AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los restos de Yorick (Privado)
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Los restos de Yorick (Privado)
Recuerdo del primer mensaje :
Había mañanas en las que a París no le importaba mucho la fecha del calendario, y amanecía tan campante con el clima que se le antojaba fuera invierno o verano. Así uno encontraba días frescos entre una ola de calor y jornadas sorprendentemente cálidas cuando ya habían caído las primeras nieves. Cuando Edouard se despertó a las seis y media en punto - lo sabía siempre porque había un gallo en un corral cercano que tenía la puntualidad de un reloj de cuco suizo - supo por el ambiente que iba a hacer frío. No es que estuviera aterido bajo su cálida manta ni dentro del lecho en el que se acostaba solo con unos calzones largos, era algo intuitivo que flotaba en el aire. ¿Cómo explicarlo? Un aroma diferente, algo que se confirmó en cuanto abrió el ventanuco de su cuarto y la ráfaga de aire del Norte le puso la piel del pecho y los brazos erizada como un pollo. Tampoco es que eso fuera a alterar mucho sus quehaceres habituales porque siempre se lavaba con agua sin calentar, eso era un lujo reservado a los baños de Madame. De todas formas el muchacho lo veía lógico: era una faena tener que estar hirviendo cazos y cazos para lavarse por partes en la tinaja que le hacía las veces de aseo. Además el agua fresca lo terminó de despertar, y fue una suerte porque le esperaba un día de lo más movido: su señora iba a tener invitados para cenar y todos los criados de la casa andaban con el ajetreo de prepararlo todo, tanto era así que también se requirieron los servicios de Edouard para poner a punto el mantel de lino, la cubertería de las ocasiones especiales y preparar los siete platos de los que se compondría el menú. Fue tanto el trabajo que la noche llegó volando, y con ella la libertad inesperada.
- Quiero que Betrice y tú os quedéis en la casita del jardín. - Esas fueron las palabras exactas de Madame.
Ninguno de los miembros del personal del servicio de la casa de la señora tenían un hogar propio al que ir cuando terminaban la jornada, puesto que su jornada se consideraba intensiva. Los criados podían ser necesarios en cualquier momento de las veinticuatro horas del día y por tanto tenían habitaciones en la tercera planta, todas pequeñas y con dos cuartos de aseo compartidos para las mujeres y los hombres. Edouard no era una excepción pese a parecer a primera vista el favorito de Madame, y quitando el hecho de que muchas noches tenía que acudir al dormitorio principal por capricho de la mujer, normalmente ocupaba su estancia justo al lado de la de la anciana Betrice. No obstante había en el jardín una caseta que contenía lo básico para vivir con comodidad, un lugar ahora abandonado donde habían habitado los mozos de cuadras en la época en que la familia propietaria tenía caballos. Cuando había una ocasión especial en la que la señora quería que todo saliera perfecto solía enviar a la vieja nodriza a la casita, pero nunca había pedido a Edouard que la acompañara. Posiblemente los invitados que estaban por llegar fueran personas de moral estricta que podrían sospechar algo indecente si vieran el papel que el criadito tan joven cumplía al servicio de Madame, y por eso ella quería quitarlo de en medio. Iba a pasar una noche muy tranquila al lado de madre. Esa era su intención inicial hasta que se dio cuenta de que podía aprovechar para ir al cementerio a devolver su pañuelo a aquel hombre extraño que había conocido hacía ya nueve días, y al que por circunstancias de su vida diaria no había podido visitar todavía. Madre le instó a que aprovechara esas horas sin trabajo para ir a donde quisiera, y con esa bendición Edouard partió subido en el primer carro que encontró que se dirigía para allá.
Nunca había estado de noche en un cementerio, ¿por qué Dutuescu habría escogido aquel turno? Se le antojaba que todo aquello debía de verse siniestro a aquella hora, y en efecto así le pareció cuando arribó a su destino y franqueó la verja que lo saludó con un chirrido fantasmagórico. El frío le calaba los huesos y se arrebujó dentro de su abrigo con la nariz enterrada en la bufanda oscura. Se notaba que en esa ocasión había escogido él mismo su ropa porque todas las piezas eran humildes y acordes con su verdadera condición, pero sobre todo porque le aportaban una dignidad que no conseguía con las chaquetas conjuntadas que le imponía su patrona. Pasando rápido entre las lápidas, casi sin querer mirarlas, se dirigió a la única construcción que encontró cerca y que supuso sería el refugio del guardia o del sepulturero. Si Anuar no estaba allí dentro al menos habría alguien que le indicaría dónde podía encontrarlo, así que llamó con los nudillos a la puerta dando cuatro golpes secos.
- Quiero que Betrice y tú os quedéis en la casita del jardín. - Esas fueron las palabras exactas de Madame.
Ninguno de los miembros del personal del servicio de la casa de la señora tenían un hogar propio al que ir cuando terminaban la jornada, puesto que su jornada se consideraba intensiva. Los criados podían ser necesarios en cualquier momento de las veinticuatro horas del día y por tanto tenían habitaciones en la tercera planta, todas pequeñas y con dos cuartos de aseo compartidos para las mujeres y los hombres. Edouard no era una excepción pese a parecer a primera vista el favorito de Madame, y quitando el hecho de que muchas noches tenía que acudir al dormitorio principal por capricho de la mujer, normalmente ocupaba su estancia justo al lado de la de la anciana Betrice. No obstante había en el jardín una caseta que contenía lo básico para vivir con comodidad, un lugar ahora abandonado donde habían habitado los mozos de cuadras en la época en que la familia propietaria tenía caballos. Cuando había una ocasión especial en la que la señora quería que todo saliera perfecto solía enviar a la vieja nodriza a la casita, pero nunca había pedido a Edouard que la acompañara. Posiblemente los invitados que estaban por llegar fueran personas de moral estricta que podrían sospechar algo indecente si vieran el papel que el criadito tan joven cumplía al servicio de Madame, y por eso ella quería quitarlo de en medio. Iba a pasar una noche muy tranquila al lado de madre. Esa era su intención inicial hasta que se dio cuenta de que podía aprovechar para ir al cementerio a devolver su pañuelo a aquel hombre extraño que había conocido hacía ya nueve días, y al que por circunstancias de su vida diaria no había podido visitar todavía. Madre le instó a que aprovechara esas horas sin trabajo para ir a donde quisiera, y con esa bendición Edouard partió subido en el primer carro que encontró que se dirigía para allá.
Nunca había estado de noche en un cementerio, ¿por qué Dutuescu habría escogido aquel turno? Se le antojaba que todo aquello debía de verse siniestro a aquella hora, y en efecto así le pareció cuando arribó a su destino y franqueó la verja que lo saludó con un chirrido fantasmagórico. El frío le calaba los huesos y se arrebujó dentro de su abrigo con la nariz enterrada en la bufanda oscura. Se notaba que en esa ocasión había escogido él mismo su ropa porque todas las piezas eran humildes y acordes con su verdadera condición, pero sobre todo porque le aportaban una dignidad que no conseguía con las chaquetas conjuntadas que le imponía su patrona. Pasando rápido entre las lápidas, casi sin querer mirarlas, se dirigió a la única construcción que encontró cerca y que supuso sería el refugio del guardia o del sepulturero. Si Anuar no estaba allí dentro al menos habría alguien que le indicaría dónde podía encontrarlo, así que llamó con los nudillos a la puerta dando cuatro golpes secos.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Está bien, ambos lo necesitaban y por el momento no iban a tratar de indagarse más, no parecía que ninguno de los dos tuviera ganas. Edouard encontraba cierta similitud entre Anuar y él con dos ciegos que para conocerse tuvieran que extender las manos y palparse a tientas, fijar en la memoria la forma de cada rasgo del otro, no dejar ni un rincón antes de darse por satisfechos y decidir que ya podían comenzar a relacionarse porque se habían hecho una idea general del que tenían en frente. Ahora el criado al menos estaba satisfecho y no tocaría más, no buscaría nuevas respuestas, quizá con eso el interés que le despertaba el rumano acabara por extinguirse y se aburriera en su compañía. No tenía forma de saberlo porque nunca había frecuentado así a alguien extraño a su casa que no fuera April, y ella era tan niña que casi parecía su hermana menor.
Cogió una cerilla de la caja y apoyando el quinqué en el alféizar de una de las ventanas del edificio de la biblioteca prendió su llama con cuidado de no quemarse los dedos, girando luego la llave que lo hiciera alumbrar más y protegiéndolo del viento con el cristal dispuesto para ello. Al final no le había respondido a qué hora debía regresar, pero es que no quería tener que pensarlo. Madame no lo echaría en falta hasta la mañana y Betrice era perfectamente capaz de estar en la noche sin él, no le faltaba de nada en la casa del jardín donde se había quedado cómodamente instalada junto al fuego con su labor de costura. La pobre ya estaba artrítica pero aún encontraba gusto en tejer, a pesar de que le llevaban las prendas mucho más tiempo que cuando era joven y tenía los dedos ágiles. Casi todo lo que hacía eran tapetes decorativos o remiendos para Edouard, que de niño había sido muy inquieto y siempre andaba con desgarros en la ropa cara que le compraba Madame, cosa que le valía reprimendas y azotainas prácticamente cada día. Ahora ya rompía menos los pantalones, pero madre le reforzaba los botones y le almidonaba los cuellos con la misma dedicación. Para aquella mujer era un hijo de verdad.
- Solo los búhos cantan de noche. - Hizo notar el muchacho en un determinado momento, cuando ambos pasaron caminando por debajo de unos árboles que debían de ocultar el nido de uno de aquellos pájaros que se dejaba escuchar. - Parece que tienen el cielo para ellos solos.
Ya decía algo su carácter el hecho de que envidiara a las lechuzas por no tener otras aves que les hicieran compañía en lugar de sentir lástima por ellas. Parecía que le resultaba más fácil sentirse agobiado por la presencia de otros que solo sin ella.
Cogió una cerilla de la caja y apoyando el quinqué en el alféizar de una de las ventanas del edificio de la biblioteca prendió su llama con cuidado de no quemarse los dedos, girando luego la llave que lo hiciera alumbrar más y protegiéndolo del viento con el cristal dispuesto para ello. Al final no le había respondido a qué hora debía regresar, pero es que no quería tener que pensarlo. Madame no lo echaría en falta hasta la mañana y Betrice era perfectamente capaz de estar en la noche sin él, no le faltaba de nada en la casa del jardín donde se había quedado cómodamente instalada junto al fuego con su labor de costura. La pobre ya estaba artrítica pero aún encontraba gusto en tejer, a pesar de que le llevaban las prendas mucho más tiempo que cuando era joven y tenía los dedos ágiles. Casi todo lo que hacía eran tapetes decorativos o remiendos para Edouard, que de niño había sido muy inquieto y siempre andaba con desgarros en la ropa cara que le compraba Madame, cosa que le valía reprimendas y azotainas prácticamente cada día. Ahora ya rompía menos los pantalones, pero madre le reforzaba los botones y le almidonaba los cuellos con la misma dedicación. Para aquella mujer era un hijo de verdad.
