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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nevenka Lèveque Jue Ene 17, 2013 1:31 am


El calor, a veces, es dado por la fría caricia del viento.


Las gotas de sangre en su boca destilaron por su piel desnuda hasta la curvatura de sus pechos. Su sabor, la mezcla inconfundible de la sal con lo ferroso. Las palmas de sus manos tenían el característico color escarlata de la muerte, y las huellas sobre el fango sólo confirmaron sus sospechas. No pudo detener la conversión de la noche anterior y el cadáver a su lado fue víctima inoportuna de su fracaso. La metamorfosis no es sencilla para aquellos que no pueden dominar a la bestia que reside dentro del cuerpo. Los músculos se tensan, y cada uno de los huesos crece por encima de la piel que se desgarra lenta y dolorosamente. No hay sangre pues la combustión que hace el propio cambio, inicia una reacción en donde aquel cuerpo deforme se cubre de cabello y cada artería se estira hasta lo inverosímil ajustándose a los deseos de la luna. Los primeros años es así, se despierta con el cuerpo hecho un desastre, con la pesadez sobre los hombros, las bolsas grisáceas por debajo de los ojos y el remordimiento de no saber exactamente qué fue lo que ocurrió en ese lapsus de tiempo en donde la bestia dominó la razón del hombre. Duele, la culpa siempre está presente, atormenta con la ignorancia a los hombres y se alimenta de esa misma incertidumbre. Confesar los delitos, es una causa perdida porque de cierta forma y, la parte salvaje del ser, no se arrepiente, antes lo disfruta como la liberación de un alma atrapada en los más repulsivos calabozos de una muy antigua ciudad. Esa libertad y ese deseo ignoto se despilfarran en el destello de los ojos esmeralda que sólo pueden ser completamente liberados bajo el influjo de la luna llena y con el aullido de una fiera. Pero, ¿Cuál es el precio que hay que pagar?

El cuerpo a su lado, un hombre de mediana edad que podría ser su propio padre, uno de sus hermanos e incluso su amante, yacía muerto con la vista petrificada en el horror. Parece increíble reconocer las marcas de sus garras a través de la palma de sus manos. ¡Pero fue ella! Los relámpagos mentales, alojaron imágenes en su cabeza. Dispersos recuerdos que varían entre la realidad y la pesadilla. Sus puños llenos de tierra y restos de carne, golpearon el frío suelo por debajo de sus pies. El fango salpicó su rostro manchando su blanca piel, pero no había nada más pulcro en ella que esa terrible mirada de enfado. Molesta consigo misma, recorrió con la vista el lugar. No había estado ahí nunca y las ruinas de la ciudad se empalmaban una con las otras amenazando con derrumbarse y aplastar su cuerpo si llegaba a mover uno de sus brazos nuevamente. A simple vista, la muchacha parecía haber sido víctima de algún maleante. Estaba completamente destrozada y ni siquiera la obscuridad del ocaso, ocultó los golpes y raspones de su piel. Hubo una batalla en la cual, desgraciadamente perdió su oponente. Una vista más profunda a su alrededor, le develó el hacha y las dagas pulidas de plata que cayeron a varios metros de distancia. –Plata- Su cabeza fue sacudida en varias ocasiones. ¿Esas armas le pertenecían a ella o eran del rubio? Intentó recordar, el velo negro fue más espeso que todos y cada uno de sus esfuerzos. Se puso de pie e inmediatamente cayó. La planta tenía un objeto punzocortante que impidió su regeneración. Quejándose por el dolor ocasionado, retiró aquel pedazo de metal y se arrastró por los suelos hasta localizar una de las armas que refulgieron en el último destello del sol tras ocultarse en la montaña. Ninguno le pertenecía.

-La ironía del cazador es, convertirse en lo que persigue- Dijo con burla. No sólo para ella sino para el hombre que yacía muerto a escasos metros. Se supone que el hombre se dedica a cazar aquello a lo que le teme, lo enfrenta con el coraje y la valentía suficientes. Se deshacen de quienes lo pueden dañar y se protege a si mismo con la furia de un titán, ¿Qué pasa cuando es entre ellos que la humanidad se devasta lentamente? A eso se refería Astarté. La ironía que envuelve la moralidad aparente de un cazador yuxtapuesto con la opinión pública de la sociedad. ¿Quién tiene la razón en un mundo con una mente tan enferma y manipulada a la conveniencia? Quería dejar de sentirse culpable, por algo que ni siquiera podía controlar con lo débil que es. Pero no pudo. Se alejó del cuerpo levantando del suelo las armas de plata. Envueltas en un trozo de tela, las arrojó a su espalda y las llevó consigo. Caminó durante cinco minutos antes de encontrar un riachuelo. Aprovecharía para limpiar la sangre seca de su piel y cabello. El agua estaba completamente helada y el golpeteo del viento contra su cuerpo le recordó el dolor de sus moretones, de la transformación anterior. Su piel se erizó, sus pechos se endurecieron resaltando el montículo de su pezón. Pero nunca había estado tan agradecida por encontrar el frío en su ser. Entonces lo supo. No importaba que tan culpable se sintiese al día siguiente, durante la noche, habría disfrutado cada momento en que los gritos de los hombres chocaron contra su rostro. Por eso era cazadora, para disfrutar de la venganza, por eso se convirtió en un lobo, para entender que el pecado de matar, no está en el acto sino en cómo y con quién se aplica ¿No es así como funciona el hipócrita sistema? Soltó una carcajada dejando apoyadas las armas sobre una roca antes de limpiarse los restos de su cuerpo. –La moral de los hombres es un asco- Ella incluida en la frase.
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Mensaje por Strider Sterling Miér Ene 30, 2013 2:03 am

¡No importaba a dónde mirase! Por todos partes, estaba la firma de la bestia que ahora descansaba satisfecha, observando con orgullo el paisaje. El pecho de Strider subía y bajaba con fuerza. El olor a sangre golpeaba sus fauces. ¡Aún podía sentirlo en su aliento! Así como no había ningún maldito sitio en esa mansión que no estuviese profanado por la muerte, su cuerpo tenía la misma pinta, solo que a diferencia de ellos, él había sido el verdugo y no una víctima más del lobo. No recordaba nada de la noche anterior, pero no lo necesitaba. Los obscenos pedazos de lo que alguna vez fueron cuerpos humanos era prueba suficiente de que su trabajo estaba terminado. Había salido del castillo de If con instrucciones de su amo y ahora podría volver… con ella. La familia no había tenido oportunidad de escapar de su ejecución. Tiberius había especificado que ‘le esperaban’ antes de que la Luna Llena apareciera. Mientras caminaba hacia su destino, no había dudado en llevar a cabo su tarea. Era la mascota de un malnacido que tenía en su poder su talón de Aquiles. Había aprendido – por las malas – que el precio de sus errores no solo los pagaba él, también su hermana. No fue hasta que aquélla niña, con unos enormes orbes ambarinos y sonrisa traviesa, abrió la puerta. Ella había llamado a su madre mientras abrazaba con fuerza una muñeca. Le había preguntado quién era y qué quería, pero él no había podido responder. Estaba demasiado absorto evocando un recuerdo de antaño. Su melliza tenía la misma edad cuando la apartaron de su lado. Nunca más vería esa mirada inocente. Edward la había vendido y con ello había puesto en marcha unos engranes que nunca retrocederían. Dulcie era ahora una prostituta, que no solo ofrecía su cuerpo sino también su cuello. Por la fachada de la casa, estaba claro que sus inquilinos pertenecían a su misma clase social. Las ropas de la niña se lo confirmaron. La culpa y el dolor por lo que se vería obligado a hacer le golpearon con la fuerza de un tren de carga. Entonces, su madre se asomó a la puerta, repitiendo las preguntas de su hija. Esa vez, había mencionado el nombre de su amo y ella había farfullado frases sobre que la cosecha se había perdido.

