¡El Lazarillo Rubio! [Privado Skye]

Quince, veinte, treinta…¿Cuarenta? ¡Habíamos quedado en cincuenta! Condenado vie…¡Ah no, ahí estaban! Cincuenta francos por ayudar a ordenar y repintar una tienda de muebles en menos de tres días para una gran subasta que iban a hacer, rematando los artículos que les quedaban y sobraban a precios supuestamente buenos, y digo supuestamente porque no sé de esas cosas, Maik era el que compraba lo importante en la casa…yo sólo voy por las frutas y verduras, y el pan cuando me lo pedía. Ahora con este dinero adicional iba a poder comprarme un par de camisas nuevas y ahorrar para imprevistos, o armas nuevas, que era lo mismo.

Terminé de contar el dinero y me lo guardé en el bolsillo del pantalón medio polvoriento, llevando ambas manos a aquellas ranuras para descansarlas del arduo trabajo realizado. Hacía un hermoso día soleado pero no excesivamente caluroso, y había una deliciosa brisa que terminaba por relajar y frenar a todo quien iba caminando para percibirla. Bueno, no a todos…pero al menos a mí sí. Sonreí mirando al cielo esperanzado de lo que el futuro podía deparar para mí en aquella ciudad y seguí andando, dirigiéndome a la plaza a estirar un poco los pies. ¡Ojalá que el pasto no estuviera mojado!

Compré una bolsa de manzanas a mi vendedora predilecta para tener para el camino de regreso y ya tenía varias mordidas a mi haber, cuando un lento trote me sacó de mi relajada caminata. ¡Era un caballo! ¡Un guardia montado! Tiré lejos la manzana sin darme cuenta y me fui corriendo a ver aquel espectáculo andante que ya tenía a varias personas atraídas cual polillas a un farol, sumándome yo con ojos de estrellitas. Y tras unos minutos de admiración, iba a comerme mi manzana pero noté que no estaba. ¡Aargh, mi manzana! Empecé a buscarla por los metros más inmediatos en la plaza y la encontré a los pies de un vestido pomposo, de niña rica. - ¡Lo siento! – Le dije alzando un poco la voz mientras me acercaba y recogía mi fruta con intenciones de lavarla en la fuente que estaba a unos metros.

-¡Dónde vas ahora, señorita! Vuestra madre me pidió que no os dejase salir sola, escuchadme por favor.-Exclamó Marla detrás de mí. Aún así yo seguí con mis movimientos, ignorándola en todo momento. Desde que habíamos llegado a la ciudad ella se había negado a salir completamente y no era raro que yo estuviera aburrida de estar encerrada día y noche sin nada que hacer.- Señorita, Skye, escúcheme. Las calles no son lugar para una damita como vos, podéis correr peligro.-Un poco cansada terminé por girarme hacia el lugar del cual venía la voz de la mujer. En realidad no estaba segura de que quería decirle, pero aún así lo hice.- Y yo os pido que dejéis de intentar frenarme, no os pido que me acompañéis, pero si que me dejéis ser libre y no volváis a encerrarme en una casa.-Dicho eso alargué mi mano para que ella me diese mi pequeño bolso, el cual colgué de mi muñeca, asegurándolo para no perderlo.- Prometo volver sana y no meterme en líos. Tan solo quiero notar la brisa... Antes de lo que os imagináis estaré aquí.-Marla se acercó para dejar un beso sobre mi frente y después me acompañó hasta la salida.-Tened cuidado niña.-Creo que esas fueron las últimas palabras que escuché de Marla antes de salir del todo de allí.

Todos aquellos ruidos eran nuevos para mí, tan así era que me sentía un poco aturdida como confundida por ello. Con tranquilidad o más bien lentitud me puse de camino ayudándome de una especie de bastón refinado y digno de una dama. Era de color negro con la punta en plata y en la zona de la empuñadura tenía la forma de un halcón con un grabado en latín. Con fuerza aferré la empuñadura mientras caminaba, algunas personas se apartaban a mi paso para mirarme con cierto desprecio o pena, pero eso yo no lo podía notar, razón por la cual no me preocupé demasiado. Mis pasos me llevaron hasta lo que parecía una plaza, era amplia y con multitud de gente, cosa que supuse al escuchar los pasos, las voces y en general el barullo. ¡Me iba volver loca! Confundida me quedé paralizada, no sabía en que dirección ir, ni tampoco cual tomar. Y lo peor de todo, ni siquiera sabía que estaba en el medio de un paso de carruajes, al menos no lo supe hasta que lo que parecía un hombre me apartó bruscamente.- ¡En qué pensáis muchachita! ¡Queréis acabar con vuestra vida y con la de muchos más!.-Me gritó. Yo solo me llevé la mano hacia el rostro y retrocedí unos pasos intentando alejarme de allí. Creo que por el "disgusto" me paré en seco, tomé aire con calma y lo solté de igual forma "Vamos Skye... No seas cagona" me auto-dije mentalemente. Y la verdad es que de peores situaciones había salido si era sincera.

