Comienza el juego...(Libre)

por **Dunia Orleac** Sáb Dic 08, 2012 11:39 am

El día se presentó como algo que parecía haber pasado tras mil años de ausencia. Dunia se despertó con un dolor de cabeza tremendo. No entendía de dónde venía semejante resaca. Pero la tenía, y el más mínimo ruido le provocaba un dolor de cabeza de mil demonios. Refunfuñando, la muchacha se levantó y se enfundó en su sencillo vestido blanco, desayunando, despertando a su hermana mayor y cogiendo su cesto de flores. Y entonces, aguantando aquella horrible resaca que la atacaba, salió a la calle a vender flores.
Recorría las calles ofreciendo flores con su voz cristalina y agradable, aunque no conseguía que casi nadie le comprara flores. Al menos alguien caía de vez en cuando. Su voz atraía a la gente, o a veces alguna niña quería una flor y le compraba alguna, o algún apuesto caballero de clase alta que quería seducir a la dama de turno de la que supuestamente estaba enamorado. Por lo que cuando cayó la tarde Dunia había recaudado unos diez francos. A medio franco por flor, la cesta había quedado medio vacía, aún así había ganado muy poco dinero.
Pero al menos bastaba para comer. Eso...contando con el dinero que ganaba y que no sabía de dónde venía. Perfecto para comprar algo decente.
Así que la muchacha regresó a su chabola, dónde su hermana la esperaba, haciendo tareas varias. Trabajaba lavando ropa, y de vez en cuando vendiendo cosas junto con Dunia, por lo que sólo había recaudado cinco francos.
Se sentaron y comieron. Luego su hermana se fue a dormir.
Y Dunia pensaba hacer lo mismo. Pero cuando salió a la puerta de su chabola para lanzar una cosa ocurrió algo. Un cambio.
Se le cayó de las manos el pequeño plato que tenía entre las manos, rompiéndose en mil pedeazos. La mirada se le puso vidriosa, sin vida, y se quedó allí de pie, pálida. Cualquiera que la viera pensaría que estaba muerta...

La vida regresó a los ojos de Dunia. Los ojos se le llenaron de vida otra vez. La expresión de su rostro, antes tímida, generosa, se tornó acechante, insinuante. La conciencia.cambió, dominándola una voluntad más fuerte, deseosa de salir...de vivir. Y Dunia sonrió ampliamente y regresó dentro, cogiendo con cuidado las ajustadas ropas que escondía en un armario y que su otra conciencia no conocía. Negras y azules, las prendas que una cortesana se pondría. Se dejó el pelo suelto, cayendo por sus hombros de un modo incitante y sensual. Y así vestida, completamente irreconocible de la otra muchacha de la mañana, salió de su casa, dispuesta a ir hacia el burde. Era el único lugar dónde podía satisfacer sus más bajos instintos.
Había comenzado la actividad en el burdel. La música, las risas...todo. La joven esquivó a varios hombres, no eran dignos para ella ni por asomo, y se encaramó en la barra. Luego volvió a sumergirse entre la gente, con una copa en la mano, buscando a su próxima víctima.

por **Guy Reynard** Dom Dic 09, 2012 5:47 pm

Llevaba casi un mes navegando, tiempo más que suficiente para reunir un buen botín. Habíamos abordado una galera mercante holandesa que llevaba un gran cargamento de seda de vuelta a su país, y por supuesto, nos habíamos hecho con él. Decidí poner rumbo a Francia para vender las costosas telas y el resto del producto de nuestros saqueos, lo que nos reportó considerables beneficios. Dí su parte a los hombres de mi tripulación y también unos días libres para que fueran a gastarla, y yo, por mi parte, me dirigí a París, pues tenía ciertos asuntos que resolver allí.

Cuando llegué, era de noche. Estaba algo cansado y hacía tiempo que no salía a divertirme, y estimé que aquello que tenía que hacer podía esperar hasta el día siguiente, así que me fui a un burdel que solía frecuentar en mis visitas a la ciudad. Allí podría relajarme, beber algo, y quizá buscar la compañía de una mujer, si veía alguna que me llamara la atención.