A Strider no le sorprendió verse en ese atolladero. El vampiro nunca le habría enviado sino supiese que estaría tentado a dejarles irse. El crepúsculo solo había llegado para meter presión. Si esperaba un poco más, no sería su decisión. La bestia gobernaría y podría hacer lo que le habían encomendado. Fue él quien insistió en pasar. La mujer había titubeado, el señor de la casa no se encontraba. Tras un incómodo silencio, había abandonado la habitación para buscarle un vaso de agua, advirtiéndole a la niña que no le molestara. El animal enjaulado se había paseado desesperado tras los barrotes, consciente de que estaba cerca de ser liberado. Cuando la mujer regresó, él ya se estaba despojando de su camisa. Nada podría evitar que se transformara. La suerte estaba echada.... ¡No quedaba nada de ellas! Ni siquiera podía diferenciar qué partes eran de la pequeña. Su cuerpo desnudo estaba bañado de su sangre. No era mejor que quien le obligaba a cometer esas atrocidades. El odio hacia sí mismo era innegable. No se soportaba. Había caído en una espiral que se tornaba interminable. ¿Estaba llegando ya al fondo? Antes de aceptar aquél trato, había aborrecido su condición. Convertirse en una bestia cada noche de Luna Llena había sido su jodido mayor problema. Ahora, cada día era un infierno. Incapaz de seguir en ese lugar, se vistió, apenas pasando por alto que sus ropas estaban empapadas de los mismos restos que cubrían su piel. Había visto un riachuelo cerca de esa zona, serviría para limpiarse. Una mueca apareció en su boca. ¿Cuánto más podría seguir actuando de esa forma sin convertirse en la imagen de su enemigo? ¿Cuánto más para perderse a sí mismo? Esas muertes comenzaban a ser solo unas más en los últimos meses. Serían parte de sus pesadillas. El lobo no se acordaba de lo que había hecho, pero él recordaría siempre cuál había sido la escena que le recibiera cuando regresara a su consciencia. No fue hasta que escuchó la carcajada de la joven que se dio cuenta que había dado con lo que buscaba. – La moralidad no es más que una máscara que la mayoría de las veces hacemos desaparecer. La crudeza y dureza en sus palabras, mancilladas por la oscuridad que le velaba. No pretendía entablar una conversación, solo recalcar lo que era un hecho. Tenía que apurarse y partir al castillo, o pasaría otra noche en la ciudad, lejos de ella.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Mar Feb 05, 2013 1:54 am


¿Puedes descifrar las palabras que el viento susurra para ti?

La sangre se desvaneció con el agua. Apenas podía notar ese tono escarlata perdiéndose en la obscuridad líquida del arrollo, suspiró cuando el viento sopló cerca de su odio y sus cabellos sobrevolaron los hombros desnudos. Su meditación se nubló durante segundos, las palabras que se atoraban dentro de su cabeza eran discordantes, se contradecían las unas con las otras e incluso parecía que se devoraban lentamente. Era la batalla épica entre el instinto de la bestia contra la humanidad que presumía tener pero ¿Cuál era exactamente la diferencia? Según la creencia popular, los animales y las criaturas de las cuales el hombre huía, asesinaban sin piedad alguna a familias enteras sólo para su sana diversión ¿No es lo mismo que el hombre ha hecho desde la época antigua, decapitando leones en la vieja roma sólo para que el César disfrutase del espectáculo? El sistema apestaba, más la humanidad que el propio sistema en realidad. Necesitó de sufrir una metamorfosis para darse cuenta de ello y ahora alguien se lo restregaba en la cara.

Se giró sobre sus talones para ver al hombre detrás de ella. Su aspecto le condujo a una conclusión acelerada que no pudo descartar hasta que la peste llegó a sus fosas nasales. No era el primero en su tipo en encontrarse por ahí, en alguna parte de la ciudad y, claramente no sería el último tampoco. Entrecerró los ojos disfrutando el comentario antes de poder desfragmentarlo para contraatacar. Si creía que ella era una mujer temerosa, callada y tonta, se equivocaba. Arqueó una ceja tajante –No. El hombre se escuda en la moral y apela por el juicio de la sociedad. Es la ética la que se manipula fácilmente por el estricto sentido de una persona, sus pensamientos y su razón.- No pretendía sonar como una chiquilla molesta con el mundo, sólo deseaba poder desenmascarar a todos los demás, dejándoles en claro que no es la única hipócrita en el mundo, que los bichos rastreros siempre están donde menos se les espera y, por si fuera poco, el sarcasmo, la ironía y falta, se habían vuelto una enfermedad hace mucho. –La ética dice que el fin justifica los medios y la moral lo apoya siempre y cuando el dinero este de por medio- Terminó con un suspiro. El agua chocó contra su piel consumiendo los últimos rastros de sangre que quedaron en ella. Levantó la mirada al cielo y se negó a si misma. Tomó entre sus manos un poco de agua y sacudió la tierra en por encima de su espalda. Su cuerpo se erizó al sentirla un poco fría pero después recobró la compostura. Trató del alcanzar sus ropas dejadas en la roca y se colocó encima aquella vieja camisa que le quedaba, por mucho, demasiado grande.

