Три слова [Privado]

Три слова
{Tres palabras}

De mirada perdida, de facciones finas, así es como describían a la gitana sin embargó su mirada era tan helada como los mismos glaciares. Sus ojos tenían un tinte extraño, un azul cielo que jamás se había contemplado, lo rubio de sus cabellos eran como el sol en invierno, sin embargó su frialdad no era falsa, se acoplaba demasiado a su personalidad, la gitana tenía un aura demasiado escalofriante, no por nada maldiciones sobre ella caían, era grosera en ocasiones, misteriosa con otros, sin embargó aquello no dejaba de atraer a criaturas extrañas en su camino, desde su familia hasta su mismo esposo con quien por cierto no mantenía un contacto demasiado estrecho. Se encargaba del hogar como siempre, como cualquier mujer de la época, sin embargó seguía manteniendo su aspecto ‘desprolijo, sus faldas largas, las manos decoradas con aquellas pulseras y su cuello adornado de cuanta manualidad gitana podía crear, su cabello alborotado, un estilo bohemio’ que atraía miradas, no solo porque fuera gitana, sino que era una muy blanca, tanto como la nieve, era por eso que sus compañeros gitanos la habían despreciado.

Su madre, una vieja multa loca que residía en el sanatorio de Paris había deshonrado a la etnia gitana por haberse enamorado de un hombre Ruso de clase alta, por haber engranado a un demonio al cual tachaban como la flor de invierno. Sin embargó esos hechos se borraban en su memoria al estar sentada bajo el árbol de aquella casa, se dejaba llevar por las tonterías que su mente recurría. Se levantó cuando el sol estaba en un punto critico, a lo alto, quemándole la piel, se había dejado llevar por un par de libélulas que pasaban sobre unas espigas de trigo que doradas a los rayos del sol se confundían con sus cabellos, se levanto, sacudió la falda y observó que unos pollitos le seguían entró a aquella casa por algo de alimento y empezó a regarlo por el patio para que ellos siguiera piando mientras regresaba de los mandados que le esperaban allá fuera.

Al salir de la dichosa casa se aventuro a aquel mercadillo, estaba tan acostumbrada a esas miradas lascivas aun siendo una ‘niña’, sus ojos azules se clavaron en la diversidad de las personas, en lo bien que lucían de un lado para otro, ¿Cuánto tiempo había pasado desde su desgracia?, perder un hijo, encontrarse con vampiros, con brujos, con espíritus y aun así seguía de pie. Sin embargo el barullo de aquella ciudad llena de pobreza y demás situaciones se encontraba agitada, tremendamente apresurada, se había quedado ahí como si viendo como la gente avanzaba. Un viejo, regordete, con las prendas sucias con una barda llena de pulgas y abultada denotando su poco interés en la higiene se asomaba con aquella mirada afilada cuando tiro a la gitana al empujarla, guitándole ‘hazte a un lado’, la pobre chica de delicada piel intento ver sus rodillas quienes habían sufrido el impacto, camino hasta la plaza principal sentándose en una banca buscando entre sus cosas un pedazo de tela que la sangre pudiera parar de aquella herida que se había hecho entre aquel camino áspero con lo suave y delgada que parecía su piel blanca.

Las miradas sobre ella no le importaban, las mujeres se quedaban viendo como se atrevía a enseñar la piel de las pantorrillas, como había alzado ambas piernas sobre la banca y aun tenía el descaro de hacerlo en un lugar tan concurrido, Yude por su parte no sentía aquel pudor, antes había visto más piel que esa, pero no podía evitar escuchar los malos comentarios, no aun cuando se encontraba con esa herida tremenda. Suspiro resignándose a rasgar la falda o la blusa que portaba, alguna de esas telas que eran ‘semi-nuevas’ en su no tan elegante armario.