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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Corradine Grimaldi Sáb Dic 01, 2012 5:02 pm

Despertó, de las horas más calientes del día, bañada en sudor. Sus sueños no eran terrorífico, sino por el contrario muy agradables. Desde que había conocido a Ruggero, su vida había sido modificada, para siempre y ella lo sabía. Cerró los ojos y recordó los bellos luceros de su amado, mirándola de aquella forma amorosa, excitante. El corazón se le aceleró y pensó que desde aquella noche, no había tenido muchas noticias de él y eso la preocupaba.

Unos golpes delicados en la puerta de su habitación le recordaron que Marie, su mucama, le estaba preparando el baño, para refrescarse y salir.
Como hacía varias semanas atrás, su hermano pasaba gran cantidad del día y la noche, en sus actividades comerciales y en otras, de las cuales no intentaba ahondar, porque el carácter de su hermano se volvía irascible, aunque no violento. Pero era mejor dejarlo, que él se acercara cuando quisiera, mientras tanto, ella no se quedaría encerrada en una torre de marfil entre tesoros y riquezas, no pretendía ser un trofeo, de nadie, ni de su hermano, ni de su amado.

Bajó del lecho y la doncella la ayudó a desvestirse, se miró al espejo, desnuda, como una de las bellas estatuas griegas que se conservaban en el Museo del Louvre. Caminó altiva hasta donde se hallaba la bañadera y se sumergió con placer. Se quedó allí hasta que el agua comenzaba a enfriarse por demás, a pesar de estar en verano ella era algo friolenta. Se secó y tras elegir el vestido que esa tarde usaría, se dedicó a vestirse.

Cuando estuvo lista, volvió a mirarse en el espejo oval , que se encontraba en mitad de su dormitorio, la luz de la tarde se filtraba por el ventanal abierto y podía escuchar las risas de algunos enamorados que caminaban por la calle, en dirección a - vaya uno a saber – dijo entre frustrada y celosa – ¿dónde estarás Ruggero?, ¿Acaso no hablamos de que tu trabajo es peligroso y que temo perderte? – dijo en voz casi imperceptible, mientras su doncella se retiraba luego de terminar su tarea. - ¿Que ves Chiara en tu reflejo? – pensó, contemplándose.

Era una mujer de torneadas formas y facciones delicadas, ataviada casi como una princesa. Con aquel vestido de color celeste azulado, con detalles en encaje color marfil, de faldas anchas y cintura mínima, de escote un poco provocativo, que tras una gaza permitía imaginar unos senos generosos y turgentes. – Te has vestido como para ver a tu amado, pero no tienes ni idea donde puede estar – pensó algo frustrada.

El humor se le estaba agriando y no quería pasar una tarde entre libros, o frente al piano que le habían regalado. Por esa razón, decidió salir a caminar. No le apetecía la multitud de las calles parisinas, y le habían recomendado que visitara el Jardín Botánico. Claro era cierto que también le expusieron, que sería de buen ver que no fuera sola y su hermano insistía que llevara custodia. Pero no deseaba ningún fisgón, si algo malo le fuera a pasar, ya vería como defenderse. Metió una de sus delicadas manos en el bolsillo disimulado de su vestido y sacó una pequeña pistola de culata decorada en nácar – no será tan fácil – pensó mientras la volvía a introducir en su escondite. Era un regalo de su hermano y no se separaría de ella. Gracias a ese presente, había aprendido a disparar con gran precisión – bueno a unas botellas, pero con puntería – pensó, mientras acariciaba la falda del vestido, para que se disimulara perfectamente el contenido. Se acercó a su escritorio, tomo un parasol, más el bolsito que hacía juego con su atuendo y salió de su habitación.

Al llegar a la puerta de la entrada se encontró con el mayordomo, un hombre mayor, de porte militar que acompañaba a Girolamo, desde el momento en que dejó la casa de sus padres. Este la miró con ojos de reproche – Cosimo… que solo voy a caminar y volveré pronto – le dijo mientras se ponía en puntas de pie y le daba un beso en la mejilla rasposa y arrugada del anciano – no te preocupes, que llevo el regalo de Giro y no creo usarlo – le guiño un ojo, mientras salía risueña a subir a un coche de alquiler que había pedido en cuanto se decidió a salir.

Subió con agilidad, como una niña que está apurada por llegar al parque de diversiones – cochero, al Jardín Botánico, por favor – dijo, y se dedicó a mirar por la ventanilla del vehículo, el viaje en coche le traía muchos recuerdos, de una noche en un carruaje junto a un inquisidor, rumbo a su casa desde la Catedral. Sonrió divertida y se tocó los labios como si en el mero hecho de recordar aquel primer beso, pudiera sentir nuevamente el calor de aquellos labios que la despertaron al amor.

El camino le pareció que se había esfumado, pues en un segundo de cavilaciones llegaron a destino, descendió del coche, pago y abrió su parasol, caminó sin prisa, deteniéndose en cada flor que llamaba su atención y allí se quedó contemplando una magnolia blanca, como la pureza del amor que se profesaban. – Ruggero, amor, ¿dónde estás ahora? - preguntó en voz baja, mientras con sus dedos acariciaba la tersa superficie de los pétalos.


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Mensaje por Ruggero Rosso Lun Dic 03, 2012 4:20 pm

A pesar de que pasaban de las diez de la mañana, Ruggero seguía en su cama. Tenía las manos debajo de su cabeza y miraba el techo color arena. Era un día caluroso, justo como ayer, esa era la razón por la cual había dormido entre sábanas.

¿Cuántas veces Ruggero Rosso había vivido en su mansión? Habían sido pocas y ninguna de ellas junto a su difunta y amada Jade. Pero era el momento del cambio, realmente le llamaría hogar y si Dios se lo permitía compartiría su mansión con la perfecta mujer inocente que había conocido tan pocos días en la catedral, su amada Chiara que se encontraba perdida.

La puerta sonó y luego de que Ruggero permitiera el acceso, ingresó su asistenta Estella. Pocas cosas habían cambiado desde la última visita del amo, Estella había dado a luz a una pequeña, cuyo padre era Juan, el cochero personal del inquisidor, fuera de esa novedad. Todo era igual, así como el cariño, el respeto, la lealtad y pasión por servir de ellos para con su amo. Después de todo nada se les negaba. Cuando Ruggero se marchaba la mansión quedaba bajo su resguardo y podían hacer uso de la fortuna que su familia y la iglesia dispusieron al letal soldado Ruggero Rosso. Era por que no decirlos, servidumbre de clase alta.

- Vamos holgazan, el baño está listo y vuestro desayuno también lo estará
- dijo con cariño Estella, el inquisidor la miró pero no hizo nada, mantuvo su postura pensando en Chiara, su amada Chiara.

Estella hizo correr las cortinas, lo grandes ventanales proyectaron la luz del sol que bañó la alcoba. Estella abrió las ventanas y un calido aire se coló dirigiéndose al inquisidor.

- Solamente quiero jugo para el desayuno
- ordenó el inquisidor, miró a Estella y le dedicó una sonrisa. - ¡Gracias! - y Estella quedó estupefacta por las palabras y la sonrisa de su amo. El hecho no era que Ruggero los tratase mal, por que no era así, era que Ruggero sonriera de esa forma, de no ver en los ojos de Ruggero tristeza, por primera vez Estella no lo vio abatido. La asistenta asintió y se marchó.

Ruggero por fin se levantó y caminó hasta el cuarto de baño, por casi media hora se mantuvo en la bañera, unos minutos más los ocupó para secar su cuerpo desnudo y perfumarse, después regresó a su alcoba totalmente desnudo, extaciando a las paredes con los músculos y figura que el trabajo de Ruggero había forjado.

Fue directamente al ropero y sacó lo que vestiría, él no era un hombre que pensara en que ponerse, era decidido, selectivo y con grandes gustos.

Se vistió un pantalón marrón, una camisa blanca de botones que ocultaban su definido torso, su fuerte pecho y sus brazos. Luego se calzó unas botas cafés por encima del pantalón, se dirigió a donde el espejo, abrió uno de los cajones de la comoda y saco los gemelos de oro que colocó sin dificultad en las muñecas y un listón marrón que haría de moño en su camisa. Sin embargo, el listón sólo se lo echó a los hombros y cuando ya estaba listo salió de la alcoba, recorrió el pasillo del rellano y bajó por las amplias escaleras. Pasó por la sala de estar y vio el vaso grande de jugo de manzana que tanto le agradaba a Ruggero, lo tomó de la mesa de caoba y bebió de él sin hacer ninguna pausa. Dejó el vaso y vio acercarse a Estella, Ruggero le extendió los brazos sonriéndole.

