Under the same moon {Privado} pos +18

La última de las cartas fue colocada sobre la mesa y, aunque estaba en una posición invertida, no le fue difícil a la vampiresa leer el titulo que ésta ostentaba: el ermitaño. La gitana, quien se encontraba nerviosa desde que ella había hecho su aparición, observó detenidamente el arcano y carraspeó un par de veces antes de hablar. – No sé que espera que le diga, Madame. La oscuridad es su camino y al mismo tiempo es usted misma. No hay respuestas sencillas para preguntas falsas, no puedo predecir si usted no es sincera… solo puedo anunciar algo con seguridad y es que, aunque esté rodeada de personas, la soledad es su única y verdadera compañera – levantó la mirada pero no osó colocar sus ojos oscuros sobre el rostro de Daphne. Puede que la gitana supiese que tenía en frente, puede que solo percibiese la esencia del mal, el resultado era el mismo. La magia existía, así como el bien y el mal aunque no de manera absoluta. Nada ni nadie era completamente malo o bueno según su perspectiva, había matices y habían apariencias. Cada cual muestra lo que desea que los otros vean y en ese momento ella exhibía un halo oscuro que no tenia duda debía erizar la piel de la sensible mujer sentada tras el espantoso y raido mantel verde. Su toxico humor había empeorado progresivamente desde que abandonara su mansión. Se sentía intranquila y quisquillosa, exaltada por alguna razón que no terminaba de comprender. ¿Qué esperaba en realidad al entrar en aquella carpa y depositar sus francos en la mesa? Aunque conocía y respetaba la magia gitana presentía que no podría decirle nada que no supiera ya. Agradeció a la mujer sus servicios y se disponía a abandonar la carpa cuando una cálida mano humana le detuvo. La sorpresa cruzo el pálido rostro. Lo último que esperaba era que la mujer se atreviese a tocarla, menos aún a detenerla – La compañía que necesita no la encontrará en este lugar – podría tratarse de una verdad a medias pero lo que en verdad importaba eran las intensiones ocultas tras la valiente declaración. Ella deseaba que la vampiresa abandonara el circo gitano, evitar que el mal que irradiaba se mezclara con sus allegados, que lastimara a algún conocido. Eso la enfadó. No permitiría que nadie intentara dictar apreciaciones sobre sus acciones ni que se atreviera a pretender limitar sus pasos – Eso lo decidiré yo – contestó secamente arrojando un franco más sobre la mesa para luego zafarse del agarre y desaparecer tras las cortinas que hacían las veces de puerta.

Caminó lentamente, alejándose hasta que ya no sintió los ojos de la mujer sobre su espalda. A su alrededor bullía la música y el color que solo podría encontrarse en un lugar como aquel. Hogueras y bailes, gritos, risa, alcohol y comida. Una camaradería que solo ese pueblo era capaz de conseguir y con la cual podrían atraer a cualquiera. Y eran bastantes los visitantes, bastaba una rápida mirada para reconocerlos aunque hasta el momento no se había topado con ninguno de su misma clase social. Igual estaba segura de que nadie le reconocería esa noche. Sus ropajes no denotaban para nada el nivel de sus arcas. Hoy era solo una parisina más. Sin joyas ostentosas, sin ropas de finos encajes o telas de absurdos diseños. Solo un simple vestido borgoña que no debería atraer más miradas que cualquiera que usase una mujer trabajadora de la clase media. Llevaba la cabellera medio recogida en una coleta y las manos descubiertas. Una bolsita amarrada a su cinto era visible cuando caminaba pero tan pronto se detenía quedaba oculta entre los pliegues de su falda. Tan solo una mujer madura buscando un poco de sana diversión. Sonrió amargamente ante tan peculiar pensamiento. Podría haberse contentado con disfrutar el espectáculo en vez de arriesgarse con su futuro pero lo hecho, hecho estaba y ahora, gracias a tan desatinada decisión, su agitación era incluso mayor que la que tenia al acercarse al lugar. Soledad ¿Cómo podía una palabra resumir su sentir? Podía rodearse de hijos adoptivos y aún así no pasaba una noche durante la cual su corazón no se enfriara deseando más.

Sus pasos la alejaron poco a poco de la multitud, llevándola sin querer hasta las jaulas que contenían a los animales del espectáculo. Tan injusto y al mismo tiempo apropiado. Las bestias eran encerradas, contenidas y controladas. Obligadas a realizar toda clase de actos ridículos para el disfrute de un espectador que no veía más allá del espectáculo bajo sus narices. Se detuvo frente a unos enormes ojos amarillos que le miraban sin interés desde detrás de los barrotes. La densa y tupida melena resaltaba como una corona sobre la cabeza de un rey caído. El enorme felino se encontraba recostado de lado, observando a su alrededor con apatía y si, también con tristeza. – Llega un punto en el cual solo nos queda la resignación – masculló apostando sus manos en los barrotes y recostando su rostro entre ellos. Se sentía como el inmenso gato. Atrapada y contenida pero aún no resignada… ¿o tal vez sí? - ¿Qué cree que está haciendo? – una mano pesada y ruda se cerró sobre su antebrazo y la halo alejándola de la jaula, cosa que ella permitió cediendo por completo a la voluntad del hombre. Si hubiese sido la humana que aparentaba ser seguramente llevaría un feo cardenal durante semanas. El látigo atado a la cintura masculina le indicó el oficio del bruto que ahora la zarandeaba adelante y atrás mientras refunfuñaba sobre la estupidez de las mujeres y de cómo el León podría devorarla de un solo bocado. Una preocupación genuina teniendo en cuenta las garras y los colmillos de la adormilada bestia que esperaba tras los barrotes, sin embargo la violencia de la reprimenda resultaba por completo desproporcionada. Mientras era sacudida Daphne no pudo evitar preguntarse cuánto duraría el hombre ante sus propias garras y los colmillos y, lo más importante, ¿hasta dónde llegaría su paciencia para soportar tal trato?