Salió del pequeño arrollo. Le restó importancia al hombre, seguramente habría seguido su camino. Ella sólo era una mocosa ahí, y él seguramente un hombre solitario que esperaba mantenerse alejado de todos por la misma condición que Astarté. Alcanzó el bolso con las cosas y se dispuso a salir de ahí, sin embargo, al dar un paso hacia delante y en dirección al hombre, una piedra se le clavó justamente en la herida que aquel objeto de plata le dejó. Gruñó. -¡Maldición!- Se recargó sobre la roca para levantar el pie y así poder ver que tan profunda era la herida y si le costaría mucho regenerarse o no. Antes, había jurado que su sangre lupina se encargaría de cualquier laceración, pero estaba equivocada. Basta con un pequeño trozo de plata incrustado en la piel para que esta no pudiese cicatrizar rápidamente. Sus dedos se movieron a través de la planta de su pie y, con el tacto pudo percatarse de una pequeña punta aún dentro de su pie. Intentó verlo con sus propios ojos pero se encontraba en un punto ciego que no alcanzaba a mirar por más que se retorciera. En una posición incómoda, resbaló de la roca y cayó al agua empapándose nuevamente. Maldijo entre dientes, en ruso, en francés…. Y en otros dos idiomas más. Si no sabía hablarlos con exactitud, al menos las malas palabras se escupían de su boca con vida propia. Levantó la cabeza sólo para darse cuenta de que ese hombre aún estaba cerca -¡Hey, Extraño de moralidad enmascarada!... ¿Podrías ayudarme? Tengo algo en el pie que me duele y, si no fuese porque no alcanzo a ver qué es, no te incomodaría con esto- Una mujer hablando con un hombre desconocido, de forma tan inapropiada como para tutearlo… ¿Quién demonios se creía ella? –Vamos hombre que no muerdo- “Tal vez si” Añadió para si misma.
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Mensaje por Strider Sterling Miér Mar 20, 2013 2:41 am

Asco. Eso era lo que sentía por sí mismo. No importaba cuán fuerte se restregara para quitar la sangre de su cuerpo, no podía hacer lo mismo con sus recuerdos. Observó con apacible ira cómo el agua se tornaba roja un momento, para diluirse luego. Si tan solo fuera así de sencillo con las imágenes que le perseguían no solo en sus pesadillas. Nunca olvidaría la mirada de aquélla inocente niña, así como nunca olvidaría el dolor que sintió cuando llegó a casa para descubrir que Edward había vendido a su melliza. Esas eran sus cadenas. Las cargaría hasta el fin de sus días. Algunas veces, como ahora, se cuestionaba su cordura. ¿La había perdido cuando se encontró en el salón de aquél castillo? Hasta aquélla noche, no había tenido que arrebatar vidas. Sí. La bestia había matado antes porque no había podido domesticarla. ¡Demonios! Ni siquiera había comprendido qué era hasta que fue demasiado tarde pero, no había sido su elección, esta vez – sin embargo – lo era. Cada orden que acataba, cada vida que tomaba, lo hacía consciente de que era por su hermana. No podría seguir adelante sabiendo que seguía siendo el culpable de su sufrimiento. Una imagen de su hermana, con sangre en sus muslos apareció en su mente. Dulcie había abortado hacía un par de meses. Había quedado embarazada y ni siquiera había sabido el nombre del padre de su hijo. Argeneau raras veces la dejaba acostarse con humanos, pero pasaba, cuando quería diversión mientras se alimentaba. Más de una vez había estado al lado de su trono, escuchando los gemidos de placer de su hermana, ese maldito sonido de pelvis cuando entraban y salían de su cuerpo. Había sido obligado a presenciarlo solo porque el vampiro sabía que estaba enamorado. No había encontrado a una niña, había encontrado a una mujer y él la quería, la deseaba, con el mismo ahínco que deseaba la cabeza de su amo. Las palabras de la joven hicieron arder su sangre. Oírle hablar de ética y moral le molestaba encarecidamente. ¿Qué sabía ella sobre eso? Le ignoró. No tenía permitido perder el tiempo. No era como si fuera como cualquier otro con libre albedrío. Él lo sabría. Solo tenía que meterse en su mente para descubrir qué había hecho y porqué se había demorado tanto en ir a su encuentro. Entonces le castigaría.

Sacó su camisa para lavarla. Lo último que necesitaba era llamar más la atención. Tenía que llegar al puerto y, sí, convencer a un pobre alma a que le llevara a la isla, de dónde nunca saldría. Nadie llegaba hasta los dominios del vampiro para volver a ver la luz del día. Eso solo le confirmaba lo que ya sabía, su amo nunca les liberaría. Había escuchado a sus vástagos, sabía que éste nunca rompería un trato pero, también sabía que si quería, encontraría la forma de pasar por encima de las cláusulas que, convenientemente, él mismo había forjado. Pasó una mano por su cabello. Estaba tan largo, que se le venía sobre los ojos. Levantó el mentón ante la petición de la joven. Sabía lo que ella vería. En su cuello, estaba escrito el nombre de Tiberius. Él había ordenado que le escribieran su nombre para que no olvidara que era solo una mascota que había adoptado. Habían usado una aguja de plata, marcando y remarcando profusamente las letras hasta que éstas quedaran tatuadas en su piel. Strider frunció el ceño, pero lo suavizó tan pronto su mirada se encontró con la de la fémina. Habría sonreído ante el uso de sus palabras, pero la verdad era que estaba cansado. ¡Si tan solo fuera físico! La triste realidad era que estaba harto de la vida que le había tocado. Se veía en sus orbes, en la forma en que tensaba los músculos. Y eso era apenas el principio. No había cubierto ni una cuarta parte del tiempo prometido para pagar la deuda que su padre había contraído. No hizo ningún comentario. Sabía que ella era una de su especie. ¿Le codiciaría Mikhail? A éste le gustaban los servicios de los licántropos. Atados durante el día por culpa del sol, el vampiro protegía lo suyo con sus mascotas y sus sirvientes humanos. Ellos eran sus oídos y ojos. Nadie entraba en la isla de If sin que él lo supiera. Caminó hasta ella. Su mano se cerró sobre su tobillo. El calor que irradiaba de la hembra le quemaba. Había pasado tanto tiempo desde que estuviese con una mujer… Se la pasaba pensando día y noche en Dulcie, que su necesidad era primitiva. Un gruñido vibró en su pecho mientras se disponía a sacar el pequeño objeto.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Sáb Mayo 11, 2013 2:17 am


Las marcas de la vida, en la cara se ven.
Las huellas que deja el amor, en el corazón se leen.
Aprende a ver y leer.

Las personas cometen errores, nadie nace con el conocimiento suficiente para saber actuar ante determinada situación y todos son susceptibles a tener que enfrentarse al peor error de su vida. Astarté lo sabía, ese era el problema, que aún reconociendo los hechos, no podía mirar hacia un lado y olvidarlo todo. En su interior, la llama de la venganza había sobrepasado toda la calma y el autocontrol que sus padres le enseñaron, su legado era cazar a los sobrenaturales y defender la mortalidad de la humanidad; todos sus antepasados se equivocaron. La muerte no era el castigo para un lobo como ella, la muerte es una salvación y la peor manera de torturar a un hombre con semejante maldición, era precisamente, dejándole con vida. La fémina frunció el ceño al observar la marca en el cuello del varón. Conocía el tipo de cicatrices en su piel, porque ella misma tenía un par en la espalda, muñecas y muslos. Sus cadenas de plata funcionaban a la perfección en noches de luna llena –al menos en la mayoría-, lo cual significaba que él. Abrió los labios para preguntar, presa de su curiosidad, pero no lo hizo. Una ola salvaje de sentimientos encontrados golpeó su pecho y la hizo desquebrajarse. No, no lloraría, pero el silencio bastaba para hacer saber el torrente vertiginoso que la rodeaba. En el instante en que él tocó su talón para socorrerla, el escalofrío interno logró exteriorizarse provocando que cada vello de su piel se erizara por completo. Jadeó y arrebató su pie de él. Confundida por la sensación, sacudió la cabeza esgrimiendo palabras obscenas. Intentando incorporarse de nuevo, mordió su labio inferior para callarse por un momento e impedir que el pavor se apoderara de ella ¿Por qué? ¿Por qué se sentía terriblemente pesada en ese momento? Al ver los ojos ajenos, lo comprendió…

