AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Oh, Paris! [Libre]
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Oh, Paris! [Libre]
- ¡A un lado, Señorita!
En el pequeño bracito, sólo sintió una mano apartándola del camino y lo que supuso era un cabriolé pasar por detrás de ella casi rozándola. Las miradas se fijaron en la joven de una forma bastante extraña. Ésta última consiguió disculparse y continuar su camino en silencio, con las manos en el regazo y mirando a su alrededor como si un nuevo mundo se revelara frente a sus ojos. Siempre había estado allí, pero apenas ella podía verlo y disfrutarlo de esta nueva manera, lo cual resultaba ser realmente extraordinario para ella.
Tampoco es que fuese un día muy bello, pero era lo suficientemente bonito como para estar en la calle y salir a dar un paseo. Serían las seis de la tarde, la hora del paseo vespertino (justo el que iba después de la siesta de la muchacha), y el cielo permanecía anaranjado anunciando el anochecer que caería lentamente. El viento movía suavemente los árboles, y aunque no era caliente, tampoco era fresco. Podía salirse sin necesidad de cubrirse demasiado. Justo el clima que la chica adoraba.
Así es como volvió a su amada tierra natal la joven Lillie, a sabiendas de sus obligaciones como baronesa en su país natal. Así es como volvía una baronesa a pisar la tierra de la cual no querría marcharse nunca. Incluso el aroma de las flores cambiaba en otras naciones, y el atardecer se miraba distinto, o de distinto ángulo, quizá. No cabía duda, no existía nada como ese lugar que la vio nacer, que la vio crecer, y que la vio sufrir en una prisión de hermosura cuyas puertas habían caído y que por tantos años la habían atormentado. Ahora que volvía a París, donde vivió tantos años, el mundo se abría frente a sus ojos sorprendiéndola a cada instante. Para quien no había visto nunca un carromato, todo representaba genuina sorpresa que intentaba ocultar con esa posición de las manos sobre las telas de seda que la cubrían, sin poder ocultar la sonrisa y el brillo tan peculiar de los ojos grandes, amielados, pero llenos de tristeza. Caminaba en silencio, sola, sin rumbo en particular. Hacía ya un tiempo había aprendido que buscar delicias dulces la llevaba siempre al caos, pero cada que lo pensaba, algo dentro de ella le aseguraba que eso no era verdad y terminaba por buscarlas...
Esta no fue la excepción.
Se aproximó a un hombre, hablando de esa forma queda en la que se le había enseñado, para llamar la atención. Nunca debía alzar la voz, nunca debía dudar de lo que los caballeros le dijesen. Una dama en la extensión de la palabra.
-Disculpadme, buen hombre. ¿Sabéis dónde hay una pastelería cerca de aquí?
Dicho hombre le explicó cómo ir a buscar sus delicias, y siguiendo las instrucciones, la joven Lillie llegó a por aquellos dulces tan anhelados. Habiendo comprando algunos, volvió a las calles parisienses a ese paso delicado y dulzón, distraída en lo comprado y ensimismada en Escocia. Ella nunca se había enterado sobre ser una baronesa. Además, siempre creyó que solamente los hombres podían heredar dichos títulos, incluso aunque fueran ciegos, como su hermano. ¿Por qué Escocia? ¿Por qué no Francia? ¿Por qué no...?
Sintió el choque con aquella persona, lo que le ocasionó trastabillear. Alzó la mirada, avergonzada, reverenciando.
- Por favor, la culpa ha sido mía, lo... lo siento.
En el pequeño bracito, sólo sintió una mano apartándola del camino y lo que supuso era un cabriolé pasar por detrás de ella casi rozándola. Las miradas se fijaron en la joven de una forma bastante extraña. Ésta última consiguió disculparse y continuar su camino en silencio, con las manos en el regazo y mirando a su alrededor como si un nuevo mundo se revelara frente a sus ojos. Siempre había estado allí, pero apenas ella podía verlo y disfrutarlo de esta nueva manera, lo cual resultaba ser realmente extraordinario para ella.
Tampoco es que fuese un día muy bello, pero era lo suficientemente bonito como para estar en la calle y salir a dar un paseo. Serían las seis de la tarde, la hora del paseo vespertino (justo el que iba después de la siesta de la muchacha), y el cielo permanecía anaranjado anunciando el anochecer que caería lentamente. El viento movía suavemente los árboles, y aunque no era caliente, tampoco era fresco. Podía salirse sin necesidad de cubrirse demasiado. Justo el clima que la chica adoraba.
Así es como volvió a su amada tierra natal la joven Lillie, a sabiendas de sus obligaciones como baronesa en su país natal. Así es como volvía una baronesa a pisar la tierra de la cual no querría marcharse nunca. Incluso el aroma de las flores cambiaba en otras naciones, y el atardecer se miraba distinto, o de distinto ángulo, quizá. No cabía duda, no existía nada como ese lugar que la vio nacer, que la vio crecer, y que la vio sufrir en una prisión de hermosura cuyas puertas habían caído y que por tantos años la habían atormentado. Ahora que volvía a París, donde vivió tantos años, el mundo se abría frente a sus ojos sorprendiéndola a cada instante. Para quien no había visto nunca un carromato, todo representaba genuina sorpresa que intentaba ocultar con esa posición de las manos sobre las telas de seda que la cubrían, sin poder ocultar la sonrisa y el brillo tan peculiar de los ojos grandes, amielados, pero llenos de tristeza. Caminaba en silencio, sola, sin rumbo en particular. Hacía ya un tiempo había aprendido que buscar delicias dulces la llevaba siempre al caos, pero cada que lo pensaba, algo dentro de ella le aseguraba que eso no era verdad y terminaba por buscarlas...
Esta no fue la excepción.
Se aproximó a un hombre, hablando de esa forma queda en la que se le había enseñado, para llamar la atención. Nunca debía alzar la voz, nunca debía dudar de lo que los caballeros le dijesen. Una dama en la extensión de la palabra.
-Disculpadme, buen hombre. ¿Sabéis dónde hay una pastelería cerca de aquí?
Dicho hombre le explicó cómo ir a buscar sus delicias, y siguiendo las instrucciones, la joven Lillie llegó a por aquellos dulces tan anhelados. Habiendo comprando algunos, volvió a las calles parisienses a ese paso delicado y dulzón, distraída en lo comprado y ensimismada en Escocia. Ella nunca se había enterado sobre ser una baronesa. Además, siempre creyó que solamente los hombres podían heredar dichos títulos, incluso aunque fueran ciegos, como su hermano. ¿Por qué Escocia? ¿Por qué no Francia? ¿Por qué no...?
Sintió el choque con aquella persona, lo que le ocasionó trastabillear. Alzó la mirada, avergonzada, reverenciando.
- Por favor, la culpa ha sido mía, lo... lo siento.
Última edición por Lillie De Saint-Pièrre el Dom Sep 28, 2014 2:01 pm, editado 1 vez
Lillie De Saint-Pièrre- Realeza Escocesa
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Re: Oh, Paris! [Libre]
Aquel día no se me presentó como el de los mejores de mi vida, mas bien fue un absoluto incordio, un trámite que sólo conseguí soportar gracias a la ilusión de ver de nuevo mi querida París, mirada ahora con unos ojos tan distintos... El sol parecía querer atormentarme, y aún se alzaban sus últimos rayos en el horizonte cuando pisé el andén.
Hambrienta y cansada de los ilusos comentarios de las múltiples mujeres que viajaban y parecían verme con ganas de charlar, el sol fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia.
Pero me obligué a no perder la compostura, pues estaba en un lugar público y mis ojos me delatarían fácilmente. Me abroché la capucha hasta la nariz, cubriéndome con aquella tupida e incómoda capa que llamaba la atención de la mitad de los transeúntes que se agolpaban en la estación. Mis criadas no hicieron comentario alguno, sabiendo a lo que se arriesgaban ante mi mal carácter.
En cierto modo, era un alivio no tener que ocultar mi naturaleza ante los sirvientes, y también lo era saber que jamás se atreverían a abrir la boca bajo mi mandato. Aquellos poderes habían sido un infierno cuando comencé a vivir el vampirismo, pero, ahora, eran el mejor de mis aliados. Así, bloqueé todas las conversaciones, olores, imágenes y demás molestias que me bombardeaban sin cesar desde cientos de metros a la redonda.
Caminé con paso firme, mirando al suelo para evitar el reflejo del sol, y buscando las sendas en sombra, contando los minutos hasta que el gran astro se decidiera a desaparecer. Sabía que mis lacayos a duras penas conseguían seguirme el ritmo, y sabía lo mucho que les molestaba mi actitud. Pero, obviamente, aquello sólo me produjo una sonrisa de autosuficiencia. Los humanos eran tan débiles.
Entre mis crueles y retorcidos pensamientos, mis deseos por fin se hicieron realidad, y la noche ganó terreno en el cielo, haciendo desaparecer la incómoda luminosidad del sol. Con un chasquido de dedos, una regordeta y bajita muchacha se acercó y me retiró la capa mientras continuaba caminando. Aquel gesto me brindó una sensación infinita de dicha, sacudí la cabeza para soltarme el pelo y aspiré con fuerza el aire tan familiar y tan cargado de París.
La ira pareció disolverse de inmediato, y fue sustituida por un deseo implacable de recorrer aquellas calles en soledad. Indiqué a los sirvientes que fueran a mi mansión alquilada y lo prepararan todo para aquella noche, pues tenía pensado asistir a una gran fiesta más tarde. De momento, haría tiempo deambulando por la avenida.
