AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Guilty Pleasures {Privado +18}
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Guilty Pleasures {Privado +18}
Y solo había un túnel oscuro y sombrío,
… el mío
… el mío
La noche había salido de juerga y dibujado en su lienzo a la reina y a sus siervas. Una vez más su séquito se preparaba para disfrutar del poder antes de perder – de nuevo – su imperio. La lucha eterna ensombrecía cada uno de sus actos. El diablo jugaba a tirar los dados. La lentitud enfermiza con que caían ponía a prueba su paciencia finita. Eran ellos quienes desataban a sus demonios. La bestia en su interior no coexistía, era demasiado orgullosa para aceptar a otros en las cercanías. Hacía mucho tiempo que había tomado el liderazgo. El vampiro la había aceptado cuando se arrastró por los confines del infierno para que le abrieran las puertas, buscando escapar de los gritos silenciosos de su propia sombra quien, perseguida por la soledad, se desplazaba por los confines de una mente caótica en su afán por luchar contra esa voz intermitente que le hablaba sobre placeres. Había estado ahí antes. Durante cientos de noches, se disfrazó de caballero e invitó cortésmente al mal a danzar en un vals donde todos aquéllos que quisieron o no, se vieron obligados a observar. Podría haber seguido así si no hubiese comenzado a hartarse de la inmortalidad. Había abandonado a su suerte a su siempre avariciosa compañera, a quien la inmoralidad nunca parecía importarle. Siempre existió quien solicitara una pieza, ansioso por corromperse en brazos de ella. Existían – por supuesto – aquéllas noches que no se resistía al encanto de la dama. Entonces apartaba a sus pretendientes y le dejaba seducirlo con su belleza. Ella siempre le aceptaba con una radiante sonrisa, misma que decía que siempre supo que volvería. Había estado todo bien antes. Él había logrado contener a sus demonios para no destrozar su imagen falsa – aquélla que establecía que era un hombre y no una bestia – hasta que encontró a alguien más en medio de todos esos espectadores y la invitó, por primera vez, a ese salón bordeado por la oscuridad y alimentado por un río de fuego voraz. No había advertido que la oscuridad estaba – también – tras ella. Habían sido consumidos por que sus bestias no habían aceptado el dominio completo de la otra o, al menos la suya, había estado desesperaba por gobernar sobre ella sin saberse presa.
- ¿Qué estamos haciendo aquí, Monsieur? La voz de la dama le atrajo, le devolvió esa sonrisa fantasmagórica a su rostro. Últimamente, su teatro se había convertido en su campo de recreo. Bastaba con seleccionar a cualquier humano que se aventuraba a cruzar sus majestuosas puertas para invitarlo a montar su propia escena. – Creía que nos dirigíamos a su mansión. Las sonrisas descaradas habían sido remplazadas por la cautela. La joven, quien había enviudado demasiado pronto – según sus palabras – había estado bastante interesada en olvidar su luto si la sociedad no se enteraba. Le había ofrecido ir a un lugar más cómodo y ella había aceptado entusiastamente. El interés del conde se había esfumado fríamente cuando se alejaron de la ciudad. La mansión Ralph estaba ubicada más allá de la laguna y los bosques. Nunca había tenido la verdadera intensión de llevarla a sus aposentos. Disfrutaría de los placeres de su cuerpo mientras su sangre abandonaba sus venas en cualquier sitio bajo los centinelas que iluminaban el firmamento. La tensión en sus músculos solo hacían referencia al peligro que comenzaba a pesar sobre el aire. Las manos de la humana se cerraban una y otra vez sobre el esponjoso vestido. La vena en su yugular palpitaba cada vez con más rapidez y sus colmillos – desesperados por enterrarse – presionaban para salir de su escondite. – Puedo prometerle dos cosas, ma chérie. Nadie nos interrumpirá. Nadie nos molestará. Se acercó a ella con rapidez. La joven no pudo seguir sus movimientos y pronto se vio atrapada contra uno de los troncos que se alineaban alrededor de la laguna. La Luna se reflejaba con tranquilidad sobre las frías aguas. La iluminación – aunque no era mucha – era suficiente para que ella le apreciara. La boca del vampiro se abrió para revelar los filosos colmillos. Un grito lleno de horror llenó a la noche. La humana intentó empujarlo pero jamás podría haberlo logrado. Una carcajada vacía se unió a los chillidos de la joven. – Grita todo lo que queráis. Nada me complacería más. El sarcasmo y la arrogancia se mezclaban en sus palabras. Esta vez, era él quien conducía a través de la pista de baile, al compás de una fúnebre sonata.
- ¿Qué estamos haciendo aquí, Monsieur? La voz de la dama le atrajo, le devolvió esa sonrisa fantasmagórica a su rostro. Últimamente, su teatro se había convertido en su campo de recreo. Bastaba con seleccionar a cualquier humano que se aventuraba a cruzar sus majestuosas puertas para invitarlo a montar su propia escena. – Creía que nos dirigíamos a su mansión. Las sonrisas descaradas habían sido remplazadas por la cautela. La joven, quien había enviudado demasiado pronto – según sus palabras – había estado bastante interesada en olvidar su luto si la sociedad no se enteraba. Le había ofrecido ir a un lugar más cómodo y ella había aceptado entusiastamente. El interés del conde se había esfumado fríamente cuando se alejaron de la ciudad. La mansión Ralph estaba ubicada más allá de la laguna y los bosques. Nunca había tenido la verdadera intensión de llevarla a sus aposentos. Disfrutaría de los placeres de su cuerpo mientras su sangre abandonaba sus venas en cualquier sitio bajo los centinelas que iluminaban el firmamento. La tensión en sus músculos solo hacían referencia al peligro que comenzaba a pesar sobre el aire. Las manos de la humana se cerraban una y otra vez sobre el esponjoso vestido. La vena en su yugular palpitaba cada vez con más rapidez y sus colmillos – desesperados por enterrarse – presionaban para salir de su escondite. – Puedo prometerle dos cosas, ma chérie. Nadie nos interrumpirá. Nadie nos molestará. Se acercó a ella con rapidez. La joven no pudo seguir sus movimientos y pronto se vio atrapada contra uno de los troncos que se alineaban alrededor de la laguna. La Luna se reflejaba con tranquilidad sobre las frías aguas. La iluminación – aunque no era mucha – era suficiente para que ella le apreciara. La boca del vampiro se abrió para revelar los filosos colmillos. Un grito lleno de horror llenó a la noche. La humana intentó empujarlo pero jamás podría haberlo logrado. Una carcajada vacía se unió a los chillidos de la joven. – Grita todo lo que queráis. Nada me complacería más. El sarcasmo y la arrogancia se mezclaban en sus palabras. Esta vez, era él quien conducía a través de la pista de baile, al compás de una fúnebre sonata.
Última edición por Lucern Ralph el Jue Feb 14, 2013 10:27 pm, editado 1 vez
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
La antítesis del amor, no es el odio;
La indiferencia sólo ofusca la realidad.
La indiferencia sólo ofusca la realidad.
Paris, la eterna ciudad del amor. Un siglo atrás, la desventura de sus habitantes se bañó con el líquido escarlata de su sangre, la crueldad fue equiparable sólo a la ira de Hades; medio siglo en el pasado, quizá el holocausto fue evitado por la mano de un desconocido, empeñado a concebir lo imposible en la mente mortal, el día de hoy… sólo un eco queda de aquella imponente figura autoproclamada dios.
Fueron sus orbes el único retazo de luz en medio de aquella perturbadora obscuridad, el ósculo de la nube con la luna llena hizo cubrir cada recóndito con sus tinieblas. El hombre le teme a la noche, el demonio al día. La mujer sonrió a las palabras extranjeras, un cálido recibimiento para quien una vez perteneció al mismo mundo de donde él provenía. Las cicatrices de su rostro, el dolor en su piel y las memorias de su alma. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué pretendía con su mirada? Atrapó con sus manos la garganta, dando cátedra a un tema en común que el hombre tiene con la bestia. Las risas, los juegos, cada uno de los elementos se apoderaron de la atmosfera haciendo que el calor incrementara como un fuego fatuo a mitad de la nada. Fue el grito del hombre un escándalo vil, el augurio que acompasaría la cantata de sus mitos. Y, ahí en medio de todo el caos infundado por las historias más cruentas, ella desvanecería los paradigmas sobre su raza y develaría la forma más común de encontrarlos por las calles. No todos son un encanto, no todos son monstruos. Algunos poseen ética, otros son demasiado cínicos que desencarnan el pecado por si mismos. La mujer perteneció –eventualmente- al segundo. Su formas, sus teorías y su pueril comportamiento, llegaron a convertirla en aquella leyenda, posteriormente se re-descubrió como una falacia.
¡Pudo haber asesinado a todos en ese pedazo de camposanto! Hombres avalentonados que creían ejercer el poder sobre los demonios de la noche. ¡Tenía la fuerza para destazar sus gargantas y beber cada gloriosa gota de sangre de sus cuerpos! Su mueca lo develaba, las sombrías intenciones ahí estaban reservadas sólo para aquel que, con su sufrimiento, pudiese ofrecerle un pasatiempo afable. Suspiró. No tenía nada que hacer ahí más que escuchar las perfidias de los hombres y aquella prostituta que sólo ocupaba su mente en imaginar su fortuna si tan sólo un condenado la eligiera como su compañera. Sonrió con desdén. Sus pasos se encaminaron hasta la verja que separa el cementerio del bosque y se adentró en él. Nadie notó su ausencia porque su belleza pasaba desapercibida entre el alcohol que los consumía. No vestía sus ropas galantes mucho menos adquirió a su regreso, la elegancia y el señorío que antes poseía. Fue feliz con la superficialidad de las cosas, fue insignificantemente atraída por las banalidades; hoy nada de eso importa.
Mientras más se adentraba en el bosque, la briza y la humedad del viento golpearon su cara, pero ella no sintió absolutamente nada. Le fue indiferente el característico olor de la tierra, de las plantas… su paladar se había vuelto estéril y sólo encontraba la plenitud del sabor en la sangre. Sin embargo, no cualquier montón de líquido escarlata podía satisfacerla y ya no bebía la cantidad que antes, tampoco asesinaba por el deleite de hacerlo o por la sencilla razón de tener el poder. Ahora lo hacía simplemente porque la humanidad era jodidamente frágil ante cualquier cambio brusco de la naturaleza. Su dieta, los niños. Éstos siempre han sido un exquisito manjar, olvidó por que lo hacía y sin embargo, aún no pierde ese toque insoportablemente maldito en sus manías. Trepó las ramas de los árboles, quería recordar el porque regresó a Paris y no a Inglaterra como se supone debió hacerlo. Se recostó sobre el viejo árbol a esperar ¿Qué? Bien, si algo aprendió después de su catarsis, es que la noche siempre trae sorpresas.
La mujer con la que estaba, segundos atrás, gritó. Alguien le violaba, sus piernas flaquearon y, aunque no era la primera vez, sangró desmedidamente. El bruto hombre introdujo el mango de la pala en su cavidad y la forzó a abrirse. Con el metal, cortó su cuello hasta que la sangre se despilfarró sobre la fría lápida de mármol. Lorraine lo observó todo incitándose por el esfuerzo de maldad en el hombrecillo y burlándose de su falta imaginativa. El hombre persiguió a los otros dos. Era una cacería mortal. Un alambre mutiló la extremidad derecha de uno, al otro le lanzó una flecha que atravesó su cráneo por la cuenca de su ojo. Aún corrían, aún deseaban salvar su vida. En medio de la tempestad, se divertía siguiendo el juego desde la copa de los árboles.
Sus hombrecillos llegaron hasta el lugar donde se llevaba a cabo la más tradicional de las jugadas en la naturaleza, la alimentación de las bestias. Arqueó una ceja al reconocer su rostro en la penumbra. La mueca se extendió más al escuchar el grito en los pensamientos de la muchacha. Los tres caballeros que le acompañaban, se quedaron plasmados sobre la tierra pensando en qué hacer o como enfrentarse a eso, incluso el sádico varón y asesino por aburrimiento, sintió el temor doblegar sus entrañas. Von Fanel les dio muerte atravesando el esternón, sacando el corazón o sencillamente, arrancando sus cabezas. –Lo lamento. Ellos venían conmigo. No interrumpiremos más. Conde, señorita.- Realizó una reverencia y marchó dando media vuelta sobre sus talones. Ahí debió acabar el encuentro, pero fue ella ¡La mujer que el conde sostenía en sus brazos, quien le hizo regresar a abofetearla! –No sé qué es más patético- Habló. A diferencia de las muchas otras veces en las que el conde le había escuchado, está vez hacía falta algo en el tono de su voz. –¿Un humano que cree que el vampiro se enamorará de él o, un vampiro que se cree enamorado?- Le hacía falta pasión en sus palabras. –O… ¿Usted qué cree, conde?- Se encaminó hasta ellos clavando su indiferente mirada en la chica. Verlo, sentirlo, escucharlo… Podría comparar su dolor con las más caóticas torturas del medievo, pero ninguna se compararía con el sufrimiento que ese hombre le causó. Recordar su crucifixión, la burla y el preludio a su infierno, fue un golpe que no esperaba. Tenía planes de asesinarlo, demasiadas ideas sobre como desgarrar su pecho y hacerle padecer físicamente la agonía equiparable a la suya. Lo odiaba, lo aborrecía… pero ¿Qué puede ser más terrible para un egocéntrico vampiro que la indiferencia de una dama, la cual alguna vez le entregó su vida? Y, ni siquiera eso sería exclusivo de Ralph.
Fueron sus orbes el único retazo de luz en medio de aquella perturbadora obscuridad, el ósculo de la nube con la luna llena hizo cubrir cada recóndito con sus tinieblas. El hombre le teme a la noche, el demonio al día. La mujer sonrió a las palabras extranjeras, un cálido recibimiento para quien una vez perteneció al mismo mundo de donde él provenía. Las cicatrices de su rostro, el dolor en su piel y las memorias de su alma. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué pretendía con su mirada? Atrapó con sus manos la garganta, dando cátedra a un tema en común que el hombre tiene con la bestia. Las risas, los juegos, cada uno de los elementos se apoderaron de la atmosfera haciendo que el calor incrementara como un fuego fatuo a mitad de la nada. Fue el grito del hombre un escándalo vil, el augurio que acompasaría la cantata de sus mitos. Y, ahí en medio de todo el caos infundado por las historias más cruentas, ella desvanecería los paradigmas sobre su raza y develaría la forma más común de encontrarlos por las calles. No todos son un encanto, no todos son monstruos. Algunos poseen ética, otros son demasiado cínicos que desencarnan el pecado por si mismos. La mujer perteneció –eventualmente- al segundo. Su formas, sus teorías y su pueril comportamiento, llegaron a convertirla en aquella leyenda, posteriormente se re-descubrió como una falacia.
¡Pudo haber asesinado a todos en ese pedazo de camposanto! Hombres avalentonados que creían ejercer el poder sobre los demonios de la noche. ¡Tenía la fuerza para destazar sus gargantas y beber cada gloriosa gota de sangre de sus cuerpos! Su mueca lo develaba, las sombrías intenciones ahí estaban reservadas sólo para aquel que, con su sufrimiento, pudiese ofrecerle un pasatiempo afable. Suspiró. No tenía nada que hacer ahí más que escuchar las perfidias de los hombres y aquella prostituta que sólo ocupaba su mente en imaginar su fortuna si tan sólo un condenado la eligiera como su compañera. Sonrió con desdén. Sus pasos se encaminaron hasta la verja que separa el cementerio del bosque y se adentró en él. Nadie notó su ausencia porque su belleza pasaba desapercibida entre el alcohol que los consumía. No vestía sus ropas galantes mucho menos adquirió a su regreso, la elegancia y el señorío que antes poseía. Fue feliz con la superficialidad de las cosas, fue insignificantemente atraída por las banalidades; hoy nada de eso importa.
Mientras más se adentraba en el bosque, la briza y la humedad del viento golpearon su cara, pero ella no sintió absolutamente nada. Le fue indiferente el característico olor de la tierra, de las plantas… su paladar se había vuelto estéril y sólo encontraba la plenitud del sabor en la sangre. Sin embargo, no cualquier montón de líquido escarlata podía satisfacerla y ya no bebía la cantidad que antes, tampoco asesinaba por el deleite de hacerlo o por la sencilla razón de tener el poder. Ahora lo hacía simplemente porque la humanidad era jodidamente frágil ante cualquier cambio brusco de la naturaleza. Su dieta, los niños. Éstos siempre han sido un exquisito manjar, olvidó por que lo hacía y sin embargo, aún no pierde ese toque insoportablemente maldito en sus manías. Trepó las ramas de los árboles, quería recordar el porque regresó a Paris y no a Inglaterra como se supone debió hacerlo. Se recostó sobre el viejo árbol a esperar ¿Qué? Bien, si algo aprendió después de su catarsis, es que la noche siempre trae sorpresas.
La mujer con la que estaba, segundos atrás, gritó. Alguien le violaba, sus piernas flaquearon y, aunque no era la primera vez, sangró desmedidamente. El bruto hombre introdujo el mango de la pala en su cavidad y la forzó a abrirse. Con el metal, cortó su cuello hasta que la sangre se despilfarró sobre la fría lápida de mármol. Lorraine lo observó todo incitándose por el esfuerzo de maldad en el hombrecillo y burlándose de su falta imaginativa. El hombre persiguió a los otros dos. Era una cacería mortal. Un alambre mutiló la extremidad derecha de uno, al otro le lanzó una flecha que atravesó su cráneo por la cuenca de su ojo. Aún corrían, aún deseaban salvar su vida. En medio de la tempestad, se divertía siguiendo el juego desde la copa de los árboles.
Sus hombrecillos llegaron hasta el lugar donde se llevaba a cabo la más tradicional de las jugadas en la naturaleza, la alimentación de las bestias. Arqueó una ceja al reconocer su rostro en la penumbra. La mueca se extendió más al escuchar el grito en los pensamientos de la muchacha. Los tres caballeros que le acompañaban, se quedaron plasmados sobre la tierra pensando en qué hacer o como enfrentarse a eso, incluso el sádico varón y asesino por aburrimiento, sintió el temor doblegar sus entrañas. Von Fanel les dio muerte atravesando el esternón, sacando el corazón o sencillamente, arrancando sus cabezas. –Lo lamento. Ellos venían conmigo. No interrumpiremos más. Conde, señorita.- Realizó una reverencia y marchó dando media vuelta sobre sus talones. Ahí debió acabar el encuentro, pero fue ella ¡La mujer que el conde sostenía en sus brazos, quien le hizo regresar a abofetearla! –No sé qué es más patético- Habló. A diferencia de las muchas otras veces en las que el conde le había escuchado, está vez hacía falta algo en el tono de su voz. –¿Un humano que cree que el vampiro se enamorará de él o, un vampiro que se cree enamorado?- Le hacía falta pasión en sus palabras. –O… ¿Usted qué cree, conde?- Se encaminó hasta ellos clavando su indiferente mirada en la chica. Verlo, sentirlo, escucharlo… Podría comparar su dolor con las más caóticas torturas del medievo, pero ninguna se compararía con el sufrimiento que ese hombre le causó. Recordar su crucifixión, la burla y el preludio a su infierno, fue un golpe que no esperaba. Tenía planes de asesinarlo, demasiadas ideas sobre como desgarrar su pecho y hacerle padecer físicamente la agonía equiparable a la suya. Lo odiaba, lo aborrecía… pero ¿Qué puede ser más terrible para un egocéntrico vampiro que la indiferencia de una dama, la cual alguna vez le entregó su vida? Y, ni siquiera eso sería exclusivo de Ralph.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
Los recuerdos llegan cual tranvía del pasado en noches oscuras, silenciosas, vacías.
Una sonrisa malvada curvó su boca un segundo antes de que arrancara la cabeza del cuello de la dama. No se había molestado en mostrar amabilidad. Esta última solo servía para engatusar y, como sucedía cada vez que cumplía con su objetivo, la máscara se volvió un jodido fastidio. Hilillos de sangre cayeron de sus colmillos. Había arrancado carne en su primer mordisco. La antes inmaculada piel de la humana, ahora tenía su marca. Las gotas carmesíes corrían libremente a través de su cuerpo, manchando el escote de su vestido, perdiéndose entre el valle de sus pechos. Le desafiaban a seguirlas, como si creyeran que el predador caería preso. En algún momento de su alimentación, el corazón de la humana amenazó con llevársela a la oscuridad. El conde no tenía la intención de permitirle tal descanso. No cuando la noche apenas había iniciado. Sin embargo, no fue ese conocimiento el que le obligó a detener su succión. Ella… Ella estaba cerca. Un gruñido resonó desde su garganta. La irracionalidad se abrió paso con sus garras. La ira flameó a través de sus músculos. Nunca había podido apagar ese odio que su traición había encendido. Lo había ahogado en ríos de fuego, chamuscado con su veneno. Su mano, que aún sostenía el frágil cuello de la joven, se cerró en torno a éste. Sus dedos se enterraron en la herida, sacándola de su letargo. No necesitaba mirar para saber que ahora éstos estaban manchados de sangre. Podía sentir la humedad. Su cuello se dobló lo suficiente para mirar hacia la dirección de dónde provenía su esencia. Se había bañado en ella durante tantas noches que la reconocería en cualquier lugar e incluso tiempo. Su propia sangre había servido como fuente de alimento para ella, así como él había tomado la de ella. Era un acto íntimo, incluso más que el sexo. Él nunca había permitido – desde aquélla noche de su transformación – que alguien más tomara su sangre. Ni siquiera había transformado a humanos porque su arrogancia y egoísmo era más grande. Le había dado esa parte de sí porque la quería como su compañera. Otro gruñido se alzó desde su pecho, más animal, más bestia. Sus dedos se enterraron con brutalidad en la desgarrada carne. Siguió la escena con un deje de aburrimiento, como si su presencia no significara nada. Los hombres siempre habían caído a sus pies. La sensualidad que destilaba con cada uno de sus pasos hacía sucumbir a cualquiera – mortal e inmortal. Él había sido uno de ellos años atrás. Conocía cada parte de su anatomía. Sus manos no habían sido suficientes para tocar. Ni siquiera cuando su boca y colmillos las sustituyeron, se había saciado por completo. Ella alimentaba su fuego. Odio e ira copulaban en sus orbes, destellando reflejos de oscuridad y algo más… demencial.