-…Raven…- Susurró temblando. La mirada vacía, cansada y distante de ese hombre, le recordó el momento justo en que el mayor de sus hermanos, juró vengarse del ataque vampírico. Mirando su travesía por el umbral de la puerta, supo que sería la últimas vez que lo vería, lo peor de todo fue que al verse reflejada en sus ojos perdidos, observó la ausencia de humanidad. Raven se convirtió en un monstruo aún siendo humano, ella era uno también. Cuan errados estaban. –Lo siento- Se disculpó por haberse quedado ensimismada en sus pensamientos y, al mismo tiempo, haberse apartado de él cuando fue ella quien pidió su ayuda. Desvió la mirada para evitar mirar de nuevo sus ojos y ver en ellos a su hermano. –Me recuerdas a alguien- Murmuró apenas audible para ambos. No pudo evitar sentir el rose de sus ojos al evocar las imágenes de sus recuerdos. Ese hombre, tendría la misma edad que Raven, incluso sus despeinados cabellos lucía del mismo color que el de su hermano. Sus hombros anchos, la barba, los labios y el puente de su frente. Eran bastante similares a excepción de sus ojos o, ¿Acaso Astarté sólo veía en él la ausencia que más dolor le ocasionó? Gruñó al mismo tiempo que él. La joven fijó su vista en el nombre tatuado. Lo deletreó en sus pensamientos, pero su cuerpo no pudo resistirse a tocarlo. Con la yema de sus dedos, delineó cada letra cicatrizada. El rose fue débil, casi como una caricia desesperada que se le ofrece al desvalido, un mimo angustioso y piadoso que comparte el dolor que padeció en esa exploración de la plata en la carne lupina. Para cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, fue demasiado tarde. Se asustó ante la reacción del hombre y dio un pequeño respingo en su lugar. –Lo lamento yo no…- Tragó saliva. Quiso ponerse de pie y, sin querer, expuso las heridas de plata en su cuerpo.

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Mensaje por Strider Sterling Jue Jun 27, 2013 12:04 am

Strider había levantado la cabeza bruscamente para clavar su mirada en la de ella en cuanto el pie de la joven escapó a su agarre. Sus labios se separaron para soltar palabras que seguramente le permitirían seguir su camino pero, antes de que pudiese lograrlo, éstos – herméticamente – se cerraron. Los orbes ajenos le dieron la apariencia de un amenazante torbellino. Cuando más miraba en ellos, más atraído se sentía y, en cuestión de segundos, le arrastraría, le destruiría. No fue hasta que pronunció aquél nombre que el hechizo se rompió. Su frente se frunció. ¿Le había llamado Raven? ¿Llevaba el olor del vampiro en su cuerpo? No. Eso no podía ser posible. Hacía varias semanas que ellos no se cruzaban en los pasillos del castillo. Suponía que su amo lo estaba manteniendo muy ocupado. Debía de ser eso. Raven nunca habría dejado pasar una oportunidad para torturarlo. La joven, seguramente, se refería a alguien más. No es como si pudiese cuestionarle si conocía a aquél vampiro. Si abría la boca y rebelaba información referente a Mikhail y sus vástagos, arrancarse la cabeza él mismo sería un acto piadoso. Había visto y participado en las ejecuciones de Argeneau cuando sus clientes pasaban por alto el reglamento de su club. Cualquiera con un poco de inteligencia sabría lo que pasaría si fuese su patio de recreo y su despiadado ejército el que se viese en el punto de mira. Aunque ellos podrían defenderse, como bien lo habían hecho en incontables ocasiones, su amo prefería mantenerse al margen hasta que cada pieza estuviese colocada en su tablero para dar inicio a uno de sus infames juegos maquiavélicos. Además, ya era suficientemente malo que estuviese perdiendo el tiempo. Cada minuto que tardaba en regresar a su lado, era un minuto que uno de ellos disfrutaría cobrándoselo. Por centésima vez, Strider quiso olvidarse de quién era y para quién trabajaba. La bestia en él quería aullar. Ansiaba su libertad. Cuando había aceptado ese trato, no había sabido cuán difícil sería permanecer sumiso ante el enemigo. Agachar la mirada no estaba en su naturaleza, pero por ella, se obligaba a hacerlo. La disculpa de la joven contestó su pregunta inconscientemente. El silencio, decía su amo, era una de las armas eficaces para obtener respuestas. Por supuesto, Mikhail prefería hacer uso de otros métodos.

Su mirada no le dio tregua a la fémina. No buscaba intimidar. Simplemente, había algo en ella que él desesperadamente quería alcanzar. ¿Qué? No lo sabía y no le importaba. ¡No podía! Su vida ya no era suya, pertenecía a Mikhail. Así que cualquier cosa que debía importarle era cumplir con los deseos de su amo. Por eso, cuando ella alzó su mano para remarcar cada letra que formaba el nombre de ese ser que mantenía esclavizada a su hermana, sus músculos se tensaron. De repente, se sintió amenazado. Su mirada se oscureció. La ira y el odio fundiéndose en uno solo. Cuando llegó hasta la última letra, su mano se cerró con fuerza en la muñeca. Si ella hubiese sido humana, habría triturado cada uno de sus huesos. Por suerte para ambos, no lo era. – No… me… Parecía que le costaba respirar. Estaba tan enfurecido, que sus fauces dejaban escapar varios gruñidos. Sus palabras murieron abruptamente cuando su mirada captó un destello en su cuerpo. No. No eran destellos. Eran cicatrices como las que él tenía en su cuerpo. Cuando no estaba haciendo alguna visita en nombre del vampiro o protegiendo el castillo durante el día junto a otros como él, estaba siendo lacerado con cuchillos de plata mientras colgaba de cadenas hechas con el mismo material, lo suficientemente fuertes y grandes para drenar la poca fuerza que no le era arrebatada antes; cuando ellos usaban su sangre para envenenarlo. Gradualmente, sus gruñidos se fueron apagando. Sus pulmones se inflamaban y desinflamaban, capturando su aroma. Su agarre se aflojó, pero no la soltó. Sus miradas se cruzaron. La de él parecía disculparse, la de ella era indescifrable. – Mi nombre es Strider. No supo porqué soltó aquéllas palabras, sobre todo cuándo ella había pasado sus dedos sobre ese maldito tatuaje. Ante la pregunta no hecha en voz alta de la fémina, continuó. – Alguien creyó que sería divertido poner su nombre en mi cuello. Soltó una carcajada, aunque era tan falsa que ni él mismo se la compró. - ¿Qué te pasó? Cuestionó rápidamente, como si su revelación no tuviese importancia. Realmente, no la tenía.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Mar Jul 09, 2013 11:30 pm


