AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I dreamed a dream {Libre}
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I dreamed a dream {Libre}
El coche de caballos corría como azuzado por mil demonios, que huirían despavoridos si supieran el destino de este viaje acelerado. Las palabras de la carta de monsieur Moncharmin habían sido claras. Claras y dolorosas. Era injusto que Dios se llevase siempre a los más jóvenes y débiles. "Fabian. El pequeño Fabian" ¿Cómo había pasado? Monsieur Moncharmin no me lo había explicado en su carta en la que todavía se podía apreciar la tinta fresca. Las calles de París estaban en ese momento agitadas, convulsas, conmocionadas por lo que acababa de pasar hacía unas pocas horas. No creía que hubiese nadie en todo París que no se hubiese enterado de la noticia. "¡Revuelta! ¡Una revuelta!", cantaba el chico de los periódicos.
En la plaza de Notre Dame las campanas ya anunciaban la muerte.
-Aquí. Pare aquí, por favor -le insté al cochero. Después de darle los francos correspondientes bajé del coche.
El interior de Notre Dame no estaba concurrido, pero también lloraba por la pérdida del joven, trabajador y diligente siempre con sus ocupaciones. Eran muchas las noches que ambos nos quedábamos hasta tarde en el conservatorio, cada uno con nuestros propios demonios y labores. Todavía a pesar del velo negro que cubría mi rostro era capaz de distinguir el esplendor de aquella edificación. Era un buen sitio para descansar.
-Carolina. Ha venido -parecía sorprendido por ello. Monsieur Moncharmin me tomó las manos, enguantadas como siempre. Él era uno de los pocos que sabían de mi verdadera naturaleza. Lo descubrió él mismo, hacía mucho, mucho tiempo atrás. La habitual sonrisa de Philip Moncharmin la sustituía ahora una pena grande, infinita y pesada.
-¿Cómo ha ocurrido? -fue lo único capaz de preguntar.
-Ha sido en la revuelta. El chico... Parece ser que andaba con anarquistas.
Me aparté de monsieur Philip y me acerqué a la figura que reposaba en el cajón. El pequeño Fabian tenía un rostro tranquilo y sereno, como si nunca hubiera sido testigo de las matanzas callejeras que habían tenido lugar hacía escasas horas en pleno centro de la capital francesa. Acaricié la mejilla del chico. Estaba fría. Tan fría como yo misma.
-El cura que estaba intentando poner freno a los atentados fue el que lo trajo aquí. Sabía que Fabian trabaja... trabajaba como afinador en el conservatorio, y se puso en contacto conmigo tan rápido como pudo. Ya sabe que el chico no tien... tenía familia.
-Debería estar prohibido -dije, sin escuchar casi las palabras de monsieur Moncharmin. Él pareció confuso ante mis palabras-Debería estar prohibido enterrar a nuestros jóvenes.
-Mademoiselle Carolina, la he llamado porque sé el afecto que le tenía al joven...
-Y ha hecho bien. Se lo agradezco.
Monsieur Moncharmin estuvo conmigo un rato más hasta que se marchó. Estuve en silencio la mayor parte del tiempo, porque se me antojaba una atrocidad despertar de aquel sueño eterno al pequeño Fabian. ¿Se nos permite a nosotros, los vampyr, velar por la muerte? ¿Acaso era justo que yo llorase la pérdida de un mortal? Si bien esta vez no habían sido los vampiros los que le habían robado la vida. Habían sido los humanos mismos. A veces creía que Friedrich tenía razón cuando decía que los mortales se bastaban ellos solos para acabar con su propia existencia.
"Arretez-vous! Arretez-vous!" Desde fuera todavía se podían apreciar los gritos de la revuelta. Disparos y gritos eran los que coronaban el requiem por el alma de Fabian. "Ay, pequeño. ¡Qué has hecho!". ¿Quién tenía la culpa? ¿los anarquistas? ¿los guardias? ¿el estado? Hacía un año desde la Revolución, pero las ideas no se terminan de implantar en un año. Francia era todavía una tierra convulsa, y daba igual lo que La Gazette quisiera hacernos creer.
Me acerqué otra vez al cuerpo inerte de Fabian y las yemas de mis dedos volvieron a acariciar su frente helada, entrando en contacto con la parte áspera y rugosa donde estaba la herida. La herida de bala que había acabado con su vida. Sentí que podía morir de pena en aquel momento. Era curioso, porque después de todos estos años (¡siglos!) todavía no me había acostumbrado a la muerte.
En la plaza de Notre Dame las campanas ya anunciaban la muerte.
-Aquí. Pare aquí, por favor -le insté al cochero. Después de darle los francos correspondientes bajé del coche.
El interior de Notre Dame no estaba concurrido, pero también lloraba por la pérdida del joven, trabajador y diligente siempre con sus ocupaciones. Eran muchas las noches que ambos nos quedábamos hasta tarde en el conservatorio, cada uno con nuestros propios demonios y labores. Todavía a pesar del velo negro que cubría mi rostro era capaz de distinguir el esplendor de aquella edificación. Era un buen sitio para descansar.
-Carolina. Ha venido -parecía sorprendido por ello. Monsieur Moncharmin me tomó las manos, enguantadas como siempre. Él era uno de los pocos que sabían de mi verdadera naturaleza. Lo descubrió él mismo, hacía mucho, mucho tiempo atrás. La habitual sonrisa de Philip Moncharmin la sustituía ahora una pena grande, infinita y pesada.
-¿Cómo ha ocurrido? -fue lo único capaz de preguntar.
-Ha sido en la revuelta. El chico... Parece ser que andaba con anarquistas.
Me aparté de monsieur Philip y me acerqué a la figura que reposaba en el cajón. El pequeño Fabian tenía un rostro tranquilo y sereno, como si nunca hubiera sido testigo de las matanzas callejeras que habían tenido lugar hacía escasas horas en pleno centro de la capital francesa. Acaricié la mejilla del chico. Estaba fría. Tan fría como yo misma.
-El cura que estaba intentando poner freno a los atentados fue el que lo trajo aquí. Sabía que Fabian trabaja... trabajaba como afinador en el conservatorio, y se puso en contacto conmigo tan rápido como pudo. Ya sabe que el chico no tien... tenía familia.
-Debería estar prohibido -dije, sin escuchar casi las palabras de monsieur Moncharmin. Él pareció confuso ante mis palabras-Debería estar prohibido enterrar a nuestros jóvenes.
-Mademoiselle Carolina, la he llamado porque sé el afecto que le tenía al joven...
-Y ha hecho bien. Se lo agradezco.
Monsieur Moncharmin estuvo conmigo un rato más hasta que se marchó. Estuve en silencio la mayor parte del tiempo, porque se me antojaba una atrocidad despertar de aquel sueño eterno al pequeño Fabian. ¿Se nos permite a nosotros, los vampyr, velar por la muerte? ¿Acaso era justo que yo llorase la pérdida de un mortal? Si bien esta vez no habían sido los vampiros los que le habían robado la vida. Habían sido los humanos mismos. A veces creía que Friedrich tenía razón cuando decía que los mortales se bastaban ellos solos para acabar con su propia existencia.
"Arretez-vous! Arretez-vous!" Desde fuera todavía se podían apreciar los gritos de la revuelta. Disparos y gritos eran los que coronaban el requiem por el alma de Fabian. "Ay, pequeño. ¡Qué has hecho!". ¿Quién tenía la culpa? ¿los anarquistas? ¿los guardias? ¿el estado? Hacía un año desde la Revolución, pero las ideas no se terminan de implantar en un año. Francia era todavía una tierra convulsa, y daba igual lo que La Gazette quisiera hacernos creer.
Me acerqué otra vez al cuerpo inerte de Fabian y las yemas de mis dedos volvieron a acariciar su frente helada, entrando en contacto con la parte áspera y rugosa donde estaba la herida. La herida de bala que había acabado con su vida. Sentí que podía morir de pena en aquel momento. Era curioso, porque después de todos estos años (¡siglos!) todavía no me había acostumbrado a la muerte.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Una muerte. Un entierro. ¿Cómo podía afectarme tanto? Ni siquiera le había conocido bien? Y sin embargo iba a ir a su entierro. Le había conocido pocas veces. Visto otras tantas. Y aún así el odio y el rencor que sentí, más toda aquella tristeza me oprimían el alma como si fuera algo tan espantoso como si se hubiera destruido el mundo entero. ¿Por qué? Me lo preguntaba una y otra vez mientras trataba de asimilar lo que había ocurrido. Mientras intentaba no derrumbarme, ni que nadie viera mi estado de ánimo. Mi hermana se burlaba de mí, me decía que no había sido más que un muerto de hambre, pero yo me giraba y la ignoraba, esperando que todo pasase pronto, que llegase al fin el día para poder verle por última vez, y luego así poder irme en paz. Tratar de olvidar esa tristeza que me abrumaba y que amenazaba con enterrarme en la más profunda de las tristezas. En un abismo del que probablemente no saldría.
Y al fin el día llegó. El día en el que su cuerpo estaría en aquella catedral. En el que podría atisbar su rostro por última vez. No le dije nada a mis padres ni a mi hermana. Me vestí como si fuera la mismísima dama de la muerte...con ese velo que me tapaba la cara, como si fuera su viuda y no la estúpida que había hablado con él un par de veces en aquel maldito callejón que había bailado con él en esa fiesta que tantos buenos recuerdos le traía. Nada, nada, podía llevarle ahora a hacer menos por él.
Incluso me adelanté a mi familia. Me monté en el carruaje y le ordené al cochero que me llevara a la catedral de inmediato. Éste me obedeció, y estuve mirando el paisaje durante todo el tiempo. Deseando morir. Y al mismo tiempo pensando en él. Una y otra vez.
Cuando al fin, después de lo que probablemente hubiera sido una eternidad, llegamos a la catedral, me apeé y entré en la catedral, mirando una sola vez a la luna. A la muerte, tal como me gustaba llamarlo porque eso es lo que tiene la noche. Los secretos que muchas veces imparte. Bajé la cabeza y entré en aquel lugar deseando que todo acabara de una vez.
Recordando lo que había llevado a su muerte. Me dijeron que había muerto por un disparo. ¿En dónde? No me lo habían querido decir, pero yo lo sabía, y me callaba esa rabia que crecía dentro de mí.
Había gente...pero algunos ya se estaban marchando. Me abrí paso entre la gente buscando el cajón dónde lo tendrían. Y allí estaba. Pero no estaba solo. Había una mujer alta y rubia acariciándole la frente. ¿Le conocería? ¿Habría sido amiga suya, pariente acaso? ¿O quizás...? No, pensar en esa otra posibilidad me dolía demasiado, incluso me molestó verla cerca suya. Así que me acerqué a ellos, como si quisiera proteger a Fabian.
-No ha sido justo. No, no ha sido justo-dije al acercarme y posicionarme junto a la mujer y al muerto.-Esto no tendría que haber sucedido...-el tono de mi voz sonó más lastimero de lo que quería. Parecía como si quisiera echarme a llorar, así que bajé la vista hasta Fabio, que parecía que durmiera. ¡Dormido! Así estaría siempre.
Y al fin el día llegó. El día en el que su cuerpo estaría en aquella catedral. En el que podría atisbar su rostro por última vez. No le dije nada a mis padres ni a mi hermana. Me vestí como si fuera la mismísima dama de la muerte...con ese velo que me tapaba la cara, como si fuera su viuda y no la estúpida que había hablado con él un par de veces en aquel maldito callejón que había bailado con él en esa fiesta que tantos buenos recuerdos le traía. Nada, nada, podía llevarle ahora a hacer menos por él.
Incluso me adelanté a mi familia. Me monté en el carruaje y le ordené al cochero que me llevara a la catedral de inmediato. Éste me obedeció, y estuve mirando el paisaje durante todo el tiempo. Deseando morir. Y al mismo tiempo pensando en él. Una y otra vez.
Cuando al fin, después de lo que probablemente hubiera sido una eternidad, llegamos a la catedral, me apeé y entré en la catedral, mirando una sola vez a la luna. A la muerte, tal como me gustaba llamarlo porque eso es lo que tiene la noche. Los secretos que muchas veces imparte. Bajé la cabeza y entré en aquel lugar deseando que todo acabara de una vez.
Recordando lo que había llevado a su muerte. Me dijeron que había muerto por un disparo. ¿En dónde? No me lo habían querido decir, pero yo lo sabía, y me callaba esa rabia que crecía dentro de mí.