Le observó mientras ejecutaba a sus presas. Esos bastardos nunca habrían podido negarse a participar. No importaba que viesen al demonio sin su disfraz, se habrían arrojado a las puertas del infierno solo para llamar la atención de ella. Su ceja se enarcó cuando arrancó la cabeza del último hombre, como si con ese simple gesto, le dijera que no estaba realmente sorprendido. Habían cazado juntos. Sabía lo que era capaz de hacer. Ese maldito derroche de fuerza lo había atraído como una maldita polilla alrededor de ella. Más de una vez – durante las noches que cazaron – le había dejado claro que su excitación al verla actuar competía profusamente con los celos que le recorrían al saberla en otros brazos. Nunca le había importado compartir hasta que la encontró en – frunció el ceño – este maldito lugar. Su sonrisa – desbordante de petulancia – se ensanchó. – Disculpas aceptadas. Ella no era más suya. Nunca lo había sido. Podía tratarla como merecía. Como una completa extraña. Alzó la muñeca de su mano libre hasta su boca y desgarró. Si quería mantener a la humana aun viva después de haber tomado su sangre en cantidades inmensurables… Dejó caer el brazo cuando observó que la vampiresa caminaba hacia ellos. Levantó la otra ceja en una interrogante. No fue su acción la que le atrapó, ni siquiera las palabras que escupió, fue su voz. Algo en ello le golpeó, pero él era mejor. Su rostro no mostró ningún signo de reconocimiento. Ella era como una estrella negra en el firmamento, quien no necesitaba destellar porque se sabía única entre las demás. Siempre lo había sido o, así había sido. La mujer ante él le resultaba desconocida. Una carcajada fría curvó su boca. ¿Alguna vez la había conocido? Se había burlado, le había dejado en aquélla maldita iglesia. Ahí tenía su respuesta. Acarició el cuello de la dama una última vez antes de soltarla.- ¿Puede uno de nosotros amar? ¿Sabemos siquiera qué es ese maldito sentimiento? Llevó los dedos hasta su boca, misma que aún mantenía sus colmillos fuera. Su mirada le desafiaba a apartar la mirada. Los chupó como había hecho aquéllas noches después que sus dedos habían tocado su centro, como si todo lo que necesitara era probarla. ¿Qué intentaba hacer? ¿Demostrarle cuán indiferente le resultaba? – Solo los humanos pueden aspirar a caer presos. Nosotros tenemos tiempo para convencernos de que la inmortalidad trae consigo un precio. Una vez más, se abrió la muñeca. - ¿Usted se ha convencido, ma chérie? Las últimas palabras estaban desprovistas de emoción. El vacío parecía resonar entre ellos. Colocó su muñeca en la boca de la humana, obligándole a beber algo más que unas gotas. Después de ella, era la primera que recibía su sangre. ¿La presencia de Lorraine le orillaba a demostrarle que todo entre ellos fue un teatro? Parecía importante demostrarle, demostrarse.
Le observó mientras ejecutaba a sus presas. Esos bastardos nunca habrían podido negarse a participar. No importaba que viesen al demonio sin su disfraz, se habrían arrojado a las puertas del infierno solo para llamar la atención de ella. Su ceja se enarcó cuando arrancó la cabeza del último hombre, como si con ese simple gesto, le dijera que no estaba realmente sorprendido. Habían cazado juntos. Sabía lo que era capaz de hacer. Ese maldito derroche de fuerza lo había atraído como una maldita polilla alrededor de ella. Más de una vez – durante las noches que cazaron – le había dejado claro que su excitación al verla actuar competía profusamente con los celos que le recorrían al saberla en otros brazos. Nunca le había importado compartir hasta que la encontró en – frunció el ceño – este maldito lugar. Su sonrisa – desbordante de petulancia – se ensanchó. – Disculpas aceptadas. Ella no era más suya. Nunca lo había sido. Podía tratarla como merecía. Como una completa extraña. Alzó la muñeca de su mano libre hasta su boca y desgarró. Si quería mantener a la humana aun viva después de haber tomado su sangre en cantidades inmensurables… Dejó caer el brazo cuando observó que la vampiresa caminaba hacia ellos. Levantó la otra ceja en una interrogante. No fue su acción la que le atrapó, ni siquiera las palabras que escupió, fue su voz. Algo en ello le golpeó, pero él era mejor. Su rostro no mostró ningún signo de reconocimiento. Ella era como una estrella negra en el firmamento, quien no necesitaba destellar porque se sabía única entre las demás. Siempre lo había sido o, así había sido. La mujer ante él le resultaba desconocida. Una carcajada fría curvó su boca. ¿Alguna vez la había conocido? Se había burlado, le había dejado en aquélla maldita iglesia. Ahí tenía su respuesta. Acarició el cuello de la dama una última vez antes de soltarla.- ¿Puede uno de nosotros amar? ¿Sabemos siquiera qué es ese maldito sentimiento? Llevó los dedos hasta su boca, misma que aún mantenía sus colmillos fuera. Su mirada le desafiaba a apartar la mirada. Los chupó como había hecho aquéllas noches después que sus dedos habían tocado su centro, como si todo lo que necesitara era probarla. ¿Qué intentaba hacer? ¿Demostrarle cuán indiferente le resultaba? – Solo los humanos pueden aspirar a caer presos. Nosotros tenemos tiempo para convencernos de que la inmortalidad trae consigo un precio. Una vez más, se abrió la muñeca. - ¿Usted se ha convencido, ma chérie? Las últimas palabras estaban desprovistas de emoción. El vacío parecía resonar entre ellos. Colocó su muñeca en la boca de la humana, obligándole a beber algo más que unas gotas. Después de ella, era la primera que recibía su sangre. ¿La presencia de Lorraine le orillaba a demostrarle que todo entre ellos fue un teatro? Parecía importante demostrarle, demostrarse.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
«Yo no necesitaba la vida, te necesitaba a ti»
Salvaje, indomable, frívolo. Dicen que las personas no cambian con el paso del tiempo, sólo se muestran tal y como son en realidad, pero ese paradigma se destruye cuando fueron las experiencias a través del tiempo, las que lograron mutar la sonrisa a una mueca áspera y sin vida. Él, lo conoce mejor que a si misma, sabe tanto de sus hazañas, sus derrotas y su historia, que el libro no estaría completo si no ha sido escrito por el propio puño y letra de Lorraine; Ralph jamás comprenderá el silencio, mucho menos aquella mirada que, aún sintiendo la advertencia en los ojos ajenos, no se apartó de él en ningún momento. Las palabras fueron elegidas apropiadamente, no sólo para herirla a ella, si no para recordarse a si mismo todo lo que vivieron juntos. No es necesario adentrarse a su mente en esta ocasión -¡Y ella sabe perfectamente que no quiere volver a hacerlo!- para darse cuenta de hacia donde se dirige la manipulada e incómoda conversación. Su mente le dicto apartarse del lugar inmediatamente. Correr, correr más allá de las frías montañas y perderse en la inmensidad de la neblina que, como bestia salvaje, acaricia a la tierra cubriendo sus trampas entre ella. Sí, le costó demasiado trabajo resistirse al impulso, pero el razonamiento le susurró la verdad tras el arrebato. No era orgullo lo que tenía que demostrar ante la mirada del Conde, tampoco indiferencia, si no que simplemente le pareció que quedarse ahí, lo irritaría más a él que a ella; porque él siempre creerá que está por encima de ella.
-No- Respondió. El tono inescrutable de su rostro sugería el suspenso de no saber absolutamente nada de lo que piensa, el cómo actuará, lo que dirá. Entonces ocurrió, como un relámpago ilumina la mitad de la noche en plena tormenta, la sonrisa se la fémina se asomó por encima de sus labios. Una sonrisa retorcida, una que él jamás había antes porque simplemente no la tenía. Era como describir el dulce y amargo sabor de la derrota. Hiriente en su exterior, pero jodidamente orgullosa en su interior. ¿Él podría identificarla? Todos pueden, todos aquellos que han aceptado la pérdida en la batalla. –Esa no es la pregunta correcta- Chasqueó la lengua esperando a que el Conde terminase de alimentar a su nuevo juguete. ¡Una humana! La memoria de Lorraine golpeó fuertemente sus pensamientos recordando la escena que lo inició todo. El vampiro disfrutando del calor de una humana. –Aún, jugamos con la comida- Susurró. Más que un comentario, fue una advertencia para si misma. Sus orbes captaron cada segundo en que la pobre mortal succionaba la sangre maldita de Lucern ¡Lo que hubiera dado ella en el pasado por saberla completamente suya! –La inmortalidad es un mito, una paradoja cruel. Y, aunque estemos metidos en ella, nunca descubriremos la verdad- Se aproximó hasta la ‘feliz’ pareja. Acarició los cabellos de la joven muchacha. Su mano se movía débil, cómo si hubiese pasado mucho, mucho tiempo antes de alimentarse. -…El precio…- susurró frunciendo el ceño. Le arrebató a la chica de entre las manos.
Moviéndose con una rapidez ignota y otorgada por la sangre inmortal que ha estado consumiendo, se aparta de él secuestrando a la chica y llevarla a varios metros de distancia. Baila, sus pies generan un vals mientras sostiene el cuerpo de la mujer con sus brazos. Lorraine asiente a la pregunta no dicha por la joven. Sus pensamientos gritan estrepitosamente, tiene miedo y la vampiresa lo sabe. Puede leerla. –Sí, es verdad- Susurra en respuesta. La conversación se extiende entre ellas. La mortal desvió la mirada hasta el rubio, temerosa pero atraída por la idea de lo maldito. -¿Crees que eres mejor que yo?- La ceja de Lorraine se arqueó, no era una burla para la humana porque de cierta forma lo era, ella moriría esa noche y jamás conocería el dolor que la propia Conde habría tenido que padecer. –Aquí, sólo entre nosotras. Sé lo irresistible que es, lo insufrible que parece y el sacrificio que estarías dispuesta a dar- Sonríe de medio lado consolando a la mujer en su regazo. Pega sus labios hasta el oído de la chica. La mortal le da la espalda a Lucern, pero la mirada de Lorraine lo tiene al frente. Clava sus orbes en él. Fríos, ausentes. –Yo morí tres veces por él- Susurró apenas audible, apenas entendible. –Tú no tienes que hacerlo- Besa la frente de la mujer como una madre lo haría con su pequeña hija. En ese instante, le rompe el cuello.
Se encamina hasta él, -¿Convencerme?- Preguntó de forma retórica, retomando la conversación de minutos atrás. –Me bastó sólo una noche para convencerme y todo un año, para saber cuál es el precio, Conde Ralph.-
-No- Respondió. El tono inescrutable de su rostro sugería el suspenso de no saber absolutamente nada de lo que piensa, el cómo actuará, lo que dirá. Entonces ocurrió, como un relámpago ilumina la mitad de la noche en plena tormenta, la sonrisa se la fémina se asomó por encima de sus labios. Una sonrisa retorcida, una que él jamás había antes porque simplemente no la tenía. Era como describir el dulce y amargo sabor de la derrota. Hiriente en su exterior, pero jodidamente orgullosa en su interior. ¿Él podría identificarla? Todos pueden, todos aquellos que han aceptado la pérdida en la batalla. –Esa no es la pregunta correcta- Chasqueó la lengua esperando a que el Conde terminase de alimentar a su nuevo juguete. ¡Una humana! La memoria de Lorraine golpeó fuertemente sus pensamientos recordando la escena que lo inició todo. El vampiro disfrutando del calor de una humana. –Aún, jugamos con la comida- Susurró. Más que un comentario, fue una advertencia para si misma. Sus orbes captaron cada segundo en que la pobre mortal succionaba la sangre maldita de Lucern ¡Lo que hubiera dado ella en el pasado por saberla completamente suya! –La inmortalidad es un mito, una paradoja cruel. Y, aunque estemos metidos en ella, nunca descubriremos la verdad- Se aproximó hasta la ‘feliz’ pareja. Acarició los cabellos de la joven muchacha. Su mano se movía débil, cómo si hubiese pasado mucho, mucho tiempo antes de alimentarse. -…El precio…- susurró frunciendo el ceño. Le arrebató a la chica de entre las manos.
Moviéndose con una rapidez ignota y otorgada por la sangre inmortal que ha estado consumiendo, se aparta de él secuestrando a la chica y llevarla a varios metros de distancia. Baila, sus pies generan un vals mientras sostiene el cuerpo de la mujer con sus brazos. Lorraine asiente a la pregunta no dicha por la joven. Sus pensamientos gritan estrepitosamente, tiene miedo y la vampiresa lo sabe. Puede leerla. –Sí, es verdad- Susurra en respuesta. La conversación se extiende entre ellas. La mortal desvió la mirada hasta el rubio, temerosa pero atraída por la idea de lo maldito. -¿Crees que eres mejor que yo?- La ceja de Lorraine se arqueó, no era una burla para la humana porque de cierta forma lo era, ella moriría esa noche y jamás conocería el dolor que la propia Conde habría tenido que padecer. –Aquí, sólo entre nosotras. Sé lo irresistible que es, lo insufrible que parece y el sacrificio que estarías dispuesta a dar- Sonríe de medio lado consolando a la mujer en su regazo. Pega sus labios hasta el oído de la chica. La mortal le da la espalda a Lucern, pero la mirada de Lorraine lo tiene al frente. Clava sus orbes en él. Fríos, ausentes. –Yo morí tres veces por él- Susurró apenas audible, apenas entendible. –Tú no tienes que hacerlo- Besa la frente de la mujer como una madre lo haría con su pequeña hija. En ese instante, le rompe el cuello.
Se encamina hasta él, -¿Convencerme?- Preguntó de forma retórica, retomando la conversación de minutos atrás. –Me bastó sólo una noche para convencerme y todo un año, para saber cuál es el precio, Conde Ralph.-
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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¡Maldito dragón! ¿Por qué seguís escupiendo fuego?
¿No miráis que los barrotes de tu prisión están ardiendo?
¿No miráis que los barrotes de tu prisión están ardiendo?
Los castigados por Hades beben como posesos a las orillas de las aguas infernales en un intento por olvidar su memoria de mortales y poder reencarnarse. Ansían volver a la tierra como otra persona y borrar todas esas cicatrices que mancillan sus cuerpos ante los crueles castigos que les fueron impuestos. El dolor los ha transformado en bestias que se romperían sus extremidades para arrastrarse si la salida se les mostrase. Cruzarían el fuego sin importarles que la promesa de una existencia vacía fuese una burda mentira. Están malditos y se sostienen a ciegas, deseando regresar y volver a sembrar el mal. Sus nombres han sido olvidados. Nadie les teme y eso les enfurece. El vampiro, pecando de cortés, ha visitado sus prisiones, ha arrojado a sus pies las almas de los inocentes que con el paso del tiempo ha acumulado. Von Fanel hizo de él un infierno y ahora tiene compañeros que están famélicos por morder el aire que le golpea. La adoran. Sin ella, él no habría desenterrado toda esa rabia para alimentar la propia. Observan desde la lejanía como se llevan al juguete que planearon succionar ávidamente. Rostros inescrutables esconden su abandono. Los humanos no han llenado el vacío que la venganza sí puede. La tiene al alcance y todo lo que debe hacer es acercarse. La danza macabra termina y ellos tienen otra alma para corromper. Los demonios comerán con gula cuando atraviese las puertas que mantienen abiertas. Han aguardado para vitorear. Uno de ellos finalmente tendrá lo que impacientemente ha añorado. ¿Olvidará cuando le deje seca? El diablo sabe que ha ultrajado cuellos para quitarse su maldito sabor. Su lengua se desgarra cuando golpea frenéticamente contra los colmillos. Su propia sangre le incita a dar el último paso. Sus miradas no han vacilado. Son enemigos que miden el paso de su adversario. La voz de ella, incluso con ese matiz inusual, deja en ridículo a cualquier fémina.
Sí. Él aún juega con su alimento. Es todo lo que puede hacer para no pensar en que una vez, sucumbió al placer. Nunca más cederá el control sobre sí. La fuerza con que se movió, le recordó que estuvo en brazos de otro vampiro, compartiendo. Ese simple hecho, le hizo perderse. No siguió el hilo de la conversación por completo. Todo lo que veía era a ella. Quería castigarla. Lastimarla. Tomarla. Sí. Con un odio visceral se dio cuenta que quería tomarla tan duramente hasta que gritara su jodido nombre. Entonces podría mirarla con la misma amargura y dejarla atrás. Cuando se encontraran de nuevo, y lo haría, - la inmortalidad era suficientemente larga para asegurar que sus caminos se cruzarían -, el odio se habría extinguido y seguiría sin detenerse a mirar. Sonrió con crueldad, dando el paso para cerrar la distancia entre ellos. Si quería seguir manteniendo preso su mirada, debía levantar la cabeza para encontrarla. En última instancia acercó su boca hasta su lóbulo – aún descubierta con sus colmillos – para gruñir las palabras. – ¿Un año, Ágatha? Usó su nombre deliberadamente. Ella lo llamaba por su apellido, manteniendo el teatro, como si entre ellos nunca hubiese pasado nada. ¿Por qué seguirle el juego? – Un año por toda una existencia, no parece ser un mal trato. El suyo lo era. Había creído que ella lo liberaría de esa soledad que vorazmente le consumía. Le había mostrado la luz para lanzarlo de nuevo a las sombras. Un año no podía competir contra una eternidad yerma, vacía, abastecida de rencor por sus mentiras. – Ahora. Se alejó, para sostener su mirada de nuevo. – Tenemos un problema. Habéis tomado mi juguete. Un grito desgarró el aire. El conde levantó una ceja, incrédulo. No necesitó mirar hacia el cuerpo inerte de la viuda para saber qué era lo que estaba desarrollándose.
– Vaya, ¡Vaya! Parece que habéis ayudado a crear mi primer vástago. Las palabras mostraban su desprecio. Con la misma velocidad que ella había arrancado a su presa de sus brazos, se encontró a un lado de la joven que le miraba con súplica en sus orbes. – Se dice que los daños ocasionados a un cuerpo cuando está en plena transformación son permanentes. El vampiro sonrió, como si le prometiera que terminaría con su sufrimiento. Blasfemias. Lucern había encontrado un objetivo para empezar a liberar toda la tensión que ella había traído consigo. Colocó una mano sobre el hombro de la mujer y con el vacío en la mirada, lo arrancó. La sangre manó con fuerza, salpicando su rostro. El grito aumentó varios decibeles. – Pronto sabremos si es cierto. Arrancó la otra extremidad con la misma facilidad. Sus prendas se empaparon. Sus gruñidos eran de placer. El dolor en la mirada de ella era un afrodisiaco. Había creído que había perdido su juguete cuando Von Fanel le rompió el cuello, pero ahí estaba, jadeando de dolor. – ¿Es esto lo que le pasó a tu vampiro? La pregunta de él estaba desprovista de interés, aunque tenía que admitir para sí que los recuerdos de aquélla noche le golpearon. ¿Era por eso que recurría a esa escena? Arrancó su camisa, como si no pudiera soportar que la prenda se interpusiera entre la piel y la sangre. Llevó las manos hasta el botón de su pantalón. Antes había traído a la humana a ese maldito sitio para tomarla. Sin detenerse, se encontró con la mirada de Lorraine. – Observar nunca ha sido tu pasatiempo. Podéis uniros a nosotros, como en los viejos tiempos. Si le hacía daño, ¿le dolería? Antes no había soportado que algo le pasara. Maldición. Habría dado la maldita cabeza por ella. Pero había elegido a otro por sobre él. Había dicho amarlo y lo había engañado. Gruñó con rabia. – Esto es por lo que pagamos. Sonrió, con la maldad derramándose. – Me pregunto, ¿qué habéis dado?
Sí. Él aún juega con su alimento. Es todo lo que puede hacer para no pensar en que una vez, sucumbió al placer. Nunca más cederá el control sobre sí. La fuerza con que se movió, le recordó que estuvo en brazos de otro vampiro, compartiendo. Ese simple hecho, le hizo perderse. No siguió el hilo de la conversación por completo. Todo lo que veía era a ella. Quería castigarla. Lastimarla. Tomarla. Sí. Con un odio visceral se dio cuenta que quería tomarla tan duramente hasta que gritara su jodido nombre. Entonces podría mirarla con la misma amargura y dejarla atrás. Cuando se encontraran de nuevo, y lo haría, - la inmortalidad era suficientemente larga para asegurar que sus caminos se cruzarían -, el odio se habría extinguido y seguiría sin detenerse a mirar. Sonrió con crueldad, dando el paso para cerrar la distancia entre ellos. Si quería seguir manteniendo preso su mirada, debía levantar la cabeza para encontrarla. En última instancia acercó su boca hasta su lóbulo – aún descubierta con sus colmillos – para gruñir las palabras. – ¿Un año, Ágatha? Usó su nombre deliberadamente. Ella lo llamaba por su apellido, manteniendo el teatro, como si entre ellos nunca hubiese pasado nada. ¿Por qué seguirle el juego? – Un año por toda una existencia, no parece ser un mal trato. El suyo lo era. Había creído que ella lo liberaría de esa soledad que vorazmente le consumía. Le había mostrado la luz para lanzarlo de nuevo a las sombras. Un año no podía competir contra una eternidad yerma, vacía, abastecida de rencor por sus mentiras. – Ahora. Se alejó, para sostener su mirada de nuevo. – Tenemos un problema. Habéis tomado mi juguete. Un grito desgarró el aire. El conde levantó una ceja, incrédulo. No necesitó mirar hacia el cuerpo inerte de la viuda para saber qué era lo que estaba desarrollándose.
– Vaya, ¡Vaya! Parece que habéis ayudado a crear mi primer vástago. Las palabras mostraban su desprecio. Con la misma velocidad que ella había arrancado a su presa de sus brazos, se encontró a un lado de la joven que le miraba con súplica en sus orbes. – Se dice que los daños ocasionados a un cuerpo cuando está en plena transformación son permanentes. El vampiro sonrió, como si le prometiera que terminaría con su sufrimiento. Blasfemias. Lucern había encontrado un objetivo para empezar a liberar toda la tensión que ella había traído consigo. Colocó una mano sobre el hombro de la mujer y con el vacío en la mirada, lo arrancó. La sangre manó con fuerza, salpicando su rostro. El grito aumentó varios decibeles. – Pronto sabremos si es cierto. Arrancó la otra extremidad con la misma facilidad. Sus prendas se empaparon. Sus gruñidos eran de placer. El dolor en la mirada de ella era un afrodisiaco. Había creído que había perdido su juguete cuando Von Fanel le rompió el cuello, pero ahí estaba, jadeando de dolor. – ¿Es esto lo que le pasó a tu vampiro? La pregunta de él estaba desprovista de interés, aunque tenía que admitir para sí que los recuerdos de aquélla noche le golpearon. ¿Era por eso que recurría a esa escena? Arrancó su camisa, como si no pudiera soportar que la prenda se interpusiera entre la piel y la sangre. Llevó las manos hasta el botón de su pantalón. Antes había traído a la humana a ese maldito sitio para tomarla. Sin detenerse, se encontró con la mirada de Lorraine. – Observar nunca ha sido tu pasatiempo. Podéis uniros a nosotros, como en los viejos tiempos. Si le hacía daño, ¿le dolería? Antes no había soportado que algo le pasara. Maldición. Habría dado la maldita cabeza por ella. Pero había elegido a otro por sobre él. Había dicho amarlo y lo había engañado. Gruñó con rabia. – Esto es por lo que pagamos. Sonrió, con la maldad derramándose. – Me pregunto, ¿qué habéis dado?
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
«Y sus lágrimas lavaban el rojo maquillaje, pero… ¡Oh dolor! ¿Cómo eres en realidad?»
