AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un Angel Llegó a mi Vida - (Jerome Sargue)
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Un Angel Llegó a mi Vida - (Jerome Sargue)
Se había olvidado, pero como era posible que se le pasara el tiempo de aquella forma, ¿ahora donde conseguiría un regalo para su cuñada? – mi cuñada – se dijo, mientras buscaba algún buen obsequio de casamiento para Chiara – ya no lo es, pero en cierto modo ahora hay alguien más que nos unirá para siempre, le guste o no a Girolamo – pensó mientras acariciaba su vientre – ¿verdad, bebé?, tenemos que apresurarnos a comprarle algo bonito a tus tíos Chiara y Ruggero – meneó la cabeza pensando en todas las veces que aquel nombre le había erizado su piel felina al solo nombrarse o sentir su aroma cerca, - mira que tu tía es un ángel, haber logrado que ese hombre dejara su vida de crímenes por ella – caviló mientras, sentía una pequeña patada del bebé – wow, serás fuerte como tu padre y tu abuelo – rió mientras proseguía su camino.
Llegó a una esquina y en el edificio contiguo se alzaba uno de los más exquisitos comercios de cristalería – unas buenas copas, de cristal de Bohemia, talladas con sus iniciales entrelazadas, ¿qué te parece pequeño? -, sonrió complacida al sentir una nueva patadita, le encantaba pensar que en verdad se podían comunicar así con su futuro hijo. Entró a la tienda hizo su pedido, pagó en efectivo y pidió que lo llevaran a la dirección que les indico – La mansión Rosso – dijo el dependiente – sí , y por favor no se olvide de incluir esta tarjeta – se la extendió y le dio las gracias. El muchacho le sonrió y guardó dentro del estuche de veinticuatro copas que en breve serían talladas y enviadas a su destinatario – no se preocupe a más tardar el próximo viernes estarán llegando a destino -. Maryeva hizo un cálculo rápido, era lunes, pasada las 18:00hs, pronto cerrarían y tenían que trabajar sobre cada una de las copas. Se sonrió pensando que en verdad el trabajo se realizaría de forma expedita.
Salió del local, el sol había ocultado sus rayos en el horizonte y aunque era una zona transitada, no era seguro caminar sola por esos lugares, además tendría que cruzar una pequeña plaza que aún no había aprendido su nombre, no le agradaba tener que cruzarla a esa hora, pero le faltaban dos compras más y no tomaría un coche de alquiler por tan corta distancia, las piernas se le acalambraban si no las hacía trabajar y esta era una buena ocasión para hacerlo. Llegó a la pequeña plaza la cual estaba exiguamente iluminada por dos o tres faroles del alumbrado público, que el sereno, estaba comenzando a encender, - farolas a vela, cuanto en verdad podían iluminar - se preguntaba mientras apuraba el paso.
Cuando se encontraba en mitad de la plaza, sus oídos captaron algo, era un pequeño sollozo, casi imperceptible a la audición del hombre común pero no para ella, por el contrario lo podía escuchar perfectamente y aquel sonido le decía que una criatura estaba sufriendo. Pensó en su hijo, en que si se perdiera, querría que alguien lo ayudase a volver a casa. Caminó, lentamente, aunque estaba muy oscuro, ella podía ver perfectamente. Debajo de un árbol, cerca de una de las farolas, se encontraba un niño, no mayor a los ocho años, abrazando con sus brazos las piernas y acunándose, como buscando consuelo. Se acercó lentamente, con su forma de andar felina, se puso enfrente de él y se agachó para estar a su altura, el niño tenía su rostro escondido entre sus piernas y seguía sollozando. Ella extendió su mano y acarició con ternura el cabello del pequeño – no te asustes – le dijo en cuanto sintió que tiritaba – ¿te has perdido?, ¿quieres que te acompañe a buscar a tus padres? – esperó atenta y sonriéndole cariñosamente – vamos, dime al menos como te llamas, y te ayudaré en lo que sea - le propuso mientras levantaba una mano y cruzaba su dedo por sus labios en forma de cruz besándolo luego en señal de pacto.