- Solo los búhos cantan de noche. - Hizo notar el muchacho en un determinado momento, cuando ambos pasaron caminando por debajo de unos árboles que debían de ocultar el nido de uno de aquellos pájaros que se dejaba escuchar. - Parece que tienen el cielo para ellos solos.
Ya decía algo su carácter el hecho de que envidiara a las lechuzas por no tener otras aves que les hicieran compañía en lugar de sentir lástima por ellas. Parecía que le resultaba más fácil sentirse agobiado por la presencia de otros que solo sin ella.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Sonrió de medio lado arropado entre la obscuridad “los búhos no cantan” pensó, encontrando en aquella mentira la verdad más precisa, la que brinco frente a él en pos de una oración sin sentido emergida de unos labios extraños de un perfecto desconocido que sin embargo, lograba descubrir con ansiada facilidad. Y no logro comprender si aquello se debía a su escondida similitud o al hecho de poseer destreza con los acertijos, porque Edouard era un rompecabezas con piezas que se perdían con facilidad –Tu podrías cantar de día o de noche-pronuncio, sin pretender que comprendiera el verdadero sentido de su respuesta.
Palpo entre sus manos los libros que habían decidido hurtar para comenzar las lecciones del menor, necesitarían también un montón de hojas donde escribir y un tintero con una pluma apta para los primeros trazos, no de aquellos ostentosas y exuberantes que solo dificultaban el movimiento por su pesadez. El nunca había poseído de aquellas pero había estado en presencia de algunas, moviéndose altivamente sobre las hojas con las pomposas plumas realizando extraños e inusuales bailes sin ton ni son, un manojo de blancura sacudiéndose aquí y allá. Se pregunto, si la madame de Edouard usaba de aquellos objetos y si su riqueza había mermado en su alma como en la de tantos ricos y herederos.
El empedrado bajo sus pies indicaban el camino que debían seguir para regresar al cementerio, el lóbrego lugar del cual había huido tiempo atrás y al cual se había visto obligado a regresar por la pobreza que lo atormentaba, si tan solo hubiese aprendido una profesión. Suspiro hasta que sus pulmones quedaron libres de aire –Sera mejor que andes más aprisa para tener tiempo hoy- miro por encima de su hombro sin cesar su andar, el, quien siempre parecía desconectado a la velocidad de las personas, el niño triste que caminaba con parsimonia apresurando ahora a un igual para no desperdiciar las horas, ahora preciadas, de aprendizaje para el francés.
Después de enseñarle a leer y escribir podría comprar libros de geografía, historia e inclusive de astrología y aunque su profesión no era la de maestro podría intentar, se prometía hacerlo. Hecho la nuca sobre la espalda observando la bóveda estrellada que se alzaba prominente allá en el cielo, recordó, cuando era más joven, cuando era un niño y todavía soñaba. Soñaba con ser un ave y volar al sol, y entonces sus plumas doradas se fundían con el calor, se derretían sobre su cuerpo sin doler pues así como Edouard envidiaba a los búhos el ansiaba poder volar, despegar los pies de la tierra por un instante en libertad porque era esclavo, esclavo de sus propios pensamientos.
Palpo entre sus manos los libros que habían decidido hurtar para comenzar las lecciones del menor, necesitarían también un montón de hojas donde escribir y un tintero con una pluma apta para los primeros trazos, no de aquellos ostentosas y exuberantes que solo dificultaban el movimiento por su pesadez. El nunca había poseído de aquellas pero había estado en presencia de algunas, moviéndose altivamente sobre las hojas con las pomposas plumas realizando extraños e inusuales bailes sin ton ni son, un manojo de blancura sacudiéndose aquí y allá. Se pregunto, si la madame de Edouard usaba de aquellos objetos y si su riqueza había mermado en su alma como en la de tantos ricos y herederos.
El empedrado bajo sus pies indicaban el camino que debían seguir para regresar al cementerio, el lóbrego lugar del cual había huido tiempo atrás y al cual se había visto obligado a regresar por la pobreza que lo atormentaba, si tan solo hubiese aprendido una profesión. Suspiro hasta que sus pulmones quedaron libres de aire –Sera mejor que andes más aprisa para tener tiempo hoy- miro por encima de su hombro sin cesar su andar, el, quien siempre parecía desconectado a la velocidad de las personas, el niño triste que caminaba con parsimonia apresurando ahora a un igual para no desperdiciar las horas, ahora preciadas, de aprendizaje para el francés.
Después de enseñarle a leer y escribir podría comprar libros de geografía, historia e inclusive de astrología y aunque su profesión no era la de maestro podría intentar, se prometía hacerlo. Hecho la nuca sobre la espalda observando la bóveda estrellada que se alzaba prominente allá en el cielo, recordó, cuando era más joven, cuando era un niño y todavía soñaba. Soñaba con ser un ave y volar al sol, y entonces sus plumas doradas se fundían con el calor, se derretían sobre su cuerpo sin doler pues así como Edouard envidiaba a los búhos el ansiaba poder volar, despegar los pies de la tierra por un instante en libertad porque era esclavo, esclavo de sus propios pensamientos.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/06/2010
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Edouard sabía tan poco de búhos como del resto del mundo que le rodeaba, y del que conocía lo mínimo porque había vivido siempre en una especie de realidad alternativa, adaptada, dentro de los muros del hospicio y después de la casona de Madame, de donde salía solo acompañado de ella y en circunstancias que no eran las que el muchacho desearía en condiciones normales. A él le gustaría tener cualquier otro oficio, uno en el que cada mañana pudiera decidir desde dónde quería ver salir el sol y en el que cada noche pudiera escoger irse a la cama solo. Nunca había anhelado la presencia de una compañera para su vida, y aunque consideraba esa independencia como una ventaja lo cierto es que objetivamente quizá no fuera tal. Los corazones enamorados tienen una fuerza y un espíritu de libertad adonde quiera que vayan de los que el chico carecía por completo, y al disponer de tan pocos alicientes para su espíritu en caso de que decidiera abandonar su posición actual le era más costoso atreverse a dar el paso. Arriesgarse a saltar sin tener una red debajo, él, que siempre había seguido en su existencia el guión que le habían escrito otros sin darle oportunidad de opinar al respecto.
No comprendió del todo la frase que Anuar le dedicó pero pensó amargamente que no, que solo podría cantar cuando los demás le dieran permiso. ¿Acaso no había sido así siempre? Edouard había tenido que aplazar todos sus deseos hasta el punto que ya no sabía ni cuáles eran. ¿Qué le gustaba, qué haría si de pronto le tocase un premio millonario? Alguien había apagado tiempo atrás la llama que ardería sobre él si fuera una vela, y la única luz que creía poseer era la del quinqué que todavía llevaba entre las manos. Apretó el paso cuando Dutuescu se lo pidió, sin abrir los labios para quejarse porque no le molestaba caminar rápido y porque así aprovecharían mejor las horas que tenían por delante.
Cuando el rumano se giró a mirarlo el francés se percató de que el rumano sí tenía esa llama, o al menos la había tenido. Si no era una persona que conociera ya las pasiones de la aventura de la vida sí las había conocido tiempo atrás, o eso supo Edouard de pronto sin poder precisar de dónde provenía aquella certeza. Sabiendo que quizá el otro no estaría de acuerdo si se lo decía pensó que lo envidiaba. Envidiaba a Anuar porque era mejor haber amado y haber perdido que nunca haber amado nada ni a nadie.
- ¿Podré volver otra vez? - Preguntó entonces deseando que el pintor lo mirase otra vez, hablando con cualquier pretexto para poder confirmar su impresión de antes en su mirada. - Al cementerio. ¿Podré volver para más lecciones si me puedo escapar otro día?
No comprendió del todo la frase que Anuar le dedicó pero pensó amargamente que no, que solo podría cantar cuando los demás le dieran permiso. ¿Acaso no había sido así siempre? Edouard había tenido que aplazar todos sus deseos hasta el punto que ya no sabía ni cuáles eran. ¿Qué le gustaba, qué haría si de pronto le tocase un premio millonario? Alguien había apagado tiempo atrás la llama que ardería sobre él si fuera una vela, y la única luz que creía poseer era la del quinqué que todavía llevaba entre las manos. Apretó el paso cuando Dutuescu se lo pidió, sin abrir los labios para quejarse porque no le molestaba caminar rápido y porque así aprovecharían mejor las horas que tenían por delante.
Cuando el rumano se giró a mirarlo el francés se percató de que el rumano sí tenía esa llama, o al menos la había tenido. Si no era una persona que conociera ya las pasiones de la aventura de la vida sí las había conocido tiempo atrás, o eso supo Edouard de pronto sin poder precisar de dónde provenía aquella certeza. Sabiendo que quizá el otro no estaría de acuerdo si se lo decía pensó que lo envidiaba. Envidiaba a Anuar porque era mejor haber amado y haber perdido que nunca haber amado nada ni a nadie.
- ¿Podré volver otra vez? - Preguntó entonces deseando que el pintor lo mirase otra vez, hablando con cualquier pretexto para poder confirmar su impresión de antes en su mirada. - Al cementerio. ¿Podré volver para más lecciones si me puedo escapar otro día?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Sonrió, observando el suelo resplandeciente bajo sus pies, iluminado por las leguas de fuego que lamian las paredes del quinqué, escondiendo con una franja rojiza la verdadera tonalidad del suelo. No había necesidad de preguntar porque el rumano había comenzado ya a idear la mejor manera de enseñarle en los próximos encuentros, se precipitaba a la posibilidad de no verlo más, la excluía- Puedes venir cada que tengas la oportunidad- aseveró, y si Edouard mencionaba la posibilidad de que los encuentros se dieran en forma contraria no dudaría en aceptar aunque, sabia, era inútil aguardar la posibilidad.
-La próxima vez que vengas puedo darte una copia de la llave de la- pauso unos instantes porque no sabia realmente que clase de refugio era aquel en que mantenían los veladores los papeles y objetos –la cabaña- puntualizó. Así, no tendría que esperar entre muertos y obscuridad, la austera noche resguardaba en su seno la existencia de criaturas a las que prefería no exponer al francés pues dejarlo merodear por las tumbas seria ofrecerlo en charola de plata. Frunció en el entrecejo al grado en que sus cejas se dividían solo por un surco en su piel, tendría que buscar los libros que hablaban de aquellos seres para introducirlos en su lectura por lo menos así podría asegurarse que aunque fuese en cuentos, los conocería.
La puerta del cementerio quedo pronto frente a él, con las rejas terminando en una espantosa punta que le recordaba a los jiferos de los demontres que lo solían agobiar en sueños, cabalgando a lomo de quimeras con fauces extensas para engullir de una sola estocada a su presa. Abrió la rejilla escuchando el lastimero llanto que había escuchado antes de partir ¿Provenían las voces del oxido del fierro o de los habitantes de la necrópolis? –Pero me tendrías que prometer algo- no podía arriesgarse a dejar a su carácter juvenil la responsabilidad de decidir no pasearse de aquí a allá, tenía que materializarlo en palabras y de pronto se sintió de nuevo con un deje paternal que no había sentido con anterioridad .