La noche pareció burlarse en su cara, una carcajada estrepitosa subiendo desde las entrañas de la tierra hasta las copas de los árboles. El silencio emergió, la bruma los separaba pero ella aún podía verlo a través de la espesura. La sensación corriendo por su cuerpo, la desconocía. El tono de su voz hablando frente a él, lo odiaba. En ningún momento pensó que el encuentro con él sería tan… desprovisto de emociones. Existen momentos de locura en donde las voces dictan lo que se debe hacer, por lo regular es la propia voz quien habla, una consciencia que se desconocía o la maldad que se negaba; sosegada por la razón común, se encontraba el susurro de su propia bestia interna. «¡Mátalo! Prometiste su cabeza y la puedes obtener fácilmente» Su voz, sus ojos, sus labios e incluso el porte. Cada palabra pronunciada, las líneas tergiversadas que seguían sus pensamientos y la dirección en la que concluían insipientemente; no importaba de qué manera lo hiciera y si podía callarlo o no, él estaría presente para demostrarle a la propia mujer que el conde no le era tan indiferente después de todo. La rabia aún permanecía dentro de su cuerpo, negándose a abandonarla por completo, pero con una notable diferencia. Lo destruiría sí, pero no como lo había planeado al principio. ¿A qué le teme un vampiro? No es a la luz del sol, no es ni remotamente cercana la idea de la muerte verdadera ¿Entonces a qué?....
Perfiló la mirada hasta el bosque, regresó a él. La consternación destelló en sus orbes, él había utilizado el primer nombre de la vampiresa como si el encuentro fuese entre viejos amigos y no dos personas que se odian a rabiar, al menos para ella, así lo era. Regresó a su rostro perene, inescrutable, incorrupto. -¿No lo entiendes, verdad?- Estalló en carcajadas y levantó la mirada al firmamento. Después de tanto tiempo al fin pudo soltar la máscara de frialdad para darle paso al énfasis en sus gestos. –Yo creí…- Guardó silencio observando desde su lugar las acciones que él ejecutaba sin medida alguna. No lo detendría porque su morbo disfrutaba del espectáculo y aquel pintaba para ser uno inolvidable. La terrible visión de la chica siendo desmembrada aterrorizaría a los hombres más valientes. No a ella. La sangre brotó por los muñones bañando el cuerpo de Lucern, alimentando la tierra que clamaba por lo maldito. Lo observó perder la razón, nublársele el pensamiento y pretender que con un poco de furia lo solucionaría todo. Error.
–No por favor- Dijo negándose con la cabeza. Una de sus cejas se mantenía en lo alto. La mirada de la fémina era decepcionante, como si él no tuviese otra cosa más que ofrecer que un baile sangriento a mitad de la nada, justo como ella lo había cautivado la primera vez que lo vio, justo como había perdido hasta lo último de su sentimentalismo. –Esto es innecesa… ¿Qué?- La pregunta le tomó por sorpresa. Frunció el ceño arrugando la nariz. Las palabras que él escupía entre dientes siempre fueron certeras en todo momento hasta el instante en que ella parecía no comprender la situación. Guardó silencio escuchando de fondo los gritos desgarradores de la mujer. Clavó su mirada filosa sobre ella, le habría arrancado la lengua pero tenía que admitir que siempre le fascinó escuchar el lamento de las víctimas. -Espera, ¿Te refieres a Luther?- Preguntó bajando el tono de su voz al pronunciar el nombre del vampiro. Sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que Lucern evocara ese nombre? ¿Y qué había pasado con Luther después de ese año en su ausencia? Sus ojos se abrieron como platos llegando a conclusiones apresuradas. Abrió la boca para expiar el aire que tenía dentro, más sin embargo, supo que Luther estaría bien. Él siempre lo estaba, no por nada era un maldito enfermo y su guía durante los primeros meses. A él le debía la cabeza de Lucern. –No responderé a eso porque creo que está de más-
Ralph comenzaba a comportarse como un niño. Eso era, sólo un pequeño jugando a soportar la presencia de Lorraine con sus amenazas visuales y los gruñidos que se forjaban en su pecho. Ella podía ver la rabia que lo invadía. Absurdo. ¡Es ella quien debería estar destrozando el cuerpo de la mujer! Buscando la forma de sacar todo ese maldito resentimiento que le tiene, pero… le divierte ver que es él el frustrado. ¿Cómo lo sabe? ¡Demonios! ¡Lo conoce mejor que a ella misma! El conde jamás pierde los estribos frente a cualquiera, antes los asesina despiadadamente para no tener que aguantarlos ¿Por qué no lo hacía con ella? Se mordió el labio inferior. –Ágatha murió, Ralph. No me hables como si me conocieras. Nunca me gustaron los tríos, deberías saberlo. ¿No te quedó claro?- Arqueó la ceja. No supo si relamerse los labios al verlo semidesnudo o reaccionar con asco. Era evidente que los recuerdos se conglomeraron en sus pensamientos. Sus caricias, los besos, la sangre, la forma en la que… ¡Maldición! Hizo una mueca de repudio. –Es una pena ver que aún te satisfacen las humanas. Que lástima. Pero anda, es tuya. Fóllala, sácale los ojos y cómetelos, arráncale las piernas también y podrías abrir su esternón de par en par para que se expongan sus órganos. Acaricia su corazón palpitante. Violala por cada cavidad que esté a tu alcance. Si aún no te sientes satisfecho, hazle más y dale de tu sangre para que se regenere más rápido. Así, podrás ultrajarla una y otra y otra vez ¡Hasta que tu puto deseo se acabe o ella muera!- Estalló develando lo que le hicieron en ese año que él no estuvo para acompañarla, porque seguramente estaba revolcándose con la pelirroja –Oh, lo olvidaba. Los vampiros no mueren. ¡Listo! Tienes un nuevo juguete, y además, eterno. Considéralo un regalo y dime cuanto te alegras de verme- Sarcasmo. Siempre, siempre ha sido la forma más esquiva de poder soportar el todo, sin salir dañado o, al menos, pretenderlo.
Todo su humor se disipó al escuchar de sus labios la última pregunta. «¿Qué habéis dado?». Su cuerpo se congeló tomando una postura en defensa. Sus músculos se tensaron y su rostro regresó a ser el mismo inexpresivo de minutos atrás. ¡Diste en el clavo Ralph! Miles de palabras para gritar “A TI”, eso es lo que deseaba hacerle saber. Decirle que lo entregó todo tres veces, sólo por él y nadie más que por él, confesarle que la voz en su cabeza es idéntica a la suya y que el maldito fantasma que ve noche tras noche acompañándola como un demonio, no es nadie si no él mismo en persona, y que ahora su muerte no podría siquiera igual el sufrimiento que padeció por su maldita culpa. ¿Qué sabe él de dolor si nunca le han roto el corazón? ¿Qué sabe él de precios por la eternidad si después de su conversión se convirtió en eso, un miserable vampiro que toma lo que quiere, cuando quiere y sin importarle los demás? Sí, ella tampoco era una santa, pero es que ella nunca quiso pertenecer al mundo de las sombras. Sólo deseaba ser feliz, por una vez en su vida. –Conoces la historia de 'Ágatha'. Dime tú qué fue lo que dio.- Frunció el ceño. Su cuerpo la obligaba a correr contra ambos, empalar la cabeza del vampiro y tragarse el corazón de la joven, pero sería una escena grotesca y aún no acababa con su debut frente a Ralph. –Pareces desesperado, es como si necesitaras demostrar algo. ¿Por qué? ¿Te incomoda mi presencia? Si es así, nuevamente me disculpo y enseguida me retiro- Hizo una reverencia. Lucern Ralph, era el conde de Inglaterra así que es necesario despedirse con todo respeto y, aunque ella igualmente pertenecía a la realeza, se disputaba si dejar el título o no. Le sonrió de forma galante, fingida. –Disfruta tu cena y ten cuidado, hay lobos por aquí.-
Perfiló la mirada hasta el bosque, regresó a él. La consternación destelló en sus orbes, él había utilizado el primer nombre de la vampiresa como si el encuentro fuese entre viejos amigos y no dos personas que se odian a rabiar, al menos para ella, así lo era. Regresó a su rostro perene, inescrutable, incorrupto. -¿No lo entiendes, verdad?- Estalló en carcajadas y levantó la mirada al firmamento. Después de tanto tiempo al fin pudo soltar la máscara de frialdad para darle paso al énfasis en sus gestos. –Yo creí…- Guardó silencio observando desde su lugar las acciones que él ejecutaba sin medida alguna. No lo detendría porque su morbo disfrutaba del espectáculo y aquel pintaba para ser uno inolvidable. La terrible visión de la chica siendo desmembrada aterrorizaría a los hombres más valientes. No a ella. La sangre brotó por los muñones bañando el cuerpo de Lucern, alimentando la tierra que clamaba por lo maldito. Lo observó perder la razón, nublársele el pensamiento y pretender que con un poco de furia lo solucionaría todo. Error.
–No por favor- Dijo negándose con la cabeza. Una de sus cejas se mantenía en lo alto. La mirada de la fémina era decepcionante, como si él no tuviese otra cosa más que ofrecer que un baile sangriento a mitad de la nada, justo como ella lo había cautivado la primera vez que lo vio, justo como había perdido hasta lo último de su sentimentalismo. –Esto es innecesa… ¿Qué?- La pregunta le tomó por sorpresa. Frunció el ceño arrugando la nariz. Las palabras que él escupía entre dientes siempre fueron certeras en todo momento hasta el instante en que ella parecía no comprender la situación. Guardó silencio escuchando de fondo los gritos desgarradores de la mujer. Clavó su mirada filosa sobre ella, le habría arrancado la lengua pero tenía que admitir que siempre le fascinó escuchar el lamento de las víctimas. -Espera, ¿Te refieres a Luther?- Preguntó bajando el tono de su voz al pronunciar el nombre del vampiro. Sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que Lucern evocara ese nombre? ¿Y qué había pasado con Luther después de ese año en su ausencia? Sus ojos se abrieron como platos llegando a conclusiones apresuradas. Abrió la boca para expiar el aire que tenía dentro, más sin embargo, supo que Luther estaría bien. Él siempre lo estaba, no por nada era un maldito enfermo y su guía durante los primeros meses. A él le debía la cabeza de Lucern. –No responderé a eso porque creo que está de más-
Ralph comenzaba a comportarse como un niño. Eso era, sólo un pequeño jugando a soportar la presencia de Lorraine con sus amenazas visuales y los gruñidos que se forjaban en su pecho. Ella podía ver la rabia que lo invadía. Absurdo. ¡Es ella quien debería estar destrozando el cuerpo de la mujer! Buscando la forma de sacar todo ese maldito resentimiento que le tiene, pero… le divierte ver que es él el frustrado. ¿Cómo lo sabe? ¡Demonios! ¡Lo conoce mejor que a ella misma! El conde jamás pierde los estribos frente a cualquiera, antes los asesina despiadadamente para no tener que aguantarlos ¿Por qué no lo hacía con ella? Se mordió el labio inferior. –Ágatha murió, Ralph. No me hables como si me conocieras. Nunca me gustaron los tríos, deberías saberlo. ¿No te quedó claro?- Arqueó la ceja. No supo si relamerse los labios al verlo semidesnudo o reaccionar con asco. Era evidente que los recuerdos se conglomeraron en sus pensamientos. Sus caricias, los besos, la sangre, la forma en la que… ¡Maldición! Hizo una mueca de repudio. –Es una pena ver que aún te satisfacen las humanas. Que lástima. Pero anda, es tuya. Fóllala, sácale los ojos y cómetelos, arráncale las piernas también y podrías abrir su esternón de par en par para que se expongan sus órganos. Acaricia su corazón palpitante. Violala por cada cavidad que esté a tu alcance. Si aún no te sientes satisfecho, hazle más y dale de tu sangre para que se regenere más rápido. Así, podrás ultrajarla una y otra y otra vez ¡Hasta que tu puto deseo se acabe o ella muera!- Estalló develando lo que le hicieron en ese año que él no estuvo para acompañarla, porque seguramente estaba revolcándose con la pelirroja –Oh, lo olvidaba. Los vampiros no mueren. ¡Listo! Tienes un nuevo juguete, y además, eterno. Considéralo un regalo y dime cuanto te alegras de verme- Sarcasmo. Siempre, siempre ha sido la forma más esquiva de poder soportar el todo, sin salir dañado o, al menos, pretenderlo.
Todo su humor se disipó al escuchar de sus labios la última pregunta. «¿Qué habéis dado?». Su cuerpo se congeló tomando una postura en defensa. Sus músculos se tensaron y su rostro regresó a ser el mismo inexpresivo de minutos atrás. ¡Diste en el clavo Ralph! Miles de palabras para gritar “A TI”, eso es lo que deseaba hacerle saber. Decirle que lo entregó todo tres veces, sólo por él y nadie más que por él, confesarle que la voz en su cabeza es idéntica a la suya y que el maldito fantasma que ve noche tras noche acompañándola como un demonio, no es nadie si no él mismo en persona, y que ahora su muerte no podría siquiera igual el sufrimiento que padeció por su maldita culpa. ¿Qué sabe él de dolor si nunca le han roto el corazón? ¿Qué sabe él de precios por la eternidad si después de su conversión se convirtió en eso, un miserable vampiro que toma lo que quiere, cuando quiere y sin importarle los demás? Sí, ella tampoco era una santa, pero es que ella nunca quiso pertenecer al mundo de las sombras. Sólo deseaba ser feliz, por una vez en su vida. –Conoces la historia de 'Ágatha'. Dime tú qué fue lo que dio.- Frunció el ceño. Su cuerpo la obligaba a correr contra ambos, empalar la cabeza del vampiro y tragarse el corazón de la joven, pero sería una escena grotesca y aún no acababa con su debut frente a Ralph. –Pareces desesperado, es como si necesitaras demostrar algo. ¿Por qué? ¿Te incomoda mi presencia? Si es así, nuevamente me disculpo y enseguida me retiro- Hizo una reverencia. Lucern Ralph, era el conde de Inglaterra así que es necesario despedirse con todo respeto y, aunque ella igualmente pertenecía a la realeza, se disputaba si dejar el título o no. Le sonrió de forma galante, fingida. –Disfruta tu cena y ten cuidado, hay lobos por aquí.-
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
‘Y ahora que habéis escapado, alza el vuelo y ve tras ella.
Haz que su mundo tiemble, ¡atorméntale!’
Haz que su mundo tiemble, ¡atorméntale!’
El infierno es el cementerio de los malditos. Allí, donde sus huesos residen, son condenados a repetir su muerte eternamente. Han insultado – incansablemente – a la mujer que abrió el estuche de plata fina para liberar al mal. Pandora, la diosa que nació de una conspiración, es incapaz de continuar siendo presa de la curiosidad y ha optado por ponerle fin al misterio que se esconde dentro de la caja que le fue confiada. De belleza infinita y encantos fatales, mortales e inmortales caen, ignorando las miserias que su presencia trae. Es la envidia, el despecho y la venganza que carcome las almas. Es la desesperación, el dolor y la oscuridad, que enloquece a aquéllos que han sido atrapados en sus redes. La primera vez que había puesto su mirada en la vampiresa, había hecho referencia a los celos que Afrodita, la diosa de la lujuria y la belleza, había sentido al verla. Pero él la había confundido. No había sido creada a su semejanza. Sacada de la caja de Pandora, Lorraine era codicia, avaricia, destrucción masiva, ¡un seductor tormento! Hay algo en sus palabras, pero no se detiene a desentrañarlas. Ella es la sirena que canta para hacer perder a los piratas. Las manos del conde, rojas por la sangre, acarician impúdicamente la piel de la joven. La tela es desgarrada conforme la vampiresa emprende su cantata. No. A ella nunca le gustaron los tríos, de la misma forma que a él nunca le gustó la idea de perderla. Los gritos de su víctima no pueden eclipsar la voz de la inmortal. Lucern conoce todos sus matices. Sabe cómo tocarla para que suene entrecortada, como desafiarla para que destile arrogancia. Podría encontrarse en un salón abarrotado y encontrarla si tan solo susurrara. Había dedicado los meses que estuvieron juntos a explorarla, física y psicológicamente, exigiendo todo lo que tenía para darle y tomando sin mostrar misericordia. Famélico. Demente. Su pasión, belleza y maldad le habían mantenido ebrio de deseo. Con una sonrisa de desprecio, observó la actuación de la vampiresa. – Me sorprende que ahora te tomes la molestia de recordar quién demonios soy. Su reverencia solo le fastidiaba, pero eso ella ya lo sabía. Nada podía aumentar y/o hacerle explotar de ira como esos gestos. El cuerpo del vampiro pronto apareció sobre su víctima. Había abierto sus mulos al empujar con su rodilla. La hembra se arqueaba, desesperada por terminar con el dolor. - ¿Ahora te despides, Ágatha? Creía que lo tuyo era simplemente huir. La boca del conde había descendido hasta posarse sobre los labios abiertos de la fémina. Capturó los orbes ahogados de miedo con los suyos.
- Si no deseas uniros, por favor, quedaos. Contadme la historia. El sarcasmo del vampiro estaba acompañado de sus gruñidos. Estaba desnudo ahora, tal como se habían encontrado la primera vez. La tierra succionaba ávidamente la sangre que osaba caer lejos de ellos. – Esta Ágatha…. Su mano se cerró con fuerza sobre el cuello de la viuda para aplastarla contra el suelo. Se escuchó un crujido, el hueso se había roto ante la presión – A quién en realidad no llegué a conocer. Levantó la cabeza para mirarle. La Luna le bañaba, como si ésta no pudiese resistir la tentación de acariciarla. Maldita sea. No podía culparla. El conde le había propuesto matrimonio por esa misma razón. Quería ser él y solo él quien tuviese el derecho de hacerlo. No podía enumerar las veces que le había marcado, solo porque su esencia no le parecía suficiente. - ¿Cómo murió exactamente? La sonrisa que formó su boca estaba forjada de los más malditos sentimientos. Su mano recorría el cuerpo bajo él. – Me culpas de esta desesperación por las razones equívocas. Siempre he disfrutado de contar con un público que sabe apreciar el buen arte. Y era verdad. Las pinturas que se mostraban en los pasillos de su mansión hablaban de uno de sus más apasionantes pasatiempos. Pagaba cantidades inmensurables por la creación de éstos. Ágatha había modelado para uno de los artistas, quien tuvo que morir al terminar de firmar el cuadro simplemente porque le había visto desnuda. Compartir, estaba claro, no formaba parte de sus cualidades. Otra vez, la joven se arqueó y su pelvis golpeó contra su miembro. – No. No sabéis cuánto me alegro de verte. Mírala. ¿No es hermosa? Las carcajadas zigzaguearon por todo alrededor, como si no encontrasen un puerto para encallar. – Pero te equivocas de nuevo, no quiero un juguete. ¿Por qué iba a querer lidiar con ella si puedo tener una nueva cada vez que lo desee? Excepto ella. Detuvo sus manos sobre los muslos, si los arrancaba, no habría forma de que ella fuese un buen receptor de sus estocadas. – Venid a mí, Ágatha. Acércate. Abre la caja. Suelta los males. Alimenta mi curiosidad. ‘Y mi odio’. Dime cuánto disfrutaste ser cortejada. Cuán orgullosa estabas de saber que compartiría la eternidad contigo. Vamos. Compláceme. No actúes como una cobarde. Dicho esto, embistió en el cuerpo de la joven, pero eran sus orbes los que mantuvo prisioneros todo el tiempo. La cruda verdad era que la extrañaba y que en todos esos meses, no había logrado olvidarla. ¿Cuán patético lo volvía eso?
- Si no deseas uniros, por favor, quedaos. Contadme la historia. El sarcasmo del vampiro estaba acompañado de sus gruñidos. Estaba desnudo ahora, tal como se habían encontrado la primera vez. La tierra succionaba ávidamente la sangre que osaba caer lejos de ellos. – Esta Ágatha…. Su mano se cerró con fuerza sobre el cuello de la viuda para aplastarla contra el suelo. Se escuchó un crujido, el hueso se había roto ante la presión – A quién en realidad no llegué a conocer. Levantó la cabeza para mirarle. La Luna le bañaba, como si ésta no pudiese resistir la tentación de acariciarla. Maldita sea. No podía culparla. El conde le había propuesto matrimonio por esa misma razón. Quería ser él y solo él quien tuviese el derecho de hacerlo. No podía enumerar las veces que le había marcado, solo porque su esencia no le parecía suficiente. - ¿Cómo murió exactamente? La sonrisa que formó su boca estaba forjada de los más malditos sentimientos. Su mano recorría el cuerpo bajo él. – Me culpas de esta desesperación por las razones equívocas. Siempre he disfrutado de contar con un público que sabe apreciar el buen arte. Y era verdad. Las pinturas que se mostraban en los pasillos de su mansión hablaban de uno de sus más apasionantes pasatiempos. Pagaba cantidades inmensurables por la creación de éstos. Ágatha había modelado para uno de los artistas, quien tuvo que morir al terminar de firmar el cuadro simplemente porque le había visto desnuda. Compartir, estaba claro, no formaba parte de sus cualidades. Otra vez, la joven se arqueó y su pelvis golpeó contra su miembro. – No. No sabéis cuánto me alegro de verte. Mírala. ¿No es hermosa? Las carcajadas zigzaguearon por todo alrededor, como si no encontrasen un puerto para encallar. – Pero te equivocas de nuevo, no quiero un juguete. ¿Por qué iba a querer lidiar con ella si puedo tener una nueva cada vez que lo desee? Excepto ella. Detuvo sus manos sobre los muslos, si los arrancaba, no habría forma de que ella fuese un buen receptor de sus estocadas. – Venid a mí, Ágatha. Acércate. Abre la caja. Suelta los males. Alimenta mi curiosidad. ‘Y mi odio’. Dime cuánto disfrutaste ser cortejada. Cuán orgullosa estabas de saber que compartiría la eternidad contigo. Vamos. Compláceme. No actúes como una cobarde. Dicho esto, embistió en el cuerpo de la joven, pero eran sus orbes los que mantuvo prisioneros todo el tiempo. La cruda verdad era que la extrañaba y que en todos esos meses, no había logrado olvidarla. ¿Cuán patético lo volvía eso?
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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«Nunca aprietes una rosa, si no estás seguro de soportar sus espinas.»
Cuando el orgullo se ve amenazado por la crueldad de las voces verdaderas, el hombre busca excusas que no hieran su propio ego. Se esconde detrás de la culpabilidad errónea, trata de cubrir inconscientemente las huellas de su paso, pero se olvida de que cada decisión que se ha tomado desde el inicio de su razón, lo condujo a este preciso momento, un tiempo y un instante en que parece estar todo completamente perdido. Es imposible que alguien le reste importancia a la ausencia de excusas y, sólo entonces, se levanta el rostro buscando la compasión y el entendimiento. Nunca es tarde para recapacitar incluso cuando los siglos abatidos se han quedado grabados en las cicatrices de ese cuerpo inmortal. El mismo cuerpo que ahora se detiene abruptamente sólo para reconsiderar las palabras que con desdén se escapan de los labios ajenos, buscando provocarla, que reaccionara de la forma épica en que le conoció y de la cuál aún conserva el recuerdo como un niño abandonado se aferra a lo único que le queda, la esperanza. Una esperanza de que quizá, de algún modo u otro, la ironía de este maldito mundo le haga una promesa. Y el problema no era la debilidad ante el sueño de ese copo de nada, sino la irrefutable creencia de saberlo imposible y aún así querer intentarlo. Quedarse de pie observando la terrorífica escena presentada ante ella como una obra que confunde a los espectadores y se levantan de sus asientos alabando al artista, al escritor, al músico, al loco. ¿Arte? La palabra es tan subjetiva que varía de persona en persona y se pierde el contexto con el cual fue mencionada la primera vez hace milenios atrás. Cada letra tergiversada por el pensamiento fue tan maldita que ahora su verdadero significado caía sobre los hombros de una sola persona, sólo ella admirando el deplorable espectáculo de un rey destrozado y, aún cuando lo supo, no se dignó a levantarse y alabar las consecuencias de lo que ella misma provocó. ¿Por qué hacerlo cuando ni siquiera fue invitada a la galería? No. Entendido el balbuceo del demonio, aceptó que habría que mostrar su cabeza rodar hacia la salida de la capilla con la derrota en la frente, sólo así las fanfarronerías intrínsecas, dejarán el amargo sabor en su boca.
