AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Música para mis Oídos [Noah]
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Música para mis Oídos [Noah]
Recuerdo del primer mensaje :
La joven se sentía algo nerviosa. Bueno, la verdad era que estaba muy nerviosa.
La presentación del concierto de Romeo y Julieta dependía en gran parte de ella. El mismo Sergei Prokofiev- más bien el Camarada Prokofiev- la había elegido entre muchos para una pequeña interpretación de piano en aquella obra. También le habían pedido que tocara el violín, instrumento que sabía tocar, pero de manera mediocre. Y, con su personalidad tímida, no pudo decir “no”.
En eso pensaba Larisa, mientras ponía las partituras de lo que debía tocar en aquel piano que tanto amaba. Romeo y Julieta. No era su historia de amor favorita. De hecho, ninguna de las historias románticas que la música interpretaba le gustaban. El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, por ejemplo. El cisne Blanco se enamora de un hombre, va el Cisne Negro y se lo quita y el Cisne Blanco se suicida. O también Aída, de Verdi. Allí ambos amantes mueren juntos, enterrados vivos. ¡Y qué decir de Tanhauser, de Wagner!
El romance en la música era demasiado trágico, demasiado oscuro. Prefería las obras más alegres, más vivas, pero a todos parecían aburrirles. Tuvo que renunciar y tocar cosas que en verdad no le gustaban. En aquellos días, en la Rusia Soviética, todo valía con tal de tener algo de pan. Todos trabajaban, por muy nobles que hayan sido antes. Y todo trabajo era aceptable, hasta el de porquerizo. Por así decirlo, Larisa había tenido suerte de contar con el talento que tenía, para ayudar a mantener a su gran familia.
La gran guerra los había dejado bastante mal. Sus dos hermanos mayores habían acudido a pelear. Sólo uno volvió. El otro llegó con una pierna inutilizada. Su madre y su hermana menor habían sido presa de los abusos de los camaradas. Ella se había salvado sólo porque sabía tocar el piano, y un camarada del partido la había adoptado por mientras, la había entrenado para ser una representante más de la música de los Rusos. La usarían para demostrar que la Unión Soviética era mejor que aquellos capitalistas que ella no podía odiar.
Pero de qué servía pensar en eso ahora. Prefirió no hacerle caso a sus pensamientos y ponerse a practicar. Tenía una pieza que tocar, enfrente de los Parisinos, y no podía defraudar al camarada Prokofiev, que tanta fe había puesto en ella. Repasó las notas más importantes, y con un asentimiento de cabeza, comenzó a tocar la Danza de los Caballeros, una de sus favoritas en aquel ballet de locos. Una danza de hipocresía, que llamaba al destino a hacer su trabajo.
La joven se sentía algo nerviosa. Bueno, la verdad era que estaba muy nerviosa.
La presentación del concierto de Romeo y Julieta dependía en gran parte de ella. El mismo Sergei Prokofiev- más bien el Camarada Prokofiev- la había elegido entre muchos para una pequeña interpretación de piano en aquella obra. También le habían pedido que tocara el violín, instrumento que sabía tocar, pero de manera mediocre. Y, con su personalidad tímida, no pudo decir “no”.
En eso pensaba Larisa, mientras ponía las partituras de lo que debía tocar en aquel piano que tanto amaba. Romeo y Julieta. No era su historia de amor favorita. De hecho, ninguna de las historias románticas que la música interpretaba le gustaban. El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, por ejemplo. El cisne Blanco se enamora de un hombre, va el Cisne Negro y se lo quita y el Cisne Blanco se suicida. O también Aída, de Verdi. Allí ambos amantes mueren juntos, enterrados vivos. ¡Y qué decir de Tanhauser, de Wagner!
El romance en la música era demasiado trágico, demasiado oscuro. Prefería las obras más alegres, más vivas, pero a todos parecían aburrirles. Tuvo que renunciar y tocar cosas que en verdad no le gustaban. En aquellos días, en la Rusia Soviética, todo valía con tal de tener algo de pan. Todos trabajaban, por muy nobles que hayan sido antes. Y todo trabajo era aceptable, hasta el de porquerizo. Por así decirlo, Larisa había tenido suerte de contar con el talento que tenía, para ayudar a mantener a su gran familia.