Les di la espalda y continué mi camino, degustando aquellos aromas pomposos y los colores que emanaban de cada rincón. Verlo todo con una agudeza tan delicada y sentir cada una de las esporas que rozaban mi cuerpo era como descubrir un mundo nuevo. Y pensar que la última vez que estuve aquí sólo deseaba librarme de todo aquello y huir para superar mi transformación.
La vida era tan... frágil, y ahora se expandía hacia un horizonte infinito de posibilidades.
Me regocijé en la sensación de que todos cuanto pasaban a mi alrededor me observaban, ya fuera por mi ostentosa vestimenta, el número de piedras preciosas que adornaban mi cuello o el aura que mi naturaleza vampírica emanaba por cada poro de mi ser.
Entre aquellos egoístas pensamientos y el hecho de estar observando una lujosa tienda de vestidos a mi derecha, no vi venir a aquella jovencita inocente y con ojos curiosos que también tenia la cabeza en otra parte.
Fue un simple roce para mí, pero no pude evitar mirarla de soslayo.
- Por favor, la culpa ha sido mía, lo... lo siento.
Su voz era cándida y dulce, y su aspecto y modales me chocaron de una forma implacable ante mi sorpresa. Era como mirar otra época, en la que el orgullo y la inocencia reinaban en mi corazón. Me vi reflejada en sus ojos asustados pero a la vez atraídos por mi extraña apariencia, como si el temor no pudiera vencer a su curiosa ingenuidad.
En los pocos segundos que duró aquel pensamiento, alcé una de las comisuras sin poder evitarlo, con un toque burlón en mis ojos. Induje sus pensamientos a no tenerme miedo, y pareció tener resultado, pues sus facciones se relajaron al instante.
-No se preocupe, señorita. Las dos teníamos la cabeza en otra parte, ¿me equivoco? -alcé una ceja de forma traviesa.
Alisé mi vestido y me coloqué uno de los pendientes de rubí que parecía haberse desajustado con el choqué. Volví a fijar mis ojos en los suyos.
-¿Y se puede saber en qué podría estar tan ensimismada una jovencita caminando sola a estas horas de la noche? Aunque... de mí podría decirse lo mismo, supongo - solté una risita juguetona y le ofrecí mi brazo de forma cómplice-. Acompáñeme, así ambas pasearemos seguras y evitaremos futuros choques con otras damas, ¿no le parece?
Hambrienta y cansada de los ilusos comentarios de las múltiples mujeres que viajaban y parecían verme con ganas de charlar, el sol fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia.
Pero me obligué a no perder la compostura, pues estaba en un lugar público y mis ojos me delatarían fácilmente. Me abroché la capucha hasta la nariz, cubriéndome con aquella tupida e incómoda capa que llamaba la atención de la mitad de los transeúntes que se agolpaban en la estación. Mis criadas no hicieron comentario alguno, sabiendo a lo que se arriesgaban ante mi mal carácter.
En cierto modo, era un alivio no tener que ocultar mi naturaleza ante los sirvientes, y también lo era saber que jamás se atreverían a abrir la boca bajo mi mandato. Aquellos poderes habían sido un infierno cuando comencé a vivir el vampirismo, pero, ahora, eran el mejor de mis aliados. Así, bloqueé todas las conversaciones, olores, imágenes y demás molestias que me bombardeaban sin cesar desde cientos de metros a la redonda.
Caminé con paso firme, mirando al suelo para evitar el reflejo del sol, y buscando las sendas en sombra, contando los minutos hasta que el gran astro se decidiera a desaparecer. Sabía que mis lacayos a duras penas conseguían seguirme el ritmo, y sabía lo mucho que les molestaba mi actitud. Pero, obviamente, aquello sólo me produjo una sonrisa de autosuficiencia. Los humanos eran tan débiles.
Entre mis crueles y retorcidos pensamientos, mis deseos por fin se hicieron realidad, y la noche ganó terreno en el cielo, haciendo desaparecer la incómoda luminosidad del sol. Con un chasquido de dedos, una regordeta y bajita muchacha se acercó y me retiró la capa mientras continuaba caminando. Aquel gesto me brindó una sensación infinita de dicha, sacudí la cabeza para soltarme el pelo y aspiré con fuerza el aire tan familiar y tan cargado de París.
La ira pareció disolverse de inmediato, y fue sustituida por un deseo implacable de recorrer aquellas calles en soledad. Indiqué a los sirvientes que fueran a mi mansión alquilada y lo prepararan todo para aquella noche, pues tenía pensado asistir a una gran fiesta más tarde. De momento, haría tiempo deambulando por la avenida.
Les di la espalda y continué mi camino, degustando aquellos aromas pomposos y los colores que emanaban de cada rincón. Verlo todo con una agudeza tan delicada y sentir cada una de las esporas que rozaban mi cuerpo era como descubrir un mundo nuevo. Y pensar que la última vez que estuve aquí sólo deseaba librarme de todo aquello y huir para superar mi transformación.
La vida era tan... frágil, y ahora se expandía hacia un horizonte infinito de posibilidades.
Me regocijé en la sensación de que todos cuanto pasaban a mi alrededor me observaban, ya fuera por mi ostentosa vestimenta, el número de piedras preciosas que adornaban mi cuello o el aura que mi naturaleza vampírica emanaba por cada poro de mi ser.
Entre aquellos egoístas pensamientos y el hecho de estar observando una lujosa tienda de vestidos a mi derecha, no vi venir a aquella jovencita inocente y con ojos curiosos que también tenia la cabeza en otra parte.
Fue un simple roce para mí, pero no pude evitar mirarla de soslayo.
- Por favor, la culpa ha sido mía, lo... lo siento.
Su voz era cándida y dulce, y su aspecto y modales me chocaron de una forma implacable ante mi sorpresa. Era como mirar otra época, en la que el orgullo y la inocencia reinaban en mi corazón. Me vi reflejada en sus ojos asustados pero a la vez atraídos por mi extraña apariencia, como si el temor no pudiera vencer a su curiosa ingenuidad.
En los pocos segundos que duró aquel pensamiento, alcé una de las comisuras sin poder evitarlo, con un toque burlón en mis ojos. Induje sus pensamientos a no tenerme miedo, y pareció tener resultado, pues sus facciones se relajaron al instante.
-No se preocupe, señorita. Las dos teníamos la cabeza en otra parte, ¿me equivoco? -alcé una ceja de forma traviesa.
Alisé mi vestido y me coloqué uno de los pendientes de rubí que parecía haberse desajustado con el choqué. Volví a fijar mis ojos en los suyos.
-¿Y se puede saber en qué podría estar tan ensimismada una jovencita caminando sola a estas horas de la noche? Aunque... de mí podría decirse lo mismo, supongo - solté una risita juguetona y le ofrecí mi brazo de forma cómplice-. Acompáñeme, así ambas pasearemos seguras y evitaremos futuros choques con otras damas, ¿no le parece?
Molly Winslet- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, Paris! [Libre]
¿Por qué no Francia, o por qué no cualquier otro lugar?, pensaba. Las grandes vitrinas y tiendas colosales se alzaban frente a sus ojos como si tomaran vida propia. El manto de la noche cubrió el cielo en unos pocos minutos, y aunque la noche había caído, las calles parisienses seguían estando tan llenas como hacía unos instantes. Los aromas se mezclaban con los colores, y los colores se mezclaban con las voces y los sonidos de una ciudad en actividad que la maravillaba cada vez más y que la hacía lamentarse de no haber sido pedida para cumplir con sus títulos de baronesa. Tampoco es que deseara la muerte de su padre pues eso había sido algo extremadamente doloroso, pero ansiaba la libertad y lamentablemente, ésa había sido la única razón para otorgársela a un ave que sólo conocía una jaula de oro.
Mientras tanto, aquella parecía que era una ciudad que nunca dormía y a la que le gustaba caer en el pecado una y otra vez. Se le antojaba como para hacer de esa ciudad su tranquilo hogar y encontrar en ella su libertad. Y, ¿quién sabe? Quizá por fin en esa ciudad el amor estuviese hecho para ella, después de la desilusión sufrida con aquel hombre quien partió en pedazos su alma…
Se había disculpado cuando chocó, encontrándose de frente con una mujer que la impresionó por lo hermosa que era, por lo elegante y refinada. Usaba un vestido tan lujoso como el propio, y las joyas que le adornaban le realzaban la mirada. Aturdida y maravillada al mismo tiempo, la joven mortal sólo pudo hacer un delicado gesto, algo parecido a una venia ante el accidente. Sin embargo, aquella le dirigió una mirada gentil y se sintió prontamente relajada ante la dama.
La vocecita de la muchacha resonó como pequeñas campanitas.
- Me temo que algo hay de eso, Mademoiselle… - tímidamente, y aún de una forma inocente se acomodó el cabello y el vestido, mirando que no se hubiesen desajustado las cosas de su lugar tan perfecto y tan cuidado por las damas que le atendían y por ella misma. La mirada de la joven, amielada como los propios cabellos, volvió a caer en la mirada ajena. Sonrió entonces, llena de esa pureza y alegría que exhalan los jóvenes.
- En realidad, acabo de volver a París de un largo viaje, Madame.- confirmó ella, mirando a su alrededor. – Necesitaba ver a la tierra que me vio nacer pronto, o moriría asfixiada sin ella.– la mirada curiosa volvió a caer en la refinada dama con la que había chocado y que ahora le ofrecía su brazo. Al principio, dudó un poco pues en casa aún le esperaban, pero al escuchar las razones y por alguna razón que fue desconocida para ella, no dudó en tomar con recato el brazo ajeno, asintiendo con la cabeza, sin importarle que corriera o no algún riesgo.
- ¿Habéis nacido también en esta tierra, Madame? – preguntó entonces con una bella sonrisa en los labios. – Por favor, ¡recorred esta ciudad conmigo y evitemos chocar con otras damas! - Quizá, encontraría una amiga en ese paseo, ¡eso la emocionaba demasiado!
