igual los motivos que hubieran llevado a accionar el mecanismo; lo que importaba era únicamente que el espectáculo continuara, y por eso mismo me aferré a mi máscara de Christinne con fuerza, convenciéndome así para no abandonar tan pronto el juego, no sin haberlo llevado hasta el límite... no sin haber ganado la partida.
– Oh, monsieur... Por un momento había olvidado el terrible crimen que aquí ha tenido lugar. – musité, y llevé mis manos a mis labios con expresión de horror pudoroso, lo que correspondía a la dulce doncella que representaba una auténtica depredadora vestida con la piel de una mansa oveja. Ni siquiera había tenido que hacer un alarde extremado de medios para llevarlo a mi terreno, uno que él pensaba que era el suyo; a decir verdad, su orgullo masculino había tomado las riendas y eso, junto a la facilidad de saberse dueño de una presa fácil, lo llevaba a conducir la situación exactamente en la dirección que yo quería. Tuve que contenerme para no sonreír, pese a que mis manos aún cubrieran mi rostro, ya que eso podía empañar la mirada que aún mantenía en él, de ojos más verdes que azules y llena de respeto y horror.
– No quiero poneros en esa situación, desde luego. Creo que vuestra cabaña es el lugar más adecuado para acudir esta noche; no puedo permitir, Tariq, que se os enlace con un crimen que sólo ha tenido lugar para proteger mi integridad. – añadí, con cierta fortaleza que aún luchaba con los retazos de pudor que mi voz, al igual que mi expresión, mostraba, ya sin mis manos tapando mis labios y ocultando ese matiz tan sumamente importante en el rumbo de la conversación. – Por favor, llevadme a vuestra cabaña con vos. Así podréis protegerme de las amenazas de la noche parisina, incluso de los vampiros... – concluí, y dejé que mi cuerpo se estremeciera en un bien conseguido escalofrío que no trascendió en mi piel nívea, como no podría ser de otra manera.
La distancia que imponía la educación, la misma que impedía que tocara directamente a mi acompañante mientras siguiera pretendiendo que era la inocente y miedosa Christinne, era mi salvaguarda en aquellos momentos, lo que lo separaba de notar mi piel fría como el hielo y la incapacidad de sentir escalofríos auténticos que me separaban de una humana debajo de cuya piel aún fluía la sangre caliente y, en definitiva, mortal que los caracteriza. En nuestras posiciones obligadas, con más espacio de por medio del que, por motivos antagónicamente distintos, los dos deseábamos, bastó una última mirada para que me condujera por las calles de París hacia su cabaña, una ruta de la que estaba tomando nota mentalmente porque nunca sabría cuándo podría serme útil, sobre todo si quería probar hasta qué punto era osado o brillante al desear encontrarme para sus fines, de los que no podía estar totalmente segura pese a que tuviera una fuerte intuición al respecto. Por eso, pese a que mis pensamientos bulleran con intensidad, mi mirada era presa de las emociones fingidas y no de las reales, y no hablaba más de lo necesario, puesto que me limitaba a seguirlo y, de vez en cuando, a mirar detrás de mí por si nos perseguía alguien... como haría la muchacha a la que fingía parecerme si es que existiera y no fuera un cebo para que él cayera en mi trampa, aunque eso supusiera caer yo con él.
– Oh, monsieur... Por un momento había olvidado el terrible crimen que aquí ha tenido lugar. – musité, y llevé mis manos a mis labios con expresión de horror pudoroso, lo que correspondía a la dulce doncella que representaba una auténtica depredadora vestida con la piel de una mansa oveja. Ni siquiera había tenido que hacer un alarde extremado de medios para llevarlo a mi terreno, uno que él pensaba que era el suyo; a decir verdad, su orgullo masculino había tomado las riendas y eso, junto a la facilidad de saberse dueño de una presa fácil, lo llevaba a conducir la situación exactamente en la dirección que yo quería. Tuve que contenerme para no sonreír, pese a que mis manos aún cubrieran mi rostro, ya que eso podía empañar la mirada que aún mantenía en él, de ojos más verdes que azules y llena de respeto y horror.
– No quiero poneros en esa situación, desde luego. Creo que vuestra cabaña es el lugar más adecuado para acudir esta noche; no puedo permitir, Tariq, que se os enlace con un crimen que sólo ha tenido lugar para proteger mi integridad. – añadí, con cierta fortaleza que aún luchaba con los retazos de pudor que mi voz, al igual que mi expresión, mostraba, ya sin mis manos tapando mis labios y ocultando ese matiz tan sumamente importante en el rumbo de la conversación. – Por favor, llevadme a vuestra cabaña con vos. Así podréis protegerme de las amenazas de la noche parisina, incluso de los vampiros... – concluí, y dejé que mi cuerpo se estremeciera en un bien conseguido escalofrío que no trascendió en mi piel nívea, como no podría ser de otra manera.
La distancia que imponía la educación, la misma que impedía que tocara directamente a mi acompañante mientras siguiera pretendiendo que era la inocente y miedosa Christinne, era mi salvaguarda en aquellos momentos, lo que lo separaba de notar mi piel fría como el hielo y la incapacidad de sentir escalofríos auténticos que me separaban de una humana debajo de cuya piel aún fluía la sangre caliente y, en definitiva, mortal que los caracteriza. En nuestras posiciones obligadas, con más espacio de por medio del que, por motivos antagónicamente distintos, los dos deseábamos, bastó una última mirada para que me condujera por las calles de París hacia su cabaña, una ruta de la que estaba tomando nota mentalmente porque nunca sabría cuándo podría serme útil, sobre todo si quería probar hasta qué punto era osado o brillante al desear encontrarme para sus fines, de los que no podía estar totalmente segura pese a que tuviera una fuerte intuición al respecto. Por eso, pese a que mis pensamientos bulleran con intensidad, mi mirada era presa de las emociones fingidas y no de las reales, y no hablaba más de lo necesario, puesto que me limitaba a seguirlo y, de vez en cuando, a mirar detrás de mí por si nos perseguía alguien... como haría la muchacha a la que fingía parecerme si es que existiera y no fuera un cebo para que él cayera en mi trampa, aunque eso supusiera caer yo con él.
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Re: The Killing Dance {Privado}
El cazador estaba teniendo un serio problema con sus demonios. ¡No podía apaciguarlos! Sangrientas y fúnebres escenas – de sus víctimas humanas – se reprodujeron una y otra vez en su mente. Silenciosas súplicas se unen para entonar la perfecta sinfonía. Cuerpos mancillados por sus continuos ataques de furia con rostros tristes y demacrados buceaban para salir a la superficie en sus recuerdos y encontrar algo, cualquier cosa, quizás remordimiento por el final que encontraron en sus brazos. No existe tal sentimiento. A Tariq le excita más un grito de dolor que un gemido de placer. Saber que cada paso que da en dirección a la cabaña le acerca a satisfacer su libido con la mujer que le acompaña, le convierte en un hombre violento y peligroso. Se pregunta ausentemente cuánto tiempo necesitará para marchitar su majestuosa belleza. Christinne despierta en él, el primitivo deseo de poseer. Está complacido con el desarrollo de los acontecimientos. Ha pasado de seguir con su infructuosa búsqueda de la inmortalidad – al menos por esa noche - , para copular con esa delgada línea entre la vida y la muerte a través de ella. Una lenta sonrisa tira de sus comisuras. Los gigantescos árboles hacen de centinela para la solitaria cabaña que esconde oscuros secretos en su interior. El bosque es un lugar peligroso. Los mortales que se adentran hasta sus entrañas, raramente escapan de las garras de los inmortales. Si bien lleva pocos años fingiendo cazar por honor a los Marquand, ha sido el tiempo suficiente para estudiarlos. No es luna llena, así que los licántropos están descartados. Los vampiros – sin embargo – están en algún sitio, disfrutando de lo que a él se la ha estado negando. Deja escapar un gruñido exasperado. Las ráfagas de aire hacen crepitar las hojas secas. No puede advertir si están siendo observados. No es que le importe. Si se encuentran – como él – en un sitio como ese a altas horas de la noche, seguramente es con siniestras intenciones. Se detiene en el umbral de la cabaña el tiempo suficiente para abrir la puerta. – Bienvenida seas, Christinne. El tono de su voz sonaba demasiado pagado de sí. Realmente, ¿qué se podía esperar de un hombre que se sabe inteligente y atractivo?
Como había hecho incontables veces desde que se encontraron, su mirada barrió por completo sobre su cuerpo. Ese vestido iba a desaparecer en la primera oportunidad. Lo que en su idioma significaba ‘muy pronto’. Las mujeres como ella eran fáciles de someter. Una mentira bien labrada y seguían obedientemente las instrucciones de su verdugo. Descaradamente, se pasó la mano sobre su mentón. No era de extrañar. Realmente le gustaba lo que miraba. Cerró y aseguró la puerta tras ellos. Estaba muy oscuro en su interior, pero debido a que pasaba más tiempo en la cabaña que en casa, conocía cada recóndito a la perfección. Se acercó hasta la mesa para encender las velas que estaban cerca de consumirse por completo. Había olvidado llevar unas nuevas debido a que no había sido su intención llevar otra víctima en los próximos días. La vela cobró vida. Una tenue luz iluminó el interior de la cabaña. No había mucho por destacar. Dos sillas estaban tiradas sobre el piso, ¡su última víctima había intentado inútilmente escapar! Había pedazos de tela del último vestido que había arrancado. Aún podía ver la sangre ensuciando las mantas. Los vestigios de la muerte de la joven cortesana estaban por todos lados. Tariq no se molesta en limpiar más allá de deshacerse del cuerpo. Solo el capricho, esa maldita obsesión porque encuentra a sus víctimas demasiado apetitosas, es la razón por las que algunas terminen bajo su techo. Christinne es una de las afortunadas. – Tendrás que disculpar el desorden. Ahí estaba esa sonrisa arrogante de nuevo. El tono burlesco era apenas modulado en su voz. Cuando giró sobre sus talones para enfrentar a su acompañante, la sonrisa había desaparecido de su rostro. Tomó una de las dos dagas extra que estaban sobre la mesa. Dio uno, dos pasos en su dirección. – Espero que nadie vaya a extrañarte, dragă. Esperó por ese momento de satisfacción. No había nada como la expectación de la víctima. Ese interludio en que imaginaban cientos de posibilidades, cuando solo existía una salida: la que él conocía.