Algo rozó la tela de mi vestido y eso hizo que diera un paso atrás, pero poco depués me agaché lentamente. Con suavidad busqué con mi mano aquello que me había tocado, pero no hace falta decir que estaba dando palos de ciego pues no me aproximaba lo más mínimo a lo que buscaba. Una voz desconocida hizo que me levantase casi al instante, dejando que mi vestido cayera de nuevo, colocándose en su lugar perfectamente.- No os disculpéis, no es necesario.-Empecé diciendo. Con suavidad sacudí las telas de mi pomposo vestido a la par que desviaba la mirada hacia otro lado, la verdad era que odiaba que la gente se percatase de mi falta de visión, quizás era esa la razón por la cual siempre lo escondía.- Disculpad caballero... ¿Podríais indicarme hacia donde está la plaza mayor? Por más que busco no encuentro.-Y creo que aunque él me ayudase tampoco lo conseguiría. Es más temía no poder llegar de nuevo a casa, había sido una irresponsable al no escuchar los consejos de mi nana y ahora podía ver los efectos de ello.

Me incorporé de inmediato para que no se diera lugar a malas interpretaciones o intenciones de mi parte y me puse a jugar con la manzana entre mis manos para limpiarla, aunque al final resultó mejor y más fácil que la manosease en mi polera para poder darle un mordisquito después, que no me gustó mucho porque todavía sabía un poco a tierra. Quizás era porque mi polera también estaba sucia…

Que mirara a otro lado me llamó la atención. Seguí su vista y supuse que estaba mirando al guardia que parecía tragado por una ola de gente, pero su enfoque no era el mismo. ¿Qué estaba mirando? Entrecerré los ojos tratando de mirar como lince o como águila, pero no hubo caso. Hice un silente puchero de decepción y, cuando di un mordisco a la manzana me quedé con los dientes clavados en ésta por la incredulidad de su pregunta. ¿Acaso no sabía que estábamos efectivamente en la Plaza Tertre, o la plaza mayor como ella le llamaba? ¿Era tonta o era ciega?

Alcé una ceja sutilmente tratando de no verme muy ofensivo y le respondí tras tragar ese trozo de manzana que no me costó arrancar después – Estamos en la plaza, señorita. ¿Que no la…

Y, antes de completar esa pregunta que seguro me habría valido semanas o tal vez meses de remordimiento, noté que mi pregunta sarcástica estaba demasiado lejos de ser sarcástica. Carraspeé a tiempo para sonar serio y de recta compostura y me quedé mirando su bastón con algo de pena - … - Genial, ahora tenía el corazón apretado. ¿Cómo tenía que hablarle para que no se sintiera mal? Me sentía como con una lengua con filo…

No podía saber cuan enfadado estaba él por mi pregunta por sus gestos, puesto que no le veía, pero en su voz percibí cierta molestia cuando empezó hablar. Aún así sonreí cuando él se quedó callado. Ahora entiendo a madre cuando decía que debía de ser algo bruja, pues con gran facilidad sabía lo que ocurría sin necesidad de palabras o explicaciones. Me quedé callada durante unos minutos, pero finalmente hablé de forma lenta y tranquila, dejando ver que no ocurría nada por lo que acababa de averiguar. Aunque la verdad... Yo odiaba que la gente me tratase distinto por mi condición de invidente.- No debéis preocupaos...-Empecé diciendo con suavidad, atusé mi vestido, en un gesto despreocupado.- Deduzco por este silencio que os acabáis de dar cuenta… ¿No es cierto?.-Sonreí de nuevo.