- Quita manazas que ya te hago yo el moño
- y después de que Estella terminó dedicó unos segundos para contemplar a Ruggero, lucía como todo un lord. - Le preparo el coche mi Señor - interrumpió Juan, el inquisidor negó con la cabeza, - no, me llevaré a Gyarreth hace mucho que no lo monto - y Ruggero salió, cogió al caballo y salió a todo galope.

¿Cuál era el destino de Ruggero?
Ni siquiera él mismo lo sabía, lo único que su corazón pedía, que su mente reclamaba era un nombre, una presencia, una mujer... Chiara Di Moncalieri. Y sin que se diera cuenta llegó hasta el Sur de París, Gyarreth conducía a su amo, las riendas a penas estaban llevadas por Ruggero.

El elegante caballo blanco se detuvo frente al jardín botánico, - ¿acaso tienes hambre amigo?
- le preguntó al caballo y esperó como si esperase respuesta, bajó de él y le dio una manzana mientras acariciaba el lomo y después la cabeza. Ruggero llevó al caballo a donde se le indicó y entró al enorme jardín

El perfume natural de todas las flores inpregno de un dulce aroma la nariz de Ruggero y cada flor le recordaba a su amada, los tulipanes, las alcatraces, las orquideas, el inquisidor pasaba y contemplaba cada una de ellas. Pero entonces, - ¡No puede ser...!
— exclamó en un susurro, el rostro se le iluminó y su corazón se desbordo en entusiasmo, ahí estaba Chiara, entre las magnolias.

Ruggero no se apresuró, caminó lentamente, conteniendo sus deseos de correr y abrazarla, besarla... - Sabes que es una falta provocar recelo en una flor
- hizo una pausa que atrajo la atención de Chiara, - y es que... ¿Cómo podrían competir con una belleza como la tuya? - continuó y llegó hasta ella. La tomó de los brazos y se perdió en sus ojos. - Tu ausencia me ha procurado un mal, pero ahora viendo vuestros ojos que opacan la inmensidad del mismo sol, vuestros labios que son envidiados por cada pétalo que nos rodea, de ver vuestro cabello que danzaría de forma magistral al son que toque el viento... Han sumergido mi corazón en el mar de la dicha y la sosobra del amor - dijo y llevó su mano derecha al mentón de ella. - Chiara... Te amo - dijo mientras acariciaba su mejilla con su mano izquierda y unió sus labios a los de ella, sus cuerpos se acercaron y después se miraron unos a otros.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Lun Dic 03, 2012 8:08 pm

Sus ojos continuaban contemplando la superficie aterciopelada y pura de aquella magnolia cuando una voz le llegó como un rayo en el centro del pecho. - Sabes que es una falta provocar recelo en una flor – sus piernas temblaron – ¿Ruggero? – susurró temiendo que solo hubiera sido una ilusión. - y es que... ¿Cómo podrían competir con una belleza como la tuya?- su mano fue dejando el pétalo para llevarla al pecho y girar lentamente. El quitasol se le escurrió de su mano y fue a parar en el césped junto a unos alliums.

Los latidos se le aceleraron y el rubor cubrió sus mejillas al recordar la noche en que se habían conocido y jurado amor. Allí no muy lejos, apenas a unos escasos pasos, se encontraba el hombre que había conquistado algo más que su amor, había logrado que Chiara renaciera, reviviera de esa muerte que ella misma se impusiera al sobrevivir a casi toda su familia – no quiero pensar en recuerdos tristes – se dijo mentalmente, cuando unas lágrimas pugnaban por salir. Sentía las manos firmes y seguras de Ruggero, que la atraían como en un sueño y la rodeaban. Sus miradas se cruzaron y ella perdida en aquellas pupilas azules se sintió inmensamente feliz. Las palabras que él le regalaba, el aliento cálido tan cerca de sus labios la llevaban a querer besarlo, pero se sintió pequeña e inexperta. – Yo también siento, que me has hundido en un mar de dicha y felicidad – le dijo mientras el suave roce de la mano de su amor por el mentón, le producía mil sensaciones. Inclinó la cabeza para apreciar mejor aquella caricia.

Su nombre en los labios de Ruggero, la transportó al paraíso y tembló de emoción al sentir nuevamente esos labios rozar los suyos. El beso fue más profundo, fuerte, imperioso y ella se dejó besar, era tan nuevo para ella y a la vez deseaba aprender, todo lo que él quisiera enseñarle, dejó que la atrajera hacia su cuerpo y que la mirara de una forma arrobadora, que le cortaba la respiración. Sin dejar de abrazarla la tuvo entre sus brazos. Chiara, poso sus manos en el pecho de Ruggero y se maravilló sintiendo los latidos del corazón de su amado. Con una mano siguió acariciando su pecho y la otra la deslizo por el brazo hasta el
hombro y de allí al cuello de Ruggero. Comenzó a acariciarle lenta y suavemente, desde el cuello hasta la mandíbula dibujando con un dedo las líneas del rostro masculino. Sentía como la piel de él se ponía cual si tuviera frio y en su ingenuidad creía que tal vez alguna corriente de aire hacía temblar a su amado, sin darse cuenta que podía ser ella quien provocara reacciones de ese tipo en un hombre.

Se puso en puntas de pie y besó la nuez de adán que sobresalía en el cuello masculino, y con su nariz inspiró suavemente para disfrutar del aroma de la mezcla de perfume, y jabón que desprendía la piel del cuello de su amado. – Me gusta como hueles – dijo en vos baja apretándose al cuerpo de Ruggero – ¿sabes que te extrañe muchísimo? ¿Dónde estuvo Señor Rosso? – se separó unos centímetros para observar las orbes azules que la contemplaban, cargadas de una esencia a tormenta y otra cosa que ella no lograba distinguir.


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Mensaje por Ruggero Rosso Mar Dic 04, 2012 5:29 pm

Chiara se entregó al beso con una pasión desbordante, la felicidad emanaba de ambos y sonrientes se miraban. Chiara acercó sus manos al pecho de Ruggero, el inquisidor las sintió penetrar su piel e hizo que su corazón latiese con más fuerza como si quisiera gritar - ¡aquí estoy amada mía! - y Chiara lo escuchara.

- ¿Sabes que te extrañe muchísimo? ¿Dónde estuvo Señor Rosso?
- dijo su amada separándose para contemplar los ojos de Ruggero.

El inquisidor tomó las manos de Chiara y perdió su vista en los labios de ella. La sonrisa se desvaneció por unos segundos y regresó con más intensidad. - Por tres días y dos noches cabalgué a mi refugió y lo hice arder... Os dije que renunciaría a todo, las llamas consumieron el arsenal, los libros, los reportes, las ordenes de la inquisición... Y también mis recuerdos de Jade
- desvió la mirada, conteniedo sus lágrimas. Las imágenes de como ardía aquella cabaña que fuera hogar de él y Jade y que se convertiría en un arsenal tras su muerte. Le provocaron una punsada en su corazón, se vio tirado en el suelo llorando mientras el fuego lo arrasaba todo y cuando el recuerdo de Jade se convirtió en cenizas se había marchado.

Ruggero volvió acercarse a su amada. - Ansioso regresé, pensando en una sola cosa, en mi amada signorina y la incertidumbre de si volvería a verla
- el inquisidor llevó de las manos de Chiara a su pecho. - ¿Sientes eso amorè? - y Ruggero buscó los ojos de su amada, - es mi corazón que no quiere perderte, que quiere amarte por siempre, que grita vuestro nombre y a unido mi alma a vuestro destino - dijo y besó las manos de Chiara. Luego llevó su mano derecha a su pantalón y del bolsillo saco un crucifijo tallado en rubí. - Permitame colocar esto en vuestro cuello, el crucifijo representa mi amor que es más grande que el de Dios, la piedra roja representa mi corazón que ahora le pertenece - pasó la cadena entre el delgado cuello de su amada y el crucifijo permaneció colgado.