Mientras tanto, aquella parecía que era una ciudad que nunca dormía y a la que le gustaba caer en el pecado una y otra vez. Se le antojaba como para hacer de esa ciudad su tranquilo hogar y encontrar en ella su libertad. Y, ¿quién sabe? Quizá por fin en esa ciudad el amor estuviese hecho para ella, después de la desilusión sufrida con aquel hombre quien partió en pedazos su alma…
Se había disculpado cuando chocó, encontrándose de frente con una mujer que la impresionó por lo hermosa que era, por lo elegante y refinada. Usaba un vestido tan lujoso como el propio, y las joyas que le adornaban le realzaban la mirada. Aturdida y maravillada al mismo tiempo, la joven mortal sólo pudo hacer un delicado gesto, algo parecido a una venia ante el accidente. Sin embargo, aquella le dirigió una mirada gentil y se sintió prontamente relajada ante la dama.
La vocecita de la muchacha resonó como pequeñas campanitas.
- Me temo que algo hay de eso, Mademoiselle… - tímidamente, y aún de una forma inocente se acomodó el cabello y el vestido, mirando que no se hubiesen desajustado las cosas de su lugar tan perfecto y tan cuidado por las damas que le atendían y por ella misma. La mirada de la joven, amielada como los propios cabellos, volvió a caer en la mirada ajena. Sonrió entonces, llena de esa pureza y alegría que exhalan los jóvenes.
- En realidad, acabo de volver a París de un largo viaje, Madame.- confirmó ella, mirando a su alrededor. – Necesitaba ver a la tierra que me vio nacer pronto, o moriría asfixiada sin ella.– la mirada curiosa volvió a caer en la refinada dama con la que había chocado y que ahora le ofrecía su brazo. Al principio, dudó un poco pues en casa aún le esperaban, pero al escuchar las razones y por alguna razón que fue desconocida para ella, no dudó en tomar con recato el brazo ajeno, asintiendo con la cabeza, sin importarle que corriera o no algún riesgo.
- ¿Habéis nacido también en esta tierra, Madame? – preguntó entonces con una bella sonrisa en los labios. – Por favor, ¡recorred esta ciudad conmigo y evitemos chocar con otras damas! - Quizá, encontraría una amiga en ese paseo, ¡eso la emocionaba demasiado!
Última edición por Lillie De Saint-Pièrre el Dom Sep 28, 2014 2:04 pm, editado 1 vez
Lillie De Saint-Pièrre- Realeza Escocesa
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Re: Oh, Paris! [Libre]
La dulce jovencita aceptó mi brazo después de vacilar brevemente, supuse que debía estar en otra parte en aquellos momentos. Sus ropas indicaban una posición afortunada en la sociedad, incluso tenían algo de noble. A pesar de la curiosidad, me prometí dejar el control mental para otro día e intentar volver a tener una conversación educada y natural como antaño. Sería divertido.
-Si por tierra natal hablásemos del lugar a donde uno siente pertenecer... sí, París sería mi hogar, sin duda. Pero me temo que mi aspecto y algo de mi habla me delatan, ¿no es así?- sonreí traviesamente-. Procedo de tierras algo más frías, y más húmedas. Donde las apariencias no importan tanto como el honor... ¿Le suena de algo?
Fijé mis ojos en sus iris del color de la miel mientras avanzábamos elegantemente por la avenida, con las miradas de los transeúntes mirando de reojo nuestras exquisitas vestimentas y los aspectos tan chocantemente distintos que mostrábamos.
-Así es, Inglaterra. No es algo que me enorgullezca, hubiera preferido nacer en una ciudad más ajetreada y llena de vida como ésta. Aun así, no cambiaría por nada del mundo mi infancia. Fui muy feliz allí, a pesar de lo incómodo y monótono de la vida de campo. Pero la familia lo compensaba todo. Tuve una buena infancia y una correcta educación, y, desde mi humilde opinión, es lo más importante en la formación de una señorita, ¿no cree?
Esbocé una sonrisa nostálgica ante el recuerdo. Entonces caí en la cuenta de que no conocía el nombre de aquella dama. Me disculpé por no haberme presentado desde un principio y le pregunté cómo se llamaba la señorita. Aquel nombre se me hizo familiar, conocido... Quizá habría llegado a mis oídos en alguna de mis constantes idas y venidas por las fiestas de toda Europa.
La vida humana era tan diáfana para mí... tan previsible y tan fácil de conocer. Cualquiera sería capaz de revelar hasta los más oscuros secretos de su ser más cercano con algunas palabras de adulación y una actitud cómplice. Eso unido, por supuesto, a la atracción natural que producía en ellos por mi aura vampírica, y el uso de aquellos poderes que tanto me habían facilitado el presente.
Sin embargo, algo parecía retorcerme el pecho en aquella ciudad, algo que hacía algo más de dos años parecía haber quedado aplacado en mi interior. Aquellos... sentimientos. No me gustaba la forma en que regresaban, y la forma en que podían controlarme. Supe desde un primer momento que mi vuelta a París era fruto de un impulso lo bastante humano como para hacerme débil: el amor por mi hermano.
Y aun así, no quería precipitar las cosas. Sólo deseaba disfrutar una vez más de las diversiones parisenses sin preocupaciones, haciendo gala de aquellas nuevas aptitudes en todos los rincones festivos que pudiera encontrar. Y, quizá, algún día, cuando me viera preparada para enfrentarme a ello, volvería a casa.
Me veía capaz de controlar mentalmente a mis padres, los cuales ya no me parecían tan buenos ni tan merecedores de mi afecto como antes, pues eran débiles e ilusos. Sin embargo, mi pequeño hermano, tan inocente y tan puro... no merecía mi desprecio. Y, con todo, aún me repelía el hecho de volver a verle, a la vez que lo ansiaba.
La voz de aquel reflejo de mi misma me sacó de mis reflexiones, pestañeé como si nada hubiera ocurrido y volví a centrarme en la conversación.
-¿Es usted dada a las fiestas, mademoiselle? ¿O prefiere evitar las diversiones mundanas y centrarse en algo más productivo y menos comprometedor como leer y escribir?- solté una risita juguetona-.Hubo una vez que los libros lo eran todo para mí, así como el canto y los intrumentos. Sin embargo, he de confesar que he caído en la tentación de estas dos últimas, mas llevaderas y menos tediosas. Además, ¿qué dama no disfrutaría de la atención de toda una sala ante el fruto del esfuerzo y la práctica?
-Si por tierra natal hablásemos del lugar a donde uno siente pertenecer... sí, París sería mi hogar, sin duda. Pero me temo que mi aspecto y algo de mi habla me delatan, ¿no es así?- sonreí traviesamente-. Procedo de tierras algo más frías, y más húmedas. Donde las apariencias no importan tanto como el honor... ¿Le suena de algo?
Fijé mis ojos en sus iris del color de la miel mientras avanzábamos elegantemente por la avenida, con las miradas de los transeúntes mirando de reojo nuestras exquisitas vestimentas y los aspectos tan chocantemente distintos que mostrábamos.
-Así es, Inglaterra. No es algo que me enorgullezca, hubiera preferido nacer en una ciudad más ajetreada y llena de vida como ésta. Aun así, no cambiaría por nada del mundo mi infancia. Fui muy feliz allí, a pesar de lo incómodo y monótono de la vida de campo. Pero la familia lo compensaba todo. Tuve una buena infancia y una correcta educación, y, desde mi humilde opinión, es lo más importante en la formación de una señorita, ¿no cree?
Esbocé una sonrisa nostálgica ante el recuerdo. Entonces caí en la cuenta de que no conocía el nombre de aquella dama. Me disculpé por no haberme presentado desde un principio y le pregunté cómo se llamaba la señorita. Aquel nombre se me hizo familiar, conocido... Quizá habría llegado a mis oídos en alguna de mis constantes idas y venidas por las fiestas de toda Europa.
La vida humana era tan diáfana para mí... tan previsible y tan fácil de conocer. Cualquiera sería capaz de revelar hasta los más oscuros secretos de su ser más cercano con algunas palabras de adulación y una actitud cómplice. Eso unido, por supuesto, a la atracción natural que producía en ellos por mi aura vampírica, y el uso de aquellos poderes que tanto me habían facilitado el presente.
Sin embargo, algo parecía retorcerme el pecho en aquella ciudad, algo que hacía algo más de dos años parecía haber quedado aplacado en mi interior. Aquellos... sentimientos. No me gustaba la forma en que regresaban, y la forma en que podían controlarme. Supe desde un primer momento que mi vuelta a París era fruto de un impulso lo bastante humano como para hacerme débil: el amor por mi hermano.
Y aun así, no quería precipitar las cosas. Sólo deseaba disfrutar una vez más de las diversiones parisenses sin preocupaciones, haciendo gala de aquellas nuevas aptitudes en todos los rincones festivos que pudiera encontrar. Y, quizá, algún día, cuando me viera preparada para enfrentarme a ello, volvería a casa.
Me veía capaz de controlar mentalmente a mis padres, los cuales ya no me parecían tan buenos ni tan merecedores de mi afecto como antes, pues eran débiles e ilusos. Sin embargo, mi pequeño hermano, tan inocente y tan puro... no merecía mi desprecio. Y, con todo, aún me repelía el hecho de volver a verle, a la vez que lo ansiaba.
La voz de aquel reflejo de mi misma me sacó de mis reflexiones, pestañeé como si nada hubiera ocurrido y volví a centrarme en la conversación.