Había gente...pero algunos ya se estaban marchando. Me abrí paso entre la gente buscando el cajón dónde lo tendrían. Y allí estaba. Pero no estaba solo. Había una mujer alta y rubia acariciándole la frente. ¿Le conocería? ¿Habría sido amiga suya, pariente acaso? ¿O quizás...? No, pensar en esa otra posibilidad me dolía demasiado, incluso me molestó verla cerca suya. Así que me acerqué a ellos, como si quisiera proteger a Fabian.
-No ha sido justo. No, no ha sido justo-dije al acercarme y posicionarme junto a la mujer y al muerto.-Esto no tendría que haber sucedido...-el tono de mi voz sonó más lastimero de lo que quería. Parecía como si quisiera echarme a llorar, así que bajé la vista hasta Fabio, que parecía que durmiera. ¡Dormido! Así estaría siempre.
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Aquello no era Fabian. Podía tener sus ojos, su nariz, sus labios, sus cejas y su rostro. Pero aquello no era Fabian. Porque los ojos de Fabian siempre estaban brillando con la luz propia de la juventud, esa juventud ilusa e ingenua que piensa, y lucha, y vive, y sueña. Aquellos ojos que yo recordaba feroces y aguerridos no tenían nada que ver con los ojos mortecinos y vacíos que ahora tenía delante. No, aquéllo no podía ser Fabian, y no lo era. En mi mente y en mis recuerdos, siempre evocaría a Fabian como el chico diligente, trabajador y cálido que había sido. Un chico que no se rendía a pesar de las adversidades de su vida y condición social. En cierta medida, lo admiraba. Admiraba su entereza, y la envidiaba. Porque yo nunca he podido mostrarme tan firme y fuerte.
Llegó un momento en el que ni si quiera fui consciente de lo que pasaba a mi alrededor, aunque en realidad no ocurría nada, porque nada había en medio de aquella edificación tan maravillosa como fría. ¿Podría rezar? ¿estaría bien que yo rezase por el alma de un mortal? ¿tenía derecho acaso a ello? ¿no sería una especie de aberración, una ofensa contra el espíritu de aquel joven, contra Dios? ¿existiría acaso un Dios? Las preguntas se me agolpaban en la cabeza produciéndome un intenso dolor de cabeza. No, de cabeza no. De alma (si es que en verdad tenía). Supuse que la Muerte hace esas cosas, daba igual si son mortales o vampyrs.
De repente, la situación me pareció injusta y yo era una absurda. Era injusto que yo estuviese allí y él ya no. Era absurdo que unos pudiesen desafiar las leyes de todo lo impuesto por quién quiera que fuese que estuviese arriba, y que a otros se le arrebatase su tiempo demasiado rápido. Y como una promesa extraña del pasado, presente y futuro, mis palabras se manifestaron en el eco de la catedral. Pero no era mi voz la que las pronunciaban.
Volví el rostro para ver cerca mío una figura también femenina andaba con pasos entre firmes y titubeantes hacia el cajón donde descansaba Fabian. O lo que antes había sido Fabian. No pude adivinar su rostro por el velo negro que lo cubría, al igual que el mío. Porque la decencia hacia los muertos queridos no se pierde ni tan si quiera en tiempos tan agitados como los que vivíamos. Su estatura era mediana, por lo que supuse que era una chica joven. Era horrible pensar que alguien tan tierno y fresco como aquella chiquilla presenciase la muerte tan de cerca. ¡Y pensar que de su cuerpecillo habían salido palabras tan sabias!
-Nada es justo. La vida nos atrapa con sus fauces de tiburón y nos tritura, machaca y muerde hasta que sólo quedan los huesos. Sólo nos queda esperar a que esos huesos sean lo suficientemente fuertes para resistir cuantas más mordidas mejor -acaricié por última vez la mejilla de Fabian, y juraría que pude sentir otra vez la calidez de su mejilla aún por debajo de mis dedos enguantados.
Entonces giré mi atención a la muchachilla rubia. No la conocía, no la había visto por el conservatorio en ningún momento. Aunque eso no era garantía porque yo siempre llegaba al conservatorio cuando caía la noche.
-¿Conocía a Fabian? -inquirí, en voz lo más baja que pude, para no molestar el descanso del joven herido y hundido en la revuelta.
Llegó un momento en el que ni si quiera fui consciente de lo que pasaba a mi alrededor, aunque en realidad no ocurría nada, porque nada había en medio de aquella edificación tan maravillosa como fría. ¿Podría rezar? ¿estaría bien que yo rezase por el alma de un mortal? ¿tenía derecho acaso a ello? ¿no sería una especie de aberración, una ofensa contra el espíritu de aquel joven, contra Dios? ¿existiría acaso un Dios? Las preguntas se me agolpaban en la cabeza produciéndome un intenso dolor de cabeza. No, de cabeza no. De alma (si es que en verdad tenía). Supuse que la Muerte hace esas cosas, daba igual si son mortales o vampyrs.
De repente, la situación me pareció injusta y yo era una absurda. Era injusto que yo estuviese allí y él ya no. Era absurdo que unos pudiesen desafiar las leyes de todo lo impuesto por quién quiera que fuese que estuviese arriba, y que a otros se le arrebatase su tiempo demasiado rápido. Y como una promesa extraña del pasado, presente y futuro, mis palabras se manifestaron en el eco de la catedral. Pero no era mi voz la que las pronunciaban.
Volví el rostro para ver cerca mío una figura también femenina andaba con pasos entre firmes y titubeantes hacia el cajón donde descansaba Fabian. O lo que antes había sido Fabian. No pude adivinar su rostro por el velo negro que lo cubría, al igual que el mío. Porque la decencia hacia los muertos queridos no se pierde ni tan si quiera en tiempos tan agitados como los que vivíamos. Su estatura era mediana, por lo que supuse que era una chica joven. Era horrible pensar que alguien tan tierno y fresco como aquella chiquilla presenciase la muerte tan de cerca. ¡Y pensar que de su cuerpecillo habían salido palabras tan sabias!
-Nada es justo. La vida nos atrapa con sus fauces de tiburón y nos tritura, machaca y muerde hasta que sólo quedan los huesos. Sólo nos queda esperar a que esos huesos sean lo suficientemente fuertes para resistir cuantas más mordidas mejor -acaricié por última vez la mejilla de Fabian, y juraría que pude sentir otra vez la calidez de su mejilla aún por debajo de mis dedos enguantados.
Entonces giré mi atención a la muchachilla rubia. No la conocía, no la había visto por el conservatorio en ningún momento. Aunque eso no era garantía porque yo siempre llegaba al conservatorio cuando caía la noche.
-¿Conocía a Fabian? -inquirí, en voz lo más baja que pude, para no molestar el descanso del joven herido y hundido en la revuelta.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Nada es justo. La vida nos atrapa y nos devora con sus fauces hasta que ya no quedan otra cosa más que los huesos. Estas palabras despertaron en mí algo parecido al resentimiento. Una vela más que añadir a todo este cúmulo de emociones que me atormentaba y me dejaba el alma hecha pedacitos aún sin pensar en si era lógico o no. Sólo sabía que así era. Que además las palabras de aquella mujer evocaban lo que era la vida en general, en toda su crudeza real, sin tener nada que ver con aquello que nos pintan en los cuentos de hadas o en las descripciones del hielo que nos hacía el sacerdote en la iglesia. Descripciones que normalmente me dejaban frita, aunque creyera en Dios. La vida nos desollaba hasta que finalmente se acababa el tiempo. Y a veces el reloj de arena se terminaba antes de tiempo, o se caía y se rompía, tal como había sucedido en este caso. Rota de la forma más cruel y desgarradora.
Contemplé cómo la mujer alta y pálida acariciaba la mejilla de Fabian, y mi rostro adquirió cierto toque aturdido y confuso, dejando aparte esa sensación molesta que me había invadido antes, que me había empujado a situarme también en aquel lugar.
-La vida es cruel. Siempre lo ha sido. Ni siquiera podría haber justicia allá arriba, o abajo-dije hablando del cielo y del infierno. ¿Existirían de verdad? Ojalá. Esperaba que Fabian...
Los ojos se me empañaron de lágrimas, así que me apresuré a quitármelas frotándome los ojos con una mano bajo el velo. Luego volví a juntas las manos en actitud de oración y dije:
-La muerte...como la vida, espera paciente el momento de atacar...viviendo, acechando a quiénes menos se lo merecen...-dije rememorando un viejo verso que había escrito hacía relativamente poco tiempo, probablemente una semana antes después de recibir aquella cruel noticia. Pocos minutos antes de saber que iría adónde le conocería. Qué cruel se me antojaba todo, absolutamente todo, en aquel instante.
Luego la mujer me preguntó si conocía a Fabian. Prácticamente podía decir que sí. Pero también podría decir que no, pues no le conocía bien. Sólo había hablado con él un par de veces, habían bailado y reído una vez en una fiesta y ya está. Pero aún así todo parecía haberse derrumbado ahora. Lo sentía así, y algo en mi cabeza se empeñaba en recordármelo una y otra vez.
-Sí. Era amigo mío. Prácticamente le conocía de hace unas pocas semanas...pero aún así le quería mucho...-dije tratando de controlar el sollozo que amenazaba más de una vez con aparecer en mi garganta. Probablemente afloraría en algún momento, ya fuera en aquel lugar, delante de aquella dama rubia, o en algún lugar de dónde Eva, la estúpida de mi gemela, podría burlarse de mí. Finalmente me quité el velo y le pregunté:
-¿Y vos le conocíais? ¿Érais pariente suya?¿Una amiga suya también?-Estuve a punto de mencionar otra posibilidad. Pero ni siquiera quería pensar en esa otra posibilidad.
Contemplé cómo la mujer alta y pálida acariciaba la mejilla de Fabian, y mi rostro adquirió cierto toque aturdido y confuso, dejando aparte esa sensación molesta que me había invadido antes, que me había empujado a situarme también en aquel lugar.
-La vida es cruel. Siempre lo ha sido. Ni siquiera podría haber justicia allá arriba, o abajo-dije hablando del cielo y del infierno. ¿Existirían de verdad? Ojalá. Esperaba que Fabian...
Los ojos se me empañaron de lágrimas, así que me apresuré a quitármelas frotándome los ojos con una mano bajo el velo. Luego volví a juntas las manos en actitud de oración y dije:
-La muerte...como la vida, espera paciente el momento de atacar...viviendo, acechando a quiénes menos se lo merecen...-dije rememorando un viejo verso que había escrito hacía relativamente poco tiempo, probablemente una semana antes después de recibir aquella cruel noticia. Pocos minutos antes de saber que iría adónde le conocería. Qué cruel se me antojaba todo, absolutamente todo, en aquel instante.
Luego la mujer me preguntó si conocía a Fabian. Prácticamente podía decir que sí. Pero también podría decir que no, pues no le conocía bien. Sólo había hablado con él un par de veces, habían bailado y reído una vez en una fiesta y ya está. Pero aún así todo parecía haberse derrumbado ahora. Lo sentía así, y algo en mi cabeza se empeñaba en recordármelo una y otra vez.
-Sí. Era amigo mío. Prácticamente le conocía de hace unas pocas semanas...pero aún así le quería mucho...-dije tratando de controlar el sollozo que amenazaba más de una vez con aparecer en mi garganta. Probablemente afloraría en algún momento, ya fuera en aquel lugar, delante de aquella dama rubia, o en algún lugar de dónde Eva, la estúpida de mi gemela, podría burlarse de mí. Finalmente me quité el velo y le pregunté:
-¿Y vos le conocíais? ¿Érais pariente suya?¿Una amiga suya también?-Estuve a punto de mencionar otra posibilidad. Pero ni siquiera quería pensar en esa otra posibilidad.
Última edición por Lucinda Gregory el Jue Dic 20, 2012 4:30 pm, editado 1 vez
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Recordé la pregunta que me hizo Fabian una vez, en nuestras ilusorias y abstractas conversaciones de medianoche: ¿Qué es más importante, los ideales por los que darías la vida o la vida misma? ¡Qué grandeza más pura la del muchacho al formular tal cuestión! ¡Y qué inocencia más pura también al pensar que yo podría dar respuesta a tales entresijos divinos! Que yo nunca me creí filósofa, ni sabia. Pues yo sólo de notas entiendo, y aún a pesar de haber vivido mucho -¡más de lo necesario, diría yo!-seguía sin saber, ni conocer, ni poder aventurar nada de lo que vendría. Y aún así... aún así el mundo ya no me sorprendía lo más mínimo (¿cómo hacerlo siendo yo lo que era, lo que soy?)