Como había hecho incontables veces desde que se encontraron, su mirada barrió por completo sobre su cuerpo. Ese vestido iba a desaparecer en la primera oportunidad. Lo que en su idioma significaba ‘muy pronto’. Las mujeres como ella eran fáciles de someter. Una mentira bien labrada y seguían obedientemente las instrucciones de su verdugo. Descaradamente, se pasó la mano sobre su mentón. No era de extrañar. Realmente le gustaba lo que miraba. Cerró y aseguró la puerta tras ellos. Estaba muy oscuro en su interior, pero debido a que pasaba más tiempo en la cabaña que en casa, conocía cada recóndito a la perfección. Se acercó hasta la mesa para encender las velas que estaban cerca de consumirse por completo. Había olvidado llevar unas nuevas debido a que no había sido su intención llevar otra víctima en los próximos días. La vela cobró vida. Una tenue luz iluminó el interior de la cabaña. No había mucho por destacar. Dos sillas estaban tiradas sobre el piso, ¡su última víctima había intentado inútilmente escapar! Había pedazos de tela del último vestido que había arrancado. Aún podía ver la sangre ensuciando las mantas. Los vestigios de la muerte de la joven cortesana estaban por todos lados. Tariq no se molesta en limpiar más allá de deshacerse del cuerpo. Solo el capricho, esa maldita obsesión porque encuentra a sus víctimas demasiado apetitosas, es la razón por las que algunas terminen bajo su techo. Christinne es una de las afortunadas. – Tendrás que disculpar el desorden. Ahí estaba esa sonrisa arrogante de nuevo. El tono burlesco era apenas modulado en su voz. Cuando giró sobre sus talones para enfrentar a su acompañante, la sonrisa había desaparecido de su rostro. Tomó una de las dos dagas extra que estaban sobre la mesa. Dio uno, dos pasos en su dirección. – Espero que nadie vaya a extrañarte, dragă. Esperó por ese momento de satisfacción. No había nada como la expectación de la víctima. Ese interludio en que imaginaban cientos de posibilidades, cuando solo existía una salida: la que él conocía.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: The Killing Dance {Privado}
La atmósfera entre nosotros cambió sutilmente en el momento en que nos habíamos adentrado en las profundidades de su cabaña, ocultos de la mirada de cualquiera que pudiera ser un testigo y que coartara siquiera un ápice su aparentemente indiscutido poderío sobre la débil, frágil, tímida y demasiado humana Christinne. Era un matiz demasiado sutil para cualquiera que no prestara demasiada atención, un cambio que probablemente de no haber hecho público sus palabras habría pasado desapercibido, pero que yo, tan cazadora como lo era él aunque no nos dedicáramos a ejecutar el mismo tipo de presas ni por los mismos motivos, era capaz de notar a la perfección por un motivo muy sencillo: había, por fin, adoptado su papel de verdugo. Lo que hasta entonces había sido una insinuación, velada en cierto modo bajo un aparejo de sensualidad arrolladora y de misterio descarado, se había convertido en una certeza tan clara como las diferencias entre nosotros lo eran. Era el final del ciclo, lo había expresado a la perfección con esa palabra que constantemente me dedicaba, dragă, y también suponía el final de la actuación, cuando el telón bajaría por completo y sumiría el escenario en la oscuridad, si bien eso lo único que indicaba era que terminaba la representación oficial y comenzaba la no oficial...
No iba a dejar de divertirme por mucho que abandonara la máscara de Christinne, sencillamente no estaba en mi naturaleza ceder al tedio y, mucho menos, dar a un cazador un segundo de ventaja más que el necesario, y no podía olvidar que, pese a todo, él estaba instruido en cazar seres como lo era yo, o como ocultaba yo que lo era. La transformación de Christinne a Amanda fue sutil, pero rápida. En un momento la expresividad inocente y dulce de mi rostro dio paso a una sonrisa taimada y a una mirada de ojos entornados, cautelosos. No era en absoluto una presa, ni tampoco alguien que él pudiera cazar o someter como parecía ser su deseo; era yo, a fin de cuentas, su objetivo último, el motivo por el que habíamos tenido un encuentro que solamente había abandonado por una humana como lo era quien yo aparentaba ser. Era irónico que hubiera renunciado a sus planes nocturnos, como sin duda había hecho, precisamente para dar cabida a la protagonista de su obsesión, alguien a quien él ni siquiera conocía y a quien más le valía conocer, ya que, de lo contrario, los dos nos aburriríamos... y eso era algo que no le gustaría.
– Me añoraría mucha gente, monsieur Marquand, y vos el primero. – ronroneé, con voz tan melosa como peligrosa si es que él sabía interpretar correctamente mi tono, sobre todo en oposición al anterior. Ya no había timidez, ya no había nada que no fuera seguridad, hasta cierto punto arrolladora, en mí misma y mis capacidades, pero sobre todo en mi superioridad. Él había estado jugando a un juego por el que era el depredador, y yo la presa, y lo que mi cambio de actitud había provocado no era tanto un intercambio de papeles, ya que el de cazador seguía viniéndole que ni pintado, sino, más bien, una elevación de mi figura hasta un plano de mayor igualdad. Ahora éramos los dos quienes teníamos secretos, ya que él sólo me había dicho su nombre y no su apellido, y ahora era cuando yo había captado (aún más) su atención que fingiendo ser la desvalida muchacha a la que había ayudado como si fuera un alma caritativa... ¡Ja! Si lo fuera, no me habría sentido atraída por él de una manera tan intensa como lo había hecho, ya que era casi de cultura general que los psicópatas y yo teníamos una peligrosa relación de proximidad.
– ¿De verdad creíais que alguien tan inocente como la pobre Christinne podría haber sobrevivido tantos años como ella, yo, aparenta tener? Y más en una ciudad como esta, donde los sobrenaturales se encuentran hasta debajo de las piedras... – aclaré, aunque realmente no era necesario hacerlo porque, a aquellas alturas, cualquiera, incluso aunque no tuviera un mínimo de inteligencia como sí era su caso, se habría dado cuenta de que no era quien decía ser... Y, conociéndolo como creía hacerlo, eso era seguramente la antesala de un toque picante para la noche que me permitiera probar hasta qué punto estaba dispuesto a arriesgarse por lo que deseaba.
No iba a dejar de divertirme por mucho que abandonara la máscara de Christinne, sencillamente no estaba en mi naturaleza ceder al tedio y, mucho menos, dar a un cazador un segundo de ventaja más que el necesario, y no podía olvidar que, pese a todo, él estaba instruido en cazar seres como lo era yo, o como ocultaba yo que lo era. La transformación de Christinne a Amanda fue sutil, pero rápida. En un momento la expresividad inocente y dulce de mi rostro dio paso a una sonrisa taimada y a una mirada de ojos entornados, cautelosos. No era en absoluto una presa, ni tampoco alguien que él pudiera cazar o someter como parecía ser su deseo; era yo, a fin de cuentas, su objetivo último, el motivo por el que habíamos tenido un encuentro que solamente había abandonado por una humana como lo era quien yo aparentaba ser. Era irónico que hubiera renunciado a sus planes nocturnos, como sin duda había hecho, precisamente para dar cabida a la protagonista de su obsesión, alguien a quien él ni siquiera conocía y a quien más le valía conocer, ya que, de lo contrario, los dos nos aburriríamos... y eso era algo que no le gustaría.
– Me añoraría mucha gente, monsieur Marquand, y vos el primero. – ronroneé, con voz tan melosa como peligrosa si es que él sabía interpretar correctamente mi tono, sobre todo en oposición al anterior. Ya no había timidez, ya no había nada que no fuera seguridad, hasta cierto punto arrolladora, en mí misma y mis capacidades, pero sobre todo en mi superioridad. Él había estado jugando a un juego por el que era el depredador, y yo la presa, y lo que mi cambio de actitud había provocado no era tanto un intercambio de papeles, ya que el de cazador seguía viniéndole que ni pintado, sino, más bien, una elevación de mi figura hasta un plano de mayor igualdad. Ahora éramos los dos quienes teníamos secretos, ya que él sólo me había dicho su nombre y no su apellido, y ahora era cuando yo había captado (aún más) su atención que fingiendo ser la desvalida muchacha a la que había ayudado como si fuera un alma caritativa... ¡Ja! Si lo fuera, no me habría sentido atraída por él de una manera tan intensa como lo había hecho, ya que era casi de cultura general que los psicópatas y yo teníamos una peligrosa relación de proximidad.
– ¿De verdad creíais que alguien tan inocente como la pobre Christinne podría haber sobrevivido tantos años como ella, yo, aparenta tener? Y más en una ciudad como esta, donde los sobrenaturales se encuentran hasta debajo de las piedras... – aclaré, aunque realmente no era necesario hacerlo porque, a aquellas alturas, cualquiera, incluso aunque no tuviera un mínimo de inteligencia como sí era su caso, se habría dado cuenta de que no era quien decía ser... Y, conociéndolo como creía hacerlo, eso era seguramente la antesala de un toque picante para la noche que me permitiera probar hasta qué punto estaba dispuesto a arriesgarse por lo que deseaba.
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Re: The Killing Dance {Privado}
El infierno iba a congelarse en el mismo instante en que sus demonios dejasen de comerse – con voracidad – sus entrañas. Se agitaban con desesperación y violencia en su interior, atraídos por la belleza etérea de la vampiresa. Su incredulidad inicial se había esfumado con notable rapidez. Tariq era un experto en portar máscaras. Llevaba haciéndolo toda la jodida vida. O al menos, desde que había contraído matrimonio con Mina. Aunque ya no tenía la necesidad de seguir mostrando ese falso lado, a esas alturas no podía evitarlo. Así que en cuanto el enojo pisoteó cada una de sus otras emociones, no puso resistencia alguna. El había estado en la posición de su acompañante. Sabía sobre su placer. Ese éxtasis que se alcanzaba cuando revelabas tu as bajo la manga. Maldita sea. Hacía solo unos momentos, él había sido azotado con ese sentimiento. Sus manos se cerraron con fuerza en puños. En cuanto recordó que sostenía en una de ellas la daga, aflojó su agarre, como si temiera despertar a la bestia que por impulso, había matado a vampiros, sin importarle que él quería – desesperadamente – ser convertido por uno. Su boca se ensanchó en una petulante sonrisa. La arrogancia tallada en su rostro, crepitaba más allá, por todo su condenado ser. ¿Añorarlo? ¿Él? Estaba claro que no le conocía. Tariq solo había añorado una cosa en toda su vida pero eso no lo había persuadido lo suficiente como para evitar matar a esos vampiros que tuvieron la fortuna, o desdicha, de cruzarse en su camino. Seguramente habían sido simples neófitos. Ellos no habían irradiado tal poder. La vampiresa ante él… Era antigua. Realmente antigua. Clavó su mirada en sus hipnóticos orbes. Lo cual era estúpido. Sabía el poder que poseían algunos seres. La inteligencia y la experiencia que vio en ellos le atrajeron endemoniadamente, pero había algo más excitante, más llamativo, todo ese mal que era capaz de desatar y que no se molestaba en ocultar. El palpitar de su yugular pareció dispararse, pero Tariq le restó importancia. Su sangre estaba concentrándose en otra parte. Enarcó una ceja, complacido consigo mismo. – Está claro que una parte de mí le añora en este momento, Amanda.