Llegó a una esquina y en el edificio contiguo se alzaba uno de los más exquisitos comercios de cristalería – unas buenas copas, de cristal de Bohemia, talladas con sus iniciales entrelazadas, ¿qué te parece pequeño? -, sonrió complacida al sentir una nueva patadita, le encantaba pensar que en verdad se podían comunicar así con su futuro hijo. Entró a la tienda hizo su pedido, pagó en efectivo y pidió que lo llevaran a la dirección que les indico – La mansión Rosso – dijo el dependiente – sí , y por favor no se olvide de incluir esta tarjeta – se la extendió y le dio las gracias. El muchacho le sonrió y guardó dentro del estuche de veinticuatro copas que en breve serían talladas y enviadas a su destinatario – no se preocupe a más tardar el próximo viernes estarán llegando a destino -. Maryeva hizo un cálculo rápido, era lunes, pasada las 18:00hs, pronto cerrarían y tenían que trabajar sobre cada una de las copas. Se sonrió pensando que en verdad el trabajo se realizaría de forma expedita.
Salió del local, el sol había ocultado sus rayos en el horizonte y aunque era una zona transitada, no era seguro caminar sola por esos lugares, además tendría que cruzar una pequeña plaza que aún no había aprendido su nombre, no le agradaba tener que cruzarla a esa hora, pero le faltaban dos compras más y no tomaría un coche de alquiler por tan corta distancia, las piernas se le acalambraban si no las hacía trabajar y esta era una buena ocasión para hacerlo. Llegó a la pequeña plaza la cual estaba exiguamente iluminada por dos o tres faroles del alumbrado público, que el sereno, estaba comenzando a encender, - farolas a vela, cuanto en verdad podían iluminar - se preguntaba mientras apuraba el paso.
Cuando se encontraba en mitad de la plaza, sus oídos captaron algo, era un pequeño sollozo, casi imperceptible a la audición del hombre común pero no para ella, por el contrario lo podía escuchar perfectamente y aquel sonido le decía que una criatura estaba sufriendo. Pensó en su hijo, en que si se perdiera, querría que alguien lo ayudase a volver a casa. Caminó, lentamente, aunque estaba muy oscuro, ella podía ver perfectamente. Debajo de un árbol, cerca de una de las farolas, se encontraba un niño, no mayor a los ocho años, abrazando con sus brazos las piernas y acunándose, como buscando consuelo. Se acercó lentamente, con su forma de andar felina, se puso enfrente de él y se agachó para estar a su altura, el niño tenía su rostro escondido entre sus piernas y seguía sollozando. Ella extendió su mano y acarició con ternura el cabello del pequeño – no te asustes – le dijo en cuanto sintió que tiritaba – ¿te has perdido?, ¿quieres que te acompañe a buscar a tus padres? – esperó atenta y sonriéndole cariñosamente – vamos, dime al menos como te llamas, y te ayudaré en lo que sea - le propuso mientras levantaba una mano y cruzaba su dedo por sus labios en forma de cruz besándolo luego en señal de pacto.
Eva- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/10/2011
Localización : Paris - Francia
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Re: Un Angel Llegó a mi Vida - (Jerome Sargue)
Los Padres habían sido encandilados con todo aquel porvenir que les pintaba el viejo maestro de música del pequeño Jerome. Les tenía ya una residencia y la beca estudiantil para el pequeño prodigio. Estos sin demorar mucho vendieron propiedades, traspasaron negocios, hicieron el trato de la nueva casa en Paris. Todo listo ahora solo les restaba partir a su nuevo lugar de residencia.
El pequeño desde que se entero que se mudarían a Paris con el fin de perfeccionarlo en eso que el tanto amaba, la música, no dejaba de dar saltos por toda la casa, por el jardín, por las calles, por todos sitios. Jerome no era un típico niño al cual le gustaba gastar su tiempo solo en juegos y cosas de niño. Era un niño muy propio y educado tal cual sus padres se lo inculcaron. El se divertía, si, pero para el la diversión antes que cualquier otra cosa era tocar el violín, la música, desde su corta edad era algo que le apasionaba y ya después si le apetecía jugaba un poco con los pequeños de su edad.
