Cafe de Flore (Libre)

Como las madres arropan a sus hijos cuando van a dormir, o simplemente por el frío, el manto de la noche comenzó a cubrir las calles parisinas. La luz de la tarde que pintaba de naranja las fachadas de las casas, establecimientos e inclusive las piedras en los caminos que llevaban a los distintos lugares, comenzababa a desaparecer, tiñiendo todo de tonos azules oscuros. Las campanas de la iglesia del centro comenzaron a repiquetear a lo lejos, eso significaba mucha gente asistiendo a la misa de ocho. Exactamente igual que en La Nueva España; para mi desgracia, no podría saber qué tan idénticas eran por dentro, la gente, las multitudes me podían poner de nervios a pesar de los siglos de control sobre mi naturaleza, me daba hambre sólo de oler la sangre mezclada, ese aroma salino, agridulce, a hierro frío me provocaba calor en las frías venas, en mis venas muertas.

Me encontraba en la calle cafetalera de París, donde las escencias más exquisitas para los degustadores de ese líquido café ocuro eran fáciles de percibir. Desde mi posición, sentada en una banca frente a un reloj, podía distinguir el olor dulzón del aceite de almendra combinado con el café de grano y la leche caliente; también estaba el olor a chocolate, vainilla, amaretto, inclusive podía oler la nueva adquisición de la cafetería Cafe de Flore: aceite de rosas blancas. Era un nuevo saborizante que se le podía agregar al café cuando ya estuviera listo. Muchos rumoreaban que era una verdadera delicia. Yo sólo podía saborear esa delicia con la naríz.
Cuando miré hacia la calle que llevaba a la Chapelle Expiatoire me di cuenta de la cantidad de fieles que esa iglesia tenía: mujeres con sus vestidos de telas finísimas y colores vívidos adornados con flores bordadas y encaje; las jovencitas debutantes que se paseaban con la espalda derecha enseñando la tersa piel de sus pechos magistralmente cubiertos en vestidos turquesas, rosas; estaban los hombres vestidos con su traje de cola y sus sombreros de copa, todos pulcros y con la pinta distinguida de los pies a la cabeza. Sí, parís era el eterno lugar de la moda y fina frivolidad, eso a mi me bastaba.

Una hora me pasé mirando desfilar a la gente hacia la iglesia, esperando que el Café de Flore quedase un poco vacío y tener la oportunidad de sentarme a deleitareme, por lo menos, la naríz con las fragancias que habían ahí adentro. Cuando estuvo casi vacío, me levanté de mi asiento y recogí el vestido y el encaje del mismo para que no se ensuciara con la tierra del suelo, después de todo, el blanco se percude muy rápido.
Entré y la masa de olores entró por mi nariz regalándome una de las experiencias olfativas más deliciosas de mi vida. La señorita que atendía el lugar me ofreció una mesa con una excelente vista a la calle, yo acepté encantada. Me senté y pedí la especialidad: café con escencia de rosas.