¿Se sentiría insultada? Quizás. Estaba equivocada si creía que él iba a echarse para atrás. Su plan se había venido abajo, pero no le importaba. Había llevado hasta su cabaña a una hermosa mujer para satisfacer su libido y en su lugar, estaba la vampiresa que había buscado con tal ímpetu. La ironía casi le provoca una carcajada fría. – Su Christinne encendió el fuego. La sorna destilaba con fuerza con cada una de sus palabras. Bajó la mirada hacia la hoja de su arma, que parecía capturar la poca luz que les rodeaba. Deslizó el dedo índice de su mano izquierda por su filoso contorno. Sabía que la menor presión, le laceraría. Apartó la mano abruptamente, levantando la cabeza al mismo tiempo, esa sonrisa aún estampada en sus comisuras. – De modo que aquí estamos. Solo encuentro dos razones para que hasta ahora haya decidido complacerme con su presencia. La primera, sería en mi beneficio. La segunda, me temo que nos haría enemigos. Tariq era un gran apostador. Había sido el juego el que había llevado a su familia a la bancarrota, el juego el que le había obligado a casarse por interés. Aunque no siempre corría con suerte, nunca sabía cuándo abandonar. Odiaba perder. Verdaderamente. De ahí su impulso por continuar y continuar, creyendo absurdamente que su suerte cambiaría al final solo por su fuerza de voluntad. Así exactamente era en todo lo que hacía. Por eso, cuando había escuchado sobre Amanda, se había empeñado en encontrarla. No había tenido ningún avance, hasta esa noche. – Dado que estoy en desventaja, empecemos a equilibrar la balanza. Por suerte, su ego era inquebrantable. – Es lo mínimo que merezco, dado que me está obligando a contenerme. Me había visualizado en una posición más satisfactoria. No necesitaba recalcar que antes de encontrarse ‘accidentalmente’ con Christinne, había estado tratando de dar precisamente con ella. Esa información - estaba claro - no era ningún secreto.
¿Se sentiría insultada? Quizás. Estaba equivocada si creía que él iba a echarse para atrás. Su plan se había venido abajo, pero no le importaba. Había llevado hasta su cabaña a una hermosa mujer para satisfacer su libido y en su lugar, estaba la vampiresa que había buscado con tal ímpetu. La ironía casi le provoca una carcajada fría. – Su Christinne encendió el fuego. La sorna destilaba con fuerza con cada una de sus palabras. Bajó la mirada hacia la hoja de su arma, que parecía capturar la poca luz que les rodeaba. Deslizó el dedo índice de su mano izquierda por su filoso contorno. Sabía que la menor presión, le laceraría. Apartó la mano abruptamente, levantando la cabeza al mismo tiempo, esa sonrisa aún estampada en sus comisuras. – De modo que aquí estamos. Solo encuentro dos razones para que hasta ahora haya decidido complacerme con su presencia. La primera, sería en mi beneficio. La segunda, me temo que nos haría enemigos. Tariq era un gran apostador. Había sido el juego el que había llevado a su familia a la bancarrota, el juego el que le había obligado a casarse por interés. Aunque no siempre corría con suerte, nunca sabía cuándo abandonar. Odiaba perder. Verdaderamente. De ahí su impulso por continuar y continuar, creyendo absurdamente que su suerte cambiaría al final solo por su fuerza de voluntad. Así exactamente era en todo lo que hacía. Por eso, cuando había escuchado sobre Amanda, se había empeñado en encontrarla. No había tenido ningún avance, hasta esa noche. – Dado que estoy en desventaja, empecemos a equilibrar la balanza. Por suerte, su ego era inquebrantable. – Es lo mínimo que merezco, dado que me está obligando a contenerme. Me había visualizado en una posición más satisfactoria. No necesitaba recalcar que antes de encontrarse ‘accidentalmente’ con Christinne, había estado tratando de dar precisamente con ella. Esa información - estaba claro - no era ningún secreto.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: The Killing Dance {Privado}
Mi nombre sonaba sensual en sus labios, como una promesa de muerte lujuriosa y sangre intensamente derramada en un futuro que podía ser glorioso o, quizá, infernal, todo dependía de las decisiones que los dos tomáramos aquella noche. En contra de lo que quizá podría creer, no se trataba únicamente de mis elecciones a la hora de determinar si seríamos aliados o enemigos, ya que también dependía de él, de lo que hiciera y de cómo se comportaba. A fin de cuentas, mi máscara inicial había servido para lo mismo que su bajada: para evaluarlo, y para ver si su atrevimiento al desear que fuera yo, precisamente yo, quien lo transformara estaba basado en un auténtico potencial por su parte o simplemente era muestra de un ego herido que anhelaba por todos los medios reconocimiento por parte de alguien superior, al menos en una evaluación de los vampiros, ya que por mi antigüedad y mi posición bien podía considerárseme como uno de los miembros más elevados de mi especie. Pero él era alguien diferente, incluso entre los cazadores humanos, ya que su mayor anhelo no era sino convertirse en aquello que se suponía que deseaba destruir. ¡Menuda paradoja! Y, no obstante, la muestra palpable de que no sentía odio hacia mí, sino al contrario, era visible para ambos a la altura de sus pantalones, y el descubrimiento alimentó mi orgullo, visible en una sonrisa de medio lado que era totalmente diferente a la que habría esbozado la tímida Christinne. Había tantas diferencias entre una y la otra que confundirnos, aunque fuera por un momento, sólo denotaría una estupidez que él, capaz de descubrir mi verdadera identidad, no poseía, en absoluto.
– Resulta agradable ver tanta... expectación, por vuestra parte, sobre todo porque ni siquiera estáis seguro de lo que va a pasar y, aún así, decidís exponer la mayor parte de vuestras cartas. ¿Es vuestra naturaleza de jugador, que sale a la luz? ¿Es vuestra costumbre de cazador, que se vale de un anzuelo para hacer salir a una presa que seguramente aún creéis que soy? ¿O simplemente es vuestra capacidad de seducción, que se siente oxidada y arde en deseos de, valga la redundancia, arder con el fuego de la pasión? – inquirí, sarcástica, y con la intención de que pensara lo que pensase no olvidara que, pese a todo, yo era una vampiresa que muchos habían llegado a tildar de salvaje, y él era mi presa... No física, al menos no mientras no se mostrara merecedor de que le hincara los colmillos, pero sí intelectual. Él había decidido mostrarse voluntario para mi examen, probablemente sin conocer los riesgos, así que no encontraba ningún problema en valerme de la autoridad que esa posición me confería para que, en nuestro juego de roles, se empezara a dibujar el lugar que nos correspondía a cada uno: cazador y cazado, líder y subordinado, yo y él... los enemigos más particulares que la noche hubiera podido llegar a juntar y que, pese a ello, allí estábamos.
– Es egocéntrico por vuestra parte no considerar una tercera opción, que bascula entre ambas que habéis propuesto. Quizá mi deseo no sea beneficiaros ni consideraros mi enemigo. A lo mejor simplemente quiero saber qué os ha hecho abandonar el juramento del cazador para querer ser algo que, habitualmente, era vuestra víctima. Francamente, Tariq, me matas de curiosidad. La pregunta es, ahora, si mereces que gaste mi tiempo en ti o si simplemente vas a ser un entretenimiento más de mis eternas noches. – repuse, con condescendencia y cierto desdén, al tiempo que miraba una de mis uñas, esculpida a la perfección.
No me había demostrado nada salvo que tenía una lengua muy larga y un deseo evidente por mí, alimentado por mi físico y, seguramente, por mi naturaleza más que por mi mente. Era un hombre, eso era todo lo que podía decir de él, ya que no conocía su mente salvo por rumores, y a mí no me servían las habladurías para decidir si merecía que lo hiciera mi neófito o si, por el contrario, merecía morir bajo mis colmillos opresores. Debía verlo por mí misma, y mi juicio no era sencillo de pasar (si no se me creía, que le preguntaran a Nigel Quartermane y al tiempo que había invertido en conseguir convertirse en una de mis criaturas), aunque a su favor jugaba el hecho de que la noche aún era joven y sólo acabábamos de empezar... en su territorio, eso sí. No olvidaba que se trataba de su cabaña, y también su territorio, pero el poder que ejercía su deseo era lo que me servía de garantía de que, por el momento, seguiría viva, sin ningún intento infructuoso de que me matara y me obligara, como compensación, a hacer yo lo mismo que él hubiera intentado. Estábamos en un equilibrio complicado, lo suficiente para que cualquier paso que diéramos fuera propio de un baile sobre la cuerda floja que nos podía arrojar en una caída libre sin red protectora bajo nuestros cuerpos, y aun así los dos deseábamos arriesgarnos a ver cuál sería el resultado, él porque tenía demasiado que perder para no jugar y yo porque... bueno, porque sentía curiosidad. Al final, mi curiosidad se situaba en el origen de la mayor parte de lo que hacía, pero no iba a negar que me gustaba el encanto de esa realidad.
– Vuestra posición satisfactoria tiene que ver con que deseabais poseer a Christinne, y a juzgar por vuestro lenguaje corporal no habéis cejado en vuestro empeño pese a saber que ella no existe. Mi identidad sólo ha complicado el juego, pero en vuestra mente ya os creéis el ganador. Os conozco, Marquand, mejor de lo que probablemente creáis porque he visto a muchos como vos. ¿Qué os hace merecedor de que no os desangre aquí y ahora? Iluminadme, os lo ruego. – propuse, sarcástica, y cruzando los brazos sobre el pecho a la espera de que él actuara y la auténtica función, abandonados los disfraces, diera comienzo.