Ruggero se perdió contemplando la piedra, la acarició unos instántes y volvió a mirar los ojos de su amada. La mano de Ruggero abandonó la piedra, para descansar unos momentos en el cuello de Chiara, los dedos acariciaron la zona y subieron hasta los labios, acarició una mejilla y besó su frente.

- ¿Creo que si permanecemos más tiempo entre las magnolias se marchitarán de envidia?
- Ruggero dio unos pasos y cogió el parasol de Chiara, se lo entregó y le ofreció el brazo. - Por cierto, a mi también me gusta como oléis - y comenzaron a caminar.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Dic 05, 2012 6:08 pm

Oírle hablar de lo que había hecho, con sus recuerdos, con su pasado, en esos días de ausencia, por un lado, le demostraba cuan sinceramente le amaba, pero por otro el ver esas lágrimas que intentaban salir a la luz, ese dolor real y tangible que había visto en su expresión le avivaron un sentimiento de pesar. Aferrada a su amado, rodeando con sus brazos el pecho de Ruggero, se preguntaba, si ella podría llegar a convertirse en otro recuerdo doloroso, para su amado, que procuraría luego desterrar.

De pronto, lo imaginó en medio de ese lugar donde se alzara su refugio, sus sueños rotos, su momentos compartidos con Jade y contempló angustiada todas y cada una de las expresiones que él hacía mientras le relataba sus días lejos de ella. Su mente se pobló de imágenes del lugar incendiándose, de los objetos, ardiendo y el profundo dolor que seguramente su amado experimentara purificando ese pasado que alguna vez habría sido feliz.

Tuvo miedo de amarlo de esa forma, con tanta entrega, pues sus cavilaciones la llevaban a la duda de ¿Qué pasaría si él en algún momento dejara de amarla? o Si existiría además del recuerdo de su difunta esposa, alguna mujer que lloraría su desamor. Las dudas que la asaltaban le cubrieron por un segundo el rostro de tristeza, pero lo ocultó de sus ojos, hundiéndolo en su pecho. - gracias por contarme, por hacerme parte de tu mundo - le dijo mientras sus ojos se perdían en aquellos azules orbes.

Sentir el corazón de su amado latir de esa manera, saberlo suyo a pesar de todas sus dudas, la colmo de alegría. Sintió los labios en sus manos y quiso hacer lo mismo, mientras entrecerraba los ojos y lo miraba de forma provocadora pero sin ser consciente de ello. Entonces él, sacó algo del bolsillo de su pantalón. Como una niña cuando sus padres, le traen algo de regalo, luego de un viaje inesperado, se emocionó mirándole las manos, en donde se divisaba que ocultaban un objeto. - ¿Qué es? – preguntó ansiosa, en el momento en que le ofrecía esa joya de inmenso valor. - Permítame colocar esto en vuestro cuello, el crucifijo representa mi amor que es más grande que el de Dios, la piedra roja representa mi corazón que ahora le pertenece – el corazón se le empequeñeció, cuando escucho esas palabra, una angustia extrema le oprimió el centro del pecho – oh amor, no diga eso, que vuestros labios no pronuncien una ofensa a nuestro Señor, no vaya a enojarse y me aleje de vuestro lado – dijo mientras le clavaba sus pupilas en aquel mar azul que eran los de Ruggero.

Se dejó poner la cruz, mientras lo seguía estudiando, cada movimiento, cada gesto. Lo sintió temblar cuando rosaron sus manos la piel del cuello, luego él le tocó la cruz como si estuviera acariciándola a ella por su cuerpo. Aquella amada mano dejó la fría superficie del rubí, para rozar y detenerse en el cuello de Chiara, luego prosiguió su camino hasta sus mejillas, sus labios y por último, él le besó castamente en la sien, ella cerró los ojos y se dejó traspasar por tanta felicidad – Oh Dios, solo te ruego que no permitas que nadie, ni nada no separe – rezó en silencio mientras su amado le entregaba el parasol y continuaban su paseo por el Jardín.

Ella se detuvo unos pasos más allá de donde se habían encontrado, le señaló un asiento y le dijo – ¿le parece si nos sentamos en la sombra fresca de aquel roble? – Sonrió mientras con la mano que posaba delicadamente en el brazo de él le hacía una pequeña presión para que tomara en cuenta su sugerencia.


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Mensaje por Ruggero Rosso Sáb Dic 08, 2012 1:40 pm

Se alejaron de las magnolias, ella tomándole del brazo y con su parasol bloqueando los rayos. Ruggero la contemplaba y reparó en las palabras que ya había escuchado decir a Jade, - oh amor, no diga eso, que vuestros labios no pronuncien una ofensa a nuestro Señor, no vaya a enojarse y me aleje de vuestro lado - y casi se conmocionó.

Los ojos de Ruggero volvieron ver la cabaña arder, el fuego devorador de recuerdos. - ¿Le parece si nos sentamos en la sombra fresca de aquel roble?
- y rompió el trance de Ruggero, el inquisidor la miró a los ojos y asintió.

Desviaron su camino al roble, tomados de la mano y cuando llegaron Ruggero se adelantó, se volteó y encaró el rostro de su amada. Le extendió las manos y cuando ella las aceptó se acercó, llevó una de sus manos a su cintura y comenzó a moverse de un lado a otro, en un baile sin música.

- Disculpadme si este no es el lugar apropiado.. ¿Pero cuándo lo es para el amor?
- le dijo con una sonrisa, la sombra del roble los abrazó, les dio intimidad y guardó el secreto de su amor.

Entonces Ruggero se tropezó y cayó llevándose a Chiara al suelo. El inquisidor se soltó a reír mientras veía el rostro de Chiara que tras la caída palideció y recobraba el color. - Amada mía
- pronunció cuando al fin detuvo su risa, luego la tomó y la llevó a su pecho rodaron y él quedó encima de ella. Enlazó sus manos con los de ella y las conducio por arriba de su hermoso cabello rizado. La miró a los ojos, a esos hermosos ojos grises, expresivos, felices tanto como los de Ruggero, su corazón se le aceleró, el rostro de Chiara le pareció que resplandecía, los labios parecía escucharlos decir, - besadme -.

- Oh, que el plan era sentarnos... ¿No?
- dijo y se apartó de ella, se recostó a un lado y besó una de las delicadas y blancas manos de Chiara. Después se puso de pie y ayudó a su amada que tenía algo de pasto en el cabello. Ruggero el sonrió divertido y quitó del cabello rizado el pasto enamorado.

Se volvieron a tomar de la mano y se sentaron en la banca, Ruggero le cogía las manos. - ¡Qué hermoso día!
-.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Sáb Dic 08, 2012 7:58 pm



Caminaron hasta el roble, iban del brazo, ella intentaba cubrir con el parasol su cabeza y la de su amado, para que el sol no los molestara, pero le estaba siendo en verdad difícil, ya que él era un hombre de mayor altura y se sentía muy pequeña a su lado. Prosiguieron por el pequeño sendero que los llevaría al asiento que se encontraba bajo el roble. Aquel era un árbol majestuoso de enorme tronco y ramas que se extendían por todos sus lados, algunas que ocultaban parte de su sombra a las miradas indiscretas de los viandantes y para allí se encaminaron.

Chiara estaba absorta en la bella tarde y en el aroma que desprendían las diferentes flores que crecían. De un instante a otro cuando giró la cabeza para comentarle a su amado de una flor que por allí estaba, vio que en los ojos de Ruggero una sombra se había enseñoreado. Apretó suavemente su brazo y le sonrió cuando volteó a verla. – ¿Que pasa amor? – pensó mientras le devolvía una sonrisa dulce de ojos algo rasgados. – Está pensando en ella – se entristeció – nunca podrá olvidarla, la amó con el alma – sus ojos se volvieron acuosos, y desvió la mirada para que él no viera su tristeza en su expresión – ya ha sufrido bastante, no debes darle más tristezas, ni dudas infundadas. Chiara, él debe hacer su duelo, como tu hiciste el tuyo – Llevó sus dedos a la cruz que él acababa de regalarle y se esperanzó – si no te amara, no te hubiera entregado esta joya y lo que ella significa – se respondió mientras se secaba disimuladamente las lágrimas y tragaba el nudo que se le había formado en su garganta.

