Francine Juliette Capet

Francine Capet

Descripción psicológica

“Pequeña y consentida, Francine Juliette Capet Lacroix” le decían sus hermanos y sus padres entre carcajadas cuando una travesura se erigía entre ellos. Francie, como le decía su papá o Juliette como le decía el amor de su vida, era un himno a la alegría y a la felicidad, siempre sonriendo y correteando. Aventurera, coqueta y desenfrenada, raramente aceptaba un “no” como respuesta, y cuando lo hacía era porque no estaba tan interesada en la cuestión. Su desenfado se fue acrecentando a medida que tomó alas con los años, pero siempre un dejo de decoro obligado la hacía refrenar ciertos impulsos. Suspicaz, inteligente, aplicada y altiva, a pesar de su escaso tamaño, se hacía gigante a la hora de defender a los inocentes –ayudaba a los animales, a los pobres o a cualquiera que encontrara indefenso- o de justificar sus fundamentos. Jamás se amedrentaba ni se quedaba con la palabra en la boca, y pocas personas se ganaban su respeto absoluto y su obediencia. Nunca perdió la algarabía, aunque en su corazón fue creciendo poco a poco la melancolía a medida que las penas se hacían mayores, aunque no dejó que ésta la venciera. Sociable y centro de atención por el mero atractivo de su personalidad, detestaba la soledad y constantemente se las ingeniaba para estar rodeada de amigos. Una soñadora, una romántica, en todo momento su imaginación volaba y creaba castillos en el aire. Aduladora porque le gustaba que alimentaran su ego, que siempre estaba en lo alto. Jamás dio paso a las inseguridades, ni siquiera en la difícil edad de la adolescencia, siempre se fiaba de sus capacidades tanto físicas como intelectuales. Pasional, nada hacía si no le generaba esa emoción profunda en el alma, que la llenara y que elevara sus ideales más allá de lo terrenal. Férreas convicciones para defender sus tradiciones la llevaron a seguir el legado familiar. Católica casi fanática, optimista y crédula por naturaleza, no perdona la traición ni tropieza dos veces con la misma piedra. Infalible, única y simplemente…Francine…

Hasta el día que todo terminó…o que comenzó…

Historia

Nació en la calidez de su hogar ubicado en el pequeño distrito de Sainte-Menehould de la región de Champagne-Ardenne en Francia, el 1 de Marzo de 1774. Sus padres eran un matrimonio adinerado y feliz, que se enamoraron y se casaron en contra de los mandatos familiares. Concibieron cuatro hijos, siendo Francine Juliette, la menor. La llamaron Francine por su bisabuela materna, la única que apoyó a Charlotte y Maurice, y quien apaciguó los ánimos entre las familias Lacroix y Capet, y dejaron por fin que ellos vivieran en paz. Creció con libertad y estaba constantemente con sus dos hermanos varones, por lo que desarrolló su espíritu aventurero y lo complementó a la perfección con la elegancia que había heredado de las damas de las familias. Nunca llegó a conocer a la mujer que le dio el nombre, puesto que murió poco después del nacimiento del tercer hijo del matrimonio Capet, pero las comparaciones eran inevitables, ya que heredó de la anciana la alegría y la frescura, mezclado con su carácter para hacerse oír, la dulzura de sus modos y de su voz y esa belleza angelical. “Igual que la vieja Francine” decían aquellos que habían conocido a la difunta.

