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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Raffaella di Bravante Sáb Mayo 27, 2017 11:30 pm

¿Cuándo visitó la casa de Dios por última vez? Ah sí… Ya lo recordaba. Fue la noche anterior a su conversión, cuando aún las dudas la asaltaban. Fue a pedirle perdón por traicionarlo, y había sido en completo silencio. Se había escabullido a mitad de la noche, forzando una puerta, había encendido una vela y había orado como hacía mucho tiempo no lo hacía. Había sido su servidora y se había despedido de aquella manera. Sabía que la relación entre ambos no volvería a ser la misma, pero Raffaella continuaría creyendo en Él, a pesar de todo. Los años pasaron y, nuevamente, se encontraba parada frente a un Jesús crucificado, con la mirada doliente y la boca entreabierta, en una mueca de dolor. Allí estaba, traicionado y sujeto a la desidia de un mundo que no había logrado entenderlo. Ella, de cierta forma, se sentía igual: incomprendida. Nadie, seguramente, sería capaz de detenerse un instante a pensar en los motivos que la había orillado a tomar la decisión de aceptar el abrazo de un inmortal.

—Perdóname, Padre, porque he pecado —susurró. Enfundada en un vestido negro y con la cabeza cubierta con una mantilla del mismo color, resultaba irreconocible. Era una hereje en aquel lugar, se había aventurado más que cualquiera. Pero, la vampiresa, se seguía sintiendo parte de aquella estructura.

Sin embargo, el motivo que la tenía allí no era un reencuentro con el Señor o la purga de su mal andar. Hacía tiempo que se había enterado de la presencia, en París, de la hija de una familia afín a la suya. Ellos fueron asesinados vilmente por la especie de la que ahora Raffaella era parte, pero había una sobreviviente. Rumanella. La había buscado, porque se sentía en deuda con ella. Su padre había sido un gran trabajador, al cual los di Bravante le habían encargado varios trabajos de carpintería, y las flores de la madre de la muchacha eran maravillosas. Supo que se había convertido en cazadora y pensó en convertirla en su pupila. No estaba segura de que aceptarse, pero quería intentarlo.

Le había enviado una nota anónima, y si sus cálculos no fallaban, no faltaría demasiado para que llegase. El aroma le llegó desde lejos y supo que estaba cruzando el umbral de la puerta. La última vez que la vio, era tan sólo una niña. Volteó y la vio venir. No podía negar de quién era hija. Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Raffaella, sin delatar sus colmillos. Seguramente la joven estaba enterada de su nueva naturaleza, pero no se atrevería a dar un espectáculo en un lugar sagrado como ese. Ella tampoco quería verse obligada a una confrontación. No era necesario que ninguna saliera herida.

Giró sobre sus talones y caminó por el largo pasillo entre los bancos. Unos pocos feligreses oraban, de rodillas, con los ojos cerrados y un rosario entre sus manos. Fue al encuentro de Rumanella, con paso firme y ese porte que cualquiera reconocería. También se había asegurado que ningún inquisidor se encontrase merodeando el lugar.

Rumanella Tocci —dijo, una vez que se paró frente a ella. Quitó la mantilla que le cubría la cabeza, dejando expuesta su larga y ondulada cabellera oscura. — ¿Me recuerdas? —esperaba que sí.
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Mensaje por Rumanella Tocci Vie Jun 02, 2017 12:03 am

No sabía por qué estaba allí, mas allí estaba. Quizás fuera por la adrenalina de seguir su instinto, tal vez su lado netamente cazador estuviese despertando… Podía ser, eran opciones suficientes para justificar aquella locura, pero aunque quisiese creerlas, Rumanella Tocci se encontraba en Notre Dame de París porque aquella misiva –en la que anónimamente se la citaba aquella noche- estaba escrita en italiano.

¡Cuánto extrañaba su ciudad! Irse había sido tan doloroso, tan cruel. ¿Cómo no extrañar a su hermana? ¿Cómo no salir a la calle y añorar los ruidos incesantes de Roma? ¿Cómo hacer para evitar los sueños que la llevaban a creer que caminaba por el puerto mientras la brisa le arremolinaba su larga cabellera negra que se soltaba para danzar en libertad? París era terriblemente aburrida… Ahora que estaba lejos valoraba su ciudad como nunca antes, su gente variopinta y llena de energía, sus costumbres, su comida, su alegría.

Aquella cita no solo le daría algo de emoción a sus días –una pequeña aventura quizás, porque cabía la posibilidad de que quien la citase estuviese buscando los servicios de un cazador aunque ella no era más que una aprendiz-, sino que le daba una pequeña esperanza de encontrar a alguien que hablase su lengua, a quien haya caminado alguna vez por su tierra. A un expatriado que pudiese entender lo que ella estaba viviendo en esos momentos.