Entré y me interné en el bullicio del atestado local, sintiéndome cómodo de inmediato. Con tanta gente allí no había ninguna mesa libre, pero eso nunca había sido un problema para mí... Después de acercarme a la barra y hacerme con una botella de ron, me dirigí a una mesa en la que una cortesana negociaba con un hombre joven y solté un gruñido. El hombre, al verme, se puso lívido; Mi reputación me precedía. Conocía a aquel joven, sabía que era un marinero que sabría quien era yo, y así era. Se apresuró en levantarse, y se marchó de allí tomando a la mujer de la mano. Era bastante bonita y estuve a punto de demandar que se quedara, pero finalmente decidí no privarle de su compañía, pues si así lo deseaba encontraría alguna otra aún mejor. Especialmente en aquel lugar y trayendo una bolsa bien cargada de dinero.

Me senté y tomé un largo trago de mi botella, apoyando los pies en la mesa y recostándome sobre el respaldo del acolchado asiento, una especie de sillón forrado de terciopelo rojo pegado a la pared, con espacio para unas tres personas. Desde allí podía observar bastante bien todo el local, y lo que era más importante, podía mantener un ojo en la puerta. Alguien con tantos enemigos como yo no podía permitirse bajar la guardia nunca.

por **Dunia Orleac** Lun Dic 10, 2012 3:17 pm

¡Ah, había encontrado a su próxima víctima! Dunia se fijó en un hombre que se había quedado en un sillón bastante grande observando a una pareja que acababa de marcharse. Se los quedó mirando a los tres con interés durante un buen rato, planteándose la posibilidad de alejarse de allí, la joven cortesana no tenía nada que hacer allí a no ser que demandaran su compañía...y ninguno de los dos que acababan de marcharse eran dignos de ella.
Fijó su interés en un caballero que acababa de entrar. Pero lo perdió de inmediato cuando se dio cuenta de que no era lo bastante rico como parecía. Dunia sabía muy bien cuáles eran y cuáles no...o al menos eso es lo que creía.
Se mordió el labio inferior, algo frustrada. No le gustaba tener que tardar tanto en escoger a alguien...
Pero entonces...su destino cambió. Volvió a fijarse en el caballero del sillón, algo, apuesto, de aspecto rudo...y atractivo, a Dunia le gustó bastante, la verdad. Parecía...un hombre de verdad, no como otros que se creen lo que no son por unas pocas cosas cuando en realidad duraban...menos de lo que alardeaban, y muchas veces eran frecuentes las exageraciones. Bueno, no se puede saber nada si no se investiga un poco. Además, tenía ganas de algo difícil. No hablaba de un juego precisamente lento, pero aún así...
Por eso mismo contorneó las caderas lentamente, tal como lo hacía cuando estaba en aquel lugar, y se acercó al caballero hasta posicionarse por detrás del sillón. No se sentó en su regazo tal como había sido su primer impulso porque primero había que esperar a que al hombre le agradara tu presencia. Eso Dunia lo sabía muy pero que muy bien. Y Dunia hacía las cosas siempre a la perfección...por supuestísimo que sí. Siempre.
Así que le preguntó:
-¿Puedo...servirle en algo, monsieur?-dijo en tono coqueto, mirándole por uno de los lados del sillón, con una encantadora sonrisa.

por **Guy Reynard** Lun Dic 10, 2012 4:14 pm

Durante un rato me limité a observar las idas y venidas de la gente por el local, a las chicas tratando de encontrar clientes a los que aliviar del peso de su dinero y a los hombres, demasiados de ellos simples muchachos imberbes, pavoneándose para tratar de conseguir su atención. De vez en cuando tomaba un trago de ron, que empezaba a acumularse en la forma de una leve sensación cálida en mi estómago.

Como siempre, había muchas chicas hermosas en el lugar, pero no veía a ninguna que me llamara la atención lo suficiente como para abandonar la comodidad de mi asiento y levantarme a perseguirla. Además, ¿No había venido a relajarme? No tenía ninguna prisa por encontrar compañía, al menos no aquella noche.

Entonces la vi, una bella mujer de pelo oscuro que llevaba un vestido que sólo una cortesana se atrevería a ponerse, caminando hacia mi mesa con un movimiento de caderas igualmente digno de una profesional de aquel sector concreto. Mientras se acercaba la examiné con la mirada, de arriba abajo. Tenía que admitir que era atractiva, aun más cuando hablaba con aquel tono coqueto y sonreía de aquella forma.

—Eso depende, señorita —dije con voz grave, curvando uno de los extremos de mi boca en una media sonrisa—. Así de pronto se me ocurren un par de cosas, pero no me atrevo a importunarla con ellas tan pronto, sin invitarle a una copa antes. ¿Porqué no se sienta a mi lado?

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