La gran guerra los había dejado bastante mal. Sus dos hermanos mayores habían acudido a pelear. Sólo uno volvió. El otro llegó con una pierna inutilizada. Su madre y su hermana menor habían sido presa de los abusos de los camaradas. Ella se había salvado sólo porque sabía tocar el piano, y un camarada del partido la había adoptado por mientras, la había entrenado para ser una representante más de la música de los Rusos. La usarían para demostrar que la Unión Soviética era mejor que aquellos capitalistas que ella no podía odiar.
Pero de qué servía pensar en eso ahora. Prefirió no hacerle caso a sus pensamientos y ponerse a practicar. Tenía una pieza que tocar, enfrente de los Parisinos, y no podía defraudar al camarada Prokofiev, que tanta fe había puesto en ella. Repasó las notas más importantes, y con un asentimiento de cabeza, comenzó a tocar la Danza de los Caballeros, una de sus favoritas en aquel ballet de locos. Una danza de hipocresía, que llamaba al destino a hacer su trabajo.
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
-No hay necesidad de eso, sólo tocaré un par de piezas en la primera parte, y en la segunda tocaré la final. No es mucho, pero algo es algo-corrigió rápidamente. Su actuación no iba a ser demasiado larga ni llamativa, sólo era una especie de llamado de atención para los cazadores de talentos musicales Parisinos. Aunque eso ella no lo sabía, sólo su maestro estaba enterado.
La idea de Prokofiev al traer a la joven aquí era asentarla en algún lugar alejado de la Unión Soviética, antes de que su talento se perdiera. Había muchos jóvenes talentos en Rusia que veían ofuscados sus intentos de sobresalir por el régimen imperante, que los limitaba sólo a su país. Y lo peor era que nadie los tomaba realmente en serio, a menos de que su poder inventivo fuera casi extraterrestre. Pianistas como Larisa dejaban la música sólo por frustración y tristeza, y muchas veces terminaban haciendo algo de lo que después se arrepentían. El trabajo de los compositores importantes, como los tres titanes, era rescatar a esas pobres almas que no tenían ningún futuro. Sacarlas de Rusia y depositarlas en manos de algún maestro occidental.
Ninguno de los beneficiados se daba cuenta de su suerte hasta que se veían instalados en el mundo de Oeste. Y la joven pianista no sería la excepción, aunque por ahora estuviera totalmente ignorante de los planes que tenían para ella. Por mientras, lo único que podía hacer era observar e interpretar.
Los actos iban pasando rápidamente. El sonido otorgado a la disputa callejera entre Capuletos y Montesco hizo que la gente lanzara algunos gritos ahogados, producto de la angustia que inconscientemente sentían. Luego, el príncipe de Verona-interpretado con una música conciliadora y tranquila- calma los ánimos y los hace jurar no matarse por ahora. Los Capuleto organizan un baile para celebrar el compromiso entre Julieta y el Conde Paris. La joven se prepara entre los murmullos de las doncellas. En otra parte del escenario, otra joven se prepara. Larisa llevaba la cuenta mental de las piezas. Quedaban dos antes de la suya, la Danza de los Caballeros, lo que significaba que debía bajar y acudir a su lugar lo más pronto posible.
-Ha empezado el Minué de los Invitados- dijo la chica en voz baja-. Creo que es hora de que baje, o no alcanzaré a llegar a la presentación a tiempo.
La idea de Prokofiev al traer a la joven aquí era asentarla en algún lugar alejado de la Unión Soviética, antes de que su talento se perdiera. Había muchos jóvenes talentos en Rusia que veían ofuscados sus intentos de sobresalir por el régimen imperante, que los limitaba sólo a su país. Y lo peor era que nadie los tomaba realmente en serio, a menos de que su poder inventivo fuera casi extraterrestre. Pianistas como Larisa dejaban la música sólo por frustración y tristeza, y muchas veces terminaban haciendo algo de lo que después se arrepentían. El trabajo de los compositores importantes, como los tres titanes, era rescatar a esas pobres almas que no tenían ningún futuro. Sacarlas de Rusia y depositarlas en manos de algún maestro occidental.
Ninguno de los beneficiados se daba cuenta de su suerte hasta que se veían instalados en el mundo de Oeste. Y la joven pianista no sería la excepción, aunque por ahora estuviera totalmente ignorante de los planes que tenían para ella. Por mientras, lo único que podía hacer era observar e interpretar.