Con aquellos pensamientos latentes en ella, Rumanella recorrió el largo corredor hasta llegar a la altura de los confesionarios. Siempre alerta, como le habían enseñado, y mirando hacia todos los lados. Varias personas rezaban en silencio y ella no pudo evitar hacer sobre su pecho una cruz cuando llegó cerca del altar.
Se encontró entonces con una mujer que se descubrió ante ella. La conocía, creía que sí, pero algo la sobresaltó de inmediato…


-Señora Raffaella que… extraño es este encuentro –le dijo en su lengua. Afortunadamente, Ruma jamás olvidaba un rostro, aunque no le ocurría lo mismo con los nombres-. Siento llamarla por su nombre, no lo juzgue irrespetuoso de mi parte, se lo ruego, sucede que no recuerdo su apellido… era tan pequeña la última vez que la vi –se justificó.

Algo la alertaba, aquella mujer no había cambiado demasiado pese a que habían pasado más de diez años desde la última vez que había acudido a la carpintería de los Tocci. ¿Cómo podía ser eso posible?


“No es humana”, pensó de inmediato, pese a que no podría jurarlo, y se alejó de ella unos pasos. Era consiente de que no podía armar una lucha allí, en la casa del Señor. Había mucha gente que podía salir lastimada.

-¿Por qué me ha escrito? –le preguntó valiente porque no entendía qué quería aquella mujer con ella.
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Mensaje por Raffaella di Bravante Sáb Mar 31, 2018 8:00 pm

Le gustó la rapidez con la que Rumanella llegó a la conclusión de la peligrosidad que implicaba su presencia. No hizo movimiento alguno para intimidarla, se quedó en su lugar, sin ánimos de espantarla. Sabía que un paso el falso daría por tierra con sus planes, y ya se había encargado, demasiadas veces, de arruinarlo todo. Raffaella le sonrió, con amabilidad, aunque no supo cuán amables podían resultar sus incisos brillando a la luz de las velas. Pero toda su expresión era la de un ser que no quería hacer daño, y esperó que la joven cazadora lo comprendiera, más allá de las explicaciones que le daría al respecto. Por un momento, le llamó la atención que el rumor de su conversión no hubiera llegado a oídos de la muchacha, aunque imaginó que ella tenía cosas mucho más interesantes que hacer que darle crédito a las habladurías en Roma. Era un punto a favor que debía explotar, ya que podría darle la única versión verdadera: la propia.

No temas, no quiero lastimarte —levantó las manos, en son de paz. —Me alegra que recuerdes mi nombre. Mi apellido es di Bravante, pero dime Raffaella. Nos conocemos hace demasiado tiempo como para darnos a formalismos —intentaba ser agradable, a pesar de la aversión que podía provocar su figura, por razones más que obvias. Estaba en búsqueda de la amistad de una persona que quería dedicarse a cazar a los seres como ella. Imaginó que podía ser muy tentador para la irreverente juventud de Rumanella, el hacerse con una presa como ella, y exhibir su cabeza como un trofeo que le granjearía más de un elogio y la colocaría en lo más alto. Pero algo le decía que la naturaleza de la muchacha no era así, y se sintió en confianza.

Me enteré de que estás preparándote para ser una cazadora —continuó, hablando en voz muy baja. —Te felicito. Eres muy valiente. El mundo necesita más mujeres como tú —no había ensayado discurso alguno, segura de su parla, de su capacidad para darse a entender. Raffaella había perdido la humanidad, mas no así la elegancia y el carisma, aquellos que tanto la habían caracterizado, casi tanto como su talento y su belleza. —Quizá te resulte extraño, pero me gustaría entrenarte —soltó, sin muchos preámbulos. —Y antes de que te niegues, me gustaría que escuches mi historia y mi propuesta. Y, si luego de eso decides que no será bueno para ti, puedes marcharte y no habrá rencor alguno entre nosotras.

Había contemplado la posibilidad de que se negara. De hecho, lo más probable era que así lo hiciera, pero… ¿qué perdía con intentarlo? La vampiresa andaba por el mundo sin demasiado rumbo, ya sin su creador, aquel que tanto la había obsesionado y por el que todo había dejado; tampoco tenía a sus hijos, que habían decidido desterrarla de sus corazones, como si ella nunca hubiera existido. Y tampoco tenía a Lastor, que parecía que había tomado como propia, la batalla que librara la Inquisición contra una de sus grandes detractoras, contra aquella que había sido una de sus más célebres miembros y se había atrevido a desafiarla, sin medir las consecuencias, burlándose de Dios y de los hombres, de todos y cada uno de ellos. A Raffaella, ser una de las inmortales más buscadas, se le antojaba exquisito. Al menos, había algo con lo que podía divertirse.