Al desviar su recorrido él le tomo de la mano, la sensación fue una sorpresa para ella ya que estaban sin guantes y en aquella sociedad, algo así era un signo de intimidad, de unir piel con piel, deseo con deseo. Se ruborizo lentamente, mientras mil mariposas huían de su estómago hacia su pecho. Al llegar al lugar elegido, él se volteó y le tomó de la cintura y de su mano y comenzó a llevarla por el césped como si una orquesta invisible estuviera tocando la más hermosa melodía. - Disculpadme si este no es el lugar apropiado… ¿Pero cuándo lo es para el amor? - Chiara rió divertida por aquella ocurrencia espontánea y romántica, posó su mano en el hombro de Ruggero y el brazo de éste la atrajo uniéndolos, en un sensual abrazo. Mientras bailaban ella lo contemplaba, quería que ese momento quedara grabado a fuego en su memoria – por si un día no te volviera a ver, o dejaras de amarme, nunca olvidaré este día, tus ojo, s tu boca, tu adorable sonrisa que inunda de alegría mi corazón – pensó mientras intentaba ocultar la sombra de tristeza que se expandía por todo su rostro, enterrándolo en el cuello de su amado.

En ese preciso instante, Chiara sintió que Ruggero perdía estabilidad y juntos, aun abrazados para el baile, cayeron al blando césped y al suave colchón de hojas que se había formado bajo la sombra del añoso árbol, fue una caída que a ella le pareció interminable, vio la risa en los labios de él y el revuelo de sus faldas que dejaron al descubierto sus piernas enguantadas en medias de color celeste como su vestido y los chapines haciendo juego, palideció pues eso era como mostrarse desnuda delante de su amado.

- Amada mía – pronunciaron los labios de él, y el color volvió a sus mejillas arrebolándolas, sintió la mirada intensa y llena de deseo de aquel hombre y los latidos de su corazón se aceleraron. Aún tomada de la cintura y del hombro. La hizo girar, permaneciendo sobre ella, las piernas le quedaron aprisionadas entre las de él y sus pechos fueron oprimidos por el peso masculino, subiéndolos y peligrando mostrar más de lo debido por el pronunciado escote. Pero nada le importaba, todo era nuevo para ella, el sentir el peso de su amado sobre su cuerpo, sus piernas entrelazadas, la sensualidad de la posición. Su rostro se encendió como si hubiera estado al sol toda la mañana y sus ojos se perdieron en el océano de los de su amado, con
un hilo de voz le dijo – Besadme – pero él no parecía comprender sus palabras.

- Oh, que el plan era sentarnos... ¿No? – dijo él, mientras en un ágil movimiento se colocaba a su lado. Le tomó una de sus manos y se la besó, Chiara tembló al contacto de esos labios en su piel. En dos movimientos estaba erguido y de un simple envión la alzó, dejándola parada a su lado, mientras con sus manos le quitaba las hojas y pequeños trozos de pastos que habían quedado aprisionados entre sus cabellos. Le tomó las manos y la condujo al asiento en donde se sentaron. A la afirmación de cómo era el día ella respondió con un asentimiento de cabeza, aún estaba muy turbada, por lo vivido apenas un segundo, tal vez para él eso era una tontería pero para ella que nunca había tenido el peso de un hombre sobre su pecho, le había producido sensaciones que comenzaban a despertar un sentimiento nunca antes vivido. Sus labios se curvaron en una sonrisa sensual y seductora que aunque ella no se diera cuenta del poder, en un hombre podía provocar muchas cosas. Solo su mente se debatía en pensar en cómo sería yacer junto a su amado, como sería la intimidad entre un hombre y una mujer. Sus ojos clavados en los de él mostraron la necesidad de saber y de experimentar nuevas sensaciones y sin darse cuenta se fue encendiendo como una cerilla al acercarla a la llama, se puso roja y desvió la mirada mientras intentaba serenar su alma.




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Mensaje por Ruggero Rosso Lun Dic 10, 2012 8:27 pm

Ruggero se percató de la revolución de sensaciones y sentimientos alrededor de su amada, los ojos reveladores de ella, el temblor delatador y las expresiones certeras.

- Hey
- le dijo y la tomó de la barbilla para que sus ojos volvieran a encontrarse, - todo esta bien - continuó con una voz serena y tomó las manos de Chiara. Las llevó a su pecho, a su corazón. - Lo escucháis, también el mío se acelera cuando vuestro cuerpo esta muy próximo al mío -, Ruggero luego hizo que las manos subieran hasta el fuerte cuello de él, - y mi piel, la sentís, el cosquilleo que recorre mi misma médula, me hace estremecer cuando el contacto se realiza - proseguía el inquisidor y llevó las manos después al estomago oculto bajo el poderoso torso, y que sin embargo, se expresaba con claridad. - Y en mi estomago, el revolotear de las mil mariposas que anidadas no esperaban volver al volar motivados por el amor -, Ruggero sonrió con sinceridad y liberó las manos de Chiara, pues quería demostrarle que nunca debía sentirse atada a él.

Ruggero llevó su mano derecha a la mejilla de ella y la acaricio, disfrutaba tocar tan fina piel, delicada, limpia, pura. Retiró su mano y volvió a tomar las de Chiara, besó ambas con ternura, después acercó su boca al cuello de ella como si un vampiro fuese y le besó. Sintió la revolución de sensaciones en el cuerpo de Chiara, abandonó el cuello, buscó su boca pero besó sólo la mejilla. Pasó una de sus manos por el cuello hasta la nuca y con la otra acarició el cabello. Le dio un pequeño beso en la nariz y ahora si besó los añorados labios de su amada.

- Signorina Di Moncalieri, quiero viajar, recorrer lo mejor del mundo a vuestro lado, no como un asesino de la iglesia, sino como Ruggero Rosso, el hombre perdido en vuestro amor. Pero he de informaros que tengo que realizar algo antes de pasar el resto de mi vida y compartir mi corazón con el vuestro. He de marchar al Vaticano, entrevistarme con el sumo Pontífice y renunciar a mi cargo, a mi vida como soldado. Luego entonces podré regresar a vuestro lado libre para unirnos por siempre
- confesó el inquisidor de tal forma que hiciera creer a Chiara que sería fácil.

El sumo Pontífice no permitiría semejante traición a Dios, Ruggero Rosso buscaría testigos y convocaría una corte para quedar libre del cargo y por siempre exiliado de la iglesia, nunca más podría regresar al Vaticano ni recibir apoyo por ellos... Pero acaso eso le preocupa a Ruggero, no, sólo quería estar con Chiara Di Moncalieri y sería capaz de encarar al mismo diablo por ella.

Buscó nuevamente las manos de ella, él se acercó más a ella y llevó las manos de su amada al cuello de éste. Ruggero se aferró a su cintura y la besó como no lo había hecho antes, con pasión, sus labios ardían en deseos y sus cuerpos se inclinaron levemente a la derecha por el peso que él ejercía sobre ella, el beso se prolongó, sus manos abandonaron la cintura y subieron por su espalda hasta la nuca y el beso se detuvo.

- ¿Pero que has hecho Ruggero?, que ella es una dama
- y Ruggero se avergonzó. - Disculpadme, mi exhibición a sido muy descortés. No debí... - pero no supo como terminar, entonces recordó a su hermoso caballo y sonrió. Se levantó y miró a Chiara, - ¿caminamos un poco? -.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Dic 12, 2012 7:23 pm

Al contacto de su piel, con los dedos de Ruggero, sintió que literalmente se fundía. Escuchó, con el corazón revoloteando como un diminuto colibrí, cada una de las palabras que le dirigía su amado. Cuando las manos de él, aprisionaron las suyas para poyarlas en su pecho, cuello y vientre, ella sintió que sus manos ardían y al soltarlas en de vez de encontrar calma, solo le produjo el deseo irrefrenable de recorrer con ellas nuevamente cada una de las zonas donde sus manos lo habían tocado.

Cerró los ojos al contacto de sus caricias y disfrutó de cada uno de los besos castos que él le dio en sus manos. El aliento de él en su cuello, la sobresaltó, pero en vez de recordar al vampiro que casi la había ultrajado, aquellos besos la exorcizaban de los malos recuerdos, inclinó su cabeza para que los labios de Ruggero tuvieran un mejor ángulo y sus caricias fueran más profundas. Todo lo hacía de forma instintiva aunque no lo pareciera, ella no era nada consiente en su voluptuosidad o en su sensualidad. Luego de esa intimidad vivida, los labios de él siguieron su camino hasta llegar a sus labios y allí ella no pudo resistirse más y dejó que la besara con pasión aunque su corazón se desbocara como un corcel asustado.