Giro su rostro fijando en el otro sus melados orbes –Vas a aprender el camino a la cabaña y no te vas a desviar de él- su voz severa carecía de autoridad, se le antojaba más como una petición. Y sin esperar respuesta prosiguió con su andar, porque quizás en sus ojos podría descubrir la verdad, tan necios a negarse a aprender el arte de mentir. El francés le preocupada, y era un sentimiento que prefería no relevar quizás así, si lo mantenía acallado en la lejanía con el tiempo se llegaría a extinguir.
-La próxima vez que vengas puedo darte una copia de la llave de la- pauso unos instantes porque no sabia realmente que clase de refugio era aquel en que mantenían los veladores los papeles y objetos –la cabaña- puntualizó. Así, no tendría que esperar entre muertos y obscuridad, la austera noche resguardaba en su seno la existencia de criaturas a las que prefería no exponer al francés pues dejarlo merodear por las tumbas seria ofrecerlo en charola de plata. Frunció en el entrecejo al grado en que sus cejas se dividían solo por un surco en su piel, tendría que buscar los libros que hablaban de aquellos seres para introducirlos en su lectura por lo menos así podría asegurarse que aunque fuese en cuentos, los conocería.
La puerta del cementerio quedo pronto frente a él, con las rejas terminando en una espantosa punta que le recordaba a los jiferos de los demontres que lo solían agobiar en sueños, cabalgando a lomo de quimeras con fauces extensas para engullir de una sola estocada a su presa. Abrió la rejilla escuchando el lastimero llanto que había escuchado antes de partir ¿Provenían las voces del oxido del fierro o de los habitantes de la necrópolis? –Pero me tendrías que prometer algo- no podía arriesgarse a dejar a su carácter juvenil la responsabilidad de decidir no pasearse de aquí a allá, tenía que materializarlo en palabras y de pronto se sintió de nuevo con un deje paternal que no había sentido con anterioridad .
Giro su rostro fijando en el otro sus melados orbes –Vas a aprender el camino a la cabaña y no te vas a desviar de él- su voz severa carecía de autoridad, se le antojaba más como una petición. Y sin esperar respuesta prosiguió con su andar, porque quizás en sus ojos podría descubrir la verdad, tan necios a negarse a aprender el arte de mentir. El francés le preocupada, y era un sentimiento que prefería no relevar quizás así, si lo mantenía acallado en la lejanía con el tiempo se llegaría a extinguir.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Era cálida la sensación de tener otro lugar a donde ir, aunque fuese una cabaña que se caía a trozos en medio de un cementerio oscuro y triste. Para Edouard aquel cobertizo rivalizaría con los palacios más lujosos si podía huir y acogerse dentro de él cada vez que en la casa grande Madame lo mandara llamar. Sabía que eso no era posible, porque su señora no tardaría nada en despacharlo si descubría que el criado se escabullía como una rata para no atender sus deseos, pero soñar era gratis y en su imaginación Edouard ya había construido un verdadero refugio en medio de todas las lápidas de Montmartre. Más aún cuando Anuar ofreció darle una llave.
- ¿Te fías de mí? - Preguntó. - Podré entrar en el lugar donde duermes.
No es que no pensara que el rumano ya había contemplado los pros y contras antes de proponerle el favor, pero el chico quería estar seguro de que después Dutuescu no lo lamentaría. Solo Betrice había depositado en Edouard alguna vez un voto de confianza y era agradable saber que también otra persona - y además alguien externo, sin lazos de afecto con él - creía que Edouard era digno de fiarse. Se dio cuenta de que por alguna razón la aprobación del pintor, tener su respeto, significaba algo importante para él.
Caminó alzando más el brazo para que el quinqué iluminara el sendero frente a ambos, porque al traspasar la verja del camposanto el terreno se volvía más abrupto y podían tropezar. Gracias a aquel gesto pudo apreciar con todo detalle una vez más la expresión de los ojos de Anuar cuando volvió a mirarlo, y entonces se preguntó si no había imaginado todo lo que había pensado antes. No, era bien cierto, allí estaban escondidas las cenizas de un fuego que una vez debió de arder con tanta intensidad que el recuerdo de sus chispas todavía atormentaba a su dueño. El rumano había conocido algo que había querido conservar y que parecía habérsele escapado. ¿Un amor, tal vez? ¿Un sueño? A lo mejor se trataba simplemente de algo material, como una casa, de la que fue poseedor y que ahora echaba de menos. Edouard nunca había sido un romántico y por eso no optó en seguida por la opción de una muchacha que le hubiera robado el corazón al artista, no veía por qué tenía que ser necesariamente eso. No todo el mundo llegaba a conocer el sentimiento estremecedor de beber los vientos por otro ser humano, algunas gentes pasaban por la vida sin atarse jamás a nadie. Al criado no le preocupaba ser de ese segundo grupo porque no creía que fuera a perderse nada por no amar, pero sí quería querer algo. Lo que fuera. En su ingenuidad casi infantil creía que era mucho mejor anhelar algo que no se podía recuperar que no desear jamás nada.
Si le sorprendió la petición de Anuar no lo demostró, o al menos nadie que no fuera muy observador habría podido saberlo. En el fondo le incomodó la cercanía que de pronto el rumano parecía tener con él. ¿Qué le importaba si se apartaba del camino? ¿Qué le importaba si se perdía o si le atacaban, si ya no se veían más? A Edouard le daba miedo depender de otros o que otros le apreciaran, pero lo temía precisamente porque las palabras del rumano le prendieron un sentimiento muy hondo como de pertenencia. Él quería ser un alma libre y creía que cualquier cercanía, incluso la de los amigos, resultaría un lastre cuando al fin pudiese verse libre de ataduras y alzar el vuelo. Igual que los franceses temían a los extranjeros de piel oscura por puro desconocimiento, el joven sirviente temía al afecto. Sin embargo no podía evitar al mismo tiempo querer alimentarse de él.
- No me desviaré. - Se oyó decir a sí mismo sin reconocerse.
Pero inmediatamente después de soltarlo se sintió mejor. Eso era lo que hacían las personas, ¿no? Se preocupaban unas por otras. No quiso seguir pensando en lo que ocurriría si Anuar y él empezaban a llevarse mejor, así que se fijó en el sendero que seguían hasta que llegaron a la puerta de la cabaña y el rumano abrió la puerta.
- ¿Te fías de mí? - Preguntó. - Podré entrar en el lugar donde duermes.
No es que no pensara que el rumano ya había contemplado los pros y contras antes de proponerle el favor, pero el chico quería estar seguro de que después Dutuescu no lo lamentaría. Solo Betrice había depositado en Edouard alguna vez un voto de confianza y era agradable saber que también otra persona - y además alguien externo, sin lazos de afecto con él - creía que Edouard era digno de fiarse. Se dio cuenta de que por alguna razón la aprobación del pintor, tener su respeto, significaba algo importante para él.
Caminó alzando más el brazo para que el quinqué iluminara el sendero frente a ambos, porque al traspasar la verja del camposanto el terreno se volvía más abrupto y podían tropezar. Gracias a aquel gesto pudo apreciar con todo detalle una vez más la expresión de los ojos de Anuar cuando volvió a mirarlo, y entonces se preguntó si no había imaginado todo lo que había pensado antes. No, era bien cierto, allí estaban escondidas las cenizas de un fuego que una vez debió de arder con tanta intensidad que el recuerdo de sus chispas todavía atormentaba a su dueño. El rumano había conocido algo que había querido conservar y que parecía habérsele escapado. ¿Un amor, tal vez? ¿Un sueño? A lo mejor se trataba simplemente de algo material, como una casa, de la que fue poseedor y que ahora echaba de menos. Edouard nunca había sido un romántico y por eso no optó en seguida por la opción de una muchacha que le hubiera robado el corazón al artista, no veía por qué tenía que ser necesariamente eso. No todo el mundo llegaba a conocer el sentimiento estremecedor de beber los vientos por otro ser humano, algunas gentes pasaban por la vida sin atarse jamás a nadie. Al criado no le preocupaba ser de ese segundo grupo porque no creía que fuera a perderse nada por no amar, pero sí quería querer algo. Lo que fuera. En su ingenuidad casi infantil creía que era mucho mejor anhelar algo que no se podía recuperar que no desear jamás nada.
Si le sorprendió la petición de Anuar no lo demostró, o al menos nadie que no fuera muy observador habría podido saberlo. En el fondo le incomodó la cercanía que de pronto el rumano parecía tener con él. ¿Qué le importaba si se apartaba del camino? ¿Qué le importaba si se perdía o si le atacaban, si ya no se veían más? A Edouard le daba miedo depender de otros o que otros le apreciaran, pero lo temía precisamente porque las palabras del rumano le prendieron un sentimiento muy hondo como de pertenencia. Él quería ser un alma libre y creía que cualquier cercanía, incluso la de los amigos, resultaría un lastre cuando al fin pudiese verse libre de ataduras y alzar el vuelo. Igual que los franceses temían a los extranjeros de piel oscura por puro desconocimiento, el joven sirviente temía al afecto. Sin embargo no podía evitar al mismo tiempo querer alimentarse de él.
- No me desviaré. - Se oyó decir a sí mismo sin reconocerse.
Pero inmediatamente después de soltarlo se sintió mejor. Eso era lo que hacían las personas, ¿no? Se preocupaban unas por otras. No quiso seguir pensando en lo que ocurriría si Anuar y él empezaban a llevarse mejor, así que se fijó en el sendero que seguían hasta que llegaron a la puerta de la cabaña y el rumano abrió la puerta.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
La pregunta se sumergió en sus adentros empapándose de mil respuestas a la vez, si se fiaba o no de el era algo que no se había llegado a cuestionar pues el rumano tenia la mala costumbre de no medir las posibilidades cuando de darle refugio a alguien se trataba. Le miro por encima del hombro asintiendo, Edouard no parecía ninguna especie de asesino serial y aunque pudiese así serlo si había conseguido salir airoso del encuentro con un hombre lobo un hombre no suponía mayor reto. Estremeció, el vello de la nuca se le erizo y lamentó haber ideado la posibilidad –¿Te fías de mi por ofrecerte el lugar donde duermo?- se encogió de hombros extrañado de esos matices que había comenzado a olvidar poseía.
¿Se fiaba Edouard de él? Pues, y a fin de cuentas, era el joven francés quien se adentraba en un cementerio a mitad de la noche para recibir lecciones de un extraño, un joven arisco que profesando la mundana indiferencia daba matices de santo. Pero aquello no había forma de saberlo pues verdades como esa permanecían aun ocultas a su ser más aun consideraba que su interior resguardaba demonios del mismo talle que aquellos que pintaban toscamente en sus libros de infancia. La tía Elisa sabía como materializarlos a la perfección, atormentando su niñez con historias que jamás llego a creer como verdaderas sino hasta la noche misma en que le conoció. Había caído de un árbol adentrándose en su vida.