-¿Es usted dada a las fiestas, mademoiselle? ¿O prefiere evitar las diversiones mundanas y centrarse en algo más productivo y menos comprometedor como leer y escribir?- solté una risita juguetona-.Hubo una vez que los libros lo eran todo para mí, así como el canto y los intrumentos. Sin embargo, he de confesar que he caído en la tentación de estas dos últimas, mas llevaderas y menos tediosas. Además, ¿qué dama no disfrutaría de la atención de toda una sala ante el fruto del esfuerzo y la práctica?
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Re: Oh, Paris! [Libre]
Dulcemente, había aceptado tomarse de su brazo con esa suavidad con la que hacía todas las actividades en su vida. No existía otra forma para ella para hacerlo, pues siempre había sido corregida por una madre estricta. "No comas así, come de esta forma." "No hables así, se dice de tal manera." "No vistas de ese color, no es decente para una dama." "No te perfumes así." Y muchas más frases que aún permanecían en su mente y que seguramente, allí seguirían durante muchos años. Caminaba al lado de la otra dama, tan elegante como ella misma, y fue quien comenzó a hablar. Le miró con esa alegría que sólo da la juventud, rebosante de energía y vitalidad, asintiendo con la cabeza.
Las miradas se enfocaban en tan singular pareja de damas, pero todas con admiración. Nunca se había sentido tan observada, en realidad, por lo menos hasta que había ido a Escocia y...
— Pues, suena algo parecido como Inglaterra, Madame. Si bien desconozco esas tierras, estoy segura que en alguna parte he leído algo similar sobre su clima y ambiente.
La risita de la joven musicalizó el ambiente, aligerándolo si es que aún había timidez o tensión entre ambas. Le miraba curiosa, llena de dudas, pues ahora era la persona sobre la que había decidido volcarlas para aclarar las cosas que su ingenuidad le ocultaba. Había dirigido sus pasos hacía tiempo algo más al norte, pero le hubiese encantado conocer Inglaterra.
— Lo es, querida. ¿Habéis crecido en el campo? Eso es extraordinario, si me permitís decirlo.- recalcó, muy atenta a lo que se le decía.
Tan avergonzada como la otra, se disculpó por no haber preguntado su nombre. "Lillie", había contestado a secas. "Lillie, sí, como los lirios", había comentado. Después de aquella conversación, ambas pareceron perderse en la ciudad que les rodeaba. Una, porque quizá la añoraba bastante, y la otra, porque no conocía nada de ella. Terminaba siendo un lugar totalmente asombroso y nuevo por conocer y que no dudaría en conocerlo lo más rápido que pudiese, pero entendió que debía mantener la calma. Uno nunca sabía con qué peligros podría toparse allí afuera siendo una bella señorita de la realeza. Soltó un pequeño suspiro al mirar pasar los cabriolés, los caballos, y la gente pasar. La gente era lo que más la maravillaba. Los seres humanos estaban llenos de aromas curiosos, de sonidos divertidos, y de colores increíbles. Su calidez no tenía igual, y tampoco lo tenían sus emociones y sentimientos. Era bastante divertido mirar a las personas e intuir qué tipo de carácter tendrían. Si fruncían demasiado el entrecejo, quizá serían personas de difícil trato. Si la miraban y la sonreían, quizá fuera al revés. Si pasaban ensimismados, quizá se hallarían tristes, o simplemente era una persona seria. Miró a la mujer que iba a su lado, e intuyó que era una dama algo más extrovertida y alegre, lo cual le hizo sentir inmensa felicidad.
Después de aquella pausa, la voz de la mujer volvió a llenar el ambiente y tras ella, la voz aguda de Lillie.
— No, señorita. En realidad, creo que prefiero ese algo productivo y más tranquilo que significa leer y escribir.- La joven acomodó un rizo tras su oído. — Y, bueno... me gusta coser, ¿sabéis? Me gusta diseñar vestidos, coserlos, y bordar. Amo bordar. Sin embargo no estoy tan peleada con las fiestas, y alguna vez me gustaría ir a una. - admitió, en un tono de voz algo más suave de lo habitual. En realidad, nunca había ido a una. — Sé que no hay nada mejor para una señorita que la educación adecuada que otorgan las artes, el piano y las habilidades manuales, pero aún así considero importante para el desarrollo normal de cualquier persona algo de diversión fuera de la rutina. Más- agregó —hay algo que me gustaría conocer más que cualquier cosa en el mundo. Quiero ir al teatro, pero no al teatro aquel en el que a las damas como yo se nos oculta el mundo verdadero decorándolo con comedias y tragedias entremezcladas. De esas he leído muchas ya. Quiero conocer el teatro verdadero, el que hacen los actores en las calles, aquel que habla de la realidad de la sociedad parisiense, aquel que os hela la piel y os eriza hasta el último vello del cuerpo...-hablaba con pasión, moviendo sus manos encantada. —¡Quiero escuchar voces verdaderas, hablando como habla la gente real, en la sociedad real! - miró entonces a la señorita que la acompañaba, con ese gesto afable y lleno de luz.
Las miradas se enfocaban en tan singular pareja de damas, pero todas con admiración. Nunca se había sentido tan observada, en realidad, por lo menos hasta que había ido a Escocia y...
— Pues, suena algo parecido como Inglaterra, Madame. Si bien desconozco esas tierras, estoy segura que en alguna parte he leído algo similar sobre su clima y ambiente.
La risita de la joven musicalizó el ambiente, aligerándolo si es que aún había timidez o tensión entre ambas. Le miraba curiosa, llena de dudas, pues ahora era la persona sobre la que había decidido volcarlas para aclarar las cosas que su ingenuidad le ocultaba. Había dirigido sus pasos hacía tiempo algo más al norte, pero le hubiese encantado conocer Inglaterra.
— Lo es, querida. ¿Habéis crecido en el campo? Eso es extraordinario, si me permitís decirlo.- recalcó, muy atenta a lo que se le decía.
Tan avergonzada como la otra, se disculpó por no haber preguntado su nombre. "Lillie", había contestado a secas. "Lillie, sí, como los lirios", había comentado. Después de aquella conversación, ambas pareceron perderse en la ciudad que les rodeaba. Una, porque quizá la añoraba bastante, y la otra, porque no conocía nada de ella. Terminaba siendo un lugar totalmente asombroso y nuevo por conocer y que no dudaría en conocerlo lo más rápido que pudiese, pero entendió que debía mantener la calma. Uno nunca sabía con qué peligros podría toparse allí afuera siendo una bella señorita de la realeza. Soltó un pequeño suspiro al mirar pasar los cabriolés, los caballos, y la gente pasar. La gente era lo que más la maravillaba. Los seres humanos estaban llenos de aromas curiosos, de sonidos divertidos, y de colores increíbles. Su calidez no tenía igual, y tampoco lo tenían sus emociones y sentimientos. Era bastante divertido mirar a las personas e intuir qué tipo de carácter tendrían. Si fruncían demasiado el entrecejo, quizá serían personas de difícil trato. Si la miraban y la sonreían, quizá fuera al revés. Si pasaban ensimismados, quizá se hallarían tristes, o simplemente era una persona seria. Miró a la mujer que iba a su lado, e intuyó que era una dama algo más extrovertida y alegre, lo cual le hizo sentir inmensa felicidad.
Después de aquella pausa, la voz de la mujer volvió a llenar el ambiente y tras ella, la voz aguda de Lillie.
— No, señorita. En realidad, creo que prefiero ese algo productivo y más tranquilo que significa leer y escribir.- La joven acomodó un rizo tras su oído. — Y, bueno... me gusta coser, ¿sabéis? Me gusta diseñar vestidos, coserlos, y bordar. Amo bordar. Sin embargo no estoy tan peleada con las fiestas, y alguna vez me gustaría ir a una. - admitió, en un tono de voz algo más suave de lo habitual. En realidad, nunca había ido a una. — Sé que no hay nada mejor para una señorita que la educación adecuada que otorgan las artes, el piano y las habilidades manuales, pero aún así considero importante para el desarrollo normal de cualquier persona algo de diversión fuera de la rutina. Más- agregó —hay algo que me gustaría conocer más que cualquier cosa en el mundo. Quiero ir al teatro, pero no al teatro aquel en el que a las damas como yo se nos oculta el mundo verdadero decorándolo con comedias y tragedias entremezcladas. De esas he leído muchas ya. Quiero conocer el teatro verdadero, el que hacen los actores en las calles, aquel que habla de la realidad de la sociedad parisiense, aquel que os hela la piel y os eriza hasta el último vello del cuerpo...-hablaba con pasión, moviendo sus manos encantada. —¡Quiero escuchar voces verdaderas, hablando como habla la gente real, en la sociedad real! - miró entonces a la señorita que la acompañaba, con ese gesto afable y lleno de luz.
Última edición por Lillie De Saint-Pièrre el Dom Sep 28, 2014 1:59 pm, editado 1 vez
Lillie De Saint-Pièrre- Realeza Escocesa
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Re: Oh, Paris! [Libre]
-No, señorita. En realidad, creo que prefiero ese algo productivo y más tranquilo que significa leer y escribir.
Me sonreí internamente ante aquella respuesta, justo lo que hubiera dicho mi antigua yo. Me habló de su afinidad por el bordado y el diseño, y de su deseo de asistir a alguna fiesta. No pude evitar sentir cierta burla hacia aquellos anhelos, pues me resultaban demasiado humanos, demasiado refinados para mi carácter actual. Sin embargo, eran justo el tipo de ilusiones que mi joven e ingenua yo había albergado.
-Quiero ir al teatro, pero no al teatro aquel en el que a las damas como yo se nos oculta el mundo verdadero decorándolo con comedias y tragedias entremezcladas. De esas he leído muchas ya. Quiero conocer el teatro verdadero, el que hacen los actores en las calles, aquel que habla de la realidad de la sociedad parisiense, aquel que os hela la piel y os eriza hasta el último vello del cuerpo...