Y entonces, girándose sobre sus talones, le dedicó aquella mirada frenética, llena de hambre y coraje que tanto anhelaba ver el conde desde que ella apareció en el mismo pedazo de tierra. La sonrisa de Lorraine deformó el rostro pretérito en donde sólo mostraba la serenidad de un muerto. Desgarradora y letal. Uno a uno sus movimientos fueron ensombrecidos por las penumbras de los árboles. Se movió directo hasta el par de amantes, levantó un trozo de rama que estorbó su camino. Con la rodilla, lo partió en dos. Un susurro del viento, sólo ese fue el tiempo que le tomó en asesinar la distancia y colocarse delante de ambos. Sus orbes devoraron el calor de la neófita mientras sus colmillos se desenfundaron sin respeto alguno por el labio inferior. La sangre brotó de la herida como si fuese un yacimiento de agua en cualquier roca del bosque. Con agilidad y destreza, se filtró entre ambos pegando su cuerpo al de Lucern y apartando el de la muchacha con desprecio. Los trozos que conservó de aquella rama, se clavaron en la joven. Uno en su boca, mientras su mano la empujó contra el troncó más cercano que tenía en frente. La espalda de la morena chocó contra el árbol el cual se quejó con un abrupto tronar. Varias espinas quedaron clavadas en la piel de la neófita y esta profirió un grito tan desgarrador que la tierra se estremeció y, para cuando la desdichada mujer se hubo incorporado, Lorraine sujetaba con su mano derecha el otro pedazo de madera. Lo lanzó. No la dejó evocar un sonido más de sus labios y la estaca ya se encontraba atravesando el corazón de la infeliz. El cuerpo quedó clavado completamente al árbol. Los orbes de la vampiresa se incendiaron al ver el sopor en el rostro de la chica, después vino la calma al unísono en que ella se convertía en sólo una masa de sangre putrefacta. Un desperdicio de belleza y alimento. Terminado el acto, torció la cabeza como un maldito demente hasta él. No se difuminó aquella sonrisa sardónica en sus labios y su mirada era la misma que poseía el verdugo antes de la ejecución.
-¿Arte? ¿Así le llamas a esto?- Colocó su mano en el mentón de Lucern. Lo apretó como si fuese sólo una masa de carne sin hueso, sin esa capa de frialdad y resistencia que caracteriza a los de su especie. La fuerza ejercida sobre esta parte quería obligar al vampiro a bajar el rostro hasta quedar a la misma altura que el de ella. Sus ojos –ahora negros por el asco que le mostró- se fijaron vorazmente en los ajenos. –No hay nada más deplorable que ver a un hombre usurpando el cuerpo de una mujer con la excusa barata del estímulo sexual. Sencillamente denigrante.- Lo atacó con palabras frías que pecan al morderse la lengua, pero él no lo sabrá. Continuó sujetando su barbilla aproximándose peligrosamente hasta sus labios, ladeó el rostro y alternó su vista hasta la comisura de su boca y los ojos como quien desea el fruto prohibido y está a punto de obtenerlo. –Y si vas a tener el cinismo de hablar sobre cobardía, al menos ten el maldito valor de aceptar tu puto fracaso- Lo soltó empujándolo hacia atrás. Rugió. Estaba molesta, realmente estaba molesta con él. El gruñido siguiente fue más un gritó ahogado de desesperación y retención de la ira –Fue por mi patetismo ante lo que significabas para mí, que aún estás con vida. ¿No lo entiendes? ¿Te lo explico, o prefieres que lo demuestre?- Sus palmas se crisparon en puños a punto de estamparse contra el rostro inmortal del conde, pero se contuvo lo suficiente. El ardor en su garganta sólo significó la sed que tenía, sed de él, de su sangre, de venganza. –Si me hubiese quedado, tu cabeza estaría adoquinando el umbral de mi puerta, justo como mi cuadro atavía tu habitación. ¿Un lindo trofeo, no? ¡Dime! ¿Qué se siente saber y presumir que te revolcaste con la Condesa? ¿Con Ágatha Lorraine Von Fanel?- Levantó los brazos hacia el cielo y exclamó su propio nombre –Te refieres sobre la presunción como si no cometieses ese pecado, pero lo cierto es Ralph, que tú, tú eres el orgullo, la vanidad y la promesa del ego.- Bajó los brazos y se sobó la cien.
Él no tenía la mínima idea de su sentir ahora, él no podía juzgarla como si fuese un temible dios y ella uno más de sus ciervos, eso terminó en el momento en que Lorraine encontró otro nombre, otro perfume y otra dueña a cada uno de los pensamientos de Lucern. Pero tenía tantos deseos de correr hasta él y asesinarlo de la forma más cruel y despiadada, que necesitó aspirar el aire que le rodeaba como si realmente lo necesitara. La humedad del bosque, ese característico olor a tierra mojada que se ahoga en las fosas nasales, es el bálsamo perfecto para acallar la desesperación de los hombres que ven el vaso vacío sin darse cuenta que ya está lleno. Volvió a dirigirse hasta él olvidando la ventisca que revolvió sus cabellos –Hazte y hazme un favor. No finjas que te interesa, porque si lo hace, es sólo por el hecho de que me fui antes de convertirme en tu burla. En un juguete desechable como ella.- Señaló el cuerpo de la mujer con la barbilla. “Compláceme” la palabra resonó dentro de su cabeza. Sonrió. –¿En verdad no tienes ni idea de cómo murió o sólo es tu jodido morbo y amor por ti mismo lo que te orilla a hacerme recordar su muerte?- Le aplaudió por su maravillosa y retorcida mente. El conde sabía como torturar a sus víctimas, pero con ella se equivocó. –Asesinada- Se encogió de hombros e hizo una mueca indiferente –Y dime, ¿Aún conservas ese cuadro o es que ya ha sido suplido? Supongo que la pelirroja luce más hermosa, aunque no lo sé, es su cabello el que no logra convencerme. Quizá sea por mi aberración al fuego. Tal vez.-
Y entonces, girándose sobre sus talones, le dedicó aquella mirada frenética, llena de hambre y coraje que tanto anhelaba ver el conde desde que ella apareció en el mismo pedazo de tierra. La sonrisa de Lorraine deformó el rostro pretérito en donde sólo mostraba la serenidad de un muerto. Desgarradora y letal. Uno a uno sus movimientos fueron ensombrecidos por las penumbras de los árboles. Se movió directo hasta el par de amantes, levantó un trozo de rama que estorbó su camino. Con la rodilla, lo partió en dos. Un susurro del viento, sólo ese fue el tiempo que le tomó en asesinar la distancia y colocarse delante de ambos. Sus orbes devoraron el calor de la neófita mientras sus colmillos se desenfundaron sin respeto alguno por el labio inferior. La sangre brotó de la herida como si fuese un yacimiento de agua en cualquier roca del bosque. Con agilidad y destreza, se filtró entre ambos pegando su cuerpo al de Lucern y apartando el de la muchacha con desprecio. Los trozos que conservó de aquella rama, se clavaron en la joven. Uno en su boca, mientras su mano la empujó contra el troncó más cercano que tenía en frente. La espalda de la morena chocó contra el árbol el cual se quejó con un abrupto tronar. Varias espinas quedaron clavadas en la piel de la neófita y esta profirió un grito tan desgarrador que la tierra se estremeció y, para cuando la desdichada mujer se hubo incorporado, Lorraine sujetaba con su mano derecha el otro pedazo de madera. Lo lanzó. No la dejó evocar un sonido más de sus labios y la estaca ya se encontraba atravesando el corazón de la infeliz. El cuerpo quedó clavado completamente al árbol. Los orbes de la vampiresa se incendiaron al ver el sopor en el rostro de la chica, después vino la calma al unísono en que ella se convertía en sólo una masa de sangre putrefacta. Un desperdicio de belleza y alimento. Terminado el acto, torció la cabeza como un maldito demente hasta él. No se difuminó aquella sonrisa sardónica en sus labios y su mirada era la misma que poseía el verdugo antes de la ejecución.
-¿Arte? ¿Así le llamas a esto?- Colocó su mano en el mentón de Lucern. Lo apretó como si fuese sólo una masa de carne sin hueso, sin esa capa de frialdad y resistencia que caracteriza a los de su especie. La fuerza ejercida sobre esta parte quería obligar al vampiro a bajar el rostro hasta quedar a la misma altura que el de ella. Sus ojos –ahora negros por el asco que le mostró- se fijaron vorazmente en los ajenos. –No hay nada más deplorable que ver a un hombre usurpando el cuerpo de una mujer con la excusa barata del estímulo sexual. Sencillamente denigrante.- Lo atacó con palabras frías que pecan al morderse la lengua, pero él no lo sabrá. Continuó sujetando su barbilla aproximándose peligrosamente hasta sus labios, ladeó el rostro y alternó su vista hasta la comisura de su boca y los ojos como quien desea el fruto prohibido y está a punto de obtenerlo. –Y si vas a tener el cinismo de hablar sobre cobardía, al menos ten el maldito valor de aceptar tu puto fracaso- Lo soltó empujándolo hacia atrás. Rugió. Estaba molesta, realmente estaba molesta con él. El gruñido siguiente fue más un gritó ahogado de desesperación y retención de la ira –Fue por mi patetismo ante lo que significabas para mí, que aún estás con vida. ¿No lo entiendes? ¿Te lo explico, o prefieres que lo demuestre?- Sus palmas se crisparon en puños a punto de estamparse contra el rostro inmortal del conde, pero se contuvo lo suficiente. El ardor en su garganta sólo significó la sed que tenía, sed de él, de su sangre, de venganza. –Si me hubiese quedado, tu cabeza estaría adoquinando el umbral de mi puerta, justo como mi cuadro atavía tu habitación. ¿Un lindo trofeo, no? ¡Dime! ¿Qué se siente saber y presumir que te revolcaste con la Condesa? ¿Con Ágatha Lorraine Von Fanel?- Levantó los brazos hacia el cielo y exclamó su propio nombre –Te refieres sobre la presunción como si no cometieses ese pecado, pero lo cierto es Ralph, que tú, tú eres el orgullo, la vanidad y la promesa del ego.- Bajó los brazos y se sobó la cien.
Él no tenía la mínima idea de su sentir ahora, él no podía juzgarla como si fuese un temible dios y ella uno más de sus ciervos, eso terminó en el momento en que Lorraine encontró otro nombre, otro perfume y otra dueña a cada uno de los pensamientos de Lucern. Pero tenía tantos deseos de correr hasta él y asesinarlo de la forma más cruel y despiadada, que necesitó aspirar el aire que le rodeaba como si realmente lo necesitara. La humedad del bosque, ese característico olor a tierra mojada que se ahoga en las fosas nasales, es el bálsamo perfecto para acallar la desesperación de los hombres que ven el vaso vacío sin darse cuenta que ya está lleno. Volvió a dirigirse hasta él olvidando la ventisca que revolvió sus cabellos –Hazte y hazme un favor. No finjas que te interesa, porque si lo hace, es sólo por el hecho de que me fui antes de convertirme en tu burla. En un juguete desechable como ella.- Señaló el cuerpo de la mujer con la barbilla. “Compláceme” la palabra resonó dentro de su cabeza. Sonrió. –¿En verdad no tienes ni idea de cómo murió o sólo es tu jodido morbo y amor por ti mismo lo que te orilla a hacerme recordar su muerte?- Le aplaudió por su maravillosa y retorcida mente. El conde sabía como torturar a sus víctimas, pero con ella se equivocó. –Asesinada- Se encogió de hombros e hizo una mueca indiferente –Y dime, ¿Aún conservas ese cuadro o es que ya ha sido suplido? Supongo que la pelirroja luce más hermosa, aunque no lo sé, es su cabello el que no logra convencerme. Quizá sea por mi aberración al fuego. Tal vez.-
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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‘¿Y qué demonios me importa si te has roto una ala?
¡Aún tenéis otra!’
¡Aún tenéis otra!’
La tierra bajo ellos se desquebraja, revelando un reino convergido por tinieblas infernales que sirven como escudo para los ejércitos de esbirros, quienes erigen sus cuernos y afilan sus garras, vaticinando sobre el resultado de la batalla. Las apuestas se han disparado bajo las narices del propio Hades. Son los caballeros y la dama, – jinetes del apocalipsis – quienes esperan impacientes el descenso de cualquiera de los guerreros. Es todo lo que pueden hacer mientras aguardan la llegada del ser que romperá los sellos que les atan. No hay constancia de que alguien haya burlado sus cartas. Ningún pergamino tiene el nombre del héroe que se sentó en su mesa, apostó para librarse de la condena eterna y salió con una corona como prueba de su victoria. El vampiro ha ido en contra de ellos, sin importarle un carajo que el mal sea liberado. Así como los cuervos solo pueden alimentarse de la carroña, los caballos tendrán que conformarse con las migajas que perduren después de la disputa. Cada palabra, labrada, maldecida y mancillada; son flechas esculpidas por las decisiones tomadas en el pasado. El conde se ha jactado de ser el mejor arquero. Tensa el arco con la única intensión de hacer daño. No se detiene siquiera a evaluar cuán profundas resultarán las heridas. No quiere roces, quiere atravesar una y otra vez en el mismo jodido lugar. ¿El objetivo? El corazón indomable de la dama. Un órgano que ha perdido la capacidad de bombear y se dedica a autodestruirse para llevarse a cualquier idiota que se le acerque lo suficiente, merece ser tratado con la misma delicadeza. Sin piedad. Justo cuando creyó que había dado en el blanco, la vampiresa hizo ese movimiento. Al no haber apartado la mirada, el derroche de sensualidad que irradiaba Ágatha, le embistió sin pudor. Insulsa. Así era como encontraba a la hembra que se encontraba bajo su cuerpo, exactamente como le parecieron las hembras que estuvieron antes y después de ella. Había algo embriagante en haber reconocido que no necesitaba a nadie, excepto a una, para que la inmortalidad no le arrastrase a esa solitaria y sobrecogedora existencia. La espesura antes de encontrarle había resultado aplastante. Las semillas habían germinado al mismo ritmo del cambio de las estaciones del año, creando un bosque custodiado por gigantescos y celosos centinelas. No había habido caminos, pero había creado uno para que anduviese ella. El gruñido bestial que reclamó el cuerpo del vampiro ante su cercanía, compitió con los gritos de dolor de su creación. Lucern quería arrancarle cada jodido pedazo de tela y reclamarla con rabia. Antes de que pudiese hacer otra cosa – además de gruñir – los orbes abrasadores de la vampiresa incendiaron aún más los suyos. Así que no había fallado. La punta de su flecha había dado en el lugar exacto. El conde se las ingenió para formar una de sus sonrisas arrogantes. De sus colmillos aún se desprendía restos de sangre. Le desafiaba a responder sus cuestiones.
¿Por qué debía ella mostrar tanta ira cuando había sido él quien quedara como un jodido idiota ante los invitados? Enarcó una ceja mientras le escuchaba burlarse de su arte. Podría haberle anunciado que así era el tipo con el que se había revolcado una y otra vez en sus aposentos y en cualquier otro sitio donde la lujuria les reclamase; pero se ahorró la diatriba. Las palabras que escapaban de sus labios pecaminosos, tan cerca de sus fauces, penetraron en su mente como rayos letales. La tormenta eléctrica que nublaba su raciocinio, alimentada por su carga, demandaba destruir a diestra y siniestra. Uno de los jinetes – seguramente el blanco – anunció su victoria. La muerte estaba ahora entretenida con la hembra que la vampiresa había lanzado a sus brazos. Ahí donde Ágatha había sostenido, sus uñas marcaron. Las gotas de sangre subieron rápidamente a la superficie. Lorraine no sabía, ¡no sabía que iba a cobrarse cada una de ellas! El antagonista aún no estaba dispuesto a abandonar el escenario. Cuando le soltó, enviándole con sus fuerzas, el rugido del demonio hizo temblar todo a su alrededor. Ruinas. Quería pisarlas hasta dejar solo polvo. Entonces ella terminó con esa frase y los engranes que habían estado dando vueltas sin fin alguno, encajaron débilmente. Mientras el conde se pasaba el dorso de la mano sobre el mentón, atrapando su propia sangre, se carcajeó. Durante varios minutos no hizo nada, excepto reír a pleno pulmón. Amargo. Así le sabía la revelación. La miró, cientos de emociones en forma de huracanes moviéndose en sus orbes. Su carcajada murió en el mismo segundo en que la espalda de Ágatha golpeó contra el tronco de uno de los árboles. Su cuerpo actúo como clavos. No había ningún centímetro que les separara. Su miembro estaba cómodamente contra su vientre. - ¿La pelirroja? Dos palabras apenas controladas. - ¿Vas a decirme ahora que me has hecho pasar todo ese ridículo por ella? La mano del conde había atrapado las muñecas de la vampiresa y levantado por sobre su cabeza. Su otra mano descansaba a un lado de su rostro. – Que no te detenga mi egocentrismo. Hemos sobrevivido a cualquier adversidad. Una más no hará la diferencia. Descendió su cabeza para estar a su altura. – Pero mi orgullo. ¡Ah! Eso es algo completamente diferente. ¿Por qué no me cuentas que demonios has hecho? ¿Has estado hurgando en mi mente? ¡¿Es eso?! Cuando ella no lo negó, el odio de Lucern resurgió. – No deberías pasear por la galería del demonio si no tienes intención de permanecer en ella y aceptar las consecuencias. El tono burlón de su voz no iba acorde con la flameante revolución en su interior. Su lengua chasqueó contra su colmillo. Ausentemente asestó otro y otro golpe. Cada vez, con más fuerza. – ¡Mírate! No conoces ni una mierda sobre mí y aún así te atreves a acusarme. A juzgarme. No puedes solo abrir el telón y marcharte como lo habéis hecho. Enfrenta el maldito problema, Ágatha. Tú, que a la primera oportunidad corriste a los brazos de otro vampiro. ¿No aprendiste nada todo ese tiempo que estuve contigo? Eres tan falsa como la imagen que has tomado de mi cabeza. No eres mejor que yo, eres peor. Yo solo quería ser tu amo y me convertiste en un maldito esclavo.
¿Por qué debía ella mostrar tanta ira cuando había sido él quien quedara como un jodido idiota ante los invitados? Enarcó una ceja mientras le escuchaba burlarse de su arte. Podría haberle anunciado que así era el tipo con el que se había revolcado una y otra vez en sus aposentos y en cualquier otro sitio donde la lujuria les reclamase; pero se ahorró la diatriba. Las palabras que escapaban de sus labios pecaminosos, tan cerca de sus fauces, penetraron en su mente como rayos letales. La tormenta eléctrica que nublaba su raciocinio, alimentada por su carga, demandaba destruir a diestra y siniestra. Uno de los jinetes – seguramente el blanco – anunció su victoria. La muerte estaba ahora entretenida con la hembra que la vampiresa había lanzado a sus brazos. Ahí donde Ágatha había sostenido, sus uñas marcaron. Las gotas de sangre subieron rápidamente a la superficie. Lorraine no sabía, ¡no sabía que iba a cobrarse cada una de ellas! El antagonista aún no estaba dispuesto a abandonar el escenario. Cuando le soltó, enviándole con sus fuerzas, el rugido del demonio hizo temblar todo a su alrededor. Ruinas. Quería pisarlas hasta dejar solo polvo. Entonces ella terminó con esa frase y los engranes que habían estado dando vueltas sin fin alguno, encajaron débilmente. Mientras el conde se pasaba el dorso de la mano sobre el mentón, atrapando su propia sangre, se carcajeó. Durante varios minutos no hizo nada, excepto reír a pleno pulmón. Amargo. Así le sabía la revelación. La miró, cientos de emociones en forma de huracanes moviéndose en sus orbes. Su carcajada murió en el mismo segundo en que la espalda de Ágatha golpeó contra el tronco de uno de los árboles. Su cuerpo actúo como clavos. No había ningún centímetro que les separara. Su miembro estaba cómodamente contra su vientre. - ¿La pelirroja? Dos palabras apenas controladas. - ¿Vas a decirme ahora que me has hecho pasar todo ese ridículo por ella? La mano del conde había atrapado las muñecas de la vampiresa y levantado por sobre su cabeza. Su otra mano descansaba a un lado de su rostro. – Que no te detenga mi egocentrismo. Hemos sobrevivido a cualquier adversidad. Una más no hará la diferencia. Descendió su cabeza para estar a su altura. – Pero mi orgullo. ¡Ah! Eso es algo completamente diferente. ¿Por qué no me cuentas que demonios has hecho? ¿Has estado hurgando en mi mente? ¡¿Es eso?! Cuando ella no lo negó, el odio de Lucern resurgió. – No deberías pasear por la galería del demonio si no tienes intención de permanecer en ella y aceptar las consecuencias. El tono burlón de su voz no iba acorde con la flameante revolución en su interior. Su lengua chasqueó contra su colmillo. Ausentemente asestó otro y otro golpe. Cada vez, con más fuerza. – ¡Mírate! No conoces ni una mierda sobre mí y aún así te atreves a acusarme. A juzgarme. No puedes solo abrir el telón y marcharte como lo habéis hecho. Enfrenta el maldito problema, Ágatha. Tú, que a la primera oportunidad corriste a los brazos de otro vampiro. ¿No aprendiste nada todo ese tiempo que estuve contigo? Eres tan falsa como la imagen que has tomado de mi cabeza. No eres mejor que yo, eres peor. Yo solo quería ser tu amo y me convertiste en un maldito esclavo.
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
«Y aunque el sol me queme, quiero verlo de cerca.»