Todo lo hermoso que había conocido se esfumó el día que cumplió seis años. A la noche se había escapado con sus hermanos mayores al bosque a cazar libélulas, y cuando oyeron las doce campanadas regresaron rápidamente. Su casa estaba en silencio, la puerta abierta, y los cuatro ingresaron con paso aplomado, ella estaba en brazos del más grande. Lo primero que vieron fue a su padre en el suelo abrazado al cuerpo ensangrentado de su madre. Maurice lloraba y maldecía por lo bajo, y cuando escuchó el paso de los jóvenes, levantó su rostro con la expresión desfigurada por el odio y la tristeza, Francine jamás olvidaría la mirada de su padre en ese momento. Ella se soltó y corrió hacia él, que se desembarazó de Charlotte y la tomó en sus brazos. Luego sus hermanos fueron los que se ubicaron alrededor del cuerpo inerte de la mujer que los había parido. Lloraban desconsolados e insultaban, los tres sabían el motivo por el cual su madre estaba muerta, pero la pequeña debió preguntarle a su padre qué había pasado, y él, con el alma en un hilo y un nudo atenazándole la garganta, le dijo que habían sido unos vampiros que se habían cobrado venganza por el trabajo que ellos llevaban a cabo.

Sainte-Menehould dejó de ser un lugar seguro para Maurice Capet y sus hijos, y tras el entierro de Charlotte, se trasladaron a París, donde tendrían quienes cuidaran mejor de ellos, además, el mayor ya se entrenaba para entrar a la Orden. A pesar de todo, Francine jamás perdió la alegría, y se convirtió en el único motivo por el cual tanto su padre como sus hermanos –salvo su hermana- lograban sonreír. A pesar de todo, se sentía muy sola, hasta que conoció a Nikôlaus, un niño tres años mayor que ella, que se convirtió en su mejor amigo. Juntos iban a todos lados, ella lo hacía meter constantemente en líos, hacían muchas travesuras, pero el momento preferido de la niña era cuando se juntaban bajo el álamo del patio de los Capet a leer “Romeo y Julieta”. Era evidente el amor que sentía por él, lo admiraba y adoraba como a un Dios. Un cura le decía que al único que debía contemplar con esos ojos brillantes era a Jesucristo, pero nada le quitaba de la cabeza que sería su marido y serían felices, lo veía como a un príncipe, y se esmeraba en sus estudios porque sabía que eso a él le agradaba. Cuando viajaba con su padre porque éste no quería dejarla sola, lo extrañaba enormemente, y siempre le compraba algún recuerdo del lugar al que había ido. Inglaterra, España, Portugal, Rusia, Marruecos, Egipto, Grecia, Italia, y muchos sitios más eran el escenario de los posteriores relatos que la joven le hacía a su amigo.

A los diecisiete años, la tragedia se volvió a cernir sobre los Capet. Otro ser sobrenatural se había cobrado la vida de Maurice y del tercero de los hermanos, el más allegado a la menor. Ésta vez fue Francine la que los encontró, y su padre todavía no había muerto cuando ésta lo acunó entre sus brazos. Le rogó que resistiera, que iría por ayuda, pero él sólo le pidió que encontrara a los asesinos y que entrara a la Orden. Esa fue su última voluntad. Francine tomó la decisión de ingresar y comenzó a entrenarse. A pedido de sus hermanos vivos, no se dedicó al contacto directo con los vampiros, y como la investigación y la escritura se le daban bien, tomó el rol de bibliotecaria para la Inquisición. Nunca dejó de lado a su adorado Nikôlaus, que representaba todo lo que amaba. Ya era lo suficiente mayor para admitir sus sentimientos, y no perdía la oportunidad para robarle un beso o tomarlo de la mano. Ninguna pena hacía mella en su alegría, ésta era lo que le quedaba y lo que le daba la fuerza para seguir. Aunque la mayor consecuencia de sus pérdidas, fue cierto grado de fanatismo por la religión católica, algo que le habían inculcado desde el inicio de sus días, pero que se acentuó a medida que fue incursionando más en la nueva profesión. A pesar del duro entrenamiento, no había baile que se perdiera, y tenía varios candidatos, sin embargo, su objeto del deseo jamás había dado muestras de querer con ella algo más que una amistad, por ello, aceptaba de buena gana el cortejo de varios jóvenes importantes, a uno hasta dejó que la besara…nunca sintió las mariposas en su estómago como cuando pensaba en Nikôlaus.