-Vamos, vamos, ya vamos!!!!- exclamaba extasiado a sus padres tomándolos de las manos y halándolos para que ya subieran al carruaje. –Ya vamos Jerome, ya vamos- le respondía su madre con tranquilidad. El carruaje emprendía camino. Mientras los padres miraban hacia atrás con nostalgia, Jerome miraba hacia el frente con ilusión.
Una vez en el tren Jerome no se estaba quieto. Se sentaba, se levantaba, se iba a sobre las piernas de su padre luego sobre las piernas de su madre hasta que finalmente su energía se agoto y su madre teniéndolo ahí sobre sus piernas lo acuno sobre su regazo envolviéndolo en sus brazos.
Aun somnoliento el pequeño Jerome abría los ojos cuando al fin llegaban a su destino. Destino del cual jamás podría huir, sin saberlo a partir de hoy esa sombra de su destino lo acompañaría por siempre.
Todo ocurría tan a prisa. Apenas bajaban del tren, daban unos cuantos pasos, el al lado de su madre su padre apartándose un poco para dar indicaciones sobre sus pertenencias. Unos tipos se acercaban a su padre lo amenazaban y su madre ante su instinto de protección se encargo de esconder a Jerome y pedirle que no saliese de ese sitio pasase lo que pasase, mirase lo que mirase y enseguida regresaba donde su marido para intentar ayudarlo. Los tipos iban dispuestos a despojarlos de todo e incluso hasta de sus vidas. Desde lejos Jerome observaba todo lo que sucedía fue así como fue víctima de presenciar como esos tipos despiadados extinguían violentamente la vida de sus padres dejándolo solo y desamparado en el mundo y ahora sin una pequeña fortuna para sobrevivir.
Cuando daban el golpe final a sus padres Jerome creyó haber gritado con todas sus fuerzas, si grito, pero su grito fue un grito ahogado, un grito atrapado en su interior. Sus ojitos con mirada aterrada. Solo pasaron algunos segundos y el pequeño entro en shock, su mente quedo bloqueada. Como buen niño obediente se había mantenido oculto y así permaneció por largas horas hasta el amanecer. Su bloqueo era tal que ni siquiera le paso la idea de acercarse y despedirse de sus padres. Cuando al fin su cuerpo entumecido le reclamaba por moverse se incorporo y comenzó a caminar por las calles con la mirada baja, las lagrimas corriendo por sus mejillas, chocando contra las personas otras veces esquivándolas. Camino y camino durante todo el día hasta que pies le reclamaron por un poco de descanso. Había llegado a una plaza llena de gente cuando recién comenzaba la noche. Se dejo caer al pie de un árbol. Flexiono sus rodillas y se abrazo a ellas hundiendo su cabeza entre sus rodillas. Las lágrimas parecían haberse agotado pero los sollozos por el dolor tan terrible de su pérdida no cesaban. Encima el estomago comenzaba a arderle de hambre.
Jerome pego un salto cuando sintió que alguien pasaba su mano por sobre su cabeza. Levanto la cabeza y de nueva cuenta el pánico se reflejaba en sus ojos. Se encontró con el rostro de una mujer ella le miraba y le hablaba con cariño pero el niño poco entendía de lo que le preguntaba, continuaba en estado de shock. Jerome solo la miraba con los ojos bien abiertos encogiéndose de hombros y sin poder articular palabra alguna mas sin embargo los ojos del pequeño clamaban por ser rescatado.
El pequeño desde que se entero que se mudarían a Paris con el fin de perfeccionarlo en eso que el tanto amaba, la música, no dejaba de dar saltos por toda la casa, por el jardín, por las calles, por todos sitios. Jerome no era un típico niño al cual le gustaba gastar su tiempo solo en juegos y cosas de niño. Era un niño muy propio y educado tal cual sus padres se lo inculcaron. El se divertía, si, pero para el la diversión antes que cualquier otra cosa era tocar el violín, la música, desde su corta edad era algo que le apasionaba y ya después si le apetecía jugaba un poco con los pequeños de su edad.
-Vamos, vamos, ya vamos!!!!- exclamaba extasiado a sus padres tomándolos de las manos y halándolos para que ya subieran al carruaje. –Ya vamos Jerome, ya vamos- le respondía su madre con tranquilidad. El carruaje emprendía camino. Mientras los padres miraban hacia atrás con nostalgia, Jerome miraba hacia el frente con ilusión.