No me sorprendía que el pobre cadáver que descansaba en el féretro fuese el del mozo de mejillas ardientes, ojos vivaces y sonrisa entera. No me sorprendía tampoco que aquella joven rubia estuviese llorando las penas por su amigo, amante, o hermano perdido. Porque, amigos, el mundo, en aquel punto, se había vuelto loco.
Éso, ¿qué era, o mejor, que había sido yo para el joven Fabian? El muchacho me recordaba mucho a mi hermano Hans. Mi adorado Hans, que murió en la guerra contra Prusia; como un valiente según mi padre, como un atolondrado más bien. Pero Hans siempre había tenido palabras de aliento para mí, al igual que yo para él. ¡Oh, Dios! ¡Cómo lo echaba de menos! A todos. Y a Clotilde, la que más. Mi pobre Clotilde... Pero, ah, ya estaba desvariando de nuevo. Perdiéndome entre recuerdos nulos y desgastados por mi constante remembrar. ”Supongo que esto es otro de los efectos de la muerte: la añoranza”
Y, ¿cómo no lo había llegado a ver? ¿cómo no podría haber imaginado lo que por la mente de Fabian circulaba fervientes ideas de cambio? Imagino que sí lo sabía, pero, después de todo, ¿qué iba a hacer? ¿quién era yo para decirle qué creer o qué no creer? Anarquismo, socialismo, totalitarismo. El mundo se perdía en todos los “-ismos” posibles; miserables, todos ellos.
-Sí. Éramos amigos. Fabian trabajaba conmigo en el Conservatorio de París -hice una pausa solemne- Carolina. Carolina Van de Valley -me presenté tendiéndole la mano enguantada en negro a la chiquilla-Muchas noches nos quedábamos los dos hasta altas horas de la noche trabajando. Fabian... Fabian era un chico diligente y cumplidor, con grandes ideas. Listo para el cambio -sonreí con tristeza al rememorar las ideas disparatadas que tenía- Una vez me preguntó qué era más importante; si los ideales por los que darías la vida, o la vida misma -bajé la cabeza- Yo ni si quiera supe qué contestarle -me encogí de hombros con tristeza. Con una tristeza infinita-Ojalá lo hubiese sabido. Tal vez ahora mismo no estaría metido en ese féretro.
No me sorprendía que el pobre cadáver que descansaba en el féretro fuese el del mozo de mejillas ardientes, ojos vivaces y sonrisa entera. No me sorprendía tampoco que aquella joven rubia estuviese llorando las penas por su amigo, amante, o hermano perdido. Porque, amigos, el mundo, en aquel punto, se había vuelto loco.
Éso, ¿qué era, o mejor, que había sido yo para el joven Fabian? El muchacho me recordaba mucho a mi hermano Hans. Mi adorado Hans, que murió en la guerra contra Prusia; como un valiente según mi padre, como un atolondrado más bien. Pero Hans siempre había tenido palabras de aliento para mí, al igual que yo para él. ¡Oh, Dios! ¡Cómo lo echaba de menos! A todos. Y a Clotilde, la que más. Mi pobre Clotilde... Pero, ah, ya estaba desvariando de nuevo. Perdiéndome entre recuerdos nulos y desgastados por mi constante remembrar. ”Supongo que esto es otro de los efectos de la muerte: la añoranza”
Y, ¿cómo no lo había llegado a ver? ¿cómo no podría haber imaginado lo que por la mente de Fabian circulaba fervientes ideas de cambio? Imagino que sí lo sabía, pero, después de todo, ¿qué iba a hacer? ¿quién era yo para decirle qué creer o qué no creer? Anarquismo, socialismo, totalitarismo. El mundo se perdía en todos los “-ismos” posibles; miserables, todos ellos.
-Sí. Éramos amigos. Fabian trabajaba conmigo en el Conservatorio de París -hice una pausa solemne- Carolina. Carolina Van de Valley -me presenté tendiéndole la mano enguantada en negro a la chiquilla-Muchas noches nos quedábamos los dos hasta altas horas de la noche trabajando. Fabian... Fabian era un chico diligente y cumplidor, con grandes ideas. Listo para el cambio -sonreí con tristeza al rememorar las ideas disparatadas que tenía- Una vez me preguntó qué era más importante; si los ideales por los que darías la vida, o la vida misma -bajé la cabeza- Yo ni si quiera supe qué contestarle -me encogí de hombros con tristeza. Con una tristeza infinita-Ojalá lo hubiese sabido. Tal vez ahora mismo no estaría metido en ese féretro.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Dijo que eran amigos, que habían trabajando y hablando, lo que hizo que mi curiosidad aumentara. Irónicamente, había disminuido parte de la desconfianza inicial que había sentido inicialmente hacia aquella mujer, como aquel impulso interior que me había empujado hacia allá como si quisiera proteger a Fabian de algo en concreto...cuando en realidad ya no había nada, absolutamente nada, de lo que se le pudiera proteger. Él no estaba allí para que le protegieran. Y sin embargo, a veces daba la sensación de que seguía allí, como si una parte de él continuara rondando por allí, algo más aparte de ese cadáver. Cuando la mujer se presentó yo alcé automáticamente la mano, como si no necesitara esfuerzo de voluntad alguna para alzarla, con elegancia, y se la estreché aún sin decir nada, mientras la seguía escuchando.
La verdad es que la cuestión era bastante interesante. Fabian había comentado con aquella mujer algo por lo que una podría pasarse horas y horas pensando. ¿Valía la pena dar la vida por unos pocos ideales? ¿Luchar por algo en lo que uno cree? Era algo un poco difícil de contestar. Pero había veces en las que la respuesta estaba muy clara. Era fácil imaginarse lo que él opinaría al respecto. Y lo que ella opinaría...tenía que admitir que me daba curiosidad. Quizás se lo preguntara.
¿Y yo? ¿Qué opinaba yo al respecto? Por mi parte lo tenía muy claro...ni siquiera tendría que planteármelo.
-Un placer conocerla-dije mientras le estrechaba la mano e inclinaba la cabeza a modo de saludo-Mi nombre es Lucinda Gregory-dije ladeando la cabeza y mirando de nuevo a Fabian, para mirarla luego a ella y comentar lo que me moría de ganas de decir-A veces los ideales constituyen la vida misma...muchos consideran que no es lo mismo un corazón latiendo, la sangre corriendo por las venas, que el sentido propio de la vida. Él debió de creer en ello con fervor...al igual que muchos. El problema está en que si esos ideales tienen sentido o no...cuando ni siquiera la vida misma tiene sentido. Claro que ese cambio se producirá de todos modos. Parece que los tiempos cambian con mucha rapidez...mi abuelo solía decir que las cosas pasan cada vez más rápido. Que en sus tiempos ni las modas ni la política cambiaban con tanta rapidez. Las cosas se solían mantener tal como estaban, al menos durante mucho tiempo. Pero es difícil creerlo...siempre he pensado que muchos se equivocaban respecto a esto, incluso él. Los tiempos cambian, pero sigue habiendo muchas cosas injustas. Demasiadas incluso.-me entraron ganas de reír con amargura al pensar en algo semejante. Pero no lo hice, por supuesto. No debía hacerlo, pero una sonrisa triste se dejó ver en mi rostro.
Tenía muchísima curiosidad. Y eso se mezclaba con mis otras emociones contradictorias. A las horas que eran había cada vez menos gente...aunque iban entrando otros. No se veía a mi gemela por ninguna parte. Mejor que mejor. No estaba de humor para aguantar los desplantes de Eva, que le había conocido también, y que probablemente cometería la osadía de burlarse de mí delante del cadáver y de la dama a la que acababa de conocer. La volvió a mirar y le hice una pregunta:
-¿Estuvo mucho tiempo allí?-Era más bien una pregunta para saber el tiempo que estuvieron los dos allí. Por curiosidad más que otra cosa. Quería conocer algunos detalles que no me había dado tiempo a conocer, entre esos muchos que jamás sabría ya a estas alturas, porque a una persona jamás se la conoce de verdad. Al menos no en unas pocas semanas, aunque ya me había hablado del conservatorio, como de otras muchas cosas...
La verdad es que la cuestión era bastante interesante. Fabian había comentado con aquella mujer algo por lo que una podría pasarse horas y horas pensando. ¿Valía la pena dar la vida por unos pocos ideales? ¿Luchar por algo en lo que uno cree? Era algo un poco difícil de contestar. Pero había veces en las que la respuesta estaba muy clara. Era fácil imaginarse lo que él opinaría al respecto. Y lo que ella opinaría...tenía que admitir que me daba curiosidad. Quizás se lo preguntara.
¿Y yo? ¿Qué opinaba yo al respecto? Por mi parte lo tenía muy claro...ni siquiera tendría que planteármelo.
-Un placer conocerla-dije mientras le estrechaba la mano e inclinaba la cabeza a modo de saludo-Mi nombre es Lucinda Gregory-dije ladeando la cabeza y mirando de nuevo a Fabian, para mirarla luego a ella y comentar lo que me moría de ganas de decir-A veces los ideales constituyen la vida misma...muchos consideran que no es lo mismo un corazón latiendo, la sangre corriendo por las venas, que el sentido propio de la vida. Él debió de creer en ello con fervor...al igual que muchos. El problema está en que si esos ideales tienen sentido o no...cuando ni siquiera la vida misma tiene sentido. Claro que ese cambio se producirá de todos modos. Parece que los tiempos cambian con mucha rapidez...mi abuelo solía decir que las cosas pasan cada vez más rápido. Que en sus tiempos ni las modas ni la política cambiaban con tanta rapidez. Las cosas se solían mantener tal como estaban, al menos durante mucho tiempo. Pero es difícil creerlo...siempre he pensado que muchos se equivocaban respecto a esto, incluso él. Los tiempos cambian, pero sigue habiendo muchas cosas injustas. Demasiadas incluso.-me entraron ganas de reír con amargura al pensar en algo semejante. Pero no lo hice, por supuesto. No debía hacerlo, pero una sonrisa triste se dejó ver en mi rostro.
Tenía muchísima curiosidad. Y eso se mezclaba con mis otras emociones contradictorias. A las horas que eran había cada vez menos gente...aunque iban entrando otros. No se veía a mi gemela por ninguna parte. Mejor que mejor. No estaba de humor para aguantar los desplantes de Eva, que le había conocido también, y que probablemente cometería la osadía de burlarse de mí delante del cadáver y de la dama a la que acababa de conocer. La volvió a mirar y le hice una pregunta:
-¿Estuvo mucho tiempo allí?-Era más bien una pregunta para saber el tiempo que estuvieron los dos allí. Por curiosidad más que otra cosa. Quería conocer algunos detalles que no me había dado tiempo a conocer, entre esos muchos que jamás sabría ya a estas alturas, porque a una persona jamás se la conoce de verdad. Al menos no en unas pocas semanas, aunque ya me había hablado del conservatorio, como de otras muchas cosas...
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Qué curiosos nos hace la Muerte, aunque sólo sea estar ante ella sin llegar a rozarla totalmente. En cualquier otro momento, en cualquier otra circunstancia, aquella conversación, como todas las demás, me hubieran parecido fuera de lugar. Hablar de política en un velatorio era algo de lo que mi señor padre, Karl II Van de Valley, se habría catalogado como "de mal gusto". Pero Karl Van de Valley ya no estaba allí, al igual que el pequeño Fabian. ¿Qué mal podía hacer ya? El mundo estaba agitado de por sí. Tan loco, que había permitido el asesinato a sangre fría de un muchacho. ¿Era culpa de él, o lo era de ellos?
Las palabras de la joven escaparon de sus labios con convicción y calidez. Una calidez que yo añoraba también. La envidiaba. A decir verdad, la envidiaba. Anhelaba su fuerza de espíritu, pero sobre todo, anhelaba su juventud, aquélla que iba siempre acompañada con la inocencia. ¡Pero Carolina, si usted será joven para siempre!, diréis. Pero que no os engañe mi aspecto condenado a la inestabilidad por siempre. Por dentro, era más vieja que todo eso. Y vieja me sentía, en efecto. Hubiera dado cualquier cosa, cualquier cosa en ese instante, por vender mi inmortalidad a cambio de la vida de aquel chico. Pero esas cosas... Esas cosas mejor dejarlas para los cuentos de hadas.
