París -Libre

Je t'aime , París.




Viajar a París siempre le había resultado realmente pesado, muy cansado. La señora Cavey, más que una madre para la joven, compañera y amiga, se había convertido en lo que era ahora por ella y la familia que la acogió. Forjada en el norte, las costumbres norteñas le precedían, no se consideraba una parisina aunque lo fuera de nacimiento, por sus venas corría el frío del norte, sus valles verdes y frondosos, el ambiente que jamás tendría en una ciudad tan solemne como había escuchado en alguna otra ocasión a viajeros, a la propia señora.

No sabría el tiempo estimado de la visita, necesitaba del calor materno aunque no la hubiese llevado en su vientre ¿Acaso eso alguna vez importó?. Nada más pisar cubierta, el estado de sueño constante no le abandonó hasta que llegaron a puerto. Un viaje largo que prácticamente se pasó durmiendo. Con el justo equipaje y a pie, se aventuró a buscar ella sola la mansión Cavey.

No conocía tan bien París para ir directamente, preguntaría a alguien...o simplemente se dejaría llevar por los recuerdos. Recorrer las calles en soledad, le recordaba a varias personas...entre ellas, él. Siempre la consideró parecida a la señora, cuán diferentes eran. Desde que emprendió viaje a conocerse a sí mismo, las distancias se habían alargado y los recuerdos, siempre presentes en su cabeza. No olvidaba. Menos cuando se amaba con toda el alma.

Con el dinero suficiente a buen recaudo en el bolsillo, bajo uno de los pliegues de su vestido. Aceleró el paso al comprobar que el cielo se emborronaba avisando de que pronto, descargaría una buena tormenta. Con el bolso de cuero a la espalda, el paso acelerado terminó en carrera, corría sin rumbo, la lluvia cada vez era más y más copiosa. ¿Dónde se encontraría la casa? Si no recordaba mal a unos diez minutos del centro de la ciudad, cerca de la Plaza.

-Si estuviese en cualquier lugar del norte ya hubiese llegado a mi destino -masculló de mal humor, el cabello pegado al rostro, la fría lluvia calándose en los huesos, muy pronto comenzó a tiritar de frío. Debió avisar de que llegaba a París, ahora mismo estaría frente a la chimenea, con una bebida caliente entre las manos y no perdida entre las calles, cada vez más alejada de su destino.

La lluvia caía con fuerza, se detuvo de golpe antes de que un carro la atropellase, en medio de la calle, empapada y vacía, una gran parte de ella se encontraba con el viajero...su amigo, su familia. Susurró su nombre, en medio de la nada, pues eso era para ella pero ¿desde cuándo aceptaba su sino? Ya no era la pobre Soleil. Se armó de valor para cruzar la calle, apenas veía...sin importarle si se dirigía a la boca del lobo.

-Tú. ¿Te has perdido? -una voz grave, la hizo girarse e intentar vislumbrar algo entre la lluvia, grave error pues el dueño de la voz no lo pensó ni un segundo, una joven de color y sola... sólo podía significar que fuese una esclava -¿Cuánto vales? -apenas pudo decir palabra, la tomó del cuello con firmeza, examinándola... sí, debió haber avisado.

“Voyage dans le temps, change ou laisse faire. »




Todo ocurrió en un pestañeo, la confusión se reflejaba en las orbes oscuras de la mulata quién intentaba por todos los medios que la soltase, se removía sin conseguir su objetivo, más apretaba las falanges en su fino cuello, comenzaba a marearse. Sus movimientos fueron menos constantes, suspendida en el aire como un saco al que echarse al hombro, ante sus ojos, dejó de ver el desagradable rostro del hombre para un instante, dibujarse el perfecto rostro de aquel que sería su sombra, su recuerdo, el mejor amigo que alguien pudiese tener jamás. Sonrió a duras penas, sin dejar de luchar, intentó deshacerse del agarre sin éxito, sus ojos se cerraron intentando recuperar el aliento, no dejar que se saliese con la suya y darse por vencida.

La voz lejana de un extraño, no consiguió que aquel deshiciese el agarre, apretó incluso más. Sintió frío de golpe, inundándole cada rincón de su cuerpo, su último recuerdo, su vida ante sus ojos. Sin más, la soltó de golpe, impactando contra el suelo , cayendo de rodillas como si de algún modo pidiese perdón a ese ser despreciable, disculpas por nada. La respiración entrecortada, seguía con los ojos cerrados, rezando mentalmente para que el maldito se hubiese marchado.

Giró el rostro, la mirada de Sol se encontró con la de una mujer quien portaba un arma, capaz de arrebatarle la vida a cualquiera con simplemente apretar el gatillo. El hombre, con sonrisa vacilante, escupió sobre Sol quién aún permanecía en el suelo, aquel gesto avivó en ella tanta rabia y odio, reflejado en sus ojos oscuros como esa tormenta que amenazaba con descargar sobre ellos.