La dicha era tan enorme, escucharlo decir que no deseaba separase de ella, era una poesía para sus oídos, pero como si de una maldición se tratase, escuchó desorientada que él debía partir, que era necesario ya que debía presentarse ante el Santo padre y ella aunque le escuchaba, su mente se perdió en el sufrimiento. Una angustia inmensa, cubrió su rostro – no amore, por favor no me dejes ni siquiera por un día – pensó mientras bajaba la mirada ya que con aquel sentimiento en sus ojos no podía sostenerle la mirada. – Como pretendes que pueda vivir un minuto más sin tus besos, sin tu presencia – reprochó mentalmente, mientras intentaba en vano que las lágrimas no le brotasen de sus ojos. – ¿es acaso este viaje, imposible de posponer? – se oyó decir, tomó valor y prosiguió – ¿no podría acompañaros? – buscó de pronto su mirada, con sus ojos arrasados por las lágrimas – por favor no me abandones – dijo mientras sus manos cubrían su rostro. No podía sentir una separación más, ya demasiado había vivido en tan poco tiempo. Pero a la vez, apenas sus labios pronunciaron aquellas palabras se arrepintió. ¿quién era ella para oponerse al deber de un hombre? Lo miró, mientras sorbía por la nariz y se limpiaba con un precioso pañuelo bordado, las lágrimas que habían recorrido sus mejillas y su cuello, - disculpadme no tengo ningún derecho a comportarme de esta forma tan aniñada -, sonrió tímidamente.

Aun intentaba esconderle la mirada, cuando se dio cuenta que le tomaba las manos y las llevaba a su cuello. Ella entrelazo sus dedos en la nuca de su amado y sintió como sus fuertes brazos la asían por la cintura. El beso que recibió de él, fue tan apasionado que le quitó el aliento, todo le daba vueltas y solo deseaba aferrarse a su amado, sus dedos se enterraron en su cabello, desde la nuca hacia arriba acercándolo, exigiéndole, que aquel beso fuera más profundo aun, como si intentara unirse a él para siempre. Las manos de su amado dejaron su cintura, para exigir de la misma forma que ella, llenándola de escalofríos por toda la columna, hasta que la mano abrazadora de él se detuvo en la nuca. Toda su piel estaba encendida, sus pezones, erectos y sus labios rojos como las cerezas delataban su excitación, con los ojos aun cerrados y sus mejillas surcadas por el rastro salobre de las ultimas lágrimas, pudo darse cuenta que él se alejaba y un vació enorme le pesó en el pecho – no- le susurro en los labios – no dejes de besarme – sus ojos se clavaron dulcemente en los de Ruggero y tras un segundo, suspiró, sabía que la magia había acabado y que la realidad y las normas se colaban entre sus ansias de intimidad.

Él se disculpó, por lo que había hecho y en verdad ella no entendía porque, pues lo había disfrutado cada uno de los segundos vividos juntos. - ¿caminamos un poco? – dijo él mientras se incorporaba para poder seguir el recorrido del Jardín botánico. Ella asintió, aunque su alma decía otra cosa – ¿porque mejor no nos quedamos y me sigues platicando de ti y de nuestro futuro junto? – pero de sus labios solo se escuchó un sí y se levantó para acomodarse a su lado, tomar su brazo y seguirlo por el sendero que los llevaría al camino principal.


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Mensaje por Ruggero Rosso Lun Dic 17, 2012 4:10 pm

Tras el sí de su amada, comenzaron a caminar. Ella tomándolo del brazo y él marcando el ritmo.

- Quisiera no ir, la sola idea de apartarme de vuestro lado es un tormento. Mas es algo que debo de hacer. Porqué más tarde o más temprano ellos me buscarán con misiones a realizar
- respondió a la pregunta que Chiara le había hecho antes del último beso. Ruggero dirigió la mirada al suelo y la escondió de su amada. - ¿Cómo podría decir a Chiara que no puede seguirme al vaticano, sin que se descubra el peligro que correría ella o presencie lo que la inquisición me haga? - era algo que Ruggero no sabía como responder.

- Regresaré amada mía para no separarme nunca más
- dijo esquivando la segunda pregunta que le había hecho y buscó los ojos de su amada. La contempló olvidándose del camino, dejando que ella guiará y siguiera el sendero que los conduciría al centro. A donde las orquideas y alcatraces.

- ¿Cuál es vuestra flor favorita, serán acaso las magnolias blancas que envidiaban vuestra belleza?
- dijo cuando estaban en el campo principal, junto a los alcatraces. - Mirad a los alcatraces, sus hermosas hojas opacadas por vuestro rostro, el gran tallo de un verde vivo denigrado por vuestro cuerpo y su perfume natural nada es comparado al vuestro. ¡Ay amada mía! ¿Existirá alguién en estos momentos más enamorado que yo? Sí es así, me gustaría conocerle y escucharlo decir de sus propios labios - y llegaron hasta las orquídeas cuando Ruggero detuvo su andar. Chiara le miró a los ojos y él a los de ella.

Sus cuerpos volvieron acercarse, el cabello del inquisidor ya había perdido firmeza y se le caía por los costados, algunos rebeldes iban a parar a su rostro; lo que hizo que Ruggero los escondiera atrás de las orejas. El inquisidor llevó sus manos a las mejillas de su amada y recorrió un sendero hasta las orejas de ella, las acarició un instante y abandonó la zona, besó los labios de Chiara y enlazó sus manos con los de ella.

- Al norte del jardín están los claveles, ¿a qué no llegas antes que yo?
- retó Ruggero, aún sujetándola de la mano corrieron y al estar muy de cerca la soltó dandole algo de ventaja, para que ella llegara primero. Ruggero reía, se sentía feliz y cada vista de Chiara le llenaba.

Se detuvo más allá de los claveles, Ruggero llegó hasta ella y cogiéndola de la cintura la alzó con sus poderosas manos. Como si de una niña se tratara y comenzó a dar vueltas con ella en brazos. Reían y se perdieron mirándose. - Chiara Di Moncalieri
- era en lo único que pensaba y de pronto cayeron. Él la protegió girando a modo que su espalda recibiera el golpe. no causó dolor, sólo más risas. Se contuvo mirandola y buscó sus labios, la besó como lo hiciera antes y ella lo recostó para que Ruggero tuviera más libertad.

La tomó de la cintura, se besaron, sus labios se mantenían unidos en un beso que parecía no tenía final y ella sobre él impedía que él la apartara sin ofenderla. Pero nada importaba, Ruggero la besaba, los únicos testigos de su amor eran los claveles.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Mar Dic 18, 2012 3:53 pm

El le enseñaba las flores y plantas y ella, aunque las miraba si él se las señalaba, volvía sus ojos para verlo. El gesto, la mirada, su boca diciendo cada palabra, la tenían hipnotizada. Esos labios que hablaban de la belleza de la flora llamaban poderosamente su atención, cuando le preguntó cuál era la flor que más le gustaba ella sin pensarlo y mirando aquellos labios dijo – tu boca - levantó su mano y rosó con su dedo la superficie aterciopelada, al instante se dio cuenta de lo que había dicho se sintió que un intenso calor trepaba por su cuello encendiendo sus mejillas.

Se rió nerviosa y se separó unos centímetros, a pesar de la intensa atracción que sentía, le dolía en sobremanera que no le permitiera ir con él. Cuando afirmó, que era el hombre más enamorado, ella le creyó, ¿como no hacerlo si no tenía experiencia alguna?, casi no conocía su pasado, excepto que estuvo casado. Una nube de tristeza cruzó por su rostro, un comentario mordaz había llegado a sus oídos, pero ella no quería darle crédito, - ¿ha caso no sabes, que tu amorcito estuvo hasta después de conocerte, en amores con una joven? – Había dicho aquella persona y continuó sembrando tempestades – ¿o que es, un asiduo cliente de ciertos burdeles? ¿Sabes lo que es un burdel o que se va a hacer allí? - , en ese momento lo había defendido, diciendo que lo ocurrido antes de que se conocieran no tenía importancia para ella. Pero las palabras resonaron en sus oídos, y aunque quiso sonreírle esa duda le hirió el alma – ¿me amas tanto, como para no tener secretos conmigo? - Se oyó preguntarle, él la atrajo a su cuerpo, tembló por el solo hecho del contacto. Todas las dudas, los miedos, las maledicencias quedaban destruidas cuando ellos se tocaban.

