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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Dic 01, 2012 4:40 am

Recuerdo del primer mensaje :

Y solo había un túnel oscuro y sombrío,
… el mío


La noche había salido de juerga y dibujado en su lienzo a la reina y a sus siervas. Una vez más su séquito se preparaba para disfrutar del poder antes de perder – de nuevo – su imperio. La lucha eterna ensombrecía cada uno de sus actos. El diablo jugaba a tirar los dados. La lentitud enfermiza con que caían ponía a prueba su paciencia finita. Eran ellos quienes desataban a sus demonios. La bestia en su interior no coexistía, era demasiado orgullosa para aceptar a otros en las cercanías. Hacía mucho tiempo que había tomado el liderazgo. El vampiro la había aceptado cuando se arrastró por los confines del infierno para que le abrieran las puertas, buscando escapar de los gritos silenciosos de su propia sombra quien, perseguida por la soledad, se desplazaba por los confines de una mente caótica en su afán por luchar contra esa voz intermitente que le hablaba sobre placeres. Había estado ahí antes. Durante cientos de noches, se disfrazó de caballero e invitó cortésmente al mal a danzar en un vals donde todos aquéllos que quisieron o no, se vieron obligados a observar. Podría haber seguido así si no hubiese comenzado a hartarse de la inmortalidad. Había abandonado a su suerte a su siempre avariciosa compañera, a quien la inmoralidad nunca parecía importarle. Siempre existió quien solicitara una pieza, ansioso por corromperse en brazos de ella. Existían – por supuesto – aquéllas noches que no se resistía al encanto de la dama. Entonces apartaba a sus pretendientes y le dejaba seducirlo con su belleza. Ella siempre le aceptaba con una radiante sonrisa, misma que decía que siempre supo que volvería. Había estado todo bien antes. Él había logrado contener a sus demonios para no destrozar su imagen falsa – aquélla que establecía que era un hombre y no una bestia – hasta que encontró a alguien más en medio de todos esos espectadores y la invitó, por primera vez, a ese salón bordeado por la oscuridad y alimentado por un río de fuego voraz. No había advertido que la oscuridad estaba – también – tras ella. Habían sido consumidos por que sus bestias no habían aceptado el dominio completo de la otra o, al menos la suya, había estado desesperaba por gobernar sobre ella sin saberse presa.

- ¿Qué estamos haciendo aquí, Monsieur? La voz de la dama le atrajo, le devolvió esa sonrisa fantasmagórica a su rostro. Últimamente, su teatro se había convertido en su campo de recreo. Bastaba con seleccionar a cualquier humano que se aventuraba a cruzar sus majestuosas puertas para invitarlo a montar su propia escena. – Creía que nos dirigíamos a su mansión. Las sonrisas descaradas habían sido remplazadas por la cautela. La joven, quien había enviudado demasiado pronto – según sus palabras – había estado bastante interesada en olvidar su luto si la sociedad no se enteraba. Le había ofrecido ir a un lugar más cómodo y ella había aceptado entusiastamente. El interés del conde se había esfumado fríamente cuando se alejaron de la ciudad. La mansión Ralph estaba ubicada más allá de la laguna y los bosques. Nunca había tenido la verdadera intensión de llevarla a sus aposentos. Disfrutaría de los placeres de su cuerpo mientras su sangre abandonaba sus venas en cualquier sitio bajo los centinelas que iluminaban el firmamento. La tensión en sus músculos solo hacían referencia al peligro que comenzaba a pesar sobre el aire. Las manos de la humana se cerraban una y otra vez sobre el esponjoso vestido. La vena en su yugular palpitaba cada vez con más rapidez y sus colmillos – desesperados por enterrarse – presionaban para salir de su escondite. – Puedo prometerle dos cosas, ma chérie. Nadie nos interrumpirá. Nadie nos molestará. Se acercó a ella con rapidez. La joven no pudo seguir sus movimientos y pronto se vio atrapada contra uno de los troncos que se alineaban alrededor de la laguna. La Luna se reflejaba con tranquilidad sobre las frías aguas. La iluminación – aunque no era mucha – era suficiente para que ella le apreciara. La boca del vampiro se abrió para revelar los filosos colmillos. Un grito lleno de horror llenó a la noche. La humana intentó empujarlo pero jamás podría haberlo logrado. Una carcajada vacía se unió a los chillidos de la joven. – Grita todo lo que queráis. Nada me complacería más. El sarcasmo y la arrogancia se mezclaban en sus palabras. Esta vez, era él quien conducía a través de la pista de baile, al compás de una fúnebre sonata.



Última edición por Lucern Ralph el Jue Feb 14, 2013 10:27 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Tarik Pattakie Vie Jul 19, 2013 1:04 am

Esta necesidad de ti... Domina.