Una vez en el tren Jerome no se estaba quieto. Se sentaba, se levantaba, se iba a sobre las piernas de su padre luego sobre las piernas de su madre hasta que finalmente su energía se agoto y su madre teniéndolo ahí sobre sus piernas lo acuno sobre su regazo envolviéndolo en sus brazos.
Aun somnoliento el pequeño Jerome abría los ojos cuando al fin llegaban a su destino. Destino del cual jamás podría huir, sin saberlo a partir de hoy esa sombra de su destino lo acompañaría por siempre.
Todo ocurría tan a prisa. Apenas bajaban del tren, daban unos cuantos pasos, el al lado de su madre su padre apartándose un poco para dar indicaciones sobre sus pertenencias. Unos tipos se acercaban a su padre lo amenazaban y su madre ante su instinto de protección se encargo de esconder a Jerome y pedirle que no saliese de ese sitio pasase lo que pasase, mirase lo que mirase y enseguida regresaba donde su marido para intentar ayudarlo. Los tipos iban dispuestos a despojarlos de todo e incluso hasta de sus vidas. Desde lejos Jerome observaba todo lo que sucedía fue así como fue víctima de presenciar como esos tipos despiadados extinguían violentamente la vida de sus padres dejándolo solo y desamparado en el mundo y ahora sin una pequeña fortuna para sobrevivir.
Cuando daban el golpe final a sus padres Jerome creyó haber gritado con todas sus fuerzas, si grito, pero su grito fue un grito ahogado, un grito atrapado en su interior. Sus ojitos con mirada aterrada. Solo pasaron algunos segundos y el pequeño entro en shock, su mente quedo bloqueada. Como buen niño obediente se había mantenido oculto y así permaneció por largas horas hasta el amanecer. Su bloqueo era tal que ni siquiera le paso la idea de acercarse y despedirse de sus padres. Cuando al fin su cuerpo entumecido le reclamaba por moverse se incorporo y comenzó a caminar por las calles con la mirada baja, las lagrimas corriendo por sus mejillas, chocando contra las personas otras veces esquivándolas. Camino y camino durante todo el día hasta que pies le reclamaron por un poco de descanso. Había llegado a una plaza llena de gente cuando recién comenzaba la noche. Se dejo caer al pie de un árbol. Flexiono sus rodillas y se abrazo a ellas hundiendo su cabeza entre sus rodillas. Las lágrimas parecían haberse agotado pero los sollozos por el dolor tan terrible de su pérdida no cesaban. Encima el estomago comenzaba a arderle de hambre.
Jerome pego un salto cuando sintió que alguien pasaba su mano por sobre su cabeza. Levanto la cabeza y de nueva cuenta el pánico se reflejaba en sus ojos. Se encontró con el rostro de una mujer ella le miraba y le hablaba con cariño pero el niño poco entendía de lo que le preguntaba, continuaba en estado de shock. Jerome solo la miraba con los ojos bien abiertos encogiéndose de hombros y sin poder articular palabra alguna mas sin embargo los ojos del pequeño clamaban por ser rescatado.
Jerome Sargue- Gitano
- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 31/05/2012
Re: Un Angel Llegó a mi Vida - (Jerome Sargue)
El chiquillo se estremeció como si envés de una caricia, Maryeva le hubiera pegado, Su corazón se estrujó, que había vivido aquella criatura para estar así, la escuchaba, pero no la comprendía – ¿hablara otro idioma? – pensó, mientras trataba de encontrar la forma de hacer contacto. Pensó que los animales son muy sabios, cuando las palabras no funcionan, los roces y la comunicación gestual sí. Solo atinó a hace algo que podía costarle caro, si él la golpeaba en su vientre, pero debía poder hacer contacto, la oscuridad comenzaba a cernirse sobre ellos y no era un buen lugar para que, gente de mal vivir, los encontraran a un niño y una mujer embarazada – mucho menos si los que se acercaban eran licántropos o vampiros, que llamados por la angustia del niño y la sangre que corría presurosa por sus venas, se volvería un suculento bocado- pensó.