Fuego. Había fuego en su mirada, lo pudo notar por efímeros segundos traspasar la seguridad controlada por su amo. Strider, un lobo bastante solitario, ya había logrado capturar la atención de Astarté por el simple hecho de exteriorizar la ira que sentía contra el aberrante ser que tatuó su nombre sobre su espalda. Como un niña siniestra, la lupina sonríe a su acto. Quizá se haya sorprendido, pero la lucha es para la mujercita el mejor encanto de un hombre. La fuerza ejercida en su muñeca logró lastimarla, pero no fue suficiente para que se quejara o para romper su mano. Astarté se relame los labios asintiendo a la presentación. –Está bien- Decida una mirada tranquilizando a la bestia en el interior del varón. Rueda los ojos –La próxima rómpeme la muñeca antes de que yo te lo haga a ti.- Se encoge de hombros; su gélida mirada deja ver que no bromea en lo absoluto. No es de las personas que hacen comentarios en tono burlón para esconder su maldad, ella simplemente lo dice. Demasiado directa. Frunce el ceño. ¿Qué hombre se dejaría tatuar el nombre de otro sólo por mero capricho? Nadie. Debe existir una razón por la cual Strider permitió semejante barbarie en su piel. Gruñe por debajo y se aleja de él.

Las cicatrices de su cuerpo no son de su incumbencia, así como ella no tiene derecho a juzgar lo que él esconde, pero…. Al estar de espaldas a Strider, gira sobre sus talones para observarlo detenidamente. Se siente frustrada, como si algo en ese hombre se apoderara de una parte de su ser y la asfixiara, imponente, atrapada. Lo fulmina con la mirada. –Masoquismo- Responde. Al cabo de un par de segundos entiende que es demasiado cortante, pues él cedió terreno al develar su nombre, además cambió el tema rápidamente para que ella no indagara. ¡Arg! ¿Quién es realmente? –No me gusta, matar siendo una bestia. No puedo distinguir quien lo merece de quien no lo hace- Los gestos de su rostro mutaron con cada palabra, pasó del orgullo y la satisfacción al arrepentimiento. Sube una mano a su cabeza y rasca por detrás de la nuca. Paladea. –La boca aún me sabe a sangre y me aterra que sea de inocentes- ¡Astarté! Su subconsciente salta para castigarla. ¿A quién demonios le interesa si el lobo se comió a un niño o a un violador? Una vida es una vida y eso ella lo sabía incluso cuando los cazaba por diversión. La joven tiene un corazón oscuro y el arrepentimiento no tiene cabida en sus pensamientos…. ¿Por qué le preocupaba ahora?

Ignora las réplicas de sus pensamientos, se enfada consigo misma y opta por dejar ese encuentro en sólo algo fortuito, inesperado y jamás volverá a ocurrir. Pasa a un lado de Strider para recoger sus cosas. Parte de su piel aún se encuentra machado con sangre seca, pero ha sido suficiente. La dirección que están tomando sus ideas no le agrada y esto fue desde el instante en que lo confundió con su hermano. Si él estuviera con vida…. No, no, no. ¡Claro que aún está vivo! Strider es la señal que estaba esperando. –Yo… ah… debo irme- Vuelve a rascarse detrás de la nuca. Muerde su labio inferior y pierde la vista en un punto a lo lejos. Se sacude internamente. Ha perdido el rumbo, no tiene a donde ir y aunque desea correr, siente que no puede hacerlo. Da un par de pasos contrarios a la posición de Strider; se detiene en seco. –No… ¿Sabes? Hay algo que me molesta- La mirada de esmeralda de Astarté se clava peligrosamente en los orbes marrón ajenos. -¿Cómo alguien como tú deja que le hagan eso? ¿También es masoquismo?- Sonríe amarga –No, tiene que ser algo más.- Traga saliva. –Eres fuerte y tienes el carácter, sea cual sea la razón. Arranca la cabeza de ese maldito y te dejará en paz- El odio germina en el interior de Astarté. Raven se ha colado en sus pensamientos para reclamarla, para hacerla emerger de sus miedos. –Raven nunca se equivocó en ese aspecto, puede que te funcione a ti también.- Se supone es una despedida pero... -Soy Astarté-
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Mensaje por Strider Sterling Dom Jul 21, 2013 11:56 pm

‘Astarté’. El nombre cortó – con engañoso pesar – a través de sus pensamientos. El cuerpo de Strider reaccionó ante la invasión de aquélla afilada voz. Mantenía la mandíbula fuertemente aprensada y la vena en su cuello saltaba con rabia. Él. Todo lo que tenía que hacer era oírlo para sentir a la bestia emerger. Si no respondiera solo a la Luna Llena, hacía mucho que ésta hubiese hecho acto de presencia. Al lobo no le gustaba estar bajo el dominio del vampiro. La mayoría de las veces, sentía a la bestia como otro ente. Cada noche se enfrentaban. Ella quería una lucha justa donde pudiese morir o reclamar su libertad. Él, intentaba refrenarla hasta que pudiese liberar y poner a salvo a su hermana. Tiberius volvió a pronunciar el nombre de la joven, como si ya le perteneciera, como si su lucha interna no tuviese significancia. ‘La quiero, mascota’. No se dejaba engañar. La excitación de su amo, no iba en el plano sexual. Veía a los de su especie como simples animales que, con la fuerza debida, podían domesticarse. No es que éste realmente creyera en ello. Lo veía en su mirada, en esa sonrisa arrogante que siempre esbozaba. Mikhail les tenía porque en cierta medida, esperaba por el momento en que se decidieran a morder la mano que les alimentaba. Entonces, podría destruir aquello por lo que habían pactado sus servicios. Para él, era su hermana. Para otros, alguna esposa u hijos. El reloj de arena del vampiro siempre se consumía a su favor, nunca en su contra. ‘Tráela.’ Una palabra, aparentemente simple, sencilla. No era como si a su amo temiera el resultado. Si él no la llevaba, otro iría a hacer su trabajo. Para cuando Astarté estuviera en el castillo, estaría débil, malherido, deseando haber seguido la maldita y estúpida orden. ‘¿No vas a responderle?’ Cayó sobre sus rodillas, como si la cuestión le indujese dolor. Soltó un improperio que terminó en un aullido. Los resquicios del lobo – que se sentía aún fuerte para su jodido disgusto – estaban luchando. ‘Quiero oírte decírselo.’ Cada palabra iba remarcada, solo para molestarlo aún más. Le gustaba cuando se enfrentaban, así él la dañaba.