Cuando Ruggero se arregló el cabello, no pudo frenar su impulso de llevar su mano y seguir la huella dejada por él. En el instante que su amado delineó su mejilla con sus dedos, ella inclinó su cuello para que tuviera mejor acceso a él, deseaba sus besos y caricias, todo su cuerpo lo deseaba y aunque sin malicia, esas tímidas lisonjas la estaban llevando a un límite. El beso que le dio delicado, casto y sus manos enlazadas, la mantenían en un estado de bienestar del que no quería salir nunca más.

Caminaron rumbo a las matas de claveles y entonces él, le propuso algo entre infantil e inocente, corrieron tomados de la mano, luego logró sacarle ventaja, agitada y algo despeinada, lo vio aproximarse a ella, con una expresión de felino, de un animal que ve su presa, pero no tuvo miedo, al contrario, experimentaba una ansiedad por sentir sus abrazos. La tomó de su mínima cintura, la alzó y giró varias veces con ella entre sus brazos. Estaba tan feliz, que tuvo miedo – no rías tanto, que el que ríe un día, llorará al próximo – escuchó la voz de su nana como si en ese preciso momento la estuviera observando.

Entre un giro y otro, él perdió el equilibrio, rodó protegiéndola y entonces quedaron extendidos en el césped, ella sobre él, con sus agitaciones, su rubor, su necesidad y exigencia. Siguió tomándola de la cintura, apretando sus cuerpos, se besaron con apremio, con ternura, con una pasión que cada momento se iba extendiendo por sus cuerpos. Estiró su cuerpo para mirarlo a los ojos. Ella tenía una petición que hacerle. Pero temía que él lo tomara a mal. Lo miró intensamente, como si en ese acto intentara explicar todo lo que deseaba – Ruggero, amore mío, no te vayas – pensó – no me dejes – Volvió a ver esos labios y luego se hundió en las aguas mansas de susojos – Ruggero, déjame ser… tu mujer – dijo en sus labios.


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Mensaje por Ruggero Rosso Mar Dic 18, 2012 8:29 pm

El beso terminó y se miraban. - ¿no tenerle secretos? - pensó Ruggero, todo mundo tenía secretos y era porque muchas veces procuraban daño a terceros. Ruggero miró fijamente los ojos de su amada, ¿sería capaz de confesar todo lo que ella preguntase sin pensar que las revelaciones podrían herirle? Pero si tenía claro algo, su amor era verdadero y se doblegaría a las peticiones de Chiara.

- Mi amor es tan grande y verdadero que no puede negarse a nada, mi corazón es vuestro y tan sólo os mostrará lo que queráis ver en él. Nunca una mentira aunque eso signifique mi perdición
- dijo en un susurro sin buscar los deseados labios.

- Signorina Di Moncalieri, las manos de un asesino tocan vuestro cuerpo. De un condenado herido por la vida, destrozado por un amor perdido. He vivido gracias a la búsqueda de placeres que sangran los ojos del mismísimo Dios, haciéndome de una obsesión asesina. Pero entonces llegó usted como un ángel, una luz cálida que inundó mi corazón de dicha y amor. Y es cuando me pregunto ¿cuánto me debía la vida que con vuestra llegada me pago?
- hizo una pausa para respirar y dejar que su amada asimilara, luego continuó.

- Cuando me complacía con los placeres que terminaban en pecado, llegaba el arrepentimiento, y me cobijaba con la melancolía y la soledad. Pero no ahora, mis deseos para con usted signorina Di Moncalieri son puros y sinceros, sostener su mano es tan placentero como verla sonreír y el arrepentimiento me invade cuando no la veo, y sin embargo, me cobijo con la esperanza de volver a verla... Le amo y no hay nada más sincero que eso
- y esta vez buscó las mejillas de su amada y le sonrió.

Quiso continuar, mas Chiara no se lo permitió, - Ruggero, déjeme ser... tu mujer
- dijo y paralizó el cuerpo del inquisidor, un frío nació de sus piernas y subió recorriendo su primera dorsal, haciéndolo estremecer.

- No quiero ir al Vaticano, no quiero separarme de vuestro lado
- respondió Ruggero sin poder contener el par de lágrimas que nacieron en sus ojos azules. - Dichoso sería de que fueses mi mujer - continuó y apartó a Chiara para que el se reincorporara y estuviese hincado en el césped, tomó las manos de su amada con delicadeza, las besó y luego buscó sus hermosos ojos grisáceos.

- Chiara Di Moncalieri... ¿Aceptaríais casaros conmigo, llamadme esposo y caminar junto a mí como matrimonio?
- pidió con una voz dedicada a su amada y a nadie más.

Pero entonces Ruggero sintió miedo, miedo al no, miedo a la perdida. Y ese temor hizo que recordara la noche en el que le falló a Jade, cuando dejándola en casa fue víctima de aquel vampiro. Y pensó en los tantos enemigos que su vida de inquisidor le había generado, recordó a Jeremie y también a la maldita bruja de aquella noche del teatro. Nunca supo su nombre pero estaba seguro que la volvería a ver, de que ella lo buscaría para intentar arrebatarle la vida, sin olvidar a Hayden y su absurda orden de llevar a Ruggero a un supuesto juicio y estaba también Killer Bee, la única inquisidora capaz de cumplir el mandato de la Iglesia sin involucrar sus sentimientos. Ruggero sabía que si la iglesia mandaba a alguien a asesinarlo era ella, su mortal aprendiz.

- Chiara Di Moncalieri
- susurró su mente, estar junto a él la condenaría pero el solo hecho de no estar junto a ella le devastaba de sobremanera.

Ruggero la amaba, ¿pero sería capaz de dejarla ir para protegerla?, de eso Ruggero no estaba tan seguro.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Dic 19, 2012 5:39 pm

Chiara escuchaba cada una de las respuestas que su amado le daba, aun sentada a horcajadas de él aprisionando su cadera con sus piernas. Cuando él le recordó que era un asesino, no pudo controlar un grito interno y doloroso – no!!! Amore – pensó - tú no eres un asesino, si no fuera por hombres como tú, hoy no podríamos estar aquí, los dos sintiendo este inmenso amor – le susurró en los labios. Le sonrió y besó su barbilla. Que le hablara de su perdido amor, eso le dolía, aunque se tragara sus sentimientos, aunque la envidiara, porque en tantos años y aun ahora reinaba en sus pensamientos.

Los ojos de Chiara se volvieron acuosos al escucharlo compararle con un ángel, con la luz que lo salvaría. Cuando él le hablo de los placeres de la carne, para ella le fue difícil de entender, pues nunca los había experimentado, no sabía lo que era vibrar en los brazos del ser amado – aunque si es una milésima parecido a lo que hoy siento entre tus manos, quiero fundirme en ese placer – pensó mientras lo miraba, aun con los ojos encharcados en lágrimas y roja por lo que estaba pensando.

La respuesta que le dio a su pregunta, la llenó de dicha, no quería viajar al Vaticano, por no separarse de ella. El corazón latía deprisa como si fuera a desbocarse, cuando los labios amados dijeron que sería dichoso si ella fuera su mujer. En un movimiento y con sus poderosos brazos la dejó sentada en el césped mientras él se hincaba, para hacerle la proposición más hermosa, aquella, que hasta no hacía mucho, pensó nunca podría escuchar. Oír de los labios del ser amado esa frase - Chiara Di Moncalieri... ¿Aceptaríais casaros conmigo, llamadme esposo y caminar junto a mí como matrimonio? - La hizo sentir que volaba, parpadeó y contuvo la respiración, sus labios se curvaron en una sonrisa y se abalanzó a los brazos de Ruggero – si… si… amore – dijo, mientras le tomaba su rostro y lo besaba por todos lados – o Dios, si amor, acepto ser tu esposa, acepto estar a tu lado aunque el mundo se nos caiga a pedazos – se aferró a su cuello porque no quería que la viera llorar, temblaba mientras tomaba con sus manos la nuca de su amado como si quisiera fundirse en él y ser parte de su propio cuerpo.