– Resulta agradable ver tanta... expectación, por vuestra parte, sobre todo porque ni siquiera estáis seguro de lo que va a pasar y, aún así, decidís exponer la mayor parte de vuestras cartas. ¿Es vuestra naturaleza de jugador, que sale a la luz? ¿Es vuestra costumbre de cazador, que se vale de un anzuelo para hacer salir a una presa que seguramente aún creéis que soy? ¿O simplemente es vuestra capacidad de seducción, que se siente oxidada y arde en deseos de, valga la redundancia, arder con el fuego de la pasión? – inquirí, sarcástica, y con la intención de que pensara lo que pensase no olvidara que, pese a todo, yo era una vampiresa que muchos habían llegado a tildar de salvaje, y él era mi presa... No física, al menos no mientras no se mostrara merecedor de que le hincara los colmillos, pero sí intelectual. Él había decidido mostrarse voluntario para mi examen, probablemente sin conocer los riesgos, así que no encontraba ningún problema en valerme de la autoridad que esa posición me confería para que, en nuestro juego de roles, se empezara a dibujar el lugar que nos correspondía a cada uno: cazador y cazado, líder y subordinado, yo y él... los enemigos más particulares que la noche hubiera podido llegar a juntar y que, pese a ello, allí estábamos.
– Es egocéntrico por vuestra parte no considerar una tercera opción, que bascula entre ambas que habéis propuesto. Quizá mi deseo no sea beneficiaros ni consideraros mi enemigo. A lo mejor simplemente quiero saber qué os ha hecho abandonar el juramento del cazador para querer ser algo que, habitualmente, era vuestra víctima. Francamente, Tariq, me matas de curiosidad. La pregunta es, ahora, si mereces que gaste mi tiempo en ti o si simplemente vas a ser un entretenimiento más de mis eternas noches. – repuse, con condescendencia y cierto desdén, al tiempo que miraba una de mis uñas, esculpida a la perfección.
No me había demostrado nada salvo que tenía una lengua muy larga y un deseo evidente por mí, alimentado por mi físico y, seguramente, por mi naturaleza más que por mi mente. Era un hombre, eso era todo lo que podía decir de él, ya que no conocía su mente salvo por rumores, y a mí no me servían las habladurías para decidir si merecía que lo hiciera mi neófito o si, por el contrario, merecía morir bajo mis colmillos opresores. Debía verlo por mí misma, y mi juicio no era sencillo de pasar (si no se me creía, que le preguntaran a Nigel Quartermane y al tiempo que había invertido en conseguir convertirse en una de mis criaturas), aunque a su favor jugaba el hecho de que la noche aún era joven y sólo acabábamos de empezar... en su territorio, eso sí. No olvidaba que se trataba de su cabaña, y también su territorio, pero el poder que ejercía su deseo era lo que me servía de garantía de que, por el momento, seguiría viva, sin ningún intento infructuoso de que me matara y me obligara, como compensación, a hacer yo lo mismo que él hubiera intentado. Estábamos en un equilibrio complicado, lo suficiente para que cualquier paso que diéramos fuera propio de un baile sobre la cuerda floja que nos podía arrojar en una caída libre sin red protectora bajo nuestros cuerpos, y aun así los dos deseábamos arriesgarnos a ver cuál sería el resultado, él porque tenía demasiado que perder para no jugar y yo porque... bueno, porque sentía curiosidad. Al final, mi curiosidad se situaba en el origen de la mayor parte de lo que hacía, pero no iba a negar que me gustaba el encanto de esa realidad.
– Vuestra posición satisfactoria tiene que ver con que deseabais poseer a Christinne, y a juzgar por vuestro lenguaje corporal no habéis cejado en vuestro empeño pese a saber que ella no existe. Mi identidad sólo ha complicado el juego, pero en vuestra mente ya os creéis el ganador. Os conozco, Marquand, mejor de lo que probablemente creáis porque he visto a muchos como vos. ¿Qué os hace merecedor de que no os desangre aquí y ahora? Iluminadme, os lo ruego. – propuse, sarcástica, y cruzando los brazos sobre el pecho a la espera de que él actuara y la auténtica función, abandonados los disfraces, diera comienzo.
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Re: The Killing Dance {Privado}
El cazador enarcó ambas cejas, aparentemente ofendido. Si ella lo conocía, como decía conocerlo, sabría que aquél era un falso gesto. – Tal parece que me he saltado el protocolo del cazador, Amanda. Socarrón. Seductor. Tariq esboza una de esas sonrisas falsamente encantadoras que dedica a las damas que están a tan solo un paso de caer en su trampa. ¿Es arrogancia por su parte? Quizás. Ha llevado una vida de libertino desde que tiene memoria. Su compromiso y matrimonio con Mina no hizo nada por reformarlo. Al contrario, había utilizado parte de su dote para poner cómoda a una de sus amantes. Había terminado con ella cuando se había visto obligado a abandonar Transilvania, pero en Francia no había sido distinto. La dama ante él poseía una despampanante belleza, digna de una reina. Si podía conseguir que le otorgara la inmortalidad que con tan vil demencia ansiaba, seguramente podría conseguirla también a ella. Había oído rumores. No tantos como le hubiese gustado, pero sí los suficientes como para que se interesara en encontrarla. ¿Había sido la misma Amanda quien iniciara esos rumores? Ya no lo dudaba. Le había engañado y él, iba a irse con cuidado. De acuerdo. Lo intentaría. Tanto, como sus demonios se mantuviesen a raya. – Siempre me he distinguido del resto, madame. Cualquiera con un poco de inteligencia lo notaría. Así que, saciemos tu curiosidad u alimentémosla. ¿Qué puede llevar a un caballero de mi clase a abandonar la tranquilidad de su hogar para convertirse en un cazador de vampiros? ¿La venganza? ¿No es esa la motivación más válida? Se alejó de ella haciendo gala de sus modales para dirigirse hasta su notable colección de botellas. A Tariq le gustaba disfrutar de un buen trago mientras veía desangrar a sus víctimas. Algunas veces, incluso, compartía. Sacó dos vasos y vertió una cantidad considerable. Evidentemente, las apuestas no eran su único vicio. Se río, burlescamente. – Tendrá que disculparme. Tantos años haciendo el papel del hombre del año ha dejado mella en mí. Por supuesto que todo era una maldita mentira. Mina siempre lo había justificado. Él no había querido tener hijos pero cuando los mellizos llegaron, había visto su oportunidad para alejarse. Su esposa se habría entretenido con ellos y lo habría dejado en paz.
Le ofreció el trago a la fémina. Caminar con la erección presionando en su bragueta era menos incómodo, si dejaba de pensar en ello. – Ambos sabemos que no vas a desangrarme. Al menos, no pronto. Se mofó. - ¿Es que no quieres terminar de escuchar la historia? ¿No somos todos iguales? ¡¿No lo ves?! No has tardado en ponerme en la misma línea que los mortales. ¿Debería tratarte como un vampiro más? ¿Cómo un demonio que se debe exterminar? Yo vi una oportunidad en la muerte, Amanda. La voz de Tariq derrochaba convicción. Pasión. No fue hasta que vio a los vampiros irrumpir en su hogar que supo que ese era el momento que siempre estuvo esperando. Tenía grabado en los huesos aquél recuerdo. Marishka, su hermana, también había formado parte de ese escenario. La muy maldita, se había convertido en uno de ellos. ¡Cuánto habría disfrutado cazándola! Sin embargo, después de esa noche no se habían cruzado. El cazador en él había querido su estaca clavada en el pecho de la joven, el hombre en él la envidiaba. Todo a su debido tiempo. Aún había deudas por saldar. Llevó el borde de su vaso hasta sus labios y se detuvo justo sobre ellos. Su mirada se clavó en sus hechizantes orbes. – Una oportunidad. Repitió en un susurro, como si se tratase de un secreto que contase en la cama a su amante. – Y decidí que la quiero. Bebió todo el contenido de un trago, invitándola con la ceja enarcada a acompañarlo. – No te equivoques conmigo, dragă. No es mi naturaleza de jugador ni mi costumbre de cazador. No soy ni lo uno ni lo otro. Soy ambos. Aunque cazador, no sería exactamente la palabra que usaría para lo que yo hago. Mina lo describiría como… mi pasatiempo. Al final, su mujer lo había descubierto. Había terminado en aquélla cabaña, como una más de las hembras que violaba. ¡Un terrible desenlace! – Dejémonos de tanta jerga. Sabe que la estaba buscando, sabe lo que quiero. ¿Quiere que la persuada? ¿Es eso? ¿Necesitaba mirarse la entrepierna para dejarle claro su referencia? – Si no funciona, siempre hay más vampiros en el nido, pero sería una pena que nuestro primer encuentro sea también el último. Tan arrogante, tan falto de modestia. Tariq Marquand, nunca sabía cuándo ni cómo parar.
Le ofreció el trago a la fémina. Caminar con la erección presionando en su bragueta era menos incómodo, si dejaba de pensar en ello. – Ambos sabemos que no vas a desangrarme. Al menos, no pronto. Se mofó. - ¿Es que no quieres terminar de escuchar la historia? ¿No somos todos iguales? ¡¿No lo ves?! No has tardado en ponerme en la misma línea que los mortales. ¿Debería tratarte como un vampiro más? ¿Cómo un demonio que se debe exterminar? Yo vi una oportunidad en la muerte, Amanda. La voz de Tariq derrochaba convicción. Pasión. No fue hasta que vio a los vampiros irrumpir en su hogar que supo que ese era el momento que siempre estuvo esperando. Tenía grabado en los huesos aquél recuerdo. Marishka, su hermana, también había formado parte de ese escenario. La muy maldita, se había convertido en uno de ellos. ¡Cuánto habría disfrutado cazándola! Sin embargo, después de esa noche no se habían cruzado. El cazador en él había querido su estaca clavada en el pecho de la joven, el hombre en él la envidiaba. Todo a su debido tiempo. Aún había deudas por saldar. Llevó el borde de su vaso hasta sus labios y se detuvo justo sobre ellos. Su mirada se clavó en sus hechizantes orbes. – Una oportunidad. Repitió en un susurro, como si se tratase de un secreto que contase en la cama a su amante. – Y decidí que la quiero. Bebió todo el contenido de un trago, invitándola con la ceja enarcada a acompañarlo. – No te equivoques conmigo, dragă. No es mi naturaleza de jugador ni mi costumbre de cazador. No soy ni lo uno ni lo otro. Soy ambos. Aunque cazador, no sería exactamente la palabra que usaría para lo que yo hago. Mina lo describiría como… mi pasatiempo. Al final, su mujer lo había descubierto. Había terminado en aquélla cabaña, como una más de las hembras que violaba. ¡Un terrible desenlace! – Dejémonos de tanta jerga. Sabe que la estaba buscando, sabe lo que quiero. ¿Quiere que la persuada? ¿Es eso? ¿Necesitaba mirarse la entrepierna para dejarle claro su referencia? – Si no funciona, siempre hay más vampiros en el nido, pero sería una pena que nuestro primer encuentro sea también el último. Tan arrogante, tan falto de modestia. Tariq Marquand, nunca sabía cuándo ni cómo parar.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Re: The Killing Dance {Privado}
Más que un juego, nuestra interacción se parecía a una danza macabra, en la que el compañero es la muerte y lo que está en juego es un intenso beso con la guadaña que pueda poner fin a la vida que habíamos conocido hasta aquel instante si tan solo decíamos una palabra errónea. Fuera cual fuese el resultado de nuestro encuentro, era evidente que si sus intenciones eran tan claras que las había podido averiguar sin hacer demasiado esfuerzo investigador su voluntad sería tan férrea que estaría cerca de la capacidad de mover montañas con el objetivo de conseguir lo que deseaba. ¿No decían que si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a Mahoma? Con Tariq y la bendita maldición del vampirismo era algo similar, pues la ponzoña, antes incluso de haber penetrado en su cuerpo, ya había corrompido su mente hasta el punto de convertirse en una obsesión tan intensa que todos sus pensamientos se habían encaminado hacia ese objetivo. En vez de parecerme un intento desesperado, pese a que sabía bien que lo era porque tras Nigel iba a ser muy complicado convencerme para engendrar a un nuevo neófito que acabaría haciendo lo que le viniese en gana y no lo que su creadora decidiera, me parecía divertido, sobre todo verlo tan anclado en sus ideas que pensaba que podría ejercer cualquier tipo de control sobre mí. ¡Por favor! Había visto nacer a los cazadores, había visto a los inquisidores compartir secretos de lecho con ellos sobre el grado exacto del ángulo en el que debía estar afilada una estaca para que se le sacara la mayor efectividad posible, conocía sus técnicas tan bien como ellos lo hacían porque el conocimiento daba poder, y ¿qué mejor manera de asegurar mi inmortalidad había que conocer las maneras en que esta podía terminar? Los vampiros no éramos invencibles, jamás lo seríamos por completo mientras nuestras naturalezas estuvieran limitadas ante la acción de ciertos elementos, y su conocimiento era básico si se quería aprender a sobrevivir más allá del primer año de no-vida.