-Demasiado por una negra, su lugar está en la cocina. ¿Qué hay de malo ? La vi primero ¿pujamos ? Ya veo que los colecciona -dirigió una mirada burlona al mayordomo también de color, Soleil sonrió de medio lado, siempre le había perseguido « el ser diferente » por el color de su piel, en el Norte no era así en absoluto, todos eran iguales si amabas a esa tierra. La señora Valeria siempre fue considerada con ella, fue la decisión de la joven servirles como ayudante pero jamás como criada -Le doy … no sé, ¿cinco francos ? No vale más -Sol apretó con ira los dedos sobre el asfalto, del traqueteo de los carros algunas piedras quedaban apartadas para evitar accidentes.

Pero nadie podría evitar el que estaba a punto de suceder, en el Norte aprendió muchas cosas y una, no era quedarse de brazos cruzados mientras otros te vejaban y humillaban. Con la diestra, tomó una de las piedras del asfalto y sin vacilar, se impuló para impactarla en la cabeza del malnacido, en la parte de la sien que no tardó en salir sangre a borbotones y manchar su inmaculado vestido blanco de encaje. Esperó a que cayese ante ella, ahora él era quién pedía perdón, la mirada de Soleil no era la dulce de siempre, ya había pasado por un abuso y no iba a permitir que ocurriese una segunda.

-Puedes saludar al dios en el que creas, o mejor...dale saludos al mismo demonio de mi parte -fue ella quien le escupió en la cara, dejando caer la piedra y dirigirse hacia las dos personas que salieron en su defensa, no podía explicar nada, no hacía falta, sólo los miró a ambos...acababa de defenderse pero ¿una chica de color ? Tenía serios problemas... los transeúntes se miraban atónitos a lo ocurrido, los problemas acababan de empezar.

El tiempo se detuvo, sólo podía oír su propia respiración, el corazón bombear tan rápido que no dejaba a su cabeza pensar. Ya no había solución, actuó sin pensar, rememorando aquel momento de su vida que le marcó para siempre. No volvería jamás a sentirse tan desdichada y rota, el peor de los sentimientos si a ello se le unía el no encontrar su lugar en ninguna parte. ¿Por qué? ¿Por qué allá dónde fuera se acordaba de él? Su sonrisa picara, el cabello rebelde, el musculado cuerpo atlético por el que se deleitaba al bañarle, deslizando los dedos con mucha suavidad por la piel conocida y desconocida al mismo tiempo.

Él siempre sería ese interrogante en su vida, el amor incondicional de Soleil , el más puro y sincero. Él estaba y estaría siempre en sus pensamientos y en su corazón, lo amaba, era un hecho. La voz de la mujer le devolvió a la realidad, sentía las miradas ajenas, señalándola como culpable de aquella atrocidad pero ¿acaso él no iba a hacerla? Tratarla como a un trozo de carne, peor que a un perro por el color de su piel, por ser simplemente diferente a los ojos de algunas personas que no toleraban como iguales a gente distintos a ellos en distintos aspectos.

Rauda, tomó el pañuelo de la señora, limpiándose los restos de sangre aún húmeda. El inmaculado trozo de tela, se tiñó de carmesí, sangre de ese infeliz que no debió ser derramada y que sin embargo, la joven no se arrepentía, ni siquiera cuando cayó al suelo, volvió la vista atrás. Sí, clavó su asustada mirada en la inquisidora quién enseguida atendió a los guardias, Sol fue resguardada por aquel hombre que salió en su defensa y al cual, tenía mucho que agradecer.

-No volverá a hacerlo -murmuró muy segura de sí misma, dejándose llevar, se encontraba realmente cansada. Esperó en el carruaje, a la atenta mirada del joven quién no dejó ni un segundo de cuidar de ella. Como en el pasado, estaba acostumbrada a sentirse protegida, esta vez sin él. No contestó a la primera, seguía inmersa en sus pensamientos, tal que pronunció un nombre diferente al suyo -Dritt -negó con la cabeza, si le entregaba el pañuelo manchado de sangre ¿se ofendería? -Me llamo Soleil y..señora de verdad no quiero meterla en problemas. Fui quién le dio la pedrada, se lo merecía y lo haría otras mil veces, puede castigarme si lo desea pero ese...ya no volverá a hacerlo

Esa mirada oscura volvía a brillar, de rabia e impotencia, no necesitaba a absolutamente nadie, eso quería creer y lo cierto es que en ese momento, se sintió muy amparada por la desconocida.

-Iba de camino a ver a la señorita Cavey, apenas llegué esta mañana y...me perdí, me encontré con usted y... lo siento, hablo demasiado -debía ser castigada por lo que acababa de hacer, al coger la piedra , un rasguño en la palma que dolía horrores y no dejaba de sangrar. Alzó la muñeca, observándola... -¿Por qué lo ha hecho? Detener el carruaje, salvarme... no sé cómo puedo agradecérselo

Y fuera comenzó a llover, recodó a los campos verdes de Akershus, una mirada y una breve sonrisa apareció en los labios, cómplice, buscando la mirada ajena.