Orgullo. La palabra se arrastra con rapidez por su garganta, clava sus garras y le desgarra, pero se niega a pronunciarla. Incluso sus dedos dejan de trazar líneas invisibles sobre las curvas de su dama. Una de sus manos está profusamente enterrada en su melena, como si de esa forma, pudiese evitar que se alejara. Su calor le envuelve. Aún siente las palpitaciones alrededor de su miembro. La caricia íntima le desquicia. Ella le desquicia. Le roba los pensamientos. Su olor le aletarga. Podría quedarse en esa posición hasta que el maldito sol saliera si éste no amenazara con dañarla. Aunque él es capaz de entregarle el mundo solo para satisfacer sus caprichos, es consciente de que protegerla del astro no está en su poder. Sin embargo, no es su olor ni su sabor el que evitan que responda; son sus palabras, la convicción que éstas encerraban. Emite un desgarrador gruñido. No es amenazador, solo embrutecedor. Es el sonido que emitiría un animal que acaba de conocer la traición. Una diabólica sonrisa aparece lentamente en su boca. Sus colmillos solo es un añadido. La sangre salpica sobre la desnuda piel antes de que ella pueda comprender lo que pretende hacer. Es fascinantemente rápido. Son sus dedos los que cavan en su pecho. Arranca la carne sin conmiseración. Es viejo. Quizás no antiguo, pero sus años pesan. Antes de la llegada de Ágatha, se había estado dando por vencido. El aburrimiento es fatal para los vampiros. A veces ni el hambre, esa que nunca se sacia, es capaz de hacerlos reaccionar. Si no hubiese tenido humanos viviendo bajo su techo cuando se negaba a ir a cazar, la sed hubiese tomado el control de su cuerpo. El demonio haría todo por sobrevivir. Se lo había demostrado antes. El recuerdo de Astrid aún le mantenía frío. Su horror le había herido, pero eso había sido antes de que colgase muerta entre sus brazos; antes de que la odiara por darle la espalda. ¿La odiaba? ¿Y qué importaba? Ella ya no estaba más, y su memoria se desvanecía porque Ágatha era todo lo que quería y necesitaba. Seguir ese hilo de pensamiento le jodió aún más. Estaba tan ensimismado, tan perdido, que apenas y notó que ella intentaba detenerlo. Toda su mano – hasta la muñeca – estaba bañada en su propia sangre. Se detuvo cuando sus dedos tocaron el inútil órgano. Todo cazador sabía que uno de los pasos para destruir a uno de su especie, estaba en destruir el corazón. Por supuesto, cortar la cabeza también funcionaba, pero hacerlo no era tan fácil como sonaba. Al menos, claro, que tuvieras la fuerza necesaria.

Colocó su mano ensangrentada en la barbilla de su mujer para obligarla a que lo mirara. – Arráncalo. Si estás tan segura, hazlo. La soltó con rudeza. Las gotas carmesíes caían turbiamente de sus dedos. – Aquí tienes tu respuesta, Ágatha. Nunca te busqué por esto porque, a diferencia de ti, sabía que jamás podría tocarte para dañarte. No importaba cuánto lo deseara. ¡Y lo deseé! Cada maldita noche que no estabas en mi cama, lo hice. Cada maldita noche que te imaginé en los brazos de él. Escupió cada palabra con mordacidad, con agresividad. – Soy tan patético, como tú misma me has acusado de ser. Pero al diablo eso. Sino te veía, jamás lo sabrías. ¿Te tocó? ¿Luther? ¿Lo hizo? Esa vez, se negó a guardar las amenazas para sí mismo. – Porque entonces olvidaré que te salvó y lo cazaré. Incluso el más escurridizo de los ratones ve su fin. Y te advierto, que nadie juega con su presa como yo. No te engañes nunca, mi amor. Este vampiro solo funciona de esta manera contigo. Nadie más tiene ese poder sobre mí. Nadie. Repitió la palabra para darle énfasis aunque, no lo necesitaba, el tono afilado en su voz no permitía una mala interpretación. Clavó de nuevo sus dedos en el hueco que se había hecho. El dolor que sentía estaba opacado por la ira. Ira porque le demostraba que era su debilidad. – No me dejarás. Nunca. No le estaba preguntando y, sí, esa vez la estaba amenazando. Si bien no era capaz de hacerle daño, sí estaba dispuesto a privarle de su libertad si ese era el camino que le obligaba a tomar. Ella le había aceptado en su cuerpo de nuevo y esa era mejor que cualquier otra declaración. Llevó ambas manos a la cintura de la fémina. Aún estaba enterrado en ella. Todo lo que había ocasionado con tanto movimiento, era excitarse de nuevo. Se levantó del suelo, asegurándose de no abandonar la calidez de su cuerpo. – Cásate conmigo. Ahora. Soy un conde. Eso será suficiente para conseguir una maldita licencia. La mordió en la mejilla y finalmente, fue hasta su boca, donde la devoró con la misma condenada y brutal pasión que antes le poseyó.
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Mensaje por Hela Von Fanel Vie Jul 26, 2013 1:23 am