Por la Alianza, sabía que él tenía muchos enemigos y que al aceptarlo pasaría a ser una más de aquella lista de posibles puntos débiles para su amado, pero no podía negarse, no podía dejar de ser egoísta y pensar solo en el amor que se tenían. – si algún día deberé sufrir por esta decisión, lo prefiero mil veces, es mejor haber amado, que vivir y no tenerle a mi lado – caviló mientras volvía a buscar esos labios que la enardecían, aunque le mostrara su rostro surcado por las lágrimas y sus besos fueran salobres, - como el mar – pensó – como el bello océano de tus ojos - cerró los suyos para disfrutar ese beso y esas caricias apremiantes. – Que me importa, si el diablo y la iglesia nos condenan - caviló, - no me arrepentiré jamás de haber vivido aunque sea, un día a tu lado, por más que eso me lleve a la muerte – dijo casi en un susurro.


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Mensaje por Ruggero Rosso Miér Dic 19, 2012 9:21 pm

Y en su interior Ruggero lloró, no creyó lo que oyó. Rezó a Dios por su misericordia, por haberle dado esta oportunidad. Miró a su amada, a su dulce Chiara, con sus expresivos ojos grisáceos, ésta le tomó el rostro y comenzó a besarle por todos lados. Oyó con detalle cada palabra, dedicándose al tono que cambiaba conforme la frase terminaba.

Y escuchó su llanto y sintió su temblor en su propio cuerpo, y las manos en la nuca dieron placer a un Ruggero que cerró los ojos. Chiara buscó los labios de Ruggero y él se los entregó en besos, las lágrimas de Chiara humedecían las mejillas de Ruggero y sin notarlo, las de él humedecían las de ella en aquellos besos.

Ruggero la tomó de la cintura y juntos se recostaron aún unidos en el placer de los labios, acarició el rostro, el cuello, los hombros y abandonó la boca, besó la frente, las mejillas saladas y fue descendiendo hasta el cuello, tomó dirección al hombro derecho, hasta donde el vestido se lo permitió y bajó al escote. Su brazo surcó su cintura, alzando su cuerpo a sus labios y cuando Ruggero regresó a la realidad de la normas y estereotipo social condujo sus labios de regreso, paseando por el delgado cuello y anclando en los esperados labios.

Sintió que la sangre le hervía, el deseo carnal se apoderaba de él y sólo el respeto a ella, el amor que le profesaba apaciguaba sus deseos. Poco a poco la sangre retomó su temperatura, el corazón acelerado fue regulándose. Chiara no era Alexês Nyíri, aquella cortesana que en Redada en París perdiera la vida y con quien Ruggero no se limitaba a nada. Chiara tampoco era Jade, la mujer que tanto le hubo dado y que fue encontrada con el cuello desgarrado. No, Chiara era más que Jade, solo había una manera de amarla, de unirse a ella y no era como si de una cortesana se tratase, como si de Alexês fuese o incluso de Jade y entonces Ruggero recordó a Cammy White. Aquella época en la que él la condenó uniendo sus cuerpos en una noche de luna llena, terminando con la inocencia de la ahora mortífera Killer Bee.

Si, en cierto modo Chiara era como la dulce e inteligente Cammy cuando joven, ambas con su inocencia pura, ambas vírgenes. Y la intriga llegó a él, - ¿podría Chiara Di Moncalieri convertirse en Killer Bee?
- y quiso gritar, ¿cómo era que pensaba en eso? Cammy estaba siendo entrenada para ser una asesina, su inocencia se perdería con el tiempo. Mas con Chiara era distinto.

- No me arrepentiré jamás de haber vivido aunque sea, un día a tu lado, por más que eso me lleve a la muerte
- dijo Chiara rompiendo el trance del inquisidor.

- Chiara, ¿qué más puedo decirle para expresar mi amor? El cielo claro de hoy, el viento que apenas sopla, las flores que nos rodean, el inmenso sol, la indomable mar. No pueden compararse a vuestra bella sonrisa, a vuestros ojos dulces o vuestros tiernos labios. Sois la ama de mis pensamientos, de mis acciones... Nunca un si había significado tanto para mí
- y le sujetó las manos, entrelazándolas. - Y me pregunto yo, ¿acaso estaré muerto, este es el paraíso? Porque donde más encontraría a una mujer tan bella, igual a un ángel, ¿dónde unos ojos me ven como un hombre y no como un... un... Inquisidor? - y sus ojos azules se volvieron cristalinos, - y entonces siento vuestra piel, beso vuestros labios y una voz me dice, no, vives y anda, no limites vuestro amor, entrégate a ella que no saldréis herido - y entonces, se dio cuenta de que su índice derecho navegaba por el cuello y bajaba al escote, yendo de un lado a otro, sin respeto. Y el cuerpo de Chiara reaccionaba. Ruggero llevó sus labios a los de ella antes de que su atrevida mano llegara al canalillo del escote y haciendo uso de su fuerza rodó para que ella quedara de nuevo encima y pudiera de esa forma controlar sus manos.

- Y yo nunca buscaría haceros daño amorè, prefiero soportar la carga que Dios me entregó a verle llorar, a verle sufrir... Te amo
-.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Sáb Dic 22, 2012 5:54 pm

Chiara se dejó recostar en el césped, sentir el abrazo mezclado con los besos, esas manos que la recorrían apremiantes y deseosas de lo que ella aún no conocía, pero que su cuerpo intuía. Su corazón se desbocó cuando esos labios la recorrieron por su cuello, sus hombros y el escote del vestido, las sensaciones eran tan poderosas que sin querer se retorcía para acercarse más a él, haciendo que su pecho quedara más accesible a esos labios que le producían un placer nunca antes experimentado. Levantó su espalda y tiró su cabeza hacia atrás exponiendo su cuello, cerrando y abriendo los ojos a cada sensación en su piel, vio las nubes en el cielo, los pájaros volando y las flores tan bellas que los cubrían de las miradas indiscretas, deseó que ese momento nunca terminara.

Las palabras de él susurradas a pocos centímetros de su piel de sus labios era una hermosa tortura y le acariciaban el alma, saberse tan amada, ella que nunca creyó llegar a vivirlo, como podrían entender que la nobleza trata a sus mujeres como piezas exquisitas para la uniones políticas, que el amor y aquellos contratos están muy lejos de parecerse a lo que hoy ella estaba experimentando. Abstraída como estaba y dejando que las olas de placer inundaran su cuerpo no se percataba de que, aquellas caricias eran poco apropiadas para una mujer de su estatus. Solo deseaba sentir, como cualquier muchacha que está con su prometido, como cualquiera de las jóvenes que ella tanto tiempo había visto, pasar por su ventana, caminando junto al hombre que era dueño de sus corazones.

Cuando él se giró y volvió a estar sobre el cuerpo de su prometido, lo besó en los labios, en el cuello, en esa nuez de adán que le fascinaba, y cuando sintió que el cuerpo de Ruggero comenzaba a tensarse ella apoyó sus manos en el pecho de él, clavó su mentón en sus manos y lo contemplo, luego recorrió con ellas sus hombros, sus brazos, hasta entrelazarlas con las de él. Ella era ingenua, pero comprendía un poco la naturaleza del hombre, - mi niña, un hombre es como una braza, si tu soplas sobre él, si tus besos se vuelven como la brisa en el rescoldo, ese fuego que se encuentra oculto bajo las brasas surgirá, y si el viento es constante acariciando aquellas brazas, llegará un momento que será indomable y lo consumirá todo. Mi pequeña, no avives la llama en un hombre si no estás dispuesta a ser parte de esa hoguera – le había dicho una vez su amada nana y aunque en ese momento no lo había interpretado del todo, hoy veía en Ruggero esas brazas ardientes en sus ojos, en sus manos y quiso ser devorada por ellas. Chiara quería ser parte de la hoguera de Ruggero, quería ser consumida por esta. Aunque su vida cambiara, los peligros la asecharan no tenía miedo. También era consciente de que no iba a esperar a que él volviera de su viaje a Roma – ¿y si el destino se ensaña y nunca llegamos a estar unidos como esposo? – caviló mientras observaba la barbilla y la respiración de su amado.