Los actos iban pasando rápidamente. El sonido otorgado a la disputa callejera entre Capuletos y Montesco hizo que la gente lanzara algunos gritos ahogados, producto de la angustia que inconscientemente sentían. Luego, el príncipe de Verona-interpretado con una música conciliadora y tranquila- calma los ánimos y los hace jurar no matarse por ahora. Los Capuleto organizan un baile para celebrar el compromiso entre Julieta y el Conde Paris. La joven se prepara entre los murmullos de las doncellas. En otra parte del escenario, otra joven se prepara. Larisa llevaba la cuenta mental de las piezas. Quedaban dos antes de la suya, la Danza de los Caballeros, lo que significaba que debía bajar y acudir a su lugar lo más pronto posible.
-Ha empezado el Minué de los Invitados- dijo la chica en voz baja-. Creo que es hora de que baje, o no alcanzaré a llegar a la presentación a tiempo.
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
No sabría decir en qué momento exacto de la función me dejó de parecer tan interesante lo que ocurría en el escenario, de lo único de lo que tenía certeza era que, de un momento a otro, me había encontrado a mí mismo mirando el rostro de Larisa completamente embobado. No había dejado de escuchar la música en ningún momento, pero era como si quisiese ver los instrumentos reflejados en las expresiones faciales de la joven rusa, que se iban modulando al compás de las diferentes melodías.
Solo esperaba haber mantenido un mínimo de disimulo o que ella estuviese demasiado distraída como para haberse percatado de mi pequeño momento de encandilamiento.
—En marcha entonces—contesté de manera entusiasta, aún cuando el tono de mi voz no se había elevado mucho más de la categoría de susurro. En esta ocasión, y dado que la bajada daba bastante más vértigo que la subida, tomé la delantera y descendí un par de peldaños antes de girarme y ofrecerle mi mano a Larisa—Está oscuro, así que agárrate fuerte y cuidado con los pies—advertí, ya que lo último que quería era que un traspiés pudiese acabar en tragedia. Y ese vestido suyo, que la hacía brillar con luz propia, no iba a ser de demasiada ayuda en esta ocasión.
Bajando yo delante, al menos, tenía la certeza de que en caso de tropezar podría atraparla o al menos amortiguar su caída.
Por suerte, nadie alcanzó a vernos bajando de nuestro pequeño escondite, aunque si que fueron varios los ojos que vieron como acompañaba a Larisa hasta el escenario. Los habituales del teatro sabían perfectamente quién era yo, así que no era de extrañar las expresiones de asombro y desconcierto al verme junto a la todavía desconocida, pero muy esperada y cotizada, pianista rusa.
Las habladurías y rumores estarían garantizados durante las próximas semanas, hasta que una nueva novedad ocupase las mentes ociosas de los diferentes empleados y habitantes del teatro.
—Es la hora—susurré mientras que me asomaba al escenario sin ser visto desde ningún ángulo del patio de butacas. A continuación volví a girar la cabeza en dirección a Larisa, dejando que mi mirada descansase sobre la suya—Así que respira y déjales con la boca abierta—añadí, sonriendo ampliamente.
Solo esperaba haber mantenido un mínimo de disimulo o que ella estuviese demasiado distraída como para haberse percatado de mi pequeño momento de encandilamiento.
—En marcha entonces—contesté de manera entusiasta, aún cuando el tono de mi voz no se había elevado mucho más de la categoría de susurro. En esta ocasión, y dado que la bajada daba bastante más vértigo que la subida, tomé la delantera y descendí un par de peldaños antes de girarme y ofrecerle mi mano a Larisa—Está oscuro, así que agárrate fuerte y cuidado con los pies—advertí, ya que lo último que quería era que un traspiés pudiese acabar en tragedia. Y ese vestido suyo, que la hacía brillar con luz propia, no iba a ser de demasiada ayuda en esta ocasión.
Bajando yo delante, al menos, tenía la certeza de que en caso de tropezar podría atraparla o al menos amortiguar su caída.