Él no lo sabe, pero el amor de Lorraine no es similar al que todos han podido sentir. Ella no tiene idea alguna de cómo reaccionar, como interpretar sus amenazas, sus reacciones, ella no puede  generar una caricia sin antes dar una estocada. El amor de Lorraine, es egoísta, posesivo, enfermo. No sabe de flores, ni corazones. A diferencia de él, Lorraine no pudo reconocer las caricias de las personas que la rodearon; no hubo en su infancia una sonrisa de aliento o alguien que alimentara sus sueños. Al creer, la inocencia se mutó en oscuridad y tardó más de dos siglos para darse cuenta de lo errático que era su mundo. Vacío, insensible e indiferente. La muerte no le había tocado y realmente no le importaba lo que ocurriese a su alrededor, porque para ella la vida era esa inmensa desolación. Sin darse cuenta, carecía de todo. La eternidad le resultaba absurda, distante, insoportable. Él apareció y todo su mundo se volcó sólo para complacerlo. Le había dado el poder de gobernar sobre ella. Le entregó su confianza. Se supo cegada ante lo que Lucern le ofrecía que no pidió nada a cambio más que la mirase como ella lo hacía. Le obsequió a él y sólo a él, lo que a ningún otro hombre pudo ofrecerle, su amor. Inocente, puro y frágil. Pero cuando él le dio la espalda, no sólo provocó la exaltación de los demonios en la dama, si no que había representado la muerte, el final que había estado esperando desde hace mucho tiempo sin que esta llegara. Su mente colapsó y se perdió a si misma. Tocó fondo y creyó no volver a salir de ese lugar nunca. Podía escuchar la voz de Lucern llamándole en la distancia, pronunciando su nombre como una maldita burla, transformando todo su sentir en ese odio irrevocable que la arrastró a desear su muerte, a querer ir a buscarlo para ser ella quien extirpara sus órganos uno por uno y acabar con él de la peor forma que pudiese imaginar. Mismo odio que impidiera se rindiera en ese año de podredumbre que protagonizó; fue en ese infierno que pudo conocerse a si misma y saber hasta qué punto llega su locura. Hecho que la orilló a sentir ese amor egoísta y siniestro que ahora le demuestra.

-¡Basta!- Exclama intentando detener el ataque de Lucern hacia su propio corazón. Fracasa al primer movimiento. Lo fulmina con la mirada. Gruñe. La segunda ocasión, gimotea llorosa como si no fuese el pecho del vampiro el que se abre al dolor, sino el propio quien sufre con la profundidad de sus dedos. -¡He dicho que basta!- Esta vez es él quien la suelta con brusquedad. Lorraine jadea. Escucha sus palabras. Le tiene recelo. Él había dicho que deseaba odiarle, recordarlo produce un sopor en su interior terrible e insoportable. Gruñe observando como el corazón de Lucern se encuentra completamente expuesto. Muerde su muñeca y deja salir la sangre de sus venas. Vacía el líquido sobre el pecho herido y ayuda a que la herida cicatrice con mayor rapidez. Cuando él pronuncia el nombre de Luther, una sonrisa siniestra y efímera aparece en sus labios. No es él a quien Lucern debería desmembrar. Una vez que la herida cierra por completo, coloca ambas manos sobre el rostro del vampiro. Suspira. -Alguna vez me dijiste que no sabías amar y que nadie te había querido. ¡Mentira! - Sus ojos, casi negros, profundizaron en los de él. – ¡Te amaron Lucern! Astrid y Merlina... Ellas te mostraron que no estabas sólo y de una u otra manera trataron de protegerte. Cada una de ellas te amó a su manera. Envidié a Astrid por haber sido la primer mujer, no en tu vida, en tu corazón, y a Merlina.... - Escupe el nombre con aberración y dolor. -Lo vi. Pude ver como te miraba. La rabia que emanaba de ella sólo era equiparable al amor que sintió por ti. Su dolor, su angustia. La carne estremeciéndose bajo tu famélico tacto. Fuiste su droga, su perdición. La odié, la aborrecí, quería matarla delante de ti... ahora la compadezco, porque no volverá a tenerte. Puedes culparme por ser egoísta, realmente no me importa.- Sus pupilas comienzan a cristalizarse. -No quiero, no soporto la idea de dejarte libre y que otra te ame con mayor intensidad que la mía. No estoy dispuesta a que seas de alguien más y te suplico que no me lo hagas de nuevo, porque te perdoné una vez, no podré hacerlo otra. Soy la única que puede hacerte daño, eres el único por quien moriría. Quiero protegerte, como ellas- Su máscara siniestra se derrumba y el dolor emerge desde la profundidad de sus ojos. La agonía es tan intensa que su cuerpo se estremece bajo el abrazo de Lucern.

Se levanta en seco, apoyándose de los hombros ajenos. Lo mira confundida, con extrañeza. La imposibilidad del momento fue completada con la pregunta del conde, una que no esperaba le hiciera, no después del daño que le provocó, no cuando el berrinche de la vampiresa supone más dolor en la existencia de Lucern. Sus labios se entreabren para decir algo, pero su voz le abandona. Sus orbes se pierden en los ajenos. Se le congelan los sentidos. Se sacude sintiendo el mordisco y el remate en sus labios. Fueron sólo segundos, que en su mente se hicieron eternos. Quiere romper en llanto, abrazarlo fuertemente y nunca, nunca separarse de él. –Esto es surreal.- Musita atrapando su labio inferior entre los dientes. –No pensé que aún quisieras casarte conmigo después de lo que hice- Ataca su boca con recelo, con hambre, con vehemencia. Su lengua explora la cueva ajena, peleando y entrelazándose con la suya. Es una guerra que ninguna de las dos desea perder. Sus manos se adueñan de cada centímetro de su espalda y los vellos de su piel, se erizan bajo el gélido abrigo del vampiro. Se funde en él como un reclamo. –Te amo tanto que…- Sonríe –Estoy casada ‘con z’, contigo desde la primera vez que te vi. Nunca fui de otro hombre.- Se muerde el labio inferior. –Me conformo con saber que eres mío, pero esa licencia me servirá para presumir tu apellido junto a mi nombre- Se encoge de hombros y vuelve a devorar sus labios.
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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Sep 11, 2013 2:05 am