Apretó la mandíbula aún más. Los dientes rechinaron. El gruñido desgarró en su pecho. – Él es… La humillación que sentía, aparentemente le satisfacía, porque su inconfundible carcajada – que tanto odiaba – retumbó en cada recoveco de sus pensamientos. – No puedo hacerlo. Mordió cada palabra con disgusto. – Tiene a alguien que me importa. ¿Por qué le decía todo eso? ¿Porque se sentía culpable? ¿Porque pronto terminarían revolcándose en el mismo fango? Tenía que convencerla de que le acompañara. ¿Realmente iba a hacerlo? Levantó la cabeza con motas de odio en sus orbes. Acababa de matar a un par de humanos, ¡maldita sea! ¿Qué le importaba ella? – Astarté. El dolor con que pronunció el nombre fue la primera advertencia, muy contrario a lo que se encontraba en su mirada - ¿Qué estarías dispuesta a hacer por tu supervivencia? No sabía si la pregunta era para ella o para sí mismo. Él siempre perdía contra Tiberius. ¿Qué se sentiría ganar, solo por una vez? ‘Yo nunca pierdo.’ Bramó la voz. ‘¿Aún no aprendes el truco? Yo te enseñaré. Ven con ella y serán mis vástagos quienes jueguen contigo. Ven solo y seré yo quien te rompa.’ Y así como había entrado a su mente, se largó. Lo supo porque en ese momento, la agresividad del lobo descendió. Sin embargo, estaba demasiado atento a los movimientos de ella. Ese movimiento de su pecho cuando inhalaba y exhalaba lo mantenía hipnotizado. ¿De caza? ¿Estaba de caza? Cerró los ojos. El aroma de la joven lo embriagaba. No. Cazar sería aceptar las órdenes del vampiro, así que no era eso. Cuando comprendió que su lobo, en realidad estaba jugando, los abrió. Ella era la primera mujer de su especie con la que se encontraba. ‘¿Así que lo haremos por las malas?’ Pensó, mientras se levantaba.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Vie Ago 02, 2013 12:12 am


Tienes que escapar, corre por tu bien, antes que te atrapen las tinieblas.

Siniestro. Strider posee una oscuridad desconocida por la joven. Su cuerpo había caído frente a ella para iniciar una batalla interna. Lo supo porque el olor que emanó de él era diferente al que había estado persiguiendo durante los últimos minutos. Una épica afrenta que ella misma puede concebir si se le cuestiona sobre su pasado y su verdadero nombre. Observarlo con detenimiento, le alerta sobre la amenaza silenciosa y el cambio de humor al que está sometiéndose por razones que se escapan a su entendimiento. La lupina agudiza sus sentidos, abriendo aún más las fosas nasales, enfocando sus oídos a los gruñidos provenientes del pecho ajeno, estando atenta a las distintas rutas de evacuación que podría seguir en caso de todo saliese mal. Con el ceño fruncido, escucha sus palabras. Abre los labios sopesando que responder y lo sigue con la mirada mientras se levanta con la excitación en sus orbes. Rápidamente, el rostro preocupante de la joven se metamorfa en algo lleno de sombrías intenciones. Desconoce la causa del efluvio, pero le gusta. Es una llamada de atención, una competencia, un enfrentamiento, un reto. Sonríe de medio lado, arquea una ceja y le dedica esa mueca de autosuficiencia en respuesta a su pregunta. ¿Qué es capaz por su supervivencia? Haberle preguntado eso de humana, habría respondido con trivialidades, pero lo cierto es que justo ahora, su vida no le pertenecía ni siquiera a ella. Todo lo que busca es recuperar a su hermano y sacrificar a sus enemigos en venganza.

Sin dejar de mirarlo con sus excitados ojos esmeraldas, mete la mano dentro de la mochila que cargó a sus espaldas y sacó de ahí un pequeño cuchillo de plata. Parecía más un abrecartas que un arma poderosa contra un oponente. Lo arroja al aire y lo atrapa con suma destreza, deteniendo el filo tan sólo con la yema de su dedo índice. El material del que está hecho, comienza a causarle quemazón en la superficie de su piel, pero sólo es una exposición leve considerando las cadenas a las cuales necesita atarse durante las noches de luna llena. Levanta el cuchillo y apunta a Strider con él antes de hacerlo pasar sobre su lengua y cortarse con él. –No te confundas, no porque me veas indefensa y desconcertada, quiere decir que lo sea.- Se traga su propia sangre bajando el arma hacia un costado, pero maniobrando con ella para colocarla en una posición que le sea fácil al defenderse por si él intenta algo más. –No pronuncies mi nombre como si te doliera, no cuando le precede una pregunta como esa- Clava la mirada en él. La bestia que dormía en las entrañas de Astarté comienza a despertarse, está hambrienta y ha encontrado el juego perfecto para saciarse sólo por esta vez. –La duda no es qué haré yo, porque créeme Strider, me voy a defender, más bien deberías cuestionarte, ¿Qué harás tú para no convertirte en otra más de mis víctimas?- Poco a poco, el gruñido de la bestia albina, emerge desde lo más profundo de su interior. Se siente atraída por la lucha. Un instinto tan primario que sin darse cuenta, ya se había colocado en posición de ataque y sólo esperaba una señal por parte de él.

Cada parte de su cuerpo comienza a vibrar, como si fuese a convertirse en un monstruo justo frente a él, pero la verdad es que, al ser la noche anterior la primera luna llena del mes, aún podía decirse que le quedaban dos días más para continuar enfrentándose con su maldición. Por ello es que el hambre, la sed, la adrenalina y el insufrible ardor de su piel, aún se encuentran presentes en su cuerpo, esparciéndose por su torrente sanguíneo a cada maldito rincón de su cuerpo. Está claro que ambos intentan cazarse, perseguirse. Su sangre les llama y la familiaridad que tienen no puede ser engañada, él siente el impulso de mostrarse como macho alfa y delimitar su territorio, ella por su lado, tiende a querer mostrarse como un ser salvaje, engañoso y amenazante. Aprieta la mandíbula. Gruñe como advertencia. –No seas cortés, yo no lo seré- Lanza el cuchillo hacia el suelo y este se clava en la tierra. No necesita de armas blancas para enfrentarse a él; era excelente como cazadora aún pese a su condición de humana, ahora que tiene más destreza, reflejos y habilidades, sabe que es imparable. Sin embargo, hay una cosa que no ha considerado, él también es un monstruo y, al parecer, está mucho más enfadado que ella.
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Mensaje por Strider Sterling Jue Ago 22, 2013 9:24 pm