Creció y a su par, también su gran amor. Él también vivió tristes situaciones en su vida, que lo llevaron a tener que hacerse cargo de la riqueza de su familia, y que el día menos pensado, terminó pidiéndole casamiento. Jamás olvidaría ese instante, porque ese mismo día, a la noche, le daría el sí a uno de sus pretendientes. Se lanzó a sus brazos y los dos terminaron en el suelo, ella a horcajadas sobre él le besaba el rostro y le repetía que sí se casaría, que lo haría feliz y que lo cuidaría de todo. La boda se celebró y Francine podía jurar que su vida acababa de comenzar. La felicidad que experimentaba no era normal, hasta llegó a contemplar la idea de dejar su misión de lado para dedicarse plenamente a su nueva familia. El nacimiento de su primer hijo coronó la plenitud. Noah y Nikôlaus representaban todo lo que más amaba, lo que más necesitaba y la razón de su vivir, pero nunca nada fue fácil para ella. El hermano de su esposo, Néo, apareció de un día para el otro, y el instinto protector de Francine la obligó a tener sus reservas para con él, le rogaba a Nikôlaus que le prohibiera acercarse a ellos, muchas veces hasta le gritaba para hacerlo entrar en razón, pero él le repetía que era su hermano, que no podía. Una helada noche, en la que su esposo no estaba, Néo llegó con un humor especial, hacía chistes e intentaba departir órdenes, lo que llevó a Francine a discutir con él. En esa situación, se reveló la verdadera identidad de su cuñado, y a pesar de que intentó correr para sacar a su hijo de allí, el vampiro no la dejó, fueron por Noah a la habitación, y lo llevaron al living. Sosteniendo con una mano al niño clavó sus colmillos en el cuello de éste, y la madre, que al principio había intentado luchar, quedó estupefacta, todo el entrenamiento recibido se esfumó a causa del dolor. Él la dejó en un rincón, y se dedicó a beber del pequeño, que ya no se quejaba. Lo último que recordó fue que se abrazó a sus rodillas y fijó su vista en el suelo, pudo escuchar que la puerta se abría, pero todo se volvió demasiado confuso. Despertó en una habitación de paredes blancas, y tuvo la vaga idea de que había corrido en busca de ayuda luego del terrible episodio. Una mujer con una cofia entró y se alegró de saber que había despertado. Le relató que hacía dos meses que estaba inconsciente. No sentía sus piernas y le costó volver a caminar. Fueron tres meses muy duros de rehabilitación, pero un día, cuando ya se sentía bien, decidió escapar del Hospital para vengar la muerte de todos los seres que amaba.

Tras el reencuentro con su marido, descubrió que éste había sido convertido en vampiro, y que fue él quien terminó con la vida de Noah, el cual también había sufrido la misma mutación. El impacto de la noticia, el profundo amor y el profundo odio hacia el hombre de su vida, le hicieron tomar la decisión de acabar con él. Fue rápido, certero, la sangre escurrió por sus manos, y besó sus labios antes que el último vestigio de vida se esfumara de Nikôlaus. Se arrepintió inmediatamente, y la culpa la persigue desde entonces.

Datos Extra

• Tiene un perro terranova de nombre Sansón
• Es una excelente tiradora y bastante buena en el combate cuerpo a cuerpo
• Se lleva muy mal con su hermana, desde niñas se peleaban y competían, y muchas veces las discusiones parecían estar cargadas de odio visceral, aunque, en lo profundo, Francine la ame con todo su corazón
• Nikôlaus la llamaba Juliette, por lo tanto, nunca más alguien la llamará por su segundo nombre.
• El día de la tragedia, iba a comunicarle a Nikôlaus que estaba en cinta. El embarazo no prosperó
• Ve al fantasma de su hijo y al de su marido
• Es alcohólica

Creado por Frozen •