– Podrías, cierto, pero tienes que reconocer que teniéndome aquí y ahora sería una estupidez por tu parte, amén de un insulto increíble a la tenacidad que nos ha conducido hasta este instante, no intentar convencerme con todos tus notables atributos. Tus intenciones son evidentes, por cierto, pero ¿no crees que podría tener a quien quisiera simplemente con solo desearlo, que me ofreces una opción tan absolutamente fácil que pierde todo el interés? – pregunté, alzando una ceja, aunque en realidad sabía perfectamente que la respuesta era afirmativa, y probablemente él también, porque si fingiendo ser la frágil Christinne había tenido en mi poder la capacidad de que mis atributos lo hicieran elegirme para convertirme en su compañía, tanto en la vida como en la muerte, ¿cómo no iba a conseguir el mismo efecto siendo Amanda, la que él deseaba de una manera absolutamente distinta a la que pretendía demostrar con sus gestos y sus palabras? La atracción estaba clara, y no iba a negar tampoco que me veía inevitablemente arrastrada hacia él con cada una de sus palabras, puesto que era un dato casi de conocimiento institucional que tenía cierta debilidad por los desequilibrados y los peligrosos, de ahí que hubiera terminado como lo había hecho con quien, en el momento presente, se había convertido en mi marido contra mi voluntad, o al menos en la mayor parte. Pensar en el rostro del bárbaro con quien compartía un reino, ya no solamente un título o un lecho, hizo que mi rebeldía se acentuara y que me acercara, por ello, a Tariq.
– Podría explicarte mi vida para que te dieras cuenta de que no soy un vampiro más, pero ninguno de los dos tiene el menor interés por perder tanto el tiempo. Te bastará con saber que supero el medio milenio de antigüedad con creces, y como sabrás a partir de cierta edad la sangre de un vampiro se vuelve un poderoso aliado, casi tanto como su propia persona... o lo que quieras utilizar para denominar a alguien como yo. Podrías encontrar vampiros más antiguos que yo, es cierto, pero si me has buscado a mí en particular será por algo, ¿no? Bueno, ahora dime tú qué es lo que crees que te hace merecedor de ser uno de mis neófitos, sólo ha habido uno antes que tú y no fue la mejor decisión que he tomado, lo admito, así que ayúdame a prever un error, te lo ruego. – argumenté, encogiéndome de hombros con indiferencia e ignorando deliberadamente el bulto de sus pantalones pese a que, quizá, sellar un posible trato de una manera tan física no me resultaba una idea desagradable en absoluto, igual que tampoco me lo parecía probar su sangre... Seguro que, con esa actitud suya, sería un delicioso manjar que no me cansaría de beber y que sería una lástima emponzoñar con el vampirismo.
– Podrías, cierto, pero tienes que reconocer que teniéndome aquí y ahora sería una estupidez por tu parte, amén de un insulto increíble a la tenacidad que nos ha conducido hasta este instante, no intentar convencerme con todos tus notables atributos. Tus intenciones son evidentes, por cierto, pero ¿no crees que podría tener a quien quisiera simplemente con solo desearlo, que me ofreces una opción tan absolutamente fácil que pierde todo el interés? – pregunté, alzando una ceja, aunque en realidad sabía perfectamente que la respuesta era afirmativa, y probablemente él también, porque si fingiendo ser la frágil Christinne había tenido en mi poder la capacidad de que mis atributos lo hicieran elegirme para convertirme en su compañía, tanto en la vida como en la muerte, ¿cómo no iba a conseguir el mismo efecto siendo Amanda, la que él deseaba de una manera absolutamente distinta a la que pretendía demostrar con sus gestos y sus palabras? La atracción estaba clara, y no iba a negar tampoco que me veía inevitablemente arrastrada hacia él con cada una de sus palabras, puesto que era un dato casi de conocimiento institucional que tenía cierta debilidad por los desequilibrados y los peligrosos, de ahí que hubiera terminado como lo había hecho con quien, en el momento presente, se había convertido en mi marido contra mi voluntad, o al menos en la mayor parte. Pensar en el rostro del bárbaro con quien compartía un reino, ya no solamente un título o un lecho, hizo que mi rebeldía se acentuara y que me acercara, por ello, a Tariq.
– Podría explicarte mi vida para que te dieras cuenta de que no soy un vampiro más, pero ninguno de los dos tiene el menor interés por perder tanto el tiempo. Te bastará con saber que supero el medio milenio de antigüedad con creces, y como sabrás a partir de cierta edad la sangre de un vampiro se vuelve un poderoso aliado, casi tanto como su propia persona... o lo que quieras utilizar para denominar a alguien como yo. Podrías encontrar vampiros más antiguos que yo, es cierto, pero si me has buscado a mí en particular será por algo, ¿no? Bueno, ahora dime tú qué es lo que crees que te hace merecedor de ser uno de mis neófitos, sólo ha habido uno antes que tú y no fue la mejor decisión que he tomado, lo admito, así que ayúdame a prever un error, te lo ruego. – argumenté, encogiéndome de hombros con indiferencia e ignorando deliberadamente el bulto de sus pantalones pese a que, quizá, sellar un posible trato de una manera tan física no me resultaba una idea desagradable en absoluto, igual que tampoco me lo parecía probar su sangre... Seguro que, con esa actitud suya, sería un delicioso manjar que no me cansaría de beber y que sería una lástima emponzoñar con el vampirismo.
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Re: The Killing Dance {Privado}
El cazador tenía la enfermiza creencia de que, un hombre, debía cogerse a la mujer que deseaba sin preocuparse en las repercusiones. En su mente, solo existía el deseo, el placer, la complacencia. Su entrepierna, no hacía nada por disuadirlo de las ideas. Había conseguido – por azares del destino y sus jugarretas – tener a Amanda solo para sí mismo. La curiosidad había picado el anzuelo y la suya, le tenía nada más y nada menos que de carnada. ¿Cómo iba a oponerse a ello? No la culpaba, aunque tampoco podía negar que, de encontrarse en una situación diferente, no se hubiera propasado agarrándola por las nalgas. Era una jodida lástima que tuviera que deshacerse de la excitante imagen que su brillante mente conjuraba para volver a los negocios. Uno que no iba a ser fácil porque ella, evidentemente, ya tenía su posición clara, salvo por una cosa; esa vez, era Tariq Marquand el factor decisivo en la ecuación que se les presentaba. Por experiencia, sabía que en algunas ocasiones – como esa – no había que decir lo que el otro deseaba escuchar, sino todo aquello que podría perder si elegía mal. La gente tendía a reaccionar con más rapidez al miedo que a la tentación. El terror y la incertidumbre eran más letales que cualquier ponzoña que pudiera ofrecer. Sus víctimas lo habían sentido. Habían suplicado. - ¿No merezco que sea mi creadora, Amanda? ¿Es eso lo que quiere oír? ¿Es que la magnificencia no puede tener debilidades que la representen? Quizás obvia que las necesita. El cinismo, con tintes burlescos, hacía eco de sus palabras. Solo se podía confiar en uno mismo, más implicaba debilidad. Si el neófito anterior había derrapado, iba a necesitar de alguien que la ayudara. No era cuestión de confianza, sino de lógica. – No necesito convencerle con ninguno de mis atributos, que son bastantes, he de agregar. Tú querrás hacerlo. El poder del hombre recae en ser inmortal y la inmortalidad, como bien sabemos, no nos da una garantía de que será eterna. Extendió los brazos, mostrándole el pecho. – El ser humano se reproduce, mientras que tu raza, engendra nuevos vampiros. ¿Es el miedo a la extinción lo que provoca esa cadena? Sea cual sea la razón, no me interesa. No voy a disimular que lo deseo más que a nada, como tampoco voy a reprimir que la curiosidad sobre mí, no le ha ganado a tus restricciones. Sonrió con sarna. No buscaba seducirla, ¿o sí? Le era inherente, quería todo lo que aquélla fémina podía ofrecerle. Un noche, mil noches. La había ansiado cuando la creyó tan solo una humana indefensa y la ansiaba aún ahora, con creces, al saber quién era.