-A veces los ideales constituyen la vida misma... -repetí las palabras de la joven, que se había presentado como Lucinda Gregory-Sería precioso encontrar unos por los que se fuese capaz de dar la vida. Pero es difícil dar con los correctos -le dirijí una sonrisa conciliadora a la muchacha rubia. ¿Qué era la vida sin ideales, pues? Nada. Vacío. Las ideas se necesitaban para avanzar, aunque fuesen las incorrectas. No se puede creer en nada
¿Y yo? ¿en qué creía Carolina Van de Valley? Ah. Buena pregunta. Mejor dejarla para otra ocasión.
-Cuando yo llegué, él ya trabajaba allí. Era uno de los mejores afinadores según Monsieur Moncharmin, el director del Conservatorio. Me dijo que vivía con su padre, que era carpintero, en una modesta casa en la avenida Chateaubriand. Entre él y su padre trataban de sacar a su hermana ciega adelante -no mencioné a la madre, porque el propio Fabian tampoco la mencionó. No era mucho figurar, pues, que habría muerto. De la manera más cruel y miserable, supuse, presa de alguna enfermedad que se la llevaría bien entrado el otoño.
El silencio volvió a apoderarse de la capilla durante unos instantes. Era un silencio por el alma de Fabian. Una escuálida ráfaga de viento hizo que el fuego de las velas centelleáse, como si no supieran bien si mantenerse apagadas o encendidas. Si hubiese sido una religiosa supersticiosa hubiese pensado que aquella señal era un signo de que el alma del muchacho había pasado a la otra vida. Pero no lo era. "No seas necia, Carolina. Después de todo lo que has visto, ¿te niegas a creer... a creer en algo?"-¿Puedo preguntarle una cosa? Es algo personal, y si quiere no tiene por qué darme una respuesta puesto que no nos conocemos de nada, señorita Gregory. Pero... ¿usted amaba a Fabian?
Las palabras de la joven escaparon de sus labios con convicción y calidez. Una calidez que yo añoraba también. La envidiaba. A decir verdad, la envidiaba. Anhelaba su fuerza de espíritu, pero sobre todo, anhelaba su juventud, aquélla que iba siempre acompañada con la inocencia. ¡Pero Carolina, si usted será joven para siempre!, diréis. Pero que no os engañe mi aspecto condenado a la inestabilidad por siempre. Por dentro, era más vieja que todo eso. Y vieja me sentía, en efecto. Hubiera dado cualquier cosa, cualquier cosa en ese instante, por vender mi inmortalidad a cambio de la vida de aquel chico. Pero esas cosas... Esas cosas mejor dejarlas para los cuentos de hadas.
-A veces los ideales constituyen la vida misma... -repetí las palabras de la joven, que se había presentado como Lucinda Gregory-Sería precioso encontrar unos por los que se fuese capaz de dar la vida. Pero es difícil dar con los correctos -le dirijí una sonrisa conciliadora a la muchacha rubia. ¿Qué era la vida sin ideales, pues? Nada. Vacío. Las ideas se necesitaban para avanzar, aunque fuesen las incorrectas. No se puede creer en nada
¿Y yo? ¿en qué creía Carolina Van de Valley? Ah. Buena pregunta. Mejor dejarla para otra ocasión.
-Cuando yo llegué, él ya trabajaba allí. Era uno de los mejores afinadores según Monsieur Moncharmin, el director del Conservatorio. Me dijo que vivía con su padre, que era carpintero, en una modesta casa en la avenida Chateaubriand. Entre él y su padre trataban de sacar a su hermana ciega adelante -no mencioné a la madre, porque el propio Fabian tampoco la mencionó. No era mucho figurar, pues, que habría muerto. De la manera más cruel y miserable, supuse, presa de alguna enfermedad que se la llevaría bien entrado el otoño.
El silencio volvió a apoderarse de la capilla durante unos instantes. Era un silencio por el alma de Fabian. Una escuálida ráfaga de viento hizo que el fuego de las velas centelleáse, como si no supieran bien si mantenerse apagadas o encendidas. Si hubiese sido una religiosa supersticiosa hubiese pensado que aquella señal era un signo de que el alma del muchacho había pasado a la otra vida. Pero no lo era. "No seas necia, Carolina. Después de todo lo que has visto, ¿te niegas a creer... a creer en algo?"-¿Puedo preguntarle una cosa? Es algo personal, y si quiere no tiene por qué darme una respuesta puesto que no nos conocemos de nada, señorita Gregory. Pero... ¿usted amaba a Fabian?
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Debía admitirlo, aquella conversación se estaba volviendo bastante interesante. O al menos lo suficientemente interesante cómo para que pudiera mantener mi atención en ella durante un tiempo del que no me percataba, cosa que normalmente no solía ocurrirme, al menos no con las otras personas que vivían a mi alrededor durante los últimos días. Solamente durante ciertas salidas, mediante la llegada a ciertos lugares interesantes, había encontrado gente con la que pudiera hablar de esos temas sin peligro alguno. Llegar a tocar ciertos puntos peligrosos, temas que supuestamente no eran propios para damas. O bueno, quizás sí. ¿Qué demonios...? Sí. Lo eran. No podía dudar en ningún momento que no, porque muchas veces había oído conversaciones menos interesantes pero que tocaban temas mucho menos adecuados. Lo había oído ya demasiado a menudo. Normalmente soy una persona callada, y las personas calladas por lo general pasan desapercibidas. Y nosotras, las personas que pasan desapercibidas, solemos enterarnos por lo general de muchas cosas, ya sean interesantes o no. Desgraciadamente, la balanza suele inclinarse normalmente por la segunda opción.
-Los correctos...¿acaso hay alguien que en el fondo pueda decirse que es el más adecuado? Dicen por ahí que la perfección no existe, que un alma mala y un alma buena...pueden pasarse al otro lado en cualquier momento, que simplemente el amor puede redimir otra alma, y en algunos casos redimir su pena...es algo muy bonito...o al menos eso es lo que dicen-comenté con amargura.
¿Morir por la persona correcta? ¿Es que acaso existía la persona correcta?¿Alguien por quién valiera la pena morir del todo? Un cambio perfecto, algo que harías para evitar que el mundo perdiera algo muy valioso...¿lo habría hecho yo por Fabian? Me incliné para contemplar su rostro pálido y dormido, blanco cómo la nieve, y levanté la cabeza para contemplar el rostro de aquella mujer, pálido también, incluso podría decir que era un poco más pálido.
Luego escuché con sumo interés la historia que me contaba acerca de dónde vivía y de lo mucho que se esforzaban para sacar a su hermana adelante. Fui asintiendo con la cabeza en silencio. Ya me había contado que vivía en un lugar modesto, y me había contado que tenía una hermana, pero no que era ciega...claro que tampoco es que hubiera dado tiempo a que me lo contara todo, por supuesto...lo que había vivido con él se había reducido a aquel lugar llenos de paz, a aquellos días interminables, a aquello que parecía que no se iba a acabar nunca. Esto puede sonar un poco cursi, no diré romántico porque esa palabra está muy mal usada, pero fueron unos pocos días felices a pesar de todo lo que sucedía alrededor...no por algo estaba allí. Sin dudarlo.
-La muerte no espera, o a veces espera tanto que podemos desesperar hasta que ésta no tenga más remedio que darnos la mano. A veces pienso que la muerte es cómo nuestra diosa. Ella es quién lo controla todo, ¡todo gira alrededor de ella!-y curiosamente, muchos de mis poemas o de las obras que había escrito hablaban de ello, de amor y de muerte, de poesía y de vida, y de ese mundo del que no solía hablar.
Luego me hizo una pregunta muy personal. Ya me lo dijo ella, sí. Porque personal lo era, a más no poder. Que si estaba enamorada de Fabian, me decía. Alcé la cabeza sorprendida, y retrocedí un par de pasos, poniéndome colorada a más no poder. Mis mejillas se tornaron de un rojo casi carmesí, y miré de un lado a otro mientras intentaba farfullar algo para mis adentros.
-¿Que si estoy enamorada de Fabian? No, yo no estoy...bueno...-me costaba hablar, y mucho, pero no podía ponerme a tartamudear las palabras-Bueno...quizás sí. Bueno, quizás no lo sé. Confieso que los días que estuve con él fueron felices. Escuchar lo que decía, sus ideas, todo, incluso aquellos pocos días, aquellas pocas horas, en las que pudimos estar sólos y ser felices por un rato. No me parece excesivamente personal que se lo cuente...¿qué más me da? Si de todos modos no se va a enterar nadie más, no sé por qué, pero prefiero decírselo a usted antes que a nadie que tengo más cercano...la gente con la que vivo normalmente no suele ser cómo debe ser. No les cuento ésas cosas, y no sé si será porque acabo de conocerla o porque siento cierto odio por el resto de las personas que viven a mi alrededor-Me acequé de nuevo hacia el lugar dónde estaba el cuerpo, y allí volví a suspirar. Luego yo la volví a mirar y dije;
-Y vos...bueno, ¿para qué voy a preguntarlo?-sonreí débilmente, en un intento de sonrisa divertida.-Ya más o menos me contó la relación que tiene con él, no hay ya mucho que no sepa sobre eso...y otras cosas que tampoco debería saber. Hay muchas cosas que sé y que se suponen que no debería saber, y otras que no sé pero que debería saber y más todavía por pertenecer a la buena sociedad...-ésto lo dice con un tono de amargura imperedero, en voz baja, rompiendo el cruel silencio de la noche en aquel lugar, los pocos momentos de silencio, pues había subido las décimas un poco. No lo había podido evitar. Y menos podría evitar lo que vendría después.
-Los correctos...¿acaso hay alguien que en el fondo pueda decirse que es el más adecuado? Dicen por ahí que la perfección no existe, que un alma mala y un alma buena...pueden pasarse al otro lado en cualquier momento, que simplemente el amor puede redimir otra alma, y en algunos casos redimir su pena...es algo muy bonito...o al menos eso es lo que dicen-comenté con amargura.
¿Morir por la persona correcta? ¿Es que acaso existía la persona correcta?¿Alguien por quién valiera la pena morir del todo? Un cambio perfecto, algo que harías para evitar que el mundo perdiera algo muy valioso...¿lo habría hecho yo por Fabian? Me incliné para contemplar su rostro pálido y dormido, blanco cómo la nieve, y levanté la cabeza para contemplar el rostro de aquella mujer, pálido también, incluso podría decir que era un poco más pálido.
Luego escuché con sumo interés la historia que me contaba acerca de dónde vivía y de lo mucho que se esforzaban para sacar a su hermana adelante. Fui asintiendo con la cabeza en silencio. Ya me había contado que vivía en un lugar modesto, y me había contado que tenía una hermana, pero no que era ciega...claro que tampoco es que hubiera dado tiempo a que me lo contara todo, por supuesto...lo que había vivido con él se había reducido a aquel lugar llenos de paz, a aquellos días interminables, a aquello que parecía que no se iba a acabar nunca. Esto puede sonar un poco cursi, no diré romántico porque esa palabra está muy mal usada, pero fueron unos pocos días felices a pesar de todo lo que sucedía alrededor...no por algo estaba allí. Sin dudarlo.
-La muerte no espera, o a veces espera tanto que podemos desesperar hasta que ésta no tenga más remedio que darnos la mano. A veces pienso que la muerte es cómo nuestra diosa. Ella es quién lo controla todo, ¡todo gira alrededor de ella!-y curiosamente, muchos de mis poemas o de las obras que había escrito hablaban de ello, de amor y de muerte, de poesía y de vida, y de ese mundo del que no solía hablar.
Luego me hizo una pregunta muy personal. Ya me lo dijo ella, sí. Porque personal lo era, a más no poder. Que si estaba enamorada de Fabian, me decía. Alcé la cabeza sorprendida, y retrocedí un par de pasos, poniéndome colorada a más no poder. Mis mejillas se tornaron de un rojo casi carmesí, y miré de un lado a otro mientras intentaba farfullar algo para mis adentros.