Mientras hablaba con él noté como algunas personas me empujaban de forma un poco brusca al pasar, ante eso yo solo di unos pasos hacia delante para evitar eso. Nuevamente me coloqué en el carril de los carruajes, pero eso duró apenas unos instantes, el hombre que anteriormente me había tomado por el brazo y empujado fuera se acercó hecho una furia. Noté como una mano aferraba mi delicado brazo y con la misma fuerza me colocó sobre la hacera con poca delicadeza.- ¡Niña estúpida! ¡Acaso estáis ciega! ¡Mirar por donde camináis, terminaréis muerta!.-Mientras él gritaba enfadado a los cuatro vientos yo hacía lo posible por soltar mi brazo de su agarre, en realidad me estaba haciendo más daño del que nadie podía imaginarse. El hombre de aspecto enfadado se giró hacia el rubio.- ¿Va contigo? Deberíais vigilarla más.-Dicho eso con la misma fuerza me empujó hacia él, lejos de mantener el equilibrio solté mi bastón a la par que me caía al suelo.- ¡Malditos! ¡Se creen que por tener dinero pueden caminar por donde deseen!.-Exclamó enfadado el hombre mientras se apartaba de la gente, empujándola.

Creo que por la vergüenza no conseguí decir nada, sin mencionar palabra paseé mi mano por el suelo en busca de mi preciado bastón. Un par de mujeres se acercaron para socorrerme, pero al notarlo grité de forma defensiva.- ¡Dejadme! –Ellas temerosas me miraron y se apartaron murmurando. En realidad me daba igual, seguí buscando mi bastón, hasta que una de mis manos dio con el pie del muchacho que hasta hacía un momento había estado hablando conmigo.- No lo encuentro…. No lo encuentro…-Decía una y otra vez. Casi al instante mis ojos se llenaron de lágrimas, me sentía realmente estúpida, no podía defenderme ni siquiera sola, no conocía el lugar y la gente de la gran ciudad era realmente desagradable.- No puede ser…-Dejé de buscar mi bastón y llevé las manos hacia el rostro manchándolo de tierra mientras sollozaba en silencio. Por primera vez en el día deseaba que mi “nana” me sacase de allí y me volviera a encerrar en casa. No creía que París fuera así.

Me quedé de piedra por un buen rato, tratando de asimilar lo que había pasado recién. ¡Yo y mi gran bocota! Me dieron ganas de darme un par de cachetadas ahí mismo, pero no iba a ser un lindo espectáculo auditivo para la señorita que también se mantenía en silencio. Y eso me ponía más tenso y nervioso aún. ¿Qué estaría pensando? ¿Iba a llorar? ¿Iba a llamar a algún mastodonte que fuera su guardaespaldas para hacerme picadillo por mi “ceguera”? Me mordí el labio y me mantuve en el puesto, porque no iba a dejarla así después de lo que había pasado. Me sentía con el deber de compensarla por una nueva estupidez mía.

Ella fue la que rompió el silencio con la misma voz suave de antes, lo que sin embargo me hizo dar un saltito que quizás ella haya podido escuchar, porque de verlo no podía hacerlo. Ante su pregunta asentí y luego hablé, aunque algo perturbado por su sonrisa. ¿Cómo podía sonreír después de lo que le había hecho? – B-Bueno, yo…

Le iba a responder y pedirle las disculpas del caso, pero lo que vino pasó muy rápido. Un hombre empezó a empujar a la chica exigiendo pasar, incluso tomándole del brazo de muy mala manera. Yo no me quedé quieto, claro - ¡Oiga! ¡Déjela! - ¿Y más encima la insultaba? ¡Qué desgraciado! ¡Tenía que hacerle pagar!...pero el tipo se me acercó y prácticamente me gritó en la cara algo que no tuve tiempo de responderle con la misma fiereza, porque fui corriendo a asistir a la chica quien apartaba de un grito a dos mujeres que se le acercaron a ayudarle. Le observé un tanto limitado viendo cómo se terminaba por acercar hasta mí por mero azar, notando por sus susurros el problema grave que se le presentaba. Su bastón…lo había perdido. Lo único que le permitía no estar tan desconectada del mundo, y todo por culpa del bastardo que ahora se había desaparecido del mapa. No reaccioné de manera más evidente porque estaba paralizado viéndola sufrir así, mordiéndome el labio cuando escuché sus sollozos que me partieron el alma más aún por pena y por coraje de ese tipo con el que quería algo más que una disculpa. Me agaché y la abracé contra mi cuerpo sin pedirle permiso ni nada de eso, queriendo de todo corazón que todo cambiase para bien – Shh…tranquila…yo voy a ayudarle. Yo seré su bastón, seré sus ojos…-Me separé un momento de ella para tomarle del rostro y limpiar la tierra que lo había manchado. - Su rostro no se ve bonito con lágrimas y polvo, mejor una sonrisa, ¿Si? – Sonreí ampliamente aunque no me viera, pero quería al menos contagiarle mi ánimo – Soy Arokh Von Feuer, su Lazarillo.