Tomó aire y sonriéndole dulcemente, se sentó a su lado, - shhhh shhhhh, vamos bebé, ya todo paso, no estarás solo, shhhh - extendió un brazo por la espalda del niño y con suavidad pero firmeza, le acercó a su pecho, con su mano tomó la cabeza del niño y dejo que descansara en su pecho – shhh, ¿sientes? - Le hizo escuchar sus propios latidos,- es como una música, que te habla – acariciando su cabecita rubia, y acunándolo como un infante, continuó hablándole – el corazón de todos los seres, nos dicen como son, es esa música interior que solo puedes escuchar tu – Se inclinó y besos los cabellos dorados – ¿escuchas la música, amor? Nada es tan hermosa y tranquila como ésta - Notó que los brazos del pequeño se destensaban, y la rigidez que había tenido al principio se diluía. Aprovechó el momento para acercarlo aún más, las manos y los brazos del niño rodearon tímidamente su vientre y en ese momento, como si el pequeño bebé dentro de su vientre quisiera participar, dio una patadita en esas manitas. Se sonrió y le dijo – mira si hasta él quiere demostrarte que no estás solo – terminaron abrazados muy juntos los tres.
Maryeva continuó por un largo rato acariciando la espalda del pequeño y besándolo dulcemente, cantándole todas las nanas que se acordaba. Su voz era melodiosa y suave, apenas un susurro en los oídos del niño. Su respiración se había calmado, y aunque no podía ver sus ojitos, por el movimiento de inhalación y exhalación, se dio cuenta que aunque seguramente no dormía, si estaba exhausto. Pensó cuanto tiempo llevaría dando vueltas por la ciudad. Lo siguió examinando, sus ropas eran nuevas o apenas usadas, sus zapatitos aunque llenos de barro, estaban sanos, en sí el niño estaba limpio y perfumado. A pesar de ello, pudo sentir por su olfato desarrollado, que en algún lugar de su ropas tenía sangre, algo realmente malo había atacado a ese pequeño, pero no era un sobrenatural, no, de eso estaba segura, por todos esos datos recolectados llegó a la conclusión de que no hacía más de unas horas que algo había variado su vida para siempre. Podía sentido el olor al miedo, - más que miedo terror, esa es la palabra – se dijo. Con su audición aumentada pudo escuchar el estómago del pequeño que se quejaba, - no has comido nada, amor – le susurró, mientras seguía acariciándolo con ternura.
Miró a su alrededor, la noche ya era señora del lugar y la plaza estaba desierta, si no se iban de allí pronto, algún maleante les vendría a dar un mal momento y aunque ella, defendería a sus tesoros con garras y dentelladas, no quería que su pequeño ángel, como lo había bautizado tuviera otra experiencia desagradable. Le buscó el mentón y aunque le costó un poco logró que la mirara, - cielo, debemos irnos – le sonrió – y no te puedo cargar, aunque quisiera – el bebé en su vientre volvió a dar otra patada – ¿ves? – Le dijo riendo, - él tiene hambre y seguro tú también, ven amor, vamos a casa – acomodó un mechón, del cabello del niño. Con dificultad se
incorporó y lo ayudó a que la imitara, amoldó sus ropas, y le dio la mano, - ahora, tomaremos un carruaje, nos llevará a casa y comeremos una rica comida – trataba de hacer siempre contacto con sus ojos, demostrarle con su cuerpo y sus gestos suaves, que ya no debía temer.
El botón del saco del niño estaba roto, como si lo hubieran querido aferrar por la solapa, le intentó cerrar de alguna manera la ropa para abrigarlo un poco más, que aun siendo verano de noche Paris no era tan agradable como las llanuras del rio de la plata. Entonces vio escrito un nombre en la parte interna del abrigo – Jerome – leyó mentalmente, no estaba segura de que ese fuese su nombre pero debía intentar hacer contacto, despertarlo de ese estado de semi - inconciencia, como si fuera un muñeco – Cariño, amor mío – dijo mientras le acariciaba el rostro – Jerome, hijo… vamos a casa, cielo – sus ojos se nublaron por el llanto, esperó en silencio la reacción del pequeño.
