Ayuda al desvalido y el te salvará - Libre

Como, todos los días, desde que había llegado a Paris, se dispuso a salir a pasea . Aquella mañana, había amanecido variable en su clima, así que era probable que cayera un chubasco. Aun así no podía quedarse, tenía tareas importantes para realizar. Decidió desafiar al destino disponiéndose a salir. No iba a hacer un picnic, o por lo menos no sería uno tradicional. La puerta principal se abrió y Cosimo asomó sus bigotes blancos – señorita, el coche está listo, ¿ira sola? – Cada vez que el viejo estaba nervioso o molesto sus ojos se rasgaban y el color de ellos se volvía mas plomizo – mmm… parece que habrá tormenta – dijo refiriéndose no al clima, sino al carácter del mayordomo. Con un gesto llamaba a su doncella – no Cosimo, saldré con Pía. Vamos a buscar unos niños que están en una parroquia cercana y de allí los llevaremos al Jardín Botánico, luego los dejaremos con las hermanas de la caridad y volveremos… – hizo una pausa y como vio que el semblante del anciano no cambiaba, se volvió hacia una mesita auxiliar de donde tomó su capelina, cerró los ojos con fastidio, le molestaba que fuera tan protector. Colocándose el sombrero, se volvió para mirarlo – prometo que temprano – dijo, en el momento que pasaba a su lado escoltada por Pía, de pronto se frenó, la dejó avanzar y le ordenó que se fijara no faltara nada, para luego estampar en la mejilla del anciano, un beso sonoro, - Cuida de Giulia, ella es la más pequeña – le reprochó, alcanzó la puerta a en dos segundos y la cerró tras ella.

La doncella ya tenía todo preparado, no le fue difícil subir al carruaje y antes de cerrar la portezuela le indicó al cochero - Félix a la iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción - se acomodó en el asiento opuesto a la muchacha y dejó que el paisaje la llamara.

Al llegar, las religiosas las estaban esperando, escondidas bajo un añoso árbol, descendió del carruaje y cruzó unas pocas palabras con una de ellas, posteriormente otra mujer se acercó con dos criaturas, una de solo los cuatro años, tenía magulladuras, algunas quemaduras y un corte que se estaba curando rápidamente – llegó hoy y creemos que es uno de los que necesitará más ayuda – aseveró la mujer - Suponemos que su propio padre le propinaba los abusos… por ser lo que es – Chiara, asintió con la cabeza mientras le dedicaba una hermosa sonrisa al pequeño y lo ayudaba a subir – Le pediré que no se dirija de esa manera ante él, ya que es un ser maravilloso – le dijo con el ceño marcado de las típicas arruguitas que se le formaban al enojarse – todo lo que dice, le quedará grabado en su cabecita – suavizó su semblante - Al fin de cuentas esas dos religiosas eran espías y colaboradoras de la misma causa, al igual que ella - pensó.

El segundo era un hermoso bebé de poco menos de dos meses. Se lo pusieron en sus brazos y le tembló el cuerpo, era una sensación extraña, nunca había cargado a una criatura tan pequeña. La religiosa habló comentando que aquel recién nacido era otro niño especial y que no debían quedarse en el orfanato ya que podrían ser descubiertos y correr peligro – ¿acaso todos los pequeños del orfanato, no corren destinos inciertos? - pensó mientras se despedía de las mujeres y subía nuevamente al coche. Le dio la dirección de la organización al cochero y se dirigieron presurosos.

Cuando llegaron, un hombre los dirigió a donde se encontraba el sector para la evaluación de cada paciente ingresado. Golpeó levemente la puerta y la abrió, sin esperar que le dieran permiso y se encontró de frente con aquel joven que la miraba con ojos de reproche, pero que dulcificó la mirada cuando vio aparecer entre sus faldas a un pequeño niño de carita sucia al igual que sus manos. Chiara llevaba en los brazos el pequeño bebé que estiraba sus manitas para tomar los rizos de su peinado y buscaba en vano la fuente de alimento. Ella se ruborizó por la forma en que la miraban, cuando salió de su asombro pudo hablar – disculpe, estoy buscando a quien me pueda ayudar con estos pequeños – se le quedó mirando esperanzada, que le indicaran que tenía que hacer.

Gabrielle estaba vestida como era de esperarse con su viejo abrigo café que llegaba hasta sus talones y su boina, pasaba por un niño con esa vestimenta, era por eso que se le conocía como Gabriel, había salido del convento donde vivía muy temprano, para ir por las praderas a conseguir hierbas que le ayudaran a hacer aquellos remedios que vendía al boticario, en aquella ocasión, la fiebre la consumía como muchas veces antes, pero esta vez era excesiva, no pensaba decirles a las monjas de su condición, y mucho menos que había tosido sangre de nuevo, se limpió el rostro y salió por la ventana, intentando ser más silenciosa que un ratón.

Cuando estuvo a fuera, el sol quemaba con fuerza, pero Gabrielle jamás se quitaba la boina cuando se encontraba fuera de casa, después de haber hecho un par de remedios para la tos y algunos para el estomago, fue directo hacía el boticario, el cual le dijo que tenía los que le había vendido la semana pasada, que regresara la próxima semana, Gabrielle soltó un largo suspiro, necesitaba venderlos para llevar un par de monedas al convento, ya bastante era con que la aceptaran aun cuando ella ya era mayor de edad, como para ser un gasto más.

Comenzó andando con dificultad, le faltaba el equilibrio y no estaba muy segura de por qué, o se hacia la occisa, en el reflejo de una ventana vio el color rojo que cubría sus mejillas eso significaba que la fiebre estaba cada vez más alta, pero era tan terca que siguió avanzando hacia el frente, iría a otra boticaria, no necesariamente era la única en París, sus pasos eran arrastrados, y cada paso que daba estaba a punto de caer, varios chicos se le acercaron cuando estuvo a punto de caer, pero ella les indico que estaba bien.

Pasos que parecían sin rumbo y con seguridad lo eran, sin percatarse había llegado a la zona sur de parís, la temperatura era tan alta que veía el rostro del chico de las mariposas frente de ella, pero sabía que él no se encontraba ahí, volvió a toser, nuevamente la sangre era prácticamente vomitada, unos pasos más y estaría cerca de la entrada de una mansión donde había visto entrar a un par de mujeres.

“Uno, dos, uno dos, vamos Gabrielle tu puedes” se decía internamente, estiró la mano hacía el frente, veía el enorme vestido frente de ella, tirando suavemente de este, solo vió cuando la mujer volteaba a mirarla, las palabras no salieron, todo daba vueltas… y cayó al suelo.