-¿Que si estoy enamorada de Fabian? No, yo no estoy...bueno...-me costaba hablar, y mucho, pero no podía ponerme a tartamudear las palabras-Bueno...quizás sí. Bueno, quizás no lo sé. Confieso que los días que estuve con él fueron felices. Escuchar lo que decía, sus ideas, todo, incluso aquellos pocos días, aquellas pocas horas, en las que pudimos estar sólos y ser felices por un rato. No me parece excesivamente personal que se lo cuente...¿qué más me da? Si de todos modos no se va a enterar nadie más, no sé por qué, pero prefiero decírselo a usted antes que a nadie que tengo más cercano...la gente con la que vivo normalmente no suele ser cómo debe ser. No les cuento ésas cosas, y no sé si será porque acabo de conocerla o porque siento cierto odio por el resto de las personas que viven a mi alrededor-Me acequé de nuevo hacia el lugar dónde estaba el cuerpo, y allí volví a suspirar. Luego yo la volví a mirar y dije;
-Y vos...bueno, ¿para qué voy a preguntarlo?-sonreí débilmente, en un intento de sonrisa divertida.-Ya más o menos me contó la relación que tiene con él, no hay ya mucho que no sepa sobre eso...y otras cosas que tampoco debería saber. Hay muchas cosas que sé y que se suponen que no debería saber, y otras que no sé pero que debería saber y más todavía por pertenecer a la buena sociedad...-ésto lo dice con un tono de amargura imperedero, en voz baja, rompiendo el cruel silencio de la noche en aquel lugar, los pocos momentos de silencio, pues había subido las décimas un poco. No lo había podido evitar. Y menos podría evitar lo que vendría después.
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
¡Qué muchacha más increíble la que tenía allí delante! De seguro, y si no fuera por el impedimento de la muerte prematura que acechó a Friedrich un siglo atrás, hasta él mismo se hubiera quedado fascinado con las respuestas hábiles de la señorita Gregory, aunque se hubiera esforzado en disimularlo, como él bien sabía hacer. De hecho, no creo que hubiese nada en el mundo que a Friedrich Dvorak se le diese mejor que disimular. Bueno, puede que la música ganase terreno en ese aspecto suyo. Ah, Friedrich, siempre tan caprichoso.
¡Pero ya otra vez estoy pensando en él! Insidioso, como una sombra escrutadora a la que le gustaba estar siempre cerca mío.
Sin duda, Fabian habría sido feliz al lado de aquella mujercita que parecía tener la cabeza tan bien amueblada, algo difícil que las mujeres de esta época -y más las parisinas- parecían no comprender del todo. Oh, bueno. Tal vez me estaba precipitando en tales juicios, pues ni yo conocía a todas las mujeres de París, ni lo pretendía. Pero juzgar es tan fácil que hasta yo caía en esa trampa más a menudo de lo que me gustaría. Sin embargo, no consideraba apresurada a la hora de calificar a la joven rubia como una esperanza para un mundo loco. ¿Acaso no todos los jóvenes lo eran? Hasta Fabian, ya muerto y sin que el pecho se le moviera hacia arriba o hacia abajo, también representaba una esperanza para un París en llamas.
-Ajá. En efecto, la muerte nos hace iguales -ladeé una sonrisa. "Al menos, a casi todos". No dudaba de que el adjetivo "inmortal" que se nos tildaba a mí y a mis congéneres no era más que producto de una ignorancia por parte de algunos mortales al no saber que ni si quiera los llamados eternos lo eran. Friedrich así lo creía y así acabó. La muerte era algo que siempre llegaba, y todo lo demás, sólo eran pequeñas alteraciones, errores que no deberían estar ahí y que estaban. Pero Dios, o la Naturaleza, o lo que fuera que estuviese allí arriba -si es que había algo, después de todo-, era lo más sabio de todo, y sabía cuándo había de llegar el fin a una raza tan infecta como la nuestra. El sueño de Friedrich no duraría mucho, aunque me apenase que fuese su propia pupila la que tuviera que reconocerlo.
Horror y esperanza se entremezclaban en las palabras de la señorita Gregory al hablar de Fabian, de sus sentimientos -ficticios o no- hacia el chico, de su familia. ¡Ah, qué bien conocía yo éso! Las contradicciones que forman parte de quiénes éramos y quiénes podríamos llegar a ser, o no. Sin ellas seríamos planos como cualquier personaje de novela barata, de esas a las que son tan aficionadas las burguesas de este país.
-Ha hablado de odio y amor en la misma frase. Es curioso cómo esas dos palabras a menudo coinciden, ¿no es así? -hice una pausa, y luego continué:-Creo que Fabian habría sido feliz con usted. Y aunque ni usted misma ha sabido responder a la pregunta, le diré que sí lo amaba. Esos ojos no engañan. Y tampoco las mejillas -sonreí conciliadoramente. No sabía si eso sería un consuelo o no para la muchacha rubia, tampoco pretendía tal cosa. Simplemente señalé un hecho que me había parecido valedero nada más cruzar dos miradas con la joven que allí estaba.
-No... No. No estaba enamorada de Fabian. Pero lo apreciaba mucho. Si él hubiera querido hasta le habría enseñado yo misma a ser más hábil con las notas.
Era extraño. Nadie más había acudido a velar por el cuerpo de Fabian durante aquellos momentos que estuvimos ahí. Ni si quiera su padre se habría enterado todavía. Probablemente fuese monsieur Moncharmin quien le comunicase la noticia. Ah, pobre monsieur Moncharmin. Era tan bueno y generoso, que a veces pecaba de ser demasiado cándido. ¿Quién si no él iba a cargar con el peso de dar una noticia tan horrible? Pensé en acompañarlo al día siguiente, cuando el Sol volviese a caer.
-Usted es joven y lista, señorita Gregory. Le aseguro que no tardará en saber las cosas que debería saber, e incluso las que no también.
¡Pero ya otra vez estoy pensando en él! Insidioso, como una sombra escrutadora a la que le gustaba estar siempre cerca mío.
Sin duda, Fabian habría sido feliz al lado de aquella mujercita que parecía tener la cabeza tan bien amueblada, algo difícil que las mujeres de esta época -y más las parisinas- parecían no comprender del todo. Oh, bueno. Tal vez me estaba precipitando en tales juicios, pues ni yo conocía a todas las mujeres de París, ni lo pretendía. Pero juzgar es tan fácil que hasta yo caía en esa trampa más a menudo de lo que me gustaría. Sin embargo, no consideraba apresurada a la hora de calificar a la joven rubia como una esperanza para un mundo loco. ¿Acaso no todos los jóvenes lo eran? Hasta Fabian, ya muerto y sin que el pecho se le moviera hacia arriba o hacia abajo, también representaba una esperanza para un París en llamas.
-Ajá. En efecto, la muerte nos hace iguales -ladeé una sonrisa. "Al menos, a casi todos". No dudaba de que el adjetivo "inmortal" que se nos tildaba a mí y a mis congéneres no era más que producto de una ignorancia por parte de algunos mortales al no saber que ni si quiera los llamados eternos lo eran. Friedrich así lo creía y así acabó. La muerte era algo que siempre llegaba, y todo lo demás, sólo eran pequeñas alteraciones, errores que no deberían estar ahí y que estaban. Pero Dios, o la Naturaleza, o lo que fuera que estuviese allí arriba -si es que había algo, después de todo-, era lo más sabio de todo, y sabía cuándo había de llegar el fin a una raza tan infecta como la nuestra. El sueño de Friedrich no duraría mucho, aunque me apenase que fuese su propia pupila la que tuviera que reconocerlo.
Horror y esperanza se entremezclaban en las palabras de la señorita Gregory al hablar de Fabian, de sus sentimientos -ficticios o no- hacia el chico, de su familia. ¡Ah, qué bien conocía yo éso! Las contradicciones que forman parte de quiénes éramos y quiénes podríamos llegar a ser, o no. Sin ellas seríamos planos como cualquier personaje de novela barata, de esas a las que son tan aficionadas las burguesas de este país.
-Ha hablado de odio y amor en la misma frase. Es curioso cómo esas dos palabras a menudo coinciden, ¿no es así? -hice una pausa, y luego continué:-Creo que Fabian habría sido feliz con usted. Y aunque ni usted misma ha sabido responder a la pregunta, le diré que sí lo amaba. Esos ojos no engañan. Y tampoco las mejillas -sonreí conciliadoramente. No sabía si eso sería un consuelo o no para la muchacha rubia, tampoco pretendía tal cosa. Simplemente señalé un hecho que me había parecido valedero nada más cruzar dos miradas con la joven que allí estaba.
-No... No. No estaba enamorada de Fabian. Pero lo apreciaba mucho. Si él hubiera querido hasta le habría enseñado yo misma a ser más hábil con las notas.
Era extraño. Nadie más había acudido a velar por el cuerpo de Fabian durante aquellos momentos que estuvimos ahí. Ni si quiera su padre se habría enterado todavía. Probablemente fuese monsieur Moncharmin quien le comunicase la noticia. Ah, pobre monsieur Moncharmin. Era tan bueno y generoso, que a veces pecaba de ser demasiado cándido. ¿Quién si no él iba a cargar con el peso de dar una noticia tan horrible? Pensé en acompañarlo al día siguiente, cuando el Sol volviese a caer.
-Usted es joven y lista, señorita Gregory. Le aseguro que no tardará en saber las cosas que debería saber, e incluso las que no también.
Última edición por Carolina Van de Valley el Miér Feb 20, 2013 11:49 am, editado 1 vez
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Había varias cosas en las que podía discrepar. Sí, habías unas cuantas. Cierto que había otras con las que estaba de acuerdo, pero lo último que escuché hizo que una especie de extraña tristeza floreciera en mi mente cual amapola negra sin dueño. Además, una sombra de rabia, que duró sólo un mero instante, cruzó por mi mente. ¿Cómo podía decir que yo no...que no le...?
En ese momento me sentí ridícula. ¿Qué derecho tenía yo a pensar de repente en algo así, en aquel momento, en aquel lugar, y de ese modo? No era justo, ni para él ni para los que estaban allí, que por cierto, era raro que no hubiera llegado Eva ni...o quizás si hubieran llegado. O a lo mejor habían decidido no venir porque sabían que aquella muerte sólo me concernía a mí en la familia, que yo había sido la única que le había conocido.
Mejor. No tenía las más mínimas caras de verles las caras, aunque en aquel momento tampoco pensaba mucho en ellos. Ver la otra cara de la moneda en el momento de la muerte, era algo que no me apetecía en ese momento. Una versión de mí misma que apareciera de repente en dónde estábamos y que sonriera con un desdén mal disimulado, o con una falsa pena.
Falsa pena, dulces sueños rotos, fantasía saciada con un oscuro secreto. Qué palabras tan bellas y horribles al mismo tiempo. Los dos lados del especto. Más de lo mismo. Me coloqué el velo negro de nuevo en el rostro, por unos meros segundos, pero luego me lo volví a levantar, cómo si me avergonzara de lo que había hecho, girándome un poco para observar un poco mejor al muerto. Acababa de recordar que había traído algo para dejarle, una cosa que debía llevarse...
-Amor y odio, en el fondo son la misma cosa, o al menos eso es lo que dicen. Qué puedes llegar a odiar lo que más amas o que puedes llegar a amar lo que más odias en éste mundo. Y lo que se queda en el punto intermedio se queda en el punto intermedio. Y lo que baja de ese punto intermedio ni es amor ni es odio.-agaché la cabeza mientras iba buscando lo que quería dejarle a Fabian antes de que tuviera que marcharse al otro mundo, estuviera dónde estuviera-Es algo fantasmal. Una emoción espectral que espera el momento más oportuno para poder echar a volar, cómo él...
Echar a volar...cómo un fantasma. ¿Pero qué demonios acababa de decir? ¿Es que estaba soñando otra vez con las alegrías del mundo fantasmal? Es que andaba de un lado para otro pensando en lo que podría ser mejor o no para ellos. Esas ideas que volaban cómo pájaros por el cielo hacia aquel mundo de sueños del que una no podría salir nunca jamás, ese mundo de sueños que en parte me tenía atrapada.
Que si me amaba, decía. Que no habría podido amarle, y que habría sido feliz a mi lado. Al principio creí haber entendido otra cosa, quizás debido a que mi mente estaba un poco obnubilada, pero eso no importaba ya. Me alcé un poco más el velo y sonreí con cierta tristeza, una especie de alegría póstuma secreta que no diría en público ni por asomo. Cualquier cosa podría romper esa pequeña ilusión que se acababa de formar en mi cabeza.
