AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desde París, un caballo (Libre)
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Desde París, un caballo (Libre)
El caballo corría a galope desbocado por entre aquellos campos cuajados de hierba, verduras y flores silvestres. Cualquiera habría pensado que su jinete había perdido el control de las riendas y que el animal aprovechaba la laxitud en las maneras de su amo para dejar que su espíritu salvaje se impusiera sobre todo lo demás. Era una montura magnífica, de pelo castaño oscuro y patas fuertes, que a pesar del trote apurado no parecía estar sufriendo ni el menor signo de cansancio. El muchacho que lo montaba no tenía el aspecto de estar desesperado por volver a hacerse con el poder del paseo, de su simbiosis con el animal, sino que contra todo pronóstico tenía cara de disfrutar de esa cabalgata frenética. De no ser porque iba solo se podría deducir que competía contra otra persona que espoleaba también a su caballo a pocos metros, ansioso por ganarle terreno. Edouard solo corría por el placer de correr, de sentir el viento en la cara, de revolverse el pelo rizado que terminaba tan despeinado que ya no se distinguían las ondas que naturalmente lo constituían. No le importaba que los campesinos alzaran la vista a su paso y chasquearan la lengua preocupados por el destino de ese jinete inconsciente que si no tenía cuidado acabaría dando con sus huesos en el suelo.
En realidad no era un cometido urgente el que llevaba al mozo hasta allí, solo aprovechaba una de esas tardes en las que Madame lo enviaba con un tutor que le enseñara a montar para que pudiera acompañarla en los paseos que daba sobre la yegua blanca de la que estaba tan orgullosa. Hacía mucho tiempo que el sirviente había aventajado con creces a su señora en el arte del galope, pero decírselo habría supuesto terminar con las lecciones y pasar más tiempo en casa, encerrado con ella y sus aburridas amigas que parecían cacatúas viejas. Edouard decía que iba a los establos con su maestro y una vez allí subía al caballo que le asignaban y lo encaminaba hacia las afueras, a los campos o las colinas que circundaban la ciudad de París. No iba a ningún lugar concreto, solo quería sentir por un rato que todavía tenía la opción de alejarse de todo cuanto conocía y estar consigo mismo, de arriesgar su salud si quería exprimiendo a su animal, la posibilidad de no regresar nunca. Cuando el caballo se agotó el chico desmontó y aún corrió un poco más sobre la hierba antes de tropezar y caer, de rodar por el suelo hasta acabar acostado boca arriba entre unas briznas de heirbas tan altas que casi lo cubrían y lo hacían invisible. En ese momento no le importaba nada más que tumbarse y cerrar los ojos bajo el sol. Era libre.
En realidad no era un cometido urgente el que llevaba al mozo hasta allí, solo aprovechaba una de esas tardes en las que Madame lo enviaba con un tutor que le enseñara a montar para que pudiera acompañarla en los paseos que daba sobre la yegua blanca de la que estaba tan orgullosa. Hacía mucho tiempo que el sirviente había aventajado con creces a su señora en el arte del galope, pero decírselo habría supuesto terminar con las lecciones y pasar más tiempo en casa, encerrado con ella y sus aburridas amigas que parecían cacatúas viejas. Edouard decía que iba a los establos con su maestro y una vez allí subía al caballo que le asignaban y lo encaminaba hacia las afueras, a los campos o las colinas que circundaban la ciudad de París. No iba a ningún lugar concreto, solo quería sentir por un rato que todavía tenía la opción de alejarse de todo cuanto conocía y estar consigo mismo, de arriesgar su salud si quería exprimiendo a su animal, la posibilidad de no regresar nunca. Cuando el caballo se agotó el chico desmontó y aún corrió un poco más sobre la hierba antes de tropezar y caer, de rodar por el suelo hasta acabar acostado boca arriba entre unas briznas de heirbas tan altas que casi lo cubrían y lo hacían invisible. En ese momento no le importaba nada más que tumbarse y cerrar los ojos bajo el sol. Era libre.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Desde París, un caballo (Libre)
El Sol brillaba tan fuerte que deslumbraba. Évelyne no sabía por qué estaba por esos lares en ese momento, algo le había llevado ahí. Pero, encontraba ese lugar como una forma de corretear a su aire, sin preocupaciones e inspirar sobre todo el olor de la hierba, tan refrescante; le agradaba un montón.
Se sentía como una niña de 5 años por tener probablemente la cabeza despejada, un día sin problemas, sin discusiones; un día para ella sola. Lucía radiante, su pelo brillaba más de lo habitual bajo la luz del Sol, ese rojo que comparaban siempre con las llamas del fuego. Realmente Évelyne era capaz de ser feliz con poco, estaba feliz por estar allí. Silbaba y silbaba de acuerdo con los pajarillos que rodeaban la zona. Relajación.