Por suerte, nadie alcanzó a vernos bajando de nuestro pequeño escondite, aunque si que fueron varios los ojos que vieron como acompañaba a Larisa hasta el escenario. Los habituales del teatro sabían perfectamente quién era yo, así que no era de extrañar las expresiones de asombro y desconcierto al verme junto a la todavía desconocida, pero muy esperada y cotizada, pianista rusa.
Las habladurías y rumores estarían garantizados durante las próximas semanas, hasta que una nueva novedad ocupase las mentes ociosas de los diferentes empleados y habitantes del teatro.
—Es la hora—susurré mientras que me asomaba al escenario sin ser visto desde ningún ángulo del patio de butacas. A continuación volví a girar la cabeza en dirección a Larisa, dejando que mi mirada descansase sobre la suya—Así que respira y déjales con la boca abierta—añadí, sonriendo ampliamente.
Noah Evans- Cambiante Clase Baja
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
Y la hora había llegado, con la incertidumbre como compañera. Y es que, ¿Cómo iba a saber la joven si su presentación sería del agrado de la gente? Estaba nerviosa, asustada y a la vez ansiosa por demostrar su valía. Al menos, alguien tenía confianza en ella. Le sonrió a Noah, agradecida por todo lo que había hecho hasta ahora. Ni todas las vidas que Dios le proveyera serían suficientes para pagarle el favor, pero al menos podía intentarlo tocando. Los compases de la melodía de turno sonaron con expectación, la misma que mostraban los espectadores. Una novedad exótica llenaría sus ojos y colmaría sus oídos de música.
-Gracias-fue lo primero que salió de sus labios, seguido de un par de palabras más-. Si todo sale bien, te prometo que serás el primero con un autógrafo en las manos.
Y cuando las últimas notas sonaron, y el silencio se apoderó del escenario, la joven se enfrentó a las luces del teatro, con su talento como único escudo. Caminó con serenidad hacia su instrumento, sintiendo las miradas de todos a su alrededor. Las expectantes del público. Las ansiosas de la orquesta. La de confianza que le dirigió Sergei Prokofiev cuando pasó frente a él. Y cuando llegó al piano y se sentó, una oleada de tranquilidad la invadió. Podía hacerlo. Podía encandilar a toda esa gente con los sonidos que salían de aquel instrumento gracias al hábil manejo de sus dedos.
La batuta del Director bajó, y fue lo único que necesitó Larisa para comenzar a tocar.
En cuanto sus dedos tocaron las teclas, se preguntó cómo es que había tenido miedo de presentarse. Ahora le parecía tan natural como respirar. No cometía errores. Hasta se permitió una pequeña sonrisa entre toda esa marcialidad. La música del maestro era tensa, romántica pero obscura al mismo tiempo, daba a entender que nada en la historia terminaría bien. Esa era una de las tantas razones por las que odiaba este drama Shakespeareano, la notoriedad del drama en cada una de las acciones. Por mucho que las notas cambiaran a algo más amigable, seguía habiendo tensión. Y las notas del final gritaban a los cuatro vientos “¡Todo terminará en tragedia!”.
Después de La Danza de los Caballeros, Larisa tocó otras dos piezas, acompañada de la orquesta, que no hacía más que acentuar la habilidad de la joven. Ya estaba hecho. Con aquella presentación, ya se había catapultado a sí misma hacia una fama que, aunque fuese temporal, estaba bien ganada. Los compositores se la pelearían, cada uno con la secreta ambición de que interpretara una de sus tantas sonatas. Muchos le ofrecerían la nacionalidad de su país a cambio de aquellas desgarradoras interpretaciones que conquistarían el corazón del público. Y le lloverían los aplausos, como le llovían ahora luego de la presentación. Con una simple reverencia, la joven se retiró del escenario, con la misma serenidad con la que entró. Su destino eran los camerinos, que en un momento más, en el interludio, se llenarían de gente esperando hablar con ella.
Aunque lo único que le importaba en esos momentos era cumplir la promesa que le había hecho a Noah. Porque todo había salido bien.
-Gracias-fue lo primero que salió de sus labios, seguido de un par de palabras más-. Si todo sale bien, te prometo que serás el primero con un autógrafo en las manos.