Su respuesta lo tranquilizo y pudo haber agregado que se debia a la falta de seguridad en el lugar, podría haberle contado que los ladronzuelos y afligidos abundaban por ahí. No le interesaba, sin embargo, que comenzara a creer que le importaba su seguridad, aunque aquello no distaba mucho de la realidad no lo descubriría por propia voz. Saco las llaves del bolsillo introduciéndola en el cerrojo para hacer girar el pestillo sin mayor esfuerzo –Puedes dejar el quinqué sobre la mesa- dejó caer los libros sobre la cama para rebuscar entonces entre los cajones las hojas sueltas que solía guardar. En antaño le habían servido para dibujar cuando la inspiración se acunaba en su cabeza hogaño, eran solo el recuerdo del ayer.
Coloco el tintero y la pluma cerca de las hojas que encontró, arrugadas y un tanto viejas pero cumplían con su función –Supongo que sería bueno comenzar con el alfabeto- le enseñaría el sonido de cada letra y el trazo preciso sobre la hoja unirlas después debía ser una labor más sencilla que memorizar lo anterior, no necesitaba preocuparse desde ahora por las excepciones gramaticales ni diptongos, cosas que, ni siquiera el sabia con claridad. Pues si el alfabeto rumano lo había aprendido con ayuda de un maestro el habla francesa había sido tanto más difícil de comprender, comparando palabras y estructuras fue que consiguió aprender.
¿Tenía que enseñarle como los maestros enseñaba a los niños? ¿O en su condición de adolescente seria una ofensa fatal siquiera intentarlo? Lo debía intentar. Trazo una esbelta “A” y una rechoncha “a” pronunciándolas en voz alta solo para después ofrecerle el tintero al otro –Cuando yo aprendí rumano me hacían escribir la letra una y otra vez, supongo que así debe funcionar- le ofreció asiento avergonzándose de no ser un mejor maestro –Es la primera letra del alfabeto- suponía que además debía darle un concepto amplio de lo que estaba por aprender.
¿Se fiaba Edouard de él? Pues, y a fin de cuentas, era el joven francés quien se adentraba en un cementerio a mitad de la noche para recibir lecciones de un extraño, un joven arisco que profesando la mundana indiferencia daba matices de santo. Pero aquello no había forma de saberlo pues verdades como esa permanecían aun ocultas a su ser más aun consideraba que su interior resguardaba demonios del mismo talle que aquellos que pintaban toscamente en sus libros de infancia. La tía Elisa sabía como materializarlos a la perfección, atormentando su niñez con historias que jamás llego a creer como verdaderas sino hasta la noche misma en que le conoció. Había caído de un árbol adentrándose en su vida.
Su respuesta lo tranquilizo y pudo haber agregado que se debia a la falta de seguridad en el lugar, podría haberle contado que los ladronzuelos y afligidos abundaban por ahí. No le interesaba, sin embargo, que comenzara a creer que le importaba su seguridad, aunque aquello no distaba mucho de la realidad no lo descubriría por propia voz. Saco las llaves del bolsillo introduciéndola en el cerrojo para hacer girar el pestillo sin mayor esfuerzo –Puedes dejar el quinqué sobre la mesa- dejó caer los libros sobre la cama para rebuscar entonces entre los cajones las hojas sueltas que solía guardar. En antaño le habían servido para dibujar cuando la inspiración se acunaba en su cabeza hogaño, eran solo el recuerdo del ayer.
Coloco el tintero y la pluma cerca de las hojas que encontró, arrugadas y un tanto viejas pero cumplían con su función –Supongo que sería bueno comenzar con el alfabeto- le enseñaría el sonido de cada letra y el trazo preciso sobre la hoja unirlas después debía ser una labor más sencilla que memorizar lo anterior, no necesitaba preocuparse desde ahora por las excepciones gramaticales ni diptongos, cosas que, ni siquiera el sabia con claridad. Pues si el alfabeto rumano lo había aprendido con ayuda de un maestro el habla francesa había sido tanto más difícil de comprender, comparando palabras y estructuras fue que consiguió aprender.
¿Tenía que enseñarle como los maestros enseñaba a los niños? ¿O en su condición de adolescente seria una ofensa fatal siquiera intentarlo? Lo debía intentar. Trazo una esbelta “A” y una rechoncha “a” pronunciándolas en voz alta solo para después ofrecerle el tintero al otro –Cuando yo aprendí rumano me hacían escribir la letra una y otra vez, supongo que así debe funcionar- le ofreció asiento avergonzándose de no ser un mejor maestro –Es la primera letra del alfabeto- suponía que además debía darle un concepto amplio de lo que estaba por aprender.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
La respuesta era que sí, pero en lugar de decir eso le contestó con una de sus sonrisas medio torvas. ¿Qué le iba a hacer aquel sepulturero forzado? No creía que nadie se tomara la molestia de asaltar una biblioteca con otra persona y prometerle lecciones de escritura para después asesinarlo cuando se distrajera, era demasiado trabajo para conseguir un fin tan simple. Tampoco podía ver ningún otro objetivo oculto en la invitación del rumano, no querría robarle porque Edouard no tenía nada, y en cuanto a aprovechar su amistad para ascender... bueno, el chico era un sirviente, la clase más baja de toda la escoria de París. Sus intenciones tenían que ser honradas a la fuerza.
Depositó el quinqué donde Anuar le pidió y se frotó las manos para hacer entrar en calor a sus dedos. Con la llegada de la noche las temperaturas no habían mejorado nada, y a pesar de la época en la que se encontraban el muchacho había tenido frío durante su excursión. Se abrió la chaqueta gruesa que llevaba puesta y se pasó una mano por el cabello en un gesto que tenía por costumbre, mil veces repetido, y que no hacía ningún favor a su peinado. Como aquel día Madame no le había hecho rizos artificiales Edouard lucía los suyos naturales, que eran a todas luces más salvajes y espesos que los fabricados con tenacillas calientes. Daba lo mismo un poco más de desorden en aquella cabellera ya indómita de por sí.
- Alfabeto. - Repitió en voz baja, más bien para sí mismo.
Le gustaba cómo sonaba aquella palabra, no sólo por el orden de sus letras y su musicalidad sino porque para él significaba lo mismo que el vocablo magia. La lectura no le parecía un pasatiempo sencillo sino una tarea de titanes, una lucha del hombre contra algún mago malévolo que había querido ocultar los secretos del mundo transformándolos en aquel juego de rayas y puntos que se esparcían desordenados por el pergamino. Cualquier texto era un desafío para el muchacho, que lo contemplaba como si a base de dejar pasar los minutos se le fuera a aparecer de la nada su significado con repentina claridad. Obviamente eso no sucedía, y a Edouard de momento le estaban vetados los placeres de un libro o una carta. Con la cantidad de gente analfabeta que había en esa época no era de extrañar que el oficio de escriba prosperara con facilidad, la profesión de la gente que ofrecía sus servicios para plasmar en papel las letras que otro menos cultivado quería enviar como misiva a sus parientes. Seguramente dichos parientes tendrían que valerse a su vez de otro escriba para comprender el mensaje, pero así funcionaba el mundo y no había otra manera de transmitir noticias al extranjero.
No se molestó en absoluto porque Anuar le enseñara como a un niño, ya que sus trazos eran efectivamente los de un infante torpe que ni siquiera sabe cómo debe coger correctamente la pluma. El primer contacto de Edouard con el papel dejó testigo en la historia como una mancha de tinta amorfa en la esquina superior izquierda de la hoja. El chico volvió a probar y esta vez dio con la fuerza necesaria requerida para trazar líneas del grosor deseado, así que se puso manos a la obra e intentó copiar los caracteres que el pintor había dejado para él como modelo. En su concentración se inclinó tanto sobre la mesa que prácticamente estaba acostado en ella, tan absorto con su trabajo que no se percató de que la punta de su lengua asomaba ligeramente por entre la comisura derecha de sus labios. Parecía que se estuviera enfrentando al reto intelectual más abismal de toda su vida. El resultado fue una especie de círculo con patitas tembloroso y desigual. Lejos de frustrarse Edouard expresó por vez primera un auténtico júbilo en su rostro, sus rasgos duros se relajaron y su sonrisa fue abierta y honrada, sin reservas de ninguna clase. Por un momento volvió a tener ocho años.
- ¿Podrías dibujarme el alfabeto entero? - Le pidió a Anuar. - Así si no puedo venir en un tiempo practicaré en casa.
Para él eso de escribir seguía resultando tan ajeno que había usado sin darse cuenta el verbo dibujar.
Depositó el quinqué donde Anuar le pidió y se frotó las manos para hacer entrar en calor a sus dedos. Con la llegada de la noche las temperaturas no habían mejorado nada, y a pesar de la época en la que se encontraban el muchacho había tenido frío durante su excursión. Se abrió la chaqueta gruesa que llevaba puesta y se pasó una mano por el cabello en un gesto que tenía por costumbre, mil veces repetido, y que no hacía ningún favor a su peinado. Como aquel día Madame no le había hecho rizos artificiales Edouard lucía los suyos naturales, que eran a todas luces más salvajes y espesos que los fabricados con tenacillas calientes. Daba lo mismo un poco más de desorden en aquella cabellera ya indómita de por sí.
- Alfabeto. - Repitió en voz baja, más bien para sí mismo.
Le gustaba cómo sonaba aquella palabra, no sólo por el orden de sus letras y su musicalidad sino porque para él significaba lo mismo que el vocablo magia. La lectura no le parecía un pasatiempo sencillo sino una tarea de titanes, una lucha del hombre contra algún mago malévolo que había querido ocultar los secretos del mundo transformándolos en aquel juego de rayas y puntos que se esparcían desordenados por el pergamino. Cualquier texto era un desafío para el muchacho, que lo contemplaba como si a base de dejar pasar los minutos se le fuera a aparecer de la nada su significado con repentina claridad. Obviamente eso no sucedía, y a Edouard de momento le estaban vetados los placeres de un libro o una carta. Con la cantidad de gente analfabeta que había en esa época no era de extrañar que el oficio de escriba prosperara con facilidad, la profesión de la gente que ofrecía sus servicios para plasmar en papel las letras que otro menos cultivado quería enviar como misiva a sus parientes. Seguramente dichos parientes tendrían que valerse a su vez de otro escriba para comprender el mensaje, pero así funcionaba el mundo y no había otra manera de transmitir noticias al extranjero.