El vampiro es incapaz de pronunciar el nombre de Ágatha sin gruñir. La aceitunada piel lo trae completa e irrevocablemente loco. Lo puso de rodillas desde el instante en que su mirada descendió para acariciarla. En ese entonces, solo había querido probarla. ¿Quién habría adivinado que su hambre por ella jamás se vería saciada? – Eres ambrosía, mi amor. Su miembro, aún erecto, se negaba a abandonar aquél cálido templo. Sus movimientos de cadera se hicieron más lentos. Era una tortura para sus instintos. Todo su maldito control era puesto a prueba. Sus orbes quemaban con posesividad. Sus manos dejaban un reguero de fuego ahí donde se posaban. Cada una de sus curvas era un tesoro. Su tesoro. Acarició su larga melena, complacido con su suavidad. Él no era un conformista. Nunca. Jamás se había negado así mismo cualquier clase de capricho. Entonces, ¿por qué iba a negarse aquello que más quería poseer? Por esa y otras razones, no había preguntado a la vampiresa si aún estaba dispuesta a atarse a él. No. Había tenido que ver cómo le abandonaba, para que su egoísmo liderara. Ella le había alimentado mientras exprimía hasta la última gota de su miembro. Él también le había proveído. ¡Demonios! Si se lo había exigido. – Lo quiero todo. No puedo aceptar menos. Sus dedos se enterraron en su trasero para acercarla. Más. Por su culpa, siempre estaba necesitado de más. Sus pieles chamuscaban. Su miembro se hinchó en su cremoso interior. Las paredes vaginales se estiraron para acogerlo. Volvió a pronunciar el nombre de su amada con reverencia. Ella domaba y enloquecía a la bestia. Sus testículos golpearon contra su carne. Parecía que ellos también querían abrirse paso en su canal cuando su ritmo fue en aumento. Su lengua saqueaba su boca. Besó su mejilla, su cuello, su hombro. – No puedo detenerme. Siseó. Su voz gutural terminaba en profundos gruñidos. – Estoy tan famélico. De ti. De esto. Descaradamente, deslizó sus dedos entre la separación de sus glúteos y, cuando ella soltó un sorpresivo jadeo, él estaba preparado para comérselo. El sonido murió en su garganta mientras la exploraba. Terminó el desgarrador beso. Los preciosos colmillos de su mujer, estaban contra los de él. – ¿Envidia? Ellas jamás podrán decir que estuve a su merced, Ágatha. Solo tú tienes ese derecho. Solo tú, tienes mi maldito corazón. Me lo arrancaría para ti. ¿Lo quieres?

Estimuló el anillo con uno de sus dedos, sin dejar atrás sus movimientos pélvicos. Se detuvo en cuanto se dio por satisfecho. La levantó de las caderas. Su miembro saltó fuera. La giró con rapidez. Una de sus manos cubrió su sexo, mientras con la otra, sostenía su falo. Lo posicionó entre los cachetes de su trasero. El brioso glande se abrió paso a través de su esfínter. Se obligó a esperar, aún cuando todo lo que quería era entrar hasta la profundidad. Sus yemas subieron. Jugaron con su ombligo. Recorrieron la marca del licántropo a consciencia. La memorizó. Subieron por su plano vientre. Se pasearon entre el valle de sus senos. Hizo escala en los picos de sus montañas. Su miembro había entrado otros centímetros. Mordió el lóbulo. Introdujo la lengua en su oreja. Gruñó solo para ella, como si estuviese contándole sus más oscuros secretos. Las caricias siguieron. Pasó por su cuello. Su labio inferior. Por sus caninos. Todo ella le pertenecía. Nadie, absolutamente nadie – excepto él – iba a tocarla de ese modo. Apoyó la frente en su nuca y, cuando su miembro estuvo completamente dentro, cerró ambas manos sobre sus senos. – Tu cuerpo es mío. Tus jadeos son míos. ¿Me sientes hasta el fondo, Ágatha? Se movió hacia atrás, su caliente vara abandonándola. Solo se dejó la punta. – Mi cuerpo solo tiene hambre de ti. El frío me reclama cuando no te toco. No vuelvas a castigarme. Embistió de nuevo hacia delante, enterrándose. – Somos uno solo. Mi mente, mi cuerpo, mi inexistente alma, te ha elegido a ti. Yo sí que te voy a presumir. Sonrió. Ella podía sentir cómo sus comisuras se curvaban sobre su piel. – Te haré el amor con la mirada cuando tengamos compañía. Haré que te desesperes por estar a solas conmigo. Vendrás a mí, así como yo siempre iré a ti, porque te amo, porque te necesito. Se abandonó al placer. De estar dentro de ella. De tenerla entre sus brazos. – Cargarás no solo con mi apellido, sino con mi olor, con mis marcas. Me has estado llevando a la demencia. Vive con las consecuencias. Ahora, llévame a casa. Y Ágatha… Gruñó. – Es una orden.
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Mensaje por Hela Von Fanel Lun Oct 14, 2013 8:49 pm