Y cuando las últimas notas sonaron, y el silencio se apoderó del escenario, la joven se enfrentó a las luces del teatro, con su talento como único escudo. Caminó con serenidad hacia su instrumento, sintiendo las miradas de todos a su alrededor. Las expectantes del público. Las ansiosas de la orquesta. La de confianza que le dirigió Sergei Prokofiev cuando pasó frente a él. Y cuando llegó al piano y se sentó, una oleada de tranquilidad la invadió. Podía hacerlo. Podía encandilar a toda esa gente con los sonidos que salían de aquel instrumento gracias al hábil manejo de sus dedos.
La batuta del Director bajó, y fue lo único que necesitó Larisa para comenzar a tocar.
- Piano:
En cuanto sus dedos tocaron las teclas, se preguntó cómo es que había tenido miedo de presentarse. Ahora le parecía tan natural como respirar. No cometía errores. Hasta se permitió una pequeña sonrisa entre toda esa marcialidad. La música del maestro era tensa, romántica pero obscura al mismo tiempo, daba a entender que nada en la historia terminaría bien. Esa era una de las tantas razones por las que odiaba este drama Shakespeareano, la notoriedad del drama en cada una de las acciones. Por mucho que las notas cambiaran a algo más amigable, seguía habiendo tensión. Y las notas del final gritaban a los cuatro vientos “¡Todo terminará en tragedia!”.
Después de La Danza de los Caballeros, Larisa tocó otras dos piezas, acompañada de la orquesta, que no hacía más que acentuar la habilidad de la joven. Ya estaba hecho. Con aquella presentación, ya se había catapultado a sí misma hacia una fama que, aunque fuese temporal, estaba bien ganada. Los compositores se la pelearían, cada uno con la secreta ambición de que interpretara una de sus tantas sonatas. Muchos le ofrecerían la nacionalidad de su país a cambio de aquellas desgarradoras interpretaciones que conquistarían el corazón del público. Y le lloverían los aplausos, como le llovían ahora luego de la presentación. Con una simple reverencia, la joven se retiró del escenario, con la misma serenidad con la que entró. Su destino eran los camerinos, que en un momento más, en el interludio, se llenarían de gente esperando hablar con ella.
Aunque lo único que le importaba en esos momentos era cumplir la promesa que le había hecho a Noah. Porque todo había salido bien.
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
- OFF:
- Mis disculpas por la excesiva tardanza en esta última respuesta, no se volverá a repetir u_u
Una sonrisa algo socarrona por mi parte fue el último contacto que tuve con Larisa antes de que ella saliera finalmente al escenario, exponiéndose por fin ante las miradas de todos los presentes. Si hasta el momento había estado completamente tranquilo y relajado (ya que no tenía motivos para no estarlo) no pude evitar que los nervios se me agarrasen a la boca del estómago al ver a la muchacha en escena. No tenía dudas de que encantaría al público, pero aún así estaba nervioso por ella.
Tampoco tenía un motivo sólido para estarlo, simplemente lo estaba.
Sin embargo, tan pronto como los dedos de ella comenzaron a moverse sobre las teclas del piano supe que no tenía de qué preocuparme. La actuación apenas estaba comenzando, pero no tenía duda alguna que esta sería la noche Larisa. Si en los momentos previos había parecido pequeña y frágil, ahora se mostraba confiada y segura de sí misma.
Cuando la intervención llegó a su final y el público estalló en aplausos, me llevé los dedos índice y pulgar entre los labios, emitiendo un estridente silbido de admiración, y ganándome las miradas curriosas de las personas que había a mi alrededor.
A continuación, y sabiendo que probablemente Larisa querría disfrutar de su momento de fama tranquilamente, desaparecí entre las sombras antes de que ella regresase del escenario, dirigiéndome hacia la zona de los camerinos.
No sabía si estaría siendo demasiado entrometido, pero decidí colarme en el interior del camerino de la pianista, encontrándolo vacío, por supuesto. Antes de eso, me encargué de tomar prestada una enorme rosa roja que había en un ramo de flores en el interior de un camerino vecino.
Tras dar vueltas en círculos por la habitación durante unos largos minutos, me senté sobre la superficie del tocador, con mi espalda apoyada sobre el espejo y las luces sobre mi cabeza.
Cuando por fin la puerta del camerino se abrió, levanté inmediatamente la mirada y de un salto me bajé del tocador. Mantuve la flor oculta detrás de mi cuerpo hasta que estuve de pie frente a Larisa.