Su voz soñadora y apasionada me contagió. Aquella jovencita tenía la elegancia y la virtud del habla que sólo la mejor educación podían haberle brindado. Mezclaba la humildad y el decoro con la sensated y la inteligencia. Su inclinación hacia el teatro realista denotaba un alma llena de interés y curiosidad por entender el mundo que le rodeaba, en vez de maquillar la realidad con temas superficiales como solían hacer las señoritas.
-He de confesarle que yo tampoco he asistido a un teatro de esa índole- respondí, con una sonrisa socarrona-. Pero, para mi fortuna o desgracia, he tenido que ver en persona las situaciones más desdichadas y marginales en la sociedad. Supongo que es lo que implica un viaje, pues los monumentos no son más que una pequeña parte de lo que define una ciudad. Para conocer en su totalidad el carácter de una tierra es necesario conocer a sus gentes, desde todos los ángulos. O al menos esa es mi opinión.
Mi mente volvió a aquellos rincones donde sólo deambulaba gente andrajosa, con pocas posibilidades de alcanzar la felicidad. Siendo sincera, los detestaba, no merecían respeto alguno, pues su afinidad solían ser las borracheras, los burdeles y las violaciones. Por eso mismo, y por su invisibilidad ante la sociedad, eran mis presas más frecuentes.
Ver sus rostros desfigurados por el terror al conocer su destino... me hacía casi tan dichosa como beber su sangre. Quizá aquel odio surgiera de aquella vez que un borracho estuvo a punto de violarme en mi vida humana, y cómo se regodeó en el miedo que yo sentía. No era el sabor más suculento del mundo, pero era menos arriesgado que buscar entre familias con un hogar y varias personas que notarían su ausencia.
-Quizá no será de su agrado conocer dicha realidad, mademoiselle. No es algo que la gente suela desear conocer, sobre todo entre las altas sociedades. Pero, si verdaderamente alberga dicho deseo de descubrir un lado tan oscuro, debería endurecer su corazón y enfriar su alma, o le consumirá la pena tras cada actuación.
La orgullosa e inocente dama que una vez fui se hubiera alterado al ver algo así, pero quizá aquella señorita, con un carácter en el que había tanto dulzura como inteligencia, podría ser capaz de verlo con ojos críticos y un corazón compasivo a la vez. En cierto modo, a mi también me interesaba la idea de ir al teatro y ver cómo los propios humanos retrataban sus desgracias y alegrías.
-Si carece alguna vez de acompañante para asistir a alguna actuación de su interés, no dude en solicitármelo a mí, pues estaría encantada de conocer esa faceta del teatro con usted - esbocé una sonrisa cómplice-. Quién sabe, quizá salgamos conociendo una nueva cara de nosotras mismas, más madura y más crítica.
Solté una carcajada ante la idea.
Me sonreí internamente ante aquella respuesta, justo lo que hubiera dicho mi antigua yo. Me habló de su afinidad por el bordado y el diseño, y de su deseo de asistir a alguna fiesta. No pude evitar sentir cierta burla hacia aquellos anhelos, pues me resultaban demasiado humanos, demasiado refinados para mi carácter actual. Sin embargo, eran justo el tipo de ilusiones que mi joven e ingenua yo había albergado.
-Quiero ir al teatro, pero no al teatro aquel en el que a las damas como yo se nos oculta el mundo verdadero decorándolo con comedias y tragedias entremezcladas. De esas he leído muchas ya. Quiero conocer el teatro verdadero, el que hacen los actores en las calles, aquel que habla de la realidad de la sociedad parisiense, aquel que os hela la piel y os eriza hasta el último vello del cuerpo...
Su voz soñadora y apasionada me contagió. Aquella jovencita tenía la elegancia y la virtud del habla que sólo la mejor educación podían haberle brindado. Mezclaba la humildad y el decoro con la sensated y la inteligencia. Su inclinación hacia el teatro realista denotaba un alma llena de interés y curiosidad por entender el mundo que le rodeaba, en vez de maquillar la realidad con temas superficiales como solían hacer las señoritas.
-He de confesarle que yo tampoco he asistido a un teatro de esa índole- respondí, con una sonrisa socarrona-. Pero, para mi fortuna o desgracia, he tenido que ver en persona las situaciones más desdichadas y marginales en la sociedad. Supongo que es lo que implica un viaje, pues los monumentos no son más que una pequeña parte de lo que define una ciudad. Para conocer en su totalidad el carácter de una tierra es necesario conocer a sus gentes, desde todos los ángulos. O al menos esa es mi opinión.
Mi mente volvió a aquellos rincones donde sólo deambulaba gente andrajosa, con pocas posibilidades de alcanzar la felicidad. Siendo sincera, los detestaba, no merecían respeto alguno, pues su afinidad solían ser las borracheras, los burdeles y las violaciones. Por eso mismo, y por su invisibilidad ante la sociedad, eran mis presas más frecuentes.
Ver sus rostros desfigurados por el terror al conocer su destino... me hacía casi tan dichosa como beber su sangre. Quizá aquel odio surgiera de aquella vez que un borracho estuvo a punto de violarme en mi vida humana, y cómo se regodeó en el miedo que yo sentía. No era el sabor más suculento del mundo, pero era menos arriesgado que buscar entre familias con un hogar y varias personas que notarían su ausencia.
-Quizá no será de su agrado conocer dicha realidad, mademoiselle. No es algo que la gente suela desear conocer, sobre todo entre las altas sociedades. Pero, si verdaderamente alberga dicho deseo de descubrir un lado tan oscuro, debería endurecer su corazón y enfriar su alma, o le consumirá la pena tras cada actuación.
La orgullosa e inocente dama que una vez fui se hubiera alterado al ver algo así, pero quizá aquella señorita, con un carácter en el que había tanto dulzura como inteligencia, podría ser capaz de verlo con ojos críticos y un corazón compasivo a la vez. En cierto modo, a mi también me interesaba la idea de ir al teatro y ver cómo los propios humanos retrataban sus desgracias y alegrías.
-Si carece alguna vez de acompañante para asistir a alguna actuación de su interés, no dude en solicitármelo a mí, pues estaría encantada de conocer esa faceta del teatro con usted - esbocé una sonrisa cómplice-. Quién sabe, quizá salgamos conociendo una nueva cara de nosotras mismas, más madura y más crítica.
Solté una carcajada ante la idea.
Molly Winslet- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, Paris! [Libre]
La fascinación se apoderaba de ella a cada paso. Las expresiones de tan refinada y joven dama la hacían pensar en que ella también querría ser así alguna vez, seria y refinada, pero al mismo tiempo, extrovertida y llena de sorpresas. Aunque ella no lograba visualizarse en la otra, sí tenía ese sentimiento de admiración que incrementaba a cada frase, logrando sorprenderla a sobremanera. Al principio había pensado que decirle aquello de ese tipo de teatro sería mala idea, pero al poco tiempo ello se descartó. La dama confesaba que nunca había visto tampoco semejante teatro, pero que quizá, aún distaba bastante de la vida real. Una vida real que empezaba a conocer. Reflexionó por un momento, mostrándose en total silencio, concentrada.
— Aún no sé si estoy preparada para recibir la verdad y la realidad de tajo, como lo miran otras personas. He vivido tanto tiempo en un palacio rosa de cristal, donde nada malo sucede y lo malo se maquilla, aislada de la realidad, que mi único contacto fueron los libros. He leído libros desgarradores, pero estoy segura que en nada son similares a la vida, a lo que pasa en una sociedad. - La joven de cabellos claros hizo una pausa, llevándose la diestra a la barbilla, empuñándola, y recargando el índice en la misma zona. Era el gesto de estar pensando demasiado y confundirse.
— Concuerdo con vos. Uno no puede conocer realmente un lugar o una sociedad sin inmiscuirse en ella. Hay que conocerla de todos los ángulos, si lo que realmente se desea es conocerla a fondo. Pero sin viajar y sin moverme siquiera, creo que es algo complicado, Mademoiselle.
Terminó la frase con una risita y miró a su alrededor. Unos pequeños pasaron corriendo a su lado, jugueteando en la acera. En la misma, una mujer pedía limosna, mientras otra que parecía ser de clase alta, o por lo menos eso aparentaba, le daba unas cuantas monedas. ¿Aquello era ayudar de verdad? Quizá las monedas le darían un poco de pan duro y agua esa noche pero, ¿y al día siguiente? ¿Y al día siguiente de ése? Las monedas irían perdiendo su valor, y la mujer tendría que hacer lo mismo una y otra vez. Quizá la ayuda estaba en otra forma, en otra en la que sus pequeños, aquellos que corrían por la acera, tuvieran mayor seguridad que correr por la noche. Sin embargo, en el mundo en el que ella se desempeñaba esa idea ni siquiera existía. Es más. Si aquella idea la hubiese dicho en voz alta, seguramente se hubieran reído de ella por semejantes ideas, la hubiesen desechado al instante. Era un mundo lleno de hipocresía y superioridades absurdas. La única diferencia entre sí misma y aquella mujer era la familia en la que se había nacido y que ninguna de las dos eligió. La mujer no eligió la pobreza, y Lillie no había elegido tampoco la superficialidad.
— Lo sé. - contestó rápidamente la muchacha. — Lo sé, Mademoiselle. Sé que necesito volverme más dura, más fría, pero mi alma... no creo que soporte el endurecimiento y la pérdida de lo único que me hace diferente entre las damas de alcurnia. - Estaba consciente de sus diferencias, de su afición por la lectura cruda y poco maquillada, y de su pensamiento que iba más allá de una monarquía. Una revolucionaria, tan ingenua e inocente como un niño. — La pena ya me consume de no conocer lo que me rodea y de tener que enfriar algo tan delicado y sagrado como lo es el alma, querida.