El tiempo se detiene a su alrededor. Suspendido en el aire, el polvo se congela con extrema lentitud, pareciera que no se mueve, que no cae y que tampoco se eleva por encima de los bestiales movimientos de la pareja. En los gestos de la mujer, puede apreciarse el sublime calor que él le hace sentir, la quema, la embriaga y martiriza sin si quiera tocarla. Y al deslizar los dedos sobre su tersa piel, consigue tocar las fibras más profundas de todo su ser. Jadeos, suspiros y el susurro de una promesa junto a su nombre. No hay sudor sobre su frente, todo el jugo que podría soltar, ya ha sido devorado por sus labios, saboreado por lengua y empapado su cuerpo. Y sus pensamientos se disparan, uno tras otro, en una convulsión universal, donde no logra reconocer ese hormigueo en su entrepierna que recorre su cavidad, entumece sus entrañas y le hace esgrimir un ronroneo en su garganta. Quiere más. No se cansa. Mueve las caderas al compás del saqueo que siente por parte de su verdugo. ¡Sí! ¡Su verdugo! Es literal, está matándola. Desliza ambas manos por el cuerpo ajeno, lo acaricia con destreza, desasosiego y adoración recelosa. Tanto que, aunque él se arrancase la piel, no podría deshacerse del tatuado hedor que ella ha dejado impregnado en su ser.

Mientras el mundo se iba al infierno, ella se aproximaba cada vez más al punto sin retorno, ese donde sus pupilas se dilatan, donde sus alaridos de placer se quedan cortos a comparación de lo que siente en su entrepierna. Sí, el estallido, la supernova que estalló en miles de pedazos, mutó a esa cancerígena sensación de absorción y vacío. Lorraine ha pasado de sentirse una diosa, a ser resumida a un simplón juego de letras bajo el yugo del Conde. Y es que no importa en la posición en que se encuentre, o si la está besando o embistiendo a profundidad, el mismo lo ha dicho… ella suplica por que la toque, porque él, ¡Ese maldito hombre! Ha conseguido lo que nadie podría jamás en la existencia, flageló a sus demonios y a pesar de que ella construyó un muro nuevo, ese también lo derrumbó. Su esfínter está destrozado, sus entrañas, se ajustaron al poco espacio que el miembro invasor les dejó. Aún puede sentir la caricia de su glande rasguñar la pared bajo su ombligo. Los agresivos dedos del vampiro acariciándole como a la seda más fina, su lengua entrometiéndose en su oído, sus colmillos mordisqueando con ilícita lujuria el lóbulo. Si ella tuviese que respirar o fuese una mortal cualquiera, habría muerto de la forma más erótica posible, con el orgasmo de su macho escurriéndose en su interior y expidiendo su último aliento en un gutural alarido con el nombre de su amado como dueño. No, no necesita respirar y verdaderamente no era necesario esperar a que sus pulmones se arrastrasen a un compás normal, no es su naturaleza recuperar el aliento para poder emitir palabras elocuentes, pero ella así lo necesitó. Se toma el tiempo suficiente para poder apreciar la unión de sus cuerpos como si fuesen uno sólo, como si no hubiese más espacio en el universo más que ese donde ambos quieren entrar, permanecer y ser. Si tiene corazón, después de todo.

-Hasta que tú muerte nos separe. Acepto- Sonríe y se escabulle bajo el abrazo de Lucern, dobla su cuerpo, arquea la espalda y alcanza sus labios para morderlos. Escurre el líquido escarlata, lo absorbe rápidamente con la lengua y rasga la misma con sus propios caninos. Vuelve a besarlo dejando que esta vez, la sangre inmortal de los dos se mezcle en sus fauces. -¿A casa?- Baja la mirada y niega con lentitud. No quiere ponerse de pie, no quiere que ese momento acabe, no le importa morir al amanecer mientras sea en compañía de él.  –Podría solo contemplarte toda la maldita eternidad, Lucern… pero entonces, me perdería de todos esos orgasmos que me haces padecer con insano masoquismo- Al decir esto, desliza su mano por el gigantesco falo que, no saciado con el acto anterior, aún continua erecto fuera de ella. Juguetea con sus dedos sobre lo largo, y aprieta lo ancho con la palma de sus manos. –Y dígame, señor Von Fanel… ¿No piensa llevarme en brazos hasta nuestro mausoleo adoquinado con pétalos y corazones humanos en una grata muestra de su romanticismo?- Lo suelta y se aparta escasos centímetros de él, distancia que su cuerpo resiente y le hace estremecer por sensación de abandono. Regresa rápidamente a él. –Porque igual no me importa si es una cloaca sucia. Donde sea que estemos los dos, juntos, desnudos y amándonos, ese es nuestro hogar- Se encoge de hombros y estira el cuello para morder la barbilla que tanto le gusta de ese hombre. Pasa la lengua por el vello que crece en esta zona. Le raspa, pero que cosquillosamente, le gusta. -Aunque el tuyo, siempre ha estado aquí- señala el lugar en su pecho donde se supone existe un corazón que si bien no ha palpitado durante un largo tiempo, si consigue latir con el simple soplo de su nombre.
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Mensaje por Tarik Pattakie Jue Oct 31, 2013 4:17 am