Ardiente. La rabia es una emoción que golpea contra pecho, ahogándose entre los pasillos de una confusa discusión interna, sobre las cosas que decir, si callar o gritar, con la histeria de un niño emberrinchado, pero no es más que una simple y alocada cuestión de orgullo, torpe, idiota y constante orgullo. Las sensaciones se dispersan, dejando a la deriva ese hueco sustancial entre el coraje apelando ante una derrota y el sentido humorístico que toman las cosas al resultar el perdedor. Bajo, distante y sin sentido. El desquebrajo es inevitable, la caída doliente y levantarse… eso significa la muerte. Lanzar la primera estocada, creer que la victoria está próxima, fingir que se puede ondear el estandarte anticipándose a la jugada final. Un error común y poco agradable. En algún punto de toda esa enmarañada situación, se olvidaron los graznidos de los cuervos, el lamento de las ratas y el quejido taciturno de los gusanos bajo tierra. Incluso, el sonido del silencio, parecía haberse alejado de todo aquello cuando solo sus palabras se incrustaron en su mente, más allá del eco y por encima de su insipiente subconsciente. Aunque su cuerpo golpeó contra el tronco de un árbol, no pudo percibir el dolor sobre su piel. Fría, esquiva, insulsa…
Dicen que los ojos son las ventanas del alma, pero en ese par de orbes negros no pudo observar otra cosa que no fuese su propio reflejo. Creer que ella es el alma de ese vampiro, no solo le es un insulto efímero, un chiste malintencionado y una broma de pésimo gusto, si no que representa la única forma de herirlo verdaderamente. Pero no estaba en posición de hacerlo, su voz es un distractor, una forma de hacerla caer en su estúpido juego una y otra vez, y sus labios… La espalda se arqueó sintiendo la cercanía. Molesta. El agridulce aliento chocó contra su rostro, se burló de ella y revoloteó por encima jactándose de no pertenecerle, de ser embriagadoramente libre. Control. El autoritario conde nunca puede perder el control, menos cuando se trata de cuestiones donde la dignidad enmarca al orgullo forjando un pedestal con su propia y desdichada suerte. Una sonrisa torcida surcó sus labios adivinando el rumbo de sus pensamientos. Y, ahí, nuevamente frente a ella, su rostro impertérrito le acechó. Suspiró ahoga, pesada, abrumadoramente. Réplicas. Miles de ellas se azotaron contra su garganta, excusas varias y altisonantes. Pero el nudo en su garganta aplastó todo impulso. –Esclavo- Repitió la palabra en un tenue susurro. Su ceja se arqueó y su rostro casi estoico rompió –al igual que él- en estruendosas carcajadas perdidas en la inmensidad del bosque. Se sacudió, no para liberarse si no para tener más espacio y reír ahogadamente con un chiste personal. ¿Quién era el esclavo de quién? Paro en seco. –Si fuiste tú quien se dejó poner las esposas, no culpes a los demás de tu esclavitud.- La frase no estaba en su repertorio y, seguramente tendría que tomar la lección para si misma después. –Sí, no conozco nada sobre t… usted Conde- No se dio cuenta de cuando comenzó a tutearlo, pero tras aquel reclamo hostil de su parte… -Pero lo que se ve no se juzga. ¿Hemos de comenzar con señalar el bufete que tenía preparado para hoy? Las cosas no cambian a menos que se quiera ¿Lo quiere?-
Tenerlo cerca. Sufrir silenciosamente una batalla entre besarlo y destazarlo hasta que no quede absolutamente nada, fue un cansancio mental que no tomó en cuenta antes de todo esto. La cita no fue premeditada. Todo era un caos; un desastre. La mirada ardía, la misma que había estado observándola desde minutos atrás y ¿Cuánto tiempo había pasado realmente? Podrían haber sido simples segundos o toda una eternidad, así de relativo fue el tiempo para ella entre sus brazos y justo ahora contra su cuerpo ¡No lo entendía! Su miembro contra el vientre. Su vestido urgido por desaparecer y su intimidad jugando a humedecerse en silencio, a esperas de no ser escuchado en su lamento. Rugió por debajo. ¡Una tortura! ¡Eso era! Forcejeó hasta que una de sus manos se desprendió de su atadura. Sujetó la cabeza de Lucern, sonrió. -¿Es por cuestión de honor?- Suspiró soltándole. Estaba claro que no la dejaría ir así que… -Una noche antes de la… del evento.- Se corrigió por no poder mencionar la palabra "Boda" -Susurrar el nombre de una extraña, evocar los recuerdos de una envolvente noche apasionada de sexo, deseo y… ¿Qué era lo otro?- Levantó la mano hasta donde él aprisionaba la otra y la arrancó de un tajo. Su muñeca quedó aplastada contra la mano de Lucern y el muñón de Lorraine empujó al hombre para apartarse de él. ¿Dolor? Oh, sí. Sólo un pequeño quejido casi inaudible. La sangre bañó su cuerpo. ¡Maldición! Ahora tendría que beber para regenerarse, pero no una sangre cualquiera. Empujó a Lucern contra el árbol. Invirtieron lugares. Pegó su rostro al de él –Olvidé lo último. Pero descuide, se aprendió la lección. No se volverá a leer su mente. Nunca.–
Su mano –aún prisionera del conde- movía los dedos a la espera que su dueña se apiadase de la pieza y la pegara a ella. Así lo hizo. Le arrebató la carne a Lucern y la pegó a su muñón ensangrentado. La regeneración no sería rápida a menos que… -¿Le importa si..? ¡Arg! ¡Al demonio la formalidad!- y así, sin cuestionarlo dos veces, se aproximó hasta su cuello para clavar los dientes en él y beber. El sabor de su sangre fue más aturdidor de lo que esperaba. Sus entrañas ardieron al paso del líquido. La marca en su muñeca iba disminuyendo conforme daba terribles sorbos. Estaba hambrienta, sedienta de él, deseosa. ¡Maldición! Lo quería, lo quería en su sistema, lo quería dentro de ella, lo quería… Un torrente de sensaciones y emociones encontradas se disparó hasta cada una de sus terminales nerviosas. La línea de su vientre y por debajo de su ombligo se sacudió en convulsiones repetitivas, hasta que se perdieron en su… Se separó bruscamente de él. Agitada. Excitada. Sus ojos se volvieron completamente negros. –¿No.. No es fascinante?- Le dijo mostrando la mano e intentando sonar lo más tranquila posible, pero se le notaba el deseo vigorizante en su piel, sus ojos, sus labios relamiéndose… ¿Él habría sentido lo mismo? ¿Acaso pensaba en algo similar? Rugió aberrante. Cerró los ojos y respiró profundamente. –Oh, estoy segura que la imagen de su cabeza no es falsa. Dígame algo ¿Le gustó, le gustó estar con ella? Levantó la ceja ¡Lo retaba a decirle un sí! -Además no veo ningún ridículo. Si asegura que todo fue una mentira, ¿Para qué molestarse en montar esta escena de celos y exageraciones? Porque son celos ¿No?... - Dijo sarcásticamente, ¿El conde Ralph, con celos? ¡Eso es irónico! -Eso de mencionar a otros hombres y esperar que se le responda, eso es autoritario, posesivo, enfermo y controlador. Resumido, en una palabra... Celos.- Torció la boca –Pero no me haga caso, su sangre se me subió a la cabeza y digo tonterías. Burlonas, hirientes, amargas… tonterías- ¡Sí! Porque entre más hablara con sarcasmo y estupideces, evitaba gritarle a la cara “Aún me dueles”.
Dicen que los ojos son las ventanas del alma, pero en ese par de orbes negros no pudo observar otra cosa que no fuese su propio reflejo. Creer que ella es el alma de ese vampiro, no solo le es un insulto efímero, un chiste malintencionado y una broma de pésimo gusto, si no que representa la única forma de herirlo verdaderamente. Pero no estaba en posición de hacerlo, su voz es un distractor, una forma de hacerla caer en su estúpido juego una y otra vez, y sus labios… La espalda se arqueó sintiendo la cercanía. Molesta. El agridulce aliento chocó contra su rostro, se burló de ella y revoloteó por encima jactándose de no pertenecerle, de ser embriagadoramente libre. Control. El autoritario conde nunca puede perder el control, menos cuando se trata de cuestiones donde la dignidad enmarca al orgullo forjando un pedestal con su propia y desdichada suerte. Una sonrisa torcida surcó sus labios adivinando el rumbo de sus pensamientos. Y, ahí, nuevamente frente a ella, su rostro impertérrito le acechó. Suspiró ahoga, pesada, abrumadoramente. Réplicas. Miles de ellas se azotaron contra su garganta, excusas varias y altisonantes. Pero el nudo en su garganta aplastó todo impulso. –Esclavo- Repitió la palabra en un tenue susurro. Su ceja se arqueó y su rostro casi estoico rompió –al igual que él- en estruendosas carcajadas perdidas en la inmensidad del bosque. Se sacudió, no para liberarse si no para tener más espacio y reír ahogadamente con un chiste personal. ¿Quién era el esclavo de quién? Paro en seco. –Si fuiste tú quien se dejó poner las esposas, no culpes a los demás de tu esclavitud.- La frase no estaba en su repertorio y, seguramente tendría que tomar la lección para si misma después. –Sí, no conozco nada sobre t… usted Conde- No se dio cuenta de cuando comenzó a tutearlo, pero tras aquel reclamo hostil de su parte… -Pero lo que se ve no se juzga. ¿Hemos de comenzar con señalar el bufete que tenía preparado para hoy? Las cosas no cambian a menos que se quiera ¿Lo quiere?-
Tenerlo cerca. Sufrir silenciosamente una batalla entre besarlo y destazarlo hasta que no quede absolutamente nada, fue un cansancio mental que no tomó en cuenta antes de todo esto. La cita no fue premeditada. Todo era un caos; un desastre. La mirada ardía, la misma que había estado observándola desde minutos atrás y ¿Cuánto tiempo había pasado realmente? Podrían haber sido simples segundos o toda una eternidad, así de relativo fue el tiempo para ella entre sus brazos y justo ahora contra su cuerpo ¡No lo entendía! Su miembro contra el vientre. Su vestido urgido por desaparecer y su intimidad jugando a humedecerse en silencio, a esperas de no ser escuchado en su lamento. Rugió por debajo. ¡Una tortura! ¡Eso era! Forcejeó hasta que una de sus manos se desprendió de su atadura. Sujetó la cabeza de Lucern, sonrió. -¿Es por cuestión de honor?- Suspiró soltándole. Estaba claro que no la dejaría ir así que… -Una noche antes de la… del evento.- Se corrigió por no poder mencionar la palabra "Boda" -Susurrar el nombre de una extraña, evocar los recuerdos de una envolvente noche apasionada de sexo, deseo y… ¿Qué era lo otro?- Levantó la mano hasta donde él aprisionaba la otra y la arrancó de un tajo. Su muñeca quedó aplastada contra la mano de Lucern y el muñón de Lorraine empujó al hombre para apartarse de él. ¿Dolor? Oh, sí. Sólo un pequeño quejido casi inaudible. La sangre bañó su cuerpo. ¡Maldición! Ahora tendría que beber para regenerarse, pero no una sangre cualquiera. Empujó a Lucern contra el árbol. Invirtieron lugares. Pegó su rostro al de él –Olvidé lo último. Pero descuide, se aprendió la lección. No se volverá a leer su mente. Nunca.–
Su mano –aún prisionera del conde- movía los dedos a la espera que su dueña se apiadase de la pieza y la pegara a ella. Así lo hizo. Le arrebató la carne a Lucern y la pegó a su muñón ensangrentado. La regeneración no sería rápida a menos que… -¿Le importa si..? ¡Arg! ¡Al demonio la formalidad!- y así, sin cuestionarlo dos veces, se aproximó hasta su cuello para clavar los dientes en él y beber. El sabor de su sangre fue más aturdidor de lo que esperaba. Sus entrañas ardieron al paso del líquido. La marca en su muñeca iba disminuyendo conforme daba terribles sorbos. Estaba hambrienta, sedienta de él, deseosa. ¡Maldición! Lo quería, lo quería en su sistema, lo quería dentro de ella, lo quería… Un torrente de sensaciones y emociones encontradas se disparó hasta cada una de sus terminales nerviosas. La línea de su vientre y por debajo de su ombligo se sacudió en convulsiones repetitivas, hasta que se perdieron en su… Se separó bruscamente de él. Agitada. Excitada. Sus ojos se volvieron completamente negros. –¿No.. No es fascinante?- Le dijo mostrando la mano e intentando sonar lo más tranquila posible, pero se le notaba el deseo vigorizante en su piel, sus ojos, sus labios relamiéndose… ¿Él habría sentido lo mismo? ¿Acaso pensaba en algo similar? Rugió aberrante. Cerró los ojos y respiró profundamente. –Oh, estoy segura que la imagen de su cabeza no es falsa. Dígame algo ¿Le gustó, le gustó estar con ella? Levantó la ceja ¡Lo retaba a decirle un sí! -Además no veo ningún ridículo. Si asegura que todo fue una mentira, ¿Para qué molestarse en montar esta escena de celos y exageraciones? Porque son celos ¿No?... - Dijo sarcásticamente, ¿El conde Ralph, con celos? ¡Eso es irónico! -Eso de mencionar a otros hombres y esperar que se le responda, eso es autoritario, posesivo, enfermo y controlador. Resumido, en una palabra... Celos.- Torció la boca –Pero no me haga caso, su sangre se me subió a la cabeza y digo tonterías. Burlonas, hirientes, amargas… tonterías- ¡Sí! Porque entre más hablara con sarcasmo y estupideces, evitaba gritarle a la cara “Aún me dueles”.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
‘Miéntele. Tu sabéis que la necesitáis más que la sangre que ingieres.’
Un rugido demoledoramente agresivo, estalló desde el pecho del vampiro. Sus orbes se posaron posesivamente en la mirada de la fémina. El olor de su deseo le golpeó con la misma furia que se apoderó de él aquélla maldita noche. Sus músculos se tensaron, sus pulmones se inflaron, sus colmillos palpitaron. Estaba ávido – como siempre – por lamer hasta la última gota de sus orgasmos. Nunca se había saciado de ella y había aceptado que nunca lo haría. La ambrosía que humedecía sus pliegues, le invitaba a ponerse de rodillas. Quería oírle suplicar que la llenara mientras su lengua era succionada por su apretada vaina. Su miembro era ahora una barra caliente contra su vientre. Sus testículos pesaban. Apenas fue consciente de que ella había forcejeado y liberado una de sus manos. La arrogancia y el orgullo competían por el indulto en su boca. Él era el predador en esa escena. Controlar y dominar era parte de su naturaleza. Autómata, la bestia seguía cada movimiento, esperando con una falsa tranquilidad a que ella corriese en la dirección equivocada para darle caza. Ir tras sus presas le excitaba. El dragón quería revolcarse en su propio fuego, alimentado por la calidez que emanaba de la hembra. Ella no era tan indiferente a él como pretendía hacerle creer. Sus palabras solo lo comprobaban. ¿Cuán húmeda le encontraría cuando sus dedos le penetraran? El rostro inescrutable del conde escondía un campo minado de blasfemias. Había puesto el pie en una de ellas y ahora luchaba contra quedarse para evitar la explosión o marcharse para buscar un modo de evadir la colisión. Maldito fuese si no aprovechaba la oportunidad de marcarla de mil y un maneras. El enemigo iba a ponerse en su jodido sitio cuando ella regresara con la imprenta de su posesión en cada parte visible e invisible de su cuerpo. Ágatha no era suya, pero eso no significaba que podía ser de cualquier otro. El infierno podía congelarse primero. Sus fauces se abrieron para arremeter, pero la sangre que salpicó su rostro le detuvo. - ¿Qué de….? La mirada que le dedicó a la vampiresa cuando descubrió la mano bajo su impasible agarre, habría hecho temblar al más valiente de los guerreros. En ese punto, tornados pudieron haber surgido desde el suelo, tormentas abierto los cielos y ni siquiera habría sigo el escenario perfecto para ellos. Sus colmillos se alargaron aún más, su rostro se deformó, haciendo desaparecer todos esos rasgos aristocráticos que le habían hecho pasar como algo más que un bastardo. La amenaza que subyugaba sus orbes era evidente. Las palabras que fueron sustituidas por sus gruñidos, establecía que si él aún no le había hecho daño, ella no tenía el derecho de hacérselo a sí misma. Maldita sea. Incluso ahora quería protegerla.
La orden taladraba su mente como un decreto real, buscando el camino hacia su garganta que, repleta de rugidos, no tenía cabida para ella. Envenenado de furia, su temperamento explosivo borró cualquier posible rastro de raciocinio. Cuando los colmillos de la fémina atravesaron su cuello, su mano se enterró en las sedosas hebras, manteniéndola en su sitio, al lugar donde siempre debió haber pertenecido. Su otra mano estaba ocupada agarrándose a uno de sus glúteos para acercarla hasta su cuerpo desnudo. Su erección presionaba entre ellos. Antes de ella, Lucern no había actuado con tanta posesividad. Sus preciadas pertenencias era todo lo que le ligaba a esa sombría existencia. Lorraine había dado vida por completo a la bestia, quien quería proveer para ella. Ahora que se alejaba, se limitaba a acecharla. Había cometido un error visceral al recordarle cuán perfectos eran. Encajaban como dos piezas de un puzle. Al predador no le importaba más nada. El aroma de su femineidad y de su sangre, crepitaba en el aire. De pronto la laguna parecía haberse reducido. Cualquier otro olor que buscara pasar las barreras estaría encontrándose ante un indestructible muro. Dos finas líneas carmesís resbalaron por su cuello, prueba de que había sido usado como fuente de alimento. Ella llevaba demasiada vestimenta. En ese momento, decidió que solucionaría ese asunto. Sin apartar la mirada de la vampiresa, llevó su mano hasta su miembro. Cerró la palma en su gruesa erección. Acarició una vez, dos veces. La hechicera le había hipnotizado. El deseo que brillaba en sus orbes, dejaba en ridículo a las joyas ágata que una vez tuvieron la osadía de tocar su tersa piel. – ¿Fascinante? La palabra escapó guturalmente de su garganta mientras se acariciaba. – Te olvidas de la parte más importante en toda esta maldita historia, Lorraine. Un segundo estaba fervientemente ocupado en atender su miembro y en el otro estaba de nuevo ante ella. Su mano capturó su cuello con fuerza, sin hacer daño. – Podría haberte tenido como una más de mis amantes. Nada me lo hubiese impedido. Ni siquiera tú. Así como le molestaba el sarcasmo que provenía de ella, él equilibraba la balanza con su arrogancia, a sabiendas de cuánto le molestaba. – ¿No te es suficiente colocarme en la línea de fuego? ¿Aún no estás satisfecha? La sonrisa torcida no hacía juego con los colmillos ensangrentados del vampiro. - ¿Queréis saber si estoy corrompido por los celos? ¿Queréis saber si no me he vuelto loco todo este año sabiéndote en otros brazos? Su mano en lateral de su cuello la atrajo con brusquedad hasta él. Su cabeza descendió, sus colmillos rozaron su labio inferior. Rugió. Su mano bajó hasta el frente de su vestido, el sonido de la tela al rasgarse se unió a la batalla. – Voy a entrar tan profundamente en ti, una y otra vez, hasta que tu curiosidad sea saciada. Todo su ser quería besarla, pero se negaba a premiarla. Bajo ellos, la vestimenta cedió. Un movimiento rápido del conde, lo situó en la espalda de la hembra. Su rodilla se introdujo entre sus muslos, obligándole a separarlos. Una de sus manos se cerró sobre uno de sus senos, tan pesado, tan suave, tan condenadamente atractivo…. la otra viajó a través de su vientre hasta presionar en su centro. – En seiscientos años, jamás me planteé la idea de tener una compañera. ¿Cuánto tiempo te llevó a ti traicionarme? Al menos, no puedes fingir tu deseo por mí. Me llama. Movió sus caderas, frotando su miembro ente sus glúteos. Se negaba a hacer algo más que presionar, aún cuando sus dedos querían invadir su intimidad.
La orden taladraba su mente como un decreto real, buscando el camino hacia su garganta que, repleta de rugidos, no tenía cabida para ella. Envenenado de furia, su temperamento explosivo borró cualquier posible rastro de raciocinio. Cuando los colmillos de la fémina atravesaron su cuello, su mano se enterró en las sedosas hebras, manteniéndola en su sitio, al lugar donde siempre debió haber pertenecido. Su otra mano estaba ocupada agarrándose a uno de sus glúteos para acercarla hasta su cuerpo desnudo. Su erección presionaba entre ellos. Antes de ella, Lucern no había actuado con tanta posesividad. Sus preciadas pertenencias era todo lo que le ligaba a esa sombría existencia. Lorraine había dado vida por completo a la bestia, quien quería proveer para ella. Ahora que se alejaba, se limitaba a acecharla. Había cometido un error visceral al recordarle cuán perfectos eran. Encajaban como dos piezas de un puzle. Al predador no le importaba más nada. El aroma de su femineidad y de su sangre, crepitaba en el aire. De pronto la laguna parecía haberse reducido. Cualquier otro olor que buscara pasar las barreras estaría encontrándose ante un indestructible muro. Dos finas líneas carmesís resbalaron por su cuello, prueba de que había sido usado como fuente de alimento. Ella llevaba demasiada vestimenta. En ese momento, decidió que solucionaría ese asunto. Sin apartar la mirada de la vampiresa, llevó su mano hasta su miembro. Cerró la palma en su gruesa erección. Acarició una vez, dos veces. La hechicera le había hipnotizado. El deseo que brillaba en sus orbes, dejaba en ridículo a las joyas ágata que una vez tuvieron la osadía de tocar su tersa piel. – ¿Fascinante? La palabra escapó guturalmente de su garganta mientras se acariciaba. – Te olvidas de la parte más importante en toda esta maldita historia, Lorraine. Un segundo estaba fervientemente ocupado en atender su miembro y en el otro estaba de nuevo ante ella. Su mano capturó su cuello con fuerza, sin hacer daño. – Podría haberte tenido como una más de mis amantes. Nada me lo hubiese impedido. Ni siquiera tú. Así como le molestaba el sarcasmo que provenía de ella, él equilibraba la balanza con su arrogancia, a sabiendas de cuánto le molestaba. – ¿No te es suficiente colocarme en la línea de fuego? ¿Aún no estás satisfecha? La sonrisa torcida no hacía juego con los colmillos ensangrentados del vampiro. - ¿Queréis saber si estoy corrompido por los celos? ¿Queréis saber si no me he vuelto loco todo este año sabiéndote en otros brazos? Su mano en lateral de su cuello la atrajo con brusquedad hasta él. Su cabeza descendió, sus colmillos rozaron su labio inferior. Rugió. Su mano bajó hasta el frente de su vestido, el sonido de la tela al rasgarse se unió a la batalla. – Voy a entrar tan profundamente en ti, una y otra vez, hasta que tu curiosidad sea saciada. Todo su ser quería besarla, pero se negaba a premiarla. Bajo ellos, la vestimenta cedió. Un movimiento rápido del conde, lo situó en la espalda de la hembra. Su rodilla se introdujo entre sus muslos, obligándole a separarlos. Una de sus manos se cerró sobre uno de sus senos, tan pesado, tan suave, tan condenadamente atractivo…. la otra viajó a través de su vientre hasta presionar en su centro. – En seiscientos años, jamás me planteé la idea de tener una compañera. ¿Cuánto tiempo te llevó a ti traicionarme? Al menos, no puedes fingir tu deseo por mí. Me llama. Movió sus caderas, frotando su miembro ente sus glúteos. Se negaba a hacer algo más que presionar, aún cuando sus dedos querían invadir su intimidad.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
«La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.»
Traición, la palabra resonó en su cabeza como el coro mortífero del infierno. Cada letra que la conforma, fue una cruel e insipiente estaca clavándose y profundizando en su pecho. Él cometió el error de recordarlo en el preciso momento en que ella estuvo a punto de ceder ante su contacto. No, no lo negaba, el deseo que emerge desde su interior es proporcional al ansiedad de su piel. Los tentativos labios del conde e movían con fácil sensualidad que resultó imposible erradicar la sensación de sus dedos acariciando su piel. Aún cuando ni siquiera la había tocado, aún cuando su cuerpo se encontró lejos de ella sólo complaciéndose a si mismo como en un principio, ella ya había invocado la textura de su piel contra la propia. Quiso aferrarse al movimiento sardónico de sus palabras, pretender que su burla era un insulto para el conde y no para si misma, pero se equivocó y con cada palabra taladrada desde sus fauces hasta sus propios oídos, sólo encontraba la terquedad de la ironía. Fue en el instante en que el la tocó por el cuello, cuando rosó sus labios la comisura, cuando proclamó su victoria sobre una muñeca rota, que ella se dejó llevar hasta el más profundo de los abismos. La pasión irrefutable que le poseía al estar cerca de ese hombre. No fue capaz de refutarlo, ni siquiera opuso resistencia cuando la tela de su vestido cayó vencida en el suelo por el salvaje pero certero movimiento de Lucern; fue, es y será siempre la presa bajo el yugo del verdugo.