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Mensaje por Rumanella Tocci Lun Abr 23, 2018 12:02 am

Algo de todo aquello no le gustaba, pero no acertaba en definir qué era. Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra y rápidamente supo que su maestro, el padre Caeso, la reprendería por eso, por mostrar abiertamente su nerviosismo a un potencial enemigo. Oh, pero no quería pensar en ella como enemiga, no podía... Sabía que no debía confiar a la mujer, pero a la vez algo –quizás el pasado en común, aunque no era significativo- la llevaba a querer oírla. Estaba confundida, sentimientos encontrados bullían en su interior y Rumanella no estaba segura de lo que debía hacer a continuación. ¿Qué le diría su padre? No lo sabía, lamentablemente su mente le había fallado y ya no recordaba con claridad la voz de ese hombre tan amado.

Que Raffaella di Bravante -por fin sabía su apellido- supiera que ella estaba puliéndose como cazadora la preocupó. ¿Cómo podía saberlo? ¿Acaso la había estado investigando? ¿Qué querría con ella? La curiosidad estaba matando a Rumanella, pero si algo había aprendido era que la paciencia y la inteligencia al momento de oír podían hacer toda la diferencia.


-Sí, estoy continuando mi entrenamiento aquí en París, pero he empezado en Italia, el día siguiente en el que mis padres murieron a manos de un demonio –soltó aquello como justificativo, tal vez, pero decirlo justamente allí en un lugar sagrado le confería una dimensión real a su dolor-. No entiendo por qué alguien como usted querría entrenarme, no tengo nada de especial solo soy una aprendiz.

Rumanella caminó unos pasos más, con una seguridad que no sentía. Relajadamente se apoyó en una de las paredes laterales de Notre Dame, junto a la estatuilla de la Inmaculada Concepción (nada más alejado al presente de la muchacha). No había ido allí a pelear -aunque lo haría si se veía en apuros-, y con sus gestos quería dejarlo en claro.

¿Necesitaba una nueva entrenadora? Tenía uno en esa ciudad, Bastien Argent, metódico y de grandes capacidades, el cazador le había enseñado mucho en esos pocos días que llevaba en París. Aún así, Rumanella quería escuchar la propuesta de la mujer porque hacía tiempo que sentía la necesidad de sumar horas de capacitación, Argent era bueno pero estaba también muy ocupado con asuntos importantes… y, por estúpido que pareciera, nada podía compararse a oír por fin hablar en su idioma. Además no podía dejar de pensar que esa mujer, Raffaella, conocía a su familia, que sus ojos habían visto la felicidad de la familia Tocci y que las manos de su padre le habían hecho trabajos en madera. ¡Era ridículo! Pero la pena de la muchacha era una herida abierta y todo, absolutamente, la llevaba a necesitar sentirse unida a sus padres pese a que ellos ya no existían.


-Oíré su propuesta, Raffaella –le dijo, mirándola a los ojos. Su piel se erizó al sentir la fuerza que esa mujer emanaba-. Me interesa conocer su historia, pero también deseo que me responda una pregunta: ¿cómo ha sabido que estoy iniciándome como cazadora?
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Mensaje por Raffaella di Bravante Lun Jul 09, 2018 9:35 pm

Rumanella era de su agrado. Estaba insegura, temerosa, no lo ocultaba, sin embargo, no cedía ante esto. Era una fortaleza a explotar. Parecía, también, conocerse muy bien, saber hasta qué punto podía llegar. Al mismo tiempo, no era agresiva, pero sí estaba atenta, no la perdía de vista ni un instante, a pesar del vínculo lejano que las unía. Era una joven astuta y tenía un cuerpo estilizado; los cazadores, al igual que los soldados, debían estar en forma y desarrollar aptitudes físicas. No bastaba con saber utilizar armas; si esto no venía acompañado de un buen entrenamiento y de buena salud, era imposible que sobrevivieran demasiado. En la novata había grandes virtudes a desarrollar y Raffaella, que había dedicado su vida a eso, estaba segura de poder pulir aquel diamante que era la muchacha. Si se lo permitía, podía convertirla en la mejor cazadora. Todos los inquisidores que habían pasado por su mano, habían destacado en las facciones que les habían tocado. Ni uno sólo se desvió o fue asesinado. Estaba orgullosa de lo que había sido.