Suspiró largamente, volviendo a mirar a su bella acompañante. — ¡Estaré encantada! ¡Es una idea maravillosa! Me encantará ir con vos, querida. Es una faceta del teatro tan prohibida, que resulta ser tentadora. - Asintió con la cabeza, haciendo que los rizos se columpiaran graciosamente. — ¿Más madura y más crítica? O quizá, salgamos decidiendo que esta vida sosa, no es para nosotras justamente. - Guiñó con sutileza y llena de complicidad.
— Aún no sé si estoy preparada para recibir la verdad y la realidad de tajo, como lo miran otras personas. He vivido tanto tiempo en un palacio rosa de cristal, donde nada malo sucede y lo malo se maquilla, aislada de la realidad, que mi único contacto fueron los libros. He leído libros desgarradores, pero estoy segura que en nada son similares a la vida, a lo que pasa en una sociedad. - La joven de cabellos claros hizo una pausa, llevándose la diestra a la barbilla, empuñándola, y recargando el índice en la misma zona. Era el gesto de estar pensando demasiado y confundirse.
— Concuerdo con vos. Uno no puede conocer realmente un lugar o una sociedad sin inmiscuirse en ella. Hay que conocerla de todos los ángulos, si lo que realmente se desea es conocerla a fondo. Pero sin viajar y sin moverme siquiera, creo que es algo complicado, Mademoiselle.
Terminó la frase con una risita y miró a su alrededor. Unos pequeños pasaron corriendo a su lado, jugueteando en la acera. En la misma, una mujer pedía limosna, mientras otra que parecía ser de clase alta, o por lo menos eso aparentaba, le daba unas cuantas monedas. ¿Aquello era ayudar de verdad? Quizá las monedas le darían un poco de pan duro y agua esa noche pero, ¿y al día siguiente? ¿Y al día siguiente de ése? Las monedas irían perdiendo su valor, y la mujer tendría que hacer lo mismo una y otra vez. Quizá la ayuda estaba en otra forma, en otra en la que sus pequeños, aquellos que corrían por la acera, tuvieran mayor seguridad que correr por la noche. Sin embargo, en el mundo en el que ella se desempeñaba esa idea ni siquiera existía. Es más. Si aquella idea la hubiese dicho en voz alta, seguramente se hubieran reído de ella por semejantes ideas, la hubiesen desechado al instante. Era un mundo lleno de hipocresía y superioridades absurdas. La única diferencia entre sí misma y aquella mujer era la familia en la que se había nacido y que ninguna de las dos eligió. La mujer no eligió la pobreza, y Lillie no había elegido tampoco la superficialidad.
— Lo sé. - contestó rápidamente la muchacha. — Lo sé, Mademoiselle. Sé que necesito volverme más dura, más fría, pero mi alma... no creo que soporte el endurecimiento y la pérdida de lo único que me hace diferente entre las damas de alcurnia. - Estaba consciente de sus diferencias, de su afición por la lectura cruda y poco maquillada, y de su pensamiento que iba más allá de una monarquía. Una revolucionaria, tan ingenua e inocente como un niño. — La pena ya me consume de no conocer lo que me rodea y de tener que enfriar algo tan delicado y sagrado como lo es el alma, querida.
Suspiró largamente, volviendo a mirar a su bella acompañante. — ¡Estaré encantada! ¡Es una idea maravillosa! Me encantará ir con vos, querida. Es una faceta del teatro tan prohibida, que resulta ser tentadora. - Asintió con la cabeza, haciendo que los rizos se columpiaran graciosamente. — ¿Más madura y más crítica? O quizá, salgamos decidiendo que esta vida sosa, no es para nosotras justamente. - Guiñó con sutileza y llena de complicidad.
Lillie De Saint-Pièrre- Realeza Escocesa
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Re: Oh, Paris! [Libre]
La dulce muchacha asintió enérgicamente aceptando mi oferta de acompañarla, algo que, sorprendentemente, me hizo cierta ilusión.
-¿Más madura y más crítica? O quizá, salgamos decidiendo que esta vida sosa, no es para nosotras justamente.
Su sonrisa cómplice me contagió, y se la devolví acompañada de mi risa juguetona. Al parecer no era tan inocente como yo creía, después de todo. Su carácter me sorprendía a medida que avanzaba la conversación. Tenía algo pícaro en sus palabras, pero nunca faltaba la elegancia y el ingenio.
-La vida tiene mucho que entregar, pero también mucho que censurar para nosotras- admití sarcásticamente-. Aaahhh... los hombres tienen mucha suerte en ese sentido, son libres de ir y hacer cuanto puedan sin depender de nadie. En cambio, las damas de buena cuna deben cuidar siempre sus palabras y actos, deben educarse en el decoro y la virtud, la sabiduría y la inocencia... Una vida perdida, por lo menos para mí. Pero ahora que gozo de cierta independencia, he podido vivir experiencias increíbles, experiencias que nunca hubiera disfrutado casada o con mi familia.
En cierto modo, era patético pensar que sólo me lancé al vampirismo por evitar algo tan usual y natural como el matrimonio. En general, las jovencitas ansiaban dicho evento, pero yo era la oveja negra en aquellos temas. No era que no apreciara el amor, o que no creyera en el mismo, pero... ¿cómo saber si el hombre con quien te unes realmente te amará por toda la vida?
Mis padres fueron felices un tiempo, pero a medida que fueron conociéndose, las cosas se torcieron. Sus personalidades no encajaban en ningún sentido, mi madre era afectuosa, sensible, extrovertida y algo bochornosa; mientras que mi padre era reservado, serio, frío en muchos sentidos y demasiado trabajador.
En la juventud ambos gozaban de aquella energía y atractivo propios de dicha etapa, lo que les mantuvo encaprichados algo más de un año. Pero la pasión no es algo que sirva de mucho si la virtud no encaja correctamente, pues el matrimonio requiere el consenso de ambas partes en muchas cosas.
Ese era el problema, un marido podría anular tus decisiones si no le agradas de algún modo. Y aquello era lo que temía, sentirme inútil e incapaz por culpa de un hombre. Mi forma de ser tan orgullosa, y tan ingeniosa en muchos temas, me habrían supuesto un martirio ante la prohibición de tomar el rumbo de mi propia vida.
Pero ahora todo aquello había quedado en el pasado. Mi ingenuidad y mi prepotencia habían dado paso a mi nuevo carácter seguro, orgulloso y seductor. Y aquello me encantaba.
-Cuando tenía apenas 16 años no era más que una jovencita rebelde y astuta, pero en mi tozudez incluía cierta ingenuidad- clavé mis pupilas en sus iris de color miel-. Me creía capaz de llevar las riendas de mi devenir sin saber si quiera lo que el mundo real aguardaba.
Mi menté viajó a aquel fatídico día, pero también el día del comienzo de mi libertad. No supe si fue por su mutua confianza, o si realmente estaba empezando a sentir amistad por aquella dama, pero decidí confesarle aquel retazo de mi pasado humano.
-Un año después, aquel comportamiento se intensificó. Mis actos eran ciertamente antinaturales y vergonzosos, pues me negaba a comprometerme en matrimonio. Si bien también es verdad que era muy joven y aún podía esperar el asunto. Pero mi madre era demasiado ansiosa como para alargarlo mucho más. Por ello, me rebelaba de todas las formas posibles ante sus precipitados intentos de casarme. Incluso llegue a fingir frente a mis pretendientes que albergaba deseos de ingresar en un convento en el futuro.
Me reí ante el recuerdo de mis travesuras.
-Me escapé varias veces de sus inconexos castigos por no aceptar lo que pretendía, pero Elliot era muy insistente- miré a mi cándida acompañante con una sonrisa-. Volviendo al asunto que quería explicarle, cierto día en que huí de una de nuestras disputas, tuve la mala e ingenua idea de pasear sola de noche por algunas callejuelas de esta avenida.
Entorné los ojos con cierto anhelo.
-Un hombre al que llamaban "el manos" me siguió por aquellos estrechos rincones. Por su nombre supongo que se imaginará que clase de cosas le pasarían por la cabeza a aquel vil hombre. Me atrapó fácilmente, y en aquel momento creí que ese sería el fin de todo.
Alcé una comisura por lo que venía después.
-Pero había un oficial - "un vampiro" pensé para mi misma- por los alrededores que me siguió desde la avenida, consciente de que aquel violador andaba suelto. Me salvó como si de un héroe se tratase, y gracias a él puedo pasear con usted por estas amplias calles parisenses de nuevo.
Con la mano libre me recogí un mechón de cabello ondulado tras la oreja, dando paso a un silencio de reflexión en el cual sopesé lo que debía estar pensando Lillie.
-No es motivo de orgullo alguno, eso es cierto. Mi familia ocultó aquel hecho y me castigaron de por vida -solté una carcajada mirando a mi acompañante-. Pero como ve, el concepto de "por vida" no duró demasiado. Aun así, escarmenté lo suficiente como para aprender a cuidarme y dejar la valentía a un lado.
-¿Más madura y más crítica? O quizá, salgamos decidiendo que esta vida sosa, no es para nosotras justamente.
Su sonrisa cómplice me contagió, y se la devolví acompañada de mi risa juguetona. Al parecer no era tan inocente como yo creía, después de todo. Su carácter me sorprendía a medida que avanzaba la conversación. Tenía algo pícaro en sus palabras, pero nunca faltaba la elegancia y el ingenio.