Tomó aire y sonriéndole dulcemente, se sentó a su lado, - shhhh shhhhh, vamos bebé, ya todo paso, no estarás solo, shhhh - extendió un brazo por la espalda del niño y con suavidad pero firmeza, le acercó a su pecho, con su mano tomó la cabeza del niño y dejo que descansara en su pecho – shhh, ¿sientes? - Le hizo escuchar sus propios latidos,- es como una música, que te habla – acariciando su cabecita rubia, y acunándolo como un infante, continuó hablándole – el corazón de todos los seres, nos dicen como son, es esa música interior que solo puedes escuchar tu – Se inclinó y besos los cabellos dorados – ¿escuchas la música, amor? Nada es tan hermosa y tranquila como ésta - Notó que los brazos del pequeño se destensaban, y la rigidez que había tenido al principio se diluía. Aprovechó el momento para acercarlo aún más, las manos y los brazos del niño rodearon tímidamente su vientre y en ese momento, como si el pequeño bebé dentro de su vientre quisiera participar, dio una patadita en esas manitas. Se sonrió y le dijo – mira si hasta él quiere demostrarte que no estás solo – terminaron abrazados muy juntos los tres.
Maryeva continuó por un largo rato acariciando la espalda del pequeño y besándolo dulcemente, cantándole todas las nanas que se acordaba. Su voz era melodiosa y suave, apenas un susurro en los oídos del niño. Su respiración se había calmado, y aunque no podía ver sus ojitos, por el movimiento de inhalación y exhalación, se dio cuenta que aunque seguramente no dormía, si estaba exhausto. Pensó cuanto tiempo llevaría dando vueltas por la ciudad. Lo siguió examinando, sus ropas eran nuevas o apenas usadas, sus zapatitos aunque llenos de barro, estaban sanos, en sí el niño estaba limpio y perfumado. A pesar de ello, pudo sentir por su olfato desarrollado, que en algún lugar de su ropas tenía sangre, algo realmente malo había atacado a ese pequeño, pero no era un sobrenatural, no, de eso estaba segura, por todos esos datos recolectados llegó a la conclusión de que no hacía más de unas horas que algo había variado su vida para siempre. Podía sentido el olor al miedo, - más que miedo terror, esa es la palabra – se dijo. Con su audición aumentada pudo escuchar el estómago del pequeño que se quejaba, - no has comido nada, amor – le susurró, mientras seguía acariciándolo con ternura.
Miró a su alrededor, la noche ya era señora del lugar y la plaza estaba desierta, si no se iban de allí pronto, algún maleante les vendría a dar un mal momento y aunque ella, defendería a sus tesoros con garras y dentelladas, no quería que su pequeño ángel, como lo había bautizado tuviera otra experiencia desagradable. Le buscó el mentón y aunque le costó un poco logró que la mirara, - cielo, debemos irnos – le sonrió – y no te puedo cargar, aunque quisiera – el bebé en su vientre volvió a dar otra patada – ¿ves? – Le dijo riendo, - él tiene hambre y seguro tú también, ven amor, vamos a casa – acomodó un mechón, del cabello del niño. Con dificultad se
incorporó y lo ayudó a que la imitara, amoldó sus ropas, y le dio la mano, - ahora, tomaremos un carruaje, nos llevará a casa y comeremos una rica comida – trataba de hacer siempre contacto con sus ojos, demostrarle con su cuerpo y sus gestos suaves, que ya no debía temer.
El botón del saco del niño estaba roto, como si lo hubieran querido aferrar por la solapa, le intentó cerrar de alguna manera la ropa para abrigarlo un poco más, que aun siendo verano de noche Paris no era tan agradable como las llanuras del rio de la plata. Entonces vio escrito un nombre en la parte interna del abrigo – Jerome – leyó mentalmente, no estaba segura de que ese fuese su nombre pero debía intentar hacer contacto, despertarlo de ese estado de semi - inconciencia, como si fuera un muñeco – Cariño, amor mío – dijo mientras le acariciaba el rostro – Jerome, hijo… vamos a casa, cielo – sus ojos se nublaron por el llanto, esperó en silencio la reacción del pequeño.
Eva- Cambiante Clase Alta
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