No se molestó en absoluto porque Anuar le enseñara como a un niño, ya que sus trazos eran efectivamente los de un infante torpe que ni siquiera sabe cómo debe coger correctamente la pluma. El primer contacto de Edouard con el papel dejó testigo en la historia como una mancha de tinta amorfa en la esquina superior izquierda de la hoja. El chico volvió a probar y esta vez dio con la fuerza necesaria requerida para trazar líneas del grosor deseado, así que se puso manos a la obra e intentó copiar los caracteres que el pintor había dejado para él como modelo. En su concentración se inclinó tanto sobre la mesa que prácticamente estaba acostado en ella, tan absorto con su trabajo que no se percató de que la punta de su lengua asomaba ligeramente por entre la comisura derecha de sus labios. Parecía que se estuviera enfrentando al reto intelectual más abismal de toda su vida. El resultado fue una especie de círculo con patitas tembloroso y desigual. Lejos de frustrarse Edouard expresó por vez primera un auténtico júbilo en su rostro, sus rasgos duros se relajaron y su sonrisa fue abierta y honrada, sin reservas de ninguna clase. Por un momento volvió a tener ocho años.
- ¿Podrías dibujarme el alfabeto entero? - Le pidió a Anuar. - Así si no puedo venir en un tiempo practicaré en casa.
Para él eso de escribir seguía resultando tan ajeno que había usado sin darse cuenta el verbo dibujar.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Se disponía a darle al joven su espacio para comenzar con su labor de aprender, aquello hasta que el cuerpo de Edouard pareció querer acostarse sobre la mesilla. Sus labios se abrieron para dejar emerger la corrección, no era una buena postura para escribir y esa clase de hábitos había aprendido era mejor erradicar desde el principio. Su rostro ensimismado, sin embargo, le impidió sentirse indicado para robar su atención ahora que parecía enteramente entregado a algo. Se limito entonces a sonreír de medio lado y andar algunos silenciosos pasos hasta la esquina contraria del lugar, donde yacía la cama tapizada de objetos fuera de lugar.
Tomo las hojas sueltas apilándolas según su contenido en una creciente columna en una esquina de la cama, a un lado de los libros que ahora tendría que esconder de los otros hombres que habitaban aquel lugar a otras horas del día. Dudaba que a algunos le fuese a interesar el contenido que escondían los tomos en su interior y aun así prefería no arriesgarse a perderlos por un descuido que podría haber evitado con facilidad. El pago que recibían semanalmente por su trabajo era no por menos lastimero y un poco de dinero extra vendiendo libros a nadie le podía caer mal “Ni siquiera a ti” pensó, a sabiendas que no sería capaz de dicha acción.
-Es importante que también te aprendas su pronunciación- así matarían dos pájaros de un tiro. Saco una pluma más vieja y corroída de uno de los estantes, con manchones azabaches aquí y allá y las plumas ahora mordidas o cercenadas dejaban al descubierto una varilla. Apoyo una hoja nueva perpendicular a la que Edouard poseía –Mientras puedes seguir practicando ese trazo- tendría que conseguir hojas nuevas para poder continuar. Remojo la plumilla en el tintero para comenzar a escribir el alfabeto con cada letra en mayúscula y minúscula con dos dedos de diferencia cuando la letra cambiaba.
Los primeros trazos salieron fluidos, como si su mano danzara sobre la hoja apenas y rozando el papel, con mayúsculas esbeltas y rechonchas minúsculas. El temblor comenzó cuando se aproximaba a la última decena, entonces los trazos temblaron y extrañas malformaciones crecieron en las letras –Te enseñare el resto después- no podía enseñarle los trazos si no podía hacerlos con propiedad. Se limitó, a dejar la hoja a un lado de Edouard y regresar a la esquina contraria de la habitación pues en nada le servía lamentarse o enojar, sus emociones, no cambiarían lo que era en realidad –Tu nombre lleva una a- pronunció de pronto, centrando su atención en el progreso.
Necesitaba que el francés aprendiera a escribir su propio nombre porque en algún mundo apócrifo aquello lo volvía poseedor de su propia identidad.
Tomo las hojas sueltas apilándolas según su contenido en una creciente columna en una esquina de la cama, a un lado de los libros que ahora tendría que esconder de los otros hombres que habitaban aquel lugar a otras horas del día. Dudaba que a algunos le fuese a interesar el contenido que escondían los tomos en su interior y aun así prefería no arriesgarse a perderlos por un descuido que podría haber evitado con facilidad. El pago que recibían semanalmente por su trabajo era no por menos lastimero y un poco de dinero extra vendiendo libros a nadie le podía caer mal “Ni siquiera a ti” pensó, a sabiendas que no sería capaz de dicha acción.
-Es importante que también te aprendas su pronunciación- así matarían dos pájaros de un tiro. Saco una pluma más vieja y corroída de uno de los estantes, con manchones azabaches aquí y allá y las plumas ahora mordidas o cercenadas dejaban al descubierto una varilla. Apoyo una hoja nueva perpendicular a la que Edouard poseía –Mientras puedes seguir practicando ese trazo- tendría que conseguir hojas nuevas para poder continuar. Remojo la plumilla en el tintero para comenzar a escribir el alfabeto con cada letra en mayúscula y minúscula con dos dedos de diferencia cuando la letra cambiaba.
Los primeros trazos salieron fluidos, como si su mano danzara sobre la hoja apenas y rozando el papel, con mayúsculas esbeltas y rechonchas minúsculas. El temblor comenzó cuando se aproximaba a la última decena, entonces los trazos temblaron y extrañas malformaciones crecieron en las letras –Te enseñare el resto después- no podía enseñarle los trazos si no podía hacerlos con propiedad. Se limitó, a dejar la hoja a un lado de Edouard y regresar a la esquina contraria de la habitación pues en nada le servía lamentarse o enojar, sus emociones, no cambiarían lo que era en realidad –Tu nombre lleva una a- pronunció de pronto, centrando su atención en el progreso.
Necesitaba que el francés aprendiera a escribir su propio nombre porque en algún mundo apócrifo aquello lo volvía poseedor de su propia identidad.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Edouard repitió la A y la a varias veces sin llegar a sentirse satisfecho del todo con ninguna de sus interpretaciones. Aferraba primero con tanta fuerza la pluma que el trazo le salía demasiado grueso y unas ramas se juntaban con las otras, y aprender a deslizar el instrumento de escritura por el papel le llevó unos cuantos intentos. Escribir parece algo obvio cuando uno lo ha aprendido desde pequeño, pero el muchacho tenía ya veinte años y para él formar un texto era algo tan extraño e indescriptible como si le pidieran que operara a alguien del corazón. No se dio cuenta de lo que Anuar iba haciendo por la cabaña porque estaba muy entretenido con su nueva afición, tanto que a lo mejor si el rumano se hubiera marchado el chico no se habría dado cuenta hasta pasados cuarenta minutos.
- A. - Pronunció alto y claro.
Al menos esa parte era sencilla porque gracias a Dios hablar sí sabía. Había una pregunta que le rondaba por la cabeza pero temía que si se la planteaba a Dutuescu creyera que era estúpido, aunque por otra parte en eso consistía el aprender. Betrice siempre le decía que era mejor preguntar algo y parecer tonto que no hacerlo y ser ignorante para siempre.
- ¿Por qué las letras se escriben de dos formas? - Señaló la mayúscula y la minúscula. - ¿Puedes escoger la que más te gusta?
Por si ya no era bastante complicado aprender a leer encima tenía que vérselas con dos formatos de lo mismo.
Siguió con atención la mano del pintor mientras hacía nacer de la nada todo un alfabeto de hermosos caracteres intrigantes para el francés, que no sabría distinguir en absoluto entre una letra de verdad y una que el otro se inventara. Por eso mismo no habría sabido decir si de pronto las líneas se habían vuelto temblorosas, pero sí vio que el pulso le fallaba a Anuar y que se detenía. Aquello le intrigó, pero acorde a su carácter reflexivo e introvertido no dijo nada en el acto, solo fingió no haberlo visto. Sabía que el rumano era pintor y que actualmente no se dedicaba a ello, así que atar cabos le llevó solo un segundo. Mientras seguía trazando as se cuestionó también si ése sería el origen de todo ese halo taciturno y algo patético que envolvía al artista.
- Edouard. - Dijo como para confirmar. - Es verdad, al final. Anuar tiene dos.
Era curiosa la forma en que todo se componía de letras, desde lo más simple hasta lo más maravilloso. Incluso la palabra maravilloso estaba hecha de letras.
Se giró para enseñarle sus progresos al rumano y lo vio en la otra esquina algo cabizbajo. ¿Le estaría molestando su presencia allí? Él mismo se sorprendía de estar tolerando tanto tiempo la compañía de otra persona que no fuera madre, pero como tenía una tarea entre manos las horas pasaban raudas. Anuar en cambio podía estar aburriéndose, igual quería descansar o seguir haciendo lo que fuera que hacía cuando el criado le fue a interrumpir a su lugar de trabajo. Sin embargo en lugar de ofrecerle marcharse dirigió la vista a sus manos, que ya no parecían tener ningún problema, y alargó un brazo con sus propios dedos abiertos esperando la entrega de algo.
- ¿Me dejas ver? - Preguntó, esperando que el pintor le dejase observar de cerca su muñeca. - Madre tiene artritis.
No era ni por asomo la misma dolencia que padecía el rumano, fuera la que fuese, y tampoco es que Edouard fuera a saber curarle, pero tenía buena intención. No se detuvo a pensar que si en efecto aquello era la fuente de desdicha de Dutuescu éste podría ofenderse por la propuesta. Solo quería mirar porque era curioso y porque le debía algo al otro, y pensó que si no era capaz de aliviarle al menos sí podría darle la tregua de hablar del problema con él. Había gente a la que eso le ayudaba.
- A. - Pronunció alto y claro.
Al menos esa parte era sencilla porque gracias a Dios hablar sí sabía. Había una pregunta que le rondaba por la cabeza pero temía que si se la planteaba a Dutuescu creyera que era estúpido, aunque por otra parte en eso consistía el aprender. Betrice siempre le decía que era mejor preguntar algo y parecer tonto que no hacerlo y ser ignorante para siempre.
- ¿Por qué las letras se escriben de dos formas? - Señaló la mayúscula y la minúscula. - ¿Puedes escoger la que más te gusta?
Por si ya no era bastante complicado aprender a leer encima tenía que vérselas con dos formatos de lo mismo.
Siguió con atención la mano del pintor mientras hacía nacer de la nada todo un alfabeto de hermosos caracteres intrigantes para el francés, que no sabría distinguir en absoluto entre una letra de verdad y una que el otro se inventara. Por eso mismo no habría sabido decir si de pronto las líneas se habían vuelto temblorosas, pero sí vio que el pulso le fallaba a Anuar y que se detenía. Aquello le intrigó, pero acorde a su carácter reflexivo e introvertido no dijo nada en el acto, solo fingió no haberlo visto. Sabía que el rumano era pintor y que actualmente no se dedicaba a ello, así que atar cabos le llevó solo un segundo. Mientras seguía trazando as se cuestionó también si ése sería el origen de todo ese halo taciturno y algo patético que envolvía al artista.