-La vida tiene mucho que entregar, pero también mucho que censurar para nosotras- admití sarcásticamente-. Aaahhh... los hombres tienen mucha suerte en ese sentido, son libres de ir y hacer cuanto puedan sin depender de nadie. En cambio, las damas de buena cuna deben cuidar siempre sus palabras y actos, deben educarse en el decoro y la virtud, la sabiduría y la inocencia... Una vida perdida, por lo menos para mí. Pero ahora que gozo de cierta independencia, he podido vivir experiencias increíbles, experiencias que nunca hubiera disfrutado casada o con mi familia.
En cierto modo, era patético pensar que sólo me lancé al vampirismo por evitar algo tan usual y natural como el matrimonio. En general, las jovencitas ansiaban dicho evento, pero yo era la oveja negra en aquellos temas. No era que no apreciara el amor, o que no creyera en el mismo, pero... ¿cómo saber si el hombre con quien te unes realmente te amará por toda la vida?
Mis padres fueron felices un tiempo, pero a medida que fueron conociéndose, las cosas se torcieron. Sus personalidades no encajaban en ningún sentido, mi madre era afectuosa, sensible, extrovertida y algo bochornosa; mientras que mi padre era reservado, serio, frío en muchos sentidos y demasiado trabajador.
En la juventud ambos gozaban de aquella energía y atractivo propios de dicha etapa, lo que les mantuvo encaprichados algo más de un año. Pero la pasión no es algo que sirva de mucho si la virtud no encaja correctamente, pues el matrimonio requiere el consenso de ambas partes en muchas cosas.
Ese era el problema, un marido podría anular tus decisiones si no le agradas de algún modo. Y aquello era lo que temía, sentirme inútil e incapaz por culpa de un hombre. Mi forma de ser tan orgullosa, y tan ingeniosa en muchos temas, me habrían supuesto un martirio ante la prohibición de tomar el rumbo de mi propia vida.
Pero ahora todo aquello había quedado en el pasado. Mi ingenuidad y mi prepotencia habían dado paso a mi nuevo carácter seguro, orgulloso y seductor. Y aquello me encantaba.
-Cuando tenía apenas 16 años no era más que una jovencita rebelde y astuta, pero en mi tozudez incluía cierta ingenuidad- clavé mis pupilas en sus iris de color miel-. Me creía capaz de llevar las riendas de mi devenir sin saber si quiera lo que el mundo real aguardaba.
Mi menté viajó a aquel fatídico día, pero también el día del comienzo de mi libertad. No supe si fue por su mutua confianza, o si realmente estaba empezando a sentir amistad por aquella dama, pero decidí confesarle aquel retazo de mi pasado humano.
-Un año después, aquel comportamiento se intensificó. Mis actos eran ciertamente antinaturales y vergonzosos, pues me negaba a comprometerme en matrimonio. Si bien también es verdad que era muy joven y aún podía esperar el asunto. Pero mi madre era demasiado ansiosa como para alargarlo mucho más. Por ello, me rebelaba de todas las formas posibles ante sus precipitados intentos de casarme. Incluso llegue a fingir frente a mis pretendientes que albergaba deseos de ingresar en un convento en el futuro.
Me reí ante el recuerdo de mis travesuras.
-Me escapé varias veces de sus inconexos castigos por no aceptar lo que pretendía, pero Elliot era muy insistente- miré a mi cándida acompañante con una sonrisa-. Volviendo al asunto que quería explicarle, cierto día en que huí de una de nuestras disputas, tuve la mala e ingenua idea de pasear sola de noche por algunas callejuelas de esta avenida.
Entorné los ojos con cierto anhelo.
-Un hombre al que llamaban "el manos" me siguió por aquellos estrechos rincones. Por su nombre supongo que se imaginará que clase de cosas le pasarían por la cabeza a aquel vil hombre. Me atrapó fácilmente, y en aquel momento creí que ese sería el fin de todo.
Alcé una comisura por lo que venía después.
-Pero había un oficial - "un vampiro" pensé para mi misma- por los alrededores que me siguió desde la avenida, consciente de que aquel violador andaba suelto. Me salvó como si de un héroe se tratase, y gracias a él puedo pasear con usted por estas amplias calles parisenses de nuevo.
Con la mano libre me recogí un mechón de cabello ondulado tras la oreja, dando paso a un silencio de reflexión en el cual sopesé lo que debía estar pensando Lillie.
-No es motivo de orgullo alguno, eso es cierto. Mi familia ocultó aquel hecho y me castigaron de por vida -solté una carcajada mirando a mi acompañante-. Pero como ve, el concepto de "por vida" no duró demasiado. Aun así, escarmenté lo suficiente como para aprender a cuidarme y dejar la valentía a un lado.
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Re: Oh, Paris! [Libre]
Rió quedamente, musicalizando el ambiente, al mirarla sonreír de aquella manera. Quizá ella también estaba pensando en esas "travesuras" que Lillie estaba encantada de realizar, o quizá, ella también las hacía. Sabía que sus palabras tenían ese algo "pícaro", pero la dama parecía no molestarse por ello, sino al revés. Sus palabras la hicieron sentirse con más tristeza que nunca. Detestaba el lugar que le tocaba cumplir como mujer. Debía ser la esposa ideal, llena de inteligencia, educada, obediente y amable, pero inocente, recatada y dependiente de su marido.
— En realidad, a veces envidio en demasía a los varones, aunque aquel sentimiento sea el que nuble mi vista y obscurezca mi alma. Sé que el sentimiento la daña, sin embargo, a mi también me gustaría que mi voz fuese tomada en cuenta como la de los varones, que mis ideas sean escuchadas, y poder contradecir a algún sabelotodo. Me encantaría viajar, siendo totalmente independiente, y correr riesgos innecesarios, pues lo peor que puede pasar sería ser golpeado o morir. Lo primero sería molesto, y a lo segundo, no temo. Siendo una dama, los riesgos se incrementan, se acentúan, cambian. - Resopló, humedeciendo sus labios. Otra nueva sonrisa se dibujó en los labios rosados de la muchacha.
Si tan sólo ella supiera todo lo que se había inventado para evitar el matrimonio... Por una parte, sus padres no lo habían intentado demasiado. El barón había tenido un pequeño desliz con su madre, de buena cuna pero no tan noble como la de su padre, y aquello no había simbolizado ningún tipo de matrimonio en realidad. Ellos estaban enamorados, y concibieron dos hijos fuera del matrimonio sólo por amor. Aquello la hacía pensar que, quizá, el matrimonio no simbolizaba absolutamente nada más que un contrato entre países, entre intereses políticos, económicos o sociales. Después de su nacimiento la habían ocultado en una prisión que duró casi veintidós años, hasta que su padre había fallecido. Fue entonces cuando la llevaron a Escocia, pues no tenía ningún primogénito más que ella misma y fue como tomó ese título. No obstante, ese título podía irse pronto si no conseguía un marido que lo sustentara. Una mujer a cargo de grandes extensiones de tierra, sirviendo directamente a la monarquía de una región tan problemática como lo era Escocia simplemente no era pensable. Había llegado a mentir que quería entrar a un convento, pero tampoco era permitido aquello. Tarde o temprano, le llegaría la hora de tener que firmar el contrato ante ojos del hermano de su padre, y le gustase o no, debería aceptarlo. Debería aceptar que su vida quedaría bajo el yugo de un varón que quizá, ni siquiera la amaría.
Su garganta se encogió. Nunca había conocido el amor. Y ¿si la hacían casarse sin conocerlo? Frunció el ceño ante los propios pensamientos, luego sacudiendo la cabeza con gracia, meneando los rizos, con discreta elegancia. Cuando escuchó la voz de la señorita, la miró fijamente, escuchándola con atención. Dejó caer la mirada amielada sobre los ojos ajenos, sorprendiéndose ante cada palabra.
— Yo también fingí que quería entrar a un convento. - Admitió, en voz pausada, volviendo a permitir que ella hablase, maravillada ante su historia. Cuando supo lo del oficial que la salvó, las palmas finas y delicadas se unieron en un aplauso como si acabase de ver una maravillosa obra, llena de alegría.
"Pero como ve, el concepto de "por vida" no duró demasiado. Aun así, escarmenté lo suficiente como para aprender a cuidarme y dejar la valentía a un lado."
Esa frase resonó en su cabeza una y otra vez. No supo al inicio qué contestar exactamente sin hacer notar que ella misma había aprendido esa lección y que a pesar de ello, no le importaba.
— ¡Tened cuidado por favor, Mademoiselle! Creo que a veces, una se llena de valentía cuando no debe. - Ahí terminó la frase, porque ella misma estaba arriesgando demasiado al estar a esas horas en las calles.
— ¿Queréis decir que el castigo ha terminado? Habéis corrido con una suerte inmensa. Estoy segura que hay alguien en algún lugar que os protege. - asintió nuevamente con la cabeza, encantada por aquella historia, y la vocecita volvió a alzarse.
— A mi me gustaba escaparme de casa por las noches. - admitió, acomodando los cabellos tras los oídos. — Estaba tan harta de mi vida sosa, que muchas veces quise ver si alguien me quería robar. Nunca lo permití, por supuesto, pero aún sigo pensando en que es una buena idea lanzarme del balcón. Por lo menos cuando lo hacía, me sentía libre, lejos de todo esto que debo ser. - Se señaló a sí misma, hastiada. — Lejos de todo lo que debo aceptar, y que vendrá tarde o temprano. Si eso es la vida, - se mordió los labios — no me agrada. Imaginaba algo más feliz, lleno de libertad, de amor, de caídas. No un hundimiento eterno, hasta el final de mis días.