-¿De veras lo cree, madame Van de Valley?-esa sonrisita que había percibido en mi rostro se ensanchó todavía más, y luego estaba también el hecho de que ella creyera eso. Ella, una desconocida, ya conocida, de la que había hablado de éstas cosas, y que me decía que, efectivamente, él había estado enamorado de mi persona. ¿Qué habría ocurrido si hubiera sido él quién me lo hubiera dicho a la cara? Esperaba no tener que buscar...
-¿De veras lo cree así?-repetí cómo un loro por segunda vez. En voz baja, por suerte. Un pequeño brillo de esperanza surgió de entre mis ojos azules, luego me dejé caer el velo por la cara por temor a que los demás vieran el estado en el que estaba en aquel momento. Tristeza, dolor, miedo, miseria, una pizquita de alegría póstuma pero sobre todo desesperación.
-Demasiado tarde, cómo dirían en un viejo manuscrito que hay perdido por casa. No hay que poner en peligro esas viejas obras que te cuentan tantos misterios con unas pocas líneas...-comenté entonces mirando de nuevo hacia el lugar dónde debería haber entrado más gente. Nadie aparte de nosotras, y alguien más que rondaba por allí y a quién yo no reconocía.
-Amor en vida, amor en muerte. Ojalá esté en ese mundo de sueños del que nos han hablado tanto...-hice una pequeña mueca. Yo hablaría más bien de otros mundos, de otros sueños.-A veces no sé si creérmelo. Si le soy sincera, en estos momentos estaría dispuesta a hacer lo que fuera para poder hablar con él, aunque fuera algo que no debiera ser...-miré de un lado para otro, cómo para asegurarme de que no hubieran las suficientes personas como para que nos oyeran.
Tampoco es que eso me importase demasiado. Cómo si me fuera a dar cuenta o me importaran algo lo que pensaran los demás. Bueno, vale, sí que me importaba pero de un modo muy distinto. Era algo en lo que prefería no pensar.
En ese momento me sentí ridícula. ¿Qué derecho tenía yo a pensar de repente en algo así, en aquel momento, en aquel lugar, y de ese modo? No era justo, ni para él ni para los que estaban allí, que por cierto, era raro que no hubiera llegado Eva ni...o quizás si hubieran llegado. O a lo mejor habían decidido no venir porque sabían que aquella muerte sólo me concernía a mí en la familia, que yo había sido la única que le había conocido.
Mejor. No tenía las más mínimas caras de verles las caras, aunque en aquel momento tampoco pensaba mucho en ellos. Ver la otra cara de la moneda en el momento de la muerte, era algo que no me apetecía en ese momento. Una versión de mí misma que apareciera de repente en dónde estábamos y que sonriera con un desdén mal disimulado, o con una falsa pena.
Falsa pena, dulces sueños rotos, fantasía saciada con un oscuro secreto. Qué palabras tan bellas y horribles al mismo tiempo. Los dos lados del especto. Más de lo mismo. Me coloqué el velo negro de nuevo en el rostro, por unos meros segundos, pero luego me lo volví a levantar, cómo si me avergonzara de lo que había hecho, girándome un poco para observar un poco mejor al muerto. Acababa de recordar que había traído algo para dejarle, una cosa que debía llevarse...
-Amor y odio, en el fondo son la misma cosa, o al menos eso es lo que dicen. Qué puedes llegar a odiar lo que más amas o que puedes llegar a amar lo que más odias en éste mundo. Y lo que se queda en el punto intermedio se queda en el punto intermedio. Y lo que baja de ese punto intermedio ni es amor ni es odio.-agaché la cabeza mientras iba buscando lo que quería dejarle a Fabian antes de que tuviera que marcharse al otro mundo, estuviera dónde estuviera-Es algo fantasmal. Una emoción espectral que espera el momento más oportuno para poder echar a volar, cómo él...
Echar a volar...cómo un fantasma. ¿Pero qué demonios acababa de decir? ¿Es que estaba soñando otra vez con las alegrías del mundo fantasmal? Es que andaba de un lado para otro pensando en lo que podría ser mejor o no para ellos. Esas ideas que volaban cómo pájaros por el cielo hacia aquel mundo de sueños del que una no podría salir nunca jamás, ese mundo de sueños que en parte me tenía atrapada.
Que si me amaba, decía. Que no habría podido amarle, y que habría sido feliz a mi lado. Al principio creí haber entendido otra cosa, quizás debido a que mi mente estaba un poco obnubilada, pero eso no importaba ya. Me alcé un poco más el velo y sonreí con cierta tristeza, una especie de alegría póstuma secreta que no diría en público ni por asomo. Cualquier cosa podría romper esa pequeña ilusión que se acababa de formar en mi cabeza.
-¿De veras lo cree, madame Van de Valley?-esa sonrisita que había percibido en mi rostro se ensanchó todavía más, y luego estaba también el hecho de que ella creyera eso. Ella, una desconocida, ya conocida, de la que había hablado de éstas cosas, y que me decía que, efectivamente, él había estado enamorado de mi persona. ¿Qué habría ocurrido si hubiera sido él quién me lo hubiera dicho a la cara? Esperaba no tener que buscar...
-¿De veras lo cree así?-repetí cómo un loro por segunda vez. En voz baja, por suerte. Un pequeño brillo de esperanza surgió de entre mis ojos azules, luego me dejé caer el velo por la cara por temor a que los demás vieran el estado en el que estaba en aquel momento. Tristeza, dolor, miedo, miseria, una pizquita de alegría póstuma pero sobre todo desesperación.
-Demasiado tarde, cómo dirían en un viejo manuscrito que hay perdido por casa. No hay que poner en peligro esas viejas obras que te cuentan tantos misterios con unas pocas líneas...-comenté entonces mirando de nuevo hacia el lugar dónde debería haber entrado más gente. Nadie aparte de nosotras, y alguien más que rondaba por allí y a quién yo no reconocía.
-Amor en vida, amor en muerte. Ojalá esté en ese mundo de sueños del que nos han hablado tanto...-hice una pequeña mueca. Yo hablaría más bien de otros mundos, de otros sueños.-A veces no sé si creérmelo. Si le soy sincera, en estos momentos estaría dispuesta a hacer lo que fuera para poder hablar con él, aunque fuera algo que no debiera ser...-miré de un lado para otro, cómo para asegurarme de que no hubieran las suficientes personas como para que nos oyeran.
Tampoco es que eso me importase demasiado. Cómo si me fuera a dar cuenta o me importaran algo lo que pensaran los demás. Bueno, vale, sí que me importaba pero de un modo muy distinto. Era algo en lo que prefería no pensar.
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Por un momento, en la tristeza de la joven me pude ver reflejada. Una vieja Carolina que en realidad era igual de joven que la de ahora y, al mismo tiempo, todavía incluso más inexperta de lo que lo era en estos momentos. Su tristeza era la mía. O al menos, lo había sido. Los mismos ojos, los mismos gestos, las mismas palabras de consuelo que, a la larga, se sabe que no guardan ningún sentido secreto. Que todo lo que había eran frases vacías, pero que por algún extraño motivo, nos confortaban. Y en los ojos de Fabian pude ver los de Friedrich. ¡Dulce delirio! Si aquéllo fuera verdad. Si aquella ilusión fugaz hubiese llevado consigo aunque sólo fuese un ápice de certeza inquebrantable. ¿Cuánto daría yo por volver a hablar con él? Y aún así, no era el único al que había perdido, pero sí el más importante, tal vez. Tenía a Clotilde, a Hans, a Dimitri y a Gregori. Todos fantasmas sombreados. Y de todos ellos, de todos los que podían venir a torturarme, reprocharme o condenarme, siempre era uno, el mismo. Tal vez yo lo prefería así. Tal vez mi autocompasión y masoquismo llegaban hasta ése punto de inestabilidad malsana.
-Habla con el dolor de una pérdida reciente, señorita Gregory. Pero debe tener cuidado con palabras tan osadas. Hacer lo que fuera podría ser demasiado -la advertí, no como una amenaza velada si no como un consejo de Eterna. Y al punto, ¿no era ése un gesto turbio de hipocresía malcarada? ¿acaso no haría yo lo que fuera por volver a ver a mis seres queridos? Si hubiera sabido cómo. Pero no lo intenté, porque estaba demasiado ahogada en una pena inútil y barata. Pero, ¿lo hubiera hecho realmente? ¿hubiera sido capaz? ¡Por el amor de Dios, Carolina! Si él te viera. Se reiría de tí. Con esa risa cantarina que no había escuchado en nadie más. Se reiría de mí como se ríen los padres ante las ignorancias de sus hijos más pequeños. ¿Era éso lo que había sido para él? ¿una hija? ¿o había sido su amante? ¿o su hermana? Ni si quiera ahora encontraba una definición correcta para aquel lazo eterno, que incluso después de la muerte, no se podía cortar. Ni si quiera en mi vida humana había experimentado algo tan fuerte, y ni si quiera creía que hubiese una palabra capaz de definir aquéllo mismo que ni yo sabía interpretar.
-¿Sabe? Yo también perdí a alguien. Hace mucho tiempo. Fue alguien muy importante para mí, en su momento. Su pérdida me dejó desorientada, como desorientado queda un niño sin su madre. Sé cómo se siente. Lo sé perfectamente -era una especie de consuelo. Nunca se me habían dado bien las palabras. Jamás. Por eso necesitaba la música para expresarme. Oh, y aquella noche tocaría. Tocaría y le desearía a Fabian suerte, sólo por si acaso algunos de los sacerdotes tienen razón.
-Habla con el dolor de una pérdida reciente, señorita Gregory. Pero debe tener cuidado con palabras tan osadas. Hacer lo que fuera podría ser demasiado -la advertí, no como una amenaza velada si no como un consejo de Eterna. Y al punto, ¿no era ése un gesto turbio de hipocresía malcarada? ¿acaso no haría yo lo que fuera por volver a ver a mis seres queridos? Si hubiera sabido cómo. Pero no lo intenté, porque estaba demasiado ahogada en una pena inútil y barata. Pero, ¿lo hubiera hecho realmente? ¿hubiera sido capaz? ¡Por el amor de Dios, Carolina! Si él te viera. Se reiría de tí. Con esa risa cantarina que no había escuchado en nadie más. Se reiría de mí como se ríen los padres ante las ignorancias de sus hijos más pequeños. ¿Era éso lo que había sido para él? ¿una hija? ¿o había sido su amante? ¿o su hermana? Ni si quiera ahora encontraba una definición correcta para aquel lazo eterno, que incluso después de la muerte, no se podía cortar. Ni si quiera en mi vida humana había experimentado algo tan fuerte, y ni si quiera creía que hubiese una palabra capaz de definir aquéllo mismo que ni yo sabía interpretar.
-¿Sabe? Yo también perdí a alguien. Hace mucho tiempo. Fue alguien muy importante para mí, en su momento. Su pérdida me dejó desorientada, como desorientado queda un niño sin su madre. Sé cómo se siente. Lo sé perfectamente -era una especie de consuelo. Nunca se me habían dado bien las palabras. Jamás. Por eso necesitaba la música para expresarme. Oh, y aquella noche tocaría. Tocaría y le desearía a Fabian suerte, sólo por si acaso algunos de los sacerdotes tienen razón.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
Era un poco extraño que además de aquella desconfianza sintiera cómo un extraño hechizo la invadía. ¿Hechizo? ¿De veras podía llamársele así? Selene no encontraba la palabra más adecuada a la sensación que sintió mientras ocurría lo que ocurrió a continuación. Pero era algo agradable, además de frío. Y es que de todos modos a ella le gustaba el frío. Los bosques por la noche estaban fríos, lo cual solía ser por lo general sumamente agradable. Aunque claro está. En aquel momento ni se hallaba en ningún bosque ni se hallaba delante de la propia muerte. ¿Muerte? ¿Por qué había pensaba eso? Espera...ya sabía el por qué. Porque había algo en esa mujer, en esa forma etérea, que le recordaba a la muerte. Y eso que a los fantasmas les recuerda la muerte misma es algo que para muchos no suele ser agradable siquiera, pero otros saben reconocer la sutilidad de la muerte misma, la dulzura de sus recuerdos, el miedo imprevisto o el dolor oculto en todas y en cada una de las facciones que se evocan en todos esos recuerdos que consiguen ser evocados.