Pero, de repente, escuchó los fuertes pasos de un caballo que se acercaba. Y, cuando se dio cuenta pasó a su lado. Subido en él pudo distinguir a un joven pero fue tan rápido que no le dio tiempo a averiguar más. Sonaba como si su silencio hubiese sido arruinado pero el joven parecía estar en problemas (o más bien el caballo..jeje).
Siguió paseando y mágicamente pudo distinguir a una persona entre las hierbas; ahí tumbado, tan relajado que parecía que estaba muerto. Se acercó un poco más y pudo descubrir que se trataba de aquel joven que antes no pudo ver del todo bien. Se agachó delante de él y empezó a mirarlo fijamente...Se preguntaba si se asustaría al verla ahí. Notó que estaba bien pues respiraba con normalidad.
Palabras salieron de Évelyne después de unos minutos observándole. - Oye, ¿estás bien? - le dijo cuando éste aún tenía los ojos cerrados pero aunque él no la viese, ésta estaba sonriendo dulcemente.
Se sentía como una niña de 5 años por tener probablemente la cabeza despejada, un día sin problemas, sin discusiones; un día para ella sola. Lucía radiante, su pelo brillaba más de lo habitual bajo la luz del Sol, ese rojo que comparaban siempre con las llamas del fuego. Realmente Évelyne era capaz de ser feliz con poco, estaba feliz por estar allí. Silbaba y silbaba de acuerdo con los pajarillos que rodeaban la zona. Relajación.
Pero, de repente, escuchó los fuertes pasos de un caballo que se acercaba. Y, cuando se dio cuenta pasó a su lado. Subido en él pudo distinguir a un joven pero fue tan rápido que no le dio tiempo a averiguar más. Sonaba como si su silencio hubiese sido arruinado pero el joven parecía estar en problemas (o más bien el caballo..jeje).
Siguió paseando y mágicamente pudo distinguir a una persona entre las hierbas; ahí tumbado, tan relajado que parecía que estaba muerto. Se acercó un poco más y pudo descubrir que se trataba de aquel joven que antes no pudo ver del todo bien. Se agachó delante de él y empezó a mirarlo fijamente...Se preguntaba si se asustaría al verla ahí. Notó que estaba bien pues respiraba con normalidad.
Palabras salieron de Évelyne después de unos minutos observándole. - Oye, ¿estás bien? - le dijo cuando éste aún tenía los ojos cerrados pero aunque él no la viese, ésta estaba sonriendo dulcemente.
Évelyne/Darya Ivashkov- Humano Clase Media
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Re: Desde París, un caballo (Libre)
No esperaba oír una voz en medio de aquella nada inmensa que consideraba casi suya por derecho, pero sorprendentemente no le molestó saberse interrumpido en sus ensoñaciones. Al abrir los ojos encontró frente a él una muchacha pelirroja de tez clara y ojos dulces que le recordó instantáneamente a April, aunque en realidad físicamente no se parecieran. Quizá tampoco en la personalidad, porque la niña rubia a la que Edouard protegía como a una hermana era infantil y algo ingenua y ésta muchacha tenía algo de sabiduría en la expresión. Quizá sabiduría no era la palabra, pero el criado sí reconocía en el fondo de sus pupilas esa especie de dureza, de callo de experiencia, que dan algunos golpes de la vida. Era demasiado joven para conocerlos pero París no era un lugar fácil para todo el mundo.
- Hola. - Contestó tomándose su tiempo para volver a ese mundo en el que existían las palabras y las conversaciones. Parpadeó y se desperezó bajo el sol como un gato. - Sí, ¿y tú?
Aquella niña bien podría ser un hada. En el día libre que la fortuna le había concedido sin avisar Edouard podía permitirse soñar lo que le apeteciera, y aunque normalmente no se permitía ser tan imaginativo allí estaba lejos de casa y el paisaje le invitaba a divagar. Cruzó los dedos de sus dos manos y se compuso con ellas una almohada que instaló bajo su nuca.
- Hola. - Contestó tomándose su tiempo para volver a ese mundo en el que existían las palabras y las conversaciones. Parpadeó y se desperezó bajo el sol como un gato. - Sí, ¿y tú?
Aquella niña bien podría ser un hada. En el día libre que la fortuna le había concedido sin avisar Edouard podía permitirse soñar lo que le apeteciera, y aunque normalmente no se permitía ser tan imaginativo allí estaba lejos de casa y el paisaje le invitaba a divagar. Cruzó los dedos de sus dos manos y se compuso con ellas una almohada que instaló bajo su nuca.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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