— En realidad, a veces envidio en demasía a los varones, aunque aquel sentimiento sea el que nuble mi vista y obscurezca mi alma. Sé que el sentimiento la daña, sin embargo, a mi también me gustaría que mi voz fuese tomada en cuenta como la de los varones, que mis ideas sean escuchadas, y poder contradecir a algún sabelotodo. Me encantaría viajar, siendo totalmente independiente, y correr riesgos innecesarios, pues lo peor que puede pasar sería ser golpeado o morir. Lo primero sería molesto, y a lo segundo, no temo. Siendo una dama, los riesgos se incrementan, se acentúan, cambian. - Resopló, humedeciendo sus labios. Otra nueva sonrisa se dibujó en los labios rosados de la muchacha.
Si tan sólo ella supiera todo lo que se había inventado para evitar el matrimonio... Por una parte, sus padres no lo habían intentado demasiado. El barón había tenido un pequeño desliz con su madre, de buena cuna pero no tan noble como la de su padre, y aquello no había simbolizado ningún tipo de matrimonio en realidad. Ellos estaban enamorados, y concibieron dos hijos fuera del matrimonio sólo por amor. Aquello la hacía pensar que, quizá, el matrimonio no simbolizaba absolutamente nada más que un contrato entre países, entre intereses políticos, económicos o sociales. Después de su nacimiento la habían ocultado en una prisión que duró casi veintidós años, hasta que su padre había fallecido. Fue entonces cuando la llevaron a Escocia, pues no tenía ningún primogénito más que ella misma y fue como tomó ese título. No obstante, ese título podía irse pronto si no conseguía un marido que lo sustentara. Una mujer a cargo de grandes extensiones de tierra, sirviendo directamente a la monarquía de una región tan problemática como lo era Escocia simplemente no era pensable. Había llegado a mentir que quería entrar a un convento, pero tampoco era permitido aquello. Tarde o temprano, le llegaría la hora de tener que firmar el contrato ante ojos del hermano de su padre, y le gustase o no, debería aceptarlo. Debería aceptar que su vida quedaría bajo el yugo de un varón que quizá, ni siquiera la amaría.
Su garganta se encogió. Nunca había conocido el amor. Y ¿si la hacían casarse sin conocerlo? Frunció el ceño ante los propios pensamientos, luego sacudiendo la cabeza con gracia, meneando los rizos, con discreta elegancia. Cuando escuchó la voz de la señorita, la miró fijamente, escuchándola con atención. Dejó caer la mirada amielada sobre los ojos ajenos, sorprendiéndose ante cada palabra.
— Yo también fingí que quería entrar a un convento. - Admitió, en voz pausada, volviendo a permitir que ella hablase, maravillada ante su historia. Cuando supo lo del oficial que la salvó, las palmas finas y delicadas se unieron en un aplauso como si acabase de ver una maravillosa obra, llena de alegría.
"Pero como ve, el concepto de "por vida" no duró demasiado. Aun así, escarmenté lo suficiente como para aprender a cuidarme y dejar la valentía a un lado."
Esa frase resonó en su cabeza una y otra vez. No supo al inicio qué contestar exactamente sin hacer notar que ella misma había aprendido esa lección y que a pesar de ello, no le importaba.
— ¡Tened cuidado por favor, Mademoiselle! Creo que a veces, una se llena de valentía cuando no debe. - Ahí terminó la frase, porque ella misma estaba arriesgando demasiado al estar a esas horas en las calles.
— ¿Queréis decir que el castigo ha terminado? Habéis corrido con una suerte inmensa. Estoy segura que hay alguien en algún lugar que os protege. - asintió nuevamente con la cabeza, encantada por aquella historia, y la vocecita volvió a alzarse.
— A mi me gustaba escaparme de casa por las noches. - admitió, acomodando los cabellos tras los oídos. — Estaba tan harta de mi vida sosa, que muchas veces quise ver si alguien me quería robar. Nunca lo permití, por supuesto, pero aún sigo pensando en que es una buena idea lanzarme del balcón. Por lo menos cuando lo hacía, me sentía libre, lejos de todo esto que debo ser. - Se señaló a sí misma, hastiada. — Lejos de todo lo que debo aceptar, y que vendrá tarde o temprano. Si eso es la vida, - se mordió los labios — no me agrada. Imaginaba algo más feliz, lleno de libertad, de amor, de caídas. No un hundimiento eterno, hasta el final de mis días.
Lillie De Saint-Pièrre- Realeza Escocesa
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Re: Oh, Paris! [Libre]
— A mi me gustaba escaparme de casa por las noches. - admitió, acomodando los cabellos tras los oídos. — Estaba tan harta de mi vida sosa, que muchas veces quise ver si alguien me quería robar. Nunca lo permití, por supuesto, pero aún sigo pensando en que es una buena idea lanzarme del balcón. Por lo menos cuando lo hacía, me sentía libre, lejos de todo esto que debo ser. - Se señaló a sí misma, hastiada. — Lejos de todo lo que debo aceptar, y que vendrá tarde o temprano. Si eso es la vida, - se mordió los labios — no me agrada. Imaginaba algo más feliz, lleno de libertad, de amor, de caídas. No un hundimiento eterno, hasta el final de mis días.
Aquellas palabras me golpearon con fuerza, como si de mi alma propia se tratase, recórdandome aquel deseo que me había llevado a las circunstancias del ahora. Hundí mis pupilas en las suyas, con la comprensión plasmada en mi rostro. Y no se trataba de mera lástima o amabilidad, sino de una verdadera conexión, un profundo entendimiento de cómo se sentía, producto de la experiencia de haber estado en la misma situación.
-Si pudiera entender una mínima parte de cuan idenificada me siento con usted, señorita - mis ojos se entornaron con cierta clemencia-. ¿Quién puede resistirse a una vida tan confortable, tan fácil, tan prediseñada? Eso es lo que todo el mundo debe pensar al contemplar su afortunada posición. Pero, en realidad, lo más valioso, aquello que realmente nos define y nos devuelve nuestra verdadera identidad, es justamente de lo que carecemos.
Sonreí con cierta tristeza al volver a sentir aquella desazón de un futuro tan penoso. Suspiré a la par que apartaba los ojos de mi cándida acompañante, de mi propio reflejo.
-Libertad... la llave de los sueños, de los deseos para la gran puerta que da al mundo real... Un paraíso en comparación con toda esa superficialidad, que no lejos de ser agradable, es cierto que no llena para nada el corazón.
No pude evitar soltar una risita irónica ante lo sentimental de mi comentario. Era como si la pequeña y rebelde Molly me hubiera robado los labios.
-¿Sabe? Usted me trae recuerdos de mi misma, de mi antigua vida... Yo albergaba justamente el mismo deseo, la misma angustia ante un futuro tan atado y vacío. Pero, si le sirve de consuelo -volvía fijar la mirada en sus iris amielados-, conseguí huir descaradamente del mismo. Sin embargo, tuve que dejarlo todo atrás, lanzando mi propia esencia al vacío a cambio de algo mucho más delicioso: la independencia.
Había hablado demasiado, aunque era consciente de ello. Sentí como su curiosidad aumentaba, y cómo las palabras se agolpaban en su garganta para preguntar. Pero antes de permitir que aquello sucediera, induje sus pensamientos a creer que mi comentario carecía de importancia. Por supuesto, funcionó, pues sus intenciones fueron apaciguándose y pronto el tema quedó olvidado.
-Perdóneme si la pregunta es un tanto descarada - sonreí juguetona- pero... ¿Cuánto pretende usted quedarse por tierras francesas, mademoiselle?
Aquellas palabras me golpearon con fuerza, como si de mi alma propia se tratase, recórdandome aquel deseo que me había llevado a las circunstancias del ahora. Hundí mis pupilas en las suyas, con la comprensión plasmada en mi rostro. Y no se trataba de mera lástima o amabilidad, sino de una verdadera conexión, un profundo entendimiento de cómo se sentía, producto de la experiencia de haber estado en la misma situación.
-Si pudiera entender una mínima parte de cuan idenificada me siento con usted, señorita - mis ojos se entornaron con cierta clemencia-. ¿Quién puede resistirse a una vida tan confortable, tan fácil, tan prediseñada? Eso es lo que todo el mundo debe pensar al contemplar su afortunada posición. Pero, en realidad, lo más valioso, aquello que realmente nos define y nos devuelve nuestra verdadera identidad, es justamente de lo que carecemos.
Sonreí con cierta tristeza al volver a sentir aquella desazón de un futuro tan penoso. Suspiré a la par que apartaba los ojos de mi cándida acompañante, de mi propio reflejo.
-Libertad... la llave de los sueños, de los deseos para la gran puerta que da al mundo real... Un paraíso en comparación con toda esa superficialidad, que no lejos de ser agradable, es cierto que no llena para nada el corazón.
No pude evitar soltar una risita irónica ante lo sentimental de mi comentario. Era como si la pequeña y rebelde Molly me hubiera robado los labios.
-¿Sabe? Usted me trae recuerdos de mi misma, de mi antigua vida... Yo albergaba justamente el mismo deseo, la misma angustia ante un futuro tan atado y vacío. Pero, si le sirve de consuelo -volvía fijar la mirada en sus iris amielados-, conseguí huir descaradamente del mismo. Sin embargo, tuve que dejarlo todo atrás, lanzando mi propia esencia al vacío a cambio de algo mucho más delicioso: la independencia.
Había hablado demasiado, aunque era consciente de ello. Sentí como su curiosidad aumentaba, y cómo las palabras se agolpaban en su garganta para preguntar. Pero antes de permitir que aquello sucediera, induje sus pensamientos a creer que mi comentario carecía de importancia. Por supuesto, funcionó, pues sus intenciones fueron apaciguándose y pronto el tema quedó olvidado.
-Perdóneme si la pregunta es un tanto descarada - sonreí juguetona- pero... ¿Cuánto pretende usted quedarse por tierras francesas, mademoiselle?
Molly Winslet- Vampiro Clase Alta
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