El gruñido que emite el vampiro parece más un bufido que un sonido amenazador. - ¿Von Fanel? Su ceja se levanta en un arco elegante mientras sus manos se cierran en torno a la cintura de la fémina. No puede apartar las manos de ella. Tocarla es un bálsamo para su cuerpo. Un atizador para su fuego. Cielo e infierno. Su miembro se irgue con orgullo entre ellos, busca el confort de la piel de su mujer; se presiona contra su vientre, dejando parte de su humedad en ella. El olor a sexo ha eclipsado cualquier otro aroma. Los diamantes que han sido volcados sobre el firmamento resultan tan falsos cuando los compara con sus hermosos orbes. Es la forma en que lo mira, le sonríe, le responde. - ¡¿Von Fanel?! Vuelve a gruñirle en reprimenda, pero pierde méritos cuando la besa. Su lengua se introduce para incitar a la suya a iniciar esa eterna y perversa lucha. No busca ser el vencedor ni el vencido. Se mueve, arremete y cede. El inicio de otro gruñido se escucha cuando él se detiene, pero lo silencia cuando regresa a por más. Asegura uno de sus brazos en torno a su cintura. No la quiere jugando a apartarse. La pega a él tanto como lo permite la piel. – No quería hacerlo, pero no me has dejado otra opción. ¿Eres consciente de que tengo que castigarte, cierto? Recorre su rostro con las yemas de sus dedos. No existe mujer más hermosa que ella. Hasta ese entonces, no había comprendido que siempre estuvo destinado a convertirse en un vampiro. Había nacido en la época incorrecta. Un mundo sin ella habría sido tan insulso y cruel. – Voy a tenerte atada y mojada en mi cama, tanto que, suplicarás que te deje descansar. ¿Sabes cuándo me detendré? Ágatha negó sutilmente con la cabeza, siguiendo – lo que creía – era un juego. Él aprovechó ese movimiento para descansar su mejilla contra la de ella. Le habló al lóbulo. – Me detendré cuando esté convencido de que la Señora Von Fanel ha perdido su apellido. Cuando usted, condesa, haya hecho saber, con sus gritos – recalcó – a todo Paris que se ha rendido. Eso me evitará tener que hacer llegar cartas. No es un secreto que odio hacerme cargo de la correspondencia. Lo que me recuerda…

Separó su torso de ella. La malicia en su mirada, esa que aseguraba que tenía toda la intención de cumplir con sus promesas, se oscureció. Rabia, en su más elemental forma, le envolvió. El colgante, con el escudo de su estirpe, se balanceó, aunado a los torbellinos de su malhumor. – A ese sirviente tuyo. Cada palabra iba cargada con más ira. – Lo mataré. La próxima vez que lo encuentre, lo mataré. Los dedos que apresaban su cintura se enterraron, haciéndole daño. – No me importa si significa algo para ti. Enarcó de nuevo su ceja cuando ella se relamió los labios. Fuese lo que fuese que iba a decir, le advirtió que se lo pensara con la mirada. Los celos eran un terrible enemigo a tener en cuenta. – No. Sí me importa. Si es verdad que significa algo para ti, lo trataré como se merece, sufrirá lentamente. Así que piensa bien lo que vas a decirme. De ti depende cómo será su muerte. Dimitri W. Von Fanel, así estaba firmada la carta que había llegado junto al paquete con las pertenecías de Ágatha. El muy bastardo había hecho uso del apellido de su mujer, restregándole su lazo. No conforme con ello, había estampado su burla en el contenido. Lucern jamás olvidaba un desafío, mucho menos una de semejante barbarie. – Tuve que valerme de mi escaso autocontrol para no ir tras él. Pasar en Inglaterra una temporada ayudó, pero lo hizo más el saber que si lo mataba, te haría feliz, porque eso significaba que tú ganabas. Que me importabas. El cantar de unas aves, les advirtió de que el amanecer estaba muy cerca. La Luna pronto cedería su trono. Tenían que marcharse. La quería bajo techo antes de que el puto Sol saliera. Nunca olvidaría la memoria que ella había compartido. Su convicción de ver el último amanecer. – Pero eso no importa ahora. Mis conclusiones fueron las incorrectas. Ahora lo culpo a él por el tiempo que pasé odiándote, cuando pude estar buscándote. Con evidente dificultad, se apartó de ella, yendo hasta donde había tirado su vestido. Éste se encontraba en muy mal estado. Había estado tan ansioso por tocar su piel, que simplemente lo había destrozado. – Tendrás que ponerte mi camisa. Los botones de ésta habían volado, pero al menos la cubriría. - Eso debería bastar para llegar a casa sin incidentes. Además, necesitaba apartar sus pensamientos de su desnudez. Tenía que concentrarse.
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Mensaje por Hela Von Fanel Miér Nov 06, 2013 10:01 pm