Tomo aire y sin mirarlo a los ojos pero con su rostro apoyado en su pecho y escuchando los latidos de ese corazón que tanto amaba, le habló. – Amor, sé que tú quieres venir a mi sin nada que te ate al pasado, dejar tu cargo en la iglesia, dejar tu vida pasada, viajar a Roma y volver recién a mí como un nuevo hombre – dejó la frase incompleta y rodó para quedar de costado mirando esos ojos que tanto amaba. Se acercó a él, tan cerca que sus labios se rosaban, - Ruggero… no quiero que te vayas, sin… - cerró los ojos, la petición que intentaba decir le aceleraba el corazón, escondió el rostro en el cuello de su amado y cuando cobró nuevamente valor, buscó su mirada, clavada en ella se lo dijo – deseo ser parte de ti, unirme a ti y ser contigo un solo ser – sus ojos se abrieron por miedo a la reacción de Ruggero – ¿qué pensará de mí? – se dijo mientras lo contemplaba de hito en hito, esperando una respuesta. No supo que decir ni que hacer y solo atinó a unirse a su boca y apretar su cuerpo contra el de él.


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Mensaje por Ruggero Rosso Miér Dic 26, 2012 5:05 pm

Chiara lo besaba en los labios y después hizo lo que Ruggero, buscar su cuello, besaba y acariciaba y pronto Ruggero sintió su cuerpo arder en deseos, luchó por controlar sus impulsos y se dio cuenta de que Chiara lo noto, pues se detuvo y después de varios movimientos sus manos se enlazaron.

Ruggero respiró con conflicto, buscaba sosegar sus impulsos y buscó los ojos de su amada, la dulce tranquilidad que reflejaban y que sin embargo brillaban en deseos. Ambos se perdieron observándose, para cuando Ruggero retomó el control, Chiara descansaba su rostro en el pecho del inquisidor. Ruggero no podía verle los ojos desde ahí, pero sentía la meditación de su amada.

- Amor, se que tú quieres venir a mi sin nada que te ate al pasado...
- dijo y el corazón de Ruggero se aceleró, luego rodaron nuevamente y quedaron frente a frente, - Ruggero... no quiero que te vayas, sin... - Chiara estaba nerviosa, estaba preparando una petición atrevida, pues cuando le sugirió a Ruggero ser su mujer había actuado de forma similar. Ruggero la miraba sin comprender, aunque su corazón ya conocía la respuesta de ante mano. - deseo ser parte de ti, unirme a ti y ser contigo un solo ser - confesó al fin y Ruggero se sintió dichoso pese a no mudar de expresión, pues la conmoción también le había invadido.

Chiara se abalanzó sobre los labios de Ruggero y junto su pequeño cuerpo al de él, y la tomó con sus poderosas manos y el fuego pasional regresó a él, las manos se rebelaron a su mente y comenzó acariciar el rostro de ella y una de ellas bajo de la nuca hasta su cintura recorriendo la espalda resguardada en aquel vestido coqueto. Pero Ruggero volvió a detenerse.

- Es verdad amor mío, me quiero unir a ti... Tomar el calor de vuestro cuerpo y fundirlo en el mío, oler vuestro cuerpo húmedo y contemplar vuestra desnudez. Hacer de nuestros cuerpos uno y descansar juntos en la misma cama. Mas lo quiero hacer como matrimonio, aunque mi corazón me ordene tomarte en estos momentos
- dijo en un susurro tomándola del mentón.

- Amorè sería mentiros decirle que mi visita al Vaticano será pasible, pero regresaré. Y si vuestro deseo es el mío, ¿a qué esperamos? Qué nuestro amor es nuestro y no del mundo, limitarnos por las normas de la sociedad es torturar nuestro cariño, nuestros anhelos
- se detuvo y besó a Chiara en la mejilla, enlazó sus manos con los de ella y buscó sus ojos. - Podríamos ir a mi mansión, pasar la noche como lo que seremos y en la mañana a primera hora marchar al Vaticano, renunciar a mi cargo y regresar para tomarte como mi esposa - propuso y besó a Chiara, esta vez en la boca.

Ruggero se levantó entonces y ayudó a que Chiara hiciera lo mismo, aquellas palabras casi lograron apagar la mecha de la pasión que ambos habían encendido. Y el inquisidor se quedó contemplándola, serenándose en los hermosos ojos grisáceos de ella.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Dic 26, 2012 6:32 pm

Tras su pregunta, Ruggero dejó que el fuego de sus anhelos desbordara, ella cerró los ojos para disfrutar de aquel beso, él lo daba con ansias y deseos, eso provocó en ella un leve gemido de placer que murió en la
boca de su amado. Luego sus manos te tomaron el rostro acariciándola, a cada movimiento de estas, ella intentaba besarlas. Se deslizaron por su nuca y espalda hasta anidar en su cintura aprisionando sus caderas a las de él, Chiara pudo sentir su deseo, su apremio, se sintió dichosa al comprender que el deseo no era solo de su parte, sonrió entre complacida y avergonzada por su propia osadía, ya que sus manos imitaban las de su amado y recorría con ellas la fuerte espalda de Ruggero.

Su amado, le tomó del mentón y con los labios casi unidos le habló - Es verdad amor mío, me quiero unir a ti... – los ojos de Chiara se unieron a los de Ruggero y lo buscaron dichosos, hasta que sus sentidos le hicieron prestar atención a lo que él le estaba diciendo -... Más lo quiero hacer como matrimonio, aunque mi corazón me ordene tomarte en estos momentos… - sintió una gran pena, un desconsuelo invadió su ser. No podía explicarlo pero sentía como si aquel viaje pudiera alejarlo de ella para siempre. Aunque Ruggero pensara que el conocimiento sobre el trabajo de él era casi nulo para Chiara, ella no era ingenua, sabía que la iglesia era una organización cerrada y que muchos secretos se pagaban con la muerte. No por nada provenía de una familia de nobleza, muchos asesinatos entre nobles eran digitados y bendecidos por el mismo Papa, lo sabía por su familia que ya en su historia había pagado con creces situaciones parecidas, lo sabía por la Alianza que la describía como la peor de las maldiciones y lo sabía por Girolamo quien había pasado una temporada en los Estados Pontificios.

Tuvo miedo, no quería que él se alejara. Sus ojos se cuajaron en fina escarcha de lágrimas, no las pudo detener, su corazón dolía, su alma gritaba, los presentimientos y los sueños nunca habían fallado a lo largo de su vida y sus sueños le decían que no sería extraño que la ausencia fuera larga y difícil. Pocas veces se había equivocado, rara vez su desenlace variaba. Quería modificar sus destino, quería unirlo al de su amado – cuando un ser toca a otro, mi niña, modifica su destino, uniéndose las almas y sus destinos, formando otro distinto al fijado, como cuando mezclas el azúcar con las claras y se convierten en lo esencial para tu postre favorito, nunca más se podrán separar, no se podrá volver al destino anterior – escuchó en su cabeza la explicación humilde y sencilla de su nana. Para ella estaba claro, quería modificar el destino, que ría burlar a la muerte que pudiera esperar en Roma a su adorado.

Una lágrima corrió por su mejilla, hasta morir en los dedos de Ruggero, aun con los ojos entornados pero observando los de él tras el velo de lágrimas, aquel hombre, que se había convertido en su propia alma, le explicaba su viaje, el cual no sería sencillo y que hasta podría llegar a ser peligroso. Entonces la desesperación se apoderó de ella, lo miró angustiada con sus manos en el cuello y hombro de su amado, le acarició con sus dedos el fuerte cuello, la mandíbula y su mentón – no hay nada que pueda hacer, si él no quiere unirse a mí, si por guardar las apariencias no quiere unir nuestros destinos – pensó tristemente. Las palabras que Ruggero expresó después, poniendo en su boca lo que ella pensaba de la sociedad y sus preceptos, hicieron que sus labios se curvaran en una sonrisa de sorpresa primero y de total felicidad después. Como no estarlo cuando creía la guerra perdida, cuando pensaba que la desgracia quería robarle la dicha, pero él le mostraba la esperanza. - Podríamos ir a mi mansión, pasar la noche como lo que seremos y en la mañana a primera hora marchar al Vaticano, renunciar a mi cargo y regresar para tomarte como mi esposa – esa fue la propuesta más hermosa y ansiada que Chiara había oído en su vida.

Él se levantó y le tendió la mano para que ella lo imitara, se la dio y pronto estuvo a su lado, caminando en dirección de donde había dejado su caballo – llévame contigo, no me importa lo que la gente murmure – le dijo, mientras se tomaba de su brazo y miraba ese rostro adorado, iluminado por un sol radiante como su alma al sentirse amada por él.


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