Sentí como él me “obligaba” a pegarme, cosa que sin dudarlo hice. Aparté mis manos del rostro para pasarlas con suavidad hasta la espalda de él, escondiendo mi rostro manchado por la tierra y las lágrimas. ¿Qué había pasado? ¿Acaso aquello era París? Si era así, estaba segura de que quería volver a encerrarme en mi cuarto. Yo no estaba preparada para la crueldad de las personas, ni tampoco para las malas formas que hasta ahora había visto o más bien notado.

Me separé suavemente, quedándome completamente quieta cuando él acercó sus manos a mi sucio rostro, parpadeé un par de veces, pero no dice nada. Con lentitud cerré mis claros ojos, cómo con miedo de que él en un despiste metiese sus dedos en ellos, cuando terminó de limpiarme se lo agradecí con una efímera sonrisa, que desapareció igual de rápido que apareció. Bajé la mirada hacia abajo, quedándome en silencio, en realidad no sabía que decir, ni tampoco que hacer. Aunque debía de admitir que él parecía adelantarse a mis acciones o más bien a mis pensamientos, levanté nuevamente la cabeza, dirigiendo la mirada hacia el lugar del que provenían las palabras, suavemente dejé escapar una sonrisa bastante más sincera que la anterior.- Un placer, señor Von Feuer.-Canturreé algo más alegre. Era cierto que no estaba mucho mejor, pero las palabras de él, como ese abrazo protector que hacía unos instantes le había dado, habían conseguido subirle el ánimo minimamente.- Mi nombre es Skye… Skye Mounier. Pero podéis llamarme Skye.-Aseguré mientras me movía levemente, empezaba a sentir molestias por las piedras que se clavaban en mis piernas.

Me levanté con suavidad, tendiendo después mi delicada mano hacia el lugar en el que él se había situado y que yo sabía que estaba.- Levantaos por favor.-Supliqué con voz tenue. Mientras esperaba que él aceptase la ayuda, me quedé pensativa, él había usado la palabra lazarillo ¿Hablaba en serio? No tardé en asegurarme.- Hee… ¿Hablabais en serio cuando decíais de ser mi Lazarillo? No me gustaría recibir ayuda por pena… Toda mi vida viví con esto, no necesito piedad ni pena de la gente..-Aseguré mientras bajaba un poco la mirada.- También debo decir… Que sois la primera persona agradable que encuentro aquí… Y me seríais de gran ayuda si gustaseis ayudarme. Podría incluso daros una paga por ello.-Susurré.

Le hice caso sin dudarlo para complacerla y aumentar su ánimo, levantándome con ímpetu controlado aunque me hubiera gustado pararme de un salto, lo que hubiera asustado tal vez a Skye por la brusquedad de mi movimiento. Ahora tenía que conservarme cuidadoso como gato y atento como perro –con correa y todo para no escaparme- para mi nueva misión, además de amable y servicial…aunque eso no era difícil porque estaba muy acostumbrado a eso. La gente me decía que a veces era demasiado bueno, pero yo les respondía que las sonrisas de la gente eran lo que me motivaba a nunca decir que no, por muy difícil que fuera lo que tuviera que hacer. Siempre había espacio para más aprendizaje, y ésta no era la excepción. No me conocía mucho París, quizás no tanto para hacer un tour….pero ya improvisaría algo. Lo improvisado era lo más divertido.

Luego, hice una mueca con la boca que asemejaba un puchero y arrugué la frente ante lo que decía. ¿Creía que le estaba mintiendo? ¿Qué le iba a ayudar por lástima? ¡Eso jamás! Me daban ganas de recriminárselo, pero ella no vería mi rostro lleno de molestia tal vez infantil; y tampoco quería sobresaltarla después de lo que había pasado. Era mi deber compensar –o más bien ayudar- y así lo haría. – Por supuesto que hablo en serio, señorita Skye. –Le dije con una ceja alzada, aunque no sé por qué me esmeraba en expresarme con mi cuerpo si ella sólo podía oírme y reí un poco por el entusiasmo que sentía por la situación – Y no quiero ayudarle por lástima o piedad…ni tampoco por dinero –recalqué para que no creyera que los francos eran parte de mi iniciativa en esa oportunidad – Quiero ayudarle porque realmente deseo hacerlo. Quiero hacer todo lo que pueda por usted para verla feliz.- Confesé y llevé mi mano a su pecho, tocando la zona de su corazón con un par de dedos- Quiero que su corazón vea lo que sus ojos no pueden ver. –Dije con franqueza en mi voz, esperando que se convenciera de que mi ayuda era realmente sincera. Sólo así, con esa confianza entre nosotros, resultarían las cosas.