- Edouard. - Dijo como para confirmar. - Es verdad, al final. Anuar tiene dos.
Era curiosa la forma en que todo se componía de letras, desde lo más simple hasta lo más maravilloso. Incluso la palabra maravilloso estaba hecha de letras.
Se giró para enseñarle sus progresos al rumano y lo vio en la otra esquina algo cabizbajo. ¿Le estaría molestando su presencia allí? Él mismo se sorprendía de estar tolerando tanto tiempo la compañía de otra persona que no fuera madre, pero como tenía una tarea entre manos las horas pasaban raudas. Anuar en cambio podía estar aburriéndose, igual quería descansar o seguir haciendo lo que fuera que hacía cuando el criado le fue a interrumpir a su lugar de trabajo. Sin embargo en lugar de ofrecerle marcharse dirigió la vista a sus manos, que ya no parecían tener ningún problema, y alargó un brazo con sus propios dedos abiertos esperando la entrega de algo.
- ¿Me dejas ver? - Preguntó, esperando que el pintor le dejase observar de cerca su muñeca. - Madre tiene artritis.
No era ni por asomo la misma dolencia que padecía el rumano, fuera la que fuese, y tampoco es que Edouard fuera a saber curarle, pero tenía buena intención. No se detuvo a pensar que si en efecto aquello era la fuente de desdicha de Dutuescu éste podría ofenderse por la propuesta. Solo quería mirar porque era curioso y porque le debía algo al otro, y pensó que si no era capaz de aliviarle al menos sí podría darle la tregua de hablar del problema con él. Había gente a la que eso le ayudaba.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Rebusco la manera de contestar su cuestión, una respuesta simple, que no lo llevara a mas incógnitas –Usas las grandes para empezar una oración o para escribir nombres de personas o lugares- intentaba recordar las palabras que su maestro de la infancia había usado con el cuándo cuestionamientos como aquellos abordaban su ser –Pero solo las usas en la primera letra, lo demás va con las pequeñas- se encontró a si mismo usando un vocabulario infantil, sencillo, carente de rebuscados nombres o adjetivos. Aunque debía enseñarle que unas eran mayúsculas y otras minúsculas –Las grandes son mayúsculas y las pequeña minúsculas- si ¿Sería demasiada información para una sola sesión? Dejaría a albedrio del francés indicarle cuando se saturase de conocimiento.
-Muchas palabras tienen a- asintió conforme la hoja del francés se llenaba de diversos trazos aquí y allá. Algunos, no parecían más que círculos irregulares con extrañas terminaciones pero conforme iba avanzando la letra se mostraba cada vez más precisa revelando su propia identidad sin necesidad de tener que idear un completo dialecto de jeroglíficos –Creo que solo la e se usa más- extendió el dedo índice señalando el trazo que debía ser la e en el alfabeto que le había trazado y seguía expuesto sobre la mesilla, alumbrado tenuemente por la luz que manaba ígnea del quinqué. Comenzó a pensar en el nombre de cada objeto que se encontraba en el lugar, repleto de letras y sonidos si lo pensaba así.
Su petición si bien le tomo por sorpresa no le molesto ni inmuto, observo su mano unos instantes antes de extenderla hacia el, la derecha y no la izquierda era la del verdadero problema –Dudo que sea artritis- confesó, observando cualquier punto de la habitación que distrajera su atención –Son solo ligeros temblores- su atención la capto las palabras del francés, había dicho con anterioridad que el no conocía a sus padres y sin embargo pronunciaba ahora aquella palabra maternal cargada de algo que no logro definir como cariño pero que se le antojaba fuese así. Se alegró, que hubiese alguien en aquella casona en la que seguramente vivía que pudiese mermar en aquella coraza de dolor, alguien a quien realmente pudiese apreciar. Pues comprendía que era el cariño y ninguno otro sentimiento el que hacía a las personas soñar y a aquel niño le hacia falta abrir las alas y lanzarse a la nada.
-No creo que valga la pena que gastes tiempo en esto- sabía de antemano que Edouard nada podía hacer y si no se había negado a dejarlo ver era solo porque no deseaba ofenderlo con tanta obviedad. Alejo con lentitud su mano para señalar con la mirada la mesa donde reposaban los objetos de enseñanza. Soren había hecho, tiempo atrás, una labor espectacular al reacomodarle los dedos y sabía que era por ello que ahora los podía mover, lucían rectos a comparación de los ángulos grotescos que solían tener. Y de pronto se cuestiono que había sido de Erkki y si en su calidad de doctor le podría ayudar, meneo disimuladamente la cabeza desechando la idea pues bien sabia el que en instante mismo que cruzara el lumbral de la puerta la suerte se terminaba para él.
-Muchas palabras tienen a- asintió conforme la hoja del francés se llenaba de diversos trazos aquí y allá. Algunos, no parecían más que círculos irregulares con extrañas terminaciones pero conforme iba avanzando la letra se mostraba cada vez más precisa revelando su propia identidad sin necesidad de tener que idear un completo dialecto de jeroglíficos –Creo que solo la e se usa más- extendió el dedo índice señalando el trazo que debía ser la e en el alfabeto que le había trazado y seguía expuesto sobre la mesilla, alumbrado tenuemente por la luz que manaba ígnea del quinqué. Comenzó a pensar en el nombre de cada objeto que se encontraba en el lugar, repleto de letras y sonidos si lo pensaba así.
Su petición si bien le tomo por sorpresa no le molesto ni inmuto, observo su mano unos instantes antes de extenderla hacia el, la derecha y no la izquierda era la del verdadero problema –Dudo que sea artritis- confesó, observando cualquier punto de la habitación que distrajera su atención –Son solo ligeros temblores- su atención la capto las palabras del francés, había dicho con anterioridad que el no conocía a sus padres y sin embargo pronunciaba ahora aquella palabra maternal cargada de algo que no logro definir como cariño pero que se le antojaba fuese así. Se alegró, que hubiese alguien en aquella casona en la que seguramente vivía que pudiese mermar en aquella coraza de dolor, alguien a quien realmente pudiese apreciar. Pues comprendía que era el cariño y ninguno otro sentimiento el que hacía a las personas soñar y a aquel niño le hacia falta abrir las alas y lanzarse a la nada.
-No creo que valga la pena que gastes tiempo en esto- sabía de antemano que Edouard nada podía hacer y si no se había negado a dejarlo ver era solo porque no deseaba ofenderlo con tanta obviedad. Alejo con lentitud su mano para señalar con la mirada la mesa donde reposaban los objetos de enseñanza. Soren había hecho, tiempo atrás, una labor espectacular al reacomodarle los dedos y sabía que era por ello que ahora los podía mover, lucían rectos a comparación de los ángulos grotescos que solían tener. Y de pronto se cuestiono que había sido de Erkki y si en su calidad de doctor le podría ayudar, meneo disimuladamente la cabeza desechando la idea pues bien sabia el que en instante mismo que cruzara el lumbral de la puerta la suerte se terminaba para él.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Mayúscula y minúscula eran palabras que ya usaba para otros menesteres, así que no tenía que aprender vocabulario nuevo. Uno podía llevarse una sorpresa mayúscula, por ejemplo, aunque si se trataba de Edouard probablemente en su cara solo se observaría un cambio minúsculo como respuesta. Al muchacho le gustaban las palabras porque su vida estaba más llena de ellas que de las acciones que representaban. Las palabras le ayudaban a imaginar lugares donde nunca había estado y formas de vida inalcanzables para alguien como él, así como también le servían para evadirse en esos momentos en que su cuerpo tenía que ejecutar tareas que se le antojaban desagradables. No podía leer poemas nuevos pero conocía de memoria algunas canciones y fábulas que Betrice le había cantado siendo un niño.
- También tengo una e. - Se dio cuenta refiriéndose a su nombre. - Pero tú no. A lo mejor es porque eres extranjero. A lo mejor porque no haces las cosas como los demás.
Su reflexión no estaba hecha para que nadie pudiera seguirle el hilo, realmente el criado solo pensaba en voz alta, algo que se había acostumbrado a realizar en presencia de Anuar y que vaticinaba que no le traería nada bueno. Había sido una caja cerrada tanto tiempo que la posibilidad de que alguien abriera un milímetro la tapa y oteara el interior le aterraba. Ni siquiera él sabía muy bien qué era lo que encontraría ese teórico intruso. ¿Y si no le gustaba? ¿Y si el verdadero Edouard, el núcleo, se había vuelto tan insensible con el paso de los años que ya era como una hoja seca?
Cogió la mano del rumano entre las suyas y la observó con detenimiento bajo la luz del quinqué como si fuera un relojero entregado a una tarea que requiriese de toda su atención y precisión. Posó las yemas de sus dedos sobre el dorso de los de Anuar y trazó su recorrido mientras con la zurda sostenía su muñeca. Cuando el otro se apartó lo único que pudo dictaminar el francés era que no parecía tener nada inflamado.
- ¿Desde cuándo te tiembla? - Preguntó.
Parecía haber olvidado por un momento su deber con la escritura y miraba ahora al artista igual que antes contemplaba las hojas con el alfabeto escrito. Sus ojos grises quedaban medio ocultos en la penumbra porque sus propios rizos le hacían sombra, pero en cambio podía ver los de Dutuescu a la perfección.
¿Vas a enseñarme a leerte a ti?
- También tengo una e. - Se dio cuenta refiriéndose a su nombre. - Pero tú no. A lo mejor es porque eres extranjero. A lo mejor porque no haces las cosas como los demás.
Su reflexión no estaba hecha para que nadie pudiera seguirle el hilo, realmente el criado solo pensaba en voz alta, algo que se había acostumbrado a realizar en presencia de Anuar y que vaticinaba que no le traería nada bueno. Había sido una caja cerrada tanto tiempo que la posibilidad de que alguien abriera un milímetro la tapa y oteara el interior le aterraba. Ni siquiera él sabía muy bien qué era lo que encontraría ese teórico intruso. ¿Y si no le gustaba? ¿Y si el verdadero Edouard, el núcleo, se había vuelto tan insensible con el paso de los años que ya era como una hoja seca?
Cogió la mano del rumano entre las suyas y la observó con detenimiento bajo la luz del quinqué como si fuera un relojero entregado a una tarea que requiriese de toda su atención y precisión. Posó las yemas de sus dedos sobre el dorso de los de Anuar y trazó su recorrido mientras con la zurda sostenía su muñeca. Cuando el otro se apartó lo único que pudo dictaminar el francés era que no parecía tener nada inflamado.
- ¿Desde cuándo te tiembla? - Preguntó.
Parecía haber olvidado por un momento su deber con la escritura y miraba ahora al artista igual que antes contemplaba las hojas con el alfabeto escrito. Sus ojos grises quedaban medio ocultos en la penumbra porque sus propios rizos le hacían sombra, pero en cambio podía ver los de Dutuescu a la perfección.