Selene había comprendido ésto hacía mucho tiempo, por eso manejaba con tantísima frecuencia los estados de la muerte que tan interesantes se le antojaban. No podía evitar pensar que las cosas podrían ir de mal en peor si se enterase de repente de lo que estaba pensando la muchacha. A lo mejor se asustaría. O quizás no. Pero Selene lo veía cómo una mera forma de comunicación entre los vivos y entre los muertos.
Los muertos que no saben jugar, los vivos que tampoco saben jugar, Selene no estaba muy segura de a qué bando podría pertenecer, ni siquiera aunque no estuviera mirando nada por el estilo en una situación cómo aquella, en la que lo único en lo que pensaba era en lo que había pasado. En esa mujer rubia que había cogido un trozo de su cabello, cómo si pareciera sorprenderse ante el inusual color que había heredado de mis antepasados, o más concretamente de mi abuela, que nada quería tener que ver con ésto de la magia
Dolor. Pérdidas recientes. Muerte. Eran temas tocados tan a menudo, y sin embargo que poco valor se le daba. Pensaban que no llegaría nunca aquel fatídico momento, y sin embargo, por regla general, solía llegar cuando menos nos lo esperamos, cuando menos lo deseamos, cuando más nos puede doler, justo en el momento en el que el dolor puede volverse irreversible para un alma que está en una época en concreto. No hay ninguna driscriminación a la hora de que llegue ese miedo y ese dolor, y esas dudas, ni la edad, a veces ni siquiera tras la muerte. Vale, ésta última era una idea un poquitín descabellada, pero he de decir que la he tenido desde siempre en la cabeza. ¿Qué ocurriría tras la muerte? ¿Cómo se sentiría ser un espíritu? ¿O estar en el otro lado del cosmos? Había escrito muchas cosas sobre ésto, cosas que tenía escondidas en el ático de mi casa y en un lugar secreto de París, un lugar al que supuestamente no suele ir nadie y al que confié mi suerte, pues eran cosas que no podía guardar en casa, un lugar dónde mis padres, mi hermana o uno de los dos criados que tenemos pueden descubrirlo.
Y eso era algo que no estaba dispuesta a tolerar.
Pero eso no era lo que importaba. Lo que importaba era que en la mayoría de esos manuscritos tenía muchas cosas sobre el amor y sobre la muerte, y sobre ese mundo que había creado y que tanto ansiaba por descubrir.
¿Por qué pensaba tanto en ello? ¿Cómo podía estar tan presente en mi vida también? Incluso...incluso...
Meneé la cabeza de un lado para otro para desechar ese pensamiento mientras escuchaba a Madame De Valley. Por un momento incluso puede decirse que la envidié. Y no sólo por algunas de las cosas que decía. También por su aspecto. Tras el vestido de luto que llevaba se veía que era hermosa, con ese rostro blanco cómo la nieve, esos rasgos perfectos y esa mirada sabia.
Y me embargó unos instantes de envidia que casi me nubló los pensamientos. A lo mejor ella tenía más libertad que yo por el mundo. O quizás no, cabía la posibilidad de que fuera al revés y de que fuera una de esas mujeres que viviera en una cárcel dorada, oscura, o una llena de cuervos alrededor, de esa clase de realidades que confunden y que de un momento a otro llevan cómo única liberación la muerte del carcelero. Podría ser así, o podría ser también qué tuviera más libertad que nadie.
Libertad, miedo, dolor, alegría, tristeza, incertidumbre. Eso era toda una vida, lo que se perdía tras la muerte.
O a lo mejor se recuperaba tras ella. Muchos esperaban poder vivir algo semejante tras la muerte.
Por eso desperdiciaban sus vidas en cosas vanas, cuando la realidad era mucho más complicada de lo que parecían. No eran más que unos imbéciles, unos malditos balas perdidas que nada tenían que hacer en la vida.
Cómo los odiaba. Y al mismo tiempo a veces sentía una extraña tristeza, qué era cómo una especie de aviso.
¿Aviso para qué? Vale, quizás pensar ésto era una locura, otra extravagancia por mi parte, dirían muchos, pero sabía muy bien que había algo acechando tras ésta tristeza, un horrible secreto que de ser rebelado me daría un dolor horrible, o una lucidez extraordinaria. Era algo que esperaba para salir. Ocurría cómo la poesía. Tan bella en su expresión, tan mortífera para todo lo demás, y sin embargo tan necesaria para el alma.
Esos pensamientos rondaban por mi cabeza con rapidez. Hacer lo que fuera sonaría demasiado. Cierto, aunque había que decir que a veces deseaba poder hacer lo que fuera, tener la voluntad suficiente para ello, pero por ahora era algo que faltaba bastante. La voluntad, que era algo tan tremendamente valioso para hacer cualquier cosa que requería aunque fuera un poco de esfuerzo y que algunos perdían con tantísima facilidad por algunas heridas que no eran más que hechos inconclusos, o algo que quizás no debía ser tal cómo es.
-¿Demasiado? ¿Qué quiere decir? Hacer lo que sea para conseguir algo se supone que debe de servir para algo...sobre todo si se tiene fuerza de voluntad para ello. Algunos la tiene. Él la tenía. Quizás usted la tenga. Yo sé que no la tengo, que la perdí hace mucho tiempo en pos de algo que ni siquiera sé si servirá algún día, pero aún me quedan sueños, esperanzas. ¿Puede ser tan difícil ir a...?-volví a mirar el cuerpo de Fabian-¿a por ellas? Quizás lo sería si otros no fueran tan estúpidos cómo para provocar dolor, miedo, o aún más violencia si cabe. Luego habló de que hacía mucho tiempo había perdido a alguien, y que sabía perfectamente cómo se sentía. Debía de saberlo mejor que yo, tenía más año, más experiencias, aunque fueran por unos diez años, más o menos era lo que aparentaba más que ella. Pero unos pocos años siempre podían servir de mucho. Cada minuto, cada segundo, eso siempre servía.
-¿Y sintió también que en cualquier momento...que en cualquier momento podría pasarle lo mismo? ¿Deseo que también sucediera, o poder verle de alguna forma?¿O buscó algún modo para consolarse? Quizás fuera a través de la música-quizás estaba desvariando un poco al pensar en eso, en la música, ya que se habían conocido en el conservatorio, y estar en lugares cómo aquellos sólo podía tener cómo motivación el amor por la música, lo mismo que a mí me motivaba por lo general el amor por las historias que escribía, pero a veces esos pensamientos que volaban por mi cabeza de forma tan fugaz me hacían ver ciertas cosas que eran y otras que no eran. Lo importante era lo que se sabía de verdad.
-Y...si no es una pregunta muy personal...¿puedo preguntarle quién fue?-sentía cnuriosidad, por eso me atreví a preguntarle.
Selene había comprendido ésto hacía mucho tiempo, por eso manejaba con tantísima frecuencia los estados de la muerte que tan interesantes se le antojaban. No podía evitar pensar que las cosas podrían ir de mal en peor si se enterase de repente de lo que estaba pensando la muchacha. A lo mejor se asustaría. O quizás no. Pero Selene lo veía cómo una mera forma de comunicación entre los vivos y entre los muertos.
Los muertos que no saben jugar, los vivos que tampoco saben jugar, Selene no estaba muy segura de a qué bando podría pertenecer, ni siquiera aunque no estuviera mirando nada por el estilo en una situación cómo aquella, en la que lo único en lo que pensaba era en lo que había pasado. En esa mujer rubia que había cogido un trozo de su cabello, cómo si pareciera sorprenderse ante el inusual color que había heredado de mis antepasados, o más concretamente de mi abuela, que nada quería tener que ver con ésto de la magia
Dolor. Pérdidas recientes. Muerte. Eran temas tocados tan a menudo, y sin embargo que poco valor se le daba. Pensaban que no llegaría nunca aquel fatídico momento, y sin embargo, por regla general, solía llegar cuando menos nos lo esperamos, cuando menos lo deseamos, cuando más nos puede doler, justo en el momento en el que el dolor puede volverse irreversible para un alma que está en una época en concreto. No hay ninguna driscriminación a la hora de que llegue ese miedo y ese dolor, y esas dudas, ni la edad, a veces ni siquiera tras la muerte. Vale, ésta última era una idea un poquitín descabellada, pero he de decir que la he tenido desde siempre en la cabeza. ¿Qué ocurriría tras la muerte? ¿Cómo se sentiría ser un espíritu? ¿O estar en el otro lado del cosmos? Había escrito muchas cosas sobre ésto, cosas que tenía escondidas en el ático de mi casa y en un lugar secreto de París, un lugar al que supuestamente no suele ir nadie y al que confié mi suerte, pues eran cosas que no podía guardar en casa, un lugar dónde mis padres, mi hermana o uno de los dos criados que tenemos pueden descubrirlo.
Y eso era algo que no estaba dispuesta a tolerar.
Pero eso no era lo que importaba. Lo que importaba era que en la mayoría de esos manuscritos tenía muchas cosas sobre el amor y sobre la muerte, y sobre ese mundo que había creado y que tanto ansiaba por descubrir.
¿Por qué pensaba tanto en ello? ¿Cómo podía estar tan presente en mi vida también? Incluso...incluso...
Meneé la cabeza de un lado para otro para desechar ese pensamiento mientras escuchaba a Madame De Valley. Por un momento incluso puede decirse que la envidié. Y no sólo por algunas de las cosas que decía. También por su aspecto. Tras el vestido de luto que llevaba se veía que era hermosa, con ese rostro blanco cómo la nieve, esos rasgos perfectos y esa mirada sabia.
Y me embargó unos instantes de envidia que casi me nubló los pensamientos. A lo mejor ella tenía más libertad que yo por el mundo. O quizás no, cabía la posibilidad de que fuera al revés y de que fuera una de esas mujeres que viviera en una cárcel dorada, oscura, o una llena de cuervos alrededor, de esa clase de realidades que confunden y que de un momento a otro llevan cómo única liberación la muerte del carcelero. Podría ser así, o podría ser también qué tuviera más libertad que nadie.
Libertad, miedo, dolor, alegría, tristeza, incertidumbre. Eso era toda una vida, lo que se perdía tras la muerte.
O a lo mejor se recuperaba tras ella. Muchos esperaban poder vivir algo semejante tras la muerte.
Por eso desperdiciaban sus vidas en cosas vanas, cuando la realidad era mucho más complicada de lo que parecían. No eran más que unos imbéciles, unos malditos balas perdidas que nada tenían que hacer en la vida.
Cómo los odiaba. Y al mismo tiempo a veces sentía una extraña tristeza, qué era cómo una especie de aviso.
¿Aviso para qué? Vale, quizás pensar ésto era una locura, otra extravagancia por mi parte, dirían muchos, pero sabía muy bien que había algo acechando tras ésta tristeza, un horrible secreto que de ser rebelado me daría un dolor horrible, o una lucidez extraordinaria. Era algo que esperaba para salir. Ocurría cómo la poesía. Tan bella en su expresión, tan mortífera para todo lo demás, y sin embargo tan necesaria para el alma.
Esos pensamientos rondaban por mi cabeza con rapidez. Hacer lo que fuera sonaría demasiado. Cierto, aunque había que decir que a veces deseaba poder hacer lo que fuera, tener la voluntad suficiente para ello, pero por ahora era algo que faltaba bastante. La voluntad, que era algo tan tremendamente valioso para hacer cualquier cosa que requería aunque fuera un poco de esfuerzo y que algunos perdían con tantísima facilidad por algunas heridas que no eran más que hechos inconclusos, o algo que quizás no debía ser tal cómo es.
-¿Demasiado? ¿Qué quiere decir? Hacer lo que sea para conseguir algo se supone que debe de servir para algo...sobre todo si se tiene fuerza de voluntad para ello. Algunos la tiene. Él la tenía. Quizás usted la tenga. Yo sé que no la tengo, que la perdí hace mucho tiempo en pos de algo que ni siquiera sé si servirá algún día, pero aún me quedan sueños, esperanzas. ¿Puede ser tan difícil ir a...?-volví a mirar el cuerpo de Fabian-¿a por ellas? Quizás lo sería si otros no fueran tan estúpidos cómo para provocar dolor, miedo, o aún más violencia si cabe. Luego habló de que hacía mucho tiempo había perdido a alguien, y que sabía perfectamente cómo se sentía. Debía de saberlo mejor que yo, tenía más año, más experiencias, aunque fueran por unos diez años, más o menos era lo que aparentaba más que ella. Pero unos pocos años siempre podían servir de mucho. Cada minuto, cada segundo, eso siempre servía.