No supe decir en ese momento si mi intromisión en su habitación personal le había sorprendido o desagradado, pero antes de darle tiempo a reaccionar, saqué la rosa y la extendí en su dirección, dibujando una gran sonrisa en mi rostro.
—Creo que alguien me debe un autógrafo—pedí de manera ciertamente bromista, serenándome un poco antes de volver a hablar—Felicidades por el gran espectáculo, estrella.
Noah Evans- Cambiante Clase Baja
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
Si no le había dado un ataque fulminante en ese instante, era porque la guerra la había transformado en una mujer fuerte. Pero no podía decir que el ver a Noah en su camerino no la había tomado por sorpresa. ¿Cómo es que había podido entrar allí sin más? Ah, cierto. Posiblemente tenía las llaves de todo el lugar. Eso o había olvidado cerrar bien la puerta. Con su habitual distracción, bien habría podido ser la segunda. Al final, decidió calmarse y dedicarle una enorme sonrisa, tomando la rosa que él sostenía en sus manos.
-Si tienes papel y lápiz podría hacerlo inmediatamente. ¿Lo prefieres en el alfabeto normal o en cirílico?- a pesar de que era una broma, la joven rezaba por el cirílico. Nunca se le había dado muy bien escribir con el alfabeto occidental- Bueno, es algo aparte. Debería darte las gracias de todo corazón, porque aunque no lo creas me ayudaste mucho hoy. No tengo la más remota idea de cómo te pagaré toda tu ayuda.
Con cuidado de no tropezar- porque los tacones le estaban matando los tobillos- se sentó pesadamente en el pequeño sillón dispuesto para ella y exhaló un gran suspiro. Ciertamente no estaba hablando de cosas materiales, que eran muy alejadas de lo que ella consideraba un “pago”. Cuando a un artista lo mueve la verdadera devoción a su arte, sabe que lo material no es más que una efímera ilusión que puede desaparecer en el momento menos preciso. Los medios con que muestran su amor son simplemente pequeños retazos de vida que se marchitarán de a poco, borrando sus huellas de la existencia colectiva. Y las notas que ella le sacaba al piano eran sonidos que duraban un par de segundos y volaban con el aire hacia el silencio.
Entonces, con una visión así, ¿Cómo es que iba a devolver el favor? Tenía que ser algo que no se olvidara, que se impregnara en el alma. De cualquier modo, el alma era lo único que le duraría después de todo. La cosa más frágil, más voluble, pero totalmente inmortal.
-Si tienes papel y lápiz podría hacerlo inmediatamente. ¿Lo prefieres en el alfabeto normal o en cirílico?- a pesar de que era una broma, la joven rezaba por el cirílico. Nunca se le había dado muy bien escribir con el alfabeto occidental- Bueno, es algo aparte. Debería darte las gracias de todo corazón, porque aunque no lo creas me ayudaste mucho hoy. No tengo la más remota idea de cómo te pagaré toda tu ayuda.
Con cuidado de no tropezar- porque los tacones le estaban matando los tobillos- se sentó pesadamente en el pequeño sillón dispuesto para ella y exhaló un gran suspiro. Ciertamente no estaba hablando de cosas materiales, que eran muy alejadas de lo que ella consideraba un “pago”. Cuando a un artista lo mueve la verdadera devoción a su arte, sabe que lo material no es más que una efímera ilusión que puede desaparecer en el momento menos preciso. Los medios con que muestran su amor son simplemente pequeños retazos de vida que se marchitarán de a poco, borrando sus huellas de la existencia colectiva. Y las notas que ella le sacaba al piano eran sonidos que duraban un par de segundos y volaban con el aire hacia el silencio.
Entonces, con una visión así, ¿Cómo es que iba a devolver el favor? Tenía que ser algo que no se olvidara, que se impregnara en el alma. De cualquier modo, el alma era lo único que le duraría después de todo. La cosa más frágil, más voluble, pero totalmente inmortal.
- Off:
- Perdón por la demora tan prolongada, y también si es que el post quedó demasiado filosófico u.u
Larisa Navratinova- Humano Clase Alta
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Re: Música para mis Oídos [Noah]
Solté una pequeña risotada ante su reacción, encontrándola completamente adorable. Era curioso como esta muchacha que tenía frente a mí podía transformarse en una persona completamente distinta con el simple hecho de pisar un escenario. Esa seguridad que aparecía en ella cada vez que ponía sus dedos sobre las teclas de un piano.