Le dio la espalda, actuando como si fuese otra visita, para buscar el vino más viejo. Estaba al final del estante para no confundirlo o gastarlo en putas que no lo merecían. En realidad, ninguna lo merecía; pero esa era una ocasión, por mucho, especial. Amanda no solo había hecho crujir las maderas del piso, también había despertado sus más bajos instintos. Sentía el sudor correr sobre su piel y el calor de tan solo imaginarse perforando en su interior, escuchándola gemir, mejor que cualquier cortesana. Imaginaba a sus colmillos sobre su cuello, a sus piernas fuertemente ancladas en su cintura y su espalda contra la pared, haciéndola resquebrajarse al son de sus embestidas. Sí. La deseaba en todo sentido. Caminó hasta ella, con el vaso lleno y, sin pedir permiso, lo llevó hasta los labios ajenos. – Bebe. Ordenó, inclinando el vaso para no dejarle opción. El aroma dulce del vino no les dejó otra salida, les embelesó, mientras que Tariq disfrutaba viendo cómo gota a gota, el líquido empapaba su boca. Ahora era la copa, pronto iba a ser él quien jugase en ese papel. ¡Diablos! Iban a ser sus labios quienes le abrazaran en todo su esplendor. La sola idea aumentó la presión de su entrepierna, que no se resignaba a aguardar un poco más. – Merecedor no, me lo he ganado. Si no, no estarías aquí, Amanda. Tu tiempo es demasiado valioso para que lo malgastes jugando con la comida. Así como yo puedo continuar en mi búsqueda de un creador, usted puede pasar la noche con quien quiera, pero decidió estar aquí. Conmigo. Recalcó, malicioso. – Sé lo que quiero, sé cuánto lo necesito y no es un simple capricho. Determinación y hambre de gloria, no somos tan distintos. Para ayudarla a terminar de tomar el trago, la aferró con cuidado del cabello. Intentó no despeinarla. Con Mina jamás había tenido tanto cuidado. Para ella, solo había tenido brusquedad, brutalidad. No. Hubo un tiempo, cuando la cortejó, cuando la utilizó. Sin poder evitarlo, enterró sus dedos en la sedosa melena, obligándola con delicadeza a que angulara más su rostro, hasta que la última gota resbaló por el cristal para perderse en sus labios. Dejó la copa sobre la mesa. Le costó soltarle la nuca. Se imaginaba – ahora – empujándose contra su garganta. La lujuria era su pecado. Se inclinó un poco y se detuvo justo sobre sus labios, ahora teñidos de un bordo por el vino, carnosos y con un sabor que iba a degustar tarde o temprano. – Dígame, ¿le gustó el vino? Era una trampa, una pregunta con doble filo. Ella era la sumiller y él, otro Vino más. Bruto y a la vez refinado, añejo pero con un toque especial. La vampiresa abriría sus sentidos para catar algo que jamás había tenido la oportunidad de probar. Como maña aprendiz, era Amanda quien se había confundido haciendo pasar una botella buena por una mala con su neófito anterior; pero el momento había llegado. Era tiempo de que la catadora de la bestia se hiciera responsable sobre si iba a convertirlo. O no.
Le dio la espalda, actuando como si fuese otra visita, para buscar el vino más viejo. Estaba al final del estante para no confundirlo o gastarlo en putas que no lo merecían. En realidad, ninguna lo merecía; pero esa era una ocasión, por mucho, especial. Amanda no solo había hecho crujir las maderas del piso, también había despertado sus más bajos instintos. Sentía el sudor correr sobre su piel y el calor de tan solo imaginarse perforando en su interior, escuchándola gemir, mejor que cualquier cortesana. Imaginaba a sus colmillos sobre su cuello, a sus piernas fuertemente ancladas en su cintura y su espalda contra la pared, haciéndola resquebrajarse al son de sus embestidas. Sí. La deseaba en todo sentido. Caminó hasta ella, con el vaso lleno y, sin pedir permiso, lo llevó hasta los labios ajenos. – Bebe. Ordenó, inclinando el vaso para no dejarle opción. El aroma dulce del vino no les dejó otra salida, les embelesó, mientras que Tariq disfrutaba viendo cómo gota a gota, el líquido empapaba su boca. Ahora era la copa, pronto iba a ser él quien jugase en ese papel. ¡Diablos! Iban a ser sus labios quienes le abrazaran en todo su esplendor. La sola idea aumentó la presión de su entrepierna, que no se resignaba a aguardar un poco más. – Merecedor no, me lo he ganado. Si no, no estarías aquí, Amanda. Tu tiempo es demasiado valioso para que lo malgastes jugando con la comida. Así como yo puedo continuar en mi búsqueda de un creador, usted puede pasar la noche con quien quiera, pero decidió estar aquí. Conmigo. Recalcó, malicioso. – Sé lo que quiero, sé cuánto lo necesito y no es un simple capricho. Determinación y hambre de gloria, no somos tan distintos. Para ayudarla a terminar de tomar el trago, la aferró con cuidado del cabello. Intentó no despeinarla. Con Mina jamás había tenido tanto cuidado. Para ella, solo había tenido brusquedad, brutalidad. No. Hubo un tiempo, cuando la cortejó, cuando la utilizó. Sin poder evitarlo, enterró sus dedos en la sedosa melena, obligándola con delicadeza a que angulara más su rostro, hasta que la última gota resbaló por el cristal para perderse en sus labios. Dejó la copa sobre la mesa. Le costó soltarle la nuca. Se imaginaba – ahora – empujándose contra su garganta. La lujuria era su pecado. Se inclinó un poco y se detuvo justo sobre sus labios, ahora teñidos de un bordo por el vino, carnosos y con un sabor que iba a degustar tarde o temprano. – Dígame, ¿le gustó el vino? Era una trampa, una pregunta con doble filo. Ella era la sumiller y él, otro Vino más. Bruto y a la vez refinado, añejo pero con un toque especial. La vampiresa abriría sus sentidos para catar algo que jamás había tenido la oportunidad de probar. Como maña aprendiz, era Amanda quien se había confundido haciendo pasar una botella buena por una mala con su neófito anterior; pero el momento había llegado. Era tiempo de que la catadora de la bestia se hiciera responsable sobre si iba a convertirlo. O no.
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Re: The Killing Dance {Privado}
Las lágrimas de color carmesí del vino que había forzado en mi garganta con su contradictorio gesto, mezcla entre la obligación y el ofrecimiento, aún trazaban finas y sinuosas líneas en el cristal de la copa, de una calidad inesperada para el lugar en el que nos encontrábamos, mas ¿qué era de esperar en tales circunstancias? La situación había tornado a un extremo opuesto al inicial en apenas unos breves intercambios de palabras, el breve lapso de tiempo que él había necesitado para mostrarme su faceta más salvaje y, al mismo tiempo, controlada, como si fuera una fiera que sólo ansía mostrar las garras para demostrar que puede ser salvaje pero que no ataca. ¿Y era yo quien jugaba con la comida...? Era evidente que él me deseaba y que, amén de la sangre que ansiaba albergar en su interior, también deseaba que fuera yo quien lo cobijara entre las piernas, un ansia que compartía aunque no con su intensidad casi demencial, que parecía impregnar todos sus actos con un cierto tufillo a maldad sin filtrar, sin destilar; en estado puro. Por eso debía alejarme. Conocía perfectamente mis antecedentes en cuanto a gustos y caprichos, y cuando se trataba de humanos aquellos que eran como él y como había sido Nigel en su día eran mi plato predilecto, aquel que podía provocar que rompiera enteramente el protocolo y saltara los entremeses para pasar directamente a la principal atracción. Incluso las venas de su cuello parecían llamarme en su pálpito lento y tranquilo, que era casi insultante a aquellas alturas en las que la sed del vino había despertado la de la sangre en mi interior y la garganta casi me dolía. Ah, ni siquiera mi edad había frenado mi sed, especialmente porque había tenido a bien incentivarla con tanta sangre como había deseado tomar, y en aquel instante era la suya la que encendía mi deseo, como probablemente él hubiera deseado desde un principio.
– Tengo toda la eternidad por delante para poder permitirme dedicar una noche a un asunto que surge de improviso. Basas tu importancia en el hecho de que me he dignado a estar contigo, cuando tú has provocado mi presencia igual que provocarías un alud si gritaras a pleno pulmón en una ladera nevada. Siembras lo que recoges. No creas que hay nada interesante en eso, cualquier ser con un mínimo de inteligencia táctica habría logrado algo parecido. No, Tariq, tu importancia se basa en que aún sigues con vida pese a que podría haberte matado hace un rato. Te has ganado alargar tu vida durante un plazo breve de tiempo, que vas prolongando lentamente hasta que me harte de ti. Tú me deseas, y yo deseo tu sangre. ¿No es ese el sino de nuestras respectivas existencias? – repliqué, con voz monocorde y aburrida hasta la saciedad, pese a que mi mirada desmintiera mi indiferencia porque, con fiereza, estaba clavada en la suya, no tanto agresiva como hambrienta. Por lujurioso que creyera que fuera, no había disfrutado en sus carnes del empujón que proporcionaba la bendición del vampirismo a los más bajos impulsos; por sediento o hambriento que considerara que podría llegar a estar, esas sensaciones no eran nada comparable a la sed de sangre, la acuciante sensación en la boca del estómago y de la garganta que impedía pensar en absolutamente nada más y guiaba los movimientos de una manera que, quizá, en otras circunstancias no habría tenido lugar. Los humanos envidiaban a los vampiros y ansiaban ser como ellos, pero no comprendían la intensidad que conllevaba serlo, la potencia con la que todo se amplificaba y la inmensa energía que se poseía al convertirse en un dios, en vez de en una simple hormiga. Su caso era exactamente ese... pero yo estaba dispuesta a darle una lección y a examinarlo una vez más, por curiosidad o, quizá, porque su insistencia estaba teniendo efecto.
Con paso rápido, para que no se le ocurriera intentar detenerme, me desplacé hasta llegar a su altura, y además lo inmovilicé con una fuerza que solamente los siglos podían haberme otorgado. Por armas que portara o fuerte que se considerara, era un simple cazador humano y yo una inmortal que le impedía el acceso a toda herramienta ajena a la que se escondía, enhiesta, entre sus piernas, tan cerca de mí que podía sentirla a la perfección contra mi cuerpo, lo cual me hizo sonreír por la fuerza de su deseo e, incluso, levantar una de mis piernas para que fuera mi rodilla la que lo endureciera todavía más. Todo se limitaba, al final, a un juego; decidir quiénes eran los oponentes y quiénes los aliados era la tarea más complicada de todas, pero una vez se realizaba, se podía pasar a la auténtica partida. Yo aún no había decidido si deseaba convertirlo, sobre todo porque ni siquiera había probado su sangre, mas todo indicaba que la decisión, aunque fuera de manera inconsciente, ya había comenzado a fraguarse en mi interior, y era solamente cuestión de tiempo que la manifestara para él. No era, no obstante, el momento de hacerlo, especialmente porque si había adoptado aquella posición tan cercana era, precisamente, para catarlo como él me había forzado a mí con el vino. Con su misma delicadeza, y con un aplomo semejante, rocé con uno de mis colmillos una franja estrecha y suave de piel, algo debajo de su cuello, para que la sangre cayera como si fuera la lágrima en un icono católico, lenta y casi cadenciosa. La lamí con cuidado de no desperdiciar nada; el sabor, como se suponía que debía ser para el gusto el color rojo, inundó mi boca y tuve que hacer un esfuerzo auténtico por no relamerme y por no beber de él hasta dejarlo seco. No era el momento... Era, entonces, el instante de separarme y así lo hice, volviendo a nuestra posición inicial.