Supe lo de tus padres. Lo lamento mucho —y era sincera. Se llevó una mano al pecho y el gesto de congoja no fue fingido. A pesar de que ahora era una criatura inmortal, continuaba sintiéndose humana en algún punto, y le era imposible no empatizar con el dolor ajeno. Los movimientos de la vampiresa eran suaves, no quería provocar una reacción en la muchacha. Se movía con lentitud y con cuidado. —Todos tienen, o tenemos algo especial. No te desmerezcas —le dedicó una sonrisa muy suave. —Sin embargo, no te mentiré. Me enteré de tu presencia aquí por pura casualidad. Tengo dos hijos en la Inquisición, entrenados por mediocres y con sus cabezas lavadas y puestas en mi contra —se encogió de hombros y apretó un puño, estaba molesta. —Sin lugar a dudas he querido acercarme a ellos, no sólo como madre, sino para entrenarlos, pero ellos lo único que desean es asesinarme y congraciarse con el Santo Oficio. Soy una traidora —revoleó los ojos. —Y me he dado cuenta que no puedo vivir sin enseñar. En cuanto supe de ti, pensé en acercarme y aquí estamos.

Ésta vez fue Raffaella la que dio unos pasos y se acercó un poco más. Se paró a su lado y también se reclinó sobre la pared. Observó la estatuilla y pensó en la cantidad de veces que había rezado por el bienestar de sus retoños, y supo, fehacientemente, que lo haría por los siglos de los siglos. No importaba lo mucho que ellos la rechazasen, la odiasen, incluso si lograsen acabar con ella; los amaría siempre, por sobre todas las cosas. Tristemente, se había dado cuenta muy tarde de lo importante que eran sus hijos; de haberse percatado antes, los hubiera valorado más a ellos y no a los hombres que se cruzaron en su camino. Ella tenía mucho por perdonarse, y veía en Rumanella una forma de comenzar a hacerlo.

Éste mundo en el que nos manejamos, a pesar de lo amplio, es muy pequeño también. Todo se sabe, y más cuando andas en la oscuridad como yo. Escuché tu nombre en alguna oportunidad, tu apellido en otra, logré unir cabos y busqué la manera de contactarte. Nada más que eso, puedes quedarte tranquilo —le aseguró. —También sé que alguien más está entrenándote, pero puedo prometerse que puedo volverte invencible. No soy un vampiro como todos, no soy una asesina a sangre fría, me ha costado mucho obtener el autocontrol, y eso es gracias a lo que aprendí a lo largo de mi vida humana —se incorporó y la miró a los ojos, con decisión, pero sin dureza, más bien como si se tratase de su hija. —A mi lado entrenarás todos los días, te someteré a técnicas que te harán sentir que morirás, pero podrás destruir al que se cruce en tu camino. Puedo enseñarte a destruir al que te destruyó —sentenció, con la voz firme.
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Mensaje por Rumanella Tocci Miér Ago 01, 2018 11:12 pm

Comprendió el dolor de aquella mujer en cuanto la oyó decir que sus hijos habían caído en manos de la Inquisición y que los habían entrenado. La sintió tan humana, tan dolorida al respecto, que acabó relajándose en su presencia.

Rumanella había convivido con un inquisidor, él le había enseñado mucho y ella lo admiraba, pero sabía lo especial que era todo aquel mundo… mientras ella sentía que su empuje era la venganza, su entrenador solo pensaba en matar a personas –herejes, como los llamaba- por mandato de Dios, estaba convencido de eso sin dejar lugar a nada más.


-Lamento que sus hijos hayan caído en la Santa Orden –lo decía con sinceridad-, porque santidad es lo que menos hay allí –agregó en voz más baja, como acotación-. A mí me cambiaría la vida tener a mi madre, aunque solo fuese en las noches… no entiendo como ellos pueden rechazarla a usted, Raffaella.

Extrañaba tanto a su madre… hacía dos días había tenido la sensación de tenerla cerca. Había sido una mala jugada de su mente que la había engañado, estaba en el mercado y de pronto sintió el perfume de lavanda que su madre usaba en el cabello largo y negro, la buscó entre el gentío y cuando la halló corrió a ella solo para descubrir que se había confundido y que la mujer en cuestión la miraba con desconfianza. Rumanella se había sentido morir tanto como el día que encontró los cuerpos de sus padres ya sin vida, pero esta segunda muerte era mucho peor porque le abría los ojos hacia la esperanza que no sabía que todavía tenía.