Mientras que Larisa procedió a sentarse, comencé a revisar el camerino en busca de algo que pudiera servirme para conseguir mi preciado autógrafo. Sabía que tenía un trozo de papel más o menos decente en el bolsillo del pantalón, así que solo me quedaba encontrar algo con lo que poder escribir.
—Si me prometes que no me insultarás sin que me entere, creo que optaré por el cirílico—bromeé, mirándola de reojo—Así no habrá duda alguna de que me lo has firmado tú de tu puño y letra. Seré la envidia de este sitio—añadí, con tono soñador. Dudaba mucho que existiesen demasiadas personas en la ciudad de París que supieran hablar ruso, y mucho menos escribirlo, por lo que unas cuantas líneas creadas por Larisa podrían convertirse en algo realmente extraordinario.
Finalmente, mis ojos dieron con un lapicero de color rojo oscuro. No tenía claro si era para los labios o para otra parte del rostro, pero era lo suficientemente fino y afilado como para poder escribir cómodamente con él.
Sin borrar la sonrisa apacible de mi rostro, giré sobre mis talones y me acerqué hasta Larisa, jugueteando con el lapiz al hacerlo girar de manera hábil entre mis dedos. Guardé unos segundos de silencio antes de volver a hablar, fijando mis ojos sobre ella.
—No tienes que pagarme nada, por cierto. En cuanto tenga mi autógrafo nuestras cuentas estarán saldadas—realmente, no consideraba que ella me debiera nada, ya que no creía haber hecho tanto por ella, simplemente acompañarla un poco cuando creí que necesitaba algo de apoyo. Por otro lado, no me olvidaba de que Larisa me había ayudado horas antes, antes de su gran actuación, por lo que el favor había sido completamente mutuo.
Estiré el papel entre mis manos, dejándolo lo más liso posible. No era un material impecable, pero era lo suficientemente resistente para aguantar el paso del tiempo. De protegerlo bien, estaba seguro de que ese autógrafo podría conservarse durante años.
Mientras que Larisa procedió a sentarse, comencé a revisar el camerino en busca de algo que pudiera servirme para conseguir mi preciado autógrafo. Sabía que tenía un trozo de papel más o menos decente en el bolsillo del pantalón, así que solo me quedaba encontrar algo con lo que poder escribir.
—Si me prometes que no me insultarás sin que me entere, creo que optaré por el cirílico—bromeé, mirándola de reojo—Así no habrá duda alguna de que me lo has firmado tú de tu puño y letra. Seré la envidia de este sitio—añadí, con tono soñador. Dudaba mucho que existiesen demasiadas personas en la ciudad de París que supieran hablar ruso, y mucho menos escribirlo, por lo que unas cuantas líneas creadas por Larisa podrían convertirse en algo realmente extraordinario.
Finalmente, mis ojos dieron con un lapicero de color rojo oscuro. No tenía claro si era para los labios o para otra parte del rostro, pero era lo suficientemente fino y afilado como para poder escribir cómodamente con él.
Sin borrar la sonrisa apacible de mi rostro, giré sobre mis talones y me acerqué hasta Larisa, jugueteando con el lapiz al hacerlo girar de manera hábil entre mis dedos. Guardé unos segundos de silencio antes de volver a hablar, fijando mis ojos sobre ella.
—No tienes que pagarme nada, por cierto. En cuanto tenga mi autógrafo nuestras cuentas estarán saldadas—realmente, no consideraba que ella me debiera nada, ya que no creía haber hecho tanto por ella, simplemente acompañarla un poco cuando creí que necesitaba algo de apoyo. Por otro lado, no me olvidaba de que Larisa me había ayudado horas antes, antes de su gran actuación, por lo que el favor había sido completamente mutuo.
Estiré el papel entre mis manos, dejándolo lo más liso posible. No era un material impecable, pero era lo suficientemente resistente para aguantar el paso del tiempo. De protegerlo bien, estaba seguro de que ese autógrafo podría conservarse durante años.
- OFF:
- Por fin estoy de vuelta en el foro y puedo seguir roleando!
Noah Evans- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 31/08/2012
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