Su mirada, sus caricias, sus besos…, el infierno existe. Se trata de él. Cada movimiento de su cuerpo, cada respirar vacío, cada desprendimiento de roses piel a piel. Recostarse sobre su torso, verse reflejada en sus ojos, saborear el ilícito licor de sus fauces, impregnarse de su esencia y quedar tatuada con sus mordidas. ¿Puede el hombre encontrar la utopía en el cuerpo ajeno? Ella lo ha hecho. Y es su sonrisa quien lo demuestra. El escalofrío que recorre su cuerpo, inyecta la adrenalina directamente debajo de su vientre. La desesperada sensación de advertencia, se remueve constantemente en la unión de sus muslos. Es completa y totalmente inevitable sentir como la electricidad eyecta la sutil convulsión en sus caderas, quienes apremian el tacto de sus manos contra la piel desnuda del conde. ¿Qué le ha hecho? Miles de veces se lo ha cuestionado, la misma cantidad de veces en las que se ha respondido en vano. Dirige su atención al punto oscuro en sus ojos. El mar no es nada comparado con la intensidad de su tormenta, una sola visita al abismo de sus orbes y la perdición abrirá la puerta. Sumergida, hechizada, envuelta en un cobijo eterno y relativamente abrazador, sonríe al escuchar su rugir. Un refunfuño, un gruñido que ha estado revolcándose en sus pensamientos desde la épica noche en que le conoció. Así es él, un hombre diabólico y sensual que se jacta de sus pertenencias acechando a la víctima y alejando al enemigo con gruñidos, aterradores y amenazadores rugidos que para ella, no son otra cosa más que ronroneos. Pese a su reclamo, no dice nada. Espera que él ejecute. Niega a su pregunta, juega con él. Él no. Y se estremece ante la sola mención de la promesa. ¿Mojada? Mojada y suplicante ya está. ¿Acaso espera más, más de ella? Porque bien podría dárselo. ¡Con un demonio! ¡Lo que no le daría!

-Ágatha D’Ralph- Musita siguiendo el hilo de su lúgubre conversación. –Lucern D’Von Fanel- Sentencia con la ceja en lo alto. Esta vez, tampoco se trata de una opción, de una idea alocada en su mente. Habla enserio. -¿Acaso pensaste que sólo yo me convertiría en tu propiedad? Tú eres más mío, que lo que te perteneces a ti mismo. Yo soy más tuya, que lo que soy de mi misma. ¿Lo entiendes o es que debo castigarte como pretendes hacerlo conmigo?- La mueca en sus labios, forma una curva, una sonrisa siniestra. –La cosa es, Lucern D’Von Fanel que, a diferencia de ti, yo no te ataré a mi cama, para dejarte mojado y suplicante. Sencillamente, no voy a tocarte. No hasta que lo desees, no hasta que supliques, no hasta que dispongas de toda tu existencia por una milésima de segundo en que yo te rose… no hasta que tu cuerpo se seque, y aún sin nada en tu interior, sea tu anhelo de mí, lo que me reciba cada noche que venga a visitarte…- Sus manos lo acosan. Han recorrido cada milímetro de su cuerpo que él ni siquiera se dio cuenta de cuando fue que comenzó a masturbarlo. -¿Crees que soy cruel? Intenta volver a amenazarme de esa manera y lo confirmarás- Le guiñe el ojo. ¿Cuál desgraciada es Lorraine que puede hacer de un mimo lascivo, el infierno de un hombre? Se aleja de él sintiendo la lejanía del conde.

Puede verlo en sus orbes, los mismos que antes rebosaron de fidelidad y devoción, ahora refulgen en rabia y odio. Le teme. Un miedo irracional porque se supone no la lastimaría, pero irónicamente es el único ser sobre la fas de la tierra que puede, realmente, destruirla. Traga saliva, observando con cautela sus movimientos. Dobla las rodillas e intenta sentare, pero él la detiene apresando su cintura, encajando los dedos en el hueco de sus costillas. Jadea. Está lastimándola. Entonces observó la joya de su familia, misma de la que ella se había deshecho, misma que esperó no volver a ver nunca. Su rostro –al igual que el ajeno- deja de ser poseído por la condescendencia amorosa y se trastorna al rencor. ¡Le gusta escarbar en la tierra! –Es mi heredero- Simple. Vago. Con aquella frase lo había dicho todo. Lucern podría intentar asesinarlo, lo hubiese hecho en el jodido momento en que le entregó el paquete con la carta, pero no lo hizo. Lo fulmina con la mirada. «No puedes asesinar a quien protegió lo tuyo, cuando tú mismo le diste la espalda». Piensa. No dice nada, no porque tenga miedo de responderle, sino porque es inútil. Suspira con pesadez. No desea arruinarlo. Deja que la amargura del conde se filtre entre sus ojos, al verla completamente desprotegida ante él. Se coloca la camisa. Hunde la nariz en el cuello de esta y olfatea su inconfundible aroma. Se baña de él. Sonríe con melancolía. Lo observa distante, es evidente que tras lo que han vivido, no todo será pacífico y armonioso, pero no siempre será Lorraine quien de su brazo a torcer. Encaminándose hasta él, se relame los labios y salta, para caer en sus brazos. –¿No esperarás que me vaya caminando, o sí?- Mordisquea su mentón. –Soy frágil y no creo que quieras correr el riesgo de que me pierda en este inmenso bosque.- La sonrisa perdida, regrese a ella. Y es que sólo él puede conseguir ese acto ambiguo en las facciones de su rostro, sólo Lucern podría hacerle llorar y sonreír al mismo tiempo, porque sólo él es su alma…
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Mensaje por Tarik Pattakie Dom Dic 15, 2013 8:14 pm