– ¿Qué harías a cambio de que te ofreciera el regalo que tanto deseas? ¿Me ofrecerías tu infinita lealtad o me desobedecerías a la primera de cambio? ¿Aceptarías el consejo de a quien tan desesperadamente has buscado o preferirías ir por tu cuenta y riesgo y que te sucedan toda suerte de desgracias? Contéstame, Tariq. Contéstame y te daré una respuesta a la pregunta que llevas toda la noche formulando. – inquirí, con los labios torcidos en una sonrisa que haría palidecer a la Giocconda.
– Tengo toda la eternidad por delante para poder permitirme dedicar una noche a un asunto que surge de improviso. Basas tu importancia en el hecho de que me he dignado a estar contigo, cuando tú has provocado mi presencia igual que provocarías un alud si gritaras a pleno pulmón en una ladera nevada. Siembras lo que recoges. No creas que hay nada interesante en eso, cualquier ser con un mínimo de inteligencia táctica habría logrado algo parecido. No, Tariq, tu importancia se basa en que aún sigues con vida pese a que podría haberte matado hace un rato. Te has ganado alargar tu vida durante un plazo breve de tiempo, que vas prolongando lentamente hasta que me harte de ti. Tú me deseas, y yo deseo tu sangre. ¿No es ese el sino de nuestras respectivas existencias? – repliqué, con voz monocorde y aburrida hasta la saciedad, pese a que mi mirada desmintiera mi indiferencia porque, con fiereza, estaba clavada en la suya, no tanto agresiva como hambrienta. Por lujurioso que creyera que fuera, no había disfrutado en sus carnes del empujón que proporcionaba la bendición del vampirismo a los más bajos impulsos; por sediento o hambriento que considerara que podría llegar a estar, esas sensaciones no eran nada comparable a la sed de sangre, la acuciante sensación en la boca del estómago y de la garganta que impedía pensar en absolutamente nada más y guiaba los movimientos de una manera que, quizá, en otras circunstancias no habría tenido lugar. Los humanos envidiaban a los vampiros y ansiaban ser como ellos, pero no comprendían la intensidad que conllevaba serlo, la potencia con la que todo se amplificaba y la inmensa energía que se poseía al convertirse en un dios, en vez de en una simple hormiga. Su caso era exactamente ese... pero yo estaba dispuesta a darle una lección y a examinarlo una vez más, por curiosidad o, quizá, porque su insistencia estaba teniendo efecto.
Con paso rápido, para que no se le ocurriera intentar detenerme, me desplacé hasta llegar a su altura, y además lo inmovilicé con una fuerza que solamente los siglos podían haberme otorgado. Por armas que portara o fuerte que se considerara, era un simple cazador humano y yo una inmortal que le impedía el acceso a toda herramienta ajena a la que se escondía, enhiesta, entre sus piernas, tan cerca de mí que podía sentirla a la perfección contra mi cuerpo, lo cual me hizo sonreír por la fuerza de su deseo e, incluso, levantar una de mis piernas para que fuera mi rodilla la que lo endureciera todavía más. Todo se limitaba, al final, a un juego; decidir quiénes eran los oponentes y quiénes los aliados era la tarea más complicada de todas, pero una vez se realizaba, se podía pasar a la auténtica partida. Yo aún no había decidido si deseaba convertirlo, sobre todo porque ni siquiera había probado su sangre, mas todo indicaba que la decisión, aunque fuera de manera inconsciente, ya había comenzado a fraguarse en mi interior, y era solamente cuestión de tiempo que la manifestara para él. No era, no obstante, el momento de hacerlo, especialmente porque si había adoptado aquella posición tan cercana era, precisamente, para catarlo como él me había forzado a mí con el vino. Con su misma delicadeza, y con un aplomo semejante, rocé con uno de mis colmillos una franja estrecha y suave de piel, algo debajo de su cuello, para que la sangre cayera como si fuera la lágrima en un icono católico, lenta y casi cadenciosa. La lamí con cuidado de no desperdiciar nada; el sabor, como se suponía que debía ser para el gusto el color rojo, inundó mi boca y tuve que hacer un esfuerzo auténtico por no relamerme y por no beber de él hasta dejarlo seco. No era el momento... Era, entonces, el instante de separarme y así lo hice, volviendo a nuestra posición inicial.
– ¿Qué harías a cambio de que te ofreciera el regalo que tanto deseas? ¿Me ofrecerías tu infinita lealtad o me desobedecerías a la primera de cambio? ¿Aceptarías el consejo de a quien tan desesperadamente has buscado o preferirías ir por tu cuenta y riesgo y que te sucedan toda suerte de desgracias? Contéstame, Tariq. Contéstame y te daré una respuesta a la pregunta que llevas toda la noche formulando. – inquirí, con los labios torcidos en una sonrisa que haría palidecer a la Giocconda.
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Re: The Killing Dance {Privado}
El cazador profirió un gruñido de frustración cuando la fémina se alejó. Evidentemente, no le preocupaba ser mordido por ella. Durante esos últimos años, tiempo que llevaba jugando a ser el verdugo de alimañas de toda clase, había disfrutado de algunos buenos tropiezos con lo que había supuesto, eran vampiros neófitos. Solo los más jóvenes caían en la trampa que mayormente usaba, aquélla que prometía que sería el cordero herido que les aplacaría la sed que los hacía prisioneros de sus actos. ¡Oh sí! Había sido mordido por un par de atractivas féminas. Él mismo se había encargado de probarlo. Aún llevaba los gemelos cerca de su cuello, donde intentaron arrancarle la carne para bebérselo unas cuántas noches atrás. Ese estúpido encuentro, que había carecido de sensualidad, puesto que estaba más entretenido con mantenerse vivo; no se parecía en nada con el suscitado con Amanda. ¿Por qué demonios simplemente no se dejaba desnudar y mientras le dejaba taladrarla, él le permitía hastiarse de su valiosa sangre? Parecía un intercambio de lo más justo. - ¿Estás intentando hacer que mi miembro reviente? Porque eso es lo que conseguiré si no lo libero. Si ella estaba jugando, era momento de mostrar las cartas que le habían tocado. – Me disculparía por lo que voy a hacer, pero cierto es que no lo lamento. Ahí estaba de nuevo esa sonrisa diabólica curvando su boca. Llevó sus manos hasta el botón de su pantalón y, sin apartar la mirada de la dama, lo desabrochó. El sonido del cierre al bajar, de pronto sonaba bullicioso dentro de esas cuatro paredes. Tariq era consciente de su atractivo y estaba más que orgulloso de su masculinidad, tal como lo rebeló cuando el pantalón cayó hasta sus rodillas y el se sentó en uno de los sillones que estaba estratégicamente situado frente al pie de la cama. Incontables ocasiones había estado en esa posición, observando a sus víctimas. De hecho, se dijo, el escenario no era distinto, solo los papeles de sus protagonistas. En esta ocasión, no había una mujer indefensa, sino la vampiresa que quería que le convirtiera. No necesitó echar un vistazo a su miembro para saber que éste estaba completamente erecto. Su mano se cerró sobre el grosor. Las venas parecían golpear contra su palma, como si tuviesen vida propia.
Durante lo que parecieron largos minutos, se dedicó simplemente a masturbarse. Cualquiera habría creído que a esas alturas, el cazador se había olvidado de que no estaba solo; pero no había manera de que así fuera. Sus orbes azules, que se oscurecían ante las silenciosas promesas y eran seducidos por el deseo; estaban fieramente clavados en los ajenos. Su mirada descendió tan solo un poco, la suficiente para clavarla en los labios tan suaves y exquisitos. La sonrisa que él esbozó en ese momento, no dejaba nada a la imaginación. No era necesario que ella entrara a su mente para que viese las imágenes que le asaltaban. - ¿No quieres saber la respuesta por ti misma, Amanda? El nombre de la mujer fue más un gruñido que otra cosa. Sus movimientos se habían vuelto de pronto más exigentes. – Vamos, entra a mi mente. Solo así, al parecer, quedarás satisfecha. Tariq no creía que fuese a encontrar nada que no la complaciera. Sus demonios eran muy fuertes. Querían la inmortalidad y harían cualquier cosa para conseguirla, incluso prometer a la mujer, de manera convincente, que contaría con su lealtad. – Soy un hombre muy codicioso. Le advirtió. – Ni siquiera eres consciente de lo peligroso que puede tornarse una relación como la que exiges. La lealtad, aunada a la obsesión que eres capaz de ejercer en un hombre como yo, podría derivar en una muy demandante. ¿Estás preparada para ello? Enarcó una ceja, su mirada ya volviendo a la ajena. – Sé sincera contigo y conmigo. No es la lealtad suprema lo que deseas. Te gusta lo desconocido, como a la mayoría de las mujeres que se dejaron convencer para que me acompañaran a este lugar donde encontraron la muerte. Sin embargo, si es eso lo que deseas... Dejó que las palabras pesaran entre ellos antes de continuar. – Escucharé tus consejos y decidiré si actuar según ellos nos hará bien a los dos. ¿Es eso suficiente? Seré tuyo en la misma medida que tú seas mía. Y como puedes ver, Amanda, hacerte completamente mía en estos momentos, es más que mi intención. Recalcó con arrogancia, soltando finalmente su palpitante erección, misma que se levantaba como un grueso mástil entre ellos. - ¿Tenemos un trato? Así podremos pasar a sellarlo.