En medio de tan ruda y exagerada reprimenda la vampiresa reflexionaba sobre cómo sería su actuar a continuación ¿debería romperle el cuello al tosco humano o solo dejarle ir? Las voces que llegaban hasta sus finos oídos no representaban sorpresa alguna. Demasiados ojos cerca como para que el asesinato del hombre pasase completamente inadvertido, más aún después del alboroto creado por el propio gitano. Podría hacerlo, estaba segura pero, al final de cuentas ¿valdría la pena el esfuerzo? La conclusión fue negativa por lo que el hombre continuaría respirando, hasta la mañana siguiente al menos. Así, con la expresión en blanco, esperó, armándose de una paciencia de la que carecía esa noche en particular, hasta que él finalmente se cansó de zarandearla. Suelta ya del agarre solo caminó alejándose de la jaula, el león y el bruto mortal sin prestar mayor atención a lo que él continuaba vociferándole. Lanzó una última mirada al felino que seguía echado, mirando con modorra y desinterés la escena. Un espíritu salvaje destruido más que domado, un alma cansada por el dolor y el sacrificio en vano ¿era acaso éste el reflejo de su propio destino? Posiblemente solo se tratase de una mala racha, solo una noche en la que no era capaz de hallar la bondad en su existencia indefinidamente continuada. Lo que tenía que hacer era encontrar algo que le diese un propósito esa noche. Tal búsqueda podría ser tan sencilla o complicada como la misma vampiresa la concibiese y esto dependía, a su vez, de la respuesta a la pregunta: ¿Qué era exactamente lo que estaba buscando?

Caminaba lentamente, alejándose de las jaulas de los animales cuando una silueta se apostó a su lado en el camino. Se trataba de un muchacho con ojos claros encendidos, excitados y un poco desvergonzados, pero inocentes en el fondo. Sus ropajes demostraban su pobre estatus pero la seguridad con la que la abordó contradecía los estereotipos de comportamiento para la clase a la que obviamente pertenecía. Claro, debía también recordar que ella no exhibía su riqueza en su atuendo actual. De ser así, muy seguramente, ni siquiera hubiese pensado en abordarla en primer lugar. Hasta sus oídos llegaron las risas y bromas de los que debieran ser los compañeros de tertulia del joven humano. También percibió el aroma del licor que habían estado bebiendo. Él la observó con lujuria contenida, deteniéndose más de lo necesario en su escote. No le culpaba, un joven de esa edad era propenso a vivir dominado por las bajas pasiones.

Daphne le miró fijamente y con curiosidad mientras él le hablaba, aminorando el paso un poco, pero sin llegar a detenerse por completo. Una inteligencia superior no era requerida para adivinar cuáles eran sus intenciones. Ningún jovenzuelo se separaba de su grupo de amigos, y del trago que mediaba, sin una razón poderosa y esa razón, por supuesto, se encontraba entre sus piernas. Si fuese una humana trabajadora, decente y recatada posiblemente estaría horrorizada ante la idea, después de todo era solo un chiquillo comparado con la edad que aparentaba su cuerpo inmortal. Afortunadamente, tanto para él como para ella, no se trataba de una humana ni compartía ese tipo de inhibiciones morales. Él era apuesto y tentador, tal vez demasiado. Y así, sin tener la seguridad aún de lo que requería su alma cansada esa noche, de pronto se dio cuenta de que no era necesaria búsqueda alguna. Él le había encontrado y se presentaba a sí mismo como el gallardo y salvador caballero de una dama en posibles aprietos, o en busca de algunos según sus propias palabras.

- ¡Oh! Pero se equivoca usted, Monsieur – sonrió socarronamente al pronunciar la última palabra - No existe en realidad ningún peligro que desee llevarme conmigo – y era cierto. Buscaba compañía, alguna distracción que le ayudase a terminar la noche, pero definitivamente no saldría del circo gitano con un premio para colocar sobre su chimenea. - Pero lo que dice es muy cierto, existen muchos hombres sin escrúpulos y más de uno estaría interesado en aprovecharse de una mujer indefensa caminando en solitario. Dígame ¿puedo confiar en usted? ¿Es usted un hombre confiable? ¿Es acaso uno de esos caballeros ejemplares que menciona? – preguntó deteniéndose por fin y colocando una expresión entre intrigada y burlona. Mantenía una sonrisa irónica en los labios y las manos juntas a la altura del estomago. Esperaba intrigada cual sería la respuesta del humano ¿Se auto declamaría como un voluntarioso que no aceptaba un no por respuesta, como un sujeto sin respeto alguno por la integridad de una mujer indefensa o, lo peor de todo, como un buen samaritano? Y más importante aún ¿habría tomado tan poco alcohol como para poder hacerle frente a la faena en la que él mismo se había metido?