La boca del conde se torció en una sonrisa enigmática, cínica, fría. Dejaría que su mujer creyese que pasaba por alto la forma en que había defendido a aquél bastardo. Su heredero. Así era como lo había llamado y por un demonio si eso no lo había molestado. Siglos de mostrarse indiferente le respaldaron. No había necesidad de iniciar otra batalla, por mucho que el desenlace le gustara. Lucern prefería trabajar de manera metódica y silenciosa.  Cuando se trataba de jugar al malo, nadie – excepto él – era el ideal para representar dicho papel. En realidad, aún estaba  sorprendido por cómo se habían girado las tornas cuando se encontró por primera vez con Lorraine. La vampiresa lo había hipnotizado con su seductora voz y su cuerpo creado para el pecado. Nunca antes, se había sentido atraído por una mujer como con ella. Había acaparado la atención de un sinfín de damas con tan solo una mirada que, lo fácil de dichos juegos de seducción, le habían  finalmente hastiado. – Mírate a través de mí, Ágatha. Su cabeza había caído sobre su cuello. Inhaló su olor. Todo él estaba impreso en su piel. Sondeó la mente ajena, aunque en realidad, era la suya la que estaba abriendo para ella. Deslizó su nariz sobre el mentón. Ella arqueó su cuerpo. Expuso su garganta. Él gruñó, complacido por el abandono con que se entregaba. Su lengua lamió, siguiendo su estricto recorrido. Se detuvo hasta que rodeó, con dedicación, su pezón. Lo metió en su boca. Lo mamó como si fuese un niño hambriento. – Este es mi regalo. Soltó su pico con un chasquido. La miró a los ojos y le mostró la noche en que se conocieron. No se trataba de ninguna ilusión. Ante ellos no se desarrolló la escena. Solo su mujer tenía derecho a presenciarla. El vampiro guardaba cada uno de sus recuerdos con recelo. Eran suyos. De ellos. Prodigó la misma atención al otro seno y, cuando se dio por satisfecho, empezó a abotonarle la camisa. – Ahora ya lo sabes. Supe que te haría mía, que sería tuyo; sino terminábamos enfrentándonos porque a ti, no te gustaba compartir la cena. La sonrisa del conde era pura insana diversión. Hacía tantos meses que no sonreía. Perderla, le había dejado con un vacío insoportable. – Tenemos que aprender a confiar el uno en el otro. No será fácil, no después de lo que ha pasado entre nosotros, pero lo solucionaremos.

La seriedad volvió a azotar su rostro cuando se alejó de su mente. – Solo no esperes lo imposible de mí. No se me da bien el compartir. No quiero. No lo haré. ¿Por qué crees que no he compartido mi sangre con ningún humano? No me gusta la idea de sentirme atado. Crear un vampiro, trae consigo responsabilidades. Ahora mismo, saber que diste de tu sangre a alguien más, me enfurece. Un intercambio es algo íntimo. Quizás más íntimo que la unión de dos cuerpos. Le gruñó. Estaban cerca de su territorio ahora. Tras compartir su memoria, los había llevado a través del bosque. La lúgubre mansión Ralph les daba la bienvenida. Escuchó un grito de horror provenir de la sala. “Darren”, pensó con disgusto. Seguramente, había llevado a algunas de ‘sus niñas’ para divertirse. Había intentado varias veces tentarlo con alguna de ellas. Sin embargo, el conde no compartía su estúpida fijación. Nunca había forzado a una mujer a que se acostara con él. Siempre existían formas de conseguir lo que uno se proponía, pero a su primo, eso no le parecía entretenido. Lucern, disfrutaba más de una buena caza, de la persecución. - ¿Te acostaste con él, Lorraine? Rodeó la casa. No iba a entrar por el umbral, no con Ágatha vistiendo solo su camisa. – Pasaste mucho tiempo a su lado, ¿cierto? No debería importarle, pero lo hacía, quizás porque su vástago había osado burlarse de su situación o quizás eran los malditos celos. Gruñó. Él no era celoso. Estaba bastante seguro de sí mismo como para caer en esos juegos, pero sus instintos por ella, eran extremadamente peligrosos. Además, no olvidaba que Lorraine había hurgado  en sus pensamientos y visto su encuentro con Merlina. ¿Se había acostado también con Luther en venganza? Saltó hasta su habitación.  Oscura. Solitaria. Fría. La depositó en la cama. – Sería inteligente de tu parte, considerar dejarlo. Nada bueno puede salir entre él y yo. Su cuerpo la cubría, amenazador. – Pero basta de tanta charla, mi cuerpo ya te extraña. La besó, con fiereza y pasión, al tiempo que arrancaba su camisa. Los gruñidos y sollozos de abajo, pronto perecieron bajo el fuego de su unión.
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