-¿Sabes?- Susurró jadeando. La presión en su vientre le condujo hacia una visión remota que se perdía en la unión de sus piernas. –Tienes una increíble facilidad para arruinarlo todo- La vampiresa se movió, impredecible, furiosa. Su cuerpo quedó frente a él, pegando sus pechos erectos contra el mármol de su torso. Su pelvis aclamaba, suplicaba por él entre pequeñas convulsiones apneas perceptibles para ambos. No obstante, el deseo de su sexo no alcanzó a llegar hasta su mirada o la expresión general de su rostro. Volvió al principio, donde una Lorraine indiferente se alzaba frente a él, donde poco le importaba a la fémina, el satisfacer sus necesidades o las ajenas. –Pudiste haberme tenido- Asintió con el ceño fruncido apartándose de él. El viento sopló a través de sus cuerpos y el frío le caló sobre la piel. ¡Absurdo! No había estado con él más de diez minutos, pero fue suficiente para que cada centímetro de su ser resintiese el vacío de su ausencia. Rugió. –Me queda claro que no te has vuelto loco- Chasqueó la lengua, había cierta desilusión en el tono de su voz. Aquello significaba la influencia que la presencia de la dama tenía ante él. Sí, fue decepcionante saber que ni siquiera la había extrañado. –Pero no es a mí a quien quieres ‘satisfacer’, Lucern- El nombre del conde atravesó sus labios sin que pudiese darse cuenta de lo dicho, incluso segundos después de haberlo perdido, no reaccionó. Fue tan normal para ella nombrarlo, como el hecho de estar de pie frente a él completamente desnuda y no inmutarse por el pudor. Él la conoce de pies a cabeza, no hay lugar, ni espacio que no hubiese sido explorado por sus manos, sus labios. –Porque de ser así lograrías escucharme cuando te hablo. Y, a diferencia de ti, yo nunca te traicioné- ¿Cómo poder decirle que nunca estuvo con otro hombre, pues el sólo hecho de sentir el tacto ajeno se lo recordaba a él y era a él, a quien no quería hacerle el amor, precisamente? ¿Cómo explicarle que él la había arruinado para los demás?
Las emociones, mismas que juro haber dejado atrás aquel fatídico día, regresaron a ella, abofeteando su rostro, golpeando su abdomen. ¡El mismo abdomen que conserva una secuela de lo ocurrido! La marca de los dientes de aquel lobo, hundidos como perforaciones imperfectas en su tersa piel. Dividida, es la mejor descripción para Lorraine. Su cuerpo lo pedía a gritos, pero su mente, lejos de haberlo perdonado, quería abalanzarse sobre él y mutilar cada extremidad de su ser hasta que implorarse la misma cantidad de veces que ella lo hizo. ¿Pero qué era lo que la verdadera Lorraine quería hacerle? Sonrió. Ambas manos se cerraron sobre el rostro de su amado y su mirada se mantuvo firme sobre sus orbes celestes. –No me esquives y dilo, Lucern… ¿Te gustó estar con ella?- El pulgar de su mano derecha, delineó el contorno de sus labios esperando una respuesta de su parte. Antes de que pudiese hablar o hacer algo, lo besó. –Porque aquí, justo ahora, tal y como la primera vez, puedo hacer que te olvides absolutamente de todo, incluso de ella- No, no era una sugerencia, la frase iba cargada de amenazas, advertencias y aunque sonaba bastante real, no podía ocultar la intensión de ceder y perdonarlo, porque eso es lo que hacen quienes aman hasta pulverizarse el corazón, ¿Cierto?.
-¿Sabes?- Susurró jadeando. La presión en su vientre le condujo hacia una visión remota que se perdía en la unión de sus piernas. –Tienes una increíble facilidad para arruinarlo todo- La vampiresa se movió, impredecible, furiosa. Su cuerpo quedó frente a él, pegando sus pechos erectos contra el mármol de su torso. Su pelvis aclamaba, suplicaba por él entre pequeñas convulsiones apneas perceptibles para ambos. No obstante, el deseo de su sexo no alcanzó a llegar hasta su mirada o la expresión general de su rostro. Volvió al principio, donde una Lorraine indiferente se alzaba frente a él, donde poco le importaba a la fémina, el satisfacer sus necesidades o las ajenas. –Pudiste haberme tenido- Asintió con el ceño fruncido apartándose de él. El viento sopló a través de sus cuerpos y el frío le caló sobre la piel. ¡Absurdo! No había estado con él más de diez minutos, pero fue suficiente para que cada centímetro de su ser resintiese el vacío de su ausencia. Rugió. –Me queda claro que no te has vuelto loco- Chasqueó la lengua, había cierta desilusión en el tono de su voz. Aquello significaba la influencia que la presencia de la dama tenía ante él. Sí, fue decepcionante saber que ni siquiera la había extrañado. –Pero no es a mí a quien quieres ‘satisfacer’, Lucern- El nombre del conde atravesó sus labios sin que pudiese darse cuenta de lo dicho, incluso segundos después de haberlo perdido, no reaccionó. Fue tan normal para ella nombrarlo, como el hecho de estar de pie frente a él completamente desnuda y no inmutarse por el pudor. Él la conoce de pies a cabeza, no hay lugar, ni espacio que no hubiese sido explorado por sus manos, sus labios. –Porque de ser así lograrías escucharme cuando te hablo. Y, a diferencia de ti, yo nunca te traicioné- ¿Cómo poder decirle que nunca estuvo con otro hombre, pues el sólo hecho de sentir el tacto ajeno se lo recordaba a él y era a él, a quien no quería hacerle el amor, precisamente? ¿Cómo explicarle que él la había arruinado para los demás?
Las emociones, mismas que juro haber dejado atrás aquel fatídico día, regresaron a ella, abofeteando su rostro, golpeando su abdomen. ¡El mismo abdomen que conserva una secuela de lo ocurrido! La marca de los dientes de aquel lobo, hundidos como perforaciones imperfectas en su tersa piel. Dividida, es la mejor descripción para Lorraine. Su cuerpo lo pedía a gritos, pero su mente, lejos de haberlo perdonado, quería abalanzarse sobre él y mutilar cada extremidad de su ser hasta que implorarse la misma cantidad de veces que ella lo hizo. ¿Pero qué era lo que la verdadera Lorraine quería hacerle? Sonrió. Ambas manos se cerraron sobre el rostro de su amado y su mirada se mantuvo firme sobre sus orbes celestes. –No me esquives y dilo, Lucern… ¿Te gustó estar con ella?- El pulgar de su mano derecha, delineó el contorno de sus labios esperando una respuesta de su parte. Antes de que pudiese hablar o hacer algo, lo besó. –Porque aquí, justo ahora, tal y como la primera vez, puedo hacer que te olvides absolutamente de todo, incluso de ella- No, no era una sugerencia, la frase iba cargada de amenazas, advertencias y aunque sonaba bastante real, no podía ocultar la intensión de ceder y perdonarlo, porque eso es lo que hacen quienes aman hasta pulverizarse el corazón, ¿Cierto?.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
"...Ahora vivo en un cuerpo sin alma.
Ahora vivo tan solo porque respirar no requiere de mi esfuerzo.
Ahora vivo porque el dolor me destroza cada día pero nunca termina de matarme.
Ahora vivo únicamente para volver a verla.
Para arrancarle del pecho su corazón despiadado y negro.
Para precipitarla a la misma agonía que ella fraguó para mí.
Porque, aun a mi pesar, ella continúa siendo la única razón de mi existencia..."
Ahora vivo tan solo porque respirar no requiere de mi esfuerzo.
Ahora vivo porque el dolor me destroza cada día pero nunca termina de matarme.
Ahora vivo únicamente para volver a verla.
Para arrancarle del pecho su corazón despiadado y negro.
Para precipitarla a la misma agonía que ella fraguó para mí.
Porque, aun a mi pesar, ella continúa siendo la única razón de mi existencia..."
¿Y como demonios obliga a la bestia a retroceder si es ella quien le controla? No puede pensar. Es su nombre, su maldita esencia quien le gobierna. El predador quiere rugir de satisfacción por su cercanía. La ha extrañado tan retorcida y crudamente, que quiere castigarla por volverse su debilidad y luego marcharse sin más. Su mandíbula se endurece mientras su mirada le penetra. La observa fijamente. Las emociones colisionan en sus orbes. ¿Qué es la ira y el dolor ante el vacío y la soledad que dejó cuando desapareció? Le había relegado de nuevo a la oscuridad y no le había importado ni un ápice lo que significara su partida para su existencia. Golpearon de nuevo contra uno de los troncos, pero esta vez fue su boca la que se apoderó de sus entrañables labios. Ella había terminado ese beso demasiado rápido. No iba a conformarse con menos cuando había estado todo un jodido año deseándole. Su lengua embistió con fuerza dentro de sus fauces, exigiendo su respuesta. Golpeó una y otra vez, exactamente como su miembro quería hacer cuando se enterrara en su cuerpo. Era imposible descifrar si fue su colmillo o el de ella el culpable de la sangre que se derramó entre sus bocas, pero el sabor solo aumentó su excitación. Su mano atrapó su rodilla y la alzó contra su cintura, la acarició hasta sostenerle del glúteo, obligándole a permanecer en esa vulnerable posición con la fuerza de su sujeción. Los suaves y húmedos pliegues le acariciaron el glande. El bramido del conde se perdió – una vez más – en el interior de su boca. Estaba tan duro, que sabía que un pequeño impulso y se encontraría invadiendo sus apretadas paredes. Cuando finalmente dejó de saquear su boca, se negó a alejar su rostro del de ella. Sus labios estaban exactamente sobre los suyos. Las comisuras se le torcieron en una arrogante sonrisa. - Te concedo esta pequeña victoria. Eres todo en lo que puedo pensar. Ni siquiera puedo seguir el hilo de esta maldita conversación. Su última frase estuvo acompañada por más rugidos que palabras. ¿Cómo iba a detenerse cuando la tenía a su merced? Antes de que pudiese siquiera planteárselo, sus caderas se impulsaron hacia adelante y la punta de su miembro encontró la cálida entrada. Se enterró en ella de una estocada, al mismo tiempo que su boca y colmillos descendían hasta la curvatura de su cuello. Se embriagó de su aroma. Se maravilló en la forma en que sus cuerpos encajaban a la perfección. Sus pesados senos eran prisioneros de su torso. Más tarde les dedicaría su tiempo. Los había extrañado con el mismo ahínco que había extrañado a su mujer. Su mano bajó para sostener uno, lo acarició con suavidad, muy contraria a la forma en que su pelvis golpeaba entre sus piernas. Sus dedos se frotaron sobre el arrugado pezón mientras que su lengua trazaba con perezosos golpes donde debería palpitar la vena. Se detuvo abruptamente. El silencio roto por sus duras penetraciones.
- ¿Cómo puedes estar tan ciega? Fue en este mismo lugar dónde te volviste la razón de mi existir. La ira aún teñía sus palabras entrecortadas. ¿Es eso lo que querías oír, Ágatha? ¿A mí, diciéndote cuán miserable han sido mis noches e incluso mis malditas tardes? Porque así han sido. Interminables. Vacías. El árbol tras ellos dejaba caer sus hojas como amenaza. No iba a soportar por mucho más tiempo los embistes del conde. Sus manos bajaron para atrapar los glúteos de la vampiresa, invitándole a cerrar sus piernas contra él. Ahí, parados, sus talones les impulsó a ambos. Por los gruñidos de placer del vampiro, estaba claro que disfrutaba de esa posición. Le permitía entrar más profusa y fieramente. Su humedad había bañado su barra. – Quiero odiarte. ¡Por un demonio! Te juro que quiero odiarte. Las demás palabras se ahogaron porque justo cuando la ayudaba a bajar sobre su miembro, sus colmillos se enterraron en su cuello. La succión solo enloqueció más a la bestia. Su sabor era inigualable. Había bebido de otras en su afán por olvidarle. Saberla en brazos de ese maldito vampiro le había hecho cometer actos atroces. Ni siquiera podía compararse con la época en que solo pensaba en alimentarse. Lorraine tenía el poder de destruirlo. Lo había destruido. Cayeron sobre la tierra. Su cuerpo se alzaba amenazador sobre el de ella. Sin embargo, nunca le haría daño. No podría. Su mano se deslizó hasta donde se unían sus cuerpos. La acarició sin pudor. Justo cuándo la llevaba hasta la cima, se aparto. Fue en ese mismo momento – cuando la palma de su mano subía sobre su vientre – que encontró signos de una marca. Ni siquiera se molestó en retraer sus colmillos con cuidado, se apartó de su cuello con rapidez. Un hilillo de sangre se derramó sobre su labio inferior. - ¿Qué demonios es esto? Si antes la ira hacia ella le había cegado, una rabia como ninguna otra se apoderó de su mente, de su cuerpo. Salió de su interior para poder apreciar lo que había palpado. Supo, con tan solo verlo, que había sido atacada por un licántropo. - ¿Cómo? Exigió. Una simple pregunta que iba cargada con promesas, terribles promesas. Sus orbes prometían la muerte, tanto para el animal que le atacó como para el vampiro que no le protegió. Las yemas de sus dedos siguieron el contorno de la marca, pero su mirada nunca se apartó de la suya. Si ella no comprendía cuánto la amaba, lo que significaba para él, quizás las cabezas de sus enemigos le haría entender.
- ¿Cómo puedes estar tan ciega? Fue en este mismo lugar dónde te volviste la razón de mi existir. La ira aún teñía sus palabras entrecortadas. ¿Es eso lo que querías oír, Ágatha? ¿A mí, diciéndote cuán miserable han sido mis noches e incluso mis malditas tardes? Porque así han sido. Interminables. Vacías. El árbol tras ellos dejaba caer sus hojas como amenaza. No iba a soportar por mucho más tiempo los embistes del conde. Sus manos bajaron para atrapar los glúteos de la vampiresa, invitándole a cerrar sus piernas contra él. Ahí, parados, sus talones les impulsó a ambos. Por los gruñidos de placer del vampiro, estaba claro que disfrutaba de esa posición. Le permitía entrar más profusa y fieramente. Su humedad había bañado su barra. – Quiero odiarte. ¡Por un demonio! Te juro que quiero odiarte. Las demás palabras se ahogaron porque justo cuando la ayudaba a bajar sobre su miembro, sus colmillos se enterraron en su cuello. La succión solo enloqueció más a la bestia. Su sabor era inigualable. Había bebido de otras en su afán por olvidarle. Saberla en brazos de ese maldito vampiro le había hecho cometer actos atroces. Ni siquiera podía compararse con la época en que solo pensaba en alimentarse. Lorraine tenía el poder de destruirlo. Lo había destruido. Cayeron sobre la tierra. Su cuerpo se alzaba amenazador sobre el de ella. Sin embargo, nunca le haría daño. No podría. Su mano se deslizó hasta donde se unían sus cuerpos. La acarició sin pudor. Justo cuándo la llevaba hasta la cima, se aparto. Fue en ese mismo momento – cuando la palma de su mano subía sobre su vientre – que encontró signos de una marca. Ni siquiera se molestó en retraer sus colmillos con cuidado, se apartó de su cuello con rapidez. Un hilillo de sangre se derramó sobre su labio inferior. - ¿Qué demonios es esto? Si antes la ira hacia ella le había cegado, una rabia como ninguna otra se apoderó de su mente, de su cuerpo. Salió de su interior para poder apreciar lo que había palpado. Supo, con tan solo verlo, que había sido atacada por un licántropo. - ¿Cómo? Exigió. Una simple pregunta que iba cargada con promesas, terribles promesas. Sus orbes prometían la muerte, tanto para el animal que le atacó como para el vampiro que no le protegió. Las yemas de sus dedos siguieron el contorno de la marca, pero su mirada nunca se apartó de la suya. Si ella no comprendía cuánto la amaba, lo que significaba para él, quizás las cabezas de sus enemigos le haría entender.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
«Ojalá que en el frío de tu mente, yo sea el calor de tu alma.»
El camino trazado siempre resulta insipiente, vertiginoso y aterrador. Sus decisiones –pésimas- la arrastran a los límites jamás explorados. Porque con cada rose de su piel a la ajena, la revolución licitante se desencadena con aires demenciales, deseos funestos, ideas torpes. El beso borra el nudo en la garganta, difumina el odio amargo y el vacío de su pecho. Sólo él tiene el derecho de adormecer a la bestia con la música del infierno. ¡Una nana! El sonido de sus cuerpos al tocarse, sus labios amándose con pasión y desenfreno, así como el rugir de su pecho tallado en mármol, son la nana que mece la cuna en la que ella duerme; inconscientemente su cuerpo le da la bienvenida al hombre, a ese miserable erudito del sexo y sus debilidades. El silencio parece ensordecedor, pues regresa su propia voz entre gemidos cortados por las ramas de los árboles, estallan en su cabeza como fuertes campanadas dejándole completamente aturdida. El zumbido consecuente, es el nombre de su predador a punto de desgarrarle el alma. Estalla en miles de pedazos y con cada fragmento, la reverberación es más lejana, casi como la visión de haber tenido un sueño en la distancia, en un pasado remoto y que ennegrece la memoria. Pero el aguijón sigue ahí, con su punzante punta clavada en la fina piedra, con el veneno regándose paulatinamente por debajo de su piel. No existe nada más absurdo que el olvido.
Sus manos se aferran al cuerpo de Lucern, claman su musculatura, la misma que han recorrido presos sus labios, la que conoce tan perfectamente que logra recordar cada detalle, sin embargo, la sensación -después de tanto tiempo- es diferente a como logra recordarla. Irascible, famélica, entrañable. No puede resistirse e imita el sonido de un jadeo cuando él la levanta. Se abre para él, sus piernas acordonan la pelvis de Lucern y, en el encuentro, el rose de ambos sexos se humedece al instante. Venus lo reclama. ¡Le pertenece a ella! Inclina un poco la cabeza intentando evaporar la excitación de su piel, demasiado tarde. Sus pechos frotan el torso ajeno y la corriente eléctrica nacida desde su vientre bajo, se dispersa en lascivos impulsos a cada rincón de su cuerpo. Incluso, aún cuando no la ha tocado con su miembro, sus paredes se preparan para reproducir el eco de aquel cosquilleo almacenado en su memoria. Ruge. La fricción dentro de su cuerpo, inesperada y brutal, le concede el adormecimiento de sus parpados ocultando la dilación de sus pupilas. Muerde su labio inferior y se impulsa hacia delante para ayudarlo a enterrarse en ella. Su cuello gotea sangre, gota a gota, sus pechos se cubren de púrpura. Él se desliza hacia afuera y su interior queda triste, pero complacido al saber que entrará de nuevo. Los dedos de sus manos presionan contra los hombros de Lucern, sus uñas perforan la superficie. Ejerce fuerza sobre las falanges cuando él penetra y suelta su agarre al momento de salir. Poco le importó la corteza rasposa del árbol o las hojas muriendo a su alrededor. Lo está disfrutando como nunca antes en su existencia. ¿Sólo es sexo? Al escuchar sus palabras lo se da por enterada y, pese a todo pronóstico, sus piernas se cierran negándole la entrada, sólo le ayuda a hundirse más en ella. –No quiero que me ames- Jadea. Su cuerpo se contrae hacia el tronco, éste cede a ellos y caen. Su espalda se llena de trozos de madera, nada que no lo quitase un poco de sangre.
Lo observa desde el suelo, sus brazos marcados por las venas, sus hombros, su torso, su cuello, su mentón, sus labios, sus ojos. No existe nada en él que se considere inviolable de ella. ¡Lo odia! Cierra sus ojos, sintiendo extraña repulsión a sus caricias. Aversión por no poder ser inmune a ellas, por ni siquiera tener la voluntad de apartar sus manos de su cuerpo, por ser completamente hipersensible a su tacto. Se moja. Con cada rose, con cada pellizco maestro, sus fluidos descienden por su cavidad impregnado el falo con su esencia. Arquea la espalda y expande su pecho hacia afuera como si llenase los pulmones de aire, se aferra a él por debajo de sus brazos y alcanzando su espalda. Las uñas inician su recorrido en la parte superior descendiendo lentamente por lo largo. Se le nubla la vista. Aturdida, mordiéndose el labio inferior, está a punto de bullir. Él se detiene. La mirada de Lorraine es perdida, desconcertante, suplicante. Él es frío, distante, colérico. En ese momento, la dermis de su cintura se estremece al ser profanada por sus dedos, delineando las marcas de una mordida que abarca gran parte de su costado. Inescrutable, levanta el rostro hasta él con una ceja en lo alto. La excitación, el deseo pasional, su amor ofuscado por el irracionalismo que va más allá de una fijación carnal o sentimental, se apaga.
-Sí. Lo arruinas todo- Musita con los ojos en blanco, notablemente enfadada por su fallido intento. –Una mordida. Un lobo- Responde cortadamente a sus dos cuestiones. Él no quiere saberlo, ella no tiene que decírselo. Los orbes penetrantes cual estocadas en su cuerpo, se apoderan de Lorraine. Estrujan en su interior la respuesta, pero tal pareciera que sólo ven el interminable reflejo de un espejo. La desgraciada sonríe de medio lado, sardónica. Comprende lo que pasará si no se lo confiesa. Además, ¿Para qué ocultarle algo que él provocó? No. No te equivoques, tú lo decidiste Lorraine. Frunce el ceño, aprieta la mandíbula y hace que sus dientes se raspen los unos con los otros. Se traga el coraje y estalla en irónicas carcajadas. –Una razón por la cual no llegué.- Junta sus manos en el rostro de Lucern, como quien compadece a un niño, como quien pretende dar consuelo. –Todo este tiempo estuviste pensando que lo elegí a él, y sin saber que esa noche de luna llena, fui destrozada.- Lo obliga a mirarla fijamente a los ojos. –Me rompieron, el lobo sólo quería finalizar lo que TÚ iniciaste. Mi muerte.- Lo suelta desviando la mirada hacia la penetrante oscuridad del bosque. La imagen de ese patético suicidio, se observa más como un pésimo filme de película, que como un recuerdo experimentado. –Noches y tardes vacías, interminables.- Utiliza las mismas palabras que él. –Llámame cobarde y aborréceme, porque elegí la muerte, antes que pasarme el resto de la eternidad sin ti- Hace resoplar sus labios. –Inexplicablemente, Luther apareció y estoy aquí- Cerró sus manos en puños. –Ahora sabes por qué mi insistencia en preguntarte si lograste disfrutar la traición.- Sonríe, amarga. –Me sería insoportable saber que hice todo esto sin que hayas logrado un orgasmo con la chica. Al menos dime que la hiciste explotar de éxtasis como a mí.- Se aproxima a él con cautela, escrutando su reacción.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
'Sin ti, solo hay sombras.'