Durante lo que parecieron largos minutos, se dedicó simplemente a masturbarse. Cualquiera habría creído que a esas alturas, el cazador se había olvidado de que no estaba solo; pero no había manera de que así fuera. Sus orbes azules, que se oscurecían ante las silenciosas promesas y eran seducidos por el deseo; estaban fieramente clavados en los ajenos. Su mirada descendió tan solo un poco, la suficiente para clavarla en los labios tan suaves y exquisitos. La sonrisa que él esbozó en ese momento, no dejaba nada a la imaginación. No era necesario que ella entrara a su mente para que viese las imágenes que le asaltaban. - ¿No quieres saber la respuesta por ti misma, Amanda? El nombre de la mujer fue más un gruñido que otra cosa. Sus movimientos se habían vuelto de pronto más exigentes. – Vamos, entra a mi mente. Solo así, al parecer, quedarás satisfecha. Tariq no creía que fuese a encontrar nada que no la complaciera. Sus demonios eran muy fuertes. Querían la inmortalidad y harían cualquier cosa para conseguirla, incluso prometer a la mujer, de manera convincente, que contaría con su lealtad. – Soy un hombre muy codicioso. Le advirtió. – Ni siquiera eres consciente de lo peligroso que puede tornarse una relación como la que exiges. La lealtad, aunada a la obsesión que eres capaz de ejercer en un hombre como yo, podría derivar en una muy demandante. ¿Estás preparada para ello? Enarcó una ceja, su mirada ya volviendo a la ajena. – Sé sincera contigo y conmigo. No es la lealtad suprema lo que deseas. Te gusta lo desconocido, como a la mayoría de las mujeres que se dejaron convencer para que me acompañaran a este lugar donde encontraron la muerte. Sin embargo, si es eso lo que deseas... Dejó que las palabras pesaran entre ellos antes de continuar. – Escucharé tus consejos y decidiré si actuar según ellos nos hará bien a los dos. ¿Es eso suficiente? Seré tuyo en la misma medida que tú seas mía. Y como puedes ver, Amanda, hacerte completamente mía en estos momentos, es más que mi intención. Recalcó con arrogancia, soltando finalmente su palpitante erección, misma que se levantaba como un grueso mástil entre ellos. - ¿Tenemos un trato? Así podremos pasar a sellarlo.
Tariq Marquand- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/12/2011
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Re: The Killing Dance {Privado}
Mujeres menos duchas que yo en la naturaleza retorcida, salvaje y animal de los hombres, incluso en los que únicamente eran humanos, se habrían sonrojado o incluso violentado ante la visión de un dios de la belleza según los cánones de prácticamente cualquier época masturbándose como si le fuera la vida en ello; yo, simplemente, contemplé el movimiento regular de su mano con curiosidad similar a la del científico que observa muestras intentando catalogarlas. Ni siquiera mi vista siguió el avance casi espasmódico, arriba y abajo, durante demasiado rato, pues opté simplemente por mantener la mirada fija en la suya y, sobre todo, alimentarme de sus palabras para ver si tras ese atento examen al que lo estaba sometiendo sin piedad alguna merecía o no convertirse en un inmortal. En realidad, la solución a nuestro dilema era más que clara y las únicas dudas que prevalecían eran las mías, no tanto en relación con él sino en relación conmigo misma. ¿Le permitiría salirse con la suya tan rápidamente o, de lo contrario, alargaría nuestra interesante partida hasta que las reglas del juego nos lo permitieran? La mayor ventaja del asunto era que no había reglas salvo las que fuéramos escribiendo en cada momento, a tenor de las circunstancias; él había decidido ponerse en movimiento de una manera descarada que no podía sino tener una respuesta igualmente poco sutil por mi parte, pues lo contrario sería muestra de una debilidad o un pudor de los que yo carecía por completo, incluso a la hora de meterme en su mente. Apenas una zambullida rápida en sus pensamientos más superficiales, más por puro morbo que por la necesidad de descifrar sus por lo demás claras intenciones, bastó para confirmar lo que ya sabía y para aumentar mis ya considerables dudas respecto a él, respecto a mí; respecto a nosotros, en definitiva.
– Lamentablemente, Tariq, tengo algo de hombre en esto, y aunque como a todas las féminas a las que haces referencia lo desconocido me atraiga sobremanera, también lo hace tener el control de la situación. Alguien como debe entender a la perfección por qué no puedo permitir que seas tú quien tenga toda la diversión, ¿no? – repliqué, mordaz, y solamente entonces reduje la distancia que nos separaba y me acerqué a él como deseaba hacerlo y como, seguramente, había visto a decenas de mujeres hacer antes que a mí al ponerse de rodillas delante de él. ¿Cómo lo llamaban, un francés quizá? Era tan antiguo como lo eran la humanidad y los deseos carnales que sentían todos los seres, tanto mortales como inmortales; desde la perspectiva de la mujer, podía significar mil cosas diferentes, desde una muestra de sumisión hasta una manera de ejercer el control de la manera más efectiva que podía aplicarse sobre alguien del sexo opuesto. Para ellos, siempre significaba placer, o al menos eso tenía entendido, mas mi intención era como siempre alejarme de lo que se suponía que se hacía habitualmente, así como negarme a mostrar una sumisión que, en todo caso, le correspondería a él, no a mí. Podía no prometerme su lealtad, pero tras un experimento fallido casi por completo no iba a permitirle gozar de libre albedrío para que después su insubordinación se volviera molesta y me hiciera arrepentirme de una decisión que, pese a mi falsa seguridad, mis dudas revelaban que no estaba tomada, al menos no del todo, y desde luego no en esas circunstancias. Él me deseaba, físicamente era un hecho y mentalmente tenía la certeza de que mi naturaleza lo había vuelto tan esclavo de mí como podría llegar a serlo, en parte por sus pensamientos, pero su ego… El ego de los hombres es la peor arma de la que disponen, la que más errores los lleva a cometer y la que más me preocupaba que se le descontrolara.
– Convertirte o no convertirte: he ahí la cuestión. Lo que a ti te parece tan claro por culpa de tu impaciencia y tus ansias para mí no lo es tanto. ¿Tu lealtad? El deseo la vuelve dudosa, me prometerías hasta yacer únicamente con hombres en tu vida a cambio de conseguir la inmortalidad, y bien sé que si no te conviene a la mínima que cambien las tornas te saltarías lo prometido. Eres un hombre; tienes sus defectos. – comenté, apoyando los brazos sobre sus muslos y mirándolo a los ojos, con los míos entrecerrados. Mis palabras sonaban aburridas como solamente podían hacerlo si mis pensamientos se encontraban a muchos kilómetros de distancia, tal y como era el caso. En el hipotético posible de convertirlo, ¿qué pasaría? Por muy neófito que fuera, tenía un cierto autocontrol y sobre todo lo tendría si su vida dependía de ello, y si tal no era el caso, ¿qué me importaba a mí si vivía o moría…? Al margen del deseo físico, apenas lo conocía lo suficiente para haber establecido un vínculo con él que me permitiera implicarme emocionalmente; sus fallos, llegado el caso, no tendrían por qué ser los míos y no me obligarían a tomar unas responsabilidades que no deseaba para mí, ya no. Entonces, cuando la decisión ya estaba a todas luces tomada, sonreí y me alejé de él sin haber probado nada de él y de lo que tanto ansiaba seguir masturbando o que yo misma lo hiciera, probablemente ambas.
– Me siento magnánima, Tariq, y te permitiré elegir. Dime, ¿deseas que sea aquí y ahora o prefieres esperar? Y, por supuesto, mi pregunta favorita, ¿hay alguna vena por la que sientas particular aprecio…? – inquirí, ya de pie a una distancia prudencial, y con los brazos cruzados como si estuviéramos en una mera transacción comercial.
– Lamentablemente, Tariq, tengo algo de hombre en esto, y aunque como a todas las féminas a las que haces referencia lo desconocido me atraiga sobremanera, también lo hace tener el control de la situación. Alguien como debe entender a la perfección por qué no puedo permitir que seas tú quien tenga toda la diversión, ¿no? – repliqué, mordaz, y solamente entonces reduje la distancia que nos separaba y me acerqué a él como deseaba hacerlo y como, seguramente, había visto a decenas de mujeres hacer antes que a mí al ponerse de rodillas delante de él. ¿Cómo lo llamaban, un francés quizá? Era tan antiguo como lo eran la humanidad y los deseos carnales que sentían todos los seres, tanto mortales como inmortales; desde la perspectiva de la mujer, podía significar mil cosas diferentes, desde una muestra de sumisión hasta una manera de ejercer el control de la manera más efectiva que podía aplicarse sobre alguien del sexo opuesto. Para ellos, siempre significaba placer, o al menos eso tenía entendido, mas mi intención era como siempre alejarme de lo que se suponía que se hacía habitualmente, así como negarme a mostrar una sumisión que, en todo caso, le correspondería a él, no a mí. Podía no prometerme su lealtad, pero tras un experimento fallido casi por completo no iba a permitirle gozar de libre albedrío para que después su insubordinación se volviera molesta y me hiciera arrepentirme de una decisión que, pese a mi falsa seguridad, mis dudas revelaban que no estaba tomada, al menos no del todo, y desde luego no en esas circunstancias. Él me deseaba, físicamente era un hecho y mentalmente tenía la certeza de que mi naturaleza lo había vuelto tan esclavo de mí como podría llegar a serlo, en parte por sus pensamientos, pero su ego… El ego de los hombres es la peor arma de la que disponen, la que más errores los lleva a cometer y la que más me preocupaba que se le descontrolara.
– Convertirte o no convertirte: he ahí la cuestión. Lo que a ti te parece tan claro por culpa de tu impaciencia y tus ansias para mí no lo es tanto. ¿Tu lealtad? El deseo la vuelve dudosa, me prometerías hasta yacer únicamente con hombres en tu vida a cambio de conseguir la inmortalidad, y bien sé que si no te conviene a la mínima que cambien las tornas te saltarías lo prometido. Eres un hombre; tienes sus defectos. – comenté, apoyando los brazos sobre sus muslos y mirándolo a los ojos, con los míos entrecerrados. Mis palabras sonaban aburridas como solamente podían hacerlo si mis pensamientos se encontraban a muchos kilómetros de distancia, tal y como era el caso. En el hipotético posible de convertirlo, ¿qué pasaría? Por muy neófito que fuera, tenía un cierto autocontrol y sobre todo lo tendría si su vida dependía de ello, y si tal no era el caso, ¿qué me importaba a mí si vivía o moría…? Al margen del deseo físico, apenas lo conocía lo suficiente para haber establecido un vínculo con él que me permitiera implicarme emocionalmente; sus fallos, llegado el caso, no tendrían por qué ser los míos y no me obligarían a tomar unas responsabilidades que no deseaba para mí, ya no. Entonces, cuando la decisión ya estaba a todas luces tomada, sonreí y me alejé de él sin haber probado nada de él y de lo que tanto ansiaba seguir masturbando o que yo misma lo hiciera, probablemente ambas.
– Me siento magnánima, Tariq, y te permitiré elegir. Dime, ¿deseas que sea aquí y ahora o prefieres esperar? Y, por supuesto, mi pregunta favorita, ¿hay alguna vena por la que sientas particular aprecio…? – inquirí, ya de pie a una distancia prudencial, y con los brazos cruzados como si estuviéramos en una mera transacción comercial.
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