-¿Y sintió también que en cualquier momento...que en cualquier momento podría pasarle lo mismo? ¿Deseo que también sucediera, o poder verle de alguna forma?¿O buscó algún modo para consolarse? Quizás fuera a través de la música-quizás estaba desvariando un poco al pensar en eso, en la música, ya que se habían conocido en el conservatorio, y estar en lugares cómo aquellos sólo podía tener cómo motivación el amor por la música, lo mismo que a mí me motivaba por lo general el amor por las historias que escribía, pero a veces esos pensamientos que volaban por mi cabeza de forma tan fugaz me hacían ver ciertas cosas que eran y otras que no eran. Lo importante era lo que se sabía de verdad.
-Y...si no es una pregunta muy personal...¿puedo preguntarle quién fue?-sentía cnuriosidad, por eso me atreví a preguntarle.
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: I dreamed a dream {Libre}
Ahí estaba. Su sombra siempre al acecho. Su nombre, como una mancha ineludible. No podía negarlo, y fingir no se me daba entre uno de mis talentos. A veces tenía la sensación de que su recuerdo se escapaba de mis labios de manera totalmente libre y alborotada, por la mera necesidad de hablar de él, aunque fuese con una desconocida, y tener la sensación de que aún seguía en este mundo, aunque fuera la mayor mentira de todas.
-Hubiera arrancado la luna del cielo si eso me lo hubiera devuelto. Hubo una época en la que lo intenté, hasta que alguien tuvo que recordarme lo necia que estaba siendo -bajé la mirada y jugueteé con el cordón de mi limosnera-Nadie puede engañar a la Muerte. Se puede desviar, podemos doblarla, retorcerla incluso. Pero al final, llega -me encogí de hombros. Era un pensamiento sabio -el único, tal vez- que mi padre Sebastian Van de Valley me había enseñado poco después de la muerte de mi hermano Hans en la guerra prusiana. Aquel fatal suceso me había amoldado para todo lo que pudiese venir después. Y sin embargo... Todavía se me encogía el estómago cada vez que desviaba la vista al féretro de Fabian.
"¿Puedo preguntarle quién fue?" Oh, ojalá hubiese tenido una respuesta yo misma para esa pregunta. Esa misma que yo me había cuestionado millones de veces durante nuestros viajes y peregrinaciones. "¿Quién eres?", le preguntaba siempre que tenía ocasión, en a penas un susurro que se escapaba de mi garganta. Él siempre respondía: "Tú ya lo sabes".
-Se llamaba Friedrich Dvorak -su nombre me salió con tanta naturalidad que yo misma me sorprendí por ello-Y digamos... Que lo fue todo -y en verdad, no mentía. Había sido padre, hermano, amante, profesor, amigo, consultor. Había sido tantas cosas, y ahora no quedaba más que las cenizas.
-Va a amanecer -y con él, la hora de despedirse, y eso era lo más triste de todo. Algo me seguía reteniendo ahí, en la iglesia medio vacía. ¿Por qué tanto miedo? El adiós era siempre lo más difícil. Saldría el Sol, yo me escondería. Anochecería y yo volvería a despertarme en el mismo mundo. El mismo mundo sólo que sin Fabian. La muchacha rubia también pensaría algo parecido. Son cosas que se meditan durante los amaneceres y se vuelven más puntiaguidas con el dolor.
-Hubiera arrancado la luna del cielo si eso me lo hubiera devuelto. Hubo una época en la que lo intenté, hasta que alguien tuvo que recordarme lo necia que estaba siendo -bajé la mirada y jugueteé con el cordón de mi limosnera-Nadie puede engañar a la Muerte. Se puede desviar, podemos doblarla, retorcerla incluso. Pero al final, llega -me encogí de hombros. Era un pensamiento sabio -el único, tal vez- que mi padre Sebastian Van de Valley me había enseñado poco después de la muerte de mi hermano Hans en la guerra prusiana. Aquel fatal suceso me había amoldado para todo lo que pudiese venir después. Y sin embargo... Todavía se me encogía el estómago cada vez que desviaba la vista al féretro de Fabian.
"¿Puedo preguntarle quién fue?" Oh, ojalá hubiese tenido una respuesta yo misma para esa pregunta. Esa misma que yo me había cuestionado millones de veces durante nuestros viajes y peregrinaciones. "¿Quién eres?", le preguntaba siempre que tenía ocasión, en a penas un susurro que se escapaba de mi garganta. Él siempre respondía: "Tú ya lo sabes".
-Se llamaba Friedrich Dvorak -su nombre me salió con tanta naturalidad que yo misma me sorprendí por ello-Y digamos... Que lo fue todo -y en verdad, no mentía. Había sido padre, hermano, amante, profesor, amigo, consultor. Había sido tantas cosas, y ahora no quedaba más que las cenizas.
-Va a amanecer -y con él, la hora de despedirse, y eso era lo más triste de todo. Algo me seguía reteniendo ahí, en la iglesia medio vacía. ¿Por qué tanto miedo? El adiós era siempre lo más difícil. Saldría el Sol, yo me escondería. Anochecería y yo volvería a despertarme en el mismo mundo. El mismo mundo sólo que sin Fabian. La muchacha rubia también pensaría algo parecido. Son cosas que se meditan durante los amaneceres y se vuelven más puntiaguidas con el dolor.
- Spoiler:
- OFF: Mil millones de perdones por la tardanza!! >.< ¿Te parece si lo dejamos aquí, Lucinda? Si quieres añadir algo más, puedes cerrar ^^ ¡Un placer rolear contigo!
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I dreamed a dream {Libre}
La muerte, la destructora de las delicias, tal cómo siempre había sido. Esa maldita zorra que tanto daño nos ha hecho, que siempre nos engaña. Quizás ése sea el motivo por el cuál se pensó desde siempre que había sido Eva la que trajo el mal al mundo. Porque, en algún momento en concreto, hubo alguien que se imaginó a la muerte cómo una bella dama pálida de rostro perfecto y sonrisa hermosa, aterradora bajo su capa negra y esa estúpida y supuesta guadaña que tiene, pero cuya belleza encierra los secretos del mismísmo Paraíso. Si es que existe. ¿Cómo algo que es tan bello tiene la enorme posibilidad de no existir? ¿Es que acaso es ésto nuestra tragedia?
-La Muerte, esa dama de negro que nos arranca de los placeres de la carne y nos lleva a ese Paraíso que se supone que existe...o quizás ese Paraíso sea la oscuridad, la nada...de ahí esa capa negra, que simboliza su propia oscuridad, ¿acaso no es eso lo que simboliza la oscuridad, ese mero color? La muerte...la oscuridad...¡la nada!sonreí, era una sonrisa delicada, pues había recitado lo que acababa de decir con un perverso deleite, cómo si estuviera recitando la más bella de las poesías. Hermosa, bella y terriblemente encantadora. Tenía que escribirlo, no podía permitir que se me olvidara...sobre todo en esos momentos en los que sintiera que esa oscuridad me acecha...cómo a Fabian, a quién la oscuridad se tragó por completo.
Después habló de él. quién lo fue todo, absolutamente todo. Comprendí perfectamente lo que había dicho. Cuando dices que lo fue todo, es que lo fue todo...había tantas interpretaciones para éstas pocas palabras...era una lástima que lo hubiera perdido. Probablemente debía de pensar mucho en él, lo cierto es que quizás no fuera capaz de imaginarme cuánto...tenía que ser horrible no poder volver a verle nunca más. Ni siquiera podía imaginármelo. ¿Tenía acaso derecho a hacerlo? Era joven, tenía deciséis años, a punto de cumplir los diecisiete, y no iba a pensar siquiera que hubiera una posibildiad de comprenderlo del todo, aunque comprendiera más cosas que los demás...
Luego dijo que amanecía. Era el momento de despedirse. No pude evitar estremecerme cuando habló del amanecer. Parecía cómo si en realidad acabase el día, no cómo si fuera a empezar. Mis padres y mi hermana ya estaban fuera, aunque ahora me daba cuenta de ello, me había olvidado por completo de ellos durante el tiempo que había hablado con aquella mujer de cabellos rubios y piel pálida cómo la nieve, hermosa cómo la dama de las nieves de esos cuentos de hadas que tanto me gustaban cuando era pequeña y que aún me siguen gustando. Ahora, cuando llegue a casa, me echaré a dormir. No he dormido en toda la noche y no me importa lo más mínimo, pero tampoco me apetece tener que enfrentarme al día de hoy. Mejor esperar a la noche siguiente. Hoy...me lo permitirán.
- Ojalá no amaneciera, aunque fuera durante el día de hoy. Debe de ser el momento de marcharse...me están esperando-dije mirando a la mujer y sonriéndole, haciendo de paso una leve reverencia con la cabeza-Ha sido un placer conocerla...espero que volvamos a vernos pronto-dije con sinceridad. Lo cierto es que habíamos tenido una charla bastante interesante...esperaba que así lo fuera. Por el momento tenía mucho en lo que pensar...demasiado quizás. Hice otra inclinación con la cabeza para despedirme; me dispuse a salir de la iglesia para reunirme con mi hermana y volver a casa.
-La Muerte, esa dama de negro que nos arranca de los placeres de la carne y nos lleva a ese Paraíso que se supone que existe...o quizás ese Paraíso sea la oscuridad, la nada...de ahí esa capa negra, que simboliza su propia oscuridad, ¿acaso no es eso lo que simboliza la oscuridad, ese mero color? La muerte...la oscuridad...¡la nada!sonreí, era una sonrisa delicada, pues había recitado lo que acababa de decir con un perverso deleite, cómo si estuviera recitando la más bella de las poesías. Hermosa, bella y terriblemente encantadora. Tenía que escribirlo, no podía permitir que se me olvidara...sobre todo en esos momentos en los que sintiera que esa oscuridad me acecha...cómo a Fabian, a quién la oscuridad se tragó por completo.
Después habló de él. quién lo fue todo, absolutamente todo. Comprendí perfectamente lo que había dicho. Cuando dices que lo fue todo, es que lo fue todo...había tantas interpretaciones para éstas pocas palabras...era una lástima que lo hubiera perdido. Probablemente debía de pensar mucho en él, lo cierto es que quizás no fuera capaz de imaginarme cuánto...tenía que ser horrible no poder volver a verle nunca más. Ni siquiera podía imaginármelo. ¿Tenía acaso derecho a hacerlo? Era joven, tenía deciséis años, a punto de cumplir los diecisiete, y no iba a pensar siquiera que hubiera una posibildiad de comprenderlo del todo, aunque comprendiera más cosas que los demás...
Luego dijo que amanecía. Era el momento de despedirse. No pude evitar estremecerme cuando habló del amanecer. Parecía cómo si en realidad acabase el día, no cómo si fuera a empezar. Mis padres y mi hermana ya estaban fuera, aunque ahora me daba cuenta de ello, me había olvidado por completo de ellos durante el tiempo que había hablado con aquella mujer de cabellos rubios y piel pálida cómo la nieve, hermosa cómo la dama de las nieves de esos cuentos de hadas que tanto me gustaban cuando era pequeña y que aún me siguen gustando. Ahora, cuando llegue a casa, me echaré a dormir. No he dormido en toda la noche y no me importa lo más mínimo, pero tampoco me apetece tener que enfrentarme al día de hoy. Mejor esperar a la noche siguiente. Hoy...me lo permitirán.
- Ojalá no amaneciera, aunque fuera durante el día de hoy. Debe de ser el momento de marcharse...me están esperando-dije mirando a la mujer y sonriéndole, haciendo de paso una leve reverencia con la cabeza-Ha sido un placer conocerla...espero que volvamos a vernos pronto-dije con sinceridad. Lo cierto es que habíamos tenido una charla bastante interesante...esperaba que así lo fuera. Por el momento tenía mucho en lo que pensar...demasiado quizás. Hice otra inclinación con la cabeza para despedirme; me dispuse a salir de la iglesia para reunirme con mi hermana y volver a casa.
- Spoiler:
- No te preocupes por la tardanza...¡ha sido un placer!
Lucinda Gregory- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/12/2012
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