Carecía de control. Ella se lo arrebataba sin conmiseración. Solo bastaba con mirar cómo flexionaba sus manos para ser conscientes del esfuerzo que reunía para contenerse a sí mismo. Al final, la rudeza ganó la enfrenta. Atrapó sin piedad el hermoso rostro de la vampiresa. Sus dedos se clavaron en su mentón. Por un instante, se permitió ver su reflejo en esos cautivadores orbes. – Te metes en mi piel. En mi sangre. ¡En mi bastardo e inservible corazón! ¿Y a la primera oportunidad lo desprecias? Su voz se alzaba con cada palabra. – ¿Tan insignificante es su valor? No. Ella no comprendía. Creía comprenderlo, pero no lo hacía. – Esto… Soportar tu abandono. ¡Me ha destruido! La ira era su mejor elemento. - ¿Cómo crees que habría reaccionado si ese maldito vampiro no hubiese intervenido y te hubiese perdido? ¡Maldita sea, Ágatha! Quiero matarlo. Solo escucharte pronunciar su nombre… Su agarre se hace más fuerte, pero esta vez, con su torso la obliga a retroceder. Una vez más, ella está acostada bajo su cuerpo. Aplasta su pecho en su cercanía. Oler su esencia sobre él – la suya envolviendo a ella – solo atiza a la infame posesividad que ya le domina. – Quema. Corroe. Las palabras caen sobre sus labios. – Y tengo que tragarme mi puto orgullo porque decidiste, por ti misma, ¡¿que me importaba más una follada con una gitana que se creía digna de mis atenciones, que lo que había entre nosotros?! Te detuviste a pensar, solo por un maldito segundo, que yo estaría parado ante cientos de invitados que, por si has olvidado aborrezco, ¿simplemente porque quería que me envidiaran cuando te reclamara? Las emociones eran incontenibles en su cuerpo, como un volcán en erupción. No podía detener el fuego. – Te amo tanto que duele. Te amo tanto, que habría muerto contigo si hubieses cumplido con tu cometido. Finalmente, le soltó, pero la vampiresa no tuvo tiempo para disfrutar de su libertad. En cuanto sus dedos aflojaron su agarre, su boca se encontró con la de ella. Embistió con la misma agresividad que había penetrado su cuerpo, haciéndole el amor en un beso que se prolongó y prolongó. La lengua del vampiro golpeaba la suya, solo para retroceder y volver a arremeter. Se deslizó sobre sus colmillos. Acarició cada punta, gruñendo de placer cuando ésta le atravesó y su sangre se derramó.
Su mano se deslizó hasta uno de sus senos. Lo sostuvo por un momento. Su boca hambrienta se alimentaba de ella. Le dejaba en claro cuánto la había extrañado. Era una maldita buena cosa que no necesitasen tomar aire. Él nunca se había disculpado por sus acciones. No sabía cómo hacerlo. Lo había olvidado con el paso de los años. Cuando era solo un niño, se había humillado por el afecto de su tía, de su primo. No comprendía el odio que volcaban en él. Tardaría en descubrir que lo aborrecían porque todos sus rasgos pertenecían a Frederick, mientras que Christopher solo compartía el mismo color de sus orbes. Se había prometido nunca pronunciar disculpas. Las palabras no tenían el poder para retroceder en el tiempo. Eran inservibles. Innecesarias. O lo habrían sido si la mujer bajo él no le importara. Gruño cuando fue su lengua la que se envolvió en su colmillo. ¡Infame y seductora hechicera! Su palma descendió hasta su torso, rodeó su ombligo y fue más abajo. La carne palpitaba, latía por su atención. Finalizó el beso, pero no apartó su boca. Quería atrapar su gemido cuando deslizara un dedo en su interior. Lorraine lo complació. Se arqueaba para recibirlo. Introdujo uno más. Sus dedos se separaban para tocar las paredes de su vaina. Cuando salieron para embestir de nuevo, un tercer dedo se había unido a la invasión. – Quiero rendirte homenaje. Sonaba más a una exigencia, que a una petición. Besó las comisuras de sus labios antes de descender lentamente. Su boca se cerró por cada parte de su piel. Todo el tiempo, sus dedos embistieron. Se apartó solo para hacerle levantar sus caderas. Su boca ya estaba entre sus piernas. – Devoción. Éxtasis. Dolor. Su primera lamida fue tentativa. Evaluaba sus reacciones. - ¿Más? Creo que habéis olvidado cómo me vuelves loco. Sus dedos volvieron para acariciarle íntimamente. El vampiro inhaló, no porque tuviera que hacerlo, sino porque no podía evitar llenar sus pulmones con su deseo. – Oh, Ágatha. Te he echado de menos. Se abandonó a una de sus sonrisas arrogantes antes de beber como un poseso cada gota que su placer producía.
Su mano se deslizó hasta uno de sus senos. Lo sostuvo por un momento. Su boca hambrienta se alimentaba de ella. Le dejaba en claro cuánto la había extrañado. Era una maldita buena cosa que no necesitasen tomar aire. Él nunca se había disculpado por sus acciones. No sabía cómo hacerlo. Lo había olvidado con el paso de los años. Cuando era solo un niño, se había humillado por el afecto de su tía, de su primo. No comprendía el odio que volcaban en él. Tardaría en descubrir que lo aborrecían porque todos sus rasgos pertenecían a Frederick, mientras que Christopher solo compartía el mismo color de sus orbes. Se había prometido nunca pronunciar disculpas. Las palabras no tenían el poder para retroceder en el tiempo. Eran inservibles. Innecesarias. O lo habrían sido si la mujer bajo él no le importara. Gruño cuando fue su lengua la que se envolvió en su colmillo. ¡Infame y seductora hechicera! Su palma descendió hasta su torso, rodeó su ombligo y fue más abajo. La carne palpitaba, latía por su atención. Finalizó el beso, pero no apartó su boca. Quería atrapar su gemido cuando deslizara un dedo en su interior. Lorraine lo complació. Se arqueaba para recibirlo. Introdujo uno más. Sus dedos se separaban para tocar las paredes de su vaina. Cuando salieron para embestir de nuevo, un tercer dedo se había unido a la invasión. – Quiero rendirte homenaje. Sonaba más a una exigencia, que a una petición. Besó las comisuras de sus labios antes de descender lentamente. Su boca se cerró por cada parte de su piel. Todo el tiempo, sus dedos embistieron. Se apartó solo para hacerle levantar sus caderas. Su boca ya estaba entre sus piernas. – Devoción. Éxtasis. Dolor. Su primera lamida fue tentativa. Evaluaba sus reacciones. - ¿Más? Creo que habéis olvidado cómo me vuelves loco. Sus dedos volvieron para acariciarle íntimamente. El vampiro inhaló, no porque tuviera que hacerlo, sino porque no podía evitar llenar sus pulmones con su deseo. – Oh, Ágatha. Te he echado de menos. Se abandonó a una de sus sonrisas arrogantes antes de beber como un poseso cada gota que su placer producía.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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«Así te amo, porque no sé amar de otra manera»
Neruda
Y ahí está, de nuevo, esa sensación abrazadora que quema, consume y hiere. Sus labios entreabiertos, queriendo exclamar, reclamar e incriminar. La mirada, perdida, confundida y expectante al dolor. En el efímero momento en que él la absorbe con sus brillantes y suplicantes ojos, la eternidad se ciñe sobre los dispersos pensamientos. Jadea, llorosa. No puede evitar estremecerse con cada palabra que proveniente de su cándida boca, viperina, enfermiza. Los vellos de su piel se erizan, la fibra nerviosa de su cuerpo se convulsiona, se contrae. Lorraine, un gigante de acero insurrecto, ha sido comprada con un simple beso. Son sus ojos, los que se llenan de una capa cristalina. Los cierra y niega con su cabeza. «¿Por qué, Lucern? ¿Por qué me haces esto?» Piensa para sus adentros despreciando el esfuerzo que, notablemente, él hace para demostrarle lo que siente. Ruge. Gruñe. Sufre. Todo, absolutamente todo, hubiese ido más fácil al encontrarlo en brazos de otra mujer, con su nítida sonrisa orgullosa, siniestra, cínica. No, él tiene el poder de destrozarla y, con cada uno de los fragmentos desperdigados por el fango, volver a pisotearla mofándose en su cara. Los labios le tiemblan deseando poder escupir sus palabras, pero no le ha quedado ninguna. No, porque…, el la ama. La vampiresa se quiebra por completo, su cuerpo se somete ante la voluntad ajena, sus pensamientos se ofuscan. Tiene que decirlo, tiene que… Desatiende a sus necesidades de réplica sólo porque el peso de sus caricias es más profundo de lo que pudiese recordar. Siente el allanamiento en su entrepierna, rosando fuerte, sin compasión. Lo recibe y sus paredes tiemblan bajo el yugo de su amante. Lo envidiable, por cada rincón, su cuerpo experimenta el placer de tenerlo cerca, ese es el influjo diabólico que ejerce sobre ella, el que no puede romper, el que no olvidó en su fallido intento de expiación. Se agita debajo de él, sometiéndose a su tortura, porque lo quisiera o no, sus suplicas son, el berrido ahogado en su boca.
Cayendo como esquirlas, la suciedad de ambos, los baña en la sacudida natural de sus cuerpos. Son los restos de polvo, tierra y ramas que se impregnaron en sus espaldas, en su desnudez indulgente. Esta vez, quiere ser ella quien levante la voz, quien exija y sea convencida. Él se adelanta hasta su vientre, ella sabe lo que hará y lo espera. Siente la electricidad recorrer todo su cuerpo y atenuarse en su pelvis. ¡Traidor! Incluso él ha olvidado su sufrimiento. El contacto de su lengua con su intimidad es, una explosión de proporciones catastróficas. Lorraine arquea su cuerpo y se apoya con los codos sobre el suelo, le regala un gemido, una sonrisa, un estremecimiento total y paulatino de sus músculos. Se tensa y relaja cuando la lengua de Lucern se retira y vuelve a contorsionarse en su recorrido vicioso. Es poesía, los círculos descritos en su cáliz, el rose de su mentón contra su ser y ese maldito, pretencioso, estúpido, cosquilleo de su barba, hace que se dilate en cuestión de segundos preparándose para su liberación. Involuntariamente, su pelvis sube y baja acelerando el proceso. Desliza los dedos de su mano por la nuca de Lucern y hala de sus cabellos instándole a incrementar la velocidad. Lo restriega contra su intimidad, lo aleja, lo manipula con sus manos dándose placer con su húmeda serpiente bocal. Se retuerce. Araña sus hombros. Gime. Se contrae, se relaja, se contrae, se relaja. Todo en un vals ancestral e impúdico, que tanto extrañaba, que tanto deseaba. Aproximándose a su clímax, aprieta la mandíbula y se desespera empujando la cabeza de Lucern para ejercer más presión y así, consumirse a si misma. Al final, absorbe las sensaciones de su cuerpo enviándolas conjuntamente hasta su punto. Estalla liberándose por completo. Su jadeo fue único, pero prolongado y jodidamente suave, tanto que casi puede sentirse entre ellos. Sonríe satisfecha. Levanta el rostro de Lucern, dirgiéndolo hasta ella para besarlo con la misma intensidad que su orgasmo. Posesivo, enfermo, entrañable. Toma el rostro del vampiro entre sus manos y pega la frente a la suya.
-No…- Comienza a decir. Su voz entrecortada, es dulce. –No tienes ni idea, ¿Verdad?- Lo cuestiona con el ceño fruncido. Quiere explicarle, decirle todo lo que hizo mientras él no estuvo a su lado, pero no puede y le duele. Desvía su mirada completamente derrotada ante él. Su semblante se entristece. –Orgullo- Se encoge de hombros regresando la vista a él. –¿Me equivoqué yo o, lo hicimos ambos? Antepusiste el orgullo sobre tu amor, eso fue lo que me hirió. No ella, no tu infidelidad. El orgullo- Besa sus labios con vehemencia, deseando poder quedarse callada ahora que lo tiene, ahora que no puede, ni por un segundo, pensar en dejarlo escapar. -¿Cómo crees que me sentí yo? ¡Con un demonio, Lucern! ¡Me hiciste perseguir el amanecer contigo sólo para dejarme morir en él!- Hace una pausa frunciendo el ceño y para tragar saliva. -¿Sufriste demasiado? Espero que sí, porque lo mereces. Un vampiro enamorado ¿eh? Sencillamente patético.- Hace girar sus cuerpos para quedar ella sobre él. Arroja un mechón de su cabello por detrás de su espalda y se arquea para acomodarse consiguiendo que se entierre dentro de ella. –Heme aquí, de regreso ante ti, porque aún cuando la corrupción vestía mi cuerpo e invadía mi alma, sólo una cosa permaneció insurrecta; mi amor por ti.- Dicho esto, toma posesión de sus labios con apasionado deseo, con hambre voraz, con infinita desesperación e impaciencia, con infranqueable devoción y, por supuesto, con todo el amor que se puede volcar en un simple beso.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
Mi santuario está entre tus brazos.
Meses de hambre acumulada conducían indómitamente a su boca. Voraz y rapaz, acuchilló sin piedad. Ella era tormento. Puro y simple tormento. Se había envuelto alrededor de su pútrido corazón desde el momento en que le conoció, asegurando su lugar, estableciendo su dominio, jactándose de que sin ella, estaría incompleto, perdido. Los infames y exquisitos labios entre sus piernas prometen saciar su omnipresente sed. Cruel, ávidamente, lame el torrencial líquido. No hay piedad en el interior del vampiro. Sus víctimas nunca la han conocido. Ágatha conduce la pieza con la hermosa cadencia de sus gemidos. Su lengua despiadada serpentea por las húmedas paredes. El brazo bajo sus caderas, le acerca más y más a él, como si la mano enterrada en su cabeza no compitiese con su fuerza. El deseo le acribilla. La oscura sensualidad le manipula. Es su lujuria la que enciende a la suya corrupta. Miel y calor. Su nariz acaricia impíamente. La salvaje fragancia le embriaga. Erupciona en una fiebre de feroz frenesí con su respuesta afilada. Sus dientes arañan, su lengua saquea, su garganta quema. Tal parece que ha estado atrapado en los infernales dominios de Hades y que su placer es la llave. Gruñe de satisfacción cuando sus paredes tratan de absorberlo. Sus dedos resbalan, se deslizan sobre los labios, dejando un rastro que desaparece rápidamente por su famélica lengua. Sus helados orbes se mueven posesivamente sobre su rostro, descansan en los exuberantes labios, en el delgado rastro que corre por las comisuras de sus labios, prueba de cuán intenso fue su orgasmo. Su sangre y pecaminoso sabor envuelven su aliento. Lo comparte con ella en otro feroz beso. Una urgente demanda, tan elemental como la tierra y el cielo, se apodera de su cuerpo. Sus venas parecen cantar de excitación, de exaltación. Su miembro se hincha más. Arde. Su orden es clara. Quiere marcarla. Hacerle gritar su nombre una y otra vez hasta que sus cuerdas vocales se tensen y rompan. Su erección gruesa, pesada e intimidante exige empalarla. Ágatha parece estar leyendo sus pensamientos. Es ahora ella quien se muestra dominante. El vampiro sonríe con su característica arrogancia, solo que esta vez, sus orbes llamean crudamente con su deseo.
Sus manos viajaban sobre sus costillas. Sus palmas se extendían posesivas por cada pulgada de piel que encontraba. – Ningún hombre, mortal o inmortal, podría amarte con esta misma intensidad. Nadie te deseará o necesitará tanto como yo. Su necesidad por ella era profunda, rabiosa, elemental. Caía en la demencia. En una vorágine donde no podía diferenciar dónde iniciaba ella o él. Sus caricias formaron su cuerpo. Sus yemas encontraron cada punto sensible. La sostuvo de las caderas, conduciendo sus movimientos. Él mismo se impulsaba con soberano ímpetu. El sonido de sus carnes era sonoro en medio de la quietud que cubría a la laguna como una niebla. Fue implacable en su invasión. Empujó más duro, más profundo, deseando más, tomando más; sintiendo como sus músculos se apretaban a su alrededor. En una de sus embestidas, la atrajo contra él. Sus pezones taladraron su pecho. Sus manos descendieron sobre su espalda, se cerraron sobre sus glúteos. Cada vez que empujaba, podía sentir cómo sus cachetes se separaban. – Muérdeme. Exigió con un rugido, exponiendo su cuello. Esos colmillos sobresaliendo de sus labios se burlaban de su control. No iba a ser indulgente. Había dejado claro su posición. Ella detendría el vacío. El frío mundo gris. Apagaría la tormenta de fuego que ardía fuera de control por su sangre desde que se marchó. Hubo un roce de su lengua, de sus dientes y luego el placentero mordisco. Su cuerpo se irguió sobre el de ella, tomando de nuevo el dominio. Cada frenético empuje estaba destinado a hendirla, a tensarla más y más. Sus colmillos, celosos, perforaron la carne que su mujer exponía. Tragó con la misma ferocidad con que se encontraban sus caderas. El gruñido se perdió en su garganta cuando la carne alrededor de su miembro palpitó. Lamió los gemelos en su cuello, trazando sobre su piel hasta la curvatura de sus senos. Su viciosa boca se cerró sobre el montículo. Se amamantó. Sus dientes mordiendo, su lengua aliviando el dolor. – Esto no me parece patético. Gruñó antes de abandonarse al otro seno con magnética posesión. Aferró sus caderas con fuerza, empujando apresuradamente en el interior de los apretados y resbaladizos pliegues, una y otra vez, enviándola a otro orgasmo. Su calor resbaladizo se vertió sobre él deliciosa, ardientemente.
Sus manos viajaban sobre sus costillas. Sus palmas se extendían posesivas por cada pulgada de piel que encontraba. – Ningún hombre, mortal o inmortal, podría amarte con esta misma intensidad. Nadie te deseará o necesitará tanto como yo. Su necesidad por ella era profunda, rabiosa, elemental. Caía en la demencia. En una vorágine donde no podía diferenciar dónde iniciaba ella o él. Sus caricias formaron su cuerpo. Sus yemas encontraron cada punto sensible. La sostuvo de las caderas, conduciendo sus movimientos. Él mismo se impulsaba con soberano ímpetu. El sonido de sus carnes era sonoro en medio de la quietud que cubría a la laguna como una niebla. Fue implacable en su invasión. Empujó más duro, más profundo, deseando más, tomando más; sintiendo como sus músculos se apretaban a su alrededor. En una de sus embestidas, la atrajo contra él. Sus pezones taladraron su pecho. Sus manos descendieron sobre su espalda, se cerraron sobre sus glúteos. Cada vez que empujaba, podía sentir cómo sus cachetes se separaban. – Muérdeme. Exigió con un rugido, exponiendo su cuello. Esos colmillos sobresaliendo de sus labios se burlaban de su control. No iba a ser indulgente. Había dejado claro su posición. Ella detendría el vacío. El frío mundo gris. Apagaría la tormenta de fuego que ardía fuera de control por su sangre desde que se marchó. Hubo un roce de su lengua, de sus dientes y luego el placentero mordisco. Su cuerpo se irguió sobre el de ella, tomando de nuevo el dominio. Cada frenético empuje estaba destinado a hendirla, a tensarla más y más. Sus colmillos, celosos, perforaron la carne que su mujer exponía. Tragó con la misma ferocidad con que se encontraban sus caderas. El gruñido se perdió en su garganta cuando la carne alrededor de su miembro palpitó. Lamió los gemelos en su cuello, trazando sobre su piel hasta la curvatura de sus senos. Su viciosa boca se cerró sobre el montículo. Se amamantó. Sus dientes mordiendo, su lengua aliviando el dolor. – Esto no me parece patético. Gruñó antes de abandonarse al otro seno con magnética posesión. Aferró sus caderas con fuerza, empujando apresuradamente en el interior de los apretados y resbaladizos pliegues, una y otra vez, enviándola a otro orgasmo. Su calor resbaladizo se vertió sobre él deliciosa, ardientemente.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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«Caigo como la lluvia de otoño; eres mi todo, y todo, contigo, muere.»
Eterna. Los ojos de Lucern refulgen famélicos, reclamando cada centímetro que pertenece a su cuerpo y son sus manos las que logran acariciar su piel con delicada posesión. El paseo de sus dedos por su ser, la estremece, la conecta inexplicablemente con la zona bajo su vientre. Fundidos, en un simple pero vehemente beso –que aún sabe a ella- se descarga entre jadeos y murmullos con el nombre de él. Apenas si puede pronunciar las sílabas con lentitud palpable, con deseo y anhelo indescriptible. Tiene hambre, hambre de él y sólo de él. Aspira el olor que su virilidad le ofrece, como una muestra de su reclamo, como si estuviese marcando cada parte de su cuerpo debajo de ella. El adiestrado rose de sus caricias, logran recordarle a la vampiresa, las partes de si misma que había olvidado. Se yergue sobre Lucern, arrojando la cabeza hacia atrás, abriendo sus labios entrecortadamente para exhalar su aliento. Regresa la vista a él, lo observa mirándola, embebiéndose de ella como si fuese la última vez que la tendrá en sus brazos. Realmente no quiere que termine la noche, realmente… Lo ama. Avariciosa, desenfunda los colmillos en una petición que ha leído en el semblante ajeno desde que impactaron ambos orbes. Una embestida, dos, tres… Profundas, desgarradoras, bestiales pero llenas de ese insoportable éxtasis que sabe, huele, es de él. Una cuarta y cae sobre el torso de su hombre; sus pechos se frotan contra Ralph en una insipiente depravación casi colérica. Han estado extraviados todo este tiempo, imposibilitados por una miserable y maldita prenda que no permitía su liberación… hasta ahora.
Lorraine levanta la mirada, sonríe con la sarna descrita en las facciones de su rostro. Ansiedad. Pasa la punta de su lengua por el filo del canino, la perla roja aparece convocada por la lujuria. Se inclina sobre el cuello de Lucern, pero antes de morder, recorre la fina línea de su torso hasta su mentón con su lengua viperina. Juega con él mientras sus caderas se mueven encima de él con un compás desdeñoso. Puede escuchar el golpeteo de sus sexos, pero le resta importancia, pues se enfoca más en la sensación que ahí se inmola como acto final de una atroz melodía. –¡Lucern!- Jadea silenciosamente su nombre, sólo para comprobarse a si misma que no es otro sueño, que no se trata de una poética alucinación del pasado siniestro que tuvo a su lado. Se aferra a él, siente el palpitar de su miembro contra sus paredes. Allana, busca, explora. Toda ella se acopla al ritmo del vampiro. Es realmente insoportable la perfecta sincronía de sus cuerpos y el cómo logran encajar una y otra vez incansablemente hasta que el chisporroteo se pierde en el silencio del bosque, más allá del choque de las diminutas olas del agua contra la costa en donde ellos se encontraban. Sin extender más su tortura sobre él, lo muerde. Su pasión es transmitida en aquel mimo, pues el afrodisiaco deseo de colmar su sed, fue liberado mientras gruñía con la sangre escabulléndose entre sus fauces. Pero ninguna gota fue desperdiciada. Traga, traga como si la vida se le fuese en ello, como el amanecer estuviese próximo a petrificar su cuerpo y quisiera inmortalizarse como una musa erótica embriagándose con la sabia de su amante.