Strider estaba acostumbrado a pagar las consecuencias de sus elecciones. Ya no se pertenecía a sí mismo. Las maltrechas letras con aquél nombre, le marcaban como el chucho de un vampiro; pero ni siquiera su amo podría luchar contra el instinto animal que el lobo traía consigo. Mikhail lo sabía, por supuesto. Era parte de la función que él luchase contra la bestia. Por eso, cuando Astarté respondió a su provocación de esa manera tan desenfadada, supo que estaba jodidamente perdido. El animal se hizo con el control, empujando – sin miramientos – cualquier emoción humana fuera de su sistema. Todo lo que quería, era marcar su territorio, incluida a ella. Su desafío le puso al acecho. No era una amenaza. Al menos, no aún. Sus gruñidos estaban destinados a provocar. La curiosidad y el interés martilleaban. ¿Sería así con cualquier mujer de su especie? Su mirada, que hasta entonces había estado clavada en los orbes ajenos y en el subir y bajar de su pecho, se desviaron hacia el pequeño cuchillo de plata con que jugaba. El aire crispó entre ellos. Con amargura. Con rabia. ¿Pensaba atacarlo? Una carcajada seca brotó de su garganta. Ahí estaba él. Un jodido idiota, buscando cualquier excusa para marcharse sin llevársela y ella… El gruñido interrumpió cualquier ‘insana diversión’. - ¿Eres creativa, Astarté? En esa ocasión, se negó a mostrar cualquier conmiseración. Pronunció su nombre como la extraña que era. Mejor así. Haría las cosas más fáciles. Había aprendido a no atarse a nada ni a nadie. Cuando se encontraran en el Castillo de If, porque se encontrarían, no tenía ninguna de ello; la miraría como uno más de los presos. – Porque no hay nada que puedas hacerme que no me hayan hecho. El vacío que se extendía en sus orbes era tan infinito, que si se miraba el tiempo suficiente, se corría el riesgo de perderse. Él era el saco de boxeo que usaban los vástagos de Tiberius. Le habían cortado infinidad de veces. No existía parte de su cuerpo que no hubiese sido violado por cuchillos, dagas y balas de plata. Sus intestinos habían sido sacados y anudados. Sus órganos perforados. Su mente trastocada.

Incluso la bestia había sufrido en manos de sus captores. No todas las Lunas Llenas, era requerido para hacer de asesino. A los vampiros les gustaba atacarlo cuando estaba atado. Su intención, doblegar al animal como hacían con él. Excepto que el lobo nunca les dejaría tener esa última victoria. – Ven aquí. Enséñale tus trucos a este chucho. La invitó a que se acercara con la mano. Una sonrisa falsa, nada amistosa, curvó su boca. Había algo en ella que le atraía. No se trataba del aspecto físico. Estaba claro que eso lo había aprobado desde el momento en que se cruzaron. Era ese interés que le agitaba, la que le había hecho el objetivo del amo. – Quizás aprendas alguno de los míos. ‘Y quizás, encuentres una oportunidad de escapar si se presenta tu oportunidad’. Ese último y amargo pensamiento pasó fugaz por su mente. Mikhail enviaría a otro a hacer el trabajo. Rafael o Zacarías. ¿Tal vez Raven? Entrecerró la mirada. Había algo en Astarté que le recordaba a él. Los engranes en su cabeza se movieron con rapidez. Casi podía jurar que escuchó como éstos encajaron. Mikhail disfrutaba de un gran espectáculo. Se movía con excelencia en los negocios, sobre todo aquéllos destinados a la entretención. Él mismo había formado parte de los licántropos que se usaban para las peleas clandestinas en el Club Fangtasia. Maldición. Si hacía un par de meses, se había visto obligado a matar a uno de sus compañeros. Era cierto que no tenía amigos. Era imposible hacer migas en un sitio como aquél, donde tenías que cuidar tu espalda y lanzar a la trampa a cualquier pobre diablo, si con eso conseguías unos minutos de incrédula paz. – Sin cortesías. Tan solo somos un par de animales, ¿cierto? Dicho esto, se movió a su alrededor. El lobo muy inquieto, le incitaba a que se acercara a ella. Lo último que necesitaba era que despertara su instinto por proteger, lo cual sería un tremendo fastidio, desde que estaba en esa situación por la única persona que le quedaba.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Dom Nov 10, 2013 9:34 pm


Sólo siento lástima por mi misma, cuando me veo a través de los ojos de alguien más.

El destello de sus orbes se intensifica. La promesa de una jugada como la que él ofrece es jodidamente tentadora. Astarté, Nevenka, como quieran llamarle, siempre ha sido una criatura con el alma de un guerrero. Le gusta la pelea, le atrae la adrenalina. Sus habilidades resultaron ser incluso mejores que las de sus hermanos; no es ninguna sorpresa encontrar la lasciva sonrisa en sus fauces. Podría luchar contra el licántropo toda la noche si se lo proponía, desgarrar su carne y mutilar su cuerpo, extremidad por extremidad, sólo para que le diese la información que necesitaba. Sí. La cazadora aún no ha muerto. Sus ojos se oscurecen. Sus fosas nasales se abren. Sus labios se secan. La garganta se prepara para aspirar el aire, su hedor. Percibe la tierra debajo de sus pies. Vibra. Quema. Levanta su rostro hacia él. Ya no es la niña, tampoco la adolescente. –No- Pronuncia en un tenue susurro. La máscara en su rostro no permite ver más allá de lo que es, una mujer perdida pero completamente dispuesta a luchar. Se deshace de sus prendas, incluyendo las armas que podría portar dentro de su atavío. Las arroja hacia un lado. Vuelve a quedar completamente desnuda. –Porque incluso ellos, pueden amar… ¿Tú amas a alguien, Strider? Porque si es así, estás en lo cierto. De lo contrario, eres igual a mí. Un monstruo- Gruñe. Sus movimientos son rápidos, certeros. Bastó un maldito segundo para que se colase por un costado del licántropo y descubriera su espalda. –Yo no tengo trucos. Yo no fui amaestrada- Musita en el lóbulo derecho del lobo, delineando el nombre de 'Tiberius' con la yema de sus dedos; tentando, jugando. Astarté no puede imaginar la razón por la que ese hombre ha dejado que alguien más juegue con su cuerpo. Ese ser, aquella bestia despiadada que se apoderó de la voluntad de Strider, posee alguien a quien él ama, pero ¿No sería más fácil morder la mano que te da de comer, antes que soportar de sus abusos? Ruge.