¿Vas a enseñarme a leerte a ti?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
-Quizás- se aventuró a contestar comprendiendo en ese preciso instante que inclusive aquel hombre le consideraba ajeno a lo establecido por la sociedad. O quizás solo ajeno a lo bueno, o lo dictaminado por la inteligencia o la astucia en realidad, jamás llegaría a saber con que lo comparaba en su aseveración. Y aquello extrañamente hacia que la maraña de curiosidad que habitaba en su interior se revolviera con la necesidad de conocer, necesidad que en presencia de Edouard comenzaba a reprimir con dolorosa continuidad –Pero mi apellido tiene una, Dutuescu- era bueno, suponía, que el francés comenzara a darse cuenta de la estructura de las palabras así sería más fácil que progresara desde su estadía con Madame.
Lo observo unos instantes con tranquilidad y sus antes melados orbes parecían ahora de oro con el reflejo del quinqué, a veces sentía que un extraño reptil producía sombras en su mirada sombrías figuras que danzaban con la luz –Más de un año- no le dolía ya hablar sobre el incidente aunque nunca había hablado de ello con nadie, el polaco sabia de su extraño temblor pero no recordaba haberle confesado más de lo meramente necesario, confiaba en el lo suficiente para hacerlo sin embargo, no había existido el momento adecuado y hacia tanto que no lo veía que rechazaba ya la posibilidad de hacerlo conocedor de dicho pesar.
-Puedes preguntar lo que quieras- conocía aquella mirada inquisidora que se mantenía semioculta por la falta de iluminación y no planeaba ser cómplice de su mutilación –Pero te lo he dicho, no vale la pena que pierdas tu tiempo- no pretendía negarle la verdad más tampoco creía que aquello pudiese ayudarlos a ninguno de los dos. Un funesto accidente lo había llevado a la desolación más no había sido aquel el matiz principal de su carácter sino de su presente ¿Qué hacía un ruiseñor que no puede cantar?¿Un pez fuera del agua? ¿Qué hacia un pintor que no podía pintar? Si había sido aquel su escape de los sentimientos por tanto tiempo ahora, se agolpaban unos sobre otros sobre su pecho mezclándose en amorfos seres que no deberían existir.
Aguardo la escasa o tupida lluvia de preguntas que pronosticaba su atención y asi como podría convertirse en una lluvia torrencial una sequia también era de esperarse después de los conocidos cambios de parecer del francés. Aquel hombre era el asesinato siniestro de la certeza ¿Qué esperar de él? Pues por muy fácil que le fuese leer a las personas aquello era un dédalo sin final, las palabras, las palabras eran más difíciles de comprender que las acciones.
Lo observo unos instantes con tranquilidad y sus antes melados orbes parecían ahora de oro con el reflejo del quinqué, a veces sentía que un extraño reptil producía sombras en su mirada sombrías figuras que danzaban con la luz –Más de un año- no le dolía ya hablar sobre el incidente aunque nunca había hablado de ello con nadie, el polaco sabia de su extraño temblor pero no recordaba haberle confesado más de lo meramente necesario, confiaba en el lo suficiente para hacerlo sin embargo, no había existido el momento adecuado y hacia tanto que no lo veía que rechazaba ya la posibilidad de hacerlo conocedor de dicho pesar.
-Puedes preguntar lo que quieras- conocía aquella mirada inquisidora que se mantenía semioculta por la falta de iluminación y no planeaba ser cómplice de su mutilación –Pero te lo he dicho, no vale la pena que pierdas tu tiempo- no pretendía negarle la verdad más tampoco creía que aquello pudiese ayudarlos a ninguno de los dos. Un funesto accidente lo había llevado a la desolación más no había sido aquel el matiz principal de su carácter sino de su presente ¿Qué hacía un ruiseñor que no puede cantar?¿Un pez fuera del agua? ¿Qué hacia un pintor que no podía pintar? Si había sido aquel su escape de los sentimientos por tanto tiempo ahora, se agolpaban unos sobre otros sobre su pecho mezclándose en amorfos seres que no deberían existir.
Aguardo la escasa o tupida lluvia de preguntas que pronosticaba su atención y asi como podría convertirse en una lluvia torrencial una sequia también era de esperarse después de los conocidos cambios de parecer del francés. Aquel hombre era el asesinato siniestro de la certeza ¿Qué esperar de él? Pues por muy fácil que le fuese leer a las personas aquello era un dédalo sin final, las palabras, las palabras eran más difíciles de comprender que las acciones.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Allí estaba, acusándolo de no actuar conforme a las normas que regían la existencia de la mayoría de la gente, y él respondiéndole que su apellido tenía una e. Anuar se le hacía más y más paradójico a cada segundo que pasaban juntos, hasta el punto que Edouard comenzaba a preguntarse si su encuentro no estaría de alguna forma predestinado. ¿O es que había muchas más personas así? Tampoco es que el muchacho hubiera conversado en su vida estrechamente con cientos de individuos, que es lo que necesitaría para hacerse el esquema de un patrón común, tan solo con las visitas de Madame y con los demás criados de la casa, y ocasionalmente con desconocidos cuando lo enviaban a cumplir recados. El rumano era sin embargo el único de todos los rostros que habían pasado por su vida que le había suscitado curiosidad desde el primer momento. Cuando se conocieron el joven sirviente jugó a provocarlo porque en el fondo había percibido, ahora lo sabía, que el otro tenía algo que él debía azuzar y prender como una antorcha. Pero qué pretencioso suponer que podría conseguirlo. A saber las penurias que habría pasado Anuar para terminar lastimado de esa forma, recluido en su propio ser. Edouard conocía sus propios pesares pero no tenía forma de intuir los del artista, y viceversa. Tampoco es que el francés creyera que realmente podía hacerle algún bien al otro, sería la excepción a una regla bastante antigua que dictaminaba que no servía para nada. Desde que Madame lo sacara del hospicio con la promesa de un futuro lleno de maravillas su trayectoria vital había terminado, y desde entonces era poco más que una puta triste.
- El concepto de perder el tiempo no se puede aplicar a alguien cuyo tiempo no sirve de mucho. - Comentó. - Creo que debería irme. Sé que tengo que marcharme, porque hay tantas cosas que no sé que algún insensato en mi conciencia me ruega que las pregunte todas. Y al mismo tiempo no creo que supiera por dónde empezar. No puedo conocer a otros si ni siquiera me conozco a mí.
Después de hablar tanto para lo que tenía por costumbre se sintió extrañamente azorado, con un apuro que no sentía desde que era niño y lo reprendían. Se levantó de la silla y recogió atropelladamente las hojas que Anuar había escrito para él, incitado por una prisa fruto de la vergüenza de sí mismo. Ahora eran sus manos las que pugnaban por no temblar mientras se hacía con todos sus bártulos y ni se acordaba de abrocharse la chaqueta. Tampoco había pensado cómo iba a regresar a esas horas a casa si ni siquiera pasaban carros por el cementerio, ¿pero cómo iba a quedarse en la cabaña? Había roto su voto de silencio. Unas horas más y terminaría por confesarle algo personal, por contarle algo íntimo. Edouard se reprochó amargamente haber creído que podía relacionarse con los demás como una persona normal cuando a todas luces no lo era.
- El concepto de perder el tiempo no se puede aplicar a alguien cuyo tiempo no sirve de mucho. - Comentó. - Creo que debería irme. Sé que tengo que marcharme, porque hay tantas cosas que no sé que algún insensato en mi conciencia me ruega que las pregunte todas. Y al mismo tiempo no creo que supiera por dónde empezar. No puedo conocer a otros si ni siquiera me conozco a mí.
Después de hablar tanto para lo que tenía por costumbre se sintió extrañamente azorado, con un apuro que no sentía desde que era niño y lo reprendían. Se levantó de la silla y recogió atropelladamente las hojas que Anuar había escrito para él, incitado por una prisa fruto de la vergüenza de sí mismo. Ahora eran sus manos las que pugnaban por no temblar mientras se hacía con todos sus bártulos y ni se acordaba de abrocharse la chaqueta. Tampoco había pensado cómo iba a regresar a esas horas a casa si ni siquiera pasaban carros por el cementerio, ¿pero cómo iba a quedarse en la cabaña? Había roto su voto de silencio. Unas horas más y terminaría por confesarle algo personal, por contarle algo íntimo. Edouard se reprochó amargamente haber creído que podía relacionarse con los demás como una persona normal cuando a todas luces no lo era.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Edouard había comprado la idea que los altos mandatarios le vendían a la gente como él, simples personas sin cualidades ni gracias, desmerecedoras de los placeres de libertad, simples objetos de trabajo. Lo creía con extraña convicción y fue aquella primera oración, aquellas escasas palabras las que le impidieron aceptar su partida ¿Cómo podía vivir creyendo que todo eso era verdad? El rumano comprendía que su mancillado carácter lo condenaba a codearse entre los lívidos personajes de las historias negándosele la oportunidad de destacar por joviales palabras o retumbantes actos de caballerosidad más si hubiese aceptado las ofensas de su padre, si hubiese creído que tenia la razón no habría llegado hasta París y su historia se hubiese limitado al yugo de su padre como la de Edouard se limitaba a su Madame.
-Te esmeras en pronunciar falacias como esa con frecuencia y no se- se había apresurado en aquel instante en su camino –Si me intentas engañar a mi o a ti- se había aproximado tanto al francés que no le hubiese sorprendido que este terminara por retroceder o empujándolo para recuperar su espacio personal. Se encogió de hombros observando de reojo las hojas que llevaba entre las manos por suerte la tinta se había secado ya y a pesar de apilarlas unas contra otras no se correría entre los trazos y sobre las letras –Pero yo no creo eso-. No podía mentirle porque Anuar comprendía ese sentimiento con molesta claridad y no existía poder ajeno que le pudiese ayudar, Edouard necesitaba comprender a empujones y traspiés que no era lo que le habían hecho creer, que su vida no se limitaba a complacer a otros.
-Deberías deshacerte entonces de lo que te impide saber quién eres y no, no es una orden- un simple y obvio consejo de quien se preocupaba en silencio por el, como quien vela el vuelo de un polluelo. Saco la llave de su bolsillo extendiéndola hacia el francés –Creo que deberías llevarte esto y el quinqué- no iba a obligarlo a quedarse en aquel lugar si lo que anhelaba realmente era partir , jamás había sido bueno para retener compañías y aquella no sería la excepción. Esperaba que a pesar de los tropezones y descontentos decidiera regresar en alguna ocasión para poder terminar entonces de escribir el inconcluso alfabeto. Prepararía otra docena de ejercicios para ayudarlo a aprender aunque ahora leer y escribir no se jerarquizaban en su primera preocupación.
Se hizo a un lado buscando las cerillas para prender el otro quinqué.