Su cuerpo gira y la mirada de Lucern parace taladrar en el interior de Lorraine, la desea, la quiere, la necesita… a ella y no a otra, no a la pelirroja, no a una humana, a ella, simplemente a ella. Sin cerrar los ojos –en esta ocasión- permite que él haga y deshaga todo lo que quiera con su cuerpo. El morbo por ver sus gestos la obliga a mantenerse con las párpados en lo alto, observando, admirando la adoración que él le tiene casi como si fuese su diosa, pero Von Fanel sabe que, así como el paraíso es alcanzado con sus caricias, también lo podía arrojar al infierno. Lucern lo confesó. La electricidad corre por todo su cuerpo y se acumula en la unión de sus piernas, justo en el interior de su feminidad. Siente correr la excitación por todo su torrente sanguíneo, lo siente a él a punto de liberarse dentro de ella. Se ajusta a su velocidad que se incremente con el paso de los segundos. Sigue el rastro de sus jadeos con la mirada, con la sonrisa en sus labios. Y el sabor que tiene es insoportablemente delicioso, dolorosamente majestuoso. Llega al punto en que sube acelerada hasta su barbilla ataca con un mordisco. Lo rodea por la espalda con ambas manos y se retuerce una y otra vez por debajo de él. Lo atrae hasta ella con la descomunal fuerza de su condición vampírica y, una vez que él ha cedido a su capricho, lo besa, lo besa sólo para que en el momento justo en que gritará su orgasmo con un jadeo, él logre atraparlo en sus fauces, lo silencie y se lo trague como todo lo que a Lorraine Von Fanel respecta. Al final, se viene con una explosión cargada de sensaciones varias, confusiones, incongruencias, beneplácitos, adictivos.
Tumbada al lado de su amor, sus manos buscan hacerse un hueco en el rostro de Lucern. Lo consiguen, ella sonríe tímida. ¡Increíble! Se encoge de hombros, le tiembla la mirada, sus labios se niegan a hablar y su cuerpo aún sigue teniendo esas réplicas del orgasmo mientras se contrae. No, no quiere que se separe de él, aún no está lista para dejarlo salir de ella. Pega su frente a la de Lucern. –No te canses de quererme- Calla durante un segundo intentando encontrar concretar sus pensamientos en viles palabras. Es difícil, porque lo que siente está mucho más allá de la vulgaridad en un poema. -Por un tiempo había desaparecido, después me reclamaste. Juntos nos equivocaremos, pero nos pertenecemos. Me perteneces Lucern Ralph.- Sonríe, pero su ceño se frunce al instante en que las dudas chocan contra su cabeza. De nuevo, el veneno la impulsa para no seguir conteniendo la amenaza. –Y, si tratas de huir, te seguiré. Si es necesario mutilarte para que no escapes… Lo haré.- Clava su mirada fijamente en sus orbes azules, atenuando la advertencia. –Mío- Sentencia con una sola palabra para asegurarse que le ha quedado claro.
Lorraine levanta la mirada, sonríe con la sarna descrita en las facciones de su rostro. Ansiedad. Pasa la punta de su lengua por el filo del canino, la perla roja aparece convocada por la lujuria. Se inclina sobre el cuello de Lucern, pero antes de morder, recorre la fina línea de su torso hasta su mentón con su lengua viperina. Juega con él mientras sus caderas se mueven encima de él con un compás desdeñoso. Puede escuchar el golpeteo de sus sexos, pero le resta importancia, pues se enfoca más en la sensación que ahí se inmola como acto final de una atroz melodía. –¡Lucern!- Jadea silenciosamente su nombre, sólo para comprobarse a si misma que no es otro sueño, que no se trata de una poética alucinación del pasado siniestro que tuvo a su lado. Se aferra a él, siente el palpitar de su miembro contra sus paredes. Allana, busca, explora. Toda ella se acopla al ritmo del vampiro. Es realmente insoportable la perfecta sincronía de sus cuerpos y el cómo logran encajar una y otra vez incansablemente hasta que el chisporroteo se pierde en el silencio del bosque, más allá del choque de las diminutas olas del agua contra la costa en donde ellos se encontraban. Sin extender más su tortura sobre él, lo muerde. Su pasión es transmitida en aquel mimo, pues el afrodisiaco deseo de colmar su sed, fue liberado mientras gruñía con la sangre escabulléndose entre sus fauces. Pero ninguna gota fue desperdiciada. Traga, traga como si la vida se le fuese en ello, como el amanecer estuviese próximo a petrificar su cuerpo y quisiera inmortalizarse como una musa erótica embriagándose con la sabia de su amante.
Su cuerpo gira y la mirada de Lucern parace taladrar en el interior de Lorraine, la desea, la quiere, la necesita… a ella y no a otra, no a la pelirroja, no a una humana, a ella, simplemente a ella. Sin cerrar los ojos –en esta ocasión- permite que él haga y deshaga todo lo que quiera con su cuerpo. El morbo por ver sus gestos la obliga a mantenerse con las párpados en lo alto, observando, admirando la adoración que él le tiene casi como si fuese su diosa, pero Von Fanel sabe que, así como el paraíso es alcanzado con sus caricias, también lo podía arrojar al infierno. Lucern lo confesó. La electricidad corre por todo su cuerpo y se acumula en la unión de sus piernas, justo en el interior de su feminidad. Siente correr la excitación por todo su torrente sanguíneo, lo siente a él a punto de liberarse dentro de ella. Se ajusta a su velocidad que se incremente con el paso de los segundos. Sigue el rastro de sus jadeos con la mirada, con la sonrisa en sus labios. Y el sabor que tiene es insoportablemente delicioso, dolorosamente majestuoso. Llega al punto en que sube acelerada hasta su barbilla ataca con un mordisco. Lo rodea por la espalda con ambas manos y se retuerce una y otra vez por debajo de él. Lo atrae hasta ella con la descomunal fuerza de su condición vampírica y, una vez que él ha cedido a su capricho, lo besa, lo besa sólo para que en el momento justo en que gritará su orgasmo con un jadeo, él logre atraparlo en sus fauces, lo silencie y se lo trague como todo lo que a Lorraine Von Fanel respecta. Al final, se viene con una explosión cargada de sensaciones varias, confusiones, incongruencias, beneplácitos, adictivos.
Tumbada al lado de su amor, sus manos buscan hacerse un hueco en el rostro de Lucern. Lo consiguen, ella sonríe tímida. ¡Increíble! Se encoge de hombros, le tiembla la mirada, sus labios se niegan a hablar y su cuerpo aún sigue teniendo esas réplicas del orgasmo mientras se contrae. No, no quiere que se separe de él, aún no está lista para dejarlo salir de ella. Pega su frente a la de Lucern. –No te canses de quererme- Calla durante un segundo intentando encontrar concretar sus pensamientos en viles palabras. Es difícil, porque lo que siente está mucho más allá de la vulgaridad en un poema. -Por un tiempo había desaparecido, después me reclamaste. Juntos nos equivocaremos, pero nos pertenecemos. Me perteneces Lucern Ralph.- Sonríe, pero su ceño se frunce al instante en que las dudas chocan contra su cabeza. De nuevo, el veneno la impulsa para no seguir conteniendo la amenaza. –Y, si tratas de huir, te seguiré. Si es necesario mutilarte para que no escapes… Lo haré.- Clava su mirada fijamente en sus orbes azules, atenuando la advertencia. –Mío- Sentencia con una sola palabra para asegurarse que le ha quedado claro.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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'Negro corazón, pero tuyo.'
Con sus dedos clavados en su trasero, la acomoda – en un rápido movimiento – bajo su cuerpo. Las caderas del vampiro se impulsan hacia atrás y adelante en perezosos movimientos. La humedad en el interior de Lorraine – tras su liberación – acuna su miembro. Es al compás de esas ondulaciones que una sonrisa engreída estira sus comisuras. La mujer que lo ha arruinado para cualquier otra, finalmente ha regresado a su lado. Una bizarra satisfacción se esculpe en la dureza de sus rasgos mientras aún siente las palpitaciones de su orgasmo. Sus colmillos, endemoniadamente afilados, salivan por más de esas gotas carmesíes que parecen cantar desde el interior de su fémina. Su semblante promete que antes que el amanecer llegue, habrá perforado – hasta emborracharse – cada parte de su anatomía. Responde a cada una de sus palabras con sus lentas acometidas. Su boca se cierra sobre el punto donde ha mordido. Su lengua golpea con obstinado ímpetu. Aparta su cabeza del cuello con un inevitable gruñido. Muerde el mentón con su mirada clavada en los impactantes orbes de la vampiresa. Cualquiera con sentido común sabría reconocer el peligro tras tan hermosos cristales. Por suerte para ella, él carece de éste. Esa noche de antaño, la inmortal se lo arrebató con presunción. Su semblante – frío – crea grietas para que solo ella las lea. Lo que fue, lo que es y seguramente lo que será, es suyo para poseer. - ¿Lo harías? La cuestión hace referencia a su mutilación. El tono del conde resultaría irreconocible para cualquier otro ser, excepto para la mujer que yace bajo él. Fue en su compañía, que descubrió lo que realmente era la diversión. Matar a diestra y siniestra no le dejaba esa tumultuosa sensación en el pecho. Conseguir que Ágatha esbozara una de sus arrebatadoras sonrisas, lo hacía. Los hilillos de sangre que colgaban de sus colmillos cuando dejó de morder su mentón cayeron sobre la parte superior de su pecho. En todo momento, sus embates lentos siguieron. Estaba duro de nuevo. Se negaba a abandonar la calidez de su cuerpo. Lamió las líneas carmesíes, para bajar hasta el endurecido pezón. Su colmillo perforó la arrugada punta. El cuerpo de su mujer se arqueó, yendo al encuentro de su miembro. Un sonido gutural escapó de sus fauces. Con cuidado, sacó su canino para cerrar su boca sobre el adolorido punto. – Tengo curiosidad, amor mío, ¿por dónde exactamente empezarías? El conde parecía estar hablándole a su pecho y no al rostro en éxtasis de su condesa.
Al parecer, no estaba muy interesado en su respuesta, porque en cuanto finalizó su pregunta, su boca se abrió en toda su gloria un segundo antes de que perforara sobre el pecho de Ágatha, exactamente donde su corazón sin vida se hallaba. El primer tirón de su sangre fue todo, menos suave. Ella había bebido de él y viceversa. Ese líquido escarlata que ferozmente introducía en su torrente, era la combinación de ambos. Como vampiro, siempre había sido terriblemente egoísta con lo suyo. Sin embargo, ese grado de posesividad que Lorraine despertaba, era monstruosamente sangriento. Dejó de morder tras una segunda succión. Ahora que se había quitado de en medio el primer frenesí – después de un maldito año sin ella – conseguiría reclamar cada parte de su lujurioso cuerpo. Embistió con fuerza, solo para volver a arremeter con cruel lentitud. El olor de sus liberaciones, del sexo, de la sangre, estaba acabando con su control. Empujó sus manos un poco más y la levantó, profundizando aún más en su canal. Satisfecho con esa nueva posición, apartó una de sus manos para acariciar ese punto febril entre sus piernas. Un gruñido – que parecía incapaz de terminar – vibró en la garganta de Lucern cuando sus dedos acariciaron entre la unión de sus carnes. Alejó sus dedos – ahora húmedos – para atrapar dentro de su palma la mano de Ágatha. La llevó hasta su boca. Su lengua envolvió uno de sus dedos mientras su mirada hambrienta atrapaba los hechiceros orbes de su pareja. Finalmente entrelazó sus dedos con los de ella y los colocó por encima de su cabeza. Su boca se cerró sobre el lóbulo, su lengua contorneando, humedeciendo, mordisqueando. Sus dientes atraparon su oreja. Le soltó largos segundos después. – No tengo suficiente de ti. Su voz era áspera. El placer le engullía. – ¿Y me pides que no me canse de quererte, Ágatha? La castigó con otro mordisco. Las caderas de ella iban al encuentro de las suyas, como si quisiese más que sus lentos embates. – ¿Aún no entiendes que eres mía para siempre? Podría haberle dicho que la amaba, pero esa palabra parecía insultar el lazo que existía entre ellos. – Tú… eres… mía. Repitió, taladrando más en su interior. – Grita para mí, mi amor. Me dejaste solo por mucho tiempo. Era evidente que estaba a punto de alcanzar – junto a ella – el éxtasis, de nuevo.
Al parecer, no estaba muy interesado en su respuesta, porque en cuanto finalizó su pregunta, su boca se abrió en toda su gloria un segundo antes de que perforara sobre el pecho de Ágatha, exactamente donde su corazón sin vida se hallaba. El primer tirón de su sangre fue todo, menos suave. Ella había bebido de él y viceversa. Ese líquido escarlata que ferozmente introducía en su torrente, era la combinación de ambos. Como vampiro, siempre había sido terriblemente egoísta con lo suyo. Sin embargo, ese grado de posesividad que Lorraine despertaba, era monstruosamente sangriento. Dejó de morder tras una segunda succión. Ahora que se había quitado de en medio el primer frenesí – después de un maldito año sin ella – conseguiría reclamar cada parte de su lujurioso cuerpo. Embistió con fuerza, solo para volver a arremeter con cruel lentitud. El olor de sus liberaciones, del sexo, de la sangre, estaba acabando con su control. Empujó sus manos un poco más y la levantó, profundizando aún más en su canal. Satisfecho con esa nueva posición, apartó una de sus manos para acariciar ese punto febril entre sus piernas. Un gruñido – que parecía incapaz de terminar – vibró en la garganta de Lucern cuando sus dedos acariciaron entre la unión de sus carnes. Alejó sus dedos – ahora húmedos – para atrapar dentro de su palma la mano de Ágatha. La llevó hasta su boca. Su lengua envolvió uno de sus dedos mientras su mirada hambrienta atrapaba los hechiceros orbes de su pareja. Finalmente entrelazó sus dedos con los de ella y los colocó por encima de su cabeza. Su boca se cerró sobre el lóbulo, su lengua contorneando, humedeciendo, mordisqueando. Sus dientes atraparon su oreja. Le soltó largos segundos después. – No tengo suficiente de ti. Su voz era áspera. El placer le engullía. – ¿Y me pides que no me canse de quererte, Ágatha? La castigó con otro mordisco. Las caderas de ella iban al encuentro de las suyas, como si quisiese más que sus lentos embates. – ¿Aún no entiendes que eres mía para siempre? Podría haberle dicho que la amaba, pero esa palabra parecía insultar el lazo que existía entre ellos. – Tú… eres… mía. Repitió, taladrando más en su interior. – Grita para mí, mi amor. Me dejaste solo por mucho tiempo. Era evidente que estaba a punto de alcanzar – junto a ella – el éxtasis, de nuevo.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Guilty Pleasures {Privado +18}
Sin duda alguna, Lorraine mataría por obtener una sonrisa del conde. Siniestra, engreída y cálida. Con tan sólo una mueca como esa, él puede condenarla o liberarla si se lo propone; fue la arrogancia del vampiro que le atrajo, fue su crueldad lo que le interesó y fue su pasión lo que terminó por enamorarla. Sí, la mujer es capaz de cualquier cosa por verlo sonreír. Se prometió a si misma resguardarlo de todo dolor, de las penas en su historia, de la sensación de abandono, del miedo… Le falló. Taladrando en su cabeza, la tristeza y el vació de Lucern, abren una grieta insoportable. Es su anhelo el abrazar al hombre frente a ella y consolar todo el mal que provocó justo después de haberlo dejado en aquel altar. Pero él no fue el único que padeció las consecuencias de una pésima decisión. Ambos se equivocaron. El año que no estuvo junto a él aprendió –de la peor forma- a expiar el arrepentimiento, su humanidad, todo… excepto una cosa. –Lucern Ralph- El susurro se pierde en medio de jadeos, sonrisas perecederas y miradas profundas. Él nunca, jamás, podrá entender todo lo que significa para ella. Retorcido, obsesionado, posesivo y enfermo. No se trata del mejor amor, tampoco el más puro, mucho menos el más sincero; es la única forma en la que ella se sabe expresar. Se dice que las personas no cambian y quizás esto sea cierto, las personas no cambian cuando no tienen un motivo verdaderamente importante para hacerlo, por ejemplo: Lucern Ralph.
Aunque siente el desliz de su miembro dentro de ella, no puede concentrarse en la sensación sin antes responder las dudas de su hombre. Y aunque Lorraine podría sacrificarse por el coqueteo del conde, no es el momento apropiado para hacerlo. –Sí- Responde en seco. Su semblante deja de ser de deseo y se transforma en una inexpresiva mirada. Fría, distante, vacía. –Tendrías que matarme Lucern Ralph, porque yo lo haría contigo.- Ese rostro…, el conde conoce la historia de la mujer que tiene por amante, sabe de sus pecados, así como respeta a sus demonios. Ella nunca le mostró su oscuridad y, aunque lo hirió terriblemente, no se compara con el calvario que podría ejercer en él. –No sé por donde comenzaría, pero acabaría con tu corazón. Como el que arranqué cuando nos conocimos.- Sus palabras carecen de calor, de sensibilidad, pero al final de su discurso, la mueca en sus labios da el toque perfecto para su siniestro comportamiento. Entonces, recibe el ataque en su pecho como una respuesta que ya tenía contemplada. De la misma forma en la que Lorraine pierde la cabeza por su amado, él lo hace por ella. Sangre, sopor. En una lucha por contener sus jadeos, arquea la espalda completamente. El cuerpo de la fémina se retuerce ajustándose a los movimientos de Lucern. Juega a arrastrarse por debajo de él, siendo poseída de forma carnal, apasionada, enfermiza. La piel se estremece cuando los dedos del vampiro rosan la superficie; en medio de mordidas y caricias que reclaman pertenencia, se deja devorar por la única bestia de la que nunca escaparía.
Parece aterradora la facilidad con la que sus cuerpos encajan a la perfección y bastante engañosa la forma en la que sus movimientos se sincronizan. Los suspiros son interminables. Respira y captura la esencia que se desprende en las gotas de sudor del conde. Se embebe del olor a Lucern, una mezcla de su propio fluido corporal con la sed que irradia en sus orbes y la peste de su sangre añeja por los siglos. Embriagada, recorre su hombro con efímeros besos y mordiscos. Lame las heridas que se cierran por si solas. En la sangre de Lucern, puede observar la impaciencia, el deseo incontenible y el verdadero rostro del hombre. Sus manos escapan a las de él y se refugian en la espalda de este, para dejar la marca característica de los arañones por todo el largo y ancho. Se relame mientras jadea en el arco de su cuello, el nombre que le es solicitado. Sus piernas se abren cuando sale y se cierran una vez que ha entrado a profundidad. Lo siente penetrándole insufriblemente, queriendo llegar al punto que sólo él conoce. Las palpitaciones de Lucern y el temblor repentino de su sexo, conceden la advertencia de su descarga. Se aferra más, mucho más a él, golpeando sus caderas contra las ajenas, respirando profundamente, no por necesidad, sólo por reflejo. Se muerde el labio inferior, la sangre brota. Abre las fauces y deja escapar un grito ahogado. Acelera el ritmo. Sus sensaciones se disparan continuamente, está al rojo vivo. La electricidad recorre su cuerpo volcando todo el maldito éxtasis en un punto en específico. Su feminidad. Se abandona en él sintiendo como todos y cada uno de sus sentidos son bloqueados por la explosión lacerante pero jodidamente placentera de su orgasmo. Chilla. Grita. Exclama. -¡OH, LUCERN!- Clava las uñas, muerde sus hombros, devora su falo con su cavidad. Cierra las piernas y le impide salirse de ella. Lo obliga a tumbarse debajo. Se recuesta sobre su pecho aún estremeciéndose por las descargas del clímax. Sonríe alcanzando los labios ajenos con la yema de sus dedos. No despega la cabeza de su torso. –Debiste haber deseado mi muerte, ¿Por qué no me buscaste?- La respuesta le aterra, pero más le causa temor el hecho de que la hubiese buscado solo para encararse con su propio final.
Aunque siente el desliz de su miembro dentro de ella, no puede concentrarse en la sensación sin antes responder las dudas de su hombre. Y aunque Lorraine podría sacrificarse por el coqueteo del conde, no es el momento apropiado para hacerlo. –Sí- Responde en seco. Su semblante deja de ser de deseo y se transforma en una inexpresiva mirada. Fría, distante, vacía. –Tendrías que matarme Lucern Ralph, porque yo lo haría contigo.- Ese rostro…, el conde conoce la historia de la mujer que tiene por amante, sabe de sus pecados, así como respeta a sus demonios. Ella nunca le mostró su oscuridad y, aunque lo hirió terriblemente, no se compara con el calvario que podría ejercer en él. –No sé por donde comenzaría, pero acabaría con tu corazón. Como el que arranqué cuando nos conocimos.- Sus palabras carecen de calor, de sensibilidad, pero al final de su discurso, la mueca en sus labios da el toque perfecto para su siniestro comportamiento. Entonces, recibe el ataque en su pecho como una respuesta que ya tenía contemplada. De la misma forma en la que Lorraine pierde la cabeza por su amado, él lo hace por ella. Sangre, sopor. En una lucha por contener sus jadeos, arquea la espalda completamente. El cuerpo de la fémina se retuerce ajustándose a los movimientos de Lucern. Juega a arrastrarse por debajo de él, siendo poseída de forma carnal, apasionada, enfermiza. La piel se estremece cuando los dedos del vampiro rosan la superficie; en medio de mordidas y caricias que reclaman pertenencia, se deja devorar por la única bestia de la que nunca escaparía.
Parece aterradora la facilidad con la que sus cuerpos encajan a la perfección y bastante engañosa la forma en la que sus movimientos se sincronizan. Los suspiros son interminables. Respira y captura la esencia que se desprende en las gotas de sudor del conde. Se embebe del olor a Lucern, una mezcla de su propio fluido corporal con la sed que irradia en sus orbes y la peste de su sangre añeja por los siglos. Embriagada, recorre su hombro con efímeros besos y mordiscos. Lame las heridas que se cierran por si solas. En la sangre de Lucern, puede observar la impaciencia, el deseo incontenible y el verdadero rostro del hombre. Sus manos escapan a las de él y se refugian en la espalda de este, para dejar la marca característica de los arañones por todo el largo y ancho. Se relame mientras jadea en el arco de su cuello, el nombre que le es solicitado. Sus piernas se abren cuando sale y se cierran una vez que ha entrado a profundidad. Lo siente penetrándole insufriblemente, queriendo llegar al punto que sólo él conoce. Las palpitaciones de Lucern y el temblor repentino de su sexo, conceden la advertencia de su descarga. Se aferra más, mucho más a él, golpeando sus caderas contra las ajenas, respirando profundamente, no por necesidad, sólo por reflejo. Se muerde el labio inferior, la sangre brota. Abre las fauces y deja escapar un grito ahogado. Acelera el ritmo. Sus sensaciones se disparan continuamente, está al rojo vivo. La electricidad recorre su cuerpo volcando todo el maldito éxtasis en un punto en específico. Su feminidad. Se abandona en él sintiendo como todos y cada uno de sus sentidos son bloqueados por la explosión lacerante pero jodidamente placentera de su orgasmo. Chilla. Grita. Exclama. -¡OH, LUCERN!- Clava las uñas, muerde sus hombros, devora su falo con su cavidad. Cierra las piernas y le impide salirse de ella. Lo obliga a tumbarse debajo. Se recuesta sobre su pecho aún estremeciéndose por las descargas del clímax. Sonríe alcanzando los labios ajenos con la yema de sus dedos. No despega la cabeza de su torso. –Debiste haber deseado mi muerte, ¿Por qué no me buscaste?- La respuesta le aterra, pero más le causa temor el hecho de que la hubiese buscado solo para encararse con su propio final.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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