Las preguntas se vienen a su cabeza como malditas dagas de plata. Se clavan en su cuerpo, la hieren. ¿Sería ella capaz de hacer lo que él hace por ese alguien a quien ama? ¿Lo haría por Raven? Siente como su cuerpo se congela. No puede doblegarse a sus enseñanzas, sus padres, sus hermanos e incluso el mismo Raven le había inculcado el no arrodillarse jamás. Todo eso se fue al demonio el mismo día en que quiso tragarse a Emerith. Sus palmas, se hacen puños. Sus pies se mueven rápidamente. Rodea el cuerpo ajeno, se divierte. –Claro que puedo hacerte que nadie más ha conseguido Strider- Su carcajada se pierde en la inmensidad de la noche. Ha quedado frente a él y el color de sus orbes es idéntico al de la esmeralda. Tiene hambre. Cuando la mirada del hombre refulge en desesperación e intriga, ella sonríe. Se relame saboreando lo que va a decir. -Matarte- Se arroja sobre él para derribarlo. –Liberarte- Gruñe –El concepto es el mismo- Quiere atacarlo, destruir su piel como lo ha hecho con tantos, como él, como ella. Sus puños son salvajes y asaltan el costado de su rostro. La intención era desparramarse contra su cara, pero no pudo hacerlo. El golpe se hunde en la tierra y ella grita en desesperanzada derrota. Contrae el cuerpo, se aparta de ella. –No puedo hacerlo- Se queja escupiendo verborrea entre dientes. Habla en su idioma natal, escupe un montón de blasfemias en ruso. Su voz es fuerte, es grave, está llena de odio. No para él, no para ella… para aquellos que les hicieron eso. ¿Cómo demonios y hasta cuándo Astarté iba a comprender que ser uno de ellos no es tan malo? –Lárgate y haz lo que tengas que hacer por esa persona, Strider. Cuando lo hayas conseguido, búscame. Nos destruiremos juntos, pero no antes de que salves la felicidad de esa persona- ¿Qué demonios estás haciendo Astarté? No es ella, realmente no está hablando ella. Quiere destruirlo, quiere asesinarlo, pero por qué demonios lo está dejando ir. Se aleja de él sobándose la cien. Está volviéndose loca. Conoce la razón, ella está en la misma situación que Strider y ya no puede mentirse. –Se lo debes- Se aparta de él. Su cuerpo desnudo se irgue por completo. Se había desecho de todo lo que traía encima para que la pelea fuese justa, pero no lo sería si ella sigue provocándolo de esa forma, no si él trae en la espalda una carga tan pesada como la de ella. -Ese día ninguno de los dos, sentirá lástima-
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Mensaje por Strider Sterling Dom Dic 15, 2013 1:45 pm

¿Amor? ¿Existe siquiera? ¿O fue solo producto de la imaginación de un niño? Había amado a su padre. Había amado a su hermana. ¿No había renunciado a todo por ellos? ¿Entonces porqué ya no los recordaba con cariño? Pensar en Edward solo le causaba pesar y Dulcie, Dulcie lo llenaba de amargura. ¿Ese había sido el objetivo de la partida desde el principio? Porque entonces, Mikhail había vencido. La mayoría de las noches, dentro de aquélla sucia y solitaria celda, no podía evitar pensar que habría sido mejor no haber dado con su melliza. Antes se había sentido frustrado por no conocer su destino pero, ahora que lo conocía, que noche tras noche lo vivía; la decepción que se construía sobre sus hombros, se había convertido en su peor enemiga. Se sentía estafado. Había perseguido un sueño, cuando no era más que una pesadilla. Por un momento, la oferta de Astarté fue hermosamente tentadora, justo como lo era ella. ‘Libertad.’ No volver a sentir dolor, ni odio, ni miseria. Nada. El lobo en su mente, aulló lastimeramente. No quería que su compañero se diera por vencido pero, la cercanía de esa mujer, su tacto, sus inconscientes caricias, despertaban en él un deseo que poco tenía que ver con el sexo. Su miembro palpitó, se endureció, en contradicción. Strider gruñó. Por supuesto que quería ser acunado por su interior, pero no era solo eso lo que anhelaba su corazón. Afortunadamente, él conocía la mejor forma de poner fin a esos anhelos. “Solo un poco más”, se dijo a sí mismo, disfrutando de las atenciones de la joven. No le importaba que estuviese, en realidad, al acecho. Demonios. A esas alturas, seguramente si lo golpeaba, su cuerpo lo sentiría como la más tierna de las caricias. Si quería torturarlo, como hacían todos con él, no se opondría. ¡¿Cuán patético lo hacía eso?! ¿Estaba dispuesto a entregarse a su verdugo solo para sentir sus manos sobre su piel? Sonrió. Por primera vez, el tatuaje con el nombre de Tiberius no le causó asco. Era imposible darle importancia a las letras cuando los dedos ajenos jugaban a delinearlas. Por inercia, su mano se había cerrado sobre la muñeca, manteniéndola sobre su cuello; suplicando por sus atenciones. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, aflojó inmediatamente su agarre. Si no mantenía sus puños cerrados, iba a acariciarla y, una vez que lo hiciera…

Atrapó su mirada con la suya. Tenía los ojos más hermosos que había visto en toda su vida. ¿Por qué no se sorprendía? Astarté era una beldad. Una preciosidad. El Fuego. El hambre. Su estómago gruñó, como si ella fuese el alimento que necesitaba para llenarse. El lobo volvió a aullar su lamento cuando la joven se apartó de su lado. Parecía que le habían arrancado su razón de existir y eso, enfureció al hombre. La desconocida no debía tener un poder como ese sobre él. No eran nada, solo dos malditos extraños, con un turbio pasado. Ella solo había dado unos pasos – dándole la espalda – cuando Strider se levantó y la derribó. Hizo todo lo que pudo por amortiguar la caída con su brazo, pero no la giró. La joven estaba en el suelo, sobre su estómago, con él cubriendo su cuerpo. Inhaló. Se embriagó de su aroma. Puso su boca contra su cuello. – No quiero largarme y no quiero que te marches. Ronroneó, bebiéndose de su esencia. – No sé… ¿Podrías solo…? No terminaba sus frases. No sabía qué lo impulsaba a pedir. Gruñó. Depositó un fugaz beso y, acto seguido, rodó a un lado. – Corre. Coge tu ropa y corre. No te detengas. Tu olor… Se pasó la mano por el pelo con fuerza. – Y Astarté, no siempre tienes que luchar. Hay batallas que no estamos destinados a ganar. Él, mejor que nadie, lo sabía. Se había rendido ante el vampiro porque no había habido otra opción. De pronto, quería rendirse ante ella, solo porque era su deseo. – Te buscaré y cuando lo haga, te obligaré a cumplir tu palabra. Quiero… quiero esa libertad que me ofreces. No había dudas en su voz, solo gratitud. Estaba cansado. Ya no quería caer y levantarse. Ya no más. Solo quería descansar. “Llegas tarde, chucho. Tu castigo te espera”. La voz de Mikhail funcionó como una descarga eléctrica. Alejó la lujuria. La diversión en ese siseo, prometía un infierno. “Y ya que le has encontrado un nuevo uso a las cicatrices, Rafael se ha ofrecido a hacerte una nueva. Mis vástagos han apostado que, después de eso, ya no se te parará. Yo he apostado a tu favor. Más te vale que gane, sabes cuán furioso me pone el perder.” La respiración de Strider se hizo pronunciada. “Date prisa, cada minuto que te tardes, es un vampiro más que se coge a tu hermana. La noche es larga.” Clavó la mirada en Astarté y luego, fue él quien le dio la espalda. Esa vez, no miró atrás. Los vástagos de Mikhail eran brutales, ni hablar de cuando se descontrolaban. Dulcie no sobreviviría, era solo una humana. Como siempre sucedía, él se puso en segundo plano. – Recuerda tu promesa. La próxima vez. Aunque ya estaba lejos de la joven, supo que su oído finísimo le había escuchado. Eso era todo lo que importaba.
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