-Te esmeras en pronunciar falacias como esa con frecuencia y no se- se había apresurado en aquel instante en su camino –Si me intentas engañar a mi o a ti- se había aproximado tanto al francés que no le hubiese sorprendido que este terminara por retroceder o empujándolo para recuperar su espacio personal. Se encogió de hombros observando de reojo las hojas que llevaba entre las manos por suerte la tinta se había secado ya y a pesar de apilarlas unas contra otras no se correría entre los trazos y sobre las letras –Pero yo no creo eso-. No podía mentirle porque Anuar comprendía ese sentimiento con molesta claridad y no existía poder ajeno que le pudiese ayudar, Edouard necesitaba comprender a empujones y traspiés que no era lo que le habían hecho creer, que su vida no se limitaba a complacer a otros.
-Deberías deshacerte entonces de lo que te impide saber quién eres y no, no es una orden- un simple y obvio consejo de quien se preocupaba en silencio por el, como quien vela el vuelo de un polluelo. Saco la llave de su bolsillo extendiéndola hacia el francés –Creo que deberías llevarte esto y el quinqué- no iba a obligarlo a quedarse en aquel lugar si lo que anhelaba realmente era partir , jamás había sido bueno para retener compañías y aquella no sería la excepción. Esperaba que a pesar de los tropezones y descontentos decidiera regresar en alguna ocasión para poder terminar entonces de escribir el inconcluso alfabeto. Prepararía otra docena de ejercicios para ayudarlo a aprender aunque ahora leer y escribir no se jerarquizaban en su primera preocupación.
Se hizo a un lado buscando las cerillas para prender el otro quinqué.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Anuar se equivocaba. ¿Cómo podía creer que todas las personas eran iguales, que todas tenían libertad de decidir y escoger? Algunas nacían con buena estrella y otras nacían estrelladas, y Edouard tenía muy claro a cuál de los dos grupos pertenecía. Estaba de acuerdo en que podría haber sido peor, podría haber muerto cuando su madre lo abandonó, haber ido a parar a un hogar peor que el de Madame o haberse visto en la calle por no estar su señora satisfecha con su trabajo. Cada vez que salía de la vivienda y recorría las calles de París atestadas de mendigos y niños tan sucios que ni siquiera se distinguía su color original de piel se decía que después de todo podría considerársele afortunado. También tenía a Betrice, que había impedido que se perdiera del todo en ese torbellino de autodestrucción al que parecía abocado por su pesimismo y su carácter taciturno y hosco. Pero hasta ahí llegaba su buena suerte.
- Pregunta a los demás, entonces. - Sentenció.
La mayoría de la gente sabía que las jerarquías eran algo tan arraigado que llegaba mucho más hondo de un simple nombre o la calidad de las ropas, era un dictamen inifnito, un estigma imborrable.
La proximidad de Anuar no le incomodó más de lo que ya le había irritado que le soltara la lengua. Sabía que no era culpa del rumano porque él mismo había optado libremente por contarle algo que dejaba entrever cómo se sentía, pero ahora se arrepentía de ello y creía que la solución fácil sería que dejaran de verse. No lo dijo, pero pensó que no iba a necesitar la llave de la cabaña porque no pensaba volver. La parte racional de su cerebro le instaba a que mantuviera las distancias, porque así lo había hecho siempre y le había ido muy bien. Había una criada en casa de Madame, Colette, que era una chica sin preocupaciones hasta que se enamoró de un hombre de posición superior que afirmó corresponderla, pero cuando la muchacha dejó el servicio para casarse él la repudió, y terminó embarazada suplicándole a Madame que la dejara volver. Ahora ya no había ninguna luz en sus ojos y su bebé lloraba a todas horas, tan alto que ella solo sabía fruncir los labios y suspirar como si se le fuera la vida. Eso era lo que les pasaba a los pobres que intentaban ensanchar su círculo social. Eso era lo que les sucedía a los que dejaban que otros les conocieran y les ofrecieran sus sueños en bandeja de plata.
- Puede que sea yo mismo. - Le contestó a Anuar. - Y no puedo deshacerme de eso. A lo mejor no quiero conocerme. A lo mejor no estoy hecho para que nadie me entienda.
Sus palabras no eran bruscas ni tampoco dóciles, porque no buscaban que el otro le convenciera de que eran falsas. Solo trataba de explicarle un poco su forma de ver las cosas para que el artista no se lo tuviera tanto en cuenta cuando se percatara de que no se iban a ver más. Cogió el quinqué y guardó en sus bolsillos las hojas y la llave, y después aprovechando que Dutuescu se había hecho a un lado para buscar cerillas abrió la puerta de la caseta. Al volverse en el umbral un momento para despedirse vio la figura del otro con más distancia y tuvo la sensación por un momento de que ya era tarde para borrarlo de su vida, que fueran cuales fueran las consecuencias Edouard había puesto en marcha algo que ya no podría parar. Fue solo un instante. Luego bajó la vista al suelo y lo olvidó.
- Yo... adiós. - Y con esa palabra tan simple, que no mentía, salió y cerró tras de sí.
La llama del quinqué alumbró sus pasos hasta que se perdió en la noche.
- Pregunta a los demás, entonces. - Sentenció.
La mayoría de la gente sabía que las jerarquías eran algo tan arraigado que llegaba mucho más hondo de un simple nombre o la calidad de las ropas, era un dictamen inifnito, un estigma imborrable.
La proximidad de Anuar no le incomodó más de lo que ya le había irritado que le soltara la lengua. Sabía que no era culpa del rumano porque él mismo había optado libremente por contarle algo que dejaba entrever cómo se sentía, pero ahora se arrepentía de ello y creía que la solución fácil sería que dejaran de verse. No lo dijo, pero pensó que no iba a necesitar la llave de la cabaña porque no pensaba volver. La parte racional de su cerebro le instaba a que mantuviera las distancias, porque así lo había hecho siempre y le había ido muy bien. Había una criada en casa de Madame, Colette, que era una chica sin preocupaciones hasta que se enamoró de un hombre de posición superior que afirmó corresponderla, pero cuando la muchacha dejó el servicio para casarse él la repudió, y terminó embarazada suplicándole a Madame que la dejara volver. Ahora ya no había ninguna luz en sus ojos y su bebé lloraba a todas horas, tan alto que ella solo sabía fruncir los labios y suspirar como si se le fuera la vida. Eso era lo que les pasaba a los pobres que intentaban ensanchar su círculo social. Eso era lo que les sucedía a los que dejaban que otros les conocieran y les ofrecieran sus sueños en bandeja de plata.
- Puede que sea yo mismo. - Le contestó a Anuar. - Y no puedo deshacerme de eso. A lo mejor no quiero conocerme. A lo mejor no estoy hecho para que nadie me entienda.
Sus palabras no eran bruscas ni tampoco dóciles, porque no buscaban que el otro le convenciera de que eran falsas. Solo trataba de explicarle un poco su forma de ver las cosas para que el artista no se lo tuviera tanto en cuenta cuando se percatara de que no se iban a ver más. Cogió el quinqué y guardó en sus bolsillos las hojas y la llave, y después aprovechando que Dutuescu se había hecho a un lado para buscar cerillas abrió la puerta de la caseta. Al volverse en el umbral un momento para despedirse vio la figura del otro con más distancia y tuvo la sensación por un momento de que ya era tarde para borrarlo de su vida, que fueran cuales fueran las consecuencias Edouard había puesto en marcha algo que ya no podría parar. Fue solo un instante. Luego bajó la vista al suelo y lo olvidó.
- Yo... adiós. - Y con esa palabra tan simple, que no mentía, salió y cerró tras de sí.
La llama del quinqué alumbró sus pasos hasta que se perdió en la noche.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Los restos de Yorick (Privado)
Escucho sus palabras sin mayor amago que el de informarse y entonces entendió. Edouard no había conocido a la pequeña rumana, no había visto el destello de sus ojos al andar entre las calles parisinas como si estas fuesen en verdad un castillo repleto de juguetes y comida, no había estado ahí cuando su risa cristalina taño el aire en derredor y podía jurar que su cálida sonrisa habría derretido el corazón más diminuto y ningún bloque de hielo hubiese sobrevivido después de ello. Si la felicidad pudiese haber tenido un nombre seria el de aquella chiquilla y entonces el francés hubiera entendido, si hubiese pasado un día con ella comprendería que los estamentos no dictaminaban quien debías ser.
-A lo mejor tienes miedo- sentenció una última y escupida oración. No hablaría más, porque si Edouard decidía que era aquella miseria en la que quería vivir y la convicción no le alcanzaba por más intentos que hiciera el rumano todos serian fallidos y no planeaba gastarse la vida en amargos descontentos que lo llevarían a el mismo al desencanto. Tendría que atisbar antes un algo que le hiciera pensar que no era una causa perdida y sus intenciones desembocarían en algo mejor que una lucha de pesares. No guardaba ya esperanzas de algo así, conocía demasiado bien una despedida como para no haber vislumbrado en su semblante la similitud.
No estaba dispuesto, sin embargo, a salir corriendo detrás de él profesando una disculpa que no sentía en realidad, seduciéndolo con los misterios de los libros o encandilándolo con una amistad. El rumano se preocupaba por el como hacia tiempo no se preocupaba por nadie ¿Edouard comprendía aquello? –Cuídate- rompió su voto de silencio solo para desearle lo mejor. Si su interpretación no era errada y no lo iba a volver a ver no podía sino esperar que su vida no fuese a empeorar y aunque no hubiese sido él, que algún otro ser lograra romper aquellas oscas cadenas que lo ataban a lo invisible.
Inspiro profundamente encendiendo a duras penas el quinqué por una noche había olvidado el sabor de la soledad y la frialdad con que abrazaba celosamente su cuerpo. Adiós, y con eso salía de su vida.
-A lo mejor tienes miedo- sentenció una última y escupida oración. No hablaría más, porque si Edouard decidía que era aquella miseria en la que quería vivir y la convicción no le alcanzaba por más intentos que hiciera el rumano todos serian fallidos y no planeaba gastarse la vida en amargos descontentos que lo llevarían a el mismo al desencanto. Tendría que atisbar antes un algo que le hiciera pensar que no era una causa perdida y sus intenciones desembocarían en algo mejor que una lucha de pesares. No guardaba ya esperanzas de algo así, conocía demasiado bien una despedida como para no haber vislumbrado en su semblante la similitud.
No estaba dispuesto, sin embargo, a salir corriendo detrás de él profesando una disculpa que no sentía en realidad, seduciéndolo con los misterios de los libros o encandilándolo con una amistad. El rumano se preocupaba por el como hacia tiempo no se preocupaba por nadie ¿Edouard comprendía aquello? –Cuídate- rompió su voto de silencio solo para desearle lo mejor. Si su interpretación no era errada y no lo iba a volver a ver no podía sino esperar que su vida no fuese a empeorar y aunque no hubiese sido él, que algún otro ser lograra romper aquellas oscas cadenas que lo ataban a lo invisible.
Inspiro profundamente encendiendo a duras penas el quinqué por una noche había olvidado el sabor de la soledad y la frialdad con que abrazaba celosamente su cuerpo. Adiós, y con eso salía de su vida.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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