Nunca habría imaginado que entre los vampiros se supiera su nombre, simplemente no podía creerlo aunque aquella mujer no tuviese motivos para mentirle… Era un halago que le provocaba en el cuerpo las mismas sensaciones que el temor. Qué contradicción. Pensó por algunos momentos la propuesta que la mujer le hacía… cierto era que Bastien la había apadrinado desde que ella llegó a la ciudad, pero ahora hacía tiempo que no le dedicaba sus enseñanzas y Rumanella sentía que los días pasaban sin que pudiese sacar provecho del ilustre maestro que tenía. Podría probar con aquella mujer sin que Bastien se enterase, entrenar por las noches con ella y en las tardes –que el hombre le pudiese dedicar- con él.


-Creo que podríamos intentarlo –dijo, dudando pero dando un gran paso-. Sinceramente no esperaba esto cuando llegué aquí, pero siento que es una gran oportunidad… y digo siento porque me estoy guiando por los sentimientos en estos momentos, no estoy pensándolo y espero no lamentarlo en el futuro. Acepto, Raffaella, muy agradecida acepto ser su discípula.
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Mensaje por Raffaella di Bravante Dom Sep 23, 2018 10:27 pm

La satisfacción que le brindó la respuesta de Rumanella la hizo sonreír. Su boca se abrió en un gesto que le iluminó las facciones, y si no hubiese sido por los colmillos pronunciados que refulgían bajo sus generosos labios, hasta hubiera parecido una simple humana. Y, en cierta forma, Raffaella continuaba siéndolo. Aún estaba orgullosa de la mujer que había sido, de la gloria obtenido en aquellos tiempos que formaba parte de la Inquisición. Aunque renegase de ésta, sus mejores años se los había dado; la vida entera dedicaba a una institución que ahora la marginaba y, por mero orgullo, no la aceptaba entre sus filas. No volverían a encontrar a una sola inquisidora que estuviera a su altura en la formación de los jóvenes. Le pesase a quien le pesase, ella y Lastor eran los grandes baluartes de esa rama. La mayoría de los hombres y mujeres de su camada habían perecido, no les quedaban demasiados viejos amigos o compañeros, y por eso sus figuras se habían ensalzado aún más. Eran los supervivientes de una generación casi perdida.

Siempre le debes hacer caso a tu intuición —y allí estaba la primera lección. —Los sentidos pueden engañarnos, el espacio puede no ser lo que vemos, escuchamos u olfateamos. Pero alguien bien entrenado sabe dejarse guiar porque lo que siente. Todos tienen oculta una poderosa fuerza, seas o no sobrenatural. Tus dones te guían, Rumanella, no lo olvides nunca. Esos dones te los dio Dios, y es en Él en quien debes confiar por sobre todo —y una de las grandes paradojas era escuchar a una inmortal reconociendo la figura superior de una entidad. A Raffaella, el vampirismo, no le había arrebatado la fe. Y, sin lugar a dudas, cuestionaba la verdadera esencia de la inmortalidad. Nadie lo era, sólo Dios. Existía la manera de asesinar a los vampiros, y eso los volvía vulnerables, a pesar de su fortaleza superior. Nadie era tan invencible como lo parecía.

En ese momento, un sacerdote pasó al lado de ambas, y la vampiresa miró hacia un costado, ocultando el rostro. Aquel cura podría reconocerla, ya que en más de una oportunidad se había confesado con él. Pensó que el hombre había muerto, le había llegado el rumor de un ataque que había sufrido su caravana. Sin embargo, estaba vivo aunque cojeaba de una pierna. El religioso las saludó, pero no reparó demasiado en ninguna de las dos, para alivio de Raffaella. Nadie podía asociarla a Rumanella, ni viceversa; no por su propia persona, sino porque la joven cazadora podría tener problemas con la Ley. Era tiempo de advertírselo.

Sobre mi cabeza —susurró— hay una guadaña pendiente. Mis verdugos están al acecho, y algunos son muy habilidosos —aunque no tanto porque había logrado esquivarlos a todos, aún siendo una neófita. —Nadie puede saber de mí, no pueden relacionarnos. Si eso llegase a suceder, correrías un grave peligro —y lo que más temía era no llegar a tiempo para ayudarla, en caso de que eso ocurriese. —Con ésta información, comprenderé perfectamente que quieras retirar tu respuesta afirmativa. Lo que menos necesitas en un momento como éste son más preocupaciones. Sé todo lo que puedo darte como tu maestra, pero corresponde que sepas a lo que te expones si permaneces a mi lado —y pensó que, tal vez por eso, sus hijos la rechazaban. No para congraciarse con el Santo Oficio, sino para no morir. Al fin de cuentas, nadie quería irse